Partido Comunista Internacional Cuerpo unitario e invariante de las Tesis del Partido

Apuntes para las tesis sobre las cuestiones organizativas


(“Il Programma Comunista”, 1964)
 

Estos "Apuntes" fueron recopilados a finales de 1964 como base histórica de los tres cuerpos de tesis sobre el centralismo orgánico, que serían publicadas durante los años 1965 y 1966. Estos últimos, reimpresos y citados varias veces, son una lectura fundamental para todo camarada, a los efectos de una correcta comprensión de la forma orgánica de funcionamiento del Partido.

Los "Apuntes", en cambio, estaban menos difundidos. Aquí nos parece pues útil su reproducción, ya que demuestran cómo el Partido ha contemplado la lección sobre su organización, tanto desde la confrontación con Lenin y la Internacional como desde el balance de la desgraciada experiencia de la contrarrevolución estalinista.

El lector observará cómo el "centralismo democrático", aceptado por disciplina y homogeneidad dentro de la Internacional, era sólo una herramienta para afirmar el centralismo tout court, principio que en aquel momento era importante defender contra movimientos y partidos que no aplicaban dicho principio.

La centralización, en palabras del propio Lenin, no debe ser formal sino establecida sobre la base de una actividad permanente y común.

El objetivo de la Izquierda, entonces y hoy con más razones aún, era, con la inclusión del adjetivo "orgánico", borrar para siempre la palabra "democracia" del diccionario del partido de la clase obrera, con la certeza de que ese sería también el objetivo de Lenin si las condiciones históricas lo hubieran permitido, como efectivamente se desprende del trabajo del partido con el que están relacionados estos "Apuntes".

* * *

1) La expresión de "centralismo democrático", como un tipo de organización para los partidos comunistas, a la que la Izquierda opuso la fórmula de "centralismo orgánico", se encuentra en primer lugar en las tesis presentadas por Zinoviev al segundo Congreso sobre la “Tarea del Partido comunista en la revolución proletaria”, e ilustradas por el discurso del propio Zinoviev en la segunda sesión celebrada en el Kremlin el 23 de julio de 1920. La parte central de la tesis y del discurso encontraron y encuentran pleno apoyo de la Izquierda Comunista porque contienen una resuelta crítica marxista a todas aquellas corrientes que devalúan la función del partido político de clase y quieren sustituirlo por las más diversas formas (sindicatos, consejos de trabajadores, comités de fábrica, etc., etc.). Tal corriente estaba fuertemente representada en el segundo Congreso, especialmente por los británicos, los estadounidenses, los holandeses e incluso por sindicalistas franceses e incluso anarquistas españoles. La Izquierda Comunista Italiana quiso diferenciarse inmediatamente de estas corrientes que, además de no comprender las tesis del Partido, digerían mal también las que trataban sobre centralización y sobre la disciplina estricta, también vigorosamente afirmadas entonces por Zinoviev.

Cuando de estos grupos surgieron apoyos a las tesis de la Izquierda italiana respecto al parlamentarismo, el relator de aquellas rogó que no votaran sus tesis aquellos que no se proletaria” colocaran en el estrecho terreno marxista, y es por eso por lo que de 7 votos en contra de la participación parlamentaria sólo tres fueron a favor de las tesis de la Izquierda italiana (Bélgica, Dinamarca y Suiza, siendo el voto italiano consultivo).

2) La fórmula antes citada aparece en el punto 14 de la tesis de Zinoviev, y queda formulada de la siguiente manera: «El Partido Comunista debe basarse en la centralización democrática. La constitución mediante elecciones de comités secundarios, la sumisión obligatoria de todos los comités al comité que les es superior, la existencia de un Centro dotado de plenos poderes, cuya autoridad no puede, en el intervalo entre Congresos del Partido, ser cuestionada por nadie; tales son los principios esenciales de la centralización democrática».
Estas tesis no entran en más detalles y, en cuanto al concepto de subordinación de la periferia al centro, la Izquierda no tenía motivos para no aceptarlo. La duda sobre la forma de designar los Comités desde la periferia al Centro y sobre el uso del mecanismo electoral de escrutinio de votos, al que se refiere claramente el adjetivo democrático frente al sustantivo centralismo, así como la breve referencia que sigue inmediatamente después.

3) Que el pensamiento de la Tercera Internacional en sus inicios, y de sus grandes teóricos, no fue un homenaje total al mecanismo de elección por votos, evidente imitación del mecanismo pregonado como eterno e ideal por la burguesía democrática, se deduce del propio texto del Estatuto de la Internacional, tal como fue adoptado en el mismo segundo Congreso. Este Estatuto menciona en primer lugar algunos párrafos del Estatuto de la Primera Asociación Internacional de los Trabajadores, adoptada a propuesta de Marx en Londres en 1864. Se comprueba que este Estatuto introduce la fórmula de un partido político, sin la cual el proletariado no puede actuar como clase, distinta y opuesta a todos los demás partidos políticos (más exactamente, esta fórmula precisa no se encuentra en los Estatutos votados en 1864 sino en los más detallados adoptados en las conferencias de Londres de septiembre de 1871 y La Haya de septiembre de 1872).

El Estatuto de Moscú recuerda cómo la Segunda Internacional fundada en 1889 un París se había comprometido a continuar la obra de la Primera, pero pereció por haber traicionado en 1914 ese compromiso. La Tercera Internacional declara retomar el trabajo de la Primera.

4) En el nuevo Estatuto se reitera que la organización debe estar altamente centralizada. Sigue una fórmula mucho mejor que la de la centralización democrática:

«El mecanismo organizado por la Tercera Internacional Comunista debe asegurar a los trabajadores de todos los países la posibilidad de recibir, en todo momento, por parte de los trabajadores organizados de otros países, toda la ayuda posible».

Según el artículo 1, el propósito de la Internacional es el derrocamiento del capitalismo y el establecimiento de la dictadura del proletariado y de una república internacional de Soviets.

En el artículo 4 la instancia suprema de la Internacional es el Congreso Mundial de todos partidos y organizaciones afiliadas. Para no malinterpretar el doble término de partidos y organizaciones es conveniente citar el texto del artículo anterior, el 3. «Todos los partidos y organizaciones afiliados a la Internacional llevan el nombre del Partido Comunista de tal o cual país (Sección de la Internacional Comunista)».

Volviendo al Congreso, el número de votos deliberativos atribuidos a cada partido no depende del número de sus miembros (como quisiera un mecanismo electoral puro), sino que «será fijado por una decisión especial del Congreso». Es cierto que se añade que se harán esfuerzos para establecer reglas de representación que «estén basadas en el número efectivo de los miembros de toda organización», pero enseguida se dice: «y teniendo en cuenta la influencia real del partido». Estas citas están destinadas a mostrar que nunca, en los tiempos clásicos de la Internacional de Moscú, fue asumido como mito el criterio democrático numérico o la tonta fórmula de la mitad más uno.

En el artículo 8 se dice que el Congreso fija la sede del Comité Ejecutivo (no se podría haber pensado entonces otro lugar que Moscú). El Partido Comunista del país elegido tiene en el ejecutivo por lo menos cinco representantes con voto deliberativo. Además de estos, cada de los doce partidos más importantes tiene derecho a un representante con un voto. Y es el Congreso Mundial el que fija la lista de estos doce partidos: los demás pueden delegar un representante con voto consultivo en el Comité Ejecutivo. Entre las otras normas, tiene un cierto significado el del artículo 13, según el cual los distintos partidos afiliados deberán comunicarse entre sí a través del Ejecutivo internacional, y en el caso de absoluta urgencia informar a éste de sus pasos.

Por tanto, son varios los pilares de la organización, que se distinguen del principio igualitario formal y numérico de la representación electiva tradicional de la burguesía moderna, y toman la fisonomía original -en perfecto contraste con las de las "democracias populares"- del principio clásico de la Primera Internacional y del Manifiesto Comunista de 1848, según el cual se rompe la entidad ilusoria llamada pueblo para siempre en las clases sociales opuestas.

5) Volviendo a las tesis de Zinoviev sobre la tarea del partido, contienen muchos puntos, que en años posteriores sólo serán defendidos por la Izquierda. Uno es el que indica que la dictadura del partido comunista es la única manera histórica de ser de la dictadura de clase proletaria. En otros puntos se repite que todos los órganos de actividad del partido (por ejemplo, el grupo parlamentario) deben depender de la central del partido. Niega la tesis 8 la división filistea del movimiento obrero en tres formas equivalentes (partido, sindicatos, cooperativas) y se afirma una nueva fórmula por orden de importancia: primero el partido, luego el soviet, tercero los sindicatos. A continuación se afirma claramente que también el soviet, si no está dominado por el partido comunista, pierde el carácter de forma histórica de la dictadura del proletariado y de fuerza revolucionaria. Se deplora una fórmula del partido obrero comunista alemán (K.A.P.D.) que declara: «El partido también debe adaptarse cada vez más a la idea soviética, y proletarizar”.

La potente tesis propuesta por Zinoviev es esta: «No vemos en esto más que una expresión insinuante de la idea de que el Partido Comunista debería fusionarse con los soviets y que los soviets puedan reemplazarlo: una idea profundamente errónea y reaccionaria».

Existe la tesis en el punto 9 de que el partido será necesario no sólo antes y durante la conquista del poder, sino también después de ésta.

6) La cuestión de la organización fue tratada explícitamente en el tercer Congreso, de junio de 1921, con Lenin vivo y directamente presente. El título es «Tesis sobre la estructura, los métodos y la acción de los partidos comunistas».

Un primer párrafo trata de las generalidades y establece que la cuestión de la organización no puede ser regulada por un principio inmutable, sino que debe adaptarse a las condiciones y a los fines de la actividad partidaria, durante la fase de la lucha de clases revolucionaria y durante el período de posterior transición hacia la realización del socialismo, primer grado de la sociedad comunista. Las diferentes condiciones de un país a otro deben ser consideradas, pero dentro de ciertos límites. «El límite [hoy todo el mundo lo ha olvidado] depende de la similitud de las condiciones de la lucha proletaria en los diferentes países y en las diferentes fases de la revolución proletaria, que constituye, por encima de todas las particularidades, un hecho de importancia esencial para el movimiento comunista. Es esta similitud lo que proporciona la base común para la organización de los partidos comunistas en todos los países: es sobre esta base sobre la debe desarrollarse la organización de los partidos comunistas, y no esforzarse en la fundación de algún nuevo modelo de partido en sustitución del ya existente, o perseguir una fórmula de organización absolutamente correcta, y unos Estatutos ideales».

Las tesis establecen que el movimiento revolucionario debe tener una dirección. «La organización de los partidos comunistas es la organización de la dirección comunista en la revolución proletaria». Se da otra definición de la tarea organizativa que se impone a todos nosotros: «Formación, organización y educación de un partido comunista puro y verdaderamente dirigente, para liderar verdaderamente el movimiento revolucionario proletario».

7) El párrafo 2 de las tesis (que creemos debidas a Lenin) se titula directamente “El centralismo democrático”. La tesis 6 lo define así: «El centralismo democrático en la organización del Partido Comunista debe ser una verdadera síntesis, una fusión, de centralización y democracia proletaria. Esta fusión no se puede obtener más que con una actividad permanente común, con una lucha igualmente común y permanente del conjunto del partido».

Los siguientes párrafos ya muestran cuáles podrían ser los peligros de una mala interpretación. de las fórmulas centralismo democrático y democracia proletaria. Por ejemplo, la centralización del Partido Comunista no debe ser formal o mecánica: «debe ser una centralización de la actividad comunista, es decir, la formación de una dirección poderosa lista para atacar y al mismo tiempo capaz de adaptarse. Una centralización formal o mecánica no sería más que la centralización del poder en manos de una burocracia, con el objetivo de dominar a los demás miembros del partido o a las masas del proletariado revolucionario externo al partido». La tesis refuta la versión falsa que nuestros adversarios dan de nuestro centralismo.

Posteriormente, se lamenta como tara del viejo movimiento obrero un dualismo que tiene la misma naturaleza que el existente en la organización del Estado burgués, el dualismo entre la "burocracia" y el "pueblo", es decir, entre funcionarios activos y la masa pasiva; desafortunadamente el movimiento obrero hereda en cierto sentido estas tendencias del entorno burgués al formalismo y al dualismo, que el partido comunista debe superar radicalmente.

El siguiente paso, que destaca los dos peligros opuestos y los dos excesos opuestos, anarquismo y burocratismo, explica en qué sentido los comunistas buscaban salvarse mediante el mecanismo democrático: «Una democracia puramente formal en el partido no puede evitar ni las tendencias burocráticas ni las tendencias anarquistas, porque es precisamente sobre la base de esta democracia que han podido desarrollarse la anarquía y el burocratismo en el movimiento obrero. Por ello, la centralización, es decir, el esfuerzo por obtener una dirección fuerte, no puede tener éxito si se intenta conseguirla en el terreno de la democracia formal». Todo el resto de la tesis, en los párrafos que siguen al 2º, se basa en la descripción del trabajo comunista, de la propaganda y la agitación, y de las luchas políticas, destacando que la solución está en la acción práctica y no en la codificación organizativa. Está especialmente ilustrado el vínculo entre el trabajo legal e ilegal.

8) Un punto muy importante está en la tesis 12, que demuestra cómo en la época de Lenin la fórmula de organización por células no estaba pensada en absoluto. «Los núcleos comunistas son grupos para el trabajo comunista cotidiano en las empresas y en los talleres, en los sindicatos, asociaciones proletarias, unidades militares, etc., dondequiera que existan miembros o algunos candidatos del Partido Comunista [los rusos entienden por candidatos los camaradas admitidos, por un período que podría llamarse de prueba, en el partido, antes de su aceptación definitiva como componentes]».

Cuando sigue, con las numerosas recomendaciones que contiene, explica que todo grupo es una larga articulación operada por la fuerza central del partido, pero no se considera el partido como una aglutinación de grupos o de núcleos. Esta pregunta fue la base de la oposición de la Izquierda a la fórmula de organización en células, sobre la que se discutió en Congresos posteriores y mediante la cual se recae en los defectos en los defectos del burocratismo de la Segunda Internacional, deformando ambos los aspectos dialécticos del centralismo democrático como lo veía Lenin.

9) Remontándonos históricamente, conviene tratar un punto sobre el que los oportunistas habían hecho una de sus infinitas distorsiones del marxismo original: concretamente, que la primera Internacional fundada por Marx se organizara uniendo país por país o incluso por localidad por localidad las organizaciones de trabajadores existentes, o por sindicatos de trabajadores, como modo de repetir a nivel internacional el tipo del Partido Laborista inglés, que era una especie de confederación de Trade Unions de carácter económico.

Es todo lo contrario, y no sólo desde 1864 sino desde el Manifiesto de 1848, la organización revolucionaria del proletariado nacional o internacional es un partido político. El Manifiesto Comunista parece decir literalmente que todo partido obrero existente es ya una parte del partido proletario internacional, es decir, del Partido Comunista que lanza su Manifiesto al mundo.

Sin embargo, que el sentido histórico al respecto de la doctrina sea inmutable, pero la organización formal sufra una serie de evoluciones, nos ayuda a comprender que, en tiempo de pleno régimen burgués y democracia plena (entonces vigente en Inglaterra y Francia), cada partido obrero es per se revolucionario porque, según la ideología y la constitución burguesa dominantes, los partidos se definen según las opiniones profesadas y confesadas por los individuos que se adhieran a ella, y sería ilegal y reprimible por la policía un partido que declarase basarse en la clase económica a la que debían pertenecer todos sus miembros adherentes. En esta fase la lucha económica y sindical de los trabajadores es automáticamente una lucha política, pero esto no debe entenderse según el filisteísmo democrático y parlamentario, sino según el instinto padre de toda verdadera nueva teoría revolucionaria, que impulsó a los proletarios armados de Lyon al grito histórico: "vivir trabajando, o morir luchando". Cuando para organizarse y para hacer huelga es necesaria la lucha armada, la distinción entre la organización económica y política no preocupa a nadie.

Cuando en cambio nos referimos a la etapa por la que atraviesa el movimiento proletario, digamos en 1870 o 1964, se tiene derecho, con la misma coherencia con la teoría marxista general invariante durante mucho más de un siglo, a condenar como antimarxistas, oportunistas y contrarrevolucionarias a todas las formas organizativas que hablan de "partido obrero”, “partido del trabajo”, o a partidos que agrupan a los sindicatos de trabajadores como adherentes, o tal vez a los consejos de fábrica.

10) Retomando ahora el Estatuto de la Primera Internacional tal como fue votado tras el famoso congreso de Londres de 1864, recordemos en primer lugar que fue ampliado de puño y letra, para reemplazar un texto elaborado por demócratas populistas incluso de escuela mazziniana, por Carlos Marx, que escribió los hechos en su carta a Engels del 4 de noviembre de 1864 (la reunión en Martin’s Hall tuvo lugar el 28 de septiembre). Marx dice como su texto tanto por los estatutos de la nueva Internacional como para el famoso Discurso inaugural del mismo, sustituyó a proyectos anteriores y fue aceptado por el subcomité delegado del Congreso. La carta dice textualmente: «Con el pretexto de que todo estaba de hecho contenido en este Discurso y que no era necesario repetir tres veces lo mismo, modifiqué todo el preámbulo, eliminé la declaración de principios y reemplacé los 40 artículos por sólo otros diez. En la medida en que la política internacional interviene en el Discurso, hablo del Estado y no de nacionalidad, y denuncio a Rusia y no a los pequeños Estados [Este breve párrafo es una síntesis colosal de las tesis nacionales de los comunistas de la época de Lenin]. Todas mis propuestas fueron aceptadas por el subcomité. Pero me vi obligado a admitir en el Preámbulo párrafos sobre el deber, el derecho, la verdad, la moral y la justicia; sin embargo, están colocados de tal manera que no perjudican al conjunto».

Durante casi un siglo, lerdos comentaristas tontos han estado tratando sobre este reconocimiento del derecho y la moral, escribiendo, con Mazzini a la cabeza, elucubraciones varias sin entender que, como gigante de la dialéctica, Carlos Marx había mencionado sólo la verdad diciendo una gran mentira, para destruir a los enemigos de la revolución. Si la habilidad leninista es esta, la aceptamos. Sobre el Preámbulo eliminado por Marx, vale la pena citar algunas otras palabras de la histórica carta: «El mayor Wolff había presentado, para ser utilizado en la constitución de la nueva asociación, el reglamento (Estatutos) de las asociaciones de trabajadores italianos (que poseen una organización central y son esencialmente sociedades de socorro mutuo asociadas); era evidentemente una elucubración de Mazzini, y tu [Engels] ya sabe con Marx, que qué espíritu y fraseología se trata la verdadera cuestión, la cuestión obrera, y también cómo están introducidas las historias de nacionalidad (...). Un viejo owenista, Weston, había establecido un programa de extrema confusión y una verborrea increíble (...)». Más adelante, Marx cuenta que, interviniendo en el subcomité, «quedó realmente aterrorizado al escuchar al buen Le Lubez leer un Preámbulo horriblemente pomposo, mal descrito, insuficientemente digerido, en el que se veía surgir por todas partes a Mazzini envuelto en briznas sumamente vagas del socialismo francés».

Estas cosas son las que Marx logró volatilizar modificando su redacción, en la que se excusa por haber introducido palabras sin sentido como el deber, la ley, la verdad, etc.

11) Dicho esto, se puede citar el texto de los Estatutos. La cuestión de la relación entre la economía y la política está formulada como en el Manifiesto con estricto y riguroso apego a la doctrina del materialismo histórico: «la dependencia económica del trabajador de los propietarios de los medios indispensables para el trabajo, es decir, de las fuentes de la vida, es la causa primera de toda esclavitud política, moral y material; en consecuencia, la emancipación económica de los trabajadores es el gran fin al que debe subordinarse todo movimiento como medio». De lo siguiente citamos sólo algunos párrafos: «Esta asociación internacional, como todas las sociedades e individuos que se adhieren a ella», pasaje seguido de las famosas palabras inútiles y que basta para confirmar que la afiliación no es solo de sociedades, sino también de individuos. Es luego interesante el texto del artículo 10: "Aunque unidos por un vínculo fraterno de solidaridad y cooperación, las sociedades obreras seguirán existiendo sobre sus bases particulares».

En congresos posteriores, los Estatutos fundamentales tuvieron nuevas formulaciones que consideramos controladas en su totalidad por la intervención de Marx y los demás miembros de la auténtica Liga de los Comunistas, como Eccarius, Odger y otros. Las fórmulas se vuelven cada vez más claras y llevan al concepto clásico de partido político revolucionario comunista según nuestra doctrina. Nuestro partido es de clase y no confesional como los partidos de la democracia electoral (aunque el primer texto de Marx contiene la expresión «sin distinción de raza, de creencias, de nacionalidad«, en la que evidentemente el segundo término es una añadidura superflua), pero no se admiten afiliaciones colectivas al partido sino únicamente individuales, que se comprometan a adherirse a la doctrina integral del partido y excluye que se acepten doctrinas religiosas, filosóficas y políticas antitéticas.

Nuestro partido es de clase porque es el único que se coloca en la línea histórica de la emancipación revolucionaria del proletariado mundial, pero para adherirse no es necesario que el camarada individual sea en el sentido económico y social un proletario, pudiendo pertenecer en teoría a cualquier clase. En los tiempos de la Primera Internacional el proletariado existía ya en gran número, pero los primeros comunistas cuyos nombres encontramos, como los citados que se citaban como sastre, carpintero, etc., eran en realidad pequeños artesanos y no proletarios. El owenista Weston, a quien cita Marx, se había convertido incluso en industrial. Desde entonces, la oposición social de todos los proletarios hacia todos los propietarios estaba dialécticamente clara, y estaba claro que al partido que lucha por el proletariado puede adherirse individualmente cualquier estudioso y teórico.

12) Cuando la Izquierda Comunista desarrolló más su crítica de las desviaciones de la Tercera Internacional sobre los problemas de la táctica, también hizo una crítica de criterios de organización, y el seguimiento de los hechos históricos ha demostrado que dichas desviaciones han conducido fatalmente al abandono de posiciones programáticas y teóricas básicas.

Esta tesis de la Izquierda comunista quedó bien resumida en la petición de que no se hablara ya de centralismo democrático, sino de centralismo orgánico. Desarrollo claro de esta tesis, realizada desde los años 1922-1926, que por tanto no aparece hoy de repente, es que es preciso acabar con el empleo, necesidad históricamente en el pasado inevitable, en su sentido mecánico, de las decisiones tomadas mediante votaciones electorales y mediante el conteo de los adherentes a una u otra opinión.

Esta crítica teórica parte de haber considerado demasiado descolorida la tesis central de Zinoviev: «El partido es una fracción de la clase obrera». Esta tesis es evidentemente insatisfactoria y no sería correcto pensar que lo es únicamente por exigencias de un doctrinarismo estrecho, y que era admisible en el mismo sentido en que Carlos Marx se permitía, sonriendo por dentro sin ser descubierto, de hablar de moralidad y justicia. De hecho, nuestra crítica se desarrolló en esos años y no puede ser juzgada como mojigatería teórica, porque disponemos de un conjunto formidable de hechos reales posteriores que lamentablemente confirmaron la desconfianza y sospecha de entonces.

Observamos en Zinoviev que su fórmula (históricamente hecha a base de tesis históricamente justas e importantísimas) era demasiado tímida y reticente en tanto únicamente cuantitativa, mientras que las tesis clásicas del Manifiesto y de la Primera Internacional son ya decididamente cualitativas.

Que el partido sea sólo una fracción de la clase obrera explica que de hecho haya obreros dentro del partido y obreros fuera del partido y que no basta con ser económicamente y socialmente obreros para convertirse en miembros del partido; pero no es suficiente para llevar a la conclusión, que el mismo Zinoviev enuncia, de distinguir las dos nociones, de clase y de partido. Tampoco se trataba simplemente de distinguir «con el mayor cuidado» (tesis 3), como Zinoviev dice; sino de llegar a la función, a la tarea y a la dinámica histórica del partido comunista en una relación justa con la función y la dinámica de la clase proletaria.

Como hemos mostrado, era ya contenido insustituible de la doctrina comunista, en el Manifiesto y en los Estatutos de la Primera Internacional, que cuando se introduce la forma partido, nace una nueva presentación de la clase proletaria, en cuanto ahora el proletariado se presenta y actúa como una clase que lucha contra las demás cuando logra constituirse en partido político. Limitándose a la distinción puramente cuantitativa, siendo el partido prácticamente el contenido de un círculo dibujado dentro del campo más grande de la clase proletaria, se podría evitar chocar con elementos sindicalistas que venían hacia nosotros, buenos revolucionarios aunque todavía malos marxistas, pero se contribuía poco al esclarecimiento de esa doctrina revolucionaria a la que precisamente queríamos conducirlos.

Nuestra fórmula de centralismo orgánico significaba precisamente que no sólo el partido es un órgano particular de la clase, sino que además sólo lo es cuando sucede que la clase actúa como un organismo histórico y no sólo como un apartado estadístico que todo burgués está dispuesto a reconocer. Marx, en la reconstrucción históricamente fundamental e irrevocable de Lenin, no solo dice que no ha descubierto las clases, sino que ni siquiera la lucha entre ellas clases, e indica como característica inconfundible de su teoría original la dictadura del proletariado: esto significa precisamente que el proletariado que sólo a través del partido comunista el proletariado podrá llegar a su dictadura. Las dos nociones, por tanto, de partido y de clase no se contraponen numéricamente porque el partido sea pequeño y la clase sea grande, sino histórica y orgánicamente; porque solo cuando en el campo de la clase se forma el órgano energético que es el partido, la clase se convierte en tal y se pone a realizar la tarea que le asigna nuestra doctrina de historia.

13) La sustitución del adjetivo orgánico por el democrático no se motiva sólo por la mayor precisión de una imagen de tipo biológico en comparación con la imagen difuminada de tipo aritmético, sino también por la sólida necesidad y de lucha política de liberarse de la noción de democracia, derrocando la cual hubiéramos podido con Lenin reedificar la Internacional revolucionaria. Las inmortales tesis de Lenin en el primer Congreso se titulan: democracia burguesa y dictadura del proletariado. En la teoría, el antagonismo de los dos términos persisten si, en lugar de democracia burguesa, hablamos de la leninista democracia en general, en cuanto Lenin es quien demostró como toda inclinación ante este innoble fetiche marca una victoria del oportunismo y la contrarrevolución. Todo el texto de las tesis, que sería superfluo citar, todo el texto de El Estado y la Revolución, conducen a este resultado.

Si es cierto que Lenin a veces adopta los términos de democracia proletaria, es con el único propósito de demostrar que ese punto de llegada abstracto (esencialmente irreal, porque el antagonismo de los dos términos persiste antagonismo de los dos términos persiste antagonismo de los dos términos persiste proletariado con las clases se aniquila a sí mismo) coincide con el pleno desarrollo de la dictadura del proletariado y de la plena necesidad de una sociedad comunista. En el mismo espíritu, el Manifiesto, a efectos de un abrumador vigor polémico, decía que la revolución proletaria, hecha por la inmensa mayoría en interés de la inmensa mayoría, es la victoria total de la democracia.

En sentido teórico, así como el contenido central del Manifiesto es la aniquilación de la mentira democrática, engaño central de la ideología de clase burguesa, las tesis de Lenin deben ser consideradas en su valor histórico. Nos referimos sólo a la tesis 21, que estigmatiza la quiebra de la conferencia de Berna, en 1919, de los partidos socialistas: tal proclama denota el completo fracaso de los teóricos que defendían la democracia sin comprender su carácter burgués. «Este ridículo intento [de los centristas del Partido Independiente alemán] para combinar el sistema soviético, es decir, la dictadura del proletariado, con la asamblea constituyente, es decir, la dictadura de la burguesía, tenía hasta lo último, al mismo tiempo, la pobreza de pensamiento de los socialistas amarillos y de los socialdemócratas, su carácter reaccionario de pequeño burgués y sus viles concesiones ante la fuerza irresistiblemente creciente de la nueva democracia proletaria».

Este pasaje muestra en qué sentido la causa de la victoria proletaria en la guerra civil, y de la dictadura del proletariado, podría, en la polémica de 1919, ser la indicada para vencer a los traidores, asociando los términos de democracia y de proletariado según la línea impecable y rigurosa desarrollada por Lenin.

Después de que una victoria general en el campo de la teoría hubiera hecho justicia de los renegados socialdemócratas, la Izquierda Comunista propuso con razón abolir todo uso del adjetivo democrático tanto en referencia a la futura sociedad comunista, ya no tendrá pueblo (mezcla de diferentes clases sociales) y ya no tendrá poder ni Estado, como en referencia al mecanismo interno de nuestro partido, aunque es justo decir teóricamente que este partido es la anticipación de hoy de la sociedad futura.

14) El desarrollo de la historia de la Izquierda Comunista, que es tarea de nuestro movimiento actual, mostró cómo ya en los fenómenos degenerativos que se podían denunciar en los años que siguieron a la muerte de Lenin se manifestaron los gravísimos peligros que derivaron de la excesiva indulgencia en admitir que nuestro mecanismo organizativo interno imitara el electoralismo y el parlamentarismo que históricamente había introducido la burguesía, proclamándolos eternos.
Se reveló como el sistema de nuestra organización internacional, culminando en los propios congresos de Moscú, toleró métodos falsos en la selección de camaradas destinados a tareas punteras. Se caía en soluciones de tipo carrerista y de éxito para individuos quizás brillantes, pero intrigantes, que habían logrado crearse unos séquitos de apoyo comparables a los congresos electoralistas propios del mundo burgués.

Al principio estos errores, si eran debilidades, no eran traiciones. Todos, en nuestro movimiento, creían que habíamos llegado a una fase de unos pocos años, en la que se llevaría a cabo la gran batalla final. Hubo que apretar tiempos y todo fue diseñado a fin de acelerar la movilización del ejército proletario mundial. Cómo se había sido capaz de hacerse servir útilmente de oficiales del ejército zarista, igualmente se pensaba utilizar de manera útil a campeones y expertos en la metodología del arribismo electoral y parlamentario, siempre que se les hiciera concesiones astutas que no arruinaran todo el conjunto de la campaña de guerra revolucionaria (lo mismo que Marx no había arruinado el conjunto del Discurso inaugural de 1864).

Por otra parte, las críticas organizativas de la Izquierda al trabajo de la Internacional se mantuvieron consistentes con la necesidad de que el concepto de organicidad en la distribución de funciones dentro del movimiento no se confundiera con un reclamo de libertad de pensamiento y menos aún con el respeto a la democracia electiva y numérica.

Otras oposiciones, como la trotskista, se dejaron seducir, ante los excesos de Stalin y el estalinismo, claramente visible desde los años 1924-26, a recurrir al argumento de la democracia interna violada por los centros burocratizados de los partidos y de la Internacional. La Izquierda, a la que nos dirigimos, aunque reconociendo que en nombre de la bolchevización tendió a fosilizar a los partidos y a las masas en una inconsciente obediencia, no cometió el error de invocar más democracia y ver el remedio en consultas electorales a las bases. Históricamente, la Izquierda tuvo que aceptar competir también en estas luchas electorales internas poco serias, pero no dejó de considerar como el peor mal de todos enredarse en cualquier invocación de soluciones que podrían ser imitadas del carnaval electoral burgués.

Cuando el centro de la Internacional desautorizó al centro del Partido Italiano en 1923, este se retiró para obedecer los principios de disciplina y organización, y cedió voluntariamente los poco deseables por un verdadero comunista puestos de mando a las minorías de derecha y centro. Mucho tiempo después, en 1924, en la conferencia clandestina en los Alpes, el centro realizó una consulta asegurando a Moscú su victoria. De los representantes federales no elegidos por las bases, sino designados por la misma central, la enorme mayoría (alrededor de 34 de 40) votó por las tesis de la izquierda.

La campaña realizada al mismo tiempo en nombre de la democracia interna y de la bolchevización a là Stalin sólo tuvo un éxito aparente en el Congreso ilegal de Lyon en 1926, pero sólo con el recurso de computar como votantes para la central a todos los ausentes en consultas de base realizadas en Italia y bajo la dictadura fascista.

Estos precedentes históricos confirman que en todas partes el mecanismo de contar votos es siempre una estafa y un engaño, en la sociedad, en la clase o en el partido; pero la mejor resistencia la ofreció el Partido Italiano precisamente en tanto que su arraigada tradición política repudiaba cualquier homenaje, por mínimo que fuera, a las gestas y mecanismos de la democracia histórica y el método de contar votos.

15) Tanto tiempo transcurrido en la descomposición total de la Tercera Internacional con la dolorosa demostración de que las deformaciones tácticas y organizativas desembocan en la negación de los principios programáticos y en el enfeudamiento a la contrarrevolución capitalista, el esfuerzo por llegar a la reconstrucción con trabajo duro y prolongado del partido comunista único internacional, basado en una representación de toda la perspectiva histórica y teórica, y en un balance de todas las decisiones tácticas puestas a prueba por la historia, puede anunciar con total confianza en cuestiones de estructura organizativa interna del movimiento, que debe considerarse cerrado para siempre el tiempo en que aún mínimamente se podía tolerar que en el campo organizativo del partido sobrevivieran formas electivas y elecciones de elementos dirigentes a través de consultas estériles de ese tipo. Sistematizadas las grandes cuestiones históricas de teoría y táctica, extendiendo hasta nuestros días el puente que en tiempos de Lenin fue lanzado desde del Manifiesto de Marx y Engels a la revolución rusa, la obra deberá continuar en la historia revolucionaria con la supresión irrevocable, en la vida y en la dinámica del partido, de cualquier aplicación de mecanismos consultivos o electivos basado en el registro de la cuenta de votos, en lugar del cual se desarrollarán nuevas formas que respondan a la reivindicación proclamada desde los años de Moscú, de centralización orgánica para el Partido Comunista, el único artífice de la revolución del proletariado.


(Il Programma Comunista nº 22, noviembre de 1964)