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El depravado circo de la burguesía norteamericana tiene un nuevo cabecilla Como es tradición, cada cuatro años la burguesía impone otra payasada de debates y mítines publicitarios a la clase obrera estadounidense. En los medios de comunicación, se bombardea a las masas con anuncios alarmistas y se insta a todo el mundo a participar en el narcisismo colectivo del intercambio de opiniones y el debate, uniéndose al coro de expertos y opinadores políticos tan idiotas como seguros de sí mismos. El pueblo debería haber elegido entre demócratas y republicanos, entre CNN y Fox, entre Big Macs y Whoppers, entre Pepsi y Coca-Cola... En cambio, los comunistas rechazamos la invitación burguesa a ejercer nuestro derecho a la “libertad de elección” y, como siempre hemos hecho, invitamos a los trabajadores a tirar sus papeletas a la cesta de basura más cercana. La burguesía gasta una enorme cantidad de dinero en el circo electoral, cientos de millones de dólares en propaganda demencial, para intimidar a la gente, de que es urgente salvar a la nación, salvarnos a nosotros mismos, y que ahora se trata de “votar o morir”. A medida que la depravación de los representantes de la burguesía estadounidense, no mejor que la de Calígula, sale cada vez más a la luz y el edificio de la hegemonía imperial estadounidense continúa su declive, cada nuevo circo electoral no hace sino confirmar la total degeneración, incoherencia y senilidad de todo el orden burgués en putrefacción. Mientras la burguesía, sus escuelas y sus medios de comunicación nos quieren hacer creer que el ritual demencial de las elecciones pone de manifiesto la voluntad del “pueblo estadounidense”, indicada por el número de votos, la verdad es que el sistema democrático hace tiempo que eliminó cualquier expresión política independiente de la clase obrera, estableciendo, tras las convulsiones sociales al término de la Guerra Civil estadounidense, una plena dictadura de clase de dos partidos. En la civilización capitalista en descomposición, sólo hay democracia para la burguesía. Un grotesco sistema de “votos contra dólares” sólo esconde una guerra propagandística contra el proletariado. Entre enero de 2023 y abril de 2024, los dos partidos estadounidenses recaudaron 8.600 millones de dólares para las elecciones a la Cámara de Representantes, al Senado y a las presidenciales de 2024. Los dos partidos reciben un apoyo financiero más o menos igual. Los republicanos recaudan más de las industrias manufactureras y mineras tradicionales, los demócratas de las empresas de informática, Hollywood, los sindicatos de abogados, los funcionarios públicos y la aristocracia obrera. Sólo los intereses económicos contrapuestos de la burguesía están en la base de las diferencias entre la política de los Demócratas y los Republicanos. Sin embargo, ambos partidos siempre han desempeñado el papel crucial del policía malo y el bueno en el disciplinamiento del proletariado. Los Demócratas demuestran que representan los intereses de la pequeña burguesía. Hoy hacen alarde de una retórica liberal burguesa, progresista, pero en un pasado no muy lejano fueron el partido del Destino Manifiesto y de la esclavitud negra, luego de los segregacionistas de las leyes de Jim Crow y de la aristocracia obrera blanca. ¿Hoy debemos creer que son los paladines de los oprimidos, opuestos a una “derecha” conservadora y regresiva que está a punto de instaurar una dictadura al estilo mussoliniano? Olvidan por completo el envío de portaaviones para garantizar la libre masacre de decenas de miles de proletarios en Palestina. Los Republicanos, por su parte, son el partido que en la historia ha representado principalmente los intereses del capital industrial. En estas elecciones han demostrado que coquetean con la aristocracia obrera intentando poner a los sindicatos de su lado. La primera invitación a un presidente de un sindicato, Sean O'Brien de los Teamsters, para hablar en la Convención Nacional republicana y las visitas de Trump a los piquetes de la UAW a principios de este año no tienen precedentes. Pero Trump, en una reciente entrevista con su colega capitalista Elon Musk, expresó su apoyo a la violación de las leyes laborales y al despido de trabajadores en huelga. El llamamiento de los Republicanos a los trabajadores se basa en la vieja receta de enfrentar a los trabajadores com empleos estables con los inmigrantes, que roban los puestos de trabajo. Hasta ahora este intento ha fracasado, ya que los Teamsters en estas elecciones no han apoyado a ninguno de los dos partidos burgueses. Independientemente de las motivaciones de los dirigentes, esta ruptura con los dos partidos burgueses de uno de los mayores sindicatos del país es significativa para una clase obrera que está encontrando ahora una nueva combatividad en una oleada de huelgas que está creciendo en todo el país. Aunque no damos ningún valor a las “opiniones populares”, la confianza en los sindicatos ha crecido mucho en los últimos años, mientras que la confianza en los partidos burgueses y en el gobierno no ha dejado de disminuir. Los sindicatos y las huelgas se ven cada vez más como la vía para obtener las conquistas materiales para los trabajadores, mientras que las falsas promesas de los partidos burgueses caen en saco roto. Por eso ambos partidos hacen críticas “culturales” del capitalismo, reduciendo la explicación de la precipitación de la crisis económica a razones morales o particulares, para apelar a los sentimientos reaccionarios típicos de la pequeña burguesía. Desde la inmigración masiva en la frontera sur (resultado de la dominación imperialista del Sur global), hasta la crisis de los opioides, el crimen, la falta de vivienda, descriviendo a los trabajadores desesperados, que buscan empleo, como criminales, todo esto absolviendo a la burguesía global de toda responsabilidad. Ningún partido burgués cerrará jamás la inmigración, que mantiene a un grupo de trabajadores altamente explotados y constantemente en peligro de deportación, mientras que el capital nacional se limita a utilizar su aparato estatal para mantenerlos en la subyugación total. La propaganda del partido Republicano martillea contra los más explotados, los inmigrantes, los pueblos indígenas, los proletarios negros, las mujeres y los no heterosexuales; la propaganda de los Demócratas, complementaria, utiliza el guante de terciopelo, dirigiéndose a los trabajadores que tienen empleo pero esperan su turno para ser despedidos, ofreciendo a unos pocos elegidos, de la aristocracia obrera, falsas promesas de movilidad social ascendente. Debido a la creciente acumulación, y crisis, de la economía capitalista, los intereses de la industria están cada vez más en desacuerdo con los supuestos de la democracia liberal y las ilusiones de las clases medias, que creen en ella. Los dos partidos de la burguesía norteamericana, representantes de la clase capitalista, a pesar del velo democrático, siempre han estado unidos en el sometimiento de la clase obrera norteamericana e internacional. Juntos emplean sus marines y sus portaaviones, su policía y sus prisiones, sus muros fronterizos, y nada cambiará jamás la naturaleza de estos dos aparatos impregnados de sangre, hipocresía y guerra, que sacrifican todo el potencial de vida sana y bella del mundo en el monstruoso altar del imperialismo capitalista. En cuanto a las cuestiones particulares que enfrenta la burguesía en estas elecciones, la más importante es la propuesta de Trump de un arancel del 10-20% sobre casi todos los productos importados, con aranceles mucho más altos propuestos para China. El arancel beneficiaría a las industrias manufactureras y extractivas estadounidenses, manteniendo fuera las importaciones de productos terminados y materias primas. Eliminada la competencia, el mercado interno quedaría reservado al capital industrial nacional. Pero la administración Biden ya se había movido en esta dirección con la Ley sobre los microprocesadores. La clase capitalista estadounidense tendría interés en restablecer su base industrial, incluso como preparación para la próxima guerra interimperialista. Sin embargo, la capacidad del proteccionismo para producir un crecimiento significativo de la industria en este momento histórico es cuestionable, al igual que las otras políticas aprobadas recientemente por la burguesía. Ciertamente, al obstaculizar la competencia extranjera, darán lugar a un nuevo ataque contra el nivel de vida de los trabajadores estadounidenses al permitir que las empresas estadounidenses aumenten los precios de los bienes de consumo. El proteccionismo representa un cambio significativo respecto a la política comercial de libre mercado de la posguerra. Es una vuelta a las políticas que dominaron el mundo en la preguerra, necesarias para que los nuevos capitalismos desarrollaran sus industrialismos nacionales. Los aranceles y las “guerras comerciales” anticipadas por Trump, a pesar de su política exterior supuestamente “aislacionista” destinada a evitar una “tercera guerra mundial”, sientan las bases de un futuro conflicto imperialista al exacerbar la competencia entre capitales nacionales, por mercados y recursos, agudizando las tensiones con China, principal enemigo del imperialismo estadounidense. Los Demócratas han insinuado controles de precios y han hecho promesas vacías de subir los impuestos a las grandes empresas y a los estadounidenses ricos, mientras que los republicanos hablan de recortes fiscales por valor de billones. La “economía de la oportunidad” de Harris apela a la pequeña burguesía, ofreciéndole, en la lucha contra los grandes capitalistas, diversas exenciones fiscales e incentivos para abrir nuevos negocios. Pero en el capitalismo, la competencia engendra el monopolio y viceversa; no existe un “pequeño capitalismo” ideal que no acabe desembocando en el monopolio o disolviéndose en él. Además, el plan de los Demócratas no ofrece nada a la clase obrera, que lucha contra la pequeña y la gran burguesía al mismo tiempo. Es fácil para los Demócratas adoptar la retórica vacía de “Cuando los sindicatos son fuertes, Norteamérica es fuerte”: cuando la fuerza real y seria de una huelga, como la huelga ferroviaria de 2022, se materializó, la destruyeron, colaborando con la burocracia sindical para privar a la clase obrera de su arma sindical más fuerte. Desde sus premisas lógicas, estos partidos sólo pueden consolidarse en formas fascistas o socialdemócratas, logrando así de facto una temporal unidad política nacional burguesa y subordinando abiertamente a la clase obrera a los intereses del capital nacional. Esta fue la estrategia de las clases dominantes en el período de crisis que condujo a la Segunda Guerra Mundial, con la aparición del fascismo en Europa, el estalinismo en Rusia y la socialdemocracia de Franklin D. Roosevelt. El apoyo predominante a los Republicanos por parte de los intereses industriales tradicionales frente al de las clases medias liberales, que constituyen una gran parte de la base de los demócratas, explica la polarización entre los dos partidos burgueses, surgida en un capitalismo cada vez más enfermo, enfrentado a una crisis de acumulación de beneficios que obliga a la gran burguesía a devorar a las clases medias y a la aristocracia obrera para sostener la acumulación y la tasa de beneficios. Como resultado, los dos partidos burgueses se ven cada vez más incapaces de ponerse de acuerdo en muchas cuestiones clave, incluyendo, recurrentemente, el presupuesto federal. Incluso en estas elecciones, Trump continuó diferenciándose de las “buenas maneras” de la política burguesa estadounidense, amenazando incluso con el uso del ejército para vengarse de los rivales políticos y aludiendo a la posibilidad de nombrarse a sí mismo jefe de Estado si no era elegido. En respuesta, los Demócratas retomaron su retórica antifascista para “salvar la democracia”. Algunos Republicanos retrocedieron, amenazando con que la elección de Trump podría ser la última en EEUU, con alusiones a una guerra civil si no era elegido. A la luz de la “insurrección” del 6 de enero, en la que una turba desorganizada de unos pocos miles de partidarios de Trump irrumpió en el Capitolio, y el posterior fracaso de la demanda presentada por los demócratas, Trump se ha convertido en un mártir para su base de pequeñoburgueses y clases bajas que ven el fracaso del orden liberal para ser sustituido por un líder autoritario con poderes especiales. La posibilidad de despojar al régimen burgués de su barniz democrático ciertamente está siendo considerada por muchos dentro de la clase dominante. El estilo caótico de Trump, su impopularidad entre muchos militares y la división entre los burgueses, en ausencia de una amenaza existencial real a su orden de clase en el futuro inmediato, hacen que sea poco probable en este momento que la burguesía se una en torno a Trump. Además, debido a la presencia de un Partido Demócrata bien enraizado, sería difícil para los Republicanos crear un Estado unipartidista efectivo. Pero independientemente del hecho de que el propio Donald Trump se esfuerce o no por convertirse en un dictador, esto no aparta a los Estados burgueses de la larga marcha del mundo hacia métodos cada vez más autoritarios y fascistas. Como Marx observó poéticamente, «la estructura de los elementos económicos de la sociedad no se ve afectada por las nubes de tormenta del cielo político». El grado de desarrollo de la producción económica es siempre, en última instancia, el factor decisivo en las acciones de una nación y de los individuos que representan a sus clases. Mientras prevalezca el modo de producción capitalista, éste sólo podrá dar formas capitalistas de expresión política. Detrás del efímero clamor de las elecciones, aparecen en el horizonte las verdaderas crisis inevitables: la catástrofe en ciernes causada por la superproducción capitalista y la incapacidad de las masas para satisfacer sus necesidades, la próxima gran guerra de las naciones burguesas más desarrolladas. Las tensiones imperialistas en Europa y Oriente Próximo están llegando de nuevo a su punto álgido, las guerras imperialistas asolan a innumerables masas, disfrazadas bajo demandas de autodeterminación nacional. En Estados Unidos, muchos están horrorizados por la crudeza de estas guerras y convencidos del papel del propio Estado en la devastación; una vez más protestan en las calles con demandas de paz y libertades democráticas. Esto mientras el gobierno del Partido Demócrata, mientras hipócritamente afirma ser la alternativa a la “violencia” de Trump, promete mantener al ejército estadounidense como la “fuerza más letal del mundo”. Recordemos, como estableció la III Internacional Comunista, que no existe una “democracia en general”, por encima de las clases; siempre es un instrumento de la clase dominante y amoldada a su protección. Una vez más, sea quien sea el elegido, poco o nada cambiará en la vida cotidiana de la clase obrera estadounidense. Al final, los trabajadores estadounidenses se enfrentarán a una de las caras del capital y tendrán que adecuarse para la defensa de sus intereses. El único camino de emancipación para el proletariado es organizarse sobre la base de la realidad económica de los trabajadores y luchar contra el capitalismo y todas sus expresiones, incluido el parlamentarismo burgués, sin apoyarse en la forma democrática de la tiranía burguesa. Si hay “nubes de tempestad” en el horizonte, no son las que amenazan al electoralismo burgués, sino las del inminente choque final de las dos clases en una larga batalla por el destino de la historia humana. Sólo a través de la victoria del proletariado, dirigido por el órgano político de la clase obrera, el Partido Comunista Internacional, se podrá acabar definitivamente con las contradicciones irreconciliables entre el trabajo y el capital, destruyendo el aparato estatal de la burguesía e instaurando la dictadura del proletariado, eliminando así, de una vez por todas, la sociedad de clases. |