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Tercera Internacional Comunista 5º Congreso - Junio-Julio 1924 |
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1 - Valoración de la situación
El fascismo, en toda la amplitud de su desarrollo, representa un intento de unificar la acción política de los diferentes grupos sociales de las clases privilegiadas (capitalismo industrial, financiero, comercial, gran propiedad de la tierra) con el propósito de la preservación del régimen burgués y de la lucha contra las fuerzas revolucionarias.
En su primer período, aprovechando el éxito de la maniobra antirrevolucionaria de los gobiernos burgueses de izquierda, el fascismo tuvo el carácter de una movilización de las clases medias, apoyadas por el Estado y la burguesía, y un encuadramiento de tipo militar de los efectivos sociales de estas clases para la acción violenta y terrorista contra el proletariado y sus organizaciones rojas.
Tras la derrota de la clase obrera, debida a la maniobra combinada de la democracia y del fascismo y a la impotencia del viejo Partido socialista, el fascismo, habiendo desarrollado una organización política muy amplia, pero sin ningún programa de renovación social, se instaló en el poder por medio de un compromiso con la clase dirigente tradicional, mientras se deshizo brutalmente de la mayor parte de las personalidades y de las camarillas políticas tradicionales.
La conquista del poder y su ejercicio por parte del fascismo se llevó a cabo mediante el aplastamiento y la dispersión del proletariado, el cual sin embargo, en su inmensa mayoría se mantuvo sobre el terreno del odio al fascismo. Las clases medias y probablemente una parte de los campesinos mantuvieron durante un primer período la ilusión de que el movimiento fascista fuese la realización de sus intereses sociales, pero la obra del gobierno fascista empujó progresivamente a estas clases hacia una actitud de decepción, descontento y oposición.
El asunto Matteotti reveló en modo repentino, por la intervención de reflejos sentimentales, el grado alcanzado por este descontento entre las clases medias y determinó un impulso de la masa obrera hacia la valiente reanudación de la lucha abierta de clases. El gobierno fascista se debilita y el proceso de decadencia del fascismo resulta singularmente acelerado.
Es posible que el fascismo, el cual conserva casi intacta su organización política y militar, esté siendo arrastrado a una violenta reacción, pero es mucho más probable que una gran parte de la opinión pública burguesa lo atribuya al uso del método político de izquierda. En este caso, debemos esperar una sucesiva evolución de la política de Mussolini hacia un gobierno de coalición burgués el cual terminará incluyendo al partido reformista.
Las clases medias quedarán en una posición de incertidumbre entre la aparente satisfacción y las pequeñas concesiones que un gobierno de este tipo podrá hacer. El proletariado, en el caso que se produzca una nueva ola reaccionaria, verá pospuesto pero no definitivamente impedido su retorno ofensivo, logrará probablemente de ahora en adelante imponer su libertad de organización y de acción en una medida cada vez más creciente.
Todo indica que las posibilidades de acción del Partido Comunista de Italia
se ampliarán significativamente.
2 - Actitud del Partido Comunista de Italia frente al fascismo
El Partido Comunista de Italia apoyará, sobre una crítica marxista profunda, su propaganda, su polémica y su agitación contra el fascismo en el poder.
Nunca ocultará el hecho de que es el Partido que se propone derrocar con la violencia revolucionaria la dictadura burguesa, ya sea que se organice bajo la forma fascista o se esconda detrás de la máscara de la democracia. Esto se refiere no sólo a la crítica teórica sino a toda manifestación política y palabra de lucha del Partido.
El Partido afirmará siempre que es con la ayuda de las grandes masas que pretende llegar a esta batalla revolucionaria, pero al mismo tiempo, en cuanto apenas la situación lo permita, buscará tomar en sus manos el control organizado de los conflictos armados parciales que siempre estallan y siempre estallarán contra las fuerzas fascistas. A partir de ahora es posible técnicamente sentar las bases de este trabajo en cuanto al nivel de organización y armamento.
3 - Actitud hacia los partidos de oposición
Dividimos estos partidos en tres grupos:
a) La oposición burguesa (demócratas liberales, como Nitti, Amendola, Albertini, Agnelli, Meda, etc.), que debe ser atacada y desenmascarada como una fuerza de conservación burguesa que quiere repetir, en detrimento del proletariado, las maniobras contrarrevolucionarias del giolittismo clásico.
b) Los partidos y grupos de las clases medias y campesinas (izquierda y centro-izquierda del partido popular, partido de los campesinos, movimiento de D’Annunzio, de la Italia Libre, de la “Revolución Liberal”, derecha del Partido Republicano, etc.), frente a los cuales hay que sostener la absoluta incapacidad y cobardía casi sin excepción de los estados mayores en la lucha contra el fascismo y en la defensa de los intereses que les son encomendados. Por tanto, es necesario apoyarse, sobre todo para los movimientos más antiguos, en sus precedentes de colaboración, durante la guerra y después de la guerra, con las políticas de los gobiernos burgueses. A través de la crítica directa y abierta es necesario resaltar las causas de la decepción de las capas sociales que se agrupan en torno a estos grupos y denunciar su impotencia al no atreverse a sacar su oposición al fascismo del terreno de la legalidad y el pacifismo social. Luchando contra esta fatal ilusión y el peligro de que contagie a la clase obrera, se presentará siempre abiertamente la necesidad de que la lucha revolucionaria antifascista sea dirigida por el proletariado y dominada por la perspectiva de la llegada de su dictadura; la única alternativa que se puede oponer a la dictadura burguesa fascista que también asfixia a los elementos menos favorecidos de las clases medias.
c) Los partidos que se reclaman de la clase obrera pero que carecen de un programa y de una tradición revolucionarios (izquierda de los republicanos, socialistas unitarios, maximalistas e incluso anarcosindicalistas). También en la confrontación de estos partidos, la crítica y la polémica comunistas demostrarán que nunca podrán conducir al proletariado a la victoria y que toda la historia de las luchas sociales en Italia es una condena y liquidación de su tradición burguesa y pequeñoburguesa, nada menos que de la tradición de la democracia, a la que están más o menos conectados. Esta crítica y esta polémica tendrán que ser incesantes y muy enérgicas. Es necesario aprovechar todas las oportunidades y todas de todas las experiencias para combatir esa tendencia a una falsa unidad que consiste en defender la formación de un gran partido obrero el cual reúna a las diferentes escuelas políticas o un bloque de estos partidos constituido para el propósito de crear un estado mayor del proletariado.
Cada “cártel” político con los partidos de los tres grupos es absolutamente excluido, ya se trate de organismos centrales nacionales o se trate de organizaciones locales. El Partido Comunista empleará, aprovechando todas las posibilidades, la táctica del frente único haciendo llamamiento a la unidad de las fuerzas proletarias y semiproletarias sobre el terreno de las organizaciones de todo tipo, existentes o nacientes, en el marco de las cuales se lleva a cabo la lucha de los partidos políticos. Esta acción, al igual que el llamamiento directo a los trabajadores militantes y simpatizantes de otros partidos, se aplicará en el futuro inmediato hacia las masas que siguen a los partidos del tercer grupo y (después de cierta preparación) también la izquierda del partido popular y del partido de los campesinos. En un desarrollo agudo de la situación hacia la inestabilidad del régimen, una táctica de este tipo deberá tener en cuenta también a las capas sociales que actualmente se agrupan detrás de los partidos del segundo grupo. Esta táctica tiende a la unidad de las masas obreras y campesinas e incluso pequeñoburguesas bajo el control del Partido, y su éxito está relacionado con la liquidación y demolición progresiva de los partidos oportunistas y semiburgueses en cuestión.
4 - Problemas particulares relativos a las relaciones con el partido maximalista
Entre los grupos oportunistas, el partido maximalista es el más peligroso sobre todo en un período de situación incierta porque se basa en la combinación de la demagogia con la poltronería. Este partido debe ser abiertamente denunciado como enemigo de la causa proletaria. La tradición de su nombre y de su periódico debe ser empujada hacia una liquidación definitiva. Para ello, no será aceptado como partido simpatizante de la Internacional, no se formará ni apoyará oficialmente ni extraoficialmente la peligrosa equivocación de una fracción de izquierda en su seno.
Con el objetivo fundamental de extender rápida y sólidamente su influencia sobre las masas, el Partido Comunista deberá conducir una intensa agitación por la reorganización del movimiento obrero y reconstituir paralelamente la red de sus funciones sindicales, a partir del grupo comunista de fábricas (compuesto de camaradas y trabajadores sin partido que no son miembros de otros partidos) hasta el comité sindical nacional comunista, el cual no debe ser una oficina del partido, sino el centro de una fracción comunista del movimiento obrero. Para las elecciones en las fábricas, el partido practicará el bloque con los partidos del tercer grupo (en el sentido de que apoyará listas comunes de organizaciones rojas) hasta que la lucha sindical encuentre la posibilidad de un desarrollo más libre. El Partido aprovechará un momento propicio para proponer tanto la unidad sindical roja nacional, como una alianza de los sindicatos en torno a un plan de reivindicaciones comunes. La situación dirá, en relación con la influencia que conservarán los jefes reformistas de la Confederación del Trabajo, si es necesario aplicar la táctica de la “izquierda sindical” para derrocarlos. Si las posibilidades de trabajo sindical son menores de lo que se supone en la proposición anterior, el partido deberá concentrar su actividad y su trabajo en el vínculo sistemático con las fábricas con el objetivo de formar no sólo un aparato interno, sino también una red por la maniobra de las grandes masas.
6 - Trabajo entre los campesinos
Dado que la organización, la propaganda, la prensa y la influencia electoral y política del partido se extienden ya tanto a los centros urbanos como al campo, se trata de intensificar nuestro trabajo de agitación del programa agrario comunista con los medios de los cuales ya disponemos exigiendo que este trabajo sea realizado por cada órgano y miembro del Partido. Para llegar y extender de manera conveniente esta actividad, es necesario contar con la reorganización de los sindicatos de los asalariados agrícolas, las ligas de aparceros y pequeños arrendatarios. Por lo que concierne a los pequeños propietarios, la cuestión del partido de los campesinos debe estar puesto a la orden del día. De ninguna manera se debe fomentar la formación de un Partido político autónomo de los pequeños propietarios, sino la organización de una asociación de la defensa de los intereses económicos de los campesinos, de carácter electoral y hacia esta asociación se adoptará la táctica de penetración y del frente único.
7 - Cuestiones de organización
El trabajo de organización legal e ilegal continuará de acuerdo a la experiencia ya adquirida por el partido. Será estudiado un sistema de conexión interna que permita una representación al menos consultiva de las organizaciones del partido en la periferia, junto al aparato de ejecución que parte de la central. Será reorganizada la sección agraria del partido. Se necesitará ordenar la prensa y asegurarles mayor resonancia en la política y en la agitación del partido. Será mejor organizada la recaudación de fondos para la prensa y para la propaganda, un excelente medio para conectar con las masas incluso donde las posibilidades de acción son extremadamente limitadas. Será prestada mayor atención al auxilio de los perseguidos políticos.
Los tercerointernacionalistas entrarán inmediatamente en las organizaciones locales. Una revisión general de los miembros del partido tendrá lugar inmediatamente y se hará con particular atención en comparación con los nuevos ingresos, pero con su colaboración en la revisión misma.
Los terceros no ocuparán lugar alguno en los órganos centrales. Ellos participarán únicamente en los órganos electivos y serán designados como funcionarios únicamente para cubrir cargos que no tengan carácter individual.
“L’Unità”, 30 de diciembre de 1925
El proyecto de “Programa de acción del Partido”, presentado por la Izquierda Italiana en el V Congreso de la IC, de junio-julio de 1924, fue de mala gana publicado en el periódico del PCd´I, “L’Unità”, sólo el 30 de diciembre de 1925. Los “centristas” en la Dirección del partido lo habían mantenido oculto y de buen grado habrían prescindido de publicarlo: en la prensa del partido no había aparecido ningún documento presentado por la Izquierda en el V Congreso Internacional.
Con respecto al texto del documento debemos comenzar diciendo que no podemos asegurar que la forma en que fue publicado (traducido del francés por la Direccion) respetó al original en su exactitud. No olvidemos que los compañeros de la Izquierda habían constatado y denunciado reiteradamente la falta de correspondencia en la publicación de sus textos y documentos; por ejemplo, el informe de la Conferencia de Como apareció en “Lo Stato Operaio” no fue fiel, y en el V Congreso de la IC también se mencionó traducciones proporcionadas por “expertos italianos”. Sin embargo, su esencia permanece inalterable.
Ya en la conferencia de Como la Izquierda había manifesdo la necesidad de un claro “Programa de Acción del Partido” porque el PCd´I, dirigido por compañeros de tendencia centrista, no tenía un claro enfoque táctico.
En el V Congreso se presentaron cuatro “Programas de Acción” para Italia de las distintas corrientes que coexistian en el partido. Por supuesto, no se aprobó el elaborado por la Izquierda italiana, sino un quinto, resultado de la combinación de los demás. Así, por su propio origen, no de síntesis sino de compromiso, el documento adoptado era todo menos un “Programa de Acción”, dejaba el camino abierto a diversas posibilidades, sin precisar ni excluir nada. Contrario al presentado por la Izquierda que contenía precisas y detalladas directivas.
La elaboración de este Programa nuestro se dio en una situación particularmente crítica para el movimiento obrero revolucionario, tanto a nivel nacional como internacional.
En Italia hacía más de un año y medio que el fascismo había estado en el gobierno, pasó a una vasta persecución legal al Partido Comunista; su dirección había pasado a la tendencia centrista (Gramsci, Togliatti, etc.); se había producido el crimen de Matteotti en junio de 1924.
En el mismo mes se inauguró en Moscú el V Congreso de la Internacional. La historiografía generalmente lo presenta como el congreso del “giro a la izquierda”. Realmente hubo un cambio, pero en el sentido de que la Internacional ahora oscilaba en una dirección y en la otra: un supuesto giro a la izquierda anunciaba un subsiguiente a la derecha. De ahí nuestras, ya desde hace algún tiempo, reiteradas y desatendidas peticiones de “apoyar la centralización organizativa en la claridad y precisión de las resoluciones tácticas y en la exacta definición de los métodos a aplicar” (del Proyecto de tesis sobre táctica presentado en el IV congreso de la IC).
No estamos haciendo aquí un análisis en profundidad del V congreso, pero mencionaremos algunos de sus aspectos que no lo caracterizan como de giro a la izquierda. Pasemos por alto que prácticamente todas las intervenciones, tanto de “derecha” como de “izquierda”, no dejaron de atacar y distanciarse de la Izquierda italiana, lo que ciertamente no fue casual.
Lo que nos interesa son las directivas tácticas imprecisas y caóticas; lo que se dijo no significaba una consigna, omitiendo decir lo que significaba. Se habló de gobierno obrero y campesino, de formación de partidos de masas y por tanto de fusiones entre partidos, de cooptación de jefes de otras organizaciones con el mantenimiento del rango, de noyautage dentro de otros partidos y de formación de facciones comunistas, partidos simpatizantes, etc. Toda una serie de prácticas que inevitablemente conducirían a la Internacional Comunista a la degeneración. Por nuestra parte, denunciamos que la Internacional estaba dirigida con demasiada elasticidad y con insuficiente precisión en materia política y táctica.
No es casualidad que ya habíamos advertido en la conferencia de Como que «ciertas audacias, que hasta ayer podíamos aceptar porque estaban dirigidas por un genio como el compañero Lenin, hoy deben ser rechazadas como peligrosas para el movimiento comunista y para el proletariado (...) Pensamos que la Internacional debe revisar toda su táctica: se necesitan pocas fórmulas, pero claras, precisas y que no se presten a malentendidos (...) Nosotros en definitiva pedimos al Comintern una formulación precisa de el programa, del estatuto y la táctica» (Informe por la tendencia de Izquierda).
Por ejemplo, para Italia se había insistido demasiado en un proyecto de fusión inalcanzable con el Partido Socialista para extender la influencia del PCd´I en su más amplio estrato del proletariado o incluso en su mayoría. Toda la actividad que siguió -además de no conducir a ninguna parte porque el Partido Socialista no tenía intención de adherirse al comunismo: si lo hubiera querido, lo habría hecho en Livorno- paralizó toda la acción práctica del partido en un momento particularmente crucial de la vida política italiana, cuando el proletariado instintivamente se orientó hacia el partido comunista, reconocido como el único adversario consecuente a la dictadura burguesa, tanto en una forma democrática como fascista.
Pero hay más. Si la fusión lamentablemente se hubiera llevado a cabo, no habríamos tenido la conquista del proletariado al comunismo, sino la entrada en el partido sólo de los jefes de la socialdemocracia. Un hecho esencial parece ser ignorado por los líderes de la Internacional: la diferencia entre un partido y un ejército. En un partido la adhesión es voluntaria, así como entras puedes salir, no hay disciplina impuesta de los miembros y de los jefes. Los proletarios no se adhieren al comunismo para seguir a los derigentes que pasan de un partido a otro; se unen al partido del comunismo cuando y en la medida en que lo reconocen como la única organización política capaz de defender verdaderamente sus intereses inmediatos de clase y que podrá conducirlos a la victoria revolucionaria.
En este sentido, la posición de la Izquierda era clara. «Es bien conocido que el partido socialista encuadra un mayor número de organizaciones políticas que las nuestras. [Y es] indiscutible que sin las fuerzas proletarias que aún están controladas por el PSI la accion victoriosa del proletariado no es posible, y por otro lado también las fuerzas que siguen a los anarquistas y sindicalistas, aunque el valor de las mismas es muy exagerado, no pueden pasarse por alto. Mucho queda por hacer para conducir a la gran masa del proletariado al terreno de la lucha contra la burguesía por el derrocamiento de su poder y la realización de la dictadura proletaria» (Informe del CC en el 2º congreso nacional, Roma 1922).
¿Cómo entonces conquistar a estos proletarios? «Todos los partidos burgueses tienen adherentes proletarios, pero sobre todo aquí nos interesan los partidos socialdemócratas y las corrientes sindicalistas y anarquistas. Frente a estos movimientos se debe realizar una incesante crítica a sus programas, demostrando su insuficiencia para los efectos de la emancipación proletaria. Esta polémica teórica será tanto más eficaz cuanto más el partido comunista pueda demostrar que las críticas que ha hecho durante algún tiempo a estos movimientos según sus propias concepciones programáticas son confirmadas por la experiencia proletaria: por esta razón en las polémicas de tal naturaleza no debe ser enmascarado el disenso entre los métodos, también por la parte que no se refiere unicamente a los problemas del momento pero refleja los desarrollos posteriores de la acción del proletariado (...) Para atrer a los proletarios que se adhieren a otros movimientos políticos, el partido comunista no puede seguir el mètodo de formar dentro de ellos grupos y fracciones organizadas de comunistas o simpatizantes comunistas (…) La amargura de la polémica y de la lucha contra los partidos socialistas será un elemento de primer orden para reconducir a esos trabajadores al terreno revolucionario» (Tesis de Roma 1922).
Clara era la diferencia entre el enfoque táctico de la Izquierda italiana y el propuesto y seguido por la Internacional.
Pero en Italia el partido comunista, ahora encabezado por la fracción del “centro”, como fue ampliamente probado en ocasión del crimen de Matteotti, no supo tomar una decisiva iniciativa de clase, hizo todo y lo contrario de todo, incluso más allá de los límites establecido por la Internacional.
El 10 de junio de 1924, Giacomo Matteotti, diputado socialista democrático, fue secuestrado y asesinado por una banda de sicarios fascistas. Pronto quedó claro para todos que la responsabilidad por el crimen alcanzó los niveles más altos de la jerarquía fascista. Ese fue el momento más crítico para la existencia del gobierno fascista: toda la oposición pidió la destitución de Mussolini y dentro del propio partido fascista se aprovechó el hecho, se produjeron graves escisiones y deserciones; todos se apresuraron a abandonar el barco que creían que se hundía. El régimen se tambaleaba y se esperaba su caída en cualquier momento.
Pero incluso en este caso, como había previsto Mussolini, había dos tipos de oposición: la democrática y la (que debería haber sido) comunista. Los demócratas lo convirtieron en una “cuestión moral”, debería haberse restablecido la concordia social del país abandonando el terrorismo y la violencia. Para los comunistas, por el contrario, era «una cuestión de lucha de clases, una consecuencia cruda pero necesaria de la ofensiva capitalista para la defensa de la burguesía italiana» (Informe sobre el fascismo - V Congreso). La Izquierda Comunista reiteró una vez más que la tarea del partido sería apelar directamente a las masas trabajadoras para derrocar, no sólo al gobierno, sino también y sobre todo al Estado capitalista.
La dirección centrista del partido, creyendo poder aprovechar hacia los fines revolucionarios la oposición interclasista, se embarcó en esa aventura democrático-parlamentaria que tomó el nombre de “Aventino”, de un discurso tan altisonante como vacío del socialdemócrata Turati: «Los únicos elegidos están en el Aventino de sus conciencias, de donde ninguna tentación los saca hasta que el sol de la libertad no amanezca».
El 26 de junio cerca 130 diputados opositores estaban reunidos en la “Sala de la loba” de Montecitorio y decidieron desertar del parlamento hasta que el gobierno aclarara su posición respecto al caso Matteotti.
Cuando ya huelgas espontaneas habían estallado en varias ciudades, el Partido Comunista lanzó la propuesta de una huelga general. Pero se encontrará solo, abandonado en primer lugar, como era natural, por los partidos y grupos liberales y democráticos, temerosos de recurrir a las masas, pero también abandonado por la Confederación General del Trabajo y por ese Partido Socialista maximalista tan cortejado por la Internacional.
La CGL realizó labores abiertas de apagafuegos “invitando” «a calmar a las organizaciones confederadas, a los dirigentes, a las masas trabajadoras, para no comprometer con iniciativas particulares e inconsultas el desarrollo de los acontecimientos» (“Batallas Sindicales”, 12 de junio de 1924). Los socialistas maximalistas no fueron una excepción y dieron la orden perentoria de no comprometer, con la huelga, el desarrollo de una batalla que sus parlamentarios consideraban ya ganada.
Entonces se proclamó la huelga, el 27 de junio: la CGL llamó al proletariado a abstenerse de trabajar durante... ¡10 minutos! «Confindustria y los sindicatos fascistas se unieron y participaron oficialmente en la acción, haciendo que la protesta perdiera todo sentido como acción de clase» (Informe sobre el Fascismo, V Congreso).
La indecisión del Partido que no había sido capaz de adoptar una táctica decisiva, navegando torpemente entre el recurso a la acción de masas y el apoyo a la acción de las oposiciones burguesas, hizo que entre el proletariado se difundiera «la opinión de que se habia dejado escapar el momento oportuno para liquidar el fascismo». Como el propio centrista Scoccimarro, en el V Congreso Internacional, tuvo que admitirlo.
El Centro del partido había cometido un grave error al abandonar el parlamento para participar «en las primeras reuniones del Aventino, mientras debería haberse quedado en el parlamento con una declaración de ataque político al gobierno y una postura inmediata también contra el prejuicio constitucional y moral que representó el determinante real del resultado de la crisis a favor del fascismo» (Tesis de Lyon). Si el PCd´I hubiera querido abandonar el parlamento, podría haberlo hecho, «pero con su fisonomía propia y sólo cuando la situación hubiera permitido el llamado a la acción directa de las masas».
En nuestro informe del V Congreso sobre el fascismo afirmamos: «Todos los ojos están puestos en el partido comunista, que habla un idioma muy diferente al de todos los demás partidos de oposición. De ello se deduce que una actitud completamente independiente y radical frente tanto al fascismo como a la oposición nos permitirá aprovechar los desarrollos en curso para derrocar al gigantesco poder del fascismo».
Por lo tanto, habíamos señalado la necesidad de reorganizar a los trabajadores industriales en los sindicatos rojos, de reconectar a los obreros urbanos con los trabajadores agrícolas, de desarrollar formas de organización de los estratos campesinos, incluidos los arrendatarios, los pequeños agricultores, etc.
Justo cuando todas las Oposiciones temían que las masas se pusieran en movimiento y esperaban que la Corona tomara la iniciativa de despedir al fascismo, cuando la huelga fue saboteada por los sindicatos y partidos “obreros” y el Partido Comunista pudo reponerse del aplastamiento inicial, todavía una vez màs sus dirigentes cometieron un error imperdonable al lanzar a los partidos democrático-burgueses la propuesta de la constitución del Antiparlamento. «Aparte de destruir el parlamento, se hubiera bautizado otro, uno más “honesto”, uno más “legal”, un “mejor” Montecitorio» (“O preparación revolucionaria o preparación electoral”).
La propuesta del Antiparlamento fue perjudicial en cuanto «presentó a las masas la ilusión de un Anti-Estado opuesto y combatiente contra el aparato estatal tradicional, mientras, según las perspectivas históricas de nuestro programa, la única base de un Anti-Estado podría ser la representación de la única clase productora, o sea, el Soviet».
«La palabra del Antiparlamento, apoyado en el país en los comités obreros y campesinos, significaba confiar el estado mayor del proletariado a exponentes de los grupos sociales capitalistas, como Amendola, Agnelli, Albertini, etc».
«Además de la certeza de no llegar a esta situación de facto, que podría llamarse únicamente con el nombre de traición, el solo presentarla como perspectiva de una propuesta comunista significa una violación de principios y un debilitamiento de la preparación proletaria» (Tesis de Lyon).
Los nuevos dirigentes del PCd´I, en menos de un año habían pasado «del extremo de un abstencionismo parlamentario de inspiración prodemocrática al extremo opuesto de un exceso de celo parlamentario de inspiración ultrademocrática».
Esta era una posición que claramente iba más allá de las directrices de la Internacional que «nunca contempló propuestas a partidos claramente burgueses» (Tesis de Lyon). Si alguna vez hubo una situación en la que tendría sentido practicar la táctica del parlamentarismo revolucionario fue esa. «¿Fuimos al parlamento? Era necesario permanecer a riesgo de ser golpeado, desenmascarando al mismo tiempo el “gobierno de los asesinos” y sus cobardes “opositores” de última hora. ¿Fue la intención adoptar la táctica del parlamentarismo revolucionario? Que al menos eso se practique con valentía, en lugar de volver a caer en una nueva cobarde versión del parlamentarismo reformista».
Tomado ese camino se debió haber seguido hasta el final sin perder la oportunidad de utilizar la tribuna parlamentaria, abandonada por todos, para lanzar el llamado a la lucha al proletariado. Pero los líderes del PCd´I, y del Comintern en particular, se estaban moviendo decididamente en la dirección opuesta.
La implementación del Antiparlamento nació y murió en los deseos de Gramsci, Maffi y Humbert-Droz. Fue el mismo “Pellicano” (Humbert-Droz) que en un informe a Moscú expuso la nueva receta táctica. «Después de un intercambio de ideas [con Gramsci y Maffi, ndr] llegamos apenas a ponernos de acuerdo para proponer a la oposición seguir boicoteando el parlamento. A este boicot podríamos unirnos transformándolo en una asamblea parlamentaria de las Oposiciones opuestas al parlamento fascista. Propondremos para este parlamento un programa inmediato que debe estudiarse con detenimiento. Formación de milicias populares para desarmar a los fascistas, una eventual invitación al pueblo a negarse a pagar impuestos al gobierno fascista hasta que se restablezcan las libertades para la clase obrera».
De este informe a los dirigentes de la Internacional, que no puede ser acusado de tácticismo, ya que está dirigido a los camaradas y no a los opositores para “atraerlos”, podemos ver cómo todas las críticas vertidas por la Izquierda contra el Centro del partido fueron correctas, es decir, que la propuesta no era más que la constitución de un verdadero parlamento democrático y legalitario.
Era insensato, decíamos nosotros, «oponer al parlamento fascista el parlamento de las Oposiciones que será mañana la expresión genuina del poder capitalista y que habrá que denunciar como tal sobre todo para combatir la peste democrática por lo cual se jactarà de tener el consentimiento en lugar de la coacción en que se basa el fascismo» (Carta a los compañeros de la Izquierda, 2 de noviembre de 1924).
La posición de la Izquierda era que había que volver al parlamento para utilizarlo como tribuna de propaganda, visto que esa fue la táctica decidida en el III Congreso de la Internacional, y también desde allí conducir un ataque feroz contra el fascismo y el antifascismo. «Debemos ir al parlamento y llevar a cabo un ataque violento contra la oposición, seguido de un ataque no menos abierto y explícito contra el gobierno fascista, planteando plenamente el problema del derrocamiento del régimen burgués en Italia: mientras declaran que no es aùn la hora de la insurrección».
Los compañeros de la Izquierda no se hacían ilusiones, sabían que sus propuestas no serían aceptadas por la Internacional. De hecho, en una serie de telegramas encriptados desde Moscú se recibió la orden de no volver a entrar al parlamento: «El grupo comunista no debe volver entrar al parlamento en el caso que la oposición rechace la propuesta comunista. No creemos que los chantajes de este tipo sean correctos» (22 de octubre).
Naturalmente todas estas maniobras oscilantes fueron completamente ignoradas desde las bases del partido, de las cuales los centristas temían las reacciones. En un informe a la Internacional de noviembre de 1924 Togliatti, después de haber dicho que la fracción de derecha era prácticamente inexistente, añadía: «Los dos grupos en torno a los cuales se agrupa el partido son el centro y la izquierda. No es posible decir en este momento cuál es la relación de fuerzas. En los últimos congresos federales el partido aprobó en general las resoluciones del V Congreso [...] pero esta aprobación no puede ser considerada como un paso definitivo porque la gran masa aún no se ha dado cuenta de las diferencias reales entre esas directivas y la actitud tomada desde el grupo Bordiga». Este informe de Togliatti es extremadamente claro precisamente por lo que no dice: ¿cómo un dirigente de partido no sabe la orientación de su base? Los que prefieren no saberlo no lo saben, ¡precisamente porque lo saben!
Además, la afirmación de que la masa de los militantes no se había dado cuenta de las divergencias entre las posiciones del centro y las de la izquierda era una clara confesión de que la nueva dirección estaba ocultando a sus militantes, igualmente la nueva dirección táctica del partido. Hubiera sido una tarea difícil, ya que la fracción del centro carecía de una propia dirección táctica. De hecho, los congresos federales, a los que se refirió Togliatti, escribimos en la Carta a los Compañeros de la Izquierda, «se organizaron […] con un sistema verdaderamente curioso y que merece ser definido, más que dictatorial, giolittiano. La facultad de los congresos para pronunciarse sobre problemas políticos variaba según se pudiera prever el sentido en que se pronunciarían. Cuando fue posible se votó la aprobación del Centro actual, en otros casos sólo la aprobación de las directivas del V Congreso, o el famoso mínimo de la invitación a Bordiga para ingresar al Centro. Cuando, como sucedió en los más importantes congresos, prevalecieron y tuvieron tiempo de demostrar su predominio las razones de la izquierda, los Congresos no pudieron votar ninguna cuestión con el pretexto de que eran meramente informativos. La forma sibilina en que se hacen los informes prueba la miseria del evidente jueguito que mencioné».
Se entiende asi que la admisión de Togliatti de que la aprobación de las resoluciones del V Congreso no puede ser considerada adhesión a la política de la dirección centrista del partido.
El Parlamento, cuya última sesión tuvo lugar el 13 de junio de 1924, reabrió el 12 de noviembre. Todavia dos días antes, el día 10, Gramsci, Gennari y Maffi darán un paso más hacia los Aventinos. «Sólo la negativa categórica de la “oposición” de adherirse a las iniciativas democráticas del P.C.d.`I. convenció a la dirección gramsciana de aceptar las tesis de la Izquierda volviendo a Montecitorio, y no es una casualidad que para mantener a la Cámara, el 12 de noviembre de 1924, el audaz discurso del “retorno” entre gritos de amenazas y puños en alto, fuera llamado precisamente un exponente de la Izquierda, miembro del antiguo Ejecutivo depuesto en 1923: Luigi Repossi, así como no es casualidad que el primer discurso en la nueva legislatura fuera pronunciado en nombre del Partido, el 14 de enero de 1925, por otro “abstencionista” (aùn no capitulado frente a Moscú), Ruggero Greco (…) para reafirmar los principios comunistas de la lucha de clases, de la conquista violenta del poder y de la dictadura proletaria» (O preparación revolucionaria o preparación electoral).
«El regreso al parlamento en noviembre de 1924 y la declaración de Repossi fueron beneficiosos, como lo demostró la ola de consenso proletario, pero demasiado tarde. El Centro fluctuó mucho tiempo y se decidió solo por la presión del partido y de la Izquierda» (Tesis de Lyon).
Los nuevos jefes centristas del partido se basaron de una errónea perspectiva de la situación, como se puede bien entender del informe de Gramsci al CC de agosto de 1924 (publicado en “El Estado Obrero”, 21 de agosto de 1924), dieron ahora por derrotada la clase obrera: «La situación es “democrática” porque las grandes masas trabajadoras están desorganizadas, dispersas, pulverizadas entre el pueblo indiferente». Se afirmó que la tarea esencial del Partido era la «conquista de la mayoría de los trabajadores y la transformación molecular de las bases del Estado democrático». Se entiende por lo tanto como es del todo ajena la lógica centrista la preparación de la clase para el derrocamiento tanto del fascismo como del antifascismo democrático-burgués; por el contrario se basaba su expectativa en la victoria de las fuerzas organizadas en el Aventino.
Esta presentación tiene por objeto describir la situación política y social, interna y externa del partido, que determinó la necesidad, de parte de nuestra corriente de Izquierda, de presentar el “Programa de Acción del Partido”.
Mencionábamos que el V Congreso de la Internacional aprobó otro documento que llevaba el mismo título pero con la dirección opuesta, lo que dejaba el camino abierto a varias posibilidades, sin especificar ni excluir nada.
Analizar a fondo este documento requeriría una larga disertación, pero no muy útil. Referimos algunas citas que confirman lo que se ha dicho sobre las tácticas centristas.
«El partido debe aprovechar y utilizar todas las oportunidades, incluso las que ofrece la propaganda de la Oposición constitucional para debilitar y derrocar al fascismo (...) y así obligar a la Oposición constitucional a una acción más enérgica o a arrojar la máscara de su complicidad con el fascismo». ¿Por què? ¿Prefirieron que la burguesía usara una máscara antifascista? ¿Se prefería que la burguesía se dotara de una máscara antifascista?
El Partido «no debe nunca, para salvaguardar su independencia [?], dejarse aislar por las grandes masas en movimiento contra el fascismo y perder así la posibilidad de arrastrarlas y guiarlas. Entre estos numerosos obstáculos, debe aprender a maniobrar para permanecer en estrecho contacto con las masas».
Se habla de encabezar contra el fascismo esas grandes masas en movimiento que Gramsci había descrito como desorganizadas, dispersas, pulverizadas entre el pueblo indiferente.
Pero la afirmación grave es la otra, aquella según la cual el partido debe aprender a maniobrar. He aquí el maniobrismo, el situacionismo, el tactisismo, lo que se llamó “leninismo”, mientras que no era más que oportunismo.
Sobre otros temas, como el frente único político, la táctica frente al Partido Socialista, la posibilidad de fusión con él, la bolchevización, etc., aquí no nos detenemos.
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En cuanto al “frente único sindical” el proyecto “Programa de Acción del Partido” presentado por nuestros compañeros es sumamente claro. Y con orgullo afirmamos que el PCd`I liderado por la Izquierda fue el primero entre los partidos de la Internacional en proponerlo y ponerlo en práctica. Y con gran provecho tanto en la unificación y extensión de las luchas como de la influencia comunista sobre el proletariado.
Porque la conquista de las masas no se logra sólo con propaganda, o lanzando consignas, a la manera de los centristas, sino participando y estimulando todas las acciones en las que el proletariado es impulsado por su propia condición económica y social.
Para lograrlo, el P. C. de Italia se ha opuesto siempre a la táctica de abandonar los sindicatos dirigidos por los reformistas y desde su fundación ha suscitado en el seno de la clase la propuesta de fusión, a nivel nacional, de todas las organizaciones sindicales existentes. La iniciativa comunista se hizo añicos contra el muro formado por la unión de social-reformistas y “revolucionarios” de diversa índole (maximalistas, anarquistas, anarco-sindicalistas). La campaña por un frente único sindical y la movilización espontánea de la clase obrera obligaron, a su pesar, a los líderes de los grandes sindicatos nacionales a apoyar esa presión desde abajo y a constituir la Alianza del Trabajo. Aunque los dirigentes sindicales, socialreformistas y falsos revolucionarios, sabotearon con todos los medios el frente único proletario y la lucha de clases, llegando los bonzos socialdemócratas a proponerse dispuestos a colaborar con el fascismo.
La expresión que encontramos en el Punto 5, según la cual, hasta que la lucha sindical no hubiera encontrado la posibilidad de un desarrollo más libre, para las elecciones en las fabricas el partido debió apoyar listas comunes de organizaciones rojas, en bloque con los partidos que se refieren a la clase obrera (izquierda de los republicanos, socialistas unitarios, maximalistas y hasta sindicalistas anarquistas), no se contradice con lo estrictamente dicho en el Punto 3 anterior: «todo “cartel” político (...) es absolutamente excluido, ya se trate de organismos centrales nacionales o de organizaciones locales».
Ninguna forma de frente único político fue admitida. Se debe por lo tanto entenderse que el frente único preconizado entonces por la Izquierda comunista era única y exclusivamente sindical.
En la época en que se redactó “El Programa de Acción”, en 1924, la reconstrucción de los sindicatos se presentaba muy compleja: dictadura fascista, paso abierto de la dirección sindical socialdemócrata al campo de la reacción, impotencia o cobardía de los jefes de otras organizaciones.
Había que empezar todo desde el principio: desde reconstituir los órganos elementales sindicales de clase, en oposición a los de los sindicatos de régimen, entonces fascistas. Tenia este propósito especifico el bloque que se proponía en el Punto 5, extendiéndose sólo a los partidos con afiliación obrera que en su tradición habían apoyado la formación del sindicalismo de clase. No era un bloque político sino sindical, local y temporal, estrictamente dirigido a las elecciones en las fabricas y mientras la lucha y la organización sindical no hubieran encontrado su lugar.
En vez de partidos, en otro momento hubiésemos hablado de bloque de los respectivos comités sindicales. ¿Pero en aquella situación de derrumbe de las organizaciones de clase sus comités sindicales existieron aún?
Despuès de todo, los comunistas han propuesto siempre acciones comunes a las fuerzas proletarias encuadradas en las organizaciones de los más diversos partidos, mientras, con su actividad práctica, demuestran que sólo el programa y la organización comunistas podrán llevar al proletariado a su emancipación.