Partido Comunista Internacional Cuerpo unitario e invariante de las Tesis del Partido
 

Partido Comunista Internacional


Naturaleza, función, y táctica
del partido revolucionario de la clase obrera
(1945)




La cuestión relativa a la táctica del partido es de una importancia fundamental, y se aclara usando como referencia la historia de los contrastes de tendencia y de dirección que se verificaron en la II y en la III Internacional.

No debemos considerar que esta cuestión es de naturaleza accesoria y derivada, en el sentido de que grupos coincidentes en la doctrina y en el programa puedan, sin menoscabar tales bases, sostener y aplicar normas diferentes en la acción, aun a propósito de episodios transitorios.

Establecer los problemas relativos a la naturaleza y a la acción del partido significa pasar del campo de la interpretación crítica de los procesos sociales al de la influencia que sobre tales procesos puede ejercer una fuerza activamente operante. El paso constituye el punto más importante y delicado de todo el sistema marxista y fue conformado en la frases juveniles de Marx: «Los filósofos hasta ahora no han hecho más que interpretar el mundo, ahora se trata de cambiarlo» y «Del arma de la crítica es preciso pasar a la crítica con las armas».

Este paso, del puro conocimiento a la intervención activa, es entendido según el método del materialismo dialéctico de manera completamente diferente a como lo hacen los secuaces de las ideologías tradicionales. Demasiadas veces ha convenido a los adversarios del comunismo aprovechar el bagaje teórico marxista para sabotearlo y renegarle las consecuencias de acción y de batalla, o también, fingir que profesan la praxis del partido proletario pero refutar y desestimar sus bases críticas de principio. En todos estos casos la desviación ha sido el reflejo de influencias anticlasistas y contrarrevolucionarias, y se ha exteriorizado en la crisis que designamos por brevedad con el nombre de oportunismo.

Los principios y las doctrinas no existen por si mismos como fundamentos surgidos y establecidos antes de la acción; tanto ésta como aquellos se forman en un proceso paralelo. Son los intereses materiales concurrentes los que empujan virtualmente a los grupos sociales en la lucha, y de la acción suscitada por esos intereses materiales se forma la teoría que deviene patrimonio característico del partido.

Trastocadas las relaciones de intereses, los incentivos a la acción y las normas practicas de ésta, se trastoca y se deforma la doctrina de partido.

Pensar que ésta pueda devenir sagrada e intangible, gracias a su codificación en un texto programático, y por medio de un estrecho encuadramiento organizativo y disciplinario del organismo de partido, y que por consiguiente se puedan consentir variadas y múltiples normas y maniobras en la acción táctica, significa no darse cuenta desde el punto de vista marxista de cual es el verdadero problema a resolver para llegar a la elección de los métodos de acción.

Volvamos a la valoración del determinismo. ¿Los acontecimientos sociales acaecen por medio de fuerzas incoercibles, dando lugar a diferentes ideologías, teorías, y opiniones de las hombres, o pueden ser modificados por la más o menos consciente voluntad de los hombres mismos? La pregunta debe ser respondida desde el método propio del partido proletario, alejándose radicalmente de los fundamentos tradicionales. Comúnmente esta pregunta se ha referido al individuo aislado, pretendiendo resolverla para el individuo y luego a partir de este deducir la solución para toda la sociedad, cuando por el contrario hay que trasladarla del individuo a la colectividad. Siempre se ha definido la colectividad por medio de una abstracción metafísica, es decir, como la sociedad de todos los hombres, mientras desde el punto de vista marxista debe entenderse por colectividad el agrupamiento concretamente definido de individuos que en una determinada situación histórica tienen, por sus relaciones sociales, o sea por su lugar en la producción y en la economía, intereses paralelos; agrupamientos que precisamente se llaman clases.

Para las muchas clases sociales que presenta la historia humana, no se resuelve del mismo modo genérico el problema de su capacidad para entender exactamente el proceso en el cual viven, y para ejercer sobre él un cierto grado de influencia. Cada clase histórica ha tenido su partido, su sistema de opiniones y de propaganda; cada una ha pretendido con parecida insistencia interpretar exactamente el sentido de los acontecimientos, para poderlos dirigir hacia un fin más o menos vagamente concebido. El marxismo proporciona la crítica y la explicación de todos estos plantemientos, mostrando que las diferentes generalizaciones ideológicas eran el reflejo en las opiniones de las condiciones y de los intereses de las clases en conflicto.

En esta continua aproximación (de la cual son motores, los intereses materiales; protagonistas, los agrupamientos en partidos y organismos estatales de clase; aspectos exteriores, las escuelas políticas y filosóficas), la moderna clase proletaria, una vez maduradas las condiciones sociales de su formación, se presenta con capacidades nuevas y superiores, ya sea por la posesión de un método no ilusorio de interpretación de todo el movimiento histórico, ya sea por la concreta eficacia de su acción de lucha social y política, en la influencia sobre el desarrollo general de este movimiento.

Ese otro concepto fundamental fue enunciado por los marxistas con las ya conocidas y clásicas frases: «Con la revolución proletaria la sociedad humana sale de su prehistoria» y «La revolución socialista constituye el paso del mundo de la necesidad al de la libertad».

Se trata por tanto de no poner en los banales términos tradicionales la pregunta de si el hombre es libre en su voluntad o determinado por el ambiente externo, si una clase y su partido tienen conciencia de su misión histórica y sacan de esta conciencia teórica la fuerza para realizar esa misión con la finalidad de una mejoría general, o son arrastrados en la lucha, en el éxito o en el desastre, por fuerzas superiores o desconocidas. Antes es necesario preguntar de qué clases y de qué partidos se trata, cuáles son sus relaciones en el campo de las fuerzas de la producción y de los poderes estatales, cuál es el ciclo histórico recorrido, y cuál es el que, según los resultados de los análisis críticos, les queda por recorrer.

Según la doctrina de las escuelas religiosas, el hacedor de los acontecimientos está fuera del hombre, está en la divinidad creadora que ha establecido todo y que también ha creído oportuno conceder al individuo un grado de libertad en la acción, de la que deberá responder en una vida ultraterrena. Esta claro que tal solución del problema de la voluntad y del determinismo fue abandonada completamente por el análisis social marxista.

Pero también la solución de la filosofía burguesa, con su pretensión de critica iluminista y su ilusión de haber eliminado todo presupuesto arbitrario y revelado, es igualmente falsa, porque el problema de la acción siempre se reduce a la relación entre sujeto y objeto, y en las versiones antiguas y recientes de los diversos sistemas idealistas el punto de partida se busca en el sujeto individual, en el Yo, puesto que precisamente reside en el mecanismo de su pensamiento y se traduce sucesivamente en las intervenciones de este Yo sobre el ambiente natural y social. De aquí la mentira política y jurídica del sistema burgués, por el cual el hombre es libre y como ciudadano tiene el derecho de administrar según la opinión nacida de su cabeza los asuntos públicos y por tanto también los propios intereses.

La interpretación marxista de la historia y de la acción humana, que ha echado por tierra la intervención de toda fuerza transcendente y de todo verbo revelado, con no menos decisión ha puesto patas arriba el esquema burgués de la libertad y de la voluntad del individuo, demostrando que son sus necesidades y sus intereses los que explican su movimiento y su acción, y solo como efecto último de complicadas influencias se determinan sus opiniones y creencias y lo que se conoce como su conciencia.

Ciertamente, cuando del concepto metafísico de conciencia y de voluntad del Yo se pasa al real y científico de conocimiento teórico y de acción histórica y política del partido de clase, el problema se plantea claramente, y se puede afrontar la solución de este.

Esta solución tiene un alcance original para el movimiento y el partido del moderno proletariado ya que por primera vez se trata de la clase social que además de estar llamada a despedazar los viejos sistemas y las viejas formas políticas y jurídicas que impiden el desenvolvimiento de las fuerzas productivas (tarea revolucionaria que también tuvieron las precedentes clases sociales), también por primera vez no realiza tal lucha para constituirse en una nueva clase dominante, sino para establecer unas relaciones productivas tales que permitan eliminar la presión económica y la explotación de una clase sobre otra.

El proletariado dispone por tanto de una mayor claridad histórica, y de una influencia más directa sobre los acontecimientos, en comparación con las clases que le han precedido en la dirección de la sociedad.

Esta actitud histórica y esta facultad nueva del partido de clase proletario se sigue a través del complicado proceso en que se ha manifestado en las sucesivas vicisitudes históricas que el movimiento proletario ha atravesado hasta aquí.

El revisionismo de la II Internacional, que dio lugar al oportunismo al colaborar en los gobiernos burgueses, en tiempos de paz como de guerra, fue la manifestación de la influencia que sobre el proletariado tuvo la fase de desarrollo pacífico y aparentemente progresivo del mundo burgués en la última parte del siglo XIX. Entonces pareció que la expansión del capitalismo ya no conducía, como se mostraba en el clásico esquema de Marx, a la inexorable agravación de los contrastes de clase y a la explotación y el empobrecimiento proletario. Parecía, hasta cuando los límites del mundo capitalista pudieron extenderse sin suscitar crisis violentas, que el nivel de vida de las clases trabajadoras se podía mejorar gradualmente en el ámbito mismo del sistema burgués. El reformismo en el aspecto teórico elaboró este esquema de una evolución sin choques de la economía capitalista a la proletaria, y en el aspecto práctico en coherencia con esto afirmó que el partido proletario podía desarrollar una acción positiva con la realización cotidiana de conquistas parciales, sindicales, cooperativas, administrativas, legislativas, que devenían otros tantos núcleos del futuro sistema socialista, que insertados en el cuerpo del actual sistema capitalista poco a poco transformarían a éste en su totalidad.

La concepción de la tarea del partido dejo de ser la de un movimiento que debía supeditarlo todo a la preparación del esfuerzo final para realizar las conquistas máximas, sino que se transformó en una concepción substancialmente voluntarista y pragmática, en el sentido de que la obra de cada día era presentada como una sólida realización definitiva, contrapuesta a la vaciedad de la pasiva espera de un gran éxito futuro que debiese surgir del choque revolucionario.

No menos voluntarista, también por su declarada adhesión a las últimas filosofías burguesas, era la escuela sindicalista, que aunque hablaba de abierto conflicto de clase y de vaciamiento y abolición del mecanismo estatal burgués (que los reformistas querían empapar de socialismo), en realidad, al localizar la lucha y la transformación social en cada empresa de producción, pensaba igualmente que los proletarios podían sucesivamente establecer con la lucha sindical muchas posiciones victoriosas en islotes del mundo capitalista. También hubo una derivación del concepto sindicalista con la teoría de los consejos de fábrica, propia del movimiento italiano del «Ordine Nuovo». En ésta la unidad internacional e histórica del movimiento de clase y de la transformación social se fragmentaba en muchas sucesivas tomas de posición en los elementos de la economía productiva, en nombre de un planteamiento concreto y analítico de acción.

Retornando al revisionismo gradualista, resultaba evidente, que colocada en un lugar secundario la máxima realización programática de la acción del partido y puesta en primer plano la conquista parcial y cotidiana, de igual forma era preconizada la muy conocida táctica de alianza y de coalición con grupos y partidos políticos que una y otra vez estuvieron de acuerdo con el apoyo a las reivindicaciones parciales y a las reformas del partido proletario.

Desde entonces fue opuesta a esta praxis la sustancial objeción de que el posicionamiento del partido al lado de los otros sobre un frente que dividía en dos el mundo político sobre determinados problemas que aparecían en la actualidad del momento, conducía a desnaturalizar el partido, a enturbiar su claridad teórica, a debilitar su organización y a comprometer su posibilidad de encuadrar la lucha de las masas proletarias en la fase de la conquista revolucionaria del poder.

La naturaleza de la lucha política es tal, que el posicionamiento de las fuerzas en dos campos separados por opuestas soluciones a un sugestivo problema contingente, polarizando todas las acciones de los grupos en torno a ese transitorio interés y a esa inmediata finalidad, y supeditando toda propaganda programática y toda coherencia a la tradición de los principios, determina en los grupos combatientes orientaciones que reflejan directamente y traducen de manera bruta la exigencia por la que se combate.

La tarea del partido, cosa aparentemente pacífica entre los mismos socialistas de la época clásica, debería ser conciliar la intervención en los problemas y en las conquistas contingentes con la conservación de su fisonomía programática y de la capacidad de traer sobre el terreno de la lucha la suya propia para la finalidad general y última de la clase proletaria. En efecto, sucedió que la actividad reformista no solo hizo olvidar a los proletarios su preparación clasista y revolucionaria, sino que condujo a los mismos jefes y teóricos del movimiento a hacer de ello abierto derroche, proclamando que ahora ya no era el caso de preocuparse de realizaciones máximas, que la final crisis revolucionaria prevista por el marxismo se reducía a una utopía, y que lo que importaba era la conquista día a día. Divisa común de los reformistas y sindicalistas fue: «el fin no es nada, el movimiento lo es todo».

La crisis de este método se presentó imponente con la guerra. Ésta destruyó el presupuesto histórico de la cada vez mayor tolerancia del dominio capitalista, en cuanto los recursos colectivos acumulados por la burguesía, y en pequeña parte devueltos para el aparente mejoramiento del nivel de vida económico de las masas, fueron derrochados en el horno de la guerra, y no solo se desvanecieron en la crisis económica todos los efectos de mejoramiento reformista, también las vidas mismas de millones de proletarios fueron sacrificadas. Al mismo tiempo, mientras la parte todavía sana de los socialistas se hacia ilusiones de que esa violenta representación de la barbarie capitalista provocaría el retorno de los grupos proletarios desde una posición de colaboración, a una abierta lucha general sobre la cuestión central de la destrucción del sistema burgués, por el contrario se produjo la crisis y la quiebra de toda o casi toda la organización proletaria internacional.

El apartamiento del frente de agitación y de acción inmediata, efectuado en los años de la práctica reformista, se mostró como una debilidad insanable, ya que las finalidades máximas de clase resultaron olvidadas e incomprensibles para los proletarios. El método táctico de aceptar la formación de los partidos en dos coaliciones diferentes según los países y las contingencias de las más variadas consignas (por una mayor libertad de organización, por la extensión del derecho de voto, por la estatificación de algunos sectores económicos, etc...), fue ampliamente aprovechado con nefastas consecuencias por la clase dominante, provocando aquellos posicionamientos políticos de los jefes del proletariado que constituyeron la degeneración social-patriótica.

Utilizando hábilmente la popularidad dada a aquellos postulados no clasistas por la propaganda de las potentes organizaciones de masas de los grandes partidos socialistas de la II Internacional, fue fácil desviar su planteamiento político demostrando que en interés del proletariado e incluso de su camino hacia el socialismo era necesario mientras tanto dedicarse a defender otros resultados, como la civilización alemana contra el zarismo feudal y teocrático, o bien la democracia occidental contra el militarismo teutónico.

Ante este rumbo desastroso para el movimiento obrero, reaccionó, a través de la Revolución Rusa, la III Internacional. No obstante hay que puntualizar que, si bien la restauración de los valores revolucionarios fue grandiosa y completa por lo que respecta a los principios doctrinales, al planteamiento teórico y al problema central del poder del estado, no fue en cambio igualmente completa la sistematización organizativa de la nueva Internacional y el planteamiento de la táctica de ésta y de los partidos adherentes.

La crítica a los oportunistas de la II Internacional fue ciertamente completa y decisiva no solo en cuanto a su abandono total de los principios marxistas, sino también en cuanto a su táctica de coalición y de colaboración con gobiernos y partidos burgueses.

Fue puesto en evidencia que la dirección particularista y contingentista dada a los viejos partidos socialistas, no había conducido de ningún modo a asegurar a los trabajadores pequeños beneficios y mejoras materiales a cambio de la renuncia a preparar y llevar a cabo el ataque integral a las instituciones y al poder burgués, sino que había conducido, comprometiendo ambos resultados, el mínimo y el máximo, a una situación aún peor, es decir, al empleo de las organizaciones, de las fuerzas, de la combatividad, de las personas y de las vidas de los proletarios para realizar unos objetivos que no eran los objetivos políticos e históricos de su clase, sino que conducían al reforzamiento del imperialismo capitalista. Así esté había superado en la guerra, para una entera fase histórica al menos, la amenaza ínsita en las contradicciones de su mecanismo productivo, y había superado la crisis política determinada por la guerra y por sus repercusiones con el sometimiento de los encuadramientos sindicales y políticos de la clase adversaria a través del método político de las coaliciones nacionales.

Esto equivalía, según la crítica del leninismo, a haber desnaturalizado completamente la tarea y la función del partido proletario de clase que no es la de salvar de los peligros denunciados a la patria burguesa o a las instituciones de la llamada libertad burguesa, sino la de mantener desplegadas las fuerzas obreras sobre la línea de la dirección histórica general del movimiento, que debe culminar con la conquista total del poder político, abatiendo el Estado burgués.

Nada más acabar la guerra, cuando eran desfavorables las condiciones subjetivas de la revolución (es decir, la eficiencia de la organización y de los partidos del proletariado) pero se presentaban favorables las condiciones objetivas, gracias a la aparición en toda su amplitud de la crisis del mundo burgués, se trataba de reparar la primera deficiencia con la rápida reorganización de la Internacional revolucionaria.

El proceso estuvo dominado, y no podía ser de otro modo, por el grandioso hecho histórico de la primera victoria revolucionaria de la clase obrera en Rusia, que había permitido clarificar las grandes directivas comunistas. Sin embargo, se quiso trazar la táctica de los partidos comunistas, que en los otros países agrupaban a grupos socialistas contrarios al oportunismo de guerra, imitando directamente la táctica victoriosamente aplicada en Rusia por el partido bolchevique en la conquista del poder, a través de la lucha histórica de febrero a noviembre de 1917.

Esta aplicación dio lugar desde el primer momento a importantes debates sobre los métodos tácticos de la Internacional, y especialmente sobre el que se llamó frente único, consistente en invitaciones dirigidas frecuentemente a los otros partidos proletarios y socialistas para llevar a cabo una agitación y acción comunes, hechas con el propósito de poner en evidencia la inadecuación del método de esos partidos y arrebatar en favor de los comunistas la tradicional influencia sobre las masas.

En efecto, a pesar de las abiertas advertencias de la izquierda italiana y de otros grupos de oposición, los jefes de la Internacional no se dieron cuenta de que esta táctica del frente único, empujando a las organizaciones revolucionarias al lado de las socialdemócratas, socialpatriotas, oportunistas, de las cuales se habían separado recientemente oponiéndose irreductiblemente, no solo habría desorientado a las masas, haciendo imposible las ventajas que de aquella táctica se esperaban, sino que habría - lo que era aún más grave - contaminado a los verdaderos partidos revolucionarios. Es cierto que el partido revolucionario es el mejor y el menos vinculado factor de la historia, pero no deja de ser igualmente un producto de ella y sufre cambios y transformaciones a cada modificación de las fuerzas sociales. No se puede pensar que el problema táctico es como el manejo voluntario de un arma que, dirigida en cualquier dirección, permanece intacta; la táctica del partido influencia y modifica al partido mismo. Aunque ninguna táctica puede ser condenada dogmáticamente a priori, toda táctica debe ser analizada y discutida preguntándonos: ¿al ganar una mayor influencia eventual del partido sobre las masas, no se comprometrá el carácter del partido y su capacidad de guiar a estas masas hacia el objetivo final?

La adopción de la táctica del frente único por parte de la III Internacional significaba, en realidad, que también la Internacional Comunista se situaba en el camino del oportunismo, que había conducido a la II Internacional a la ruina y a la liquidación. Una característica de la táctica oportunista había sido el sacrificio de la victoria final y total por parciales éxitos contingentes; la táctica del frente único se revelaba también oportunista, precisamente porque ella también sacrificaba la seguridad primera e insustituible de la victoria total y final (la capacidad revolucionaria del partido de clase) por la acción contingente que habría debido asegurar ventajas momentáneas y parciales al proletariado (el aumento de la influencia del partido sobre las masas, y un mayor compacidad del proletariado en la lucha para el mejoramiento gradual de sus condiciones materiales y para el mantenimiento de eventuales conquistas alcanzadas).

En la situación de la primera posguerra, que se presentaba objetivamente revolucionaria, la dirección de la Internacional se dejó llevar por la preocupación - no sin motivos - de no encontrarse preparada, y con escasos partidarios entre las masas, para el estallido de un movimiento general europeo que podía conseguir la conquista del poder en algunos de los grandes países capitalistas. Era tan importante para la Internacional leninista la eventualidad de un rápido hundimiento del mundo capitalista, que hoy se comprende como, en la esperanza de poder dirigir masas más amplias en la lucha por la revolución europea, se fuese generoso al aceptar la adhesión de movimientos que no eran verdaderos partidos comunistas y se buscase con la táctica elastica del frente único, tener contacto con las masas que estaban detrás de las jerarquías de partidos que oscilaban entre la conservación y la revolución.

Si la eventualidad favorable se hubiese verificado, los reflejos sobre la política y la economía del primer poder proletario en Rusia hubieran sido tan importantes, que habrían permitido el resaneamiento rapidísimo de las organizaciones internacionales y nacionales del movimiento comunista.

Siendo por el contrario verificada la eventualidad menos favorable, la del restablecimiento relativo del capitalismo, el proletariado revolucionario debió reanudar la lucha y el camino con un movimiento, que habiendo sacrificado su claro planteamiento político y su homogeneidad de composición y de organización, estaba expuesto a nuevas degeneraciones oportunistas.

Pero el error que abrió las puertas de la III Internacional a la nueva y más grave oleada oportunista no fue solamente un error de cálculo de las probabilidades futuras del devenir revolucionario del proletariado; fue un error de planteamiento y de interpretación histórica que consistió en querer generalizar las experiencias y los métodos del bolchevismo ruso, aplicándolos a los países con una enormemente más avanzada civilización burguesa y capitalista. La Rusia anterior a febrero de 1917 era aún una Rusia feudal en la que las fuerzas productivas capitalistas estaban oprimidas bajo el yugo de las relaciones de producción antiguas: era obvio que en esta situación, análoga a la de Francia en 1789 y Alemania en 1848, el partido político proletario debía combatir contra el zarismo incluso si hubiese sido imposible evitar que tras su derrocamiento se estableciese un régimen burgués capitalista; y era en consecuencia igual obvio que el partido bolchevique podía acceder a contactos con otras agrupaciones políticas, contactos que se habían hecho necesarios para luchar contra el zarismo. Entre febrero y octubre de 1917, el partido bolchevique se encontró con las condiciones objetivas favorables para un gran proyecto: el de injertar sobre el abatimiento del zarismo la ulterior conquista revolucionaria proletaria. En consecuencia, endureció sus posiciones tácticas, asumiendo posiciones de lucha abierta y despiadada contra todas las demás formaciones políticas, desde los reaccionarios defensores de un retorno zarista y feudal, a los socialistas revolucionarios y a los mencheviques. Pero el hecho de que pudiera temerse un efectivo retorno reaccionario del feudalismo absolutista y teocrático, y el hecho de que las formaciones estatales y políticas de la burguesía o las influenciadas por esta, en esa situación extremadamente fluida e inestable, no tuviesen todavía ninguna solidez y capacidad de atracción y de absorbimiento de las fuerzas autónomas proletarias, colocaron al partido bolchevique en condición de poder aceptar contactos y acuerdos provisionales con otras organizaciones que tenían bases proletarias, como sucedió en el episodio de Kornilov.

El partido bolchevique, realizando el frente único contra Kornilov, luchaba en realidad contra un efectivo retorno reaccionario feudal y, además, no tenía que temer una mayor solidez de las organizaciones mencheviques y socialrevolucionarias, que hiciese posible su influenciamiento por parte de estas, ni un grado de solidez y de consistencia del poder estatal que permitiese a este último sacar ventaja de la alianza contingente con los bolcheviques para después revolverse contra ellos.

Completamente diferentes eran en cambio las situaciones y las relaciones de fuerza en los países con avanzada civilización burguesa. En ellos ya no se planteaba (y con mayor razón no se plantea hoy) la perspectiva de un retorno reaccionario del feudalismo, y por tanto quedaba totalmente excluido el objetivo mismo de eventuales acciones comunes con otros partidos. Es más, en ellos el poder estatal y los agrupamientos burgueses estaban tan consolidados en el éxito y en la tradición de dominio, que se debía bien prever que las organizaciones autónomas del proletariado, empujadas a contactos frecuentes y estrechos por la táctica del frente único, se exponían al casi inevitable influenciamiento y absorbimiento progresivo por parte de aquellos.

El haber ignorado esta profunda diferencia de situaciones, y el haber querido aplicar en los países adelantados los métodos tácticos bolcheviques, adaptados a la situación del naciente régimen burgués de Rusia, ha llevado a la Internacional comunista a una serie creciente de desastres, y finalmente a su vergonzosa liquidación.

La táctica del frente único fue llevada hasta el punto de dar consignas diferentes de las programáticas del partido sobre el problema del Estado, sosteniendo la petición y la realización de gobierno obreros, es decir, gobiernos formados por representaciones mixtas comunistas y socialdemócratas, los cuales alcanzaron el poder por las normales vías parlamentarias, sin romper violentamente el aparato estatal burgués. Tal consigna del Gobierno obrero fue presentada al V Congreso de la Internacional Comunista como corolario lógico y natural de la táctica del frente único; y se aplicó en Alemania, obteniendo como resultado una severa derrota del proletariado alemán y de su partido comunista.

Con la abierta y progresiva degeneración de la Internacional después del IV Congreso, la consigna del frente único sirvió para introducir la táctica aberrante de la formación de los bloques electorales con partidos que no solamente no eran comunistas, sino que incluso no eran proletarios, de la creación de los frentes populares, del apoyo a gobiernos burgueses, o (y surge aquí la cuestión más actual) de la proclamación, en las situaciones en las que la contraofensiva burguesa fascista había conseguido el monopolio del poder, de que el partido obrero, aplazando la lucha por sus fines especificos, debiese constituir el ala izquierda de una coalición antifascista que comprendiese no únicamente a los partidos proletarios, sino también a los burgueses democráticos y liberales, con el postulado de combatir los regímenes totalitarios burgueses y de realizar después de su caída un gobierno de coalición de todos los partidos, burgueses y proletarios, adversos al fascismo. Partiendo del frente único de la clase proletaria, se llega así a la unidad nacional de todas las clases, burguesa y proletaria, dominante y dominada, explotadora y explotada. Es decir, partiendo de una discutible y contingente maniobra táctica, teniendo por declarada condición la absoluta autonomía de las organizaciones revolucionarias y comunistas, se llega a la liquidación efectiva de esta autonomía, y a la negación no solo de la intransigencia revolucionaria bolchevique, sino también del mismo clasismo marxista.

Este desarrollo progresivo, por una parte contrasta arbitrariamente con las mismas tesis tácticas de los primeros congresos de la Internacional y con las clásicas soluciones sostenidas por Lenin en «La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo», y por otra parte, después de la experiencia de más de veinte años de vida de la Internacional, autoriza a opinar que la enorme desviación más allá del primer fin propuesto proviene, paralelamente a las desfavorables vicisitudes de la lucha revolucionaria anticapitalista, de un planteamiento inicial inadecuado del problema de las tareas tácticas del partido.

Hoy es posible, sin reclamar de los textos sobre las discusiones de entonces todo el conjunto de los argumentos críticos, concluir que el balance de una táctica demasiado elástica y demasiado maniobrista no ha resultado solamente negativa, sino desastrosamente ruinosa.

Los Partidos comunistas bajo la guía del Comitern han intentado reiteradamente y en todos los países utilizar las situaciones en sentido revolucionario por medio de las maniobras del frente único, y así oponerse sucesivamente al predominio de la derecha burguesa con la táctica de los bloques de izquierda. Esta táctica solo ha provocado clamorosas derrotas. En Alemania, Francia, China, España, las coaliciones intentadas no solo no han desplazado a las masas desde los partidos oportunistas y desde la influencia burguesa o pequeño-burguesa hacia posiciones revolucionarias y comunistas, sino que han resultado por el contrario favorables a los intereses de los anticomunistas. Los partidos comunistas o han sido objeto, con la ruptura de las coaliciones, de despiadados ataques reaccionarios por parte de sus ex-aliados, reportando durísimas derrotas en el intento de luchar en solitario, o siendo absorbidos por las coaliciones, se han desnaturalizado totalmente hasta el punto de no diferir prácticamente de los partidos oportunistas.

Cierto es que, de 1928 a 1934, se verificó una fase en la que el Comitern restituyó la consigna de la autonomía de posiciones y de la lucha independiente, volviendo de nuevo e improvisadamente al frente polémico y de oposición contra las corrientes burguesas de izquierda y socialdemócratas. Pero este brusco cambio táctico solo sirvió para producir en los partidos comunistas la más absoluta desorientación, y no proporcionó ningún éxito histórico en el intento de vencer tanto a las contraofensivas fascistas como a las acciones conjuntas de las coaliciones burguesas contra el proletariado. La causa de estos fracasos debe achacarse al hecho de que las sucesivas consignas tácticas llegaron de improviso e inesperadamente a los partidos y a sus encuadramientos, careciendo de preparación alguna en las organizaciones comunistas ante cualquier eventualidad. Los planes tácticos del partido, aún previendo variedad de situaciones y de comportamientos, no pueden y no deben llegar a ser monopolio esotérico de jerarquías supremas, sino que deben estar estrechamente coordinados con la coherencia teórica, con la conciencia política de los militantes, con las tradiciones de desarrollo del movimiento, y deben empapar la organización de manera que ésta esté preparada preventivamente, y pueda prever cuáles serán las reacciones de la estructura unitaria del partido a las vicisitudes favorables o desfavorables de la evolución de la lucha. Pretender algo más y diferente del partido, y creer que este no sufre daños con imprevistos golpes de timón tácticos, no equivale a tener de él un concepto más completo y revolucionario, sino que de forma patente, como demuestran las concretas confrontaciones históricas, constituye el clásico proceso definido con el término de oportunismo, por el que el partido revolucionario o se disuelve y naufraga en la influencia derrotista de la política burguesa, o se queda más fácilmente al descubierto y desarmado ante las iniciativas de represión.

Cuando el grado de desarrollo de la sociedad y la evolución de los acontecimientos conducen al proletariado a servir para fines que no son los suyos, que consisten en las falsas revoluciones de las que la burguesía muestra sentir de tanto en tanto la necesidad, es el oportunismo el que vence, el partido de clase cae en crisis, su dirección pasa a la influencia burguesa, y la reanudación del camino proletario no puede acontecer más que con la escisión de los viejos partidos, la formación de nuevos núcleos y la reconstrucción nacional e internacional de las organizaciones políticas proletarias.

En conclusión, la táctica que aplicará el partido proletario internacional alcanzando su reconstitución en todos los países, deberá basarse en las siguientes directivas.

De las experiencias prácticas de las crisis oportunistas y de las luchas conducida por los grupos marxistas de izquierda contra los revisionismos de las II Internacional y contra la desviación progresiva de la III Internacional, se ha sacado la conclusión de que no es posible mantener integro el planteamiento programático, la tradición política y la solidez organizativa del partido si este aplica una táctica que, aunque sea solamente en las posiciones formales, comporte actitudes y consignas aceptables para los movimientos políticos oportunistas.

Igualmente, toda vacilación y tolerancia ideológica tiene su reflejo en una táctica y en una acción oportunista.

El partido, por tanto, se distingue de todos los demás, tanto de los abiertamente enemigos como de los sedicentemente afines, y también de aquellos que pretenden reclutar sus seguidores en la filas de la clase obrera, porque su praxis política rechaza las maniobras, las combinaciones, las alianzas, los bloques que tradicionalmente se forman sobre la base de postulados y de contingentes consignas de agitación comunes a más partidos.

Esta posición del partido tiene un valor esencialmente histórico, y lo distingue en el campo táctico de cualquier otro, de la misma forma que lo hace su original visión del período que actualmente atraviesa la sociedad capitalista.

El partido revolucionario de clase es el único que ha entendido que hoy los postulados económicos, sociales y políticos del liberalismo y de la democracia son antihistóricos, ilusorios y reaccionarios, y que el mundo ha llegado a un etapa en la que en los grandes países la organización liberal ha desaparecido y cedido el puesto al moderno sistema fascista.

En cambio, en el período en el que la clase capitalista todavía no había iniciado su ciclo liberal, y debía aún eliminar el viejo poder feudal, o incluso debía todavía en países importantes recorrer etapas y fases notables de expansión, todavía liberal en los procesos económicos y democrática en la función estatal, era comprensible y admisible una alianza transitoria de los comunistas con aquellos partidos que, en el primer caso, eran abiertamente revolucionarios, antilegalistas y organizados para la lucha armada, y en el segundo caso aún asumían una tarea que aseguraba condiciones útiles y realmente «progresivas» para que el régimen capitalista acelerase el ciclo que debe conducir a su caída.

El paso entre las dos épocas históricas de la táctica comunista no puede ser desmenuzado en una casuística local y nacional, ni dispersarse en el análisis de las complejas incertidumbres, que indudablemente presenta el ciclo del devenir capitalista, sin desembocar en la praxis despreciada por Lenin de «un paso adelante, dos pasos atrás».

La política del partido proletario es ante todo internacional (y eso le distingue de todos los demás) desde la primera enunciación de su programa y desde la primera presentación de la exigencia histórica de su efectiva organización. Como dice el «Manifiesto», los Comunistas, apoyando por doquier todo movimiento revolucionario que sea dirigido contra el presente estado de cosas, político y social, ponen de relieve y hacen valer, junto a la cuestión de la propiedad, los intereses comunes de todo el proletariado en su conjunto, independientemente de su nacionalidad.

La concepción de la estrategia revolucionaria comunista, hasta que no fue pervertida por el estalinismo, era que la táctica internacional de los comunistas se inspira en la intención de determinar el hundimiento del frente burgués en los países en los que aparecen las mayores posibilidades, dirigiendo hacia este fin todos los recursos del movimiento.

En consecuencia, la táctica de las alianzas insurreccionales contra los viejos regímenes concluye históricamente con el gran acontecimiento de la Revolución en Rusia, que eliminó el último imponente aparato estatal y militar de carácter no capitalista.

Después de esa fase, la posibilidad incluso teórica de la táctica de bloques debe considerarse formal y centralmente denunciada por el movimiento revolucionario internacional.

La excesiva importancia dada, en los primeros años de vida de la III Internacional, a la aplicación de las posiciones tácticas rusas en los países de régimen burgués estable, y también en los extra-europeos y coloniales, fue la primera manifestación de la reaparición del peligro revisionista.

La característica de la segunda guerra imperialista y de sus consecuencias ya evidentes es la segura influencia en cualquier ángulo del mundo, incluso en los más atrasados tipos de sociedad indígena, no tanto de las prepotentes economías capitalistas, cuanto del inexorable control político y militar por parte de los grandes centros imperiales del capitalismo; y por ahora de su gigantesca coalición, que incluye al Estado ruso.

En consecuencia, las tácticas locales no deben ser más que aspectos de la estrategia general revolucionaria, cuya primera tarea es la restauración de la claridad programática del partido proletario mundial, seguida de la recomposición de la red de su organización en cada país.

Esta lucha se desarrolla en un cuadro de máxima influencia de los engaños y de las seducciones del oportunismo, que se resumen ideológicamente en la propaganda de la recuperación de la libertad contra el fascismo, y en conexión con esta, en la práctica política de las coaliciones, de los bloques, de las fusiones, y de las reivindicaciones ilusorias presentadas por jerarquías colusorias de innumerables partidos, grupos y movimientos.

Solo de una manera será posible que las masas proletarias entiendan la exigencia de la reconstitución del partido revolucionario, sustancialmente diferente de todos los demás, es decir, proclamando no como contingente reacción a los saturnales oportunistas y a las acrobacias de las combinaciones de politicastros, sino como directiva fundamental y central, el repudio históricamente irrevocable de la práctica de los acuerdos entre partidos.

Ninguno de los movimientos, en los cuales el partido participa, debe ser dirigido desde arriba por ningún partido u órgano superior de partidos afiliados, ni siquiera en fases transitorias.

En la moderna fase histórica de la política mundial, las masas proletarias podrán de nuevo movilizarse revolucionariamente solamente efectuando su unidad de clase en la acción de un partido único y compacto en la teoría, en la acción, en la preparación del ataque insurreccional, y en la gestión del poder.

Tal solución histórica debe en cualquier manifestación, incluso circunscrita, del partido, aparecer a las masas como la única alternativa posible contra la consolidación internacional del dominio económico y político de la burguesía y de su capacidad no definitiva, pero sin embargo hoy dominante, de controlar formidablemente los contrastes y las convulsiones que amenazan la existencia de su régimen.

(Extraído de la revista "Prometeo", núm. 7, mayo-junio de 1947)