Partido Comunista Internacional Cuerpo unitario e invariante de las Tesis del Partido


Llamamiento a la reorganización internacional del movimiento
(1949)
 
 
Sinopsis

- La temible crisis del movimiento proletario
- Los primeros síntomas de una reacción al estalinismo
- La reivindicación de las armas de la revolución: violencia, dictadura, terror
- Ruptura total con la tradición de alianzas de guerra, frentes partisanos y de liberación nacional
- Negación histórica del defensismo, pacifismo y federalismo entre los Estados
- Condena de programas sociales comunes y de frentes políticos con las clases no asalariadas
- Proclamación del carácter capitalista en la estructura social rusa
Conclusión:
- Rechazo de todo apoyo al militarismo imperial ruso. Derrotismo abierto contra el americano




SINOPSIS

Premisa: Larga y grave crisis contemporánea del movimiento proletario. Primeros síntomas de reacción contra el estalinismo.

Invitación: Reorganización internacional de fuerzas revolucionarias genuinas, autónomas y homogéneas.

Piedras angulares de orientación:

1) Rechazo de toda confusión con posiciones anti-bárbaras, anti-terroristas, anti-dictatoriales.

2) Romper, al igual que con las tradiciones del socialpatriotismo 1914-18, con las de las alianzas estalinistas con los Estados capitalistas en la guerra de 1939-45 y con la política de movimientos paralelos y bloques partisanos de liberación nacional.

3) Condena del pacifismo como perspectiva y método de agitación y de todo federalismo mundial entre los Estados.

4) Condena de la doble estrategia que pretende conciliar fines revolucionarios y de clase con agitaciones y reivindicaciones frentistas, democráticas y populares.

5) Declaración de que en Rusia la economía social tiende al capitalismo, el poder estatal no tiene nada de proletario, y condena de apoyar al Estado ruso en la guerra.

6) Trasmisión de la fuerza de clase en todos los países en el terreno de la autonomía frente a todos los Estados, con el objetivo supremo de romper el poder capitalista en los países industriales más avanzados de Occidente, que bloquea el camino a la revolución.


***



LLAMAMIENTO


La temible crisis del movimiento proletario

El movimiento organizado de las clases trabajadoras en todos los países del mundo está hoy prácticamente dominado por dos fuerzas, ambas expresiones de graves y largos procesos disgregatorios y derrotistas.

Uno es el del socialismo democrático tradicional, que programáticamente afirma la colaboración social y política, el pacifismo de clase; limita la defensa de los intereses de los obreros dentro del marco constitucional; por principio niega el uso de la violencia y la dictadura del proletariado, sustituyéndolas por una evolución gradual desde la economía privada hacia el socialismo.

La otra fuerza dominante es la de los partidos vinculados al gobierno que tiene el poder en Rusia. Ellos lo proclaman poder obrero de clase; afirman que la acción de este poder estatal, como el suyo propio, es coherente y consecuente con el comunismo revolucionario según Marx y Lenin; según la gran victoria histórica del Octubre Ruso.

Esta segunda fuerza del movimiento proletario dice que no rechaza por principio los métodos de la insurrección, de la dictadura y del terrorismo, pero al mismo tiempo sostiene que conviene adoptar, en los países capitalistas, no sólo los métodos de acción, sino también las reivindicaciones y los postulados de la propaganda, que pueden ser comunes a las clases no proletarias y adineradas, tales como la coexistencia pacífica de los estratos sociales de intereses opuestos dentro de los límites de las instituciones, la democracia electiva y parlamentaria, el bienestar del pueblo y de la nación, el futuro y el destino de la patria.

La condición para la implementación de tal política, idéntica a la de la socialdemocracia, sería el estado de paz entre los gobiernos de los países burgueses y el gobierno ruso -sería el reconocimiento por parte de los trabajadores de todo el mundo de que la salvación de este poder es la garantía de su futuro de clase contra la explotación capitalista, la premisa y la promesa del socialismo en el mundo– y al mismo tiempo sería el reconocimiento, tanto por parte de los trabajadores como de la burguesía, de que tal poder puede coexistir en relaciones normales, permanentes y pacíficas con las potencias capitalistas, en una perspectiva indefinida. Este espejismo se define con la vieja y vil fórmula burguesa y democrática de «no intervención en la política interna de otros países» y con la nueva aún más insípida de «emulación» entre capitalismo y socialismo.

La estridente contradicción de estas posiciones históricas provoca en ocasiones reacciones dentro de las filas de la clase obrera y hasta ahora son sin embargo reacciones limitadas e inciertas, pero sin duda se harán más pronunciadas.

La propaganda incesante, hábil, organizada y bien equipada que, según los entornos sociales en los que se trabaja, juega con la ingeniosa confusión e inversión entre objetivos cercanos y lejanos, entre expedientes estratégicos y posiciones de principio, es cada vez menos suficiente para encubrir esos contrasentidos y esos engaños.

Convencer a los capitalistas de que se puede permitir que el régimen ruso viva sin que los ataque en el plano militar o fomente la revuelta social en sus países, no puede tener otro sentido que convencerlos de que no se trata de un régimen proletario y anticapitalista y de dejar en claro tal verdad.

Convencer a los trabajadores de que se puede desistir, en los países burgueses, de concentrar los esfuerzos en la preparación insurreccional y de perturbar la maquinaria económica, administrativa y política nacional interna, lo que puede conducir a grandes reclutamientos en los estratos que dan a la socialdemocracia sus seguidores normales, pero no tiene efecto sobre los trabajadores más avanzados, si no fuera por la perspectiva de que una guerra general de Estados y de ejércitos conduzca a la conquista del poder de clase, que Marx y Lenin confiaron a la guerra civil. Una vez que estalle una guerra de este tipo, sea del lado que sea, los estalinistas prometen a esos grupos obreros avanzados la experimentación con todas las acciones internas ilegales y derrotistas, apoyando la vana promesa con el fácil motivo «partisano» de que las fuerzas insurgentes contarían no sólo en ellas mismas, sino que en un acto paralelo dispondrían de un perfecto aparato militar moderno.

En cuanto a la otra masa de sus seguidores, una evidentemente enorme mayoría, integrada por trabajadores de formación no revolucionaria, de artesanos, de pequeños propietarios rurales, pequeños y medianos burgueses del comercio y la industria, de empleados y funcionarios, de intelectuales y profesionales (estratos sociales a los que hacen incesantes llamamientos, llegando incluso a ofrecer sindicatos nacionales no sólo a todas las clases ricas, sino también a esos partidos burgueses, que ellos mismos llaman reaccionarios y de derecha), los estalinistas prometen el advenimiento de la paz interna y universal, de la tolerancia democrática hacia cualquier partido, organización y confesión, de progreso económico sin conflictos y sin despojo de los ricos, de bienestar paralelo para todas las categorías sociales; pueden justificar cada vez menos el férreo sistema totalitario y policial vigente en Rusia y en los países controlados por esta, el irreductible monopartidismo político donde tienen el poder estatal.

Este proceso degenerativo del movimiento del proletariado, así como ha superado en profundidad a aquel del oportunismo revisionista chovinista de la Segunda Internacional, así lo superará en duración. El comienzo de este moderno oportunismo puede situarse a más tardar en 1928; el de la Segunda Internacional tuvo como ciclo culminante la década 1912-22, con orígenes y desarrollos más extensos.


Los primeros síntomas de una reacción al estalinismo

En los últimos tiempos se han ido presentando, como manifestaciones de intolerancia del oportunismo estalinista, la disidencia de militantes y grupos que aparecen en el escenario político de varios países, proclamando que quieren volver al terreno de la doctrina de Marx y Lenin, de las tesis revolucionarias propias de la Tercera Internacional en su fundación y denunciando la traición a tales principios consumada hasta el final por los estalinistas.

Sin embargo, muchas de estas secesiones no pueden ser aceptadas como resultados útiles del despliegue de vanguardia, aunque sea poco numerosa, del proletariado en posiciones verdaderamente de clase. Muchos de estos grupos, por su insuficiente preparación teórica, por su origen, por la propia naturaleza de la crítica que realizan de la acción pasada y actual de los estalinistas, se revelan influenciados más o menos indirectamente por las maniobras políticas emanadas de las potencias imperialistas occidentales, por su poderosa propaganda hipócrita de humanitarismo y liberalismo.

Los intentos de este tipo son más peligrosos porque son seguidos por militantes ingenuos, que eventualmente responden al trabajo encubierto de agentes secretos. Pero la responsabilidad histórica fundamental de ambas posibilidades de éxito del derrotismo contrarrevolucionario debe recaer totalmente en el oportunismo estalinista, en su acreditación a gran escala de toda ideología y postulado burgués, y en su desesperado trabajo por borrar de todas las formas del movimiento obrero los recursos de la autonomía, la independencia, la autodefensa clasista, que Marx y Lenin siempre colocaron en primer lugar.

Este curso confuso y desfavorable de la lucha proletaria, coincidiendo con el imparable incremento de la industrialización capitalista altamente concentrada, tanto en intensidad en los países de origen como en rampante difusión en el mundo habitado, favorece el avance con que la fuerza máxima del imperialismo moderno, el norteamericano, tiende, según la naturaleza y necesidad de toda gran concentración metropolitana de capital, de fuerza productiva y de poder, a someter a su explotación y a su opresión, derribando brutalmente los obstáculos territoriales y sociales, a las masas de todo el mundo.

En la misma medida en que han ido pasando de una lucha por fines internacionales a una lucha por determinados fines nacionales del centro estatal y militar ruso, los estalinistas se van reduciendo cada vez más impotentes a la una y a la otra, y cómplices del imperialismo de Occidente, como ya lo han sido abiertamente en la alianza de guerra.

Coherentes con la posición marxista que siempre ha visto al primer enemigo en las grandes potencias de los países super-industrializados y super-coloniales del mundo, contra los cuales sólo la revolución proletaria internacional tiene alguna posibilidad de victoria, los comunistas de la izquierda italiana hacen hoy un llamamiento a los grupos obreros revolucionarios en todos los países, para que, retomando un camino largo y difícil, realicen un gran esfuerzo para concentrarse internacionalmente en una estrecha base de clase, denunciando y rechazando a todo grupo influenciado aunque sea parcial e indirectamente por las sugestiones y conformismo filisteo de la propaganda que infesta el mundo, emanada de las fuerzas estatales, militares, policiales, establecidas hoy en todas partes.

La reorganización de una vanguardia internacional sólo puede tener lugar con absoluta homogeneidad de puntos de vista y orientación, y el partido comunista internacionalista propone a los camaradas de todos los países las siguientes piedras angulares:


La reivindicación de las armas de la revolución: violencia, dictadura, terror

1) Para los marxistas revolucionarios de izquierda no son por sí mismo elementos decisivos de condena del estalinismo, como en otro régimen, las noticias, aunque controlables y controladas, de actos de opresión, de violencia o de crueldad en perjuicio de individuos o grupos. Las manifestaciones de coerción, incluso despiadada, son una superestructura inseparable de cualquier sociedad basada en la división de clases. El marxismo nació de la exclusión de los supuestos «valores» de una civilización común a las clases en lucha o de las supuestas reglas de un «buen juego» común a los contendientes, para regular las formas en que deben robarse o matarse. Legal o ilegal, cualquier saqueo, como toda ofensa a la «persona humana» o cualquier «genocidio», no se enfrenta incriminando la responsabilidad individual de los autores materiales o intelectuales, sino luchando por la subversión revolucionaria de cualquier división en clases. Y sería el más imbecil de los movimientos revolucionarios, sobre todo en la actual fase del devenir cada vez más atroz, feroz y supermilitarista del capitalismo, el que se pusiera condiciones y límites de gentileza formal en los métodos de acción.


Ruptura total con la tradición de alianzas de guerra, frentes partisanos y de liberación nacional

2) La condena irrevocable del estalinismo surge precisamente de haber renegado de estos pilares fundamentales del comunismo en la medida en que arrojó a todas las fuerzas que le siguieron en la guerra fratricida desplegando a los proletarios en dos campos imperialistas, validando plenamente la ignominiosa propaganda del grupo con el que el estatalmente se asoció. Este grupo, en nada mejor que el otro, enmascaró su histórico deseo de rapiña, evidente durante décadas para la crítica marxista y leninista, precisamente afirmando que el respeto por los métodos de guerra «civilizados» lo distinguía de su adversario, alegando que por su lado sería bombardeado, atomizaría, invadiría y finalmente ahorcaría después de refinadas agonías, no para defender sus propios intereses, sino para restaurar los ofendidos valores morales de la civilización y la libertad humana.

El leninismo había sido la respuesta al sometimiento del proletariado al mismo engaño terrible que en 1914 vio a los traidores de la Internacional proclamar la alianza patriótica contra el fantasma de la «barbarie» teutónica o zarista.

Pero el mismo engaño fue la base de la adhesión a la guerra de los imperialistas occidentales contra la nueva «barbarie» nazi o fascista, y la misma traición fue el contenido de la alianza entre el Estado ruso y los Estados capitalistas, experimentada en un primer momento con los propios nazis y de aquella entre partidos obreros y partidos burgueses en el apoyo a la guerra.

Engaño y traición históricamente adquiridos, hoy cuando los rusos denuncian a los americanos como agresores y fascistas, y los segundos dicen lo mismo de los primeros, admitiendo que si hubieran podido utilizar la bomba atómica, aún no lista en 1941, para masacrar Europa, lo habrían hecho, sin utilizar para el mismo propósito los ejércitos en los que fueron reclutados los trabajadores de Rusia.

El marxismo investigó bien e investiga el origen de todo conflicto entre Estados, grupos y fracciones de la burguesía, en lucha incesante, y de ellos saca deducciones históricas y pronósticos. Pero se reniega el marxismo cada vez que se opone un ala civilizada a un ala bárbara del mundo capitalista; siendo siempre determinísticamente posible que tenga efectos y desarrollos más útiles al proletariado la victoria de los partidos en lucha que atacan, agreden o utilizan métodos de lucha más duros. La barbarie fue el estado humano primitivo del que debieron surgir las comunidades para el indispensable desarrollo de las técnicas productivas, pero el hombre pagó esta transición con la infamia infinita de la civilización de clases y los sufrimientos de la explotación esclavista, de la tierra y de la industria.

La directriz básica para el renovado movimiento revolucionario internacional es, pues, la condena con el mismo título de toda tradición ligada tanto a la política socialchovinista de 1914-1918 como a la de 1940-1945 de alianza de guerra, de frentes populares, de resistencia partisana, de liberación nacional.


Negación histórica del defensismo, del pacifismo y del federalismo entre los Estados

3) La piedra angular de la posición marxista frente a la perspectiva ulterior de la guerra es la leninista, según la cual desde la época de la Comuna (1871) las guerras de las grandes potencias han sido imperialistas, estando cerrado el período histórico de las guerras e insurrecciones de base nacional en los países burgueses; y, por tanto, es una traición a la causa del proletariado toda alianza de clases en caso y con el propósito de guerra, toda suspensión, por motivos de guerra, de la oposición, de la presión de guerra. Y para Lenin, las revueltas coloniales de las masas de color contra el imperialismo y los levantamientos nacionales en los países atrasados, tienen un rango revolucionario en la actual era capitalista avanzada, a condición de que en la metrópolis la lucha de clases nunca se suspenda, nunca se desvíe de su conexión internacional, cualquiera que sea la política exterior que emprenda el Estado, es decir, el verdadero enemigo interno de la clase obrera de cada país.

En esta concepción, y más aún después de la formidable confirmación dada por la guerra mundial número dos a las muchas previsiones explícitas de las tesis y resoluciones de la Tercera Internacional al momento de la muerte de Lenin, el período de las guerras imperialistas sólo puede ser cerrado por la caída del capitalismo.

El partido proletario revolucionario debe, por tanto, negar toda posibilidad de arreglo pacífico de los conflictos imperiales y combatir duramente el engaño contenido en cualquier propuesta de federaciones, ligas y asociaciones entre Estados, que deberían tener el poder de prevenir los conflictos, poseyendo una fuerza internacional armada para reprimir a los que los provocan.

De acuerdo con los principios de Marx y Lenin, quienes, al captar toda la rica complejidad de las relaciones históricas entre guerras y revoluciones, condenan como trampa idealista y burguesa toda distinción engañosa entre agresión y defensa en la guerra entre los Estados, los proletarios revolucionarios ven en todas las instituciones supraestatales internacionales sólo un activo y una fuerza para la preservación del capitalismo; en sus cuerpos armados una policía de clase y una guardia contrarrevolucionaria.

Por tanto, una característica de los comunistas internacionalistas es el rechazo sin reservas de toda propaganda equívoca basada en la apología del pacifismo y en la fórmula insípida de condena y de las sanciones contra el agresor.


Condena de programas sociales conjuntos y de frentes políticos con las clases no asalariadas

4) Es tradición de la oposición de izquierda de muchos grupos, tanto italianos como de los otros países, y se remonta a los primeros errores en la táctica de la Tercera Internacional hace treinta años, rechazar la falsa posición de los problemas de la agitación, muy mal calificada como método bolchevique.

Sobre todo porque la eliminación de toda institución y poder feudal es un hecho consumado e irrevocable, no es posible trabajar en la dirección del enfrentamiento armado final entre el proletariado y la burguesía, de la instauración del poder obrero y de la dictadura roja en todos los países, del terror político y de la expropiación económica aplicada a las clases privilegiadas de cada nación y al mismo tiempo silenciando durante determinados períodos y en determinadas situaciones semejante programa abierto, propio del comunismo y sólo de él.

Es una ilusión conquistar más rápidamente a las masas sustituyendo esos postulados de clase a través de una agitación de efecto popular, así como es una ilusión derrotista la cacareada garantía de que los jefes de la maniobra no creen subjetivamente en ella; en el mejor de los casos esto es puro sin sentido.

Cada vez que el contenido central (siempre protestado como pasajero) de la maniobra política ha sido el frente único con los partidos oportunistas, las reivindicaciones de democracia, de paz, de un popularismo no clasista, o peor, de una solidaridad nacional y patriótica de clase, no se trataba de enarbolar hábiles escenarios y espejismos, caído los cuales, en un momento culminante en campo abierto, falanges más numerosas de soldados de la revolución, listos para caer incluso sobre los aliados transitorios de ayer, habrían debilitado el frente enemigo.

Por el contrario, siempre ha sucedido que masas, militantes y jefes se han vuelto impotentes ante la acción de clase; y organizaciones y encuadramientos progresivamente desarmados y domesticados se han adecuado, por su preparación ideológica y funcional, a actuar como instrumentos de la burguesía dominante y como los mejores entre ellos.

Este resultado histórico ya no se funda solamente en la crítica doctrinal, sino que surge de una terrible experiencia histórica de treinta años de fracasos de los esfuerzos revolucionarios, pagados a un precio muy alto.

El partido revolucionario no intentará jamás, por tanto, una conquista mayor de éxito cuantitativo entre las masas empleando reivindicaciones susceptibles de ser planteadas por clases no proletarias y socialmente híbridas.

Este criterio distintivo básico no está dirigido contra las reivindicaciones inmediatas y particulares que se fundan en el plano económico del antagonismo concreto de intereses entre asalariados y empresarios, sino que es contra las reivindicaciones no clasistas e interclasistas, sobre todo en el campo general de la política de un país y de todos los países. Este criterio, del que se extrajo la crítica del frente único político proletario, de la consigna del gobierno obrero, de los frentes populares, de los frentes democráticos, establece el límite entre el movimiento al cual tendemos y aquel que se llama trotskista de la IV Internacional, como todas las versiones afines que en nuevas formas renuevan la consigna de la degeneración revisionista: el fin es nada, el movimiento lo es todo; y persiguen agitaciones superficiales, desprovistas de contenido.


Proclamación del carácter capitalista en la estructura social rusa

5) El desarrollo de la economía, de la administración y de la legislación durante casi treinta años, nada menos que la clamorosa represión y exterminio del núcleo revolucionario bolchevique (que pagó duramente la culpa de dejar transformar el férreo partido de vanguardia comunista, en una pletórica masa amorfa, pasiva e incapaz de controlar su propio engranaje de dirección y ejecución), dan la prueba histórica de que la revolución obrera puede sucumbir, tanto en una sangrienta guerra civil como la de París en 1871, como también por un camino de progresiva degeneración.

El carácter monetario, mercantil, remunerativo y titulativo del tejido económico ruso predominante, en nada afectado por las estatizaciones de las grandes industrias y servicios análogos a los de muchos grandes países de puro capitalismo, nos sitúa en presencia no de un Estado obrero amenazado de degeneración y en curso de degeneración, sino de un Estado ya degenerado, en el cual el proletariado ya no tiene poder; ahora está siendo reemplazada por una coalición híbrida y una fluida asociación entre los intereses internos de las clases pequeñoburguesas, las clases medias empresariales disfrazadas y los capitalistas internacionales; convergencia solo aparentemente obstaculizada por una cortina fronteriza policial y comercial.


CONCLUSIÓN

Rechazo de cualquier apoyo al militarismo imperial ruso. Abierto derrotismo contra el americano

En consecuencia, una guerra que externamente parece detener (como todas las guerras parecen hacerlo) tal proceso de entendimiento entre las clases privilegiadas de los diversos países en la administración del mundo, no será la guerra revolucionaria en el sentido de Lenin para la protección y difusión del poder proletario en el mundo.

Tal eventualidad histórica, que hoy no se presenta, nunca implicaría la justificación del bloqueo militar y político en ningún país y esto, en primer lugar, porque los Estados revolucionarios, si los hay, no podrán tener aliados en el campo burgués (como fue evidente en el período final de la primera guerra mundial). En tal hipótesis, un fuerte partido comunista revolucionario se vería inducido a distribuir en el tiempo los ataques a los poderes burgueses por parte de sus secciones, tratando de detener las expediciones militares “punitivas” que avancen sobre el país revolucionario, consiguiendo que los trabajadores armados movilizados para este propósito, den la vuelta a las armas.

En cada grado de desarrollo menos avanzado, de menor potencial combatiente, con mayor razón todo movimiento revolucionario mantendrá el alineamiento antiburgués y antiestatal en todas partes y sin reservas.

Los comunistas saben que sólo hay una forma de detener la expedición punitiva antiproletaria del capitalismo: con su destrucción. Y sólo será posible destruirlo manteniendo a la vanguardia de clase en pie de guerra contra ella en todas partes.

El desarme, incluso transitorio, ya sea ideológico, organizativo o material, de la alineación de clase, es siempre y en todas partes una traición. Ninguna facultad de practicarla estará al nivel del Centro del movimiento comunista, por muy establecida que esté la disciplina, que le deja con la elección de los momentos o de los movimientos de acción al frente de todo el partido. Cada partido y cada grupo que implemente tal desarme, sobre todo cuando se llamen obreros comunistas y socialistas, son el primer enemigo a combatir y derrocar, porque es precisamente su existencia y su función lo que retarda la catástrofe del régimen burgués, anticipada por Marx y por Engels, ciertamente esperada por todos los revolucionarios marxistas.

La estrategia política opuesta, que los restos de la gran Internacional Comunista aplicaron en la última guerra, que llegó hasta la vergonzosa autoliquidación, para que los gobiernos occidentales “no fueran perturbados en el esfuerzo bélico”, sólo resultó en el fortalecimiento de una potencia imperialista occidental, que demasiado tarde el gobierno y el estado mayor rusos reconocieron más amenazante que la alemana, para sus propios fines, ahora abierto de carácter nacional.

Si bien el nuevo recurso a la acusación de barbarie y fascismo parece no menos vacío y siniestro, además con igual descaro correspondido por el frente del “mundo libre”, los trabajadores revolucionarios de vanguardia deben apuntar a reconstituir sus filas para un combate que no espera municiones de los opuestos militarismos constituidos de hoy, deseando que la crisis y la catástrofe, esperadas en vano desde hace ciento cincuenta años, penetren en el corazón de los Estados con mayor potencial industrial: la guardia negra del mundo que nadie hasta ahora ha sabido hacer tambalear.