Partido Comunista Internacional Cuerpo unitario e invariante de las Tesis del Partido

Tercera Internacional (Comunista)
VI sesión del Ejecutivo Ampliado, 1926


INFORME E INTERVENCIONES DEL ALA IZQUIERDA DEL PARTIDO COMUNISTA DE ITALIA


Presentación en Comunismo n. 1, 1979
V Sesión 23 de febrero - Informe de la discusión sobre el Reporte Ejecutivo
 Contra el terrorismo ideológico dentro del Partido
 Contra el frente único con la izquierda burguesa
 La degeneración inminente
IX_Sesión 25 de febrero - Durante la discusión sobre el informe del Ejecutivo
XIV Sesión 4 de marzo - Discusión del informe Losowski sobre la cuestión sindical
XVI Sesión 8 de marzo - Después de las conclusiones de Zinoviev
XIX 14 de marzo - Tras el informe de Bujarin en nombre de la comisión alemana
XX 15 de marzo - En la discusión sobre el informe de la comisión alemana, y tras una intervención de Ercoli
- Moción del representante de la Izquierda Italiana





Presentación en Comunismo n.1, 1979

La sexta sesión del EA fue la última manifestación a la que asistió oficialmente la izquierda. Un mes después del tercer Congreso del PCd’I en Lyon, en el que nuestra fracción fue derrotada, de manera que todos recordarán, por la fracción de centro, apoyada por la derecha, representante de la línea política del centro de Moscú en el seno de la sección italiana.

En este primer número de la revista queríamos partir del epílogo de la Internacional Comunista, porque la sesión del EA de febrero de 1926 signó el fin de la IC como partido comunista internacional. El discurso y las intervenciones del representante de la extrema izquierda italiana trazaron, con presagios revolucionarios, el balance de la vida y de la acción de la IC durante un período de siete años, desde 1919, año de su fundación, hasta finales de 1925. En ellos se recogen todas las razones fundamentales de la crítica marxista al trabajo político de la IC, que la Izquierda había abordado constantemente en los últimos años y que afectaban a todos los campos, teóricos, políticos, tácticos, organizativos, razones que siguen vivas hoy y vigentes, por tanto, eminentemente prácticos.

De hecho, es con el objetivo de rearmar a la clase proletaria, todavía esclava de la dominación capitalista, que comenzamos a examinar las derrotas de nuestra clase y la forma en que fueron sufridas; ciertamente no para hacer mera literatura historiográfica. Hemos vuelto a repetir una y otra vez en nuestra prensa que la orientación y el trabajo de la Izquierda, en perfecta continuidad con Marx y Lenin, al interior del PCd’I y de la IC, representan el punto más alto de la elaboración general del pensamiento y de la acción del proletariado revolucionario internacional y que desde este punto debemos comenzar de nuevo para la reconstrucción del partido político de clase único y mundial.

El VI EA debería haberse reunido en el otoño de 1925 para preparar el VI Congreso Mundial de la IC. Sobre todo, la profunda crisis del partido ruso, que estalló con especial virulencia en su XIV Congreso de diciembre de 1925, precedido por la igualmente crítica y explosiva XIV Conferencia, aconsejó el aplazamiento del EA hasta febrero de 1926.

Fueron presentadas las tesis para el Congreso Mundial, que, sin embargo, fue pospuesto para una fecha posterior. Las tesis estuvieron influenciadas por las resoluciones sobre táctica aprobadas en el XIV Congreso ruso, presidido por Stalin, que enunciaban la “coexistencia pacífica de la URSS con los países capitalistas”, consecuencia lógica del “socialismo en un solo país”, como política general del partido y del Estado rusos.

Las tesis sobre los “problemas del movimiento comunista internacional” debían ser discutidas sin permitir que en ellas se reflejaran los acontecimientos internos del partido ruso, como sugiere expresamente una carta enviada por el CC del partido ruso a los partidos de la IC, en el cual se decía textualmente que “no es deseable que la discusión de la cuestión rusa se lleve a las filas de la Internacional Comunista”. En esencia se decía claramente que la sección rusa de la IC no quería ser subordinada a la dirección internacional y que, en consecuencia, siendo la dirección del EA, precisamente el órgano ejecutivo de la IC, en manos de los miembros del partido ruso, todas las demás secciones nacionales deberían haber uniformizado su línea política a los dictados de Moscú. La Izquierda no puso objeciones al “derecho” de la delegación rusa en la IC, pero colocó, sola, la cuestión rusa como la cuestión fundamental que la Internacional debía discutir, proponiendo que el VI congreso mundial la incluyera en el orden del día de su trabajo, después de haber estigmatizado que la “experiencia” del partido ruso no ofrecía garantías más indispensables, a la luz de la situación interna del partido ruso que en los debates del XIV congreso había demostrado ampliamente que los miembros de la misma “vieja guardia bolchevique” interpretaban de manera diferente las enseñanzas de Lenin, seguramente conocidas por todos.

La “estabilización” del capitalismo -se argumentó- y el consiguiente alejamiento de la revolución, de la que dependía la defensa y el fortalecimiento de la revolución rusa y del Estado soviético, recomendaban la revisión de la estrategia de la Internacional, según la cual los partidos comunistas de otros países deberían haberse orientado según los intereses políticos de Rusia, subordinando el proceso revolucionario a la “construcción del socialismo ruso”. La defensa de la Rusia revolucionaria ya no dependía del desarrollo de la revolución internacional, o al menos de la lucha de clases del proletariado de otros países y, necesariamente, de la intransigencia revolucionaria de los partidos comunistas, especialmente los occidentales. Los intereses de la Rusia soviética ya no coincidían con los del proletariado mundial.

La Sección rusa escapaba a la disciplina de la IC, en el sentido de que imponía a las secciones de otros países los intereses que emanaban de la estructura económica capitalista, no desarrollándose ya “dentro de ciertos límites”, como prescribía la NEP, sino inexorablemente en el desarrollo incontrolado bien caracterizado por el lema del congreso ruso: “¡Campesinos, enriquecidos!”. A partir de este momento, el Estado ruso determina la política del partido e influye, en un sentido no revolucionario, en procesos de alcance mundial como la revolución china.

Es fácilmente comprensible, entonces, cómo el EA tuvo lugar bajo la bandera de la lucha contra la Izquierda, incluso si las flechas iban dirigidas abiertamente contra la Izquierda alemana, con la que la Izquierda italiana no se solidarizó en sus posiciones tácticas y políticas indecisas y vacilantes.

El discurso y las intervenciones del representante de la izquierda analizan críticamente todos los aspectos del movimiento comunista internacional y sus influencias reciprocas.

En primer lugar viene la táctica y la afirmación de que la experiencia revolucionaria del partido ruso podría responder a todas las cuestiones planteadas por el desarrollo capitalista. La experiencia rusa “en lo que a la táctica se refiere, no es suficiente”. Si “bolchevización” significa recurrir exclusivamente a la experiencia rusa para derrotar al Estado burgués moderno, que ha sido democrático parlamentario durante décadas, es un recurso vano. Rusia, su historia revolucionaria, no nos ofrece respuestas adecuadas y satisfactorias a la pregunta central: ¿cómo atacar y destruir el Estado secular de la burguesía? La izquierda responde que las formidables lecciones del victorioso Octubre deben integrarse con las lecciones de las derrotas de las experiencias del proletariado comunista de los países capitalistas maduros.

Para que no surjan malentendidos sobre posibles “terceras vías” al socialismo, hay que reiterar inmediatamente que “para nosotros es de capital importancia seguir el mismo camino que el partido ruso eligió para alcanzar la victoria”, el camino de la lucha armada, violenta, del proletariado organizado en sus organismos de clase dirigidos por el Partido Comunista Revolucionario. Hoy, la “vía rusa” es más actual que nunca! Pero “no basta”. No nos ilumina sobre cómo arrancar al proletariado de la sujeción al régimen burgués, a sus ideologías pacifistas, legalitarias, mistificadoras, a sus maniobras corruptoras. No nos aclara cómo movilizar a la clase obrera contra los sindicatos nacionales y capitalistas y los falsos partidos obreros que la aprisionan a los pies de la burguesía, solidarios en un frente único burgués con el Estado, hábiles manejadores del terrorismo armado y del engaño más despreciable. No nos indica cómo armar al proletariado, cómo devolverlo al frente de la guerra anticapitalista.

La derrota del Octubre alemán de 1923, el debilitamiento de la acción de los partidos comunistas, se busca en los errores de la dirección de cada partido. La IC corta la cabeza de los dirigentes “errados”, pero no tiene el coraje de revisar su línea política general. La respuesta a los “errores” se da con el sensacional descubrimiento de que los partidos no se convirtieron en verdaderos partidos bolcheviques. Después de ocho años nos damos cuenta de que los partidos de la Internacional dirigidos por el partido ruso no son partidos bolcheviques! ”Bolchevizar” los partidos es la respuesta sensacional del V Congreso y del EA. De ello se deduce que quien no se deja “bolchevizar” es un oportunista que debe ser expulsado del partido. En un terrible crescendo de intimidaciones y acusaciones, las asambleas de la IC se convirtieron en tribunales que juzgaban las acciones de los partidos y de sus dirigentes. La vida en los partidos y en la IC se volvió un infierno.

La solución a los graves problemas del movimiento comunista no se buscó en el examen y estudio objetivo de las situaciones, como recomendaba la Izquierda, sino que se buscó con medios que se parecían cada vez más a los de la diplomacia y la política parlamentaria burguesa. Estos métodos también dominaron en el partido ruso y fueron denunciados por la propia Krupskaya, viuda de Lenin, en el XIV congreso del partido ruso con un fuerte llamado a “determinar el marco de nuestro examen conjunto de las cuestiones de tal manera que permita una examen fraternal de estas cuestiones” y que “el examen de las cuestiones de principio no se reduce a una pequeña disputa entre organizaciones”. Un partido de “hierro”, como se pretendía que fuera un partido comunista, no podía construirse con “una especie de código penal de partido”, con el establecimiento de un “régimen de terror” practicado como un “deporte de intervenir, castigar, reprimir, aniquilar”, un “régimen de represalias permanentes”.

El aspecto más odioso fue cubrir estos métodos típicos de la burguesía con una máscara democrática de consulta a los miembros del partido, poniendo como testimonio la fórmula leninista del “centralismo democrático”. La izquierda advirtió que era preferible una “dictadura abierta” que la “máscara hipócrita” de las elecciones, manipulada por la Central, que monopoliza el aparato del partido y la prensa.

La cuestión de la organización y del método de trabajo interno del partido no parece obsoleta ni desactualizada, porque un partido en el que dominen estas prácticas aberrantes nunca podrá dar al proletariado garantías de conducirlo a la victoria. Cuando el partido está dominado por el aparato que se superpone a él, es incapaz de emprender una acción revolucionaria.

El centralismo “dictatorial” es un arma para reprimir a las clases enemigas, no para amalgamar las fuerzas voluntarias del partido, cuya consolidación unitaria pasa por el “centralismo orgánico”, a través del cual “la masa de militantes del partido desarrolla una conciencia política colectiva, que estudia en profundidad los problemas que enfrenta el partido”.

Además, no exigimos una democracia interna frente a la dictadura de la Central, porque ambas formas deben ser rechazadas. La disciplina ejecutiva de los militantes no depende de fórmulas, sino que es el resultado de una solución satisfactoria de las cuestiones fundamentales para todo el partido. En la IC la disciplina se vio socavada por las posiciones inadecuadas y oscilantes del Ejecutivo internacional, a menudo contradictorias. La unidad del partido encuentra su cemento orgánico en la “pasión revolucionaria” y en la “política revolucionaria correcta”.

Los continuos cambios de frente, las fórmulas tácticas indescifrables como las que ahora se conocen de “frente único político”, de “gobierno obrero” y “gobierno obrero y campesino”, de “bolchevización”, por no hablar del “socialismo en un solo país” y de “coexistencia pacífica”, de los “partidos simpatizantes”, etc. fueron causas de desorientación tanto entre los militantes del partido como entre el proletariado. A la larga, desacreditaron al partido entre la clase trabajadora y lo arrojaron de nuevo a los brazos de los partidos oportunistas y enemigos de la revolución.

La izquierda no se limitó a resumir sus muchos años de críticas al Ejecutivo. Contrastó una línea general que iba: desde el “frente único” en el terreno de las reivindicaciones económicas del proletariado, al fortalecimiento del partido a través de su organización como fracción comunista en las fábricas y en los sindicatos y con la conquista de los sindicatos a la dirección del partido a través de la Internacional de los Sindicatos Rojos revolucionarios, en contraposición a la Internacional Amarilla, la verdadera agencia del capitalismo mundial; desde la alianza con los campesinos pobres y semiproletarios organizados separadamente del proletariado urbano y rural, hasta el apoyo a las revueltas en los países coloniales contra el imperialismo mediante el establecimiento de partidos comunistas independientes del movimiento democrático nacional local, hasta la estricta dependencia de las secciones comunistas nacionales en el centro internacional, negando autonomía e independencia táctica y organizativa y asegurando disciplina ejecutiva al centro internacional de un partido comunista verdaderamente único y global.

Es a partir de estas premisas históricas que la izquierda ha tomado la clave para la reconstrucción de la teoría y del partido, sin revisar ni cambiar nada de la experiencia adquirida durante décadas de luchas, pero redescubriendo el hilo común del marxismo revolucionario.

En 1979, cuando persistían las peores condiciones negativas para la reanudación de la acción revolucionaria del proletariado a escala mundial, la Izquierda, organizada en el pequeño partido, pudo sobre todo realizar la tarea de restaurar la doctrina y volver a proponer el programa en un círculo cercano de simpatizantes, sin descuidar, sin embargo, la actividad en las raras luchas obreras, degradadas por una dirección política que representa la mano larga del enemigo de clase.

La fase negativa, aunque las crisis económicas del capitalismo se suceden cada vez con mayor frecuencia, según la antigua predicción de Marx, aún persiste debido al dominio sobre la clase obrera de falsos partidos y sindicatos obreros que, en la fase de máxima concentración y centralización del capital, han pasado al campo enemigo de cuyo dominio constituyen los pilares.

Esta es la confirmación concreta de los errores de valoración de la IC, que pretendía derrotar al oportunismo socialdemócrata, verdadero caballo de Troya en el seno del proletariado internacional, ofreciéndole una vez más el maldito “frente único político”. De ahí la indicación perentoria de la izquierda de que no es posible ninguna alianza, “frente único”, acuerdo con otros partidos y formaciones políticas del lado comunista. De ahí la indicación categórica de la reconstrucción de los sindicatos de clase anticapitalistas.

Es en esta línea general que se puede restablecer el movimiento obrero internacional. No existen otros caminos. No hay sustitutos ni trucos.







V Sesión
23 de Febrero de 1926
Informe de la discusión sobre el Reporte Ejecutivo

Relator: - Camaradas, tenemos ante nosotros un proyecto de tesis y un informe del Ejecutivo, pero creo que es absolutamente imposible limitar nuestra discusión a ellos.

En años anteriores, en las distintas sesiones de la I.C, tuve oportunidad de apoyar tesis y declaraciones que fueron, en su momento, excelentes, satisfactorias; pero en el desarrollo de la actividad de la Internacional, los hechos no siempre han correspondido a las esperanzas que estas declaraciones habían despertado en nosotros. Por eso es necesario discutir y examinar críticamente el desarrollo de la Internacional desde el punto de vista de los acontecimientos ocurridos desde el último congreso, de las perspectivas de la I.C. y las tareas que debe realizar.

Debo declarar que la situación en la que se encuentra la Internacional no puede considerarse satisfactoria. En cierto sentido estamos ante una crisis. Esta crisis no empezó hoy, sino que existe desde hace mucho tiempo. Esta declaración no proviene sólo de nosotros y de algunos grupos de camaradas de extrema izquierda. Los hechos demuestran que la existencia de esta crisis es reconocida por todos. Muy a menudo -especialmente en momentos críticos de nuestra actividad general- se lanzan consignas que básicamente contienen la admisión de que es necesario un cambio radical en nuestros métodos de trabajo. Es cierto que, en este momento, se declara que no se trata de proceder a una revisión, que no es necesario cambiar nada. Pero hay una contradicción evidente en esto. Y, para demostrar que la existencia de desviaciones y de una crisis en la Internacional es reconocida aquí por todos y no sólo por los descontentos de la ultraizquierda, queremos recorrer la historia de nuestra Internacional y sus diferentes etapas a vuelo de pájaro.

La fundación de la I.C después del colapso de la II Internacional, se produjo sobre la base de la consigna de que el proletariado debía crear partidos comunistas. Todos coincidieron entonces en que la correlaciòn objetiva de fuerzas favorecía la lucha revolucionaria final, pero que carecíamos del órgano para esta lucha. Se dijo: las premisas revolucionarias objetivas existen y, si tuviéramos partidos comunistas verdaderamente capaces de desarrollar la actividad revolucionaria, se darían todas las condiciones necesarias para una victoria completa.

En el III Congreso la Internacional -basándose en la experiencia de numerosos acontecimientos pero sobre todo en la experiencia de la acción de marzo de 1921 en Alemania- se vio obligada a constatar que la formación de partidos comunistas por sí sola no es suficiente. En casi todos los países importantes habían surgido sectores bastante fuertes de la I.C; pero el problema de la acción revolucionaria aún no se había resuelto. El partido alemán había creído posible luchar y abrir una ofensiva contra el enemigo, pero había sufrido una derrota. El III Congreso, ante este problema, tuvo que constatar que la presencia de los partidos comunistas no es suficiente cuando faltan las condiciones objetivas para la lucha. No se había tenido en cuenta que, cuando se lanza una ofensiva de este tipo, primero hay que conseguir grandes masas. Ni siquiera el partido comunista más fuerte es capaz, en una situación generalmente revolucionaria, de crear por un puro acto de voluntad las condiciones y los factores necesarios para una insurrección, si no ha sido capaz de reunir a su alrededor a grandes masas.

Esta fue, por tanto, una etapa en la que la Internacional reconoció que era necesario cambiar mucho. Siempre se ha sostenido que los discursos del III Congreso ya contenían la idea de la táctica del frente único, que luego fue formulada en las sesiones del posterior Ejecutivo Ampliado sobre la base de la situación política ilustrada por Lenin en el III Congreso. Esto no es del todo cierto, porque entretanto la situación había cambiado. En el período en que existía una situación objetiva favorable, no supimos utilizar de manera correcta el buen método de la ofensiva contra el capitalismo. Después del III Congreso ya no se trataba simplemente de lanzar una segunda ofensiva después de haber conquistado previamente a las masas. La burguesía nos había precedido; fue ella quien abrió la ofensiva contra las organizaciones obreras y los partidos comunistas en los países más importantes; y esta táctica de conquistar a las masas para la ofensiva, que había sido discutida en el III Congreso, se transformó en una táctica defensiva contra la acción desatada por la burguesía capitalista. Esta táctica se desarrolla, junto con el programa a implementar, estudiando el carácter de la ofensiva enemiga y reconociendo que la concentración del proletariado es la única que puede permitirnos conquistar a las masas a través de nuestros partidos y la transición, en un futuro no muy lejano, a la contraofensiva. En este sentido se concibió la táctica del frente único.

Valga decir que no tengo nada que objetar a las tesis del III Congreso sobre la necesidad de una solidaridad de masas: si menciono esta cuestión, es sólo para mostrar que la Internacional se vio una vez más obligada a reconocer que aún no estaba suficientemente madura para dirigir la lucha del proletariado mundial.

La aplicación de la táctica del frente único condujo a errores de la derecha, y estos errores se hicieron cada vez más claros después del III Congreso y especialmente después del IV. Esta táctica, que sólo puede aplicarse en un período defensivo, es decir, en una época en la que la crisis de descomposición del capitalismo ya no es tan aguda, esta táctica empleada por nosotros degeneró gravemente. En nuestra opinión, fue aceptada sin querer aclarar su significado exacto. No fue posible garantizar el mantenimiento del carácter específico del partido comunista. No tengo intención de repetir aquí las críticas que hemos hecho a la táctica del frente único tal como fue aplicada por la mayoría de la Internacional Comunista. No teníamos nada que objetar mientras se trataba de poner como base de nuestra acción las exigencias económicas inmediatas del proletariado, incluso las más elementales, que la ofensiva del enemigo planteaba. Pero cuando, con el pretexto de que era sólo un puente para la continuación de nuestro camino hacia la dictadura proletaria, se colocaron nuevos principios como base del frente único, que concernían directamente al poder central del Estado y al Gobierno obrero, nos volvimos opuestos y dijimos: aquí cruzamos los límites de la buena táctica revolucionaria.

Los comunistas sabemos muy bien que el desarrollo histórico de la clase obrera debe conducir a la dictadura del proletariado; pero es una acción que debe influir en las grandes masas, y para llegar a ellas no basta la pura y simple propaganda ideológica. En la medida en que podamos contribuir a la formación de la conciencia revolucionaria de las masas, lo lograremos gracias a la fuerza de nuestra concepción y nuestro comportamiento el desarrollo de los acontecimientos en cada una de las fases. De ello se deduce que este comportamiento no puede estar en contradicción con nuestra posición hacia la lucha final, es decir, el objetivo para el cual nuestro partido fue creado específicamente. Una agitación basada en una consigna como la de gobierno obrero no puede dejar de producir confusión en la conciencia de las masas; e incluso del partido y su estado mayor.

Criticamos todo esto a priori, y aquí me limito únicamente a recordar en líneas generales el juicio que formulamos en su momento. Cuando entonces nos vimos ante los errores a que había conducido esta táctica, especialmente cuando se produjo la derrota en Alemania en Octubre de 1923, la Internacional reconoció que había estado equivocada. Este no fue un accidente menor; fue un error que tuvimos que pagar con la esperanza de conquistar, después del primer país adquirido en la revolución proletaria, otro país grande, que, desde el punto de vista de la revolución mundial, habría sido de enorme importancia.

Desgraciadamente se limitaron a decir: no se trata de revisar radicalmente las resoluciones del IV Congreso, sólo es necesario destituir a algunos camaradas que cometieron errores en la aplicación de la táctica del frente único; es necesario encontrar a los responsables. Allí se encontraron en el ala derecha del partido alemán, no querían admitir que la responsabilidad recaía sobre toda la Internacional. Sin embargo, las tesis fueron revisadas y se dio una formulación completamente diferente del gobierno obrero.

¿Por qué no estamos de acuerdo con las tesis del V Congreso? Porque, en nuestra opinión, la revisión no es suficiente; las fórmulas individuales deberían haberse aclarado mejor: pero si estábamos en contra de las decisiones del V Congreso es sobre todo porque no eliminaron los errores graves y porque, en nuestra opinión, no es bueno limitar la cuestión a un juicio contra personas individuales, mientras que lo que se necesita es un cambio en la propia Internacional. No queríamos tomar este camino sano y valiente. Hemos criticado repetidamente el hecho de que en nuestro interior, en el entorno en el que trabajamos, se fomente un espíritu parlamentario y diplomático. Las tesis son muy a la izquierdas, los discursos son muy a la izquierdas, incluso aquellos contra quienes van dirigidas votan por ellas, porque creen que así se inmunizarán. Pero no nos limitamos a ceñirnos a la letra; predijimos lo que sucedería después del V Congreso, por lo que no podíamos estar satisfechos con ello.

Quisiera señalar aquí que en varias ocasiones nos hemos visto obligados a reconocer que había que cambiar radicalmente la línea. La primera vez no se entendió la cuestión de conquistar a las masas. La segunda vez se trató de la táctica del frente único, y en el III Congreso se hizo una revisión completa de la línea seguida hasta entonces. Pero eso no es todo, en el V Congreso y en el E.A. de marzo de 1925 se volvió a comprobar que todo iba mal; se dice: han pasado seis años desde la fundación de la Internacional, pero ninguno de sus partidos ha logrado hacer la revolución. Es cierto que la situación se ha vuelto más desfavorable: ahora nos enfrentamos a una cierta estabilización del capitalismo. A pesar de ello, se declara que, en la actividad de la Internacional, hay que cambiar muchas cosas. Aún no se ha comprendido qué hay que hacer y se levanta la consigna de bolchevización. Increíble pero cierto: han pasado 8 años desde la victoria de los bolcheviques rusos, ¡y ahora hay que señalar que los demás partidos no son bolcheviques! ¡Que se necesita un cambio radical para llevarlos al nivel de los partidos bolcheviques! ¿Entonces nadie lo había notado antes?

Se plantea la objeción: ¿por qué no protestaron ustedes, inmediatamente en el V Congreso, contra la consigna de bolchevización? Porque, cuando se dijo que los demás partidos debían adquirir la capacidad revolucionaria que permitiera la victoria del partido bolchevique, nadie podía tener nada que objetar. Pero ahora ya no es una simple consigna, un simple eslogan. Ahora nos enfrentamos a hechos y experiencias. Ahora es necesario hacer un balance de la bolchevización y ver en qué consistió.

Sostengo que este saldo es negativo desde varios puntos de vista. El problema que se suponía debía resolver no se ha resuelto, no se ha avanzado en la aplicación de los métodos de bolchevización a todos los partidos.

Tengo que abordar el problema desde diferentes puntos de vista y, en primer lugar, desde el punto de vista histórico.

Sólo hay un partido que logró la victoria revolucionaria: el Partido Bolchevique Ruso. Es de capital importancia para nosotros seguir el mismo camino que eligió el partido ruso para lograr la victoria. Es muy cierto: pero no es suficiente. Es innegable que el camino histórico elegido por el partido ruso no puede mostrar todos los aspectos del desarrollo histórico que les espera a otros partidos. El partido ruso luchaba en un país donde la revolución liberal burguesa aún no había terminado; el partido ruso - es un hecho - luchó en condiciones particulares, es decir, en un país donde la autocracia feudal aún no había sido derrocada por la burguesía capitalista. Entre el derrocamiento de la autocracia feudal y la conquista del poder por el proletariado hubo un período demasiado corto para que este desarrollo sea comparable al que tendrá que experimentar la revolución proletaria en los demás países. No hubo tiempo suficiente para que surgiera un aparato estatal burgués sobre las ruinas del aparato estatal zarista y feudal. Por lo tanto, el desarrollo en Rusia no nos proporciona la experiencia fundamentalmente importante de cómo el proletariado tendrá que derrocar al moderno Estado capitalista, liberal y parlamentario, que existe desde hace muchos, muchos años y tiene la capacidad de defenderse.

Dadas estas diferencias, el hecho de que la revolución rusa confirmó nuestra doctrina, nuestro programa, nuestra concepción del papel de la clase obrera en el desarrollo histórico, es tanto más importante desde un punto de vista teórico, ya que la revolución rusa, a pesar de estas particulares condiciones, llevo a la conquista del poder y la dictadura del proletariado por parte del partido comunista. En esto la teoría del marxismo revolucionario ha encontrado su mayor confirmación histórica.

Desde un punto de vista ideológico, esto tiene una importancia decisiva; pero, en lo que a la táctica se refiere, no es suficiente. Debemos saber cómo se ataca y conquista al Estado burgués moderno, un Estado que se defiende en la lucha armada incluso más eficazmente que la autocracia zarista fue capaz de defenderse y que, además, también se defiende con la ayuda de la movilización ideológica y la educación derrotista del proletariado por la burguesía. Este problema no surge en la historia del Partido Comunista Ruso, y si se interpreta la bolchevización en el sentido de que se puede pedir a la revolución del Partido Ruso que resuelva todos los problemas estratégicos de la lucha revolucionaria, tal concepto de bolchevización es insuficiente... La Internacional debe construir un concepto más amplio, debe encontrar soluciones a problemas estratégicos que están fuera del alcance de la experiencia rusa. Esto debe usarse plenamente, no debe rechazarse nada en él, debe mantenerse siempre ante los ojos; pero también necesitamos elementos integradores, extraídos de la experiencia de la clase trabajadora en Occidente. Esto es lo que hay que decir, desde el punto de vista histórico y táctico, sobre la bolchevización. La experiencia táctica en Rusia no nos ha mostrado cómo debemos proceder en la lucha contra la democracia burguesa: no nos da idea de las dificultades y tareas que traerá a la luz el desarrollo de la lucha proletaria en nuestros países.

Otro aspecto del problema de la bolchevización es la cuestión de la reorganización del partido. En 1925, de repente, se declaró: toda la organización de las secciones de la Internacional está equivocada. El ABC de la organización aún no se ha aplicado. Ya hemos planteado todos los problemas, pero aún no se ha hecho lo esencial, es decir, no se ha resuelto el problema de nuestra organización interna. Por lo tanto, se reconoce que hemos avanzado en una dirección completamente equivocada. Ahora sé muy bien que no se desea limitar la consigna de bolchevización a un problema de organización. Pero este problema tiene un aspecto organizativo, y aquí se destacó que éste es el más importante. Los partidos no están organizados como lo estaba y está organizado el Partido Bolchevique Ruso, porque su organización no se basa en el principio del lugar de trabajo, porque conservan el tipo de organización territorial, que sería absolutamente irreconciliable con las tareas de un partido revolucionario, que serìa un tipo característico de partidos parlamentarios socialdemócratas. Si se considera necesario transformar la organización de nuestros partidos en este sentido, y si esta transformación se presenta no como una medida práctica adecuada a diferentes países en determinadas condiciones, sino como una medida general y fundamental para toda la Internacional, como una corrección de un error básicamente, como premisa necesaria para el desarrollo de nuestros partidos hasta convertirse en partidos verdaderamente comunistas- entonces no podemos estar de acuerdo. Después de todo, es muy extraño que no hayamos sido conscientes de esto hasta ahora. Se argumenta que la transición a células de empresas ya estaba contenida en las tesis del III Congreso. Pero es muy extraño que hayamos esperado de 1921 a 1925 para proceder a la ejecución.

La tesis de que un partido comunista debe construirse incondicionalmente sobre la base del lugar de trabajo es teóricamente errónea. Según Marx y Lenin, en virtud de un principio bien conocido y formulado con precisión, la revolución no es una cuestión de forma de organización. Para resolver el problema de la revolución no basta con encontrar una fórmula organizativa. Los problemas que tenemos ante nosotros son problemas de fuerza, no de forma. Los marxistas siempre hemos combatido las escuelas sindicalistas y semiutópicas que decían: agrupad la clase en una determinada organización, sindicato, cooperativa, etc., y la revolución se hará. Hoy se dice, o al menos se hace una campaña en este sentido: la organización debe construirse sobre la base de células de fàbricas y todos los problemas de la revolución se resolverán. Se añade: el partido ruso pudo hacer la revolución porque se construyó sobre esta base.

Seguramente se dirá que exagero; pero varios camaradas podrán confirmar que la campaña se llevó a cabo sobre la base de tesis similares. Lo que nos interesa es la impresión que estas consignas dejan en la clase obrera y en los miembros de nuestro partido. En cuanto al trabajo de célula, se ha creado la impresión de que ésta es la receta infalible para el verdadero comunismo y la revolución. Ahora discuto que el partido comunista deba construirse necesariamente sobre la base de células de fàbricas. En las mismas tesis sobre la organización presentadas por Lenin en el III Congreso, se subraya repetidamente el hecho de que, en cuestiones de organización, no puede haber una solución en principio válida para todos los países y para todos los tiempos. No discutimos que las células de fàbricas como base de la organización del partido hayan dado buenos resultados en la situación rusa. No quiero detenerme demasiado en esta cuestión; En la exhaustiva discusión ante el Congreso italiano, ya hemos dicho que en Rusia hubo varias causas históricas que militaron a favor de organizarse sobre esta base.

¿Por qué pensamos que la cèlulas de fàbricas en otros países presenta desventajas en comparación con la situación en Rusia? En primer lugar, porque los trabajadores organizados en la célula nunca están en condiciones de discutir todas las cuestiones políticas. En el mismo informe del Ejecutivo del I.C, en este Pleno se observó que en casi ningún país las células de empresas logran ocuparse de problemas políticos. Se dice que hubo exageración, que se procedió apresuradamente a la reorganización de los partidos; pero que es sólo un error práctico y secundario. Sin embargo, no se puede negar que no es poca cosa que el partido haya sido privado de su organización fundamental, una organización capaz de discutir los problemas políticos, y que la nueva organización, después de un año de existencia, todavía no cumpla con este cometido su función vital. Si llegamos a un resultado similar, no nos enfrentamos a errores individuales, sino a un enfoque equivocado de todo el problema. Y esto no es algo que deba tomarse a la ligera. La pregunta es muy importante. En nuestra opinión, no es casualidad que las células de fàbricas no discutan los problemas políticos, porque en un país capitalista los trabajadores agrupados en el círculo pequeño y restringido de su empresa no tienen la posibilidad de afrontar los problemas generales y conectar las demandas inmediatas con el objetivo ùltimo del comunismo. En una asamblea de trabajadores interesados en los mismos pequeños problemas inmediatos y que no pertenecen a categorías profesionales diferentes, los problemas de estas reivindicaciones inmediatas pueden ciertamente discutirse, pero en esta asamblea no se puede encontrar ninguna base para una discusión sobre los problemas generales, sobre los problemas que conciernen a toda la clase obrera, es decir, el trabajo político de clase no puede realizarse como corresponde a un partido comunista.

Se nos dirá: lo que ustedes piden, lo piden todos los elementos de derecha; se quieren organizaciones territoriales en cuyas asambleas los intelectuales dominen toda la discusión con sus largos discursos. Pero este peligro de demagogia y de engaño por parte de los dirigentes siempre existirá, ha existido desde que existe un partido proletario; sin embargo, ni Marx ni Lenin, que abordaron profundamente este problema, pensaron jamás en resolverlo mediante un boicot a los intelectuales o no proletarios. De hecho, subrayaron repetidamente el papel históricamente necesario de los desertores de la clase dominante en la revolución. Se sabe que, en general, el oportunismo y la traición penetran en el partido y en las masas a través de ciertos dirigentes; pero la lucha contra este peligro debe llevarse a cabo de otra manera. Incluso si la clase obrera pudiera prescindir de los intelectuales ex burgueses, no podría prescindir de líderes, agitadores, periodistas, etc., y no le quedaría más que buscarlos en las filas de los trabajadores. Pero el peligro de la corrupción y la demagogia de estos trabajadores convertidos en líderes no se puede distinguir del peligro de la corrupción y la demagogia de los intelectuales. En algunos casos, fueron los ex trabajadores quienes desempeñaron el papel más sucio en el movimiento obrero, es un hecho universalmente conocido. Y, por último, ¿ha sido eliminado el papel de los intelectuales por la organización de células empresariales tal como se practica hoy? El opuesto es verdad. Son los intelectuales que, junto con los ex trabajadores, conforman el aparato del partido. El papel de estos elementos sociales no ha cambiado; de hecho, se ha vuelto aún más peligroso. Si admitimos que estos elementos pueden verse corrompidos por su posición como funcionarios, esta dificultad existe, porque les hemos dado una posición mucho más responsable que en el pasado: de hecho, en las reuniones de células de las pequeñas empresas, los trabajadores prácticamente no tienen libertad de movimiento, no tienen base suficiente para influir en el partido con su instinto de clase.

El peligro contra el que advertimos no reside, por tanto, en la disminución de la influencia de los intelectuales, sino, por el contrario, en el hecho de que los trabajadores sólo se interesan por las necesidades inmediatas de su empresa y no ven los grandes problemas del desarrollo revolucionario general de su clase. La nueva forma de organización es, por tanto, menos adecuada para la lucha de clases proletaria en el sentido más serio y amplio del término.

En Rusia, los grandes problemas generales del desarrollo revolucionario, el problema del Estado, de la conquista del poder, estuvieron en todo momento a la orden del día, porque el aparato estatal feudal y zarista fue irremediablemente condenado y porque cada grupo de trabajadores fue colocado en cualquier momento, por su posición en la vida social y por la presión administrativa, ante estos problemas. Las desviaciones oportunistas no constituyeron un problema particular en Rusia, porque faltaba la base para la corrupción del movimiento proletario por parte del Estado capitalista, hábil como es en ejercer el arma de las concesiones democráticas y las ilusiones colaboracionistas.

También hay una diferencia práctica.

Naturalmente, debemos dar a la organización de nuestro partido la forma que mejor se preste a resistir las represalias. Debemos protegernos contra los intentos policiales de disolver nuestro partido. En Rusia, la organización por células de empresa era la forma más adecuada para este fin, porque en las calles, en las ciudades, en la vida pública, el movimiento obrero era imposible por medidas policiales extremadamente severas. Por tanto, era físicamente imposible organizarse fuera de la empresa. Sólo en la fàbrica los trabajadores podían reunirse para discutir sus problemas sin ser supervisados. Además, sólo en la fàbrica se situaron los problemas de clase en el terreno del antagonismo entre capital y trabajo. Las pequeñas cuestiones económicas que afectan a la empresa, por ejemplo el problema planteado por Lenin de las multas, representaban desde el punto de vista histórico, en comparación con las reivindicaciones liberales que los trabajadores y la burguesía plantearon juntos contra la autocracia, reivindicaciones progresistas; pero, en relación con la cuestión de la toma del poder en la lucha contra la democracia burguesa como nueva forma de Estado, las demandas proletarias inmediatas son problemas de importancia subordinada. Dado que esta cuestión de la toma del poder sólo podía plantearse después de la caída del zarismo, era necesario trasladar el centro de la lucha a la empresa, ya que la empresa era el único terreno en el que el partido proletario autónomo podía manifestarse.

Si en Rusia la burguesía y los capitalistas eran los aliados del zar, eran al mismo tiempo quienes debían derrocarlo, quienes representaban la premisa de la caída del poder autocrático. Por lo tanto, en Rusia no ha habido una solidaridad tan completa entre los industriales y el Estado como en los países capitalistas modernos. En estos países existe absoluta solidaridad entre el aparato estatal y los empresarios; es su Estado, su aparato político. Y es el aparato estatal el que históricamente demuestra ser un instrumento del capitalismo y el que crea los órganos adecuados y los pone a disposición de los empresarios. Si un trabajador intenta organizar a otros trabajadores de la empresa, el empresario recurre a la policía, al espionaje, etc. Por lo tanto, en los estados capitalistas modernos el trabajo de partido en las fábricas es mucho más peligroso. A la burguesía le resulta fácil descubrir el trabajo de partido en las empresas. Y es por esta razón que proponemos trasladar la organización fundamental del partido no dentro de las empresas, sino fuera de ellas. Quiero mencionar aquí sólo un pequeño hecho. En Italia se están reclutando hoy nuevos agentes de policía. Las condiciones de admisión son muy estrictas. Pero el acceso se facilita a quienes tienen una profesión y pueden trabajar en fábricas. Esto demuestra que la policía busca personas capaces de trabajar en diferentes industrias para poder utilizarlas con el fin de descubrir trabajos revolucionarios en las empresas.

Además, supimos que una asociación internacional antibolchevique ha decidido organizarse en células para actuar como contrapeso al movimiento comunista.

Otro tema. Aquí se decía que se había manifestado otro peligro: el peligro de la aristocracia obrera. Está claro que este peligro es característico de períodos en los que estamos amenazados por el oportunismo y el papel que pretende desempeñar en la corrupción del movimiento obrero. Pero la forma más sencilla para que la influencia de la aristocracia obrera se infiltre en nuestras filas es sin duda la de la organización basada en células de empresa, porque en la empresa es inevitable que prevalezca la influencia del trabajador que ocupa un puesto más alto en la jerarquía técnica de trabajo.

Por todo ello, y sin que sea una cuestión de principios, pedimos que la organización básica del partido, por razones políticas y técnicas, siga siendo la organización territorial.

¿Quizás queramos, por este motivo, descuidar el trabajo del partido en las empresas? ¿Negamos tal vez que el trabajo comunista en las empresas sea una base importante para conectarse con las masas? Absolutamente no. El partido debe tener su propia organización en la fábrica, pero ésta no debe constituir la base del partido. Deben existir organizaciones partidistas en las fábricas que estén sujetas a la dirección política del partido. Es imposible conseguir una conexión con la clase trabajadora si no se tiene una organización en la empresa; pero esta organización debe ser la fracción comunista. Para fortalecer mi tesis, diré lo siguiente. En Italia, en una época en la que el fascismo aún no existía, creamos esa red de fracciones y considerábamos esta actividad como la más importante para nosotros. En la práctica, son las fracciones comunistas en las empresas y en los sindicatos las que siempre han respondido a la tarea específica de acercarnos a las masas. La conexión con el partido proporciona a estos organismos obreros elementos políticos y de clase en el sentido más amplio de la palabra, que reciben su impulso no sólo del estrecho círculo de la profesión y la fábrica. Por tanto, estamos a favor de una red de organizaciones comunistas en las fábricas; pero, en nuestra opinión, el trabajo político debe realizarse en las organizaciones territoriales.

No puedo detenerme aquí en las deducciones que se sacaron de nuestro comportamiento en este asunto durante el debate en Italia. En el congreso y en nuestras tesis abordamos exhaustivamente la cuestión teórica de la naturaleza del partido. Se ha argumentado que nuestra visión no es una visión de clase; Habríamos exigido que el partido permitiera que elementos heterogéneos, como los intelectuales, desarrollaran una mayor actividad. No es cierto. No combatimos la organización basada exclusivamente en células de empresa porque de esta manera el partido estaría formado exclusivamente por trabajadores. Lo que nos asusta es el peligro del laborismo y del obrerismo, que es el peor peligro antimarxista. El partido es proletario porque está en el camino histórico de la revolución, de la lucha por los objetivos últimos a los que sólo aspira la clase trabajadora. Esto es lo que hace que un partido sea proletario, no el criterio automático de su composición social.

El carácter del partido no se ve comprometido por la participación activa de todos aquellos que participan en su trabajo, que aceptan su doctrina y quieren luchar por los objetivos de la clase trabajadora.

Todo lo que pueda decirse sobre este terreno a favor de las células corporativas es demagogia vulgar, que se basa en la consigna de bolchevización, pero que nos lleva directamente a negar la lucha del marxismo y el leninismo contra las concepciones banales, mecánicas y derrotistas del oportunismo y el menchevismo.



[
Contra el terrorismo ideológico dentro del Partido]

Y llego a otro aspecto de la bolchevización. El del régimen interno vigente en el partido y en la Internacional Comunista.

Aquí se hizo un nuevo descubrimiento. Lo que les falta a todas las secciones es la férrea disciplina bolchevique, de la que el partido ruso nos da un ejemplo. Se dictó una prohibición absoluta de facciones y se estableció la obligación de que todos los militantes, cualquiera que fuera su opinión, participaran en el trabajo común. Soy de la opinión que, incluso en este terreno, la cuestión de la bolchevización se ha planteado de manera muy demagógica.

Cuando se pone el problema en la forma ¿Se puede permitir que X o Y constituyan una fracción? Todo comunista responderá que no. Pero el problema no puede plantearse de esta forma. Ya hay resultados que demuestran que los métodos utilizados no benefician ni al partido ni a la Internacional. Esta cuestión de la disciplina interna y las facciones debe plantearse, desde el punto de vista marxista, de una manera muy diferente y mucho más compleja. Nos preguntamos ¿Qué quieres? ¿Quizás el partido se parezca a un parlamento en el que todos tienen el derecho democrático de luchar por el poder y ganar la mayoría? Pero plantear la pregunta de esta manera es incorrecto; dicho así, sólo es posible una respuesta. Naturalmente, estamos en contra de un sistema tan ridículo, es un hecho que debemos tener un partido absolutamente homogéneo, sin divergencias de ideas y sin agrupaciones diferentes en su seno. Pero esto no es un dogma, no es un principio a priori; es un objetivo por el cual debemos y podemos luchar durante el desarrollo que conduce a la formación de un verdadero partido comunista, con la condición de que todas las cuestiones ideológicas, tácticas y organizativas se planteen y resuelvan correctamente.

Dentro de la clase trabajadora, las acciones e iniciativas en la lucha de clases están determinadas por las relaciones económicas en las que viven los diferentes grupos. El partido político tiene la tarea de reunir y unificar todo lo que estas acciones tienen en común desde el punto de vista de los objetivos revolucionarios del proletariado en todo el mundo. La unidad en su interior, el cese de las divergencias, la desaparición de las luchas entre facciones demostrarán que está en el mejor camino para llevar a cabo su tarea de la manera correcta. Pero cuando surgen divergencias, esto significa que la política del partido ha caído en errores, que no tiene la capacidad de combatir victoriosamente las tendencias desviacionistas del movimiento obrero que, en determinadas circunstancias de la situación general, suelen surgir. Cuando se presentan casos de indisciplina, representan un síntoma de que el partido aún no ha alcanzado esa capacidad. Por tanto, la disciplina es un punto de llegada, no un punto de partida, ni una plataforma que pueda considerarse inquebrantable. Esto está relacionado, además, con el carácter voluntario de la afiliación a nuestra organización del partido. Por lo tanto, no es en una especie de código penal del partido donde se puede buscar un remedio para los frecuentes casos de indisciplina.

Ahora bien, en los últimos tiempos se ha instaurado en nuestros partidos un régimen de terror, una especie de deporte que consiste en intervenir, castigar, reprimir, aniquilar, y esto con un gusto muy particular como si fuera el ideal de vida del partido. Los héroes de estas brillantes operaciones parecen incluso creer que son prueba de capacidad y energía revolucionarias. Yo, sin embargo, creo que los verdaderos y buenos revolucionarios son, en general, aquellos camaradas que son objeto de medidas tan excepcionales y que las toleran pacientemente para no arruinar al partido. Creo que este derroche de energía, este deporte, esta lucha dentro del partido, no tiene nada que ver con el trabajo revolucionario que tenemos que hacer. Llegará el día en que se tratará de golpear y destruir el capitalismo, es en este terreno donde nuestro partido demostrará su energía revolucionaria. No queremos ninguna anarquía en el partido, pero tampoco queremos un régimen de represalias permanentes, que no es otra cosa que la negación de su unidad y coheción.

Hoy el punto de vista oficial es el siguiente, el Centro actual es eterno, puede hacer lo que quiera porque, cuando toma medidas contra quienes le resisten, cuando frustra intrigas y derrota a la oposición, siempre tiene razón. Pero el mérito no consiste en aplastar las revueltas; lo importante es que no se produzcan revueltas. La unidad del partido se reconoce por los resultados obtenidos, no por un régimen de amenazas y terror. Está claro que las sanciones son necesarias en nuestros estatutos, pero deben aplicarse sólo en casos excepcionales y no deben derivar en procedimientos normales y permanentes dentro del partido. Cuando hay elementos que claramente se salen del camino común, está claro que hay que tomar medidas contra ellos. Pero cuando en una sociedad el uso del código penal se convierte en la regla, lo que significa es que esa sociedad no es la más perfecta. Las sanciones deben apuntar a casos excepcionales, no convertirse en la norma, una especie de deporte, el ideal de los líderes del partido. Esto es lo que debe cambiar si queremos construir un bloque sólido en el verdadero sentido del término.

Las tesis aquí presentadas contienen algunas buenas ideas sobre el tema. Nuestro objetivo es otorgar un poco más de libertad. Quizás sea un poco tarde. Quizás pensamos que podemos conceder un poco más de libertad a los “vencidos” que ya no pueden levantarse.

Pero dejemos las tesis de lado y consideremos los hechos. Siempre se ha dicho que nuestros partidos deben construirse sobre la base del centralismo democrático. Quizás sería bueno buscar otra expresión en lugar de democracia; sin embargo, esa es la fórmula de Lenin. ¿Cómo se logra el centralismo democrático? A través de la elegibilidad de los camaradas, la consulta de las masas del partido para la solución de determinados problemas. Por supuesto, para un partido revolucionario, esa regla puede dar lugar a excepciones. Es propio del régimen de partido que, en ocasiones, el Centro diga: Compañeros, normalmente el partido debería consultarles; pero como la lucha contra el enemigo atraviesa un momento peligroso, como no hay un minuto que perder, actuamos sin consultaros. Pero lo peligroso es dar lugar a la apariencia de una consulta cuando en realidad se trata de proceder desde arriba; explotar la circunstancia de que el Centro tiene en sus garras todo el aparato del partido y la presión. En Italia dijimos que reconocemos la dictadura, pero odiamos estos métodos a la Giolitti. ¿No es la democracia burguesa un medio de engaño? ¿Y es ésta quizás la democracia que usted propone concedernos e implementar en el partido? Entonces sería preferible una dictadura que tuviera el coraje de no ponerse una máscara hipócrita. O se introduce en el partido una verdadera forma democrática, es decir, una democracia que permita al Centro utilizar el aparato de manera correcta, o será inevitable que, especialmente entre los trabajadores, se extiendan estados de ánimo de insatisfacción y malestar.

Necesitamos un régimen interno más saludable. Es absolutamente necesario dar al partido la oportunidad de formarse una opinión y de expresarla y apoyarla con franqueza. En el congreso del partido italiano dije que el error estaba en no hacer, dentro del partido, una distinción clara entre agitación y propaganda. La agitación se lleva a cabo entre una gran masa de gente para aclarar una serie de ideas muy simples; la propaganda, por otra parte, afecta a una capa relativamente limitada de camaradas a quienes se les ilustra un mayor número de ideas complejas. El error que hemos cometido es limitarnos a la agitación dentro del partido; considerar a la masa de sus miembros como, en principio, discapacitada; tratarlos como elementos que se pueden poner en marcha, no como un factor operativo del trabajo común. Una agitación basada en fórmulas aprendidas de memoria es concebible hasta cierto punto, cuando se trata de obtener los mayores efectos con el mínimo gasto de fuerza, cuando se quiere poner en movimiento grandes masas en las que el factor voluntad y conciencia juega un papel secundario. Pero en el partido las cosas son completamente diferentes. Pedimos que, en su seno, se ponga fin a estos métodos de agitación. El partido debe reunir en torno a sí a esa parte de la clase obrera que posee y en la que prevalece la conciencia de clase, a menos que se defienda precisamente esa teoría de los elegidos que alguna vez sirvió como acusación (y acusación infundada) contra nosotros. Es necesario que la masa de militantes del partido desarrolle una conciencia política colectiva, que estudie en profundidad los problemas que enfrenta el partido comunista. En este sentido, es de suma urgencia cambiar el régimen interno del partido.

Y llego a las fracciones. En mi opinión, la cuestión de las fracciones no debería plantearse desde el punto de vista de la moral, desde el punto de vista del código penal. ¿Existe un solo ejemplo en la historia de algún compañero de clase que organiza una fracción para divertirse? No, un caso así nunca ha ocurrido. ¿Hay un ejemplo en la historia de que el oportunismo se infiltró en el partido gracias a una facción, de que la organización de facciones sirvió de base para la movilización de la clase obrera y el partido revolucionario se salvó gracias a la intervención de los asesinos de fracciones? No, la experiencia demuestra que el oportunismo siempre penetra en nuestras filas tras la máscara de la unidad. Le interesa influir en la mayor masa posible y, por tanto, es detrás de la pantalla de la unidad donde hace sus insidiosas propuestas. La historia de las fracciones muestra, en general, que no honran a los partidos en los que se forman, sino a los camaradas que las crean. La historia de las fracciones es la historia de Lenin; no es la historia de los ataques a la existencia de partidos revolucionarios, sino de su cristalización y su defensa contra influencias oportunistas.

Cuando se intenta organizar una fracción, para poder decir que se trata, directa o indirectamente, de una maniobra burguesa para infiltrarse en el partido es necesario tener pruebas. No creo que, en general, esta maniobra adopte esa forma. En el congreso del partido italiano planteamos la cuestión en relación con la izquierda de nuestro partido. Todos conocemos la historia del oportunismo. ¿Cuándo se convierte un grupo en representante de las influencias burguesas dentro de un partido proletario? En general, grupos similares han encontrado un terreno fértil entre los dirigentes sindicales o los representantes de los partidos en el parlamento, o entre camaradas que, en cuestiones de estrategia y táctica del partido, actuaron como portavoces de la colaboración de clases, de las alianzas con otros alineamientos sociales y políticos. Antes de hablar de fracciones que hay que aplastar, al menos deberíamos poder demostrar que están relacionadas con la burguesía o con los círculos y entornos burgueses, o que se basan en relaciones personales con ellos. Si este análisis no es posible, entonces debemos buscar las causas históricas del origen de la fracción, en lugar de condenarla a priori.

La génesis de una fracción indica que algo anda mal con el partido. Para remediar el mal hay que remontarse a las causas históricas que lo produjeron, que determinaron el nacimiento de la fracción o la tendencia a establecerla; y estas causas residen en los errores ideológicos y políticos del partido. Las fracciones no son la enfermedad, son un síntoma y, si se quiere combatir el organismo enfermo, no se deben combatir los síntomas, sino tratar de establecer las causas de la enfermedad. Por otro lado, en la mayoría de los casos nos encontramos ante grupos de compañeros que en absoluto han intentado crear una organización propia o similar; a puntos de vista, a tendencias que intentaron abrirse camino por la via del trabajo normal, regular y colectivo del partido. Con el método de caza de fracciones, de las campañas de escándalo, de la vigilancia policial y de la desconfianza hacia los camaradas -método que en realidad constituye el peor faccionalismo rampante en las instancias superiores del partido- las condiciones de nuestro movimiento no han hecho más que empeorar y toda crítica objetiva ha sido empujada hacia el faccionalismo.

No es con estos métodos que se puede crear la unidad del partido. Con ellos sólo se establece un régimen que lo vuelve inepto e impotente. Es absolutamente necesaria una transformación radical de los métodos de trabajo. Las consecuencias, de lo contrario, serán de una gravedad extrema.

La crisis del partido francés nos ofrece un ejemplo ¿Cómo procedió el partido francés contra las fracciones? Muy mal, por ejemplo en la cuestión de la naciente fracción sindical. Los camaradas expulsados ​​del partido han vuelto a sus viejos amores y publican un periódico en el que expresan sus ideas. Está claro que están equivocados. Pero las causas de esta grave desviación ideológica no se encuentran en los caprichos de los chicos malos Rosmer y Monatte, más bien se encuentran en los errores del partido francés y de toda la Internacional.

Al luchar en el terreno ideológico contra los errores sindicalistas, logramos arrebatar a grandes capas de trabajadores la influencia de elementos sindicalistas y anarquistas. Ahora estas concepciones resurgen. ¿Por qué? También porque el régimen interno del partido, su maquiavelismo exagerado, causó mala impresión en la clase obrera e hizo posible el resurgimiento de esas teorías, así como de la idea preconcebida de que el partido político es en sí mismo algo sucio y que sólo la lucha económica podrá salvar a la clase proletaria. Estos errores fundamentales amenazan con reaparecer en el proletariado, porque la Internacional y los partidos comunistas no han podido demostrar con hechos y simples declaraciones teóricas, cuál es la diferencia esencial entre una política en el sentido revolucionario y leninista y la política de los viejos partidos socialdemócratas, cuya degeneración antes de la guerra había provocado como reacción el sindicalismo.

Si las viejas teorías de la acción económica y de la oposición a cualquier actividad política lograron algunos éxitos en el proletariado francés, se debe a que, en la línea política del partido comunista, se permitió cometer toda una serie de errores.

Semard: - Usted dice que las fracciones tienen su causa en los errores de la dirección del partido. Pero la fracción de derecha en Francia se formó precisamente en el momento en que el Cento reconoció y corrigió sus errores.

Interlocutor: - Camarada Semard, si queréis presentaros al Buen Dios con el único mérito de haber reconocido vuestros errores, habéis hecho muy poco por la salvación de vuestra alma.

Creo, camaradas, que es necesario demostrar con nuestra estrategia y nuestra táctica proletaria, los errores que cometen estos elementos anarcosindicalistas. Ahora se ha creado entre la clase obrera la impresión de que existen las mismas deficiencias en el Partido Comunista que en otros partidos políticos, y por eso tiene cierta desconfianza hacia nuestro partido. Esta desconfianza tiene su origen en los métodos y maniobras que se utilizan en nuestras filas. Se podría decir que actuamos no sólo hacia el mundo exterior, sino también en la vida política interna del partido como si la buena “política” fuera un arte, una técnica común a todos los partidos. Como si trabajaras con un manual maquiavélico de habilidad política en el bolsillo. Pero el partido de la clase obrera tiene la tarea de introducir una nueva forma de política, que no tiene nada en común con los métodos viles e insidiosos del parlamentarismo burgués. Si no demostramos esto al proletariado, nunca podremos lograr una influencia útil y vigorosa sobre él y los anarcosindicalistas habrán vencido.

En cuanto a la fracción de derecha en Francia, no dudo en decir que lo considero en general un fenómeno saludable y no una prueba de la infiltración de elementos pequeñoburgueses en el partido. La teoría y las tácticas que defiende son erróneas, pero es en parte una reacción muy útil a los errores políticos y al mal régimen de la dirección del partido. Pero la responsabilidad de estos errores no recae únicamente en el Centro del partido francés. Es la línea general de la Internacional la que provoca la creación de fracciones. Por supuesto, en lo que respecta al frente único, estoy en completa antítesis del punto de vista de la derecha francesa, pero creo que tiene razón cuando se dice que las resoluciones del V Congreso no son nada claras, que son completamente insatisfactorias. Por un lado, en muchos casos se admite un frente único desde arriba; por otro lado, se añade que la socialdemocracia es el ala izquierda de la burguesía y que debemos fijarnos como objetivo desenmascarar a sus dirigentes. Esta es una posición insostenible. Los trabajadores franceses están cansados ​​de la aplicación del frente único como se ha practicado en Francia. Por supuesto, varios líderes de la oposición francesa están en el camino equivocado y diametralmente opuestos al camino verdaderamente revolucionario, cuando sacan sus conclusiones en dirección a un frente único “leal” y una coalición con la socialdemocracia.

Es obvio que, si el problema de la derecha se limita a la cuestión de si es legítimo colaborar con una revista que está fuera del control del partido, la respuesta sólo puede ser un no. Pero ésta respuesta sola no es la salida. Debemos intentar corregir los errores y someter a un examen concienzudo la línea política del partido francés y, en muchos asuntos, también de la Internacional. El problema no se puede resolver aplicando las reglas de un pequeño catecismo sobre el comportamiento personal frente a la oposición, frente a Lariot, etc. Para corregir errores no basta con cortar cabezas; también debemos intentar descubrir los errores de partida que provocan y favorecen la formación de fracciones.

Se nos dice: para encontrar los errores de nuestra máquina de bolchevización está la Internacional; es la mayoría de la Internacional la que debe intervenir cuando el centro del partido comete errores graves; esta es la garantía contra desviaciones dentro de las secciones nacionales. Pero en la práctica este sistema ha fracasado. Alemania nos ofrece un ejemplo de este tipo de intervención de la Internacional. El centro del KPD se había vuelto omnipotente e hacía imposible cualquier oposición dentro del partido; sin embargo, hubo alguien por encima de él que, en un momento determinado, condenó todos los delitos y errores cometidos por esta instancia. El Ejecutivo de Moscú con su Carta Abierta. ¿Es este un buen método? No, por supuesto que no lo es. ¿Qué reflejos tiene tal acción? Un ejemplo de esto lo tuvimos en Italia, durante la discusión del congreso del partido. Un buen camarada, literalmente ortodoxo, es delegado en el congreso del partido alemán. Ve que todo va bien, que la abrumadora mayoría vota por las tesis de la Internacional y que el nuevo centro es elegido con pleno acuerdo, salvo una minoría insignificante. El delegado italiano regresa y presenta un informe muy favorable del partido alemán. Escribe un artículo en el que lo presenta, a los ojos de sus camaradas italianos de izquierda, como un modelo del partido bolchevique. Es posible que, como resultado de ello, varios camaradas de nuestra oposición se hayan convertido en partidarios de la bolchevización. Sólo que, dos semanas después, llega la Carta Abierta del Ejecutivo... Declara que la vida interna del partido alemán es terrible, que allí existe una dictadura, que toda la táctica es completamente errónea, que se han cometido graves errores, que se han producido fuertes desviaciones, que la ideología no es leninista. Se olvida que en el V Congreso, la izquierda alemana había sido proclamada, como el Centro más bolchevique, hecho que se desviltua sin piedad, aplicándole los mismos métodos que antes se habían utilizado en los enfrentamientos contra la derecha. En el V Congreso el lema fue: “¡Todo es culpa de Brandler!”; ahora dicen: “¡Todo es culpa de Ruth Fischer!”. Sostengo que de esta manera no puede ganarse la simpatía de la clase trabajadora. No se puede decir que un par de compañeros tengan la culpa de los errores cometidos. La Internacional también estaba ahí para seguir el desarrollo de los acontecimientos, y no podía ni debía ignorar tanto las capacidades de los líderes como sus acciones políticas. Ahora se dirá que defiendo a la izquierda alemana, como se dijo en el V Congreso que defendí a la derecha. Pero no tengo solidaridad política ni con uno ni con el otro; sólo soy de la opinión de que, en ambos casos, la Internacional debe asumir la responsabilidad de los errores cometidos; la Internacional que había simpatizado plenamente con estos grupos, que los había presentado como la mejor dirección y quién les había confiado el partido.

La intervención del Ejecutivo de la I.C. por lo tanto, contra los Centros de partidos, en varios sentidos, no fue muy grata. La pregunta es: ¿Cómo funciona la Internacional, cuáles son sus relaciones con las secciones nacionales y cómo se eligen sus órganos directivos?

Ya en el último Congreso critiqué nuestros métodos de trabajo. Falta colaboración colectiva en nuestros órganos superiores y congresos. El cuerpo supremo parece algo ajeno a las secciones, que discute con ellas y elige de cada una una fracción a la que da su apoyo. Este centro cuenta, en todos los aspectos, con el apoyo de todas las secciones restantes, que esperan así garantizar un mejor trato cuando les llegue el turno. A veces, quienes se sitúan al nivel de este “mercado de vacas” son incluso grupos de dirigentes puramente personales.

Se nos dice: la dirección internacional nos la proporciona la hegemonía del partido ruso, porque fue él quien hizo la revolución, porque es en este partido donde se encuentra la sede de la Internacional; Por eso es cierto que se atribuye una importancia decisiva a las resoluciones inspiradas por el partido ruso. Pero aquí surge el problema: ¿cómo resuelve el partido ruso las cuestiones internacionales? Es la pregunta que todos tenemos derecho a hacer.

Después de los últimos acontecimientos, después de las últimas discusiones, este punto de apoyo para todo el sistema ya no es suficiente. En la última discusión sobre el partido ruso, vimos camaradas que apelaban al mismo conocimiento del leninismo, quienes tenían el mismo derecho indiscutible de hablar en nombre de la tradición revolucionaria bolchevique, a discutir entre ellos y en este proceso utilizar uno contra otro las citas de Lenin, e interpretar la experiencia rusa a su favor. Sin entrar en el fondo de la discusión, quiero establecer este hecho incontrovertible.

¿Quién, en esta situación, decidirá en última instancia sobre los problemas internacionales? La respuesta no puede ser: la vieja guardia bolchevique, porque en la práctica esta respuesta deja las preguntas sin resolver. Este es el primer punto de apoyo del sistema que escapa a nuestra investigación objetiva. Pero de ello se deduce que la solución debe ser completamente diferente. Podemos comparar nuestra organización internacional con una pirámide. Esta pirámide debe tener un vértice y líneas rectas que tiendan hacia este vértice. Así se produce la unidad y la necesaria centralización. Pero hoy, debido a nuestras tácticas, esta pirámide descansa peligrosamente en su cima. Por lo tanto, hay que darle la vuelta; lo que ahora está abajo debe pasar a estar arriba, la pirámide debe colocarse sobre su base para que se mantenga en equilibrio. La conclusión final a la que llegamos en la cuestión de la bolchevización es, por tanto, que no se trata de introducir simples modificaciones secundarias, sino que todo el sistema debe modificarse de arriba a abajo.

Habiendo hecho así un balance de la acción pasada de la Internacional, paso a examinar la situación actual y las tareas del futuro. Todos estamos de acuerdo en lo que se ha dicho en general sobre la estabilización; por tanto, no es necesario volver a ello. La descomposición del capitalismo se encuentra ahora en una fase menos aguda. En el contexto de la crisis general del capitalismo, la situación económica ha sufrido algunas fluctuaciones. Siempre tenemos ante nosotros la perspectiva del colapso final del capitalismo, pero al plantear la cuestión de la perspectiva cometemos, en mi opinión, un error de evaluación. Hay varias maneras de abordar el problema de la perspectiva. El camarada Zinoviev nos recordó aquí cosas muy útiles cuando habló de la doble perspectiva de Lenin.

Si fuéramos una sociedad científica para el estudio de los acontecimientos sociales, podríamos llegar a una conclusión más o menos optimista sin examinar más a fondo los datos fácticos. Pero una perspectiva puramente científica no es suficiente para un partido revolucionario que participa en todos los acontecimientos, que es en sí mismo uno de sus factores y que no puede expresar su función de manera metafísica, por un lado en el conocimiento exacto de los fenómenos y de su función en ellos; y por el otro en voluntad y acción. Por eso nuestro partido debe permanecer siempre directamente vinculado a sus objetivos finales. Incluso cuando el juicio científico nos obliga a sacar conclusiones pesimistas, es necesario que tengamos siempre ante nuestros ojos la perspectiva revolucionaria. No es una cuestión trivial de error científico que Marx esperara la revolución en 1848, 1859 y 1870, y que Lenin, después de 1901, la profetizara para 1907, es decir, diez años antes de su triunfo. Al contrario, esto demuestra la perspicacia de visión revolucionaria de estos grandes líderes. Ni siquiera es la exageración infantil con la que siempre escuchamos a la revolución tocar a la puerta; se trata de una verdadera capacidad revolucionaria, que permanece intacta a pesar de todas las dificultades del desarrollo histórico. La cuestión de la perspectiva es de enorme interés para nuestros partidos; deberíamos saber cómo llegar al fondo del asunto. Ahora creo que es insuficiente decir: la situación económica ha cambiado en cierto sentido que nos resulta desfavorable; ya no tenemos la situación de 1920, y esto explica y justifica la crisis interna en varias secciones y en la Internacional. No, esto nos puede ayudar a explicar las causas de ciertos errores pero no los justifica. Desde un punto de vista político, no nos basta. No podemos ni debemos resignarnos a considerar inmutable el actual régimen defectuoso de nuestros partidos, porque la situación exterior nos sea desfavorable. Por tanto, la cuestión está mal planteada. Está claro que, si nuestro partido es un factor de los acontecimientos, es al mismo tiempo producto de ellos; incluso si logramos crear un partido mundial verdaderamente revolucionario. Ahora bien ¿En qué sentido se reflejan los acontecimientos en este partido? En el sentido de que el número de nuestros afiliados aumenta y nuestra influencia sobre las masas crece cuando la crisis del capitalismo genera una situación favorable para nosotros. Sin embargo, si en un momento determinado la situación económica se vuelve desfavorable para nosotros, es posible que nuestras fuerzas se reduzcan numéricamente; pero no debemos permitir que nuestra ideología sufra; no sólo nuestra tradición y nuestra organización, sino también nuestra línea política debe permanecer intacta.

Si creemos que para preparar a los partidos para su tarea revolucionaria, debemos explotar la situación de crisis progresiva del capitalismo, crearíamos un esquema de perspectivas completamente erróneas, porque entonces consideraríamos necesario un período de crisis larga y progresiva del capitalismo para la consolidación de nuestro partido, y en este caso la situación económica debería darnos la condición de seguir siendo revolucionarios para que podamos pasar a la acción. Si, después de un período de condiciones inciertas, la crisis empeora repentinamente, no podremos aprovecharla porque, debido a esta forma equivocada de ver las cosas, nuestros partidos se encontrarán inevitablemente en un estado de confusión e impotencia. Esto demuestra que no saben aprovechar la experiencia del oportunismo en la Segunda Internacional. No se puede negar que, antes de la guerra mundial, hubo un período de florecimiento del capitalismo y que éste gozaba de una situación favorable. Pero, si esto explica en cierto sentido la descomposición oportunista de la Segunda Internacional, no justifica el oportunismo. Luchamos contra esta idea y nos negamos a creer que el oportunismo fuera un hecho necesario e históricamente impuesto por los acontecimientos. Apoyamos la tesis de que el movimiento tenía que resistirlo, y la izquierda marxista luchó contra el oportunismo incluso antes de 1914 llamando al establecimiento de partidos proletarios sanos y revolucionarios.

Por tanto, la cuestión debe plantearse de otra manera. Incluso si la situación y las perspectivas son desfavorables o relativamente desfavorables, las desviaciones oportunistas no deben aceptarse ni justificarse resignadamente con el pretexto de que sus causas deben buscarse en la situación objetiva. Y si, a pesar de todo, se produce una crisis interna, sus causas y los medios para resolverla hay que buscarlos en otra parte, es decir, en el trabajo y la línea política del partido, que hoy no han sido lo que deberían haber sido. Esto se refiere también a la cuestión de los dirigentes, que el camarada Trotsky plantea en el prefacio de su libro “1917”, en su análisis de las causas de nuestras derrotas y con cuya solución simpatizo plenamente. Trotsky no habla de líderes en el sentido de que necesitemos hombres para este propósito venidos del cielo. No, plantea el problema de manera muy diferente. También los dirigentes son producto de la actividad del partido, de sus métodos de trabajo y de la confianza que el partido ha sabido atraer. Si el partido, a pesar de la situación variable y a menudo desfavorable, sigue la línea revolucionaria y lucha contra las desviaciones oportunistas, la selección de los dirigentes y la formación de un estado mayor se llevan a cabo de manera favorable, y en el período de la lucha final seguramente triunfaremos, no podremos tener siempre un Lenin, sino una dirección sólida y valiente, algo que hoy, en el estado actual de nuestras organizaciones, podemos esperar muy poco.



[Contra el frente único con la izquierda burguesa ]

Existe también otro esquema de perspectivas que hay que combatir y al que debemos hacer frente cuando pasamos de un análisis puramente económico a un análisis de las fuerzas sociales y políticas. En general, se es de la opinión que se considere favorable para nuestra lucha la situación dada por un gobierno de izquierda pequeñoburguesa. Este esquema erróneo está, ante todo, en contradicción con el primero, porque generalmente, en un período de crisis económica, la burguesía elige un gobierno de partidos de derecha para poder llevar a cabo una ofensiva reaccionaria, es decir, las condiciones objetivas vuelven a ser desfavorables para nosotros. Para llegar a una solución marxista del problema, es necesario abandonar estos temas.

No es correcto, en general, que un gobierno de la izquierda burguesa nos sea siempre favorable; si acaso, puede ser lo contrario. Los ejemplos históricos nos muestran lo insensato que es imaginar que, para facilitarnos la tarea, hay que formar un gobierno de las llamadas clases medias, con un programa liberal que nos permita organizar la lucha contra un aparato estatal debilitado.

También aquí nos enfrentamos a la influencia de una interpretación errónea de la experiencia rusa. En la revolución de febrero de 1917, cayó el aparato estatal anterior y se estableció un gobierno basado en los partidos de la burguesía y la pequeña burguesía liberal. Pero no surgió ningún aparato estatal sólido para sustituir la autocracia zarista por el dominio económico del capital y la representación parlamentaria moderna. Antes de que dicho aparato pudiera organizarse, el proletariado dirigido por el partido comunista atacó con éxito al gobierno y tomó el poder. Ahora bien, se podría creer que las cosas seguirán el mismo curso en otros países, que un buen día el gobierno pasará de manos de los partidos burgueses a las de los partidos intermedios, que de este modo el aparato estatal se debilitará y que, como resultado, al proletariado le resultará fácil derribarlo. Pero esta perspectiva simplificada es completamente falsa. ¿Cómo se presenta la situación en otros países? ¿Se puede comparar un cambio de gobierno, por el que un gobierno de izquierda sustituya el lugar de un gobierno de derecha (por ejemplo, el cartel de la izquierda en Francia en lugar del bloque nacional), con un cambio histórico en los fundamentos del Estado? Es posible que el proletariado aproveche este periodo para reforzar sus posiciones. Pero, si se trata del cambio puro y simple de un gobierno de derecha a un gobierno de izquierda, no se da la situación favorable a los comunistas de un desmoronamiento general del aparato del Estado. ¿Tenemos ejemplos históricos concretos que prueben la afirmación de que un gobierno de izquierda allanaría el camino a la revolución proletaria? No, no tenemos ninguno.

En 1919, en Alemania la izquierda burguesa llegó al gobierno. De hecho, hubo un tiempo en que la socialdemocracia estuvo en el poder. A pesar de la derrota militar de Alemania, a pesar de la grave crisis, el aparato del Estado no experimentó ninguna transformación sustancial que facilitara al proletariado la victoria, y no sólo fracasó la revolución comunista, sino que los socialdemócratas resultaron ser sus verdugos.

Si con nuestra táctica hemos contribuido a la llegada al poder de un gobierno de izquierda, ¿se tendría entonces una situación para nosotros favorable? No, en absoluto. Es una concepción menchevique según la cual las clases medias puedan crear un aparato estatal distinto al de la burguesía, y que podamos considerar este período como una fase de transición hacia la conquista del poder por parte del proletariado.

Algunos partidos de la burguesía tienen un programa y plantean reivindicaciones destinadas a conquistar a las clases medias. En general, no nos enfrentamos aquí a una transferencia de poder de un grupo social a otro, sino sólo a un nuevo método de lucha de la burguesía en contra de nosotros; y cuando se produce un cambio de este tipo no podemos decir que sea el momento más favorable para nuestra intervención. Podemos explotarlo, por supuesto, pero sólo a condición de que nuestras posturas anteriores fueran absolutamente claras y de que no invocáramos un gobierno de izquierda.

Por ejemplo: ¿En Italia, el fascismo debe considerarse como una victoria de la derecha burguesa sobre la izquierda burguesa? NO, el fascismo es algo más: es la síntesis de dos medios de defensa de la clase burguesa. Las últimas medidas del gobierno fascista han demostrado que la composición social pequeñoburguesa y semiburguesa del fascismo no lo hace menos agente directo del capitalismo. Como organización de masas (la organización fascista cuenta con un millón de miembros) busca -mientras al mismo tiempo reina la reacción más rabiosa contra todos los opositores que se atreven a atacar el aparato estatal- lograr la movilización de las grandes masas con la ayuda de métodos socialdemócratas.

El fascismo ha sufrió derrotas en este terreno. Esto confirma nuestra visión de la lucha entre las clases. Pero lo que salta a la vista es la impotencia absoluta de las clases medias. En los últimos años, han experimentado tres evoluciones: en 1919/20, acudieron en masa a todas nuestras reuniones y mítines revolucionarios; en 1921-22, proporcionaron los cuadros de las camisas negras; en 1924, tras el asesinato de Matteotti, se pasaron a la oposición; hoy están de nuevo del lado del fascismo. Siempre están del lado del más fuerte.

Hay que señalar otro hecho. En los programas de casi todos los partidos y gobiernos de izquierda se encuentra el principio de que, aunque las “garantía” liberales fundamentales deben darse a todos, es necesario hacer una excepción para aquellos partidos que persiguen el objetivo de derrocar las instituciones estatales, es decir, para los partidos comunistas.

La falsa perspectiva de las ventajas que nos puede dar un gobierno de izquierda corresponde a la suposición de que las clases medias son capaces de encontrar una solución independiente al problema del poder. En mi opinión, la llamada nueva táctica que se empleó en Alemania y Francia, y en base a la cual en Italia el partido comunista hizo de la oposición antifascista del Aventino la propuesta antiparlamentaria, descansa en un grave error. No puedo comprender cómo un partido tan rico en tradiciones revolucionarias como nuestro partido alemán puede tomarse en serio el reproche socialdemócrata de que al presentar su propia candidatura le hace el juego a Hindenburg. En general, el plan de la burguesía para la movilización contrarrevolucionaria de las masas consiste en poner un dualismo político e histórico en el lugar del contraste de clases entre la burguesía y el proletariado, mientras que el partido comunista insiste precisamente en este dualismo de clases no porque sea el único dualismo posible en la perspectiva social y en el terreno de los cambios de poder parlamentario, sino porque es el único dualismo históricamente capaz de conducir al derrocamiento revolucionario del aparato estatal de clase y a la formación de un nuevo Estado. Ahora, podemos llevar este dualismo a la conciencia de las grandes masas no con declaraciones ideológicas y propaganda abstracta, sino con el lenguaje de nuestras acciones y la claridad de nuestra concepción política. Cuando en Italia se propuso a los antifascistas burgueses formar un antiparlamento en el que participaran los comunistas, aunque en nuestra prensa estaba escrito que no podíamos tener ninguna confianza en esos partidos, aunque pretendíamos por este medio desenmascararlos, se contribuyó en la práctica a hacer que las grandes masas esperaran el colapso del fascismo de los partidos Aventinos, y creyeran que era posible una lucha revolucionaria y la formación de un anti-Estado no sobre una base de clase, sino sobre la base de la colaboración con elementos pequeñoburgueses e incluso con grupos capitalistas. Con esta maniobra, no se pudo unir a grandes masas en el frente de clase. Toda la “nueva táctica” no sólo no se basa en las resoluciones del V Congreso, sino que, en mi opinión, está en contradicción con los principios y el programa del comunismo.



[La degeneración inminente]

¿Cuáles son nuestras tareas para el futuro? Esta asamblea no podría abordar seriamente esta cuestión sin plantear el problema fundamental de las relaciones históricas entre la Rusia soviética y el mundo capitalista en toda su amplitud y gravedad. Junto al problema de la estrategia revolucionaria del proletariado, del movimiento internacional campesino y de los pueblos coloniales y oprimidos, la cuestión de la política estatal del partido comunista en Rusia es hoy para nosotros la cuestión más importante. Se trata de dar una buena solución al problema de las relaciones internas de clase en Rusia, se trata de aplicar las medidas necesarias en relación con la influencia de los campesinos y de los estratos pequeño-burgueses que van en ascenso, se trata de luchar contra la presión exterior, que hoy es puramente económica y diplomática y mañana puede ser militar. Dado que en otros países no se han producido todavía levantamientos revolucionarias, es necesario vincular de la manera más estrecha toda la política rusa a la política revolucionaria general del proletariado. No pretendo profundizar aquí sobre esta cuestión, pero afirmó que el punto de apoyo para esta lucha se encuentra ciertamente en la primera línea la clase trabajadora rusa y de su partido comunista, sino que es de suma importancia fundamental contar también con el proletariado de los Estados capitalistas. El problema de la política rusa no puede resolverse dentro del perímetro cerrado del movimiento ruso: es también absolutamente necesaria la colaboración directa de toda la Internacional comunista.

Si falta esta verdadera colaboración, surgirán peligros no sólo para la estrategia revolucionaria en Rusia, sino también para nuestra política en los Estados capitalistas. Podrían surgir tendencias orientadas hacia un debilitamiento del papel de los partidos comunistas. En este terreno ya estamos siendo atacados, naturalmente no desde dentro de nuestras filas, sino por los socialdemócratas y oportunistas en general, en relación con nuestras maniobras a favor de la unidad sindical internacional y nuestra actitud hacia la II Internacional. En la situación actual, la defensa del carácter de nuestra organización internacional y del partido comunista contra cualquier tendencia liquidadora es una indiscutible tarea común.

¿Podemos, después de nuestra crítica a la línea general, considerar que la Internacional, tal como está hoy, está suficientemente preparada para esta doble tarea de estrategia en Rusia y en otros países? ¿Podemos nosotros exigir la inmediata discusión de todos los problemas rusos por parte de esta asamblea? Desafortunadamente, a estas preguntas se debe responder: ¡No! Una seria revisión de nuestro régimen interno es absolutamente necesaria; es también necesario poner en el orden del día de nuestros partidos los problemas de la táctica en todo el mundo y los problemas de la política del Estado ruso; pero esto debe hacerse mediante un nuevo curso y métodos completamente cambiados.

En el informe y en las Tesis propuestas no encontramos algunas garantías suficientes para este fin. No de un optimismo oficial tenemos necesidad. Debemos comprender que no es con métodos tan mezquinos como los que vemos que se emplean aquí con demasiada frecuencia como podemos prepararnos para llevar a cabo las tareas importantes ante las que se encuentra el Estado mayor de la revolución mundial.

(Protocolo alemán, pp. 122-144)







IX sesión
25 de febrero de 1926
Durante la discusión sobre el informe del Ejecutivo


Toma de nuevo la palabra el representante de la Izquierda del Partido Comunista de Italia.

Camaradas, en mi discurso me he ocupado de las cuestiones generales de la política de la Internacional. Varios oradores no se limitaron a discutir mis declaraciones generales, sino que también hablaron un poco de problemas italianos que yo casi nunca había tocado. Por tanto, me veo obligado a responder brevemente a lo que aquí se ha dicho.

Hablemos, primero que todo, del célebre sistema, la nueva teoría, de la izquierda italiana. Siempre se dice “el sistema de Bordiga, la teoría de Bordiga, la metafísica de Bordiga” y se establece que aquí estoy completamente solo, que defiendo siempre y solamente mis ideas personales y mi crítica personal. Quieren presentar mi actitud como de naturaleza absolutamente individual. Pero aunque sólo recientemente se ha reconocido la derrota “oficial” de la izquierda italiana, sobre la cual diré aquí algunas palabras más, debo reiterar una vez más que no entretendré a los delegados con productos intelectuales individuales, pero representaré ante ellos el pensamiento de un grupo dentro del movimiento comunista de Italia. Se podría decir que es sólo un grupo insignificante, una pequeña minoría; pero creo que esto es inexacto. Un camarada, un trabajador de la Izquierda, que vive en Rusia, me dijo hace unos días cosas muy interesantes, a saber: «desempeñamos un papel internacional en cierto modo. Porque el pueblo italiano es un pueblo de emigrantes en el sentido económico y social de la palabra, y después de la llegada del fascismo también en el sentido político». Y de hecho, después de la Marcha sobre Roma, miles de buenos camaradas se dispersaron por todo el mundo y dieron lo mejor de sí en diferentes partidos. El mismo camarada hizo una declaración ingenua que me parece sumamente interesante: «nos pasa un poco como a los judíos, y si fuimos derrotados en Italia, podemos consolarnos con el hecho de que los judíos también son fuertes, no en Palestina, sino en otros lugares...».

Por lo tanto, lo que aquí represento no son ideas exclusivamente personales, sino que son la expresión del pensamiento de todo un grupo.

Observemos el famoso sistema de la izquierda italiana. En la discusión del congreso de nuestro partido se puso de manifiesto que en diversas cuestiones fundamentales, en las cuestiones de la naturaleza del partido, del papel del partido, de las relaciones entre la actividad del partido y la situación general, las relaciones entre el partido y las masas, entre nosotros y la Internacional, entre nosotros y (se sostiene) el marxismo y el leninismo, existen diferencias de principio. Naturalmente, no podemos entrar aquí en el examen de las grandes cuestiones teóricas. Todo el material del congreso del partido italiano está disponible y de él se desprende que nosotros, incluso si admitimos abiertamente que nos apartamos sistemáticamente, en determinadas cuestiones tácticas, de la línea de la Internacional (como ya les expliqué en mi discurso anterior) en lo que concierne al desarrollo de la estrategia revolucionaria en la transición de la revolución rusa a la revolución mundial, defendemos, sin embargo, por otro lado, el punto de vista de que en cuestiones generales y programáticas, en cuestiones de naturaleza del partido y su papel histórico, de las relaciones entre partido y masas, asumimos una posición teórica completamente correcta desde el punto de vista marxista.

Es más, opinamos que quienes nos critican están a punto de desviarse de esta posición correcta. Cuando, por ejemplo, el camarada Ercoli, de la mayoría oficial del partido italiano, se acerca a la cuestión de las células de empresa con el argumento de que gracias a las células se logra la conexión entre el partido y las masas y que representan el terreno más importante de las actividades de nuestro partido, que incluso absorben todo nuestro trabajo, opino que nos encontramos ante una desviación muy grave. En la discusión italiana intentamos caracterizar (y mediante un análisis completo y profundo) muchas desviaciones del grupo al que pertenece el compañero Ercoli pertenece. Si todo el trabajo del partido consiste en establecer una conexión con las masas, tras lo cual todo lo demás es evidente, hemos llegado al verdadero menchevismo. El vínculo con las masas es necesario, pero parte del problema consiste en la posibilidad de que las masas encuentren en nuestro partido un centro en torno al cual puedan agruparse y que sea capaz de orientarlas hacia los objetivos revolucionarios finales. Tenemos el ejemplo de partidos que ciertamente tienen a las masas detrás, pero al no ser partidos verdaderamente revolucionarios han llevado a esas masas a la derrota.

No se puede negar que hay situaciones en las que las masas se ven empujadas a orientarse sobre la base de una política no comunista. En este caso la teoría de Ercoli es absolutamente oportunista. Si en lugar de aspirar a conquistar a las masas partimos de la conquista de las masas como principio supremo, nos encontramos ante el menchevismo más puro. No basta con establecer si las células nos dan una amplia conexión con las masas, algo sobre lo que todavía habría discusión, se trata de saber si esta conexión es de carácter revolucionario. Si todo vínculo orgánico con las masas debe ser revolucionario en sí mismo, esto sólo prueba la exactitud de nuestra afirmación de que la organización sobre la base de células empresariales conduce al obrerismo y al laborismo.

Establecer una relación automática entre la base social en el sentido más estricto del término y el carácter político del partido equivale a querer pretender que todo partido que organiza a la clase obrera debe ser, por tanto, un partido revolucionario, en lo que es precisamente la naturaleza del menchevismo. Sin profundizar en este problema, afirmo por tanto que no hemos abandonado el terreno de la teoría de Marx y Lenin.

El camarada Bujarin criticó mi discurso de manera muy amistosa y cordial. No hace falta decir aquí que el camarada Bujarin es un buen polemista. Pero esta vez hizo lo de siempre, es decir, presentó mis declaraciones a su manera y en el sentido de la leyenda, muy extendida desde hace mucho tiempo, sobre las teorías de Bordiga. No pretendo ser guapo, pero el retrato que hace de mí el camarada Bujarin es horrible. Me atribuye ciertas formulaciones, va a la batalla contra ellas y las reduce a migajas. En su discurso nos dice que hay que cambiar el régimen interno de la Internacional; pero su método de polemización nos autoriza a mirar las perspectivas de recuperación de nuestro régimen interno con ojos extremadamente pesimistas.

El camarada Bujarin está causando revuelo aquí. Por tanto, hay agitación no sólo entre los trabajadores y en el partido, sino también en el Pleno del Ejecutivo ampliado. Permítanme decirles que tal vez sea aún más fácil provocar agitación entre ustedes que entre los obreros. El camarada Bujarin simplifica las ideas. Saber simplificar posiciones y presentarlas en pocas palabras es sin duda un gran mérito, pero también es un problema muy difícil simplificarlas no limitándose a una simple agitación, sino participando en un trabajo verdaderamente serio, en el trabajo común al que todos debemos dar nuestra contribución según nuestras fuerzas.

Simplificar sin demagogia agitadora: éste es el gran problema revolucionario. Estos maestros de la simplificación son muy raros. No hay duda de que el camarada Bujarin posee cualidades excepcionales que debería utilizar para actuar en esta dirección dentro de la Internacional. Lamentablemente, creo que después de los discursos de varios grandes líderes de la revolución rusa, ya no estamos destinados a escuchar con suficiente frecuencia exposiciones que cumplan esta gran tarea de simplificación sin demagogia.

Unas pocas palabras sobre algunas de las objeciones del camarada Bujarin. Nos presenta el siguiente argumento: las contradicciones de Bordiga tienen su origen en la idea de que la revolución no es un problema de forma de organización; sin embargo, posteriormente abordó el problema de la bolchevización únicamente desde el punto de vista organizativo, proponiendo un cambio de carácter puramente organizativo para todo el problema, es decir, el derrocamiento de la famosa pirámide. Pero todo esto no es cierto. En primer lugar, hablé de la bolchevización desde diferentes puntos de vista, la critiqué desde el punto de vista teórico, histórico y táctico. Esto demuestra que no considero el trabajo de bolchevización sólo un problema organizativo, sino que lo considero un problema político de la actividad y táctica de la Internacional. Además, debéis admitir que toda nuestra oposición se ha centrado en problemas tácticos y que, especialmente para estos problemas, llevamos mucho tiempo proponiendo soluciones diferentes de las aceptadas en los congresos mundiales. Está absolutamente claro que un simple cambio organizativo no es suficiente para resolver el problema. Por lo tanto, esperamos que se demuestre mediante acciones y tácticas que verdaderamente poseemos una dirección revolucionaria sana.

Otro argumento del camarada Bujarin: Bordiga está en contra de la transferencia mecánica de las experiencias rusas a otros países, pero, habiendo olvidado el carácter específico de la situación en los países de Europa occidental, él mismo fue culpable de una transferencia mecánica. Ahora mi tesis es muy diferente. Dije: toda experiencia rusa es generalmente útil y debemos y nunca podemos olvidarla, pero no es suficiente para nosotros. Por tanto, no rechazo el uso de la experiencia rusa, pero sostengo que toda la solución a los problemas de la táctica revolucionaria no puede estar contenida en la experiencia del partido ruso. ¿Cuál es el carácter particular de la estrategia revolucionaria en Occidente que habría olvidado? El camarada Bujarin dice que en mi exposición no se menciona la presencia de grandes partidos y sindicatos socialdemócratas; pero ésta es precisamente la diferencia en la que insistí. Para mostrar la diferencia entre las relaciones con el aparato estatal en la revolución rusa y en Occidente, dije que en los países occidentales ha habido durante mucho tiempo un aparato estatal burgués democrático muy estable que desempeña un papel que la historia del movimiento ruso no sabe. Este papel puede conducir a la posibilidad de una movilización del proletariado por parte de la burguesía en un sentido oportunista, y esto a través de los sindicatos y los partidos socialdemócratas. Mi análisis se refiere precisamente a este hecho esencial de la situación en Occidente. Las posibilidades de movilización ideológica de la clase trabajadora en países que poseen tradiciones liberales son mucho, mucho mayores que en Rusia, y esto explica el fuerte desarrollo de las organizaciones socialdemócratas en Occidente. Por lo tanto, el camarada Bujarin no puede afirmar que me contradigo, que he sido culpable de una transposición mecánica.

Por supuesto, no estoy de acuerdo cuando dice que, basándose en las experiencias rusas, es precisamente la táctica del frente único la que necesita ser trasplantada a mayor escala en Occidente. Creo que los camaradas rusos se equivocan en esto. Ciertas maniobras que podrían haber tenido éxito contra los partidos menchevique y socialrevolucionario, que no estaban tan estrechamente vinculados al aparato estatal, no pueden, al igual que ciertas soluciones tácticas, transferirse sin peligro a los países occidentales. Si queremos hacerlo, nos lo impedirá la posibilidad de una movilización del proletariado por parte de la burguesía y sufriremos graves decepciones. No quiero profundizar en este análisis, sobre todo porque ya hablé de ello en mi primer discurso. Sólo observo que las contradicciones de las que hablaba el camarada Bujarin no existen.

Para resolver problemas tácticos necesitamos mucho más que bolchevización, mucho más que la creencia de que basta con consultar la historia del Partido Bolchevique para encontrar soluciones a todos los problemas. También necesitamos otras experiencias, y la Internacional debe aprovechar estas experiencias en el movimiento internacional.

Otra objeción: cuando hablé de la diferencia entre la cuestión de las células en Rusia y en Occidente, habría dicho, según el camarada Bujarin, que la cuestión del Estado, es decir, el problema político central, que en Rusia era planteado por la historia, en Occidente no sería planteado por la historia misma. Por eso el camarada Bujarin afirma que tengo una perspectiva socialdemócrata pesimista. Ahora bien, he sostenido que si los trabajadores comunistas limitan su actividad al marco de la célula empresarial corren el riesgo de olvidar el problema central de la conquista del poder. Creo que este problema también lo plantea la historia de Occidente, pero nuestro papel como partidos comunistas consiste precisamente en dar al proletariado los medios para resolver este problema en un sentido unitario. El Partido debe evitar realizar maniobras que salven a la burguesía. Debe evitar caer en ese laborismo que ya ha ayudado a la burguesía a mantenerse en el poder varias veces. El problema ya ha sido planteado, pero no hemos podido explotar sus elementos; por lo tanto, no basta con que el problema sea planteado por la historia. Por tanto, esta objeción tampoco está justificada.

Llego a la cuestión italiana. En cuanto a la crítica que hice a la táctica frente a los antifascistas y a la propuesta antiparlamentaria, el camarada Ercoli dijo que esta crítica es errónea porque no tengo en cuenta el análisis de la situación, mientras que la sede del partido italiano afortunadamente basado en un análisis exacto de la nueva situación. Ahora sostengo que este análisis era falso. Tenemos en nuestras manos un documento muy discutido durante la preparación del congreso: el informe del camarada Gramsci a la central, redactado en septiembre de 1924 (Matteotti fue asesinado en junio). Este informe contiene una perspectiva completamente incorrecta: se afirma que el fascismo ya ha sido derrotado por la oposición burguesa y que la propia monarquía prácticamente liquidaría al fascismo por motivos parlamentarios.

Ercoli:-Sólo previmos un compromiso entre el fascismo y el Aventino, que efectivamente se produjo.

Relator:-Usted predijo la destitución de Mussolini. La relación de poder entre el fascismo y la oposición se evaluó de manera completamente incorrecta y, por lo tanto, el análisis de la situación también fue completamente incorrecto. Se trata, pues, de un error de perspectiva y de maniobra del partido. Se utilizó la fórmula: la situación es democrática. Este supuesto estudio de la situación es verdaderamente sorprendente: si la situación es reaccionaria, el partido comunista no puede hacer nada; si la situación es democrática, los partidos pequeñoburgueses tienen trabajo que hacer. De esta manera nuestro partido, el partido comunista, desaparece completamente de escena.

Otro argumento de Ercoli: la maniobra fue buena, porque logró éxitos. Ahora bien, en primer lugar, la crítica que los camaradas de izquierda han hecho a la táctica antiparlamentaria ha sido reconocida como correcta, hasta cierto punto, por los propios camaradas de centro. Por ejemplo, se dice que la decisión de volver al Parlamento debería haberse tomado mucho antes y no justo después de las vacaciones parlamentarias. Decimos más: desde el primer momento no deberíamos habernos unido a la oposición burguesa, no deberíamos haber participado en sus sesiones, no deberíamos haber abandonado la Cámara con ella. Los camaradas del centro dicen: lo hemos hecho bien porque hemos logrado éxitos, porque la influencia del partido ha crecido. Pero la situación es la siguiente: colapso total de la oposición antifascista burguesa y semiburguesa. En tal situación, el Partido Comunista debería haber conseguido una influencia decisiva, especialmente entre la clase obrera y el campesinado; debería haberse mostrado, con su línea táctica, digno del papel de tercer factor independiente en la lucha política. Pero el desarrollo de los acontecimientos no fue aprovechado de esta manera. El éxito del que habla Ercoli consistió en el aumento del número de afiliados. Pero ambas cuestiones no pueden vincularse entre sí. Actualmente el número de nuestros miembros está disminuyendo. Pero nuestro cuartel general sostiene que se trata de una pérdida numérica acompañada de un aumento de influencia. Me refería al partido como factor político de la situación. Me gustaría ser optimista, pero todo demuestra que no hemos conseguido nada y que no hemos aprovechado una situación que nos era muy favorable.

Llego al último tema del que quería hablar, es decir, la situación interna del partido. Se nos acusó de ser una organización fraccionalista y toda la estructura de preparación del congreso se basó en esta campaña. Declaro que la izquierda, desde el comienzo del congreso italiano, hizo una declaración en la que cuestionaba la validez del congreso y pedía el juicio de la Internacional. No quiero suscitar aquí ciertas controversias, pero pido formalmente que los órganos de la Internacional examinen ciertas cuestiones como, por ejemplo, las increíbles acusaciones hechas por el camarada Ercoli desde esta tribuna contra los camaradas de la Izquierda.Nunca hemos instado a los funcionarios del partido a que lo abandonen y asuman puestos en el Comité de Entendimiento. Nunca lo hicimos porque hubiera sido un gran error. El documento sobre el que se construyó esta acusación aún está a la espera de ser presentado. Sólo existe la carta del compañero que recibió este pedido y se afirma que también existe la carta en la que se invitaba a actuar en ese sentido. Pero esta carta nunca fue publicada. Ahora se afirma que la carta existe en alguna parte, pero como se trata de una acusación de tal gravedad, tenemos derecho a exigir que se base en pruebas. Y entonces podremos demostrar que esta afirmación es completamente falsa. Pero dejemos todo eso de lado. Hablamos de la actividad de la Izquierda. Se ha dicho, por ejemplo, que hemos sido derrotados en las federaciones más fuertes, que el partido se ha debilitado en las federaciones en las que tenemos influencia. La verdad es exactamente lo contrario. Las federaciones de las que habla Ercoli, Milán, Turín y Nápoles, son precisamente aquellas en las que la fracción de izquierda es más fuerte.

En cuanto a la forma en que se preparó el congreso, hay que decir que se descubrió un sistema de consulta partidista, gracias al cual incluso yo, Bordiga, como miembro de una organización del partido, ¡voté por las tesis de la central! ¿Cómo fue esto posible? Hablaremos de ello en otra ocasión. Pero esto basta para dar una idea del valor de las cifras aportadas al congreso.

Sin embargo, esto no nos preocupa mucho. Sólo quiero decirles a los camaradas que en nuestra polémica en el congreso criticamos el ordinovismo, la posición ideológica y política de nuestra central. Finalmente, considerando que nos vimos obligados a ingresar a la central, hicimos una declaración precisa.

Llego a la conclusión, camaradas. En lo que respecta al régimen interno y a la inversión de la pirámide, no puedo responder aquí a lo que dijo el camarada Bujarin sobre esta posición y sobre las fracciones. Pero pregunto: ¿habrá un cambio en nuestras relaciones internas en el futuro? ¿Demuestra esta sesión plenaria que se emprenderá un nuevo camino? Si bien aquí se sostiene que el régimen de terror interno debe terminar, las declaraciones de los delegados francés e italiano nos suscitan algunas dudas, aunque las tesis hablan de la creación de una nueva vida dentro del partido. Esperamos verlas en acción.

Creo que la caza del llamado fraccionalismo seguirá dando los resultados que ha dado hasta ahora. También lo vemos en la forma en que intentan resolver la cuestión alemana y otras cuestiones.

Debo decir que este método de humillación personal es deplorable, incluso cuando se utiliza contra elementos políticos que merecen una lucha encarnizada. No creo que sea un sistema revolucionario. Creo que la mayoría que hoy demuestra su ortodoxia, divirtiéndose a expensas de los pecadores perseguidos, está compuesta probablemente por antiguos opositores humillados. Sabemos que estos métodos se han aplicado y tal vez se vuelvan a aplicar a camaradas que no sólo tienen una tradición revolucionaria, sino que siguen siendo elementos preciosos para nuestras luchas futuras. Esta manía de auto-demolición debe cesar si realmente queremos posicionar nuestra candidatura a la dirección de la lucha revolucionaria del proletariado.

El espectáculo que nos ofrece esta sesión plenaria me abre perspectivas oscuras sobre los cambios destinados a producirse en la Internacional. Por tanto, votaré en contra del proyecto de resolución que se ha presentado.

(Protocolo alemán páginas 283 – 89).







XIV Sesión
4 de marzo de 1926
Discusión del informe Losowski sobre la cuestión sindical


Intervención del representante de la Izquierda del PCd’I.

Camaradas, hoy quisiera abordar dos cuestiones: la de la unificación sindical internacional y la de la táctica sindical en Italia. Cuando en el V Congreso fue hecha una nueva propuesta para nuestra estrategia sindical, a saber, la propuesta de unidad sindical mundial, me opuse a ella, aunque no con tanta fuerza como ahora. El hecho es que en aquel momento la cuestión estaba sólo esbozada y las distintas delegaciones no habían tenido tiempo de desarrollar un debate serio al respecto. Entonces sostuve que la I.C. a menudo ha cambiado las soluciones generales del problema, de los informes entre movimiento económico y movimiento político a nivel internacional.

En el momento del II Congreso, el Profintern aún no existía y se propuso dar a ciertas organizaciones sindicales de orientación izquierdista, que se habían puesto en el camino de un acercamiento con nosotros, la posibilidad de estar representadas en el Congreso del I.C. mediante una delegación. Entonces estaba en contra de la admisión de organizaciones sindicales en un Congreso mundial de partidos políticos.

En el III Congreso del I.C. se llegó a otra solución del problema, es decir, se decidió fundar la Internacional Sindical Roja como antítesis de la Internacional de Ámsterdam, y esto por las razones que ustedes conocen bien. En el V Congreso las opiniones volvieron a cambiar. Y en este momento se propone no abandonar el ISR, sino fusionarla con la Internacional de Ámsterdam.

Está claro hoy, que no se trata sólo de una consigna de agitación por la conquista de las masas y su inclusión en la ISR; está claro que no pretendemos simplemente hacer una maniobra de agitación, sino algo más. Nos hemos fijado el objetivo de crear una Internacional Sindical unitaria, como solución definitiva al problema de las relaciones entre el movimiento sindical y el movimiento político del proletariado mundial.

Es cierto: se argumenta que será necesario un largo período de preparación; que la unidad sólo puede lograrse bajo ciertas condiciones; que deben obtenerse ciertas garantías antes de emprender los trabajos de unificación. Pero, en realidad, lo que pretendemos es un nuevo sistema. Habrá una Internacional Comunista y habrá una Internacional Sindical unitaria, dentro de la cual tendremos una fracción, dirigida por la Internacional política, para poder algún día tomar la dirección de esta Internacional sindical unitaria. Basándonos en argumentos que parecen sumamente simples, esta solución parecía la más lógica (*). Puesto que tenemos una sede sindical unitaria en cada país, puesto que estamos en contra de una escisión sindical incluso si la sede de ese único país está en manos de los amarillos, ¿Por qué esta solución al problema de la unidad no debería ser también la mejor a escala mundial?

Creo que no es difícil responder a esta pregunta ¿Cuál es la diferencia entre nuestra táctica en el ámbito nacional y nuestra táctica en el ámbito internacional? En un hecho muy simple. Si trabajamos por la unidad sindical a escala nacional, y si logramos dicha unidad, esto sucede porque nos permite penetrar en los sindicatos, anclarnos en ellos y ganarnos a grandes masas para hacia nuestra influencia, y esto con la perspectiva de conquistar algún día la dirección de organismos como los sindicatos, que son un factor muy importante de éxito en la lucha por el poder. Esto tiene, bajo todos los puntos de vista, una importancia enorme, porque de esta manera lograremos afianzarnos en estas organizaciones destinadas a desempeñar un gran papel, tanto en la lucha por la conquista del poder, como el trabajo subsiguiente. Nuestra inclusión en los sindicatos como fracciones, nos llevará necesariamente, en el periodo de la lucha final, a tomar en nuestras manos, el aparato central sindical. Cuando las masas estén en movimiento y si la lucha toma un curso favorable, nosotros podremos, en un congreso o con otros medios (no excluyo un golpe de mano), conquistar todo el aparato sindical, y los reformistas no tendrán otro medio de defensa, más que la ayuda del Estado burgués.

Sin embargo, cuando se trata del movimiento internacional, la cuestión se plantea de una manera completamente diferente, porque a escala internacional la lucha por la conquista del poder, y la conquista del poder mismo, adoptan formas completamente diferentes. Ciertamente no podemos imaginar que lucharemos por la conquista definitiva del poder al mismo tiempo en todos los países. El proletariado sólo puede conquistar el poder por etapas, un país tras otro. Por lo tanto, el aparato sindical central internacional no caerá inmediatamente en nuestras manos; los socialdemócratas lo salvarán trasladándolo, a medida que avance la revolución, a un país lo más alejado posible del país de la revolución proletaria victoriosa.

Por eso es necesario repetir continuamente a los trabajadores, que la Internacional Sindical de Amsterdam no es una organización proletaria de masas, sino un órgano de la burguesía, un órgano que mantiene las relaciones más estrechas con el Bureau International du Travail y con la Sociedad de las Naciones, un órgano que no puede ser conquistado por el proletariado y su partido revolucionario. Por eso creo que el viejo lema Moscú contra Amsterdam" era mucho mejor y mucho más útil para ganarse a las masas.

Pero como este tema puede parecer quizás muy abstracto, paso a temas que tienen que ver con la situación actual.

¿Cuáles son los hechos más importantes del movimiento sindical? ¿Cuáles son nuestras perspectivas generales en este campo?

Del informe del camarada Losowski se desprende que estamos convencidos que el desarrollo actual de la crisis capitalista, crea una situación que nos es muy favorable. ¿Por qué entonces, precisamente en este momento queremos cambiar de táctica, un cambio que corresponde a una perspectiva pesimista, y a un balance pesimista de nuestro movimiento sindical autónomo?

Otro hecho es el movimiento en el Este. El orador subrayó la gran importancia del movimiento sindical en China, que cuenta ya con un millón de sindicalisados. Esta formación de un movimiento con un claro y marcado carácter clasista en los países coloniales y entre los pueblos oprimidos es un hecho de enorme importancia, de hecho es la premisa fundamental de nuestra táctica en la cuestión colonial y nacional. Porque de esta manera podemos estar seguros que la ISR podrá conquistar la enorme mayoría del movimiento sindical en los países coloniales y del Este. Este es otro argumento que debería empujarnos a permitir que la sede de la ISR, exista junto a la Internacional Comunista y renunciar a disolver la primera.

Otro hecho es la influencia de América que se hace cada día mayor en todos los aspectos, tanto en términos de la resistencia del capitalismo contra las fuerzas revolucionarias, como en relación con la penetración de la influencia burguesa en las masas trabajadoras y a la realización de una colaboración entre clases.

Creo que este hecho confirma lo que dije. Cuanto más crezca la influencia del capitalismo americano en Europa, más crecerá también – dijo el camarada Losowski – la influencia de los sindicatos americanos en la Internacional de Amsterdam. El centro de gravedad se desplazará cada vez más hacia los sindicatos americanos y esto confirma mi argumento de que la central sindical internacional amarilla, se trasladará al país donde la reacción y el oportunismo sean más fuertes.

Si no tenemos una perspectiva pesimista, no debemos permitir la unificación con la Internacional de Ámsterdam. Por el contrario, la ISR debe permanecer intacta y a través de ella no se excluyen en absoluto, grandes acciones para la expansión de nuestra influencia entre las masas. Se pueden y se deben hacer propuestas para un frente único a la Internacional de Ámsterdam y a todas las organizaciones relacionadas con ella. El comité anglo-ruso debe continuar la actividad ya iniciada, es decir, en forma de comité para el frente único de los sindicatos rusos e ingleses, tendiendo a asociar también a este comité a los sindicatos de otros países. Esto es extremadamente importante como medio de propaganda y agitación, y de esta manera se pueden lograr resultados muy satisfactorios. Por otra parte, sin embargo, es necesario dar una perspectiva clara al desarrollo de la lucha.

Para nuestra táctica en Inglaterra es de importancia decisiva que toda nuestra atención y la del proletariado, no sea absorbida únicamente por el movimiento sindical de izquierda. Nunca debemos olvidar al partido comunista, aunque hoy sea todavía un partido pequeño; Hay que subrayar que en el desarrollo de la crisis social en Inglaterra y en la lucha será necesariamente la guía del proletariado y del estado mayor de la revolución.

Ahora quisiera decir unas palabras sobre la actividad sindical de nuestro partido, que fue muy discutida en nuestro III Congreso (este es el III Congreso del PCd’I celebrado ilegalmente en Lyon - nota del editor). La situación en la que se encuentra hoy el movimiento sindical italiano es de todos conocida. La reacción fascista ha destruido el viejo aparato de los sindicatos de clase y ahora está intentando crear una red de sindicatos fascistas. El fascismo hizo dos intentos para resolver el problema. El primer método que empleó fue el de la afiliación voluntaria a sindicatos fascistas, a diferencia de los sindicatos no fascistas. Pero, naturalmente, los sindicatos fascistas recibieron en gran medida el apoyo del Estado, mientras que los sindicatos no fascistas sufrieron duramente la arbitrariedad de la reacción. A pesar de esto, el fascismo tuvo que reconocer que sus planes habían fracasado. No pudo influir en las masas trabajadoras como había logrado influir en las masas campesinas, porque estas últimas habían tenido que sufrir directamente el terror fascista. El proletariado industrial está demasiado concentrado para ser oprimido y sometido como la población campesina. En las elecciones a las Comisiones Internas, por ejemplo, a pesar de todas las dificultades y represalias, casi siempre ganaban las listas de clase. El fascismo se ha dado cuenta de esto y, para remediarlo, ha cambiado sus tácticas sindicales de arriba a abajo.

Sobre la base de una ley especial, los sindicatos fascistas se convirtieron en los únicos sindicatos reconocidos por el Estado, toda actividad de los trabajadores fue prohibida por ley y, de hecho, se creó un monopolio fascista de los sindicatos, en el que los sindicatos fascistas concluyeron un pacto con las organizaciones de empleadores. Según la nueva ley, sólo los sindicatos fascistas tienen derecho a tratar con los empresarios, de modo que para los sindicatos libres, aunque en teoría son admitidos por el Estado, es absolutamente imposible -sin ni siquiera sumar todas las demás dificultades- realizar cualquier labor.

En este segundo período, nuestra táctica sindical tuvo que ser completamente diferente. La situación anterior nos ofrecía la posibilidad, en las elecciones de las Comisiones Internas, de librar una lucha contra los sindicatos fascistas en nombre de los sindicatos de clase. Esta fue una realización permanente del frente único y, en las empresas donde existían listas de clase y listas fascistas, la mayoría de los trabajadores, a pesar del régimen fascista, votaron por los sindicatos de clase. Según las nuevas disposiciones legales, las Comisiones Internas han sido disueltas, por lo que ya no actividad legal en las fábricas. Es cierto que se reconoce el derecho a existir de los sindicatos libres, pero este reconocimiento es puramente teórico; en la práctica, se confiscan sus locales, sus bibliotecas, etc. Por tanto, nuestra actividad debía orientarse hacia las empresas, donde se nos ofrece la posibilidad de mantener contacto con las masas trabajadoras.

Para utilizar la nueva táctica hubo dos propuestas, sobre las cuales se discutió mucho durante nuestro Congreso. El número de sindicatos disminuye día a día. La mayoría de los trabajadores no están organizados, pero debemos aspirar a poner en movimiento a toda la masa de trabajadores. Esto debe hacerse en nombre de los sindicatos; y nuestro punto de vista es que, en este trabajo, no debemos renunciar a la bandera de los sindicatos libres, de la Confederación General del Trabajo. Bajo la bandera de estas organizaciones, que tantas veces han llevado a los trabajadores italianos a la lucha, es necesario que trabajemos. Es cierto que estas organizaciones hoy en día casi no realizan actividad; es cierto que lo que queda de ellas está en manos de los reformistas, que siempre están dispuestos a llegar a un compromiso con los fascistas, compromiso que aún no se ha logrado por la única razón de que el fascismo no le atribuye ningún valor. Sin embargo, siempre debemos tener presente que, cuando el proletariado se lance nuevamente a la lucha, cuando la clase trabajadora comience a respirar más libremente nuevamente, tendremos que liderar la batalla bajo la bandera de los sindicatos libres, cualesquiera que sean las causas y condiciones de la misma batalla. Si dejamos esta bandera a los reformistas, les será posible, tan pronto como la presión se debilite, levantarse nuevamente y recuperar terreno entre las masas trabajadoras; reabrirán las sedes legales de sus organizaciones y nos aislarán de las masas.

Ésta es la tesis de la izquierda, de nuestro partido sobre el trabajo que hay que hacer hoy a nivel sindical. Hemos propuesto establecer secciones sindicales en cada empresa. Los sindicatos no deben morir, deben resistir la difícil situación en la que se encuentran, porque, tarde o temprano, podrán volver a desempeñar el papel que les corresponde. Por lo tanto, en nuestra opinión, es necesario crear comités secretos en cada empresa con la tarea de organizar a los trabajadores; estas secciones de empresas deben estar conectadas directamente con los sindicatos, incluso si éstos están dirigidos por reformistas. Si después tenemos la posibilidad de volver a respirar libremente, entonces tendremos a nuestra disposición el esqueleto de una organización de masas, sobre la que ejerceremos una mayor influencia que los socialdemócratas. Los comités dentro de las empresas también deberían trabajar con las masas no organizadas; deberían, en cada conflicto laboral entre trabajadores y patronos, crear comités temporales de agitación que abarquen a toda la fuerza laboral de la empresa. ¡Aquí está nuestra propuesta!

Pero nuestra Central ha encontrado otra solución. Es muy difícil definir claramente esta solución, porque en nuestro debate previo al Congreso la tesis de la Central no encontró una expresión clara. Fue modificada a raíz de las resistencias que encontró en el Congreso, y en el informe del camarada Ercoli y en las Tesis encontró una formulación muy ambigua. Sin embargo, toda la línea teórica de nuestra Central demuestra que tiene una concepción de estos problemas, que a nuestro juicio, no es ni marxista ni leninista. En su opinión -aunque no lo diga claramente- debería crearse una nueva organización, una nueva red de entidades corporativas que debería sustituir a los viejos sindicatos destruidos por el fascismo, e incluso a los sindicatos que todavía hoy existen.

El punto de vista de nuestra Central ha encontrado una viva oposición en el Congreso, y creemos que los representantes de la Internacional en el Congreso comparten más bien nuestra posición. De hecho, las tácticas sindicales de nuestra Central evocan el peligro de una escisión. ¿En qué consiste esta táctica? En la creación de comités de agitación por la unidad sindical como órganos permanentes con red propia. Al principio sólo se habló de comités de agitación; luego, en consideración a las fuertes críticas vertidas a esta consigna, se agregó: por la unidad sindical. Si se pretende crear una red de organismos permanentes, que abarque trabajadores sindicalizados y no sindicalizados, organización con comités locales y provinciales, congresos, etc. da a los reformistas un buen pretexto para excluir a los comunistas de la Confederación General del Trabajo. Por lo tanto, corremos el peligro de quedarnos fuera de organizaciones importantes cuando surja una situación más favorable, y en lugar de tener nuestra propia organización, una nueva organización fundada por nuestro partido y que abarque sólo a una minoría de trabajadores. Aquí no se trata simplemente de dos consignas divergentes entre sí, sino de una cuestión vital para el trabajo del Partido Comunista de Italia, y es sobre lo que queremos llamar la atención de la Internacional Comunista.


(*) En una correspondencia del partido del 22 de agosto de 1965, el ponente precisa: «Aclaremos que también hemos dicho en el trabajo que las llamadas “fracciones” comunistas en los sindicatos y en las fábricas no son más que nuestros grupos habituales, retraducidos de la palabra francesa fracción, muy utilizada, que también utilizan los grupos parlamentarios».






XVI Sesión
8 de marzo de 1926
Después de las conclusiones de Zinoviev


El representante de la izquierda del PCD’I toma la palabra para una breve declaración.

Por razones que expliqué en mis dos intervenciones durante el debate general, voto en contra de la resolución propuesta.

Contiene la referencia a una necesaria modificación del régimen interno de la Internacional; pero como los trabajos del Pleno no constituyen ni la expresión de un nuevo método ni la apertura de nuevos caminos en la vida de la Internacional Comunista, me veo obligado a mantener mi punto de vista opuesto también en este caso. Sin embargo, al mismo tiempo expreso la esperanza de que los hechos puedan demostrar una mejora importante.

No presento aquí ni tesis ni resolución, sino que me refiero tanto a las tesis presentadas en el V Congreso, como a las que la izquierda del Partido Comunista de Italia, presentó en el último congreso del partido.

Solicito al Ejecutivo que dé a conocer al VI Congreso la parte general de estas tesis.

(Protocolo alemán, página 517)







XIX Sesión
14 de marzo de 1926
Tras el informe de Bujarin en nombre de la comisión alemana,
aquí se habla de las críticas de la Izquierda Italiana a los métodos de la Internacional.


El representante de la izquierda italiana hace otra declaración.

Dado que el camarada Bujarin tuvo la amabilidad de expresar aquí una vez más las críticas que hice en la comisión, me veo obligado a aclarar más esos dos puntos que ya había desarrollado en dicha comisión. Protesté contra el método de obrar utilizado en la resolución, que consiste en extraer de su contexto lógico citas individuales de camaradas para demostrar sus desviaciones. Creo que este método de lucha no conduce a la clarificación ideológica entre las masas.

Además, en la comisión arremetí contra el uso exagerado del terror ideológico, es decir, contra el hecho de que en cualquier circunstancia nos presentamos ante los miembros comunes y corrientes del partido y, antes de haberles informado sobre ciertas cuestiones políticas, les decimos que si se declaran en contra del contenido político de los temas, tal como los presenta el Comité Central o el Ejecutivo, entonces son enemigos del Ejecutivo, opositores del comunismo, etc. No basta con declarar que se hace una distinción entre dirigentes de izquierda y trabajadores de izquierda: debemos poner fin a este método de terror ideológico y decidir aclarar verdaderamente el contenido político de las cuestiones a los trabajadores. No he exigido que se realice un estudio exhaustivo de las obras de los camaradas de izquierda, pero quisiera advertir al Ejecutivo y a los camaradas presentes, que no descuiden la conexión con las masas. Es cierto que a mí mismo se me reprocha haber descuidado o subestimado a menudo la conexión con las masas, pero quisiera recordar una vez más a los camaradas, la necesidad de no perder esta conexión.

(Protocolo alemán, página 577)







XX Sesión
15 de marzo de 1926
En la discusión sobre el informe de la comisión alemana, y tras una intervención de Ercoli.


El representante de la Izquierda Italiana hace una segunda declaración.

La discusión sobre el informe de la comisión alemán ha llegado a un punto en que me siento obligado a hacer una segunda declaración, y una muy clara, tanto más cuanto que el camarada Ercoli ha dicho que el tono de Bordiga en las declaraciones se ha vuelto gradualmente un poco más agresivo.

Declaro primero que todo que, a mi parecer, existe efectivamente un peligro de derecha. El camarada Ercoli afirma que en el curso de las discusiones políticas se llevó a cabo un análisis exacto y se estableció que el peligro de derecha reside en Francia. Yo me pregunto si puede considerarse como una aplicación seria del método marxista un análisis que cree poder darnos incluso la dirección de la peligrosa derecha; habría fijado su domicilio en el Quai de Jemmapes 96 o en la Rue Montmartre 123, es decir, en la sede de Révolution Prolétarienne o del Bulletin Communiste. Tal vez se añadirá que el peligro de derecha recibe de seis a ocho de la tarde. El análisis debería plantearse de forma completamente distinta. El peligro de derecha está presente, existe no sólo en las resoluciones escritas sobre el papel, sino ante todo en los hechos y en la actitud política del Comintern, como expliqué en mi discurso sobre la cuestión política.

Este peligro también está contenido en las resoluciones aquí formuladas, tanto sobre la cuestión política general como sobre las cuestiones tratadas en relación con partidos individuales, sobre la cuestión del partido alemán y la cuestión del partido francés. Este peligro se expresa también en el hecho de que aquí, ante el foro del Ejecutivo Ampliado, no se ha discutido el problema ruso. En mi discurso ya mencioné el hecho de que las secciones del Comintern, tal como son hoy, no tienen la posibilidad de ocuparse de la cuestión rusa y he encontrado en ello una confirmación de mi crítica. Es absolutamente necesario que la Internacional se ocupe del problema central de las relaciones entre la lucha revolucionaria del proletariado mundial y la política del Estado proletario y del partido Comunista en Rusia; es necesario que la Internacional adquiera la capacidad de discutir estos problemas.

Es deseable que contra el peligro de derecha haya una resistencia de izquierda, no digo una fracción, sino una resistencia de la izquierda a escala internacional; pero debo decir con toda franqueza que esta resistencia sana, útil y necesaria no puede ni debe expresarse en forma de maniobra o intriga. Estoy de acuerdo con el camarada Ercoli cuando declara absurdo que los camaradas en la discusión política han aprobado plenamente el informe y las tesis hagan ahora, a última hora, oposición -no contra la desviación internacional de derecha, sino contra la resolución sobre la cuestión alemana. Estos camaradas, que no saben hacer ninguna objeción a la línea política general, pasan muchas veces a la oposición sólo porque como grupos, como dirigentes o como exdirigentes no están satisfechos con las resoluciones relativas a su partido y a su país. Por esta razón, no puedo declararme solidario con ellos, con esta autodenominada oposición de ultraizquierda. No lo digo por supuesto, para ganarme la simpatía de la mayoría a la que atribuyo precisamente la responsabilidad de tal sistema, tanto más en cuanto que los opositores de hoy fueron apoyados antes por esa misma mayoría que los consideraba los mejores dirigentes.

Concluyo: en lo que respecta en particular a la cuestión alemana, soy de la opinión de que hay que decir a los buenos obreros revolucionarios de la izquierda alemana que ellos deben estar en guardia contra dos falsas líneas: por un lado el derrotismo y la desconfianza hacia la Internacional y la revolución rusa que se ocultan bajo declaraciones unánimemente aceptadas y, por otro lado, el optimismo ciego que quiere evitar toda discusión y toda confrontación, que no quiere una utilización real de la experiencia y la colaboración de la vanguardia comunista del proletariado, sino que rinde homenaje a puntos de vista religiosos y dogmáticos. He explicado porqué esta última actitud es tan peligrosa como la primera para las relaciones entre el proletariado mundial y la revolución rusa. El partido ruso y la Rusia soviética tienen la mayor experiencia revolucionaria, sólo ellos han logrado la victoria revolucionaria a través de la lucha, pero los obreros revolucionarios de Alemania también tienen sus propias experiencias. También ellos deben apoyarse en las lecciones que les han dado sus luchas y derrotas. Se debe permitir a su tradición y sus instintos de clase ser consultados en relación con los peligros de derecha por los que han sido duramente golpeados en el curso de las últimas batallas. Esta vanguardia obrera debe tomar claramente una posición tanto sobre la táctica del partido, tal como se expresa hoy a través de sus más que dudosas maniobras contra la socialdemocracia y en la célebre campaña por el plebiscito, como sobre la línea general del Comintern y los problemas de la política de partido ruso que se sitúan en el centro de la política de la revolución mundial. Puesto que la revolución rusa es la primera gran etapa de la revolución mundial, es también nuestra revolución, sus problemas son nuestros problemas, y cada miembro de la Internacional revolucionaria tiene no sólo el derecho sino también el deber de colaborar en su solución.


(del Protocolo alemán, pag. 609-611)




En la misma sesión, después de la votación de la resolución sobre la cuestión alemana, unánime con sólo los votos en contra de Hansen y Bordiga, este último también votó en contra de la resolución sobre la cuestión americana, el presidente Geschke leyó la siguiente moción del representante de la Izquierda italiana

Quiero formular por escrito mi posición sobre la discusión de los problemas rusos. Tengo derecho de constatar que el Pleno no ha discutido las cuestiones rusas, que no tiene ni la posibilidad ni la preparación para hacerlo, y que este hecho me da derecho a sacar la conclusión de que nos encontramos ante uno de los resultados de la política general equivocada de la Internacional y de las desviaciones de derecha de esta política. La misma observación hice en mi primera intervención en la discusión general. Concretamente propongo que el Congreso Mundial se convoque el próximo verano, teniendo en el orden del día precisamente la cuestión de las relaciones entre la lucha revolucionaria del proletariado mundial y la política del Estado ruso y del partido comunista de la Unión Soviética, quedando entendido que la discusión de estos problemas debe ser debidamente preparada en todas las secciones de la Internacional.

(Por votación unánime, la moción se transmite al Presidium de la Internacional).

 

(Del Protocolo alemán p. 651)