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Partido Comunista Internacional
Tesis sobre la tarea histórica,
la acción, y la estructura
del partido comunista mundial,
según las posiciones
que desde hace más de medio siglo
forman el patrimonio histórico
de la Izquierda Comunista
(Tesis de Nápoles, 1965)
1. Las cuestiones que han sido enunciadas históricamente referentes
a la ideología y a la doctrina del Partido, a su acción en
las situaciones históricas posteriores y por tanto a su programa,
táctica y estructura organizativa, son consideradas como un conjunto
único y en el curso de la lucha de la Izquierda han sido ordenadas
y enunciadas sin cambio alguno en otras ocasiones. La reproducción
de los textos podrá encontrarse en la prensa del partido; por ahora
bastará recordar algunas que son pilares básicos:
a) Tesis completas de la Fracción Comunista abstencionista italiana
del 1919.
b) Tesis de Roma, o sea del II Congreso del Partido Comunista de Italia,
marzo de 1922;
c) Posiciones tomadas por la Izquierda comunista en los Congresos internacionales
del 1922 y 1924, y en el Ejecutivo Ampliado de 1926;
d) Tesis de la Izquierda para la conferencia ilegal del Partido Comunista
de Italia en mayo de 1924;
e) Tesis presentadas por la Izquierda al III Congreso del Partido Comunista
de Italia, Lyon 1926.
2. En estos y en otros muchos textos que serán utilizados y que
entre otros encontrarán un lugar en los volúmenes de la Historia
de la Izquierda Comunista, en perfecta continuidad de posiciones, son reivindicados
y reafirmados constantemente algunos resultados precedentes considerados
patrimonio del marxismo revolucionario, y constituyen un tesoro de sus
textos clásicos programáticos, como el Manifiesto del partido
comunista y los Estatutos de la I Internacional de 1864.
Igualmente reivindicados son los principales puntos programáticos
del I y II Congreso de la III Internacional fundada en 1919, así
como las tesis fundamentales de Lenin sobre la guerra imperialista y sobre
la revolución rusa como antecedentes. Al mismo tiempo una clara
toma de posiciones convierte en patrimonio de la Izquierda la solución
histórica y programática derivada del desenlace de las grandes
crisis afrontadas por el movimiento proletario, y en las cuales se compendian
la teoría de las contrarrevoluciones y la doctrina de la lucha contra
el constante resurgimiento del peligro oportunista.
Entre estos pilares históricos ligados tanto a la sana
visión teórica como a las grandes batallas de las masas,
están por ejemplo:
a) La liquidación deseada por Marx de las corrientes pequeño-burguesas
y anárquicas que ponían en duda el principio básico
de la centralización y de la disciplina hacia el centro de la organización
y condenaban para siempre los conceptos deteriorados de autonomía
de las secciones locales y de federalismo entre las partes del partido
mundial, las cuales fueron después la causa de la vergonzosa ruina
de la II Internacional fundada en 1889 y rota en la guerra de 1914.
b) La valoración de la gloriosa experiencia de la Comuna de
París en los textos elaborados por Marx en nombre de la Internacional,
que confirmaban la superación de los métodos parlamentarios
y el aplauso al vigor insurreccional y terrorista del gran movimiento parisino.
c) La condena por parte de la verdadera izquierda marxista revolucionaria
en la víspera de la primera guerra mundial, no sólo del reformismo
revisionista y evolucionista, surgido en toda la Internacional y que tendía
a desmontar la visión propia del marxismo de la catástrofe
revolucionaria, sino también de la reacción ante la misma,
aparentemente proletaria en el sentido "obrerista" (concordante totalmente
con el laborismo de extrema derecha), constituida por el sindicalismo revolucionario
de Sorel y de otros, que bajo el pretexto de volver a la violencia de la
acción directa condenaba la posición marxista fundamental
de la necesidad de un partido centralizado revolucionario y de un Estado
proletario dictatorial y terrorista, únicos instrumentos capaces
de llevar a cabo la insurrección de clase hasta la victoria, y de
destruir los intentos de insurrección y de corrupción de
la contraofensiva burguesa, planteando las premisas de la sociedad comunista
sin clases y sin Estado que coronará la victoria a nivel internacional.
d) La crítica y la demolición despiadada llevada a cabo
por Lenin y por la Izquierda de todos los países de la innoble traición
de 1914, cuya forma más letal y ruinosa no fue tanto el pasar bajo
las banderas patriotas de la nacionalidad, como la vuelta a las desviaciones
contemporáneas al mismo nacimiento del comunismo marxista, según
las cuales el programa y la acción de la clase obrera deben encontrar
un marco límite en los cánones burgueses de la libertad y
de la democracia parlamentaria, ensalzadas como conquistas eternas de la
primera burguesía.
3. Por cuanto respecta al periodo siguiente de vida de la nueva Internacional,
forma patrimonio inolvidable de la Izquierda Comunista el diagnóstico
teórico justo y la previsión histórica de nuevos peligros
oportunistas que se delineaban en el proceso de vida de los primeros años
de la nueva Internacional. Tal punto es desarrollado, para evitar teoricismos
pesados, con el método histórico. Las primeras manifestaciones
denunciadas y combatidas por la Izquierda se verifican en la táctica
a propósito de las relaciones a establecer con los viejos partidos
socialistas de la II Internacional, de los cuales los comunistas se habían
separado organizativamente con las escisiones; y en consecuencia también
con medidas erróneas en materia de estructura organizativa.
El III Congreso había constatado justamente que no era
suficiente (ya en 1921 se podía prever que la gran oleada revolucionaria
que siguió al terminar la guerra en 1918 se iba enfriando y que
el capitalismo habría intentado contraofensivas tanto en el campo
económico como en el político) haber formado partidos comunistas
empeñados estrechamente con el programa de la acción violenta,
de la dictadura proletaria y del Estado comunista, si una gran parte de
las masas proletarias quedaba al alcance de las influencias de los partidos
oportunistas, considerados entonces por nosotros como los peores instrumentos
de la contrarrevolución burguesa y que tenían las manos manchadas
de la sangre de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburgo. Sin embargo, la Izquierda
comunista no aceptó la fórmula de que fuese condición
para la acción revolucionaria (criticable como iniciativa blanquista
de pequeños partidos) la conquista de la "mayoría" del proletariado
(entre otras cosas no se supo nunca si se trataba del verdadero proletariado
asalariado o del "pueblo", incluidos campesinos propietarios y microcapitalistas,
artesanos y todo tipo de pequeño burgueses). Tal fórmula
de la mayoría con su sabor democrático suscitaba la primera
alarma, desgraciadamente verificada por la historia, de que el oportunismo
pudiese renacer introducido bajo la acostumbrada bandera del homenaje a
los conceptos mortíferos de democracia y recuento electoral.
Desde el IV Congreso, a finales de 1922, en adelante, la previsión
pesimista y la vigorosa lucha de la Izquierda continuaba denunciando las
tácticas peligrosas (frente único entre partidos comunistas
y socialistas, la consigna del "gobierno obrero") y los errores organizativos
(por los que se querían agrandar los partidos no sólo con
el hecho de que acudiesen a ellos los proletarios que abandonasen los otros
partidos con programa, táctica y estructura socialdemocrática,
sino con fusiones que aceptasen a partidos enteros y porciones de
partidos después de pactar con sus estados mayores, e incluso admitiendo
como secciones nacionales del Comintern a partidos presuntamente "simpatizantes",
lo que era un error manifiesto en el sentido federalista).
En una tercera dirección, la Izquierda denuncia desde
entonces, y cada vez más vigorosamente en los años siguientes,
el aumento del peligro oportunista: este tercer argumento es el método
de trabajo interno de la Internacional, por el cual el centro representado
por el Ejecutivo de Moscú utiliza hacia otros partidos, y también
hacia parte de los partidos que habían incurrido en errores políticos,
métodos no sólo de "terror ideológico", sino sobre
todo de presión organizativa, lo que constituye una aplicación
errada y además una falsificación total de los principios
justos de centralización y disciplina sin excepciones. Tal método
de trabajo fue incrementándose por todas partes, pero particularmente
en Italia en los años que siguieron a 1923 – en los que la Izquierda,
seguida por todo el partido, dio una prueba ejemplar de disciplina pasando
las consignas designadas por Moscú a compañeros de derecha
y centro – ya que se abusó gravemente del espectro del "fraccionamiento"
y de la constante amenaza de echar fuera del partido a una corriente acusada
artificialmente de preparar una escisión, con el único fin
de hacer prevalecer los peligrosos errores centristas en la política
del partido. Este tercer punto vital fue discutido a fondo en los Congresos
internacionales y en Italia, y no es menos importante que la condena a
las tácticas oportunistas y a las fórmulas organizativas
de tipo federalista. En Italia, por ejemplo, la dirección centrista
mientras acusaba a la dirección de izquierda de 1921 y 1922 de ejercer
la dictadura sobre el partido, que demostró más veces estar
completamente de acuerdo con ella, continuó operando en el espectro
de las órdenes de Moscú osando incluso explotar la fórmula
de "partido comunista internacional", como hizo en 1925 en la polémica
anterior al congreso de Lyon, Palmiro Togliatti, verdadero campeón
del liquidacionismo de la Internacional Comunista.
4. Es oportuno ver cómo la demostración de que estas críticas
y diagnosis eran justas se encuentra en las verificaciones históricas,
incluso si era fácil oponerse a la Izquierda, que denunciaba los
antecedentes de una crisis mortal, que ella fundaba únicamente sobre
preocupaciones doctrinarias.
Para la cuestión táctica basta recordar que el
frente único nació propuesto como método para "acabar"
con los partidos socialistas y dejar a sus jefes y estados mayores privados
de las masas que las seguían y que debían pasar con nosotros.
La evolución de esta táctica ha confirmado que ésta
contenía el peligro de conducir a una traición y a un abandono
de las bases clasistas y revolucionarias de nuestro programa. Los hijos
históricos del frente único de 1922 son hoy conocidos
por todos: los frentes populares creados para apoyar la segunda guerra
del capitalismo democrático, los "frentes de liberación"
antifascistas que han conducido a la colaboración de clase más
abierta, es decir extendida a partidos declaradamente burgueses, en todo
esto se compendia el nacimiento monstruoso de la última oleada del
oportunismo sobre el cadáver de la III Internacional. Las maniobras
organizativas iniciadas en las fusiones de 1922 han puesto las bases de
la completa confusión en el actual enfoque parlamentario y democrático
de todos los partidos, comprendido el comunista, que ha lacerado así
las tesis parlamentarias de Lenin del II Congreso. Desde el XX Congreso
del partido ruso de 1956, al echar por tierra la unidad organizativa mundial
por admitir a varios partidos socialistas y obreros y hasta populares en
éste o aquel país, se hizo lo que la Izquierda previó,
o sea arrojar por tierra el programa de la dictadura proletaria, reduciéndola
a un fenómeno solamente ruso, e introduciendo las "vías nacionales"
y democráticas al socialismo, que no significan más que la
recaída en el mismo oportunismo infame de 1914; más infame
y vil todavía por haberse hecho en nombre de Lenin.
Finalmente la denuncia del método de trabajo de la Internacional
y de sus deformes presiones desde arriba, mientras vio en 1926 la oferta
falaz por parte de los centristas de "un poco más de democracia
en el partido y en la Internacional" – que fue rechazada justamente por
la Izquierda, que conservó sus posiciones de oposición, incluso
si hasta entonces no amenazaba (1926) la salida de la Internacional o la
escisión de los partidos – encuentra confirmación histórica
en el feroz terror estalinista aplicado para devastar desde el interior
el partido usando las fuerzas del Estado, o sea para romper con decenas
de miles de asesinatos una resistencia que era conducida en nombre de la
vuelta al marxismo revolucionario y a las grandes tradiciones leninistas
y bolcheviques de la revolución de Octubre. Se trató en todas
aquellas posiciones de una previsión justa del trascurso futuro
de los acontecimientos, incluso si por desgracia la relación de
las fuerzas fue tal que la tercera oleada oportunista infame llegó
a afectar a todo.
Enseguida la Izquierda indicó las vías justas en
las relaciones entre los partidos y la Internacional, y entre el partido
ruso y el Estado ruso. Históricamente el fracaso de estas posiciones
se liga a la cuestión de las relaciones entre política estatal
rusa y política proletaria en los otros países. Cuando bajo
Stalin, que en el Ejecutivo del otoño de 1926 descubría todas
sus cartas, fue declarado que el Estado ruso había abandonado la
idea de condicionar su futuro a un choque general de clase que pudiese
derribar el poder del capital en todos los demás países,
y en la economía social interna declaró dedicarse a "construir
el socialismo" – cosa que en el lenguaje de Lenin significaba construir
el capitalismo – estaba claro lo que sucedería después, que
fue sancionado por el conflicto sangriento a través del cual la
oposición, surgida en Rusia demasiado tarde, y rápidamente
machacada bajo la sucia acusación de trabajo fraccionista, fue exterminada.
La cuestión se liga al delicado problema que, impuesto
un aparato sofocante, en nombre de un centralismo engañado y trucado
a todos los partidos en cuyas filas militaban ardientes revolucionarios,
se jugó no tanto con la sugestión de nombres gigantes como
el bolchevismo, Lenin, Octubre, sino sobre el vulgar hecho económico
de que el Estado de Moscú disponía de los medios con que
los funcionarios del aparato eran pagados. La Izquierda asistió
a esta vergüenza en un silencio heroico, porque sabía que otro
peligro tremendo era la desviación pequeño burguesa y anarcoide
según la cual se habría dicho: Ved bien que el fin es siempre
aquel, donde hay Estado, donde hay poder, donde hay partido, allí
hay corrupción, y si el proletariado quiere emanciparse debe hacerlo
sin partidos ni Estados autoritarios. Nosotros sabíamos demasiado
bien que si la línea de Stalin era desde el 1926 la victoria consignada
al enemigo burgués, estas aberraciones de intelectualoides de clase
media son, en todos los tiempos y a lo largo de un siglo, la mejor de las
garantías para que el odioso capitalista consiga sobrevivir haciendo
caer de las manos de sus justicieros el único arma que lo puede
asesinar.
A esta penosa influencia del dinero, que desaparecerá
en la sociedad comunista, pero tras una cadena de eventos de los cuales
el primero es la afirmación de la dictadura comunista, se añadía
el manejo de un arma de maniobra que nosotros en términos claros
declaramos digna de los parlamentos y de las diplomacias burguesas de la
burguesísima Sociedad de las Naciones, o sea el fomento o el conculcamiento,
según los casos, del carrerismo y de las ambiciones vanidosas de
las personas de los jefes por la corruptela que pulula en los rangos; de
modo que cada uno de aquellos se situase en la alternativa inexorable de
escoger entre una notoriedad inmediata y cómoda, subsiguiente a
la aceptación de las tesis de la omnipotente Central, o bien una
oscuridad no remontable o tal vez la miseria, si hubiese querido defender
las tesis revolucionarias justas de las que se había desviado la
Central.
Es indiscutible hoy, por la evidencia histórica, que aquellas
Centrales internacionales y nacionales estaban en el camino de la desviación
y de la traición; según la teoría de siempre de la
Izquierda, es esta la condición que debería quitarles todo
derecho a obtener en nombre de una disciplina hipócrita la ciega
obediencia de la base.
5. El trabajo desarrollado para reconstruir en todas partes el partido
de clase tras el fin de la segunda guerra mundial ha encontrado una situación
extremadamente desfavorable, después de que los acontecimientos
internacionales y sociales del tremendo periodo histórico, hayan
favorecido en todos los sentidos el plan oportunista para borrar todas
las líneas del conflicto entre las clases, y poner en evidencia
ante los ojos obcecados del proletariado la necesidad de favorecer el restablecimiento
en toda la tierra de los constitucionalismos parlamentario-democráticos.
En esta posición despiadada de contra-corriente, agravada
por la implicación de amplias masas proletarias en la práctica
pestífera del electoralismo, apologizada por los falsos revolucionarios
mucho más impúdicamente de cuanto lo hubiesen hecho los revisionistas
de hace medio siglo, nuestro movimiento no podía responder mas que
reclutando en torno a su patrimonio histórico que era la consecuencia
de la amplia y desfavorable vicisitud histórica. Adoptada la vieja
consigna que responde a la frase: "sobre el hilo del tiempo", nuestro movimiento
se entregó a llevar ante los ojos y las mentes del proletariado
el valor de los resultados históricos que se habían inscrito
durante el largo curso de la dolorosa retirada. No se trataba de reducirse
a una función de difusión cultural o de propaganda de doctrinillas,
sino de demostrar que teoría y acción son campos dialécticamente
inseparables y que las enseñanzas no son librescas o profesorales,
sino que derivan (para evitar la palabra usada hoy por los filisteos, de
experiencias)
de balances dinámicos de choques acontecidos entre fuerzas reales
de notable grandeza y extensión, utilizando también los casos
en que el balance final se ha resuelto en una derrota de las fuerzas revolucionarias.
Es esto lo que nosotros hemos llamado con viejo criterio marxista clásico:
"Lecciones de las contrarrevoluciones".
6. Otras dificultades para el encuadramiento, propias de nuestro movimiento,
derivan de perspectivas demasiado optimistas, según las cuales,
como el final de la primera guerra mundial había conducido a una
gran oleada revolucionaria y a la condena de la peste oportunista con la
acción de los bolcheviques, de Lenin, de la victoria de Rusia, así
la clausura de la segunda guerra en 1945 había suscitado fenómenos
históricos paralelos, y había hecho posible la constitución
de un partido revolucionario acorde a las grandes tradiciones. Esta perspectiva
podía ser generosa, pero erraba gravemente no teniendo en cuenta
el "hambre de democracia" que se había instilado en el proletariado,
no tanto por las hazañas más o menos truculentas de los fascistas
italianos y alemanes, sino por la recaída ruinosa en la ilusión
de que, reconquistada la democracia, todo habría vuelto por vía
natural sobre las líneas revolucionarias; mientras que es patrimonio
central de la Izquierda la conciencia de que el mayor peligro son las ilusiones
populares y socialdemocráticas, bases no de una nueva revolución
que dé el paso Kerenski-Lenin, sino del oportunismo que es la fuerza
contrarrevolucionaria más potente.
Para la Izquierda, el oportunismo no es un fenómeno de
naturaleza moral y reducible a la corrupción de individuos, sino
que es un fenómeno de naturaleza social e histórica por el
que la vanguardia proletaria, en lugar de disponerse en la formación
situada contra el frente reaccionario de la burguesía y de los estratos
pequeño-burgueses, todavía más conservadores que ella,
da el empuje a una política de unión entre el proletariado
y las clases medias. En esto el fenómeno social del oportunismo
no diverge del fascismo, porque se trata siempre de un sometimiento a la
estirpe pequeño-burguesa de la que forman parte los llamados intelectuales,
la llamada clase política y la clase burocrático-administrativa,
que en realidad no son clases dotadas de una vitalidad histórica,
sino despreciables estirpes marginales y rufianes, en las cuales no se
reconocen los desertores de la burguesía de quienes Marx describe
el paso fatal a las filas de la clase revolucionaria, sino los mejores
servidores y los soldados de la conservación capitalista, que se
mantienen gracias a los estipendios extraídos de la extorsión
de la plusvalía de los proletarios. El nuevo movimiento indicó
hasta caer en la ilusión que habría algo que hacer en los
parlamentos burgueses, ya fuese intentando volver a dar vida al plan de
las famosas tesis de Lenin, pero sin tener en cuenta que un balance histórico
irrevocable había demostrado que aquella táctica no podía
concluir, por nobles y grandiosos que hubiesen sido en 1920, cuando la
historia parecía oscilar sobre un equilibrio, las perspectivas de
un ataque revolucionario dirigidas a hacer saltar a los parlamentos desde
el interior; mientras que por el contrario todo se redujo a la revancha
trivial contra el fascismo al grito de Modigliani: "Viva el parlamento".
7. Tratándose de una transmisión y de una consigna histórica
de una generación que había vivido las luchas gloriosas de
la primera posguerra y de la escisión de Livorno a la nueva generación
proletaria que se trataba de liberar de la loca felicidad de la caída
del fascismo para reconducirla a la conciencia de la acción autónoma
del partido revolucionario contra todos los otros, y sobre todo contra
el partido socialdemocrático, para reconstruir fuerzas consagradas
a la perspectiva de la dictadura y del terror proletario contra la gran
burguesía como contra todos sus odiosos instrumentos, el nuevo movimiento
encontró por vía orgánica y espontánea una
forma estructural de su actividad, que ha sido sometida a una prueba quindenial.
El partido llevó a cabo aspiraciones manifestadas por la Izquierda
comunista desde el tiempo de la II Internacional, y posteriormente durante
la lucha histórica contra las primeras manifestaciones de peligros
oportunistas en la III. Esta aspiración secular es la lucha contra
la democracia y toda influencia de este mito burgués infame; ésta
tiene sus raíces en la crítica marxista, en los textos fundamentales
y en los primeros documentos de las organizaciones proletarias, desde el
Manifiesto Comunista en adelante.
Si la historia humana no se explica con la influencia de individuos
excepcionales que hayan podido sobresalir por su fuerza y valor físico
o incluso intelectual o moral, si la lucha política se ve, de forma
falsa y diametralmente opuesta a la nuestra, como una elección de
tales personalidades excepcionales (crease ésta obra de la divinidad
o demandada a aristocracias sociales, o – en la forma más hostil
de todas para nosotros – pedida al mecanismo del "recuento" de votos para
los que son admitidos todos los elementos sociales), y por el contrario,
la historia es historia de la lucha entre las clases y se lee y se aplica
a las batallas que no son críticas sino violentas y armadas, solo
descubriendo las relaciones económicas que entre las clases se establecen
dentro de las formas de producción; si este teorema fundamental
había sido confirmado por la sangre derramada por innumerables combatientes
de los que la mistificación democrática había conseguido
así que fuesen quebrantados por los generosos esfuerzos, y si el
patrimonio de la Izquierda comunista se había erigido sobre este
balance de opresión, de explotación y de traición,
el camino a recorrer era el que en el proceso histórico estuviese
siempre más libre del letal mecanismo democrático, no sólo
en la sociedad y en los distintos cuerpos que se organizan en el seno de
ésta, sino en el seno de la misma clase revolucionaria y sobre todo
en su partido político. Esta aspiración de la Izquierda,
que no se puede reconducir a una intuición milagrosa o a un iluminismo
racional de pensadores, pero que está entrelazada en los efectos
de una cadena de luchas reales violentas, sangrientas y despiadadas que
a veces han terminado en derrota de las fuerzas revolucionarias, tiene
sus huellas históricas en toda la serie de las manifestaciones de
la Izquierda, desde cuando luchaba contra los bloques electorales y las
influencias de las ideologías masónicas, contra las sugestiones
bélicas antes de las guerras coloniales y después de la gigantesca
primera guerra europea, en la cual triunfaron sobre aspiraciones proletarias
de desertar de las órdenes militares y de volver las armas contra
quienes se las habían hecho empuñar, agitando sobre todo
el fantasma obsceno de conquistas de libertad y democracia; desde que en
todos los países de Europa y bajo la guía del proletariado
revolucionario ruso ella se lanzó a la lucha para abatir al primer
enemigo directo y vasallo que cubría el corazón de la burguesía
capitalista, contra la derecha socialdemocrática y contra el centro
más innoble aún, el cual, difamándonos como difamaba
al bolchevismo, al leninismo y a la dictadura soviética rusa, apoyó
todas sus palancas sobre el intento de lanzar de nuevo el puente-trampa
entre la avanzadilla proletaria y los criminales ideales democráticos.
Al mismo tiempo, tales aspiraciones de librarse de toda influencia, incluso
de la misma palabra democracia se encuentra consagrada en innumerables
textos de la Izquierda que hemos indicado rápidamente al inicio
de estas tesis.
8. La estructura de trabajo del nuevo movimiento, convencido de la grandeza,
de la dureza y de la amplitud histórica de su obra, que no alienta
a elementos dudosos y deseosos de hacer carrera rápidamente porque
no se prometían, incluso se excluían los éxitos históricos
a corto plazo, se basó en encuentros frecuentes de enviados de toda
la periferia organizada, en los que no se planificaban debates, contradictores
y polémicas entre tesis contrapuestas, o que pudiesen aflorar esporádicamente
de las nostalgias del morbo antifascista, y en los que no había
nada que votar ni deliberar, solamente existía la continuación
orgánica del costoso trabajo de consignación histórica
de las lecciones fecundas del pasado a las generaciones presentes y futuras,
a las nuevas vanguardias que se irán delineando en las filas de
las masas proletarias, cien veces golpeadas, engañadas y desilusionadas,
y que finalmente insurgirán contra el fenómeno doloroso de
la descomposición purulenta de la sociedad capitalista, y finalmente
sentirán en carne propia cómo las formas extremas y más
venenosas son las tropas del oportunismo populista, de los burócratas
de los grandes sindicatos y de los grandes partidos y del ridículo
grupo de pretendidos intelectuales cerebrales y artistas, "empeñados"
o "reclutados" para ahorrar algunas migajas a su deteriorada actividad,
haciendo de intermediarios de todos los partidos traidores al servicio
de los rufianes de las clases ricas, y el alma burguesa y capitalista en
el peor sentido de las clases intermedias que se hacen pasar por el pueblo.
Esta obra y esta dinámica se inspiran en las enseñanzas
clásicas de Marx y de Lenin, que dieron la forma de tesis a su presentación
de las grandes verdades históricas revolucionarias; y estas tesis
e informes, ligados en su preparación a las grandes tradiciones
marxistas de más de un siglo, eran reflejadas por todos los presentes,
gracias también a las comunicaciones de nuestra prensa, en todas
las reuniones de la periferia de grupos locales y de convocatorias regionales,
donde dicho material histórico se ponía a disposición
de todo el partido. No tendría ningún sentido la objeción
de que se sacase de textos perfectos irrevocables e inmodificables, porque
a lo largo de todos estos años se ha declarado siempre en nuestro
seno que se trataba de materiales en elaboración continua y destinados
a alcanzar una forma cada vez mejor y más completa; tanto es así
que de todas las filas del partido, e incluso de elementos jovencísimos,
se ha verificado cada vez con más frecuencia la aportación
de contribuciones admirables y perfectamente acordes con las líneas
clásicas propias de la Izquierda.
Es solamente en el desarrollo en esta dirección del trabajo
que hemos delineado, como esperamos que se amplíen nuestras filas
y las adhesiones espontáneas que lleguen al partido y que constituirán
un día una fuerza social más grande.
9. Antes de dejar el argumento de la formación del partido tras
la segunda guerra mundial, está bien reafirmar algunos resultados
que hoy valen como puntos característicos para el partido, en cuanto
son resultados históricos de hecho, a pesar de la limitada extensión
cuantitativa del movimiento, y no descubrimientos por genios inútiles
o solemnes resoluciones de congresos "soberanos".
El partido reconoció enseguida que, incluso en una situación
estrechamente desfavorable y también en los lugares donde la esterilidad
de ésta es máxima, se evita el peligro de concebir el movimiento
como una mera actividad de prensa propagandística y de proselitismo
político. La vida del partido se debe integrar en todas partes y
sin excepciones en un esfuerzo incesante por insertarse en la vida de las
masas e incluso en sus manifestaciones influenciadas por las directivas
en contraste con las nuestras. Es una tesis antigua del marxismo de izquierdas
que se debe aceptar trabajar en los sindicatos de derecha donde los obreros
están presentes, y el partido aborrece las posiciones individualistas
de quienes muestran despreciar meterse en aquellos ambientes llegando a
teorizar la ruptura de las pocas y débiles huelgas que convocan
hoy los sindicatos. En muchas regiones el partido tiene una notable actividad
en este sentido, si bien tiene que afrontar siempre dificultades graves
y fuerzas contrarias, superiores al menos estadísticamente. Es importante
establecer que incluso donde este trabajo no ha alcanzado todavía
un empuje apreciable, se rechaza la posición por la que el pequeño
partido se reduce a círculos cerrados sin conexión con el
exterior, o limitados a buscar adhesiones en el mundo de las opiniones
solamente, que para el marxista es un mundo falso si no es tratado como
superestructura del mundo de los conflictos económicos. Igualmente
erróneo sería subdividir el partido o sus agrupamientos locales
en compartimentos estancos que son activos solo en uno de los campos de
teoría, de estudio, de investigación histórica, de
propaganda, de proselitismo y de actividad sindical, que en el espíritu
de nuestra teoría y de nuestra historia son absolutamente inseparables
y, en principio, accesibles a todos y a cada uno de los compañeros.
Otro punto que el partido ha conquistado históricamente
y que nunca podrá abandonar, es la neta repulsa hacia todas las
propuestas para aumentar sus efectivos y las bases a través de convocatorias
de congresos constituyentes comunes a otros círculos y grupitos
infinitos, que pululan por doquier desde finales de la guerra elaborando
teorías desconexas y deformes, o afirmando como único dato
positivo la condena del estalinismo ruso y de todas sus derivaciones locales.
10. Volviendo a la historia de los primeros años de la Internacional
Comunista, recordaremos que los dirigentes rusos de ésta, quienes
tenían tras de sí no sólo un conocimiento profundo
de la doctrina y de la historia marxista, sino también el resultado
grandioso de la victoria revolucionaria de Octubre, concebían tesis
como las de Lenin como material que tenía que ser aceptado por todos,
aún reconociendo que en la vida del partido internacional se había
desarrollado una elaboración posterior. Ellos pidieron que no se
votase jamás, porque todo se aceptaba con adhesión unánime
y era confirmado espontáneamente por toda la periferia de la organización
que en aquellos gloriosos años vivía una atmósfera
de entusiasmo y de triunfo.
La Izquierda no disentía de estas aspiraciones generosas,
pero mantenía que, para lograr los desarrollos que todos soñábamos,
habría sido necesario hacer más rigurosas y rígidas
ciertas medidas de organización y de constitución del partido
comunista único, y precisar en el mismo sentido todas las normas
de su táctica.
Apenas se delineó que una cierta relajación en
estos terrenos vitales, denunciada por nosotros ante el mismo gran Lenin,
comenzaba a producir efectos dañinos, nos vimos obligados a contraponer
informes a informes y tesis a tesis.
A diferencia de otros grupos de oposición, desde aquellos
mismos que se formaban en Rusia y desde la misma corriente trotskista,
evitamos siempre con cuidado dar a nuestro trabajo interno en la Internacional
la forma de una reivindicación de consultas democráticas
y electivas de toda la base, o de reclamar elecciones generales de los
comités directivos.
La Izquierda esperó salvar a la Internacional y su tronco
vital y capacitado por sus grandes tradiciones sin organizar movimientos
de escisión, y respondió siempre a la acusación de
estar organizada o de querer organizarse como una fracción, o como
un partido en el partido. Ni siquiera la Izquierda, incluso cuando las
manifestaciones del oportunismo naciente se hacían cada vez más
innegables, estimuló o aprobó el sistema de las dimisiones
individuales del partido y de la Internacional.
Sin embargo, los textos ya indicados en cientos de citas muestran
que la Izquierda en su idea fundamental ha visto siempre el camino hacia
la supresión de las elecciones y de los votos a nombres de compañeros
o a tesis generales como un camino que iba hacia la abolición de
otro infame bagaje del democratismo politiquero, o sea el de las eliminaciones,
de las expulsiones y de las disoluciones de grupos locales. Hemos enunciado
muchas veces con todas las letras la tesis de que estos procedimientos
disciplinarios debían ir convirtiéndose cada vez más
en excepciones para empezar a desaparecer.
Si sucede lo contrario, o peor, si estas cuestiones disciplinarias
sirven para salvar no principios sanos y revolucionarios sino precisamente
las posiciones conscientes o inconscientes de un oportunismo naciente,
como sucedió en 1924, 1925 y 1926, esto significa solamente que
la función del centro ha sido conducida de modo erróneo y
éste ha perdido toda influencia real de disciplina de las bases
hacia él, tanto más en cuanto que sea desvergonzadamente
alabado un falso rigor disciplinario.
En los primeros años la Izquierda esperó que las
concesiones organizativas y tácticas encontrasen explicación
en la fecundidad del momento histórico y tuviesen un valor temporal
solamente, en tanto que la perspectiva de Lenin esperaba grandes revoluciones
en la Europa central y tal vez occidental, y tras éstas la línea
volvería a aquella íntegra y luminosa en consonancia con
los principios vitales; pero poco a poco esta esperanza fue sustituida
por la certeza de que se caminaba hacia la ruina oportunista – que tenía
que tomar las formas clásicas de una formulación ensalzada
de la intriga democrática y electoral – más que nunca la
Izquierda llevó a cabo su defensa histórica sin menoscabar
su desconfianza contra el mecanismo democrático, incluso cuando
fue atacada por operaciones de verdadero pasteleo electoral de los
partidos, que fue justo alabar cuando gobernó el fascismo a quien
el proletariado debía responder recogiendo la provocación
a las armas, pero que se debía indicar en la línea de los
hechos cuando las perpetraban descaradamente los padres del nuevo oportunismo
que se preparaba para reconquistar a los partidos y a la Internacional,
incluso si teóricamente podía dar una satisfacción
irónica verles decir: Somos diez y queremos aplastaros a vosotros
que sois miles; demasiado cuando estábamos seguros de que aquella
carrera ignominiosa habría concluido con la trampa de los votos
de millones de obreros.
11. Ha sido siempre una posición firme y constante de la Izquierda
que, si las crisis disciplinarias se multiplican y se convierten en regla,
eso significa que algo no funciona en la dirección general del partido,
y que el problema merece ser estudiado. Naturalmente no renegaremos nosotros
mismos cometiendo la chiquillada de volver a buscar la salvación
en la búsqueda de los mejores hombres o en la elección de
jefes y de semijefes, bagaje que mantenemos distintivo del fenómeno
oportunista, antagonista histórico del camino del marxismo revolucionario
de izquierda.
Hay otra tesis fundamental de Marx y de Lenin sobre la que la
Izquierda es muy firme, es aquella según la cual no puede encontrarse
un remedio a las alternativas y a las crisis históricas a las que
el partido está sujeto, en una fórmula constitucional o de
organización, que tenga la virtud mágica de salvarlo durante
generaciones. Esta ilusión se inscribe entre aquellos pequeño-burgueses
que se remontan a Proudhon, y a través de una larga cadena desembocan
en el ordinovismo italiano, o sea, que el problema social pueda resolverse
con una fórmula de organización de los productores económicos.
Indudablemente, en la evolución que siguen los partidos, puede contraponerse
el camino de los partidos formales, que presentan continuas inversiones
y altibajos, a veces precipicios ruinosos, al camino ascendente del partido
histórico.
El esfuerzo de los marxistas de izquierda es el de actuar sobre la curva
ligera de los partidos contingentes para reconducirla a la curva armónica
y continua del partido histórico. Esta es una posición
de principio, pero es pueril quererla transformar en recetas de organización.
Según la línea histórica nosotros no sólo utilizamos
la conciencia del pasado y del presente de la humanidad, de la clase capitalista
e incluso de la clase proletaria, sino que además utilizamos un
conocimiento directo y seguro del futuro de la humanidad, como está
trazada en la certeza de nuestra doctrina y que culmina en la sociedad
sin clases y sin Estado, que quizás en cierto sentido será
una sociedad sin partido, a menos que se entienda como partido un órgano
que no lucha contra otros partidos, sino que desarrolla la defensa de la
especie humana contra los peligros de la naturaleza física y de
sus procesos evolutivos y probablemente catastróficos también.
La Izquierda comunista ha considerado siempre que su larga batalla
contra vicisitudes contingentes de los partidos formales del proletariado
se ha desarrollado afirmando posiciones que de forma continua y armónica
se concatenan sobre la estela luminosa del partido histórico, que
continúa sin romperse a lo largo de los años y de los siglos,
desde las primeras afirmaciones de la doctrina proletaria naciente a la
sociedad futura, que nosotros conocemos bien, en cuanto que hemos individualizado
bien los tejidos y los ganglios de la odiosa sociedad presente que la revolución
deberá derribar.
La propuesta de Engels de adoptar la vieja y buena palabra alemana
Gemeinwesen
(ser
común, es decir, comunidad social) en lugar de la palabra Estado,
se unía al juicio de Marx de que la Comuna no era ya un Estado,
precisamente porque no era ya una corporación democrática.
La cuestión teórica después de Lenin no ha necesitado
posteriores clarificaciones, y no hay contradicción en la observación
genial de que Marx en apariencia sería mucho más estalinista
que Engels, en cuanto que ha sido Marx quien mejor ha precisado cómo
la dictadura revolucionaria es una verdadero Estado provisto de fuerzas
armadas, de policía represiva y de una justicia con formas políticas
y terroristas que no se ata las manos con insidias jurídicas. La
cuestión se refiere también a la condena acorde de los dos
maestros de la idealización revisionista de los socialistas alemanes
en la fórmula estúpida del "libre Estado popular" que no
sólo transmite hedor a democratismo burgués, sino que invierte
toda la noción del conflicto inexorable entre las clases, con la
destrucción del Estado histórico de la burguesía y
la erección sobre sus ruinas del más despiadado, sin reivindicar
constituciones eternas, Estado destructor del proletariado.
Por lo tanto, no se ha tratado de encontrar un "modelo" del Estado
futuro en lineamientos constitucionales u organizativos, cosa tan absurda
como la que buscaba en el primer país conquistado para la dictadura,
construir un modelo de estado y de sociedad socialista para otros países.
Igualmente vana, y quizás más que las anteriores,
sería la idea de fabricar un modelo del partido perfecto, idea que
se resiente de las debilidades decadentes de la burguesía, que,
impotente para defender su poder, para conservar su sistema económico
que salta en pedazos y en el mismo dominio del pensamiento doctrinal, se
refugia en tecnologismos deformes de robot para obtener en estos estúpidos
formalismos automáticos su supervivencia y sustraerse a la certeza
científica, para los que nosotros hemos escrito refiriéndonos
a su época histórica y a su civilización la palabra:
¡Muerte!
12. Entre las elaboraciones doctrinales, que por un momento podremos
llamar filosóficas, que se inscriben en la tarea de la Izquierda
Comunista y de su movimiento internacional, está el desarrollo de
esta tesis a la que hemos aportado numerosas contribuciones, desarrollando
investigaciones que la hacen coherente con las posiciones clásicas
de Marx, de Engels y de Lenin.
La primera verdad que el hombre podrá conquistar es la
noción de la futura sociedad comunista. Este edificio no tomará
ningún material de la infame sociedad presente, capitalista, democrática
o cristianoide, y no considera patrimonio humano sobre el que fundar nada
la pretendida ciencia positiva construida por la revolución burguesa,
que para nosotros es una ciencia de clase a destruir y reemplazar pieza
a pieza, ni las religiones o escolásticas de las formas de producción
precedentes. En el campo de la teoría de las transformaciones económicas
que desde el capitalismo, cuya estructura conocemos bien mientras que es
ignorada por completo por los economistas oficiales, conducen al comunismo,
pasamos igualmente de las aportaciones de la ciencia burguesa, y lo mismo
desestimamos su técnica o tecnología que se decanta sobre
todo por los alelados traidores oportunistas como adiestrados para grandes
conquistas. De modo totalmente revolucionario hemos edificado la ciencia
de la vida de la sociedad y de su desembocadura futura. Cuando esta obra
de la mente humana sea perfecta, y no podrá serlo sino después
de haber sacrificado al capitalismo, a su civilización, a sus escuelas,
a su ciencia, a su tecnología de ladrones, el hombre podrá
escribir por primera vez la ciencia y la historia de la naturaleza física
y conocer los grandes problemas de la vida del Universo, desde aquello
que los científicos reconciliados con el dogma siguen llamando creación,
en el transcurso de todas las escalas infinitas e infinitesimales, en el
hasta ahora indescifrable devenir futuro.
13. Estos y otros problemas son campo de acción del partido que
físicamente nosotros mantenemos en vida, problemas dignos de insertarse
en la misma línea del gran partido histórico. Pero estos
conceptos de alta teoría no son expedientes para resolver pequeñas
disputas y pequeñas incertidumbres humanas, que durarán desgraciadamente
cuanto dure en nuestras filas la presencia de individuos circundantes y
dominados por el ambiente bárbaro de la civilización capitalista.
Por consiguiente, tales desarrollos no pueden ser empleados para explicar
cómo gradualmente se afirman el modo de vida del partido libre del
oportunismo, que está contenido en el centralismo orgánico
y no puede surgir de una "revelación".
Esta clara tesis marxista, como patrimonio de la Izquierda, se
podrá encontrar en todas las polémicas conducidas contra
la degeneración del Centro de Moscú. El partido es al mismo
tiempo factor y producto del desarrollo histórico de las situaciones,
y no podrá jamás ser considerado como un elemento extraño
y abstracto que puede dominar el ambiente que le rodea, sin recaer en un
utopismo nuevo y más flexible.
Que en el partido se pueda tender a dar vida a un ambiente ferozmente
antiburgués, que anticipe ampliamente los caracteres de la sociedad
comunista, es una antigua enunciación y ejemplo para los jóvenes
comunistas italianos desde 1912.
Pero esta digna aspiración no podrá ser reducida
a considerar el partido ideal como un falansterio rodeado de muros insalvables.
En la concepción del centralismo orgánico, la garantía
de la selección de sus componentes es la que siempre proclamamos
contra los centristas de Moscú. El partido persevera esculpiendo
los lineamientos de su doctrina, su acción y su táctica con
una unicidad de método por encima de espacio y tiempo. Todos los
que ante estas delineaciones se encuentran molestos tienen a su disposición
la vía obvia de abandonar las filas del partido. Ni siquiera después
de haber conseguido la conquista del poder podemos concebir la inscripción
forzada en nuestras filas; es por esto por lo que quedan fuera de las justas
acepciones del centralismo orgánico, las presiones terroristas en
el campo disciplinar, que no pueden dejar de copiar su mismo vocabulario
de abusadas formas constitucionales burguesas, como la facultad del poder
ejecutivo de escoger y de recomponer las formaciones electivas – todas
ellas, formas que desde hace mucho tiempo se consideran superadas no diremos
por el mismo partido proletario, sino hasta por el Estado revolucionario
y contemporáneo del proletariado victorioso. El partido no tiene
que presentar a quien quiera adherirse planes constitucionales y jurídicos
de la sociedad futura, en cuanto tales formas son propias solo de la sociedad
de clase. Quien viendo al partido proseguir su claro camino, que hemos
intentado reunir en estas tesis a exponer en la reunión general
de Nápoles, en julio de 1965, no se siente todavía a tal
altura histórica, sabe muy bien que puede tomar otra dirección
que diverja de la nuestra. En esta materia no tenemos ningún otro
procedimiento que adoptar.
(De "Il Programma Comunista", n° 14, julio de
1965)