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Revolución y contrarrevolución en China
(Programme Communiste, nros 20‑21, 1962) |
Para los diplomáticos occidentales, la disputa ruso‑china plantea una cuestión “esencial”: ¿tiene China intención de distanciarse de la URSS? Para los opositores que toman en serio los debates “doctrinales” entre la disciplina de Mao y la de Krusciov, la pregunta es si Mao es la encarnación del “verdadero” socialismo. Para nosotros, los revolucionarios marxistas, esto no es más que una preocupación estratégica estéril y una manifestación de confusión política que sólo puede contribuir a la mistificación del proletariado. Pero si se mira el horizonte del desarrollo histórico, las tempestades futuras y pasadas de la revolución china, el pequeño alboroto de hoy adquiere el valor de una admisión de las derrotas sufridas y el anuncio de nuevas batallas.
A pesar de la acción contrarrevolucionaria de Moscú, a pesar de la ideología reaccionaria de Pekín, a pesar del aplastamiento del proletariado y de su silencio en el mundo entero, el empuje gigantesco y antagónico del capitalismo chino está realizando una obra revolucionaria fundamental que sería vano pretender juzgar a partir de las cifras de producción y las actitudes políticas de los hombres de Pekín.
Si esta decadencia del capitalismo hace tambalear un poco los viejos compromisos entre China y el Estado ruso, también hace más difícil la coexistencia pacífica del proletariado y sus explotadores, un proletariado en pleno crecimiento y que, de la larga desviación de la “democracia popular”, tarde o temprano encontrará de nuevo su camino de clase.
Lejos de ser un “retorno al leninismo”, el extremismo chino es una confesión forzada que la contrarrevolución triunfante debe hacer a la revolución estrangulada. Es al partido de clase y sólo a él al que corresponde el derecho, a la luz de las luchas pasadas, de extraer todas las conclusiones.
Burguesía o proletariado
En las dos revoluciones clásicas de 1648 en Inglaterra y 1789 en Francia, la clase que realmente se encontró a la vanguardia del movimiento fue la burguesía. El proletariado y las fracciones de la población no pertenecientes a la burguesía no tenían todavía intereses separados de los suyos, es decir, no representaban todavía clases o estratos sociales bien desarrollados. Allí donde entraron en oposición a la burguesía, como por ejemplo en Francia en 1793 y 1794, lucharon sólo por el triunfo de sus intereses, aunque no fuera a la manera burguesa. Todo el Terror en Francia no expresa otra cosa que la manera plebeya de acabar con los enemigos de la burguesía, del absolutismo, del feudalismo y de los comerciantes.
Estas revoluciones no fueron revoluciones inglesas o francesas, sino revoluciones de estilo europeo. Marcaron el triunfo de la burguesía, pero esto representó en ese momento la victoria de un nuevo orden social, es decir, de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal, de la nación sobre el provincialismo, de la competencia sobre las corporaciones, de la industria sobre la pereza señorial, del derecho burgués sobre los privilegios medievales.
Esto no significa que el proletariado no manifestara actividad propia durante el advenimiento del régimen burgués. En Francia, Babeuf desencadena un primer enfrentamiento entre las dos clases: reprimidas gracias al terror de Estado que la burguesía había utilizado en primer lugar para aplastar la contrarrevolución. Pero en aquella época, no sólo el aspecto de clase de los problemas era todavía muy confuso, sino que el número de proletarios y la extensión de la gran industria capitalista eran demasiado limitados para que el proletariado pudiera pretender conquistar el poder político. Por otra parte, el desarrollo de la economía burguesa todavía representa una ventaja para todas las clases modernas. El socialismo aparecerá como una necesidad histórica cuando el capitalismo ya no sea, como en la era imperialista, otra cosa que un portador de catástrofes de todo tipo para la especie humana.
En el siglo XX, después de la primera guerra imperialista, la economía, el derecho y el Estado burgués aparecen a escala global como el obstáculo que hay que barrer para todo progreso ulterior de la especie humana. En otras palabras, lo que está al orden del día es la revolución política y social del proletariado. Por eso, incluso en los países atrasados, que padecen más la pobreza del desarrollo industrial que su abundancia, y donde, por tanto, las tareas de la revolución siguen siendo, en cierto sentido, tareas burguesas, la clase llamada a dirigir esta revolución y a llevarla hasta el final ya no es, como en los siglos XVII y XVIII, la burguesía, sino el proletariado. La decadencia mundial de la clase capitalista hace prácticamente imposible para la burguesía de los países atrasados tomar cualquier gran audacia revolucionaria, porque teme más a la clase proletaria que a los antiguos opresores o incluso a la dominación de los imperialismos extranjeros. Si bien la dictadura del proletariado es evidentemente la única fórmula política concebible para la revolución puramente socialista de los países avanzados, es igualmente la única fórmula política concebible para la revolución “impura”, la revolución “doble” de los países atrasados que no pueden evitar, ni siquiera con un poder proletario, una fase más o menos larga de desarrollo económico de tipo capitalista (1).
Esta apreciación dada por el comunismo mundial en los primeros años de la revolución rusa de 1917 (que fue en sí misma una revolución “impura”) no se ve confirmada por el “desarrollo actual” del que tanto alardean los continentes atrasados. Podríamos, de hecho, objetar que o bien se demuestra que es socialista y proletaria, o bien se demuestra que la clase capitalista no ha llegado en absoluto al final de su fase progresiva. Negamos por principio y por experiencia que sea de algún modo socialista. Pero negamos igualmente que los avances reales del capitalismo en los países atrasados después de las revoluciones nacional-democráticas hagan que el modo de producción y de organización social burgués pierda lo más posible el carácter de una fase histórica todavía útil y beneficiosa: ningún Mao Tse Tung podrá de hecho borrar dos guerras imperialistas mundiales, una crisis económica como la de 1929 y otras diez menos espectaculares, ni sobre todo media docena de contrarrevoluciones sangrientas sobre el proletariado. Y es precisamente esta realidad histórica la que, a los ojos del marxismo, ha demostrado más allá de toda posible revisión que el único enemigo tanto de las clases explotadas como de los pueblos débiles o atrasados es el capital y el imperialismo. En otras palabras, el desarrollo, por lo demás complacientemente sobreestimado (2) y en todos los casos antagónico, de Asia, África, América del Sur, al que asistimos especialmente después de 1945, no en un nuevo ascenso de las formas burguesas, cuyo carácter reaccionario por el contrario se hace cada vez más evidente, sino en la marcha hacia la explosión revolucionaria generalizada que nunca hemos dejado de esperar. Y no son ciertamente estos avances de los países atrasados los que pueden disuadirnos, ya que, al aumentar la fuerza del ejército proletario mundial, prepararando a la economía capitalista, en un futuro no muy lejano, para una crisis más profunda y más vasta que todas las del pasado, contribuyen a hacer irresistible el formidable empuje revolucionario del mañana.
“La reciente evolución”, caballo de batalla de todos los renegados, no niega en absoluto las consideraciones marxistas y más aún la realidad histórica mundial que explica que en la atrasada Rusia de 1917, el partido proletario y leninista no temiera llevar la revolución anti‑zarista hasta el punto de derrocar el poder burgués en febrero y exigir “Todo el poder a los soviets obreros y campesinos”, aun cuando sabía que las únicas medidas que podía tomar para transformar la economía en curso no podían ir más allá de los límites del capitalismo.
Este partido no fue de ninguna manera el líder de una revolución nacional rusa, sino la vanguardia del proletariado mundial que luchaba por el socialismo, y su principal mérito histórico no fue tanto el de haber fundado el Estado soviético como el de haber intentado reconstruir la Internacional revolucionaria.
Esta Internacional no podía plantear de otro modo el problema de la revolución en aquellos sectores del mundo que sufrían no sólo un atraso económico aún peor que el de Rusia en 1917, sino también la opresión más o menos abierta de las grandes potencias colonialistas. En su II Congreso (julio de 1920) adoptó las “Tesis y Adiciones sobre las Cuestiones Nacionales y Coloniales”, escritas originalmente por Lenin y que sustentan las siguientes posiciones de vital importancia:
«El Partido Comunista (...) debe considerar cómo formar la piedra angular de la cuestión nacional y no principios abstractos y formales (NdR: se trata de la noción de igualdad de las nacionalidades y de la democracia como igualdad de las personas, que ha sido criticada en el punto anterior), sino:
«1°. Una noción clara de las circunstancias históricas y económicas (NdR: las circunstancias históricas las proporciona la crisis del régimen que desembocó en la primera masacre imperialista mundial y la efervescencia revolucionaria que provocó; las circunstancias económicas las proporciona el gigantesco desarrollo de las fuerzas productivas en los países avanzados, desarrollo que, siempre que se arrebate el poder a la burguesía, permitiría a los países atrasados, si no impedir, al menos acortar considerablemente la fase de acumulación de capital y amortiguar sus sufrimientos).
«2°. La disociación precisa de los intereses de las clases oprimidas (...) en relación con la concepción general de los llamados intereses nacionales que en realidad significan los de las clases dominantes.
«3°. La división igualmente clara y precisa de las naciones oprimidas, dependientes, protegidas – de las naciones opresoras y explotadoras que gozan de plenos derechos, contrariamente a la hipocresía burguesa y democrática que oculta cuidadosamente la esclavización (precisamente en la era del capital financiero imperialista) al poder financiero y colonial, de la inmensa mayoría de las poblaciones del globo a una minoría de países capitalistas ricos (...)
«4°. De lo anterior se desprende que la piedra angular de la política de la Internacional Comunista en las cuestiones coloniales y nacionales debe ser el acercamiento de los proletarios y obreros de todas las naciones y de todos los países a la lucha común contra los terratenientes y la burguesía. Porque este acercamiento es la única garantía de nuestra victoria sobre el capitalismo, sin el cual no se puede abolir ni la opresión nacional ni la ilegalidad.
«5°. La actual situación política mundial pone a la orden del día la dictadura del proletariado; y todos los acontecimientos de la política mundial se concentran inevitablemente en torno a un centro de gravedad: la lucha de la burguesía internacional contra la República Soviética, que debe agrupar en torno a sí, por una parte, los movimientos soviéticos de los obreros avanzados de todos los países – por otra parte, todos los movimientos emancipadores coloniales de las colonias y de las nacionalidades oprimidas que una amarga experiencia los ha convencido de que no hay salvación fuera de una alianza con el proletariado revolucionario y con el poder soviético victorioso sobre el imperialismo mundial (...)
«11°. Es necesario combatir enérgicamente los intentos de los movimientos emancipadores, que en realidad no son comunistas ni revolucionarios, de abrazar los colores comunistas; la Internacional Comunista debe apoyar los movimientos revolucionarios en las colonias y en los países atrasados, con la única condición de que los elementos de los partidos comunistas más puros (y comunistas de hecho) se agrupen y se instruyan en sus tareas particulares, es decir, en su misión de combatir el movimiento burgués y democrático. “La I.C. debe entrar en relaciones temporales e incluso formar uniones con los movimientos revolucionarios de las colonias y de los países atrasados, sin, no obstante, fusionarse jamás con ellos y conservando siempre el carácter independiente de un movimiento proletario, incluso en su forma embrionaria”».
En las “tesis suplementarias” la posición de los comunistas respecto a la reivindicación de la independencia nacional de los países colonizados o subyugados se define de la siguiente manera:
«6°. El imperialismo extranjero que presiona a los pueblos orientales les ha impedido desarrollarse social y económicamente al mismo tiempo que las clases de Europa y América... El resultado de esta política es que en algunos de estos países donde se manifiesta el espíritu revolucionario, éste encuentra su expresión sólo en las clases medias y educadas.
«La dominación extranjera obstaculiza el libre desarrollo de las fuerzas económicas. Por eso su destrucción es el primer paso de la revolución en las colonias y por eso la ayuda prestada a la destrucción de la dominación extranjera en las colonias no es en realidad una ayuda prestada al movimiento nacionalista de la burguesía indígena, sino la apertura del camino para el propio proletariado oprimido.
«7°. Existen en los países oprimidos dos movimientos que, a medida que pasan los días, se van separando cada vez más: el primero es el movimiento nacionalista democrático burgués que tiene como programa la independencia política de un orden burgués; el otro es el de los campesinos y obreros ignorantes y pobres por su emancipación de toda clase de explotación.
«El primero intenta dirigir al segundo y a menudo lo consigue hasta cierto punto. Pero la Internacional Comunista y sus partidos miembros deben combatir esta tendencia y tratar de desarrollar un sentimiento de clase independiente entre las masas trabajadoras de las colonias.
«El primer paso de la revolución en las colonias debe ser el derrocamiento del capitalismo extranjero; Pero la tarea más urgente e importante es la formación de partidos comunistas que organicen a los obreros y campesinos y los conduzcan a la revolución y al establecimiento de la república soviética».
La última parte de las “Tesis suplementarias” nos proporciona la definición más lapidaria de lo que es la revolución “doble”, es decir, la revolución proletaria en un país de débil desarrollo capitalista:
«9°. La revolución en las colonias, en su primera fase, no puede ser una revolución comunista, pero si desde el principio la dirección está en manos de una vanguardia comunista, las masas no se perderán y en los diferentes períodos del movimiento, su experiencia sólo podrá crecer.
«Sería ciertamente un gran error querer aplicar inmediatamente los principios comunistas a la cuestión agraria en los países orientales. En su primera etapa, la revolución en las colonias debe tener un programa que incluya reformas pequeño-burguesas como la distribución de tierras. Pero esto no implica necesariamente que el liderazgo deba abandonarse en manos de la democracia burguesa. El partido proletario debe, por el contrario, desarrollar una propaganda poderosa y sistemática en favor de los soviets y organizar soviets de campesinos y obreros. Estos soviets tendrán que trabajar en estrecha cooperación con las repúblicas soviéticas de los países capitalistas avanzados para lograr la victoria final sobre el capital en el mundo entero.
«Incluso las masas de campesinos atrasados, dirigidas por el proletariado consciente de clase de los países capitalistas avanzados, llegarán al comunismo sin pasar por las diversas fases del desarrollo capitalista.
Las tesis leninistas y la internacional estalinista
La actual pretensión del “extremismo” chino de representar la ortodoxia leninista frente al oportunismo jruschovista estaría históricamente justificada si la política del PC chino hubiera constituido, en el pasado como en el presente, la aplicación y el desarrollo de las tesis de la Internacional Comunista. En realidad, para formular desde ahora nuestro juicio sobre este movimiento, toda su acción consistió en “abandonar la dirección de la revolución a la democracia burguesa” y convertirse finalmente en el único partido consecuente con la democracia burguesa. El reflejo teórico de esta desastrosa evolución se encuentra en el debate histórico de 1925‑30 en el seno de la Internacional sobre la “cuestión china” en el que Stalin, relanzando una táctica de tipo menchevique en China, afirmaba que la revolución china debía incluir una etapa democrática como preparación a la etapa socialista, mientras que la “doble” revolución de Lenin era precisamente la que permitía saltarse “la etapa” de la democracia burguesa, representando todo su recorrido histórico la victoria de la línea proletaria sobre la de la democracia burguesa.
Así como en Rusia, entre febrero y octubre de 1917, la teoría de la “revolución por etapas” había llevado a los mencheviques a aliarse con la burguesía contra el movimiento soviético o a preparar la victoria del Estado burgués sobre ese otro poder que se iba erigiendo poco a poco a medida que se desarrollaban los soviets, en China, donde el proletariado daba señales de una tendencia a formar soviets, se decía en esencia: «Todavía hay que esperar a que llegue la “etapa socialista”. Por ahora, la revolución china sigue siendo sólo democrática y burguesa». Además, ¿qué otra cosa podría significar el apoyo del PCCh al Kuomintang después de la fusión con su ala izquierda, como la alianza de la URSS con aquellos que se convertirían en los peores horrores del proletariado chino?
¿Cómo habría sido posible el retorno a las posiciones que habían sido aplastadas con la expulsión de los mencheviques rusos y su encarcelamiento sólo diez años después de la victoria bolchevique y proletaria? Para justificar sus negaciones, el oportunismo siempre construye “teorías”, y en China inventó una según la cual la burguesía china, por sus tareas antiimperialistas, era más revolucionaria que la burguesía rusa antizarista. (El antiimperialismo que la ortodoxia leninista china supuestamente demuestra hoy sirvió así originalmente para engañar al PC chino sobre la verdadera “naturaleza” de su burguesía nacional, ¡y al mismo tiempo al proletariado mundial sobre la verdadera naturaleza del “socialismo chino”!). Trotsky demuestra, en la Internacional Comunista después de Lenin, que deducir el carácter revolucionario de la burguesía china de la simple existencia del yugo colonial al que ella misma estaba sometida significaba cometer el mismo error teórico que los mencheviques rusos que deducían la “naturaleza revolucionaria” de la burguesía rusa de la simple supervivencia de la explotación feudal. Además, el PCCh y Mao han llegado tan lejos como para acreditar la falsa tesis de un “feudalismo chino” para dar un nuevo brillo “revolucionario” a la burguesía nacional. Si la reforma agraria fue la tarea principal de la revolución en este país rural, la situación real de la clase campesina arrebató a la burguesía desde el principio todo papel revolucionario en este campo. El hecho es que en China, las tierras no estaban monopolizadas, como en la Europa feudal, por una clase noble independiente, sino por una burguesía mercantil y usurera.
La opresión que ejercía sobre los campesinos no tenía en consideración tanto los vínculos personales como las relaciones netamente mercantiles: la desproporción entre la enorme población campesina y la tierra monopolizada por esta burguesía le permitía de hecho exigir rentas exorbitantes; además, la economía campesina había dejado de ser una economía natural; el arrendatario tenía que pedir prestado el capital de explotación al propietario, que era el “banquero” accesible, y que se aprovechaba de ello para cobrar tasas usurarias.
* * *
En nuestro último número demostramos que la Internacional Comunista, bajo la influencia centrista, llamada estalinista, había sustituido la doctrina y la práctica marxista de la doble revolución por una doctrina llamada de la “revolución por etapas”, que consistía en apoyar pura y simplemente la democracia burguesa, para finalmente sustituir la doctrina de la doble revolución por esta, adoptando su programa y liquidando el del comunismo. La justificación de este fatal retorno a una política menchevique en la revolución china fue, más allá de las “necesidades de la lucha anti‑imperialista”, la supuesta existencia de un feudalismo chino, frente al cual la burguesía habría tenido una tarea revolucionaria que cumplir. En realidad, este feudalismo no existía, estando la tierra en manos de una burguesía mercantil y usurera.
En los fatídicos años de 1925‑30, cuando la cuestión china volvió a estar presente en todas las reuniones de Comintern, la corriente centrista representada entonces por Stalin y Bujarin intentó demostrar las supuestas diferencias existentes entre la revolución rusa y la revolución china para justificar una política supuestamente original y adaptada a esta última, cuando no era otra cosa que la transposición a China de la línea menchevique derrotada en Rusia. Aunque no podemos aceptar todos sus juicios, debemos reconocer a León Trotsky el gran mérito de haber reivindicado en todos sus debates la aplicación de los principios y políticas que habían permitido la victoria proletaria en Rusia y así haber buscado mantener la continuidad de la línea bolchevique contra los “innovadores”.
Para Stalin y Bujarin, se trataba de empujar al Partido Comunista Chino a colaborar con el Kuomintang burgués para la constitución de un “frente anti‑imperialista común”. ¿Por qué la alianza permanente con la democracia burguesa, que Lenin no había considerado permisible en la revolución burguesa democrática, se convertiría en tal en los movimientos de liberación nacional de un país semicolonial como China? A Stalin‑Bujarin, que basaron toda la táctica de liquidación de la IC en China en una distinción entre países opresores y países oprimidos mal repetida en referencia a Lenin, Trotsky respondió resuelta y acertadamente: «Lenin elevó los movimientos de liberación nacional, las insurrecciones coloniales y las guerras de las naciones oprimidas al nivel de revoluciones democrático-burguesas, especialmente como la rusa de 1905. ¡Pero Lenin no colocó, como lo hace hoy Bujarin... las guerras de liberación nacional por encima de las revoluciones burguesas-democráticas!».
«Elevar las guerras de liberación nacional por encima de las revoluciones burguesas-democráticas», por un lado; atribuir a la burguesía china, en virtud de un yugo colonial real o de un feudalismo inexistente, una naturaleza revolucionaria (es decir, declarar que estaba “agotada” cuando en 1927 sus generales aplastaron en sangre la comuna obrera de Cantón, y luego una docena de años más tarde, durante la guerra anti‑japonesa, que había resucitado!), tal fue la contribución “teórica” que permitió a Moscú liquidar al PCCh como partido proletario y comunista. Éste es el origen ideológico del falso extremismo chino actual, del que los discípulos degenerados de Trotsky, de quienes se esperaba que defendieran e ilustraran el marxismo, desconocen totalmente los grandes debates teóricos del pasado y las posiciones mismas del maestro al que se declaran abusivamente.
Sin embargo, en 1912, en un artículo titulado “Democracia y populismo en China”, dedicado a Sun Yat Sen, presidente provisional de la República China después de la revolución de 1911 y futuro fundador del Kuomintang, Lenin declaró que lejos de apoyar a la burguesía revolucionaria, los comunistas debían ser cautelosos no sólo porque tarde o temprano ésta se colocaría al otro lado de la barricada, sino porque cuanto más “socialismo” pusiera en su ideología, más probabilidades habría de mantenerlos bajo su control durante mucho tiempo.
Para Lenin, la similitud de las situaciones y problemas revolucionarios que surgieron en China y Rusia estaba fuera de toda duda, aunque China era un país semi‑colonial mientras que la Rusia zarista era ya un imperialismo. Había tan pocas dudas que en su artículo compara ambos países para extraer lecciones de las críticas a la democracia china que fueran válidas para Rusia:
«La plataforma de la gran democracia china (pues eso es precisamente lo que representa el artículo de Sun Yat Sen) nos obliga y nos da un buen pretexto para volver a considerar, desde la perspectiva de los recientes acontecimientos mundiales, el problema de la correlación entre democratismo y populismo en las actuales revoluciones burguesas de Asia. Este es uno de los problemas más graves que se le han planteado a Rusia durante el período revolucionario que comenzó en 1905. Y no sólo a Rusia, sino a toda Asia, como lo demuestra la plataforma del presidente provisional de la República China, sobre todo si se la compara con el desarrollo revolucionario en Rusia, China, Turquía y Persia».
Después de haber rendido el debido homenaje a los revolucionarios burgueses que rechazan las reformas constitucionales, plantea audazmente la cuestión de la situación social y económica de las masas y de su lucha abierta, que incluye también la insuficiencia de la “revolución nacional” e inserta en su programa los “tres principios del pueblo: nacionalismo, democracia y socialismo”, Lenin subraya que este radicalismo burgués no tiene nada de sorprendente, salvo para la burguesía reaccionaria de los países “civilizados” – excepto, añadimos, para un Stalin.
Lo que más llama la atención de Lenin durante el período en que el proletariado tiene que luchar en todas partes por la conquista del poder, incluso en las condiciones de una revolución democrático-burguesa, es que la burguesía nacional de los países coloniales o atrasados pinta sus banderas con el color del socialismo. Lo que ya había hecho la burguesía rusa, desde su lejano precursor, el aristocrático Hertzen, hasta sus representantes de masas en las Dumas, los mencheviques y los socialrevolucionarios. Lenin encuentra los mismos elementos en la ideología de Sun Yat Sen:
«Esta ideología de la ideológica combativa está vinculada al populismo chino, en primer lugar, a los sueños socialistas –con la esperanza de evitar la via del capitalismo–, y en segundo lugar, al plan y la propaganda de una reforma agraria radical. Estas dos corrientes ideológicas y políticas representan precisamente el elemento que constituye el populismo en el sentido específico del término, es decir, su diferencia del democratismo, lo que tiene de más respecto al democratismo».
Fue también el elemento que, más tarde, incitó a Stalin y Bujarin a afirmar que el Partido Comunista Chino no podía tener hacia la burguesía “revolucionaria” china la misma actitud que el Partido Bolchevique Ruso tenía hacia la burguesía anti‑zarista. ¿Pero a qué conclusión llegó Lenin sobre el hecho de que la corriente revolucionaria burguesa en China no sólo era democrática sino también populista? Muy diferente respecto a la de los liquidadores del PCCh denunciados por Trotsky:
«Es la teoría del “socialismo” reaccionario pequeño burgués. Porque es absolutamente reaccionario soñar que sea posible “evitar” el capitalismo en China; que debido al retraso de China, la “revolución social” será más fácil, etc., etc. Y Sun Yat Sen, con una ingenuidad virginal, por así decirlo, inimitable, reduce a la nada su propia teoría populista reaccionaria cuando reconoce lo que la vida le obliga a reconocer, a saber que “China está en vísperas de un gigantesco desarrollo industrial” (es decir, del capitalismo), que en China, “el comercio” (es decir, el capitalismo) “se desarrollará en proporciones enormes”, que “dentro de 50 años habrá muchos Shanghais”, es decir, muchos centros de riqueza capitalista y de miseria de los proletarios» (NdR: subrayado nuestro).
Según Lenin, ¿qué tarea le incumbía a este proletariado que, una docena de años después del artículo citado, ya debía manifestarse como una fuerza de clase? ¿Inclinarse ante la “naturaleza revolucionaria” de la burguesía china o abrazar el democratismo particular, el populismo? Esto es precisamente lo que Stalin y Bujarin propusieron más tarde como “táctica del Partido Comunista Chino”, pero para dar semejante respuesta, Lenin habría tenido que renunciar a toda su lucha por el desarrollo del partido proletario y marxista que era el bolchevismo en Rusia: esta inconsistencia pertenecía por derecho a Stalin, que Lenin ya había tenido que combatir en sus famosas Tesis de Abril, y que desgraciadamente también vuelve a aparecer en las posiciones de Bujarin. «En la medida en que aumente el número de Shanghais en China, responde Lenin, aumentará el proletariado chino. Se formará presumiblemente un partido obrero socialdemócrata (NdR: estamos en 1912, el partido obrero marxista no ha tomado todavía el nombre de “comunista” y todavía conserva el antiguo nombre criticado por Marx y Engels) que, al tiempo que critica las utopías pequeño-burguesas y las ideas reaccionarias de Sun Yat Sen (NdR: subrayado nuestro), tendrá sin duda la previsión de separar, preservar y desarrollar el núcleo democrático revolucionario de su programa político y agrario».
Lo que Lenin estaba proponiendo en ese momento no era nada menos que el bolchevismo chino. En Rusia, la lucha del bolchevismo culminó en el establecimiento de la dictadura del proletariado apoyada por el campesinado revolucionario, o en el establecimiento del Poder Soviético que llevó a cabo una reforma agraria radical, pero sin alejarse de las piedras angulares del capitalismo, por una parte; y que, mientras espera la revolución socialista mundial, de la que nunca ha dejado de valerse, asume por la fuerza la dirección de una industria capitalista que los intereses divergentes de los campesinos y del proletariado la obligan a desarrollar rápidamente, por una parte, para responder a las necesidades de las masas rurales, y a controlar de manera despótica, por otra, para evitar que el proletariado urbano se encuentre demasiado desfavorecido con respecto a las demás clases. Ahora bien, poco importa que el partido de Lenin acabara sucumbiendo a estas reivindicaciones contradictorias hasta convertirse, sin ninguna revolución aparente, en el partido de Stalin, el sepulturero del socialismo proletario, internacionalista y revolucionario, y el restaurador del oportunismo reformista al que, en Rusia, se adhería el menchevismo. Lo que nos interesa ahora es saber ¿cuál de las dos líneas que se enfrentan en el artículo citado por Lenin es el actual “extremismo” chino, el PCCh de Mao Tse Tung, y la democracia populista de Sun Yat Sen? ¿O el bolchevismo que Lenin previó, deseó y definió como desarrollándose en China en 1912?
Formular la pregunta en estos términos es como haberla respondido ya. Es que el “extremismo” chino de hoy, es decir, el pretendido Partido Comunista de Mao Tse Tung, continúa, no es el bolchevismo, es lo que Lenin llamaba el “socialismo” pequeño-burgués reaccionario, el populismo de Sun Yat Sen, menos la ingenuidad virginal que encontró en él, y que Stalin... hizo perder al populismo “comunista” de Mao. Una prueba contundente bastaría: el bolchevismo no sólo hizo la revolución en Rusia; ha asumido ante el proletariado mundial la tarea de una misión gigantesca: la reconstrucción de una Tercera Internacional sobre las ruinas de la Segunda, arruinada por el oportunismo socialdemócrata. El “extremismo” chino dice haber provocado la revolución en China; ahora que la Tercera Internacional ya ni siquiera existe formalmente; Se presenta como un adversario del oportunismo jruschovista, ¿qué hace por este proletariado privado de su doctrina y de su organización de clase, sin voluntad revolucionaria y ni siquiera esperanzas? Grita: “¡Viva Albania!”. El apoyo al partido nepotista, corrupto, ruidoso pero poco doctrinal que gobierna el país más pequeño pero también el más chovinista y más miserable de Europa, son todas las relaciones del “extremismo” chino con el “movimiento obrero” (¡por así decirlo!) del mundo. Toda comparación con el leninismo, reconstructor de la Internacional revolucionaria, no es sólo insultante sino también estúpida.
Las miserables “oposiciones” actuales a las direcciones de los partidos comunistas oficiales son ciegas a esta diferencia no sólo porque, al no saber definir una política proletaria, son incapaces de evaluar la magnitud del desastre sufrido por el movimiento proletario, sino también porque, por la misma razón, son absolutamente incapaces de distinguir entre la República Socialista Rusa de 1917 y la Democracia Popular China de 1949.
Aunque tiene una importancia histórica completamente diferente a la de sus contrapartes de Europa central y oriental, esta República está en la tradición del populismo chino definido anteriormente por Lenin, y no en la del socialismo proletario europeo y mundial.
No se trata de una dictadura del proletariado (ni siquiera de una “dictadura democrática del proletariado y del campesinado”), sino más bien del Estado de cuatro clases soñado por Sun Yat Sen y reivindicado por Mao en la doctrina oficial del PCCh: «El movimiento revolucionario chino dirigido por el PCCh es en su conjunto un movimiento revolucionario completo que incluye las dos etapas de la revolución: la revolución democrática y la revolución socialista. Son dos procesos revolucionarios de diferente carácter y sólo después de completar el primero se puede emprender el segundo» (Cf. La revolución china y el PCCh). ¿Qué distingue al “comunismo” maoísta del populismo de Sun Yat Sen? ¿Qué tiene de “más”? ¡Unicamente la promesa de que el Estado democrático es sólo una simple etapa en el camino hacia la revolución socialista, o unicamente la hipocresía de pretender que las mismas fuerzas políticas que ayer fueron las instigadoras del aborto democrático de la revolución serán mañana los gloriosos instrumentos de su victoria socialista! En Rusia, en 1917, Kerensky formuló su teoría de la “revolución nacional general” de manera similar, pero en lugar de esperar a que “completara su etapa antes de emprender la suya”, el partido de Lenin la revocó. Sabía bien que no había dos “etapas” sucesivas de la Revolución, sino dos concepciones de clase opuestas a los objetivos, o mejor dicho, dos salidas históricas para el proletariado: ¡derrota... o victoria!
La democracia popular de Mao no es nada más que el Estado populista más la mentira estalinista. Los principios a los que obedece no son los del internacionalismo proletario, sino los “tres principios del pueblo: nacionalismo, democracia y socialismo”, formulados por los populistas chinos y fustigados por Lenin como ya hemos visto más arriba.
El hecho de que esta república surgiera de una guerra de independencia nacional que el Kuomintang fue incapaz de instigar y dirigir no es en modo alguno suficiente para darle un carácter socialista y proletario. La Internacional Comunista había insertado bien la lucha anti‑imperialista en el programa de los partidos comunistas y proletarios de las colonias y semi‑colonias, pero nunca pretendió que sólo estos partidos pudieran llevarla a cabo, o, al contrario, que el hecho de llevarla a cabo confería tal carácter a cualquier partido. Aunque tardías y contaminadas por el “frentismo”, las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente” del IV Congreso (noviembre de 1922) son muy explícitas al respecto: «La tarea fundamental, común a todos los movimientos nacional-revolucionarios (NdR: somos nosotros quienes lo subrayamos y es bastante evidente que para los comunistas que aún no habían degenerado en esa época, esta denominación no se aplica a los partidos proletarios marxistas), consiste en realizar la unidad nacional y la autonomía política. La solución real y lógica de esta tarea depende de la importancia de las masas trabajadoras que tal o cual movimiento será capaz de arrastrar en su camino...» (NdR: “éste o aquel movimiento”, y no sólo el embrionario movimiento comunista de las colonias). «Conscientes en cuanto que en diferentes condiciones históricas, los elementos más dispares (NdR: somos nosotros quienes lo subrayamos nuevamente) pueden ser los portavoces de la autonomía política, la Internacional Comunista apoya todos los movimientos nacional-revolucionarios dirigidos contra el imperialismo». Las “condiciones históricas” en que se desarrolló en China la guerra anti‑japonesa, entonces en cierto sentido “anti‑americana”, tienen características que la Internacional no había previsto, al menos no esperado: su propia desaparición y la desaparición de la dictadura del proletariado en Rusia. Por lo tanto, la IC no estaba presente ni para “apoyar” el movimiento nacional revolucionario chino ni para negar las reivindicaciones “comunistas” del PCCh chino ante los ojos del proletariado mundial. La burda asimilación Kuomintang = burguesía, PCCh = proletariado + campesinos, habría sido falsa ya en los primeros años del PCCh, al que Moscú reprochaba muchas deficiencias marxistas y que no había sabido establecer conexiones con las masas campesinas: tenía que serlo aún más después de más de veinte años de “revolución por etapas” o de colaboración de clases del PCCh con la república del Kuomintang. Es cierto que esta falsa ecuación fue corregida por el maoísmo a la luz del papel determinante que quería atribuir a los campesinos, y por eso hay que escribirla al revés: Kuomintang = burguesía; PCC = campesinos + proletariado (¡no sin añadir intelectuales progresistas y burguesía patriótica!) pero si la ciudad puede gobernar al campo, el campo no puede ni podrá nunca gobernar la ciudad, sino sólo influir en su política. Ahora bien, la “ciudad” no es ni la alta burguesía ni el proletariado, es, sobre todo en los países de débil desarrollo capitalista, que las clases medias están detrás de la burguesía o detrás del proletariado, o también... ¡la burguesía atrincherada en el inmovilismo social, deconectada del movimiento popular, y el proletariado a remolque de la pequeña burguesía! Las tesis sobre la cuestión nacional y colonial del Segundo Congreso de la IC fueron exhaustivas a este respecto: «El imperialismo extranjero que pesa sobre los pueblos orientales les ha impedido desarrollarse social y económicamente simultáneamente con las clases de Europa y América... El resultado de esta política es que donde en estos países se manifiesta un espíritu revolucionario, éste encuentra su expresión sólo en la clase media culta». En China, como en todas partes de la historia moderna, es ciertamente la ciudad la que organiza el movimiento campesino (¡veremos más adelante cómo!), no bajo la apariencia de un partido claramente proletario y socialista como el partido bolchevique, sino con las características de un partido pequeñoburgués asiático, por tanto al mismo tiempo democrático y populista, y además habiendo pasado por la escuela de... Stalin.
Si el Estado nacido de esta conjunción histórica de fuerzas de clase debía encarnar necesariamente el primer principio de Sun Yat Sen, también debía encarnar su segundo, es decir, la democracia, en la medida en que no admite al Estado de clase, sino que pretende representarlos a todos, alardeando en particular de su unión con la burguesía “progresista” y “patriótica”. Esta pretensión de ser generado por un supuesto interés general y de servir a la “mayoría” de los ciudadanos es precisamente lo que distingue al Estado de la fase histórica capitalista tanto de los Estados feudales o teocráticos anteriores como de aquel que lo suplantará: el Estado proletario, que invocará abiertamente el interés único de la clase emancipadora, y no un “interés nacional” que no existe. Independientemente del sentido liberal que los filisteos atribuyen invariablemente a la palabra democracia precisamente porque creen en la coexistencia pacífica de las clases y en el “interés general”, pero que la historia en su conjunto niega, el Estado maoísta es por tanto una democracia – a pesar de ser mono‑partidista – es decir, lo opuesto a un Estado soviético, de un Estado proletario y comunista – en esencia, de la República Roja de 1917 en Rusia. En la línea de la doble revolución, el partido bolchevique hizo dispersar por marineros revolucionarios la Asamblea Constituyente en plena sesión, convencidos de que la democracia burguesa ya no tenía por delante toda una “etapa” históricamente útil y necesaria, porque ya era contrarrevolucionaria, que el término de la revolución “puramente democrática” ya había sido superado incluso antes de ser alcanzado. En la línea de la revolución por etapas, el partido de Mao no sólo siguió la consigna de la Asamblea Constituyente, fue el único en llevarla a cabo, fiel en esto a los votos testamentarios de Sun Yat Sen. Pero lo que también triunfó no fue una “versión” china de la revolución en los países atrasados: ¡fue la forma histórica del Estado capitalista, que la revolución socialista debe romper y destruir!
El tercer “principio del pueblo” al que obedece este Estado es el socialismo tal como lo concibe el populismo criticado por Lenin: es decir, a diferencia de los otros dos, no corresponde a una realidad histórica y de clase, sino que es relevante sólo a la ideología específica de la corriente nacionalista y democrática – y por tanto burguesa – en China. En el artículo citado anteriormente (3) Lenin afirmaba en qué consistía realmente este “socialismo” propugnado por Sun Yat Sen:
«En realidad, ¿qué significa la “revolución económica” de la que habla tan pomposa y confusamente Sun Yat Sen al comienzo de su artículo? A la transferencia de la renta de la tierra al Estado, o a la nacionalización de la tierra mediante un impuesto único en el espíritu de Henry George. No hay absolutamente nada más real en la “revolución económica” propuesta y defendida por Sun Yat Sen.
«La diferencia entre el valor de la tierra en un rincón remoto de la provincia y en Shanghai es la diferencia en el tamaño del alquiler. El valor del terreno es la renta capitalizada. Garantizar que el “aumento del valor” de la tierra sea “propiedad del pueblo” significa transferir la renta, o propiedad de la tierra, al Estado, o en otras palabras, nacionalizar la tierra.
«¿Es posible esta reforma dentro del capitalismo? No sólo es posible, sino que representa el capitalismo más puro, más consistente, idealmente perfecto. Así lo indicó Marx en la “Miseria de la filosofía”, lo demostró detalladamente en el tercer volumen de El Capital y lo desarrolló de manera particularmente concreta en la polémica contra Rodbertus en “Teorías de la plus‑valía”... ¡La ironía de la historia es que el populismo, en nombre de la “lucha contra el capitalismo” en la agricultura, propone un programa agrario cuya realización completa significaría el desarrollo más rápido posible del capitalismo en la agricultura!».
Se consideran y se hacen pasar por socialistas, pero son los mejores agentes del Capital: así denunció anticipadamente Lenin (¡en 1912!) a los estalinistas rusos y chinos en su lucha contra los populistas. Pero sólo añadió en condición de que “la realización completa de su programa significaría el desarrollo más rápido posible”, porque son incapaces de realizar completamente su propio programa. En Rusia, no fueron los socialrevolucionarios sino los bolcheviques quienes nacionalizaron la tierra, sin pretender, sin embargo, que se tratara de una medida socialista; posteriormente, triunfó el folclore, y si ya bajo Stalin era dudoso que en esta forma la renta de la tierra realmente regresaría al Estado, bajo Jruschov es absolutamente seguro que permanecerá con la explotación campesina; pero ¿quién dirá, después de todas las denuncias del Gran Secretario, que los koljoses garantizan “un desarrollo más rápido del capitalismo” en la agricultura? ¿Quién no ve que, por el contrario, lo mantiene con rendimientos pre y sub‑burgueses?
En China, como veremos más adelante en este estudio, el programa “radical” pero burgués de Sun Yat Sen: la nacionalización de la tierra, nunca vio ni la sombra de una realización, ni siquiera jurídica, después de que Mao Tsé Tung “transformara” al Partido Comunista Chino en un “partido campesino” y lo hiciera suyo. Una “reforma agraria” infinitamente menos radical y aún más alejada del socialismo en la sucesión de modos históricos de producción, así soñaba Sun Yat Sen, sin ver que la intensificación del comercio era el “desarrollo de la riqueza capitalista y la pobreza proletaria”: “no hay nada más real” en el “socialismo” oficial de la República de Mao, cincuenta años después de la crítica despiadada de Lenin a los prejuicios pequeño-burgueses del populismo, de los que preveía que el proletariado se libraría “probablemente” formando su propio partido de clase.
* * *
El resto de este estudio demostrará a través de qué luchas políticas y sociales el partido que se había unido a la Internacional Comunista en 1921 y que llevaba en sí las esperanzas revolucionarias del proletariado mundial en China, decepcionó y traicionó estas esperanzas y degeneró, bajo la influencia estalinista, hasta el punto de convertirse en una reencarnación de Sun Yat Sen.
Estas reencarnaciones de los viejos partidos nacional-revolucionarios de las colonias y semicolonias en nuevos partidos no sólo no son raras, sino que son la regla en la atormentada historia de las revoluciones anti‑imperialistas. Se explican por el curso que la lucha de clases no podía dejar de emprender en las condiciones históricas de atraso y dispersión del movimiento socialista y proletario en los países avanzados, y que, bajo diferentes formas políticas, ha sido fundamentalmente el mismo en todas partes.
En la medida en que estos países atrasados experimentaron un cierto desarrollo capitalista después de la Primera Guerra Mundial, esto no fortaleció sino que más bien debilitó enormemente las ambiciones revolucionarias de la burguesía indígena; de hecho, por una parte, multiplicó los vínculos que la habían hecho más o menos solidaria con el capital financiero internacional desde el principio; por otra, empujó a la lucha a un número creciente de capas sociales por las que se sentía amenazada. Esto es lo que explica el rápido agotamiento de los partidos nacional-revolucionarios burgueses, su fosilización reaccionaria, su creciente inmovilidad frente al enemigo contra el cual nacieron para combatir. Que éstos fueron reemplazados no por partidos proletarios (partidos de la “doble revolución”) sino por partidos pequeño-burgueses se explica fácilmente: allí donde intentaron manifestarse, como en China, el proletariado indígena fue aplastado; en otros lugares donde era incapaz de asumir un carácter revolucionario que sólo más de un siglo de progreso burgués en Europa hubiera podido producir, ya que este “progreso” había dejado a las razas de color al margen; fue más fácil para el proletariado avanzado perderla al dejar que el oportunismo destruyera la Internacional a la que se había asimilado en los breves años revolucionarios de principios de la posguerra, cuando habría tenido la oportunidad de hacerlo.
Para tomar ejemplos más recientes y sobre todo menos “enigmáticos” a los ojos de todos los chinos, el Viejo Destour tunecino tuvo también su Neo‑Destour, y el PPA argelino su... FLN. De la misma manera, el Kuomintang chino también tuvo que tener su Neo‑Kuomintang. El hecho de que este último se autodenomine “Partido Comunista Chino” y gobierne una de las grandes potencias del mundo, mientras que los partidos comunistas de Túnez y Argelia están relegados a una ignominiosa oscuridad, no refleja ninguna diferencia en la naturaleza de clase de estos partidos “antiimperialistas”. Refleja sólo una diferencia secundaria en la alineación de clase inmediata de un país semicolonial como China, donde la burguesía tenía todo el poder, compartiéndolo con el imperialismo mundial, y países coloniales como los del Magreb francés, donde no tenía prácticamente nada. Esto refleja también una simple diferencia de edad entre los dos movimientos nacional-revolucionarios; el primero coincidió con los primeros pasos de la IC en el camino hacia la decadencia y la muerte, mientras que cuando surgió el segundo, el propio estalinismo se había vuelto “demasiado revolucionario” a los ojos de sus herederos.
Es debido a estas diferencias que la historia parece a los no marxistas (e incluso a los falsos y malos marxistas) siempre nueva, inesperada e indescifrable. Es debido a la reproducción de la misma relación de clases, no momentánea sino fundamental, en todos los movimientos anti‑imperialistas de estos países, pero tan diferentes en su potencial económico, en el área geo‑social a la que pertenecen, en el período en el que entraron en el torbellino de la historia moderna, que su historia respectiva nos parece, por el contrario, análoga, prevista y muy clara. Esta relación es, con mil matices secundarios, la de todas las clases populares contra la alta burguesía pro‑imperialista. Desde China hasta… la Argelia independiente, vienen a decirnos que la “revolución” que las caracteriza es anti‑capitalista. Estos amantes de la novedad no ven que la alineación de clases ya estaba ahí (mutatis mutandis y dejando de lado el proimperialismo) en la Francia revolucionaria de 1793, cuando la Gironda multiplicó las insurrecciones “federalistas” contra la dictadura democrática de París.
¿”Anti‑capitalista”, Robespierre? Como si Robespierre no hubiera abierto la puerta a la dictadura del Capital –que aún perdura. Por el contrario, ¿Lenin también era jacobino? ¡Como si no tuviera mayor ambición que allanar el camino para los sub‑Robespierres coloniales! ¡Como si el camino que la Revolución rusa quería abrir, el que abrió y que sólo el oportunismo estalinista aprisionó durante mucho tiempo, no fuera el de la dictadura mundial del proletariado, el de la victoria mundial del socialismo!
Los “jacobinos” chinos tenían la desventaja, en comparación con los antiguos jacobinos franceses, de tener que contar con un proletariado relativamente desarrollado que les obligaba a hacer por sí mismos lo que sus gloriosos predecesores habían podido dejar a otros a causa del menor desarrollo de los antagonismos sociales de su tiempo, es decir, la aniquilación como clase independiente. Es cierto que habían tenido la ventaja histórica sobre estos mismos jacobinos franceses de ser contemporáneos de una revolución socialista, pero es precisamente su jacobinismo lo que les hizo perderla, confundiendo esta revolución con algo “así como una empresa de recuperación de los países sub‑desarrollados”, según la fuerte expresión de un marxista contemporáneo. Aunque todo el partido –miembro de la IC como era– se encontró en la situación de no ser más que jacobinos, o mejor dicho, ¡jacobinos y asesinos de obreros! Como error común con el estalinismo ruso, no está claro cómo pudieron no haber logrado prevalecer, para disputarle, en el momento de su gloria, la dirección del “comunismo mundial”, ¡teniendo sus manos no menos manchadas de sangre proletaria que las suyas! La “recuperación capitalista” de la Rusia sub‑desarrollada ha alcanzado una fase avanzada, bajo los sucesivos reinados de Stalin y Jruschov, y el jruschovismo ha dejado de hablar incluso el lenguaje anodino del “recuperador”, es decir, el lenguaje pequeño-burgués anti‑imperialista de Stalin. Pero no puede abandonar el “jacobinismo” chino, no por motivos de “extremismo”, sino porque en su país la “recuperación” aún está casi totalmente por hacer.
La ironía de la historia ha significado también que sea precisamente el partido que mejor encarna el oportunismo estalinista en la cuestión colonial, el defensor de la derrota proletaria en las revoluciones anti‑imperialistas, el que hoy pretende arrebatarle a Moscú la dirección, si no del proletariado, al menos de los movimientos anti‑colonialistas! Pero la revolución democrático-burguesa de las colonias y semicolonias de Asia, África y América Latina ya ha dado todo lo que podía dar en las condiciones de la contrarrevolución mundial, todo el “papel” del extremismo chino se limitará finalmente a dar testimonio de la lentitud que el mantenimiento del capitalismo en las zonas desarrolladas del mundo impone al desarrollo económico de los países atrasados; de los infinitos sufrimientos que todo esto trae a su proletariado, incluso (y quizás incluso más) bajo el Estado nacional-populista al estilo chino, que bajo los Estados “neo‑colonialistas” al estilo del Magreb. Esto es lo que llamamos al principio de este artículo “la confesión de la contrarrevolución triunfante a la revolución estrangulada”. ¿Qué decía en realidad la Internacional Proletaria, la Revolución Soviética, el verdadero leninismo a los pueblos coloniales, mientras el populismo pretendía liberarlos con una revolución puramente nacional y uniendo a todas las clases populares?
«Obreros y campesinos del Oriente... nosotros (NdR: es decir, la República Roja de Rusia) estamos ligados a vosotros por el destino: o nos uniremos con los pueblos del Oriente, acelerando la victoria del proletariado occidental (NdR: subrayado nuestro), o pereceremos y vosotros seréis esclavos (ídem)». La República Roja de 1917 ha muerto y los pueblos de los países sub‑desarrollados siguen siendo, directa o indirectamente, esclavos de la dominación imperialista, como lo atestiguan los gritos del “extremismo” chino. De esta dominación nunca surgirá ningún Estado nacional-populista; sólo el ejército social incomparablemente ampliado de todos los obreros del mundo, la fuerza reconstituida de la Internacional proletaria, lo derrocará.
1. - En la sociedad capitalista, el aumento de la productividad del trabajo humano tiene como fin y efecto el aumento de la producción y, por consiguiente, de la ganancia, que, en una determinada fase del desarrollo de las fuerzas productivas, coincide con el interés de toda la sociedad; en la sociedad socialista, este aumento tiene como objetivo la reducción del esfuerzo del trabajo humano, que, con el nivel alcanzado por las fuerzas productivas en el capitalismo super desarrollado, es lo único compatible con los intereses no sólo de la clase obrera sino de toda la especie humana.
2. - Sobrevalorada, porque la industrialización y el desarrollo agrícola de estos países están condenados a un ritmo muy lento que no excluye, por el contrario, terribles tensiones de fuerzas humanas, mientras las fuerzas productivas de los países avanzados sean un monopolio de las naciones y de las clases, y no patrimonio de la especie humana, o mientras “la ayuda de las grandes potencias deba pasar bajo las horquillas caudinas del mercantilismo y obedecer a la ley del toma y daca” que desfavorece a los que menos poseen. Es precisamente esta ley la que el socialismo romperá, al implementar una gestión planetaria de los recursos, acortando el ritmo y atemperando el sufrimiento de los trabajadores de los países atrasados.
3. - Lenin: Democracia y Populismo en China.