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Partido Comunista Internacional |
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PLATAFORMA POLITICA DEL PARTIDO
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El postulado de la reconstrucción en Italia del partido político de la clase trabajadora, capaz de asumir la continuación de la política revolucionaria en sus tradiciones internacionales y nacionales, podrá constituir un hecho de contenido histórico efectivo solo si las fuerzas de vanguardia del proletariado se orientan con rapidez y decisión alrededor de un programa de propaganda, de organización y de batalla acabado y coherente.
Las líneas y los fundamentos de ese programa, perfectamente de acuerdo con las exigencias internacionales del movimiento y con especial aplicación a la situación de la presente lucha política en Italia, son los siguientes:
1) La teoría del partido, es decir, su propia concepción del mundo y de la sociedad, es la del socialismo científico marxista, tal como fue restaurado contra las tendencias revisionistas por la reconstituida Internacional revolucionaria tras la victoria de la revolución bolchevique en Rusia.
2) La concepción histórica del partido es la del Manifiesto de los Comunistas de Marx y Engels de 1848, y de las clásicas aplicaciones a la historia de la lucha de clases dadas por Marx y Engels; su teoría económica es la del "Capital" de Carlos Marx, completado en el análisis de la última fase del capitalismo con las fundamentales valoraciones del "Imperialismo" de Lenin; su política programática es la desarrollada, en coherencia con la doctrina fundamental, en "El Estado y la Revolución" de Lenin y en los textos constituyentes de la Internacional de Moscú.
3) La valoración histórica que el partido da de
los principales acontecimientos de la historia mundial verificados desde
el fin de la primera guerra imperialista y la constitución de la
III Internacional reposa sobre los siguientes principios:
a) el fascismo es un fenómeno histórico
mundial, expresión de la política de la clase capitalista
dominante en la fase en la que su economía asume caracteres monopolísticos
e imperialistas. Característica esencial del movimiento fascista
es el ataque demoledor contra la existencia de organizaciones autónomas
y encuadramientos de clase de los trabajadores. En ese ataque el fascismo
utiliza además de las fuerzas del nuevo partido burgués por
él constituido, las del Estado y las de todos los otros partidos
burgueses, cómplices en esta tarea de contraofensiva y de contrarrevolución
preventiva para el mantenimiento de los principios de clase. Es rechazada
como antihistórica la tesis de que el fascismo consista en una reacción
feudalista o absolutista medieval, tendente a destruir las conquistas sociales
y políticas de la burguesía capitalista industrial.
b) el régimen revolucionario ruso,
con la victoria de octubre de 1917, asumió un clarísimo carácter
proletario que superaba históricamente el contenido burgués
de la Revolución antizarista de febrero y rompía despiadadamente
con todas las mentiras del liberalismo democrático y del oportunismo
socialistoide. Él iniciaba inseparablemente y al mismo tiempo la
batalla por realizar el derribo violento del Estado en los países
ya completamente capitalistas, y la transformación en sentido comunista
de la economía social rusa. Estos dos objetivos solo se podían
conseguir de forma paralela: ambos no han sido alcanzados. Las fuerzas
conservadoras del mundo burgués, defendiendo y reforzando el poder
en los grandes países desarrollados, han saboteado también
la construcción del socialismo en Rusia. El Régimen ruso,
después de las primeras realizaciones socialistas, ha sufrido una
progresiva pero decisiva involución. La economía ha reasumido
caracteres de privilegio y de explotación de los asalariados; en
el campo social han recobrado influencia las clases acomodadas; en el campo
jurídico reaparecen formas y normas de tipo burgués; en el
campo político interno la corriente revolucionaria que continuaba
las tradiciones bolcheviques de la Revolución de Octubre y del leninismo
ha sido vencida y dispersada, y ha perdido el control del partido y del
Estado; en el campo internacional la fuerza del Estado ruso en lugar de
una aliada de todas las clases explotadas combatientes sobre el terreno
de la guerra civil por la revolución en todos los países,
se ha convertido en una de las colosales fuerzas de estado militares del
moderno cuadro imperialista, colaboradora en el juego de las alianzas y
de las guerras con las diferentes agrupaciones de las unidades estatales
militares burguesas, al servicio de exigencias históricas que no
son clasistas, sino nacionales e imperiales, o sea, según una política
exterior que no está dictada por los intereses de la clase obrera
mundial, sino por los de un privilegiado estrato dirigente nacional.
c) La III Internacional no ha sistematizado
en coherencia con el poderoso encuadre teórico y programático,
de modo igualmente revolucionario y definitivo, las cuestiones organizativas
y tácticas. A causa de la aceptación de demasiados grupos
y estratos oportunistas, y de una praxis demasiado irreflexiva con improvisadas
y desorientadoras maniobras tácticas, el postulado de llegar más
rápido al amplio control de las masas trabajadoras para guiarlas
a la revolución se ha invertido con la recaída en un proceso
oportunista, análogo y más grave que el de la vieja Internacional.
El desenvolvimiento en sentido antiproletario de la situación mundial
y de la situación interna rusa ha llevado este erróneo planteamiento
de las maniobras tácticas al terreno mucho más grave de un
progresivo abandono de los principios, de los programas y de la política
revolucionaria. El comportamiento actual de los partidos comunistas, (los
cuales, habiendo sido liquidada oficialmente la III Internacional, todavía
se apoyan en Moscú, es de abierta solidaridad con los regímenes
burgueses, de efectiva colaboración y conservación social,
y hace de ellos evidentes instrumentos de la movilización social
y política de la clase trabajadora al servicio del orden constituido
de la propiedad y del capital.
4) La consigna política central del partido comunista internacional en todos los países (de igual manera que ya durante la guerra y durante la aparente lucha de los regímenes burgueses que se definen democráticos contra las formas fascistas de gobierno capitalista, así en el actual periodo posbélico en el cual los Estados vencedores de la guerra heredarán y adoptarán esta política después de una más o menos brusca y más o menos hábil conversión propagandística) no será la de esperar, propugnar, reclamar con consignas de agitación la reconstitución del ordenamiento burgués propio del superado periodo de transitorio equilibrio liberal y democrático. Por lo tanto, el partido rechaza toda política de colaboración con grupos de partidos burgueses y pseudo-proletarios que agitan el falso y engañoso postulado de sustituir al fascismo con regímenes de "verdadera" democracia. Tal política es ante todo ilusoria porque el mundo capitalista en todo el tiempo que le queda de existencia ya no podrá ordenarse con formas liberales, sino que estará cada vez más fundado sobre monstruosas unidades estatales, despiadada expresión de la concentración económica de la patronal, y estará cada vez más armado de una policía represiva de clase; en segundo lugar es derrotista, porque para la consecución de este postulado (incluso aunque durante un breve periodo ulterior en algún sector secundario del mundo moderno pudiese sobrevivir) sacrifica las mucho más importantes características vitales del movimiento en la doctrina, en la autonomía organizativa de clase, en la táctica capaz de preparar y de encauzar la lucha revolucionaria final, objetivo esencial del partido; en tercer lugar es contrarrevolucionaria por cuanto se valoran ante los ojos del proletariado unas ideologías, grupos sociales y partidos sustancialmente escépticos e impotentes para alcanzar la misma democracia que profesan en abstracto, cuyo única función y único fin, plenamente concomitante con el de los movimientos fascistas, es el de conjurar cueste lo que cueste la marcha independiente y el asalto directo de las masas explotadas a los fundamentos económicos y jurídicos del sistema burgués.
5) Exigencia de primer orden en la presente situación mundial es la reunión en un organismo político internacional de todos los movimientos locales y nacionales que no tengan ninguna duda ni vacilación en situarse fuera de los bloques por la libertad burguesa y por la lucha genérica antifascista, que estén ajenos a todas las sugestiones de la propaganda de guerra burguesa de las dos partes del frente, que decidan reconstruir la autonomía de pensamiento, de organización y de lucha de las masas proletarias internacionales, y que entiendan por unidad del proletariado no el híbrido contacto entre grupos de dirigentes, que expresan programas desordenadamente discordantes, sino el superamiento seguro y orgánico de todos los empujes particulares suscitados por los intereses de los grupos proletarios, distintos por categorías profesionales y por pertenencias nacionales, en una fuerza sintética que obra en la dirección de la revolución mundial.
6) La presente situación histórica italiana no
significa la clausura de un periodo de gobierno fascista burgués
y la apertura de un opuesto periodo de política burguesa liberal
que retorna al ciclo y a las relaciones del periodo precedente a 1922.
Significa el hundimiento del aparato de gobierno y de poder de la clase
dominante en Italia, determinado no por la crisis política interna
y por las divergencias de método, y ni siquiera por decisivos ataques
sociales y políticos del exterior, sino por la derrota militar y
por el predominio del grupo de Estados contra el cual el Estado burgués
italiano luchaba.
La situación que se ha establecido no presenta
la conquista aun parcial del poder político por parte de estratos
proletarios o pequeños burgueses. La reconstrucción del aparato
central de control político y de policía al servicio de los
intereses económicos capitalistas se realiza a cargo y bajo la estrecha
dirección de los grandes estados vencedores de la guerra, bajo la
forma de un compromiso aceptado por la misma clase dominante indígena
con la reducción de su privilegio y de su soberana autonomía
de gobierno a cambio de continuar explotando a las clases trabajadoras
en calidad de burguesía o de estado satélite de la nueva
organización mundial. Se constituye así un sistema de fuerzas
contrarrevolucionarias aun más eficientes que las fascistas formalmente
sustituidas.
7) La clase proletaria italiana no tiene ningún interés,
ni particular ni general, ni inmediato, ni histórico, en apoyar
la política de los grupos y de los partidos que, aprovechándose
no de la propia fuerza, sino de la ruina militar del gobierno fascista,
personifican hoy el ejercicio del simulacro de poder que el vencedor en
armas cree dejar a una estructura estatal italiana. El partido, expresión
de los intereses proletarios, debe rehusar a estos grupos no solo la colaboración
en el gobierno, sino todo consenso a sus comunes proclamaciones doctrinales,
históricas y políticas, que hablan de solidaridad nacional
de las clases, de lucha unida de partidos burgueses y pretendidamente proletarios
con consignas de libertad, de democracia, y de guerra al fascismo y al
nazismo.
El rechazo del partido a toda colaboración
política no atañe solamente a los órganos de gobierno,
sino también a los comites de liberación, y cualquier otro
organismo o combinación semejante, con igual o diferente base política.
Los comites de liberación nacional, histórica
y políticamente se reclaman a objetivos y fines contrarios a la
política y a los intereses proletarios. De hecho, no pueden ni siquiera
jactarse del abatimiento del fascismo. La acción clandestina desarrollada
contra el régimen fascista tuvo y tiene por coeficientes efectivos
las reacciones espontaneas e informes de grupos proletarios y de escasos
intelectuales desinteresados, además de la acción y la organización
que todo Estado y ejército crea y alimenta a espaldas del enemigo,
y solo en una mínima parte la influencia de los cabecillas políticos
- viejos politicastros desvirtuados o nuevos aventureros a disposición
de cualquier fuerza que les lance al éxito, venidos de fuera como
moscas inmediatamente después de la llegada de los vencedores para
el rápido acaparamiento de las posiciones de beneficio. En realidad,
la red que los partidos burgueses o pseudoproletarios han constituido en
el periodo clandestino no tenía cono objetivo la insurrección
partisana nacional y democrática, sino solo la creación de
un aparato de inmovilización de todo movimiento revolucionario que
hubiera podido establecerse en el momento del colapso de la defensa fascista
y alemana.
La fundamental impotencia y falta de iniciativa
del gobierno italiano queda igual, más bien se agrava, con los comites
de liberación. La consigna de trasferirles el poder es ilusoria
en la realidad, y derrotista desde el punto de vista proletario; ella constituye
un exquisito ejemplo de aquel maximalismo vanilocuente, que impotente y
derrotista en la acción, nada ha aprendido de la trágica
lección que impartió la victoria fascista.
8) El partido proletario revolucionario debe rechazar toda mínima corresponsabilidad en la política de estos grupos que han hecho propio todo el planteamiento ideológico propagandístico del grupo estatal vencedor, que han puesto en escena la estúpida maniobra no de un reconocido desarme de un aparato estatal y militar derrotado para siempre, sino de una conversión en el campo de la guerra burguesa que no ha perjudicado seriamente a uno de los grupos, y que no ha aventajado y ni siquiera perjudicado al otro; debe rechazar la responsabilidad política del armisticio firmado por los estratos dominantes tradicionales del país con el único fin de continuar con sus privilegios y con la explotación; debe abandonarlos a su suerte en el tratamiento que el vencedor les reservará, en el juego de las fuerzas de una restringida minoría social, las cuales dictaron y sistematizaron la paz.
9) El problema de la liquidación del fascismo no tiene
ningún sentido, en cuanto el fascismo es el moderno contenido del
régimen burgués, y solo puede ser superado históricamente
y aniquilado, derrumbando el poder de la clase capitalista y de sus instituciones,
tarea que no puede ser absuelta por coaliciones políticas tan híbridas
como impotentes y con nulas intenciones de demoler el fascismo, sino solo
por la acción revolucionaria del proletariado. En consecuencia,
el partido descalifica y rechaza todo el montaje de represión del
fascismo puesto en escena por el actual gobierno de Italia. La única
lucha seria contra el fascismo no consiste en localizar y perseguir a militantes,
cuadros, y jerarquías del periodo fascista, (en un gran número
ya acogidos en las presentes jerarquías, con método y estilo
camaleónico), sino en descubrir y golpear los intereses de clase
y los estratos sociales que cumplen esa movilización, y que son
los mismos que intentan hoy conservar el control del Estado. Estos golpes
solo pueden ser dados por fuerzas de clase; y cuando sean dados, todos
los organismos más diversos y las jerarquías más dispares
que hoy hablan de erradicar el fascismo (iglesia, monarquía, burocracia
civil y militar, estratos de profesionales de la política y de la
prensa, etc..) formaran un bloque en la parte contrarrevolucionaria de
la barricada.
El proletariado políticamente reorganizado
rechaza la consigna de la depuración del organismo estatal, que
interesa solamente a la conservación burguesa. Los comunistas persiguen
la progresiva descomposición de este organismo, su demolición,
y el entierro de sus infectos restos, en el sentido de la frase marxista
que dice que el capitalismo crea a sus propios enterradores.
La hipócrita profilaxis de la depuración
se la dejamos a los reaccionarios. También es rechazada y escarnecida
la política de las sanciones antifascistas que, en su aparato jurídico,
se abre el 3 de enero de 1925 (aceptando como histórica una de las
abusadas fechas mussolianas) y prueba la precisa tesis de que el fascismo
fue bien acogido y benemérito mientras golpeó sobre las corrientes
revolucionarias y sobre los organismos independientes del proletariado
extremista, y que solo fue tachado de delincuente por los golpes que sucesivamente,
con evidente lógica histórica, estuvo en condición
de asestar a sus necesarios cómplices de la primera fase, jefes
y jerarquías políticas del rancio parlamentarismo burgués.
10) Primera tarea del partido proletario de clase, dirigido a la meta histórica de la conquista del poder político en los países mas avanzados de Europa y del mundo, debe ser, basándose en una correcta orientación de la doctrina y del programa, la reconstitución del propio encuadramiento organizativo. En este deberán confluir: las fuerzas intactas de los viejos militantes revolucionarios que no han abandonado la línea de la tradición clasista; los elementos más maduros y decididos de los trabajadores de la ciudad y del campo, que por las duras experiencias de los últimos períodos sienten la antítesis de clase con la burguesía lanzada a la contraofensiva reaccionaria y con el enorme engaño político de su actual disfraz antifascista, y advierten un progresivo e incurable malestar de quedar bajo la influencia de los falsos partidos proletarios de hoy; finalmente (evitando la estrecha concepción laborista sobre el partido, rechazada por los marxistas) los elementos de clase no puramente proletarios, a los que sin embargo se pedirá inexorablemente la superación de cualquier indecisión sobre los especificos postulados teóricos y políticos del movimiento.
11) Las normas de organización del partido son coherentes con la concepción dialéctica de su función, no reposan sobre recetas jurídicas y reglamentarias, superan el fetiche de las consultas mayoritarias. Su estrecha conexión con la reivindicada claridad teórica y con la rectilínea táctica de clase en la acción política, deben llegar a proteger al partido contra la perjudicial influencia de cuadros inadecuados, degenerados a jerarquías oportunistas, como las de los partidos de la II y III Internacional en sus fases de descomposición.
12) En primer lugar entre las tareas políticas del partido
está el trabajo en las organizaciones económicas sindicales
de los trabajadores para su desarrollo y potenciamiento. Debe ser combatido
el criterio, ya común en la política sindical tanto fascista
como democrática, de atraer al sindicato obrero a los organismos
estatales, bajo diferentes formas de disciplinamiento por medio de leyes.
El partido aspira a la reconstrucción de la Confederación
sindical unitaria, autónoma de la dirección de los organismos
del Estado, que proceda con los métodos de la lucha de clase y de
la acción directa contra la patronal, de las particulares reivindicaciones
locales y de categoría a las generales de clase. En el sindicato
obrero entran trabajadores pertenecientes individualmente a diversos partidos
o a ningún partido; los comunistas no proponen ni provocan la escisión
de los sindicatos por el hecho de que sus organismos directivos sean conquistados
o tomados por otros partidos, pero proclaman del modo mas abierto que la
función sindical se completa y se integra sólo cuando en
la dirección de los organismos económicos está el
partido político de clase del proletariado. Cualquier otra influencia
sobre las organizaciones sindicales proletarias no solo les quita los fundamentales
caracteres de organismos revolucionarios demostrado durante toda la historia
de la lucha de clase, sino que las hace estériles en su finalidad
de obtener mejoras económicos inmediatas, e instrumentos pasivos
de los intereses de la patronal.
La solución dada en Italia a la formación
de la central sindical con un compromiso no ya entre partidos proletarios
de masas (que no existen), sino entre grupos de jerarquías de camarillas
extra-proletarias que pretenden suceder al régimen fascista, es
combatida incitando a los trabajadores a derribar esa estructura oportunista
de contrarrevolucionarios de profesión. El movimiento sindical italiano
debe retornar a sus tradiciones de abierto y necesario reforzamiento del
partido proletario de clase, haciendo palanca sobre el resurgir vital de
sus organismos locales, las gloriosas Cámaras del Trabajo (Camere
del Lavoro), que tanto en los grandes centros industriales como en las
zonas rurales proletarias fueron protagonistas de grandes luchas abiertamente
políticas y revolucionarias.
13) La política del partido en la cuestión agraria, coherente con el planteamiento marxista de ésta, debe apuntar a crear aliados del proletariado industrial en el campo, no olvidando que ya desde hace tiempo en Italia tales aliados existen y están representados por los trabajadores directos de la tierra, asalariados y braceros. Los otros grupos de trabajadores directos de la tierra no asalariados deben ser incitados y empujados a descubrir la antítesis de sus intereses sociales con los de la burguesía urbana y terrateniente, pero no por esto se debe elevar a la altura de tarea histórica la abolición de un pretendido sobreviviente feudalismo en algunas regiones de Italia, ni se debe llegar a la apología de la fragmentación de las fincas rurales determinada en otras zonas por las condiciones materiales y técnicas, y que debe ser considerada como un elemento contrarrevolucionario. La conquista de la tierra por parte de los campesinos no es un postulado proponible y factible por un régimen burgués, fascista o liberal, y no es la justa expresión de la tarea económica de un régimen proletario en el campo, que, aun rompiendo los privilegios inmobiliarios de naturaleza estrechamente parasitaria que gravan sobre la pequeña hacienda, planteará sus medidas económico-sociales y su política en el sentido de quitar lo más rápidamente posible a los trabajadores del campo el carácter burgués de propietarios de la tierra y de sus productos.
14) El partido proletario denuncia, en el periodo de reconstrucción
del aparato productivo devastado, al contrario de la exigencia incluso
provisional de una colaboración entre los que dan trabajo y los
que lo prestan, el seguro prevalecer de una agravación de los contrastes
de clase y de una redoblada explotación de los asalariados para
reacumular la riqueza en las manos de los empresarios y de las jerarquías
burocráticas estatales cointeresadas con ellos. La política
económica del Estado, reanudando y desarrollando las directivas
sociales fascistas, presentará como concesión a las clases
obreras la formación de un capitalismo estatal, remachada fortaleza
de la clase económica patronal y de la policía burguesa cuyas
insulsas consignas de socialización de los monopolios no son más
que un cómplice disfraz. A través de ésta los potentes
órganos del monopolio industrial y bancario harán pagar a
la colectividad, o sea a sus mismos subordinados, el pasivo de la reconstrucción
de sus instalaciones y de sus patrimonios.
La reivindicación de los partidos oficiales
comunista, socialista y católico a favor de la socialización
del latifundio, de los monopolios financieros y de los monopolios industriales,
significa todo lo contrario de una confiscación de los beneficios
para restituirlos y distribuirlos a los explotados - conquista que no es
más que una pequeña fracción de las conquistas socialistas
- porque significa prácticamente la socialización del pasivo
de la economía patronal italiana, agotada por la derrota, ya que
su deuda creada por la bancarrota se la harán pagar a todos los
trabajadores con rigurosas condiciones desfavorables de sus retribuciones.
El partido proletario se opone con decisión
contra las consignas a favor del Estado-patrón, que no tienen nada
en común con la reivindicaciones de la economía socialista,
realizable por el poder revolucionario prohibiendo la economía privada
mercantil y monetaria sobre la que se basa la explotación capitalista.
15) Todas las fuerzas centrífugas que disuelven la compactibilidad del estado burgués, como las tendencias separatistas, autonomistas, regionalistas, pueden facilitar el abatimiento revolucionario del mismo. Pero los conceptos abstractos de descentralización y de autonomía periférica no son aceptados por el partido proletario, el cual en primer lugar sabe que la tendencia moderna es hacia la concentración totalitaria de la gestión administrativa no solo nacional sino internacional; en segundo lugar prevé que en la esfera burguesa los órganos locales presentarían una debilidad y unos balances con perdidas más desastrosas que las del órgano central, y por tanto no producirían ningún alivio ni siquiera contingente en el trato dado a los trabajadores; finalmente proclama que la superior y nueva economía proletaria se basará en planes racionales de enlace y conexión unitaria de todas las actividades productivas, no confiados a la burguesía monopolista, ni a ilusorios gobiernos de compromiso, sino al régimen de la dictadura del proletariado, establecido a través de la abierta ofensiva de clase, y garantizado por el prorrumpir mundial de la revolución contra las degeneraciones burocráticas y de privilegio.
16) La llamada cuestión institucional, es decir, la de
la sustitución de la república por la monarquía, no
representa por si misma una aportación a nuevas soluciones sociales,
ya que no estaba representada en el régimen italiano del Norte.
El proletariado revolucionario tiene interés de fijar la responsabilidad
histórica de la dinastía saboyana en la contraofensiva burguesa
fascista exactamente igual que tiene interés de fijar la misma responsabilidad
de todos los grupos sociales de las clases privilegiadas italianas y de
todas las jerarquías de los partidos que hoy se sitúan, para
servir a los de la clase dominante, en el terreno de la colaboración
y de la unidad nacional.
El proletariado revolucionario, cuando este en condiciones
de romper en pedazos el aparato de Estado burgués, reservará
la misma suerte a su convencional vértice jurídico, rey o
presidente. Los caracteres reaccionarios y derrotistas de la dinastía
en Italia, precisamente porque son patentes para todos los grupos proletarios
conscientes, hacen inadecuada cualquier táctica de bloque político
que quiera crear una fractura entre los partidos que pretenden salvar la
monarquía y los que quieren abolirla. De hecho, tal línea
no es hoy exactamente definible; de igual manera que el desarrollo militar
de la guerra ha hecho oscilar la línea entre fascistas y antifascistas,
así las decisiones de los Estados vencedores harán oscilar
entre los políticos oportunistas italianos de las maneras más
imprevistas la línea de separación entre monárquicos
y republicanos, entre adversarios de la monarquía por principio,
particularmente de la saboyana, y la de aquellos que se reducen a la elección
bizantina entre abuelo, padre e hijo.
El partido proletario prevendrá a las masas
contra la perspicaz política conservadora de las corrientes monárquicas
italianas, las cuales prosiguiendo la interminable serie de conversiones
entre la derecha y la izquierda, no solo saben presentarse como perfectamente
autónomas frente a la herencia de los encuadramientos fascistas,
sino que de forma realista contraponen a la falsa retórica democrática
la antítesis entre pretendidos regímenes liberales y monárquicos
como Inglaterra, y regímenes fascistas y republicanos como Alemania.
17) De igual manera que la sustitución de la república
por la monarquía no representa un punto de llegada para el incandescente
problema social italiano, así no puede ser aceptado como tal el
de la convocatoria de una asamblea electiva representativa con poderes
constituyentes. Ante todo, la autoridad de esa asamblea será muy
restringida, a causa del mantenimiento en su territorio, sobre el que debería
tener plena soberanía, primero de las fuerzas militares de ocupación
y después de las de las fuerzas armadas que serán determinadas
y preparadas por la organización de paz que seguirá el conflicto
actual y regirá en los Estados satélites.
De cualquier modo, sea cual sea la táctica
del partido (de participación solamente en la campaña electoral
con propaganda escrita y oral; de presentación de candidaturas;
de intervención en el seno de la asamblea), ésta se deberá
inspirar no sólo en los principios programáticos del partido,
sino en la abierta proclamación de que en ningún caso la
consulta electoral puede permitir a las clases explotadas dar una adecuada
expresión a sus necesidades y a sus intereses y mucho menos llegar
a la gestión del poder político. El partido se diferencia
de todos los demás partidos italianos del momento, no sólo
porque no participará en el mercado de las combinaciones y agrupaciones
electorales, sino porque, mientras todos los demás proclaman que
el programa político que se lleve a cabo y se acepte sin posterior
resistencia será el que obtenga la mayoría numérica
de la asamblea; el partido revolucionario rechaza de entrada tal abdicación
y, en la hipótesis abstracta (pero prácticamente segura)
de que la victoria electoral confirme la supervivencia constitucional de
las fundamentales instituciones capitalistas, aun siendo minoría
en un sentido democrático, continuará su lucha para abatirlas
desde el exterior. Solamente la coyuntura histórica y el valor de
las relaciones de fuerza, y no la autoridad de las mayorías constitucionales,
determinará el alcance de esta lucha, que va, según la posibilidades
de la dinámica de clase, de la crítica teórica a la
propaganda de la oposición política, a la incesante agitación
antiinstitucional, y al asalto revolucionario armado. Sobre todo el partido
desmentirá como contrarrevolucionario cualquier movimiento que proclame
la utililidad de simular, con el fin de facilitar la agitación y
el éxito electoral, el respeto preventivo a la validez soberana
de la consulta parlamentaria, pretendiendo ser susceptible de pasar desde
esta política equivoca - cuyos múltiples experimentos históricos
han significado todos la corrupción y el desarme de las energías
revolucionarias - a un ataque contra el régimen constituido.
En las elecciones locales el partido no puede prescindir,
en consideración a intereses coyunturales, de la finalidad general
de separar la responsabilidad y el planteamiento de las fuerzas proletarias
de todas las demás, y continuar con plena coherencia la agitación
de sus reivindicaciones históricas generales.
En las fases más maduras de la situación,
que previsiblemente no se podrán desarrollar si no es por medio
de estrechas conexiones intereuropeas, el partido se prepara y prepara
a las masas para la constitución de los Soviets, órganos
representativos con base de clase que son al mismo tiempo órganos
de combate, y para la destrucción de cualquier derecho representativo
para las clases sociales económicamente explotadoras.
El partido, en la construcción de los órganos
proletarios de cualquier naturaleza, pre y post revolucionarios, no hace
ninguna distinción entre trabajadores de uno u otro sexo; la cuestión
de la concesión del voto a la mujer en el presente régimen
representativo es por ello una cuestión secundaria, ya que no puede
olvidarse desde un punto de vista crítico que el ejercicio del derecho
de voto es una pura ficción jurídica en un ambiente en el
que la disparidad económica crea insuperables sumisiones, una de
las cuales es la del sexo femenino, cuya emancipación solo es concebible
en una economía de tipo no personal y no familiar.
18) El partido rechaza cualquier consigna de armamento nacional
y de guerra, y considera que el Estado burgués autónomo italiano
y su ejército han sido destruidos por la derrota. El proletariado,
salvado del desangramiento al que fue conducido por la política
fascista de guerra, rechaza posteriores sacrificios invocados por las clases
privilegiadas y por la casta de politicastros con el único fin de
procurarse serviles méritos. El partido proletario debe oponerse
a la participación en la guerra inmediata o remota, a los llamamientos
a las armas, y al reclutamiento. Por cuanto concierne a la lucha partisana
y patriota contra los alemanes y los fascistas, el partido denuncia la
maniobra con la que la burguesía internacional y nacional, con la
excusa de dar de nuevo vida oficial al militarismo de estado, aspira a
disolver y liquidar estas organizaciones voluntarias, que en muchos países
se han visto agredidas por la represión armada. Estos movimientos,
faltos de suficiente orientación política, expresan comúnmente
la tendencia de grupos locales proletarios a organizarse y armarse para
conquistar y conservar el control de las situaciones locales, y por tanto,
del poder, tendencia encerrada por una doble ilusión: la primera,
que los Estados en guerra con el Eje entendieran por la prometida libertad
un régimen en el que las masas populares conserven el derecho no
solo a la papeleta electoral, sino al armamento directo; la segunda que,
después de haberse aprovechado en este sentido de las ayudas técnicas
de las organizaciones militares oficiales, sea posible ganarles el pulso
y no devolver a unas sobrevenidas jerarquías y policías las
armas de la soñada liberación.
Ante estas tendencias, que, aun teniendo en cuenta
las exageraciones propagandistas de conveniencia, constituyen un hecho
histórico de primer orden, es tarea del partido revolucionario poner
en clara evidencia los postulados sociales y de clase, y es exigencia central
de la táctica proletaria que los elementos más combativos
y resueltos después del largo y sangriento ciclo de su ofrecimiento
de combatir por causa de otros encuentren finalmente el planteamiento político
y el encuadramiento que les permitirá batirse solamente por su propia
causa, poniendo fin a su pusilánime desgaste al servicio de los
más o menos abiertos enemigos de clase.
19) La cuestión de los confines territoriales del Estado
italiano, los cuales serán establecidos después de la paz
al arbitrio de los vencedores, y la manifestación de un neo-irredentismo
ante la amenazadora sustracción de provincias en los confines orientales,
no pueden crear reivindicaciones que merezcan el apoyo del proletariado
y de su partido. En la fase en que la burguesía dominante intentará
por primera vez sistematizaciones internacionalistas con fines puramente
de conservación, la clase proletaria rechazará con mayor
vigor todavía que en 1914-15 la consideración de la organización
territorial basada en el principio de nacionalidad, etnográfico,
lingüístico, como etapas a alcanzar antes de plantear la reivindicación
máxima del internacionalismo en Europa y fuera de ella.
De igual forma que el movimiento comunista europeo
debe desautorizar el irredentismo italiano, así también por
la otra parte debe combatir contra el yugoslavo, que es por la misma razón
una superestructura de propaganda del bandidaje imperialista. La dinastía
y el régimen burgués italiano son ya muy dignos de ser tirados
al basurero de la historia; no menos dignos de ello lo son la dinastía
y el régimen del reino S.H.S. Si en Italia la monarquía y
el Estado hicieron palanca sobre una de las regiones socialmente más
adelantada del país, llevando al completo desastre la asumida misión
unitaria, en Yugoslavia el régimen reposa sin más sobre la
parte menos avanzada y más incivil, Serbia. Si los Saboya crecieron
a través del engaño y el fraude político, los Karageorgevich
se afirmaron por medio del asesinato político. El uno y el otro
militarismo estatal alardean de estupideces democráticas, en versión
contemporánea. Ambos han estado entre los más feroces y opresores
durante la primera guerra mundial, mientras la eventual república
de Tito no es mejor ni peor que la posible república burguesa conservadora
italiana.
Los proletarios revolucionarios italianos colaboraran
sobre este problema no con la propia burguesía, sino con los compañeros
serbocroatas y eslovenos por el abatimiento de todos los nacionalismos
y por la Europa socialista.
20) El partido proletario comunista no puede cometer el colosal
error de considerar neutral en los conflictos de clase a la potente organización
de la iglesia, ni dejarse inducir en esto por el hecho histórico
de que la iglesia misma, fulcro social y político de los regímenes
preburgueses, hoy haya pasado a la solidaridad total con las instituciones
capitalistas desarrolladas con la revolución democrática.
Más bien, precisamente por esto, la iglesia es considerada como
un factor de primer orden en la conservación de las instituciones
capitalistas, mucho más en cuanto que ella, como en Italia, está
reconciliada con el Estado, y es inspiradora de partidos que han depuesto
el planteamiento antidemocratico y antisocial en correspondencia con la
paralela renuncia de los partidos burgueses al anticlericalismo masónico.
El partido proletario de clase, ante la colaboración
sin reservas entre los católicos yla izquierda democrática,
no proclama cierto el retorno al anticlericalismo burgués de tipo
masónico, claramente opuesto a sus mejores tradiciones, ni contrapone
a la religión un ateísmo de antiguo tipo burgués,
inspirado en la formula antimarxista según la cual es preciso primero
liberar las conciencias del oscurantismo religioso para tener después
el derecho de poder liberar a las clases inferiores de la explotación
social. El partido, sin embargo, en su propaganda pone en evidencia la
antítesis fundamental entre su teoría del mundo y de la historia
y toda concepción trascendente, mística, religiosa y declara
incompatible la militancia en las filas revolucionarias con la pertenencia
a asociaciones y confesiones religiosas de cualquier escuela. El régimen
proletario, después de la revolución, excluirá programáticamente
cualquier asociación religiosa, considerando que inevitablemente
presenta caracteres políticos, y tendrá la intención
de hacer desaparecer progresivamente toda creencia religiosa, en cuanto
las masas, liberadas de los extremos de la depresión económica,
sean llevadas progresivamente cada vez más al conocimiento científico
y a la concepción propia de la doctrina del partido.
La misma campaña de clarificación
política y teórica debe apuntar a criticar, junto a las concepciones
religiosas, a las de naturaleza "inmanentista", o sea, a las que sostienen
como directrices de la actividad humana a fuerzas y valores inmateriales
colocados en la esfera de una pura actividad ideal. Como coeficiente de
degeneración teórica, estas concepciones pueden ser aun más
peligrosas que las transcendentes, que poniendo a salvo un incomprensible
mundo del más allá, impiden aun más el conocimiento
concreto de las relaciones reales: de modo que todo ateísmo que
recaiga en la incredulidad de tipo burgués iluminista no es considerado
un progreso hacia la concepción doctrinaria comunista.
21) El partido proletario, tanto en Italia como en el resto del
mundo, debe distinguirse de todos los demás movimientos políticos
o, mejor dicho, pseudo-partidos de hoy, por su fundamental planteamiento
histórico, por su original valoración de la antítesis
entre fascismo y democracia como tipos de organización del mundo
moderno. El movimiento comunista en sus orígenes (hace aproximadamente
cien años) debía y podía, para acelerar cualquier
movimiento contra las condiciones sociales existentes, admitir la alianza
con partidos democráticos, porque estos tenían entonces una
tarea histórica revolucionaria. Hoy tal tarea ya ha concluido desde
hace mucho tiempo y esos mismos partidos tienen una función contrarrevolucionaria.
El comunismo, a pesar de las derrotas del proletariado en batallas decisivas,
ha dado unos pasos gigantescos como movimiento.
En la actualidad se caracteriza por haber denunciado
históricamente, desde que el capitalismo se ha hecho imperialista,
desde que la primera guerra mundial ha revelado la función antirrevolucionaria
de demócratas y socialdemócratas, cualquier política
de acción paralela, incluso transitoria, con las democracias. En
la situación acaecida en esta crisis, el comunismo o se retirará
de la historia, engullido por las arenas movedizas de la democracia progresiva,
o actuará y combatirá solo.
En la táctica política, el partido
proletario revolucionario, en Italia y en todo el mundo, resurgirá
solo en cuanto se distinga de todos los demás y sobretodo del falso
comunismo que se identifica al régimen actual de Moscú, por
haber despiadadamente revelado el derrotismo de todas las pretendidas maniobras
de penetración y de envolvimiento presentadas como transitorias
adhesiones a objetivos comunes con otros partidos y movimientos, y justificadas
con la promesa en secreto o en el circulo interno de los adherentes de
que tal maniobra sirve solo para debilitar y seducir al adversario, hasta
que llegue el momento cierto de romper los acuerdos y las alianzas, y de
pasar a la ofensiva de clase. Tal método se ha demostrado susceptible
de conducir a la descomposición del partido revolucionario, a la
incapacidad de la clase obrera de luchar por sus propios fines, al dispersamiento
de sus mejores energías en el aseguramiento de resultados y conquistas
que sólo dan ventaja a sus enemigos.
Como en el "Manifiesto" de hace un siglo, los comunistas
desdeñan esconder sus principios y sus objetivos, y declaran abiertamente
que su objetivo no podrá ser alcanzado más que con la caída
violenta de todos los ordenamientos sociales existentes hasta ahora. En
el cuadro de la presente historia mundial, si por casualidad una residual
función competiese a grupos burgueses democráticos por la
parcial y eventual supervivencia de exigencias de liberación nacional,
de liquidación de atrasados islotes de feudalismo, y de similares
restos de la historia, tal tarea sería desarrollada de manera más
decisiva y concluyente, para dar lugar al posterior ciclo de la crisis
burguesa, no con un ajuste pasivo y abdicante del movimiento comunista
a esos postulados que no son los suyos, sino en virtud de una implacable
y vapuleante oposición de los proletarios comunistas a la incurable
flaqueza y desidia de los grupos pequeño burgueses y de los partidos
burguesas de izquierda.
En correspondencia con estas directivas, que tienen
validez completa en todo el mundo, un movimiento comunista en Italia debe
significar, en la pusilánime situación de disolución
de todas los encuadramientos sociales y de todas las orientaciones doctrinales
y prácticos de clases y partidos, un violento llamamiento a la obstinada
clarificación de la situación. Fascistas y antifascistas,
monárquicos y republicanos, liberales y socialistas, demócratas
y católicos, que continuamente se agotan en debates vacíos
de todo sentido teórico, en rivalidades despreciables, en maniobras
y chanchullos repugnantes, deberían recibir un desafío despiadado,
que obligase a todos a descubrir las posiciones reales de los intereses
de clase, nacionales y extranjeros, que de hecho representan, y a despachar,
si por casualidad la tuvieran, su tarea histórica.
Si, en la disgregación y en la fragmentación
de todos los intereses colectivos y de grupo, es todavía posible
en Italia una nueva cristalización de abiertas fuerzas políticas
combatientes, el resurgimiento del partido revolucionario podrá
determinar una situación nueva.
Cuando este movimiento, que será el único
en proclamar sus fines máximos de clase, su totalitarismo de partido,
la crudeza de los limites que lo separan de los otros, tenga puesta la
brújula política en la dirección del Norte revolucionario,
todos los demás serán incitados a confesar su lucha.
La batalla política podrá ser desclavada
de las influencias de los disfraces retóricos y demagógicos,
librada de la infección del profesionalismo especulativo politiquero,
del cual en su historia ha sido progresivamente afectada la clase dominante
italiana.
Si este patológico desenvolvimiento fue denunciado
como agudo durante el periodo fascista, hoy las masas proletarias cada
día que pasa constatan mejor, que nadie ha parado ni invertido ese
proceso, que más bien este continua inexorable a pesar de la alabada
profilaxis de los charlatanes de la democracia, y sienten que será
cerrado solamente con la radical cirugía de la revolución.