Partido Comunista Internacional


La Babel habitual del Medio Oriente

(Il Programma Comunista, nº 12 y 13 de 1965)



Quién ha seguido los acontecimientos que han tenido lugar en la escena política internacional, desde el final de la Segunda Guerra Imperialista hasta nuestros días, sabe muy bien que el área histórico-geográfica comúnmente conocida como el Medio Oriente, es una de las zonas de mayor tensión y crisis latentes o manifiestas. En ese sector las contradicciones producidas por el modo de producción capitalista se concentran y se enmarañan de una manera tan aterradora, que constituye el hándicap número uno de los más grandes Estados, y el terreno de prueba de la “inteligencia política” de los gobiernos que rigen el destino del mundo y que a pesar de todo quieren evitar que ese “barril de pólvora” explote. En resumen, el Medio Oriente es un asunto que preocupa seriamente a toda la burguesía y está poniendo en peligro la vida de ella misma y a menudo pone a prueba los nervios de sus representantes más eminentes allá.

Reservándonos el derecho de hacer un esbozo histórico de las crisis que han afectado a esta región, hacemos una breve mención de los grandes problemas que la atormentan, para enmarcar mejor los últimos episodios críticos que tanto han dado de que hablar a la prensa.

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El proceso de formación y el establecimiento de Estados en el Medio Oriente, comenzó con el fin de la Primera Guerra Mundial, es decir, con el colapso del Imperio Otomano, que había mantenido a esos países unidos y sometidos durante cuatro siglos. También se sabe que este proceso histórico fue interrumpido en su nacimiento, por la intervención de los nuevos patronos, franceses e ingleses, quienes salieron victoriosos del terrible conflicto imperialista. Se comprobó “a posteriori” que los “señores” habían apoyado la guerra por razones de rapiña, por la conquista de mercados más grandes y fuentes de materias primas y nada más.

Pero la Segunda Guerra Imperialista, que no desembocó en una revolución, dio paso a los movimientos de liberación nacional y a las otras convulsiones sociales que generalmente han ocurrido en el mundo colonial de Asia y África. Tanto la particular situación geográfica de la zona, que la hace de “bisagra” para tres continentes y, por lo tanto aumenta su valor estratégico, máxime considerando su riqueza petrolera. Sin embargo esto constituyó más bien una debilidad que fuerza, porque, al despertar el apetito de las más grandes potencias, atrajo la atención de los merodeadores aún más fuertes que los que se habían establecido allí después del primer “gran matadero imperialista”. En lugar de Francia y de Inglaterra, que hicieron todo lo posible por permanecer allí y defender sus intereses económico-estratégicos, el gigante estadounidense se hizo cargo primero y en segundo lugar el imperialismo ruso entró también. El “neo colonialismo” no es sólo la perpetuación de lo viejo en otras formas, sino que es sobre todo la sustitución de un colonialismo por otro más explotador, feroz e hipócrita.

Gracias a la intervención combinada de los dos mayores vencedores de la segunda carnicería mundial, la revolución anticolonial en el Medio Oriente -como en otras partes- registró efectos revolucionarios inferiores a los que hubieran sido deseables, por razones históricas generales y para el desarrollo mismo de los países involucrados.

Una revolución burguesa “hasta el final”, en la era del imperialismo, es aún más inalcanzable que en el pasado, si las nuevas potencias que reemplazan a las antiguas no nacen de la ola de movimientos grandiosos de las masas explotadas, y además no confían en el poder armado de sus propias fuerzas.

En los países del Medio Oriente, muchas monarquías feudales se han transformado sin grandes sacudidas en monarquías burguesas, y continúan gobernando bajo nuevos disfraces. Pero Incluso allí donde la monarquía ha sido sustituida por la república, el acontecimiento más bien debe ser considerado como el resultado de revueltas militares limitadas, que de movimientos políticos de masas. En otras palabras, la revolución burguesa anticolonial no fue radical ni profunda, sucedió y sigue sucediendo un poco desde arriba, lo que explica cómo ciertas estructuras económicas y sociales atrasadas se mantienen, ahí está el mismo Egipto, donde incluso Nasser se muestra como un ardiente y, de hecho, furioso nacionalista.

Nadie debe ser engañado por la propaganda de Washington, según la cual cualquier manifestación anticolonialista sería dirigida por comunistas bajo las órdenes de Moscú. Este es un mito que conviene a Rusia y a los partidos filo-rusos, pero que no tiene ningún contenido real. De hecho, es cierto que Rusia ha dado rublos y armas, pero se las ha dado (y en una medida muy modesta) a las clases dominantes, para así extender su influencia imperialista, pero no para apoyar a las masas revolucionarias. Que por el contrario, se mantienen a raya gracias a esos rublos y a esas armas. Prueba de esto es que los Estados árabes se declaran abiertamente anticomunistas, y los Nasser mantienen presos a los partidarios de la política soviética.

Estos vínculos con los centros del imperialismo mundial, privaron a la burguesía local de toda autonomía, y su política de “no alineamiento” sólo significó oscilar hacia un lado ahora y hacia el otro después, a merced del “bipolarismo Este-Oeste”.

Francia e Inglaterra fueron los principales blancos de las luchas sostenidas por los pueblos árabes hasta hace algún tiempo. Pero los beneficios de estas luchas casi siempre han terminado en el bolsillo de su “aliado” Estados Unidos. Basta recordar el asunto de la nacionalización del petróleo persa en 1951, donde el monopolio británico (Anglo-Iranian Company) cedió el puesto al “consorcio internacional”, en el que Estados Unidos tiene notoriamente una posición dominante; o la crisis de Suez, que acentuó la declinación de Francia e Inglaterra; mientras Estados Unidos y la URSS, se unieron en la ONU, para pedir la suspensión de la intervención anglo-francesa, hecho que aseguraba una mayor influencia de estos en esta parte del mundo. (Nótese que en general, la intervención de Moscú y Washington en los asuntos del Medio Oriente, se ha llevado a cabo de una manera disimulada, y más en la esfera diplomática que en la de la lucha armada).

Uno de los principales elementos de la tensión se encuentra entonces dentro de la propia zona del medio-oriental, y se da por la presencia del Estado de Israel. Sería demasiado largo contar la historia de los acontecimientos que condujeron a la creación de este nuevo Estado. Basta decir que, mientras para los judíos representa la “tierra prometida” finalmente alcanzada, la tierra donde se sienten dueños de su propio destino y al abrigo de nuevas persecuciones; para los árabes, Israel representa una especie de cáncer que se desarrolló casi de repente en la tierra que el Islam ya había conquistado en el siglo VII d.C., constituyendo debido al carácter explosivo de su expansión, en una amenaza continua. Por lo tanto, israelíes y árabes se ven obligados a vivir uno al lado del otro como perros y gatos.

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Un tercer aspecto de la inquietud que aflige al Medio Oriente son las luchas entre los Estados árabes, cuyo pan-arabismo no ha sido más que una fachada, detrás de la cual yace la impotencia de realizar el sueño de una “nación única”, incluyendo inicialmente a los siete países que dieron origen a la Liga Árabe (Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Irak, Líbano y Siria) los otros seis pasaron a formar parte de esta, a medida que obtenían su independencia: Libia y Sudán primero, Túnez, Marruecos, Argelia y Kuwait después.

Todos recuerdan que Irak fue el primero en traicionar a la Liga Árabe cuando en 1954 se alió con Turquía, que ya se había unido a la OTAN dos años antes, para constituir ese instrumento de la política anglo-americana que fue el Pacto de Bagdad, al que se adhirió en abril Inglaterra, Pakistán en septiembre e Irán en octubre, y que debía servir al mismo tiempo para aislar a Rusia del Medio Oriente y rodearla en un anillo intercontinental.

La división interna entre países depende esencialmente de los conflictos de intereses y de la diversidad de desarrollo histórico de cada uno de ellos. Esto explica las continuas rupturas de los pactos inter-árabes y la fragilidad de cada una de sus políticas comunes.

Pero, para el tema del que queremos ocuparnos, hay que subrayar otro hecho. Hasta ahora, incluso si de manera genérica, mencionamos a Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Rusia, sin mencionar nunca a Alemania: que ahora es la potencia que ha desempeñado el papel protagonista de la última crisis en el Medio Oriente. Así que tenemos que hablar de ello, advirtiendo sin embargo, que, si las razones contingentes han cambiado, los aspectos de la discordia y la mala hierba, han permanecido igual que cuando Inglaterra desempeñaba el papel de prima donna. Una vez más por lo tanto, veremos enfrentándose entre sí en un círculo vicioso a Alemania, Israel y los países árabes (o Egipto, que es la “potencia dirigente” reconocida por ellos).

Amenazas y contra amenazas, escaramuzas diplomáticas y manifestaciones violentas, se alternan discursos pacifistas y “realistas”, ambos tienen repercusiones necesarias en la estructura parlamentaria, gubernamental o interestatal de los distintos protagonistas. En resumen, el alboroto habitual que enfurece a todos los grandes Estados interesados en la “estabilidad y la paz del Medio Oriente”, que luego se agota, dejando a todos los contendientes con un sabor amargo y en la oscuridad más completa sobre lo que deparará el futuro, de acuerdo con la regla del “campamento de caballos” y en homenaje al principio sagrado del engaño burgués (al igual que todas las sociedades divididas en clases), es decir, el principio del equilibrio de poderes. Principio inmediatista por excelencia, que solo se preocupa por lo que sucede hoy, dejando que el “buen Dios” piense en el mañana. Para el Medio Oriente esta política del status quo ha sido oficialmente inaugurada por Eisenhower cuando era presidente de los Estados Unidos, como era lógico porque resumía toda la sustancia de la “doctrina” que lleva su nombre, y que se invoca cada vez que vientos de tormenta agitan las aguas del Medio Oriente.


II

En el artículo anterior enumeramos las causas históricas ineliminables de las contradicciones internas del Medio Oriente, para reconectar con el último episodio de una larga cadena: el juego de las acciones y reacciones provocadas por la inclusión de Alemania, en este centro neurálgico de las disputas Imperialistas.

A principios de febrero de este año, el anuncio de que Ulbricht, presidente de Alemania Oriental, de ir a Egipto, hiere el orgullo de Bonn que se enfurece, la “doctrina Hallstein” (actual presidente de la CEE), que regula la acción política y diplomática de Alemania Occidental en las relaciones con otros Estados, sufre un duro golpe. Según esta “doctrina”, todo Estado que se relacione con la R.F.T. (República Federal de Alemania; Alemania Occidental) tiene prohibido tener relaciones con la R.D.T. (República Democrática Alemana; Alemania Oriental). Egipto, al que los alemanes occidentales habían proporcionado “ayuda económica” y enviado técnicos militares para fortalecer el ejército nacional, pagó a Bonn hospedando al “hombre más odiado de Alemania” (en palabras de Erhard). Por lo tanto, era inevitable que reaccionara amenazando con cortar la “ayuda” si la visita se realizaba. A lo que respondió el dictador egipcio altivamente, no sólo reconfirmando la visita de Ulbricht, sino amenazando de reconocer oficialmente a Alemania Oriental si Bonn hubiera seguido suministrando armas a Israel.

Llegados a este punto es necesaria una aclaración: el problema del suministro de armas es otro de los “temas” espinosos que complican la intrincada madeja del Medio Oriente; y este es un hecho muy importante. Rusia, de hecho, precisamente prometiendo y entregando (es decir, vendiendo) armas a Egipto, logró sortear el cordón de Estados del “Pacto de Bagdad” y volver a entrar en el Medio Oriente del que querían expulsarla. Pero no crean que los Estados árabes han aceptado armas sólo de Rusia y Checoslovaquia, es decir, de los países “socialistas”. Arabia, Líbano, Jordania e Irak también han recibido de Occidente. No es de extrañar entonces que la Alemania de Bonn colabore en la preparación de la “defensa” egipcia y al mismo tiempo venda armas a Israel. ¿Quién no sigue hoy una política de “dos vías”? ¿Rusia alguna vez ha tomado abiertamente partido contra Israel, al que ella y los otros “grandes” ayudaron a establecer inmediatamente después del final de la guerra? Todos quieren ser o parecer amigos de “Dios y sus enemigos”. De esta manera se salva la “moralidad internacional”. Y los Estados Unidos, naturalmente, son los campeones de esta política de amistad tanto hacia Jerusalén como hacia El Cairo, la “capital del tercer mundo”.

Volviendo a la venta de armas a Israel por parte de la RFT, vale la pena recordar que el acuerdo se cerró hace cinco años en Nueva York entre el entonces “primer ministro” israelí Ben Gurión y Adenauer. ¿Por qué Nueva York? Porque el Tío Sam tuvo algo que ver en el acuerdo, fue él quien actuó entre bastidores, Estados Unidos envió nuevas armas a Alemania, y ésta envió las más viejas a Israel, donde se las piden tanto como el pan por razones de supervivencia frente a los continuos enfrentamientos armados, que se producen en una línea fronteriza desproporcionadamente larga en comparación con la superficie del país (aproximadamente tan larga como la de Lombardía).

En estos sucios negocios de venta de armas, quién no ve la hipocresía del “neocapitalismo” y de su representante más fuerte, que pone incluso a Alemania a su servicio porque, al contribuir a romper su organismo nacional junto con su socio ruso, le ha privado de voluntad política hasta el punto de que incluso un Nasser puede permitirse el lujo de humillarla. De hecho, Erhard tuvo que dar una vergonzosa retirada prometiendo a Egipto que ya no entregaría armas a Israel y metiéndose así en otros problemas más graves, provocando la reacción inmediata de Israel que, por boca de su primer ministro Levi Eskhol, le recordó enérgicamente sus “deberes morales” y los compromisos asumidos hacia el pueblo judío. Cualquiera que recuerde los pecados de racismo cometidos por los alemanes, con sus masacres de judíos, puede darse cuenta de cómo ciertos argumentos propagandísticos se apoderan de las conciencias de los dirigentes de Bonn, que desean separar sus responsabilidades de las del extinto régimen nazi y con ello se engañan con la idea de rehabilitarse y promover la máxima aspiración de la unidad alemana. También podemos comprender fácilmente las repercusiones de estos estallidos de árabes y judíos-israelíes en el equipo parlamentario de Bonn, con las inevitables controversias internas sobre la salida del estancamiento y sobre las futuras acciones políticas a emprender.

Mientras tanto, entre el 24 de febrero y el 2 de marzo, tiene lugar en El Cairo la “visita de amistad” de Ulbricht, cuyo fondo, nos guste o no, es que Alemania Oriental también ha emprendido su marcha hacia la ampliación de las relaciones fuera del “mundo socialista”, en el que hasta hace poco su acción era limitada. La debilidad política de la RFT, a pesar de su creciente fortaleza económica y de ser la “segunda potencia comercial del mundo”, se ve delatada por la conducta indecisa del gobierno y sus medidas improvisadas, como la repentina decisión de poner en práctica la amenaza de suspender la “ayuda” a El Cairo, culpable de haber rendido a Ulbricht los honores normalmente reservados a los jefes de Estado oficialmente reconocidos.

Pero no se puede negar, la política de los Estados burgueses, vista en su actualidad e inmediatez, es realmente deliciosa. Son máquinas gigantescas que actúan y se mueven, o parece que estemos ante un grupo de marionetas dotadas de la sensibilidad de los niños que se hacen muecas, discuten, hacen las paces y vuelven a pelear en un ciclo continuo de bromas, rabietas y enfrentamientos.

La reacción en Bonn también demuestra una falta de ese tipo de “realismo” burgués que, al menos de palabra, algunos defensores del orden del capital muestran estar animados (el Partido Laborista inglés en un momento se ganó la calificación de “realistas”, debido a que subió al poder después de la guerra y tomando nota de la realidad histórica cambiada, decidieron liquidar el imperio S.M. Británica, pero sólo para transformarlo en una “comunidad” más elástica llamada “Commonwealth” y así salvar algo donde los conservadores se han comprometido). En esta ocasión, demostró verdaderamente que profesaba esa doctrina de Hallstein que, en última instancia, pretende atribuir el derecho de representar a los alemanes de las dos Alemanias únicamente al gobierno de Bonn. Está claro que Erhard y C. tuvieron que perder los estribos cuando Nasser devolvió el reconocimiento oficial a Ulbricht (carácter revolucionario del régimen de El Cairo, carácter “socialista-cooperativo-democrático” de la sociedad egipcia, corrección de la política exterior del gobierno tanto para la “no alineación”, como para la “cuestión palestina” y la subtema de las “aguas del Jordán”) con declaraciones sobre el problema de la unificación alemana que se logrará mediante “un acercamiento gradual y negociaciones en igualdad de condiciones entre el gobierno de los dos Estados alemanes”.

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Es así como, al calor de la polémica con El Cairo, Bonn se prepara para el Gran Giro en las relaciones con Israel. Pero antes de hablar de ello, debemos recordar que el astuto Tío Sam no se quedó en la ventana mientras se producía la visita de Ulbricht a Egipto. Nos guste o no, sea cual sea la crisis que se produzca en el mundo, Estados Unidos siempre está presente, ya sea con acciones militares (Vietnam, Congo, San Domingo, etc.) o con acciones diplomáticas, según el caso.

A los dirigentes israelíes que le pedían compensar la “traición” de Bonn, Harriman -enviado especial de Johnson- les aconsejó prudencia, es decir, diplomacia. Los americanos no eran tontos, si cedían a la petición israelí de armas (que Alemania, con la ilusión de convencer a Nasser de no recibir a Ulbricht, había decidido no enviar más): ¡se habrían enemistado con los árabes!

Por lo tanto. A pesar de sudar siete camisas para aplacar la agitación de Israel, que pensaba pasar a un ataque armado preventivo, Harriman logró logró que el Consejo de Seguridad de la ONU aceptara un llamamiento sobre el problema del desvío de las aguas del Jordán, prometiendo apoyo para sancionar el derecho de Israel a utilizar una parte de esas aguas tan disputadas, otra manzana de la discordia entre Israel y el Islam árabe.

Para hacerse una idea de la importancia de la cuestión del agua que tanto Israel como los países árabes vecinos quieren utilizar para riego, basta pensar en el vertiginoso aumento demográfico registrado en Israel en los últimos años, y que no se debe a una diferencia entre natalidad y mortalidad de la población presente en la inmediata posguerra, sino a la inmigración caótica a la que dio lugar el movimiento sionista con su programa de ofrecer a todo judío que lo desee, un “fogón”, un “hogar”, un “centro nacional”.

Pero, si las aguas del Jordán son una razón de vida o de muerte para Israel, no lo son menos para los árabes. La apropiación de ellas por una u otra parte equivale, por tanto, al desarrollo de esa parte, a expensas de la retirada del otro.

Por este motivo, en las conferencias de los países árabes celebradas en El Cairo en enero y septiembre del año pasado, junto con la creación de un organismo político árabe-palestino y de un mando militar unificado, también se expresó la intención de crear un marco técnico-económico, para implementar el plan de desviar los afluentes del Jordán. Si hasta ahora las partes no han logrado avances es sólo porque el asunto trasciende las fronteras de los países afectados y también toca otros intereses internacionales, y en particular los de USA, quién intenta enviarlo todo a las “Calendas griegas”, transfiriendo esta cuestión a la ONU.

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Volvamos al punto de inflexión de la Alemania federal.

El 7 de marzo, el gobierno de Bonn pone fin a las perplejidades y debilidades de su acción política, y toma una decisión definida como histórica y revolucionaria, es decir... tiende la mano a Israel y pide normalizar las relaciones diplomáticas. Hasta ahora, Alemania Occidental ha pagado reparaciones y vendido armas a Israel sin siquiera reconocerlo oficialmente (¡extraño mundo, el burgués, en el que dos Estados trafican descaradamente y “no se reconocen”!). A partir de hoy, quiere poner fin al “pasado vergonzoso”, y por ello pide u ofrece reconocerse ante Israel, colocando a su vez a esta nación en una encrucijada, es decir, ante el dilema de seguir escuchando a las “cuestiones sentimentales” (que a menudo creaban un clima de guerra civil a la hora de contratar negocios con Bonn) o dejar prevalecer valoraciones “realistas” sobre las ventajas de las operaciones. Se sabe que el gobierno y la Knesset (el Parlamento) decidió el 16 de marzo aceptar la oferta alemana, sin imponer ninguna de las condiciones deseadas por ciertos grupos, como la reanudación del suministro de armas, la retirada de los científicos alemanes de Egipto y la imprescriptibilidad de los crímenes nazis.

La reacción árabe contribuyó en gran medida a empujar a Israel a hacer la paz con sus viejos enemigos alemanes (manifestaciones violentas contra la RFT, cuyas embajadas fueron atacadas en todas partes, etc.). En esto, cabe señalar uno de los aspectos “revolucionarios” de la decisión de Bonn: los alemanes, una vez enemigos jurados de los judíos, de repente se convirtieron -a los ojos de los árabes- en partidarios del sionismo.

Y la Torre de Babel no termina aquí: aparte de que sólo una parte de los alemanes -aunque sea la mayor parte- está en la mira, hay que decir que, tras la primera ola de nacionalismo en los países árabes, el alineamiento anti-alemán no podrá lograr la unanimidad; de hecho, otro aspecto “revolucionario” (y por lo tanto más confuso) de la decisión de Bonn, reside precisamente en crear una nueva razón para el desacuerdo entre los Estados árabes y arruinar aún más su fantasmal unidad.

De hecho, al moderado Bourguiba (Presidente de Tunez) y a su gobierno, les bastó con dejar claro que no tenían intención de sacrificar su “amistad” con Alemania por los objetivos lejanos e inciertos de la “nación árabe” -en los que el propio Nasser no cree- por una nueva tormenta entre los países árabes, a los cuales inmediatamente condenó como traidores a la causa común o al menos como “desviacionistas”. Las propuestas de Bourguiba, que ofenden, entre otros, al propio Israel porque prevén su regreso a las fronteras marcadas por la ONU, tras el armisticio que siguió a la guerra de 1948-49, fueron discutidas en El Cairo en la reunión de Jefes de Estado árabes de los días 28 y 29 abril y rechazadas, sin que por ello se condujera a la ruptura definitiva propugnada por los panarabistas más ardientes, que también habían fomentado manifestaciones violentas contra Túnez e inducido a los gobiernos a retirar a sus embajadores. Y así, mientras se reconfirma la imposible convivencia entre árabes e israelíes y se rechaza la idea misma de un Estado de Israel, los jefes de Estado salvan la cara de la unidad árabe.

Como se ve, al auge de los Nasser, según el cual “la única solución al problema palestino pasa por la destrucción de Israel” y, por tanto, por la guerra contra esa joven nación, va seguido de reflexiones bastante cercanas a la Tesis de soluciones negociadas propuestas por Bourguiba. Estos signos de impotencia de los países árabes -debido tanto al recuerdo de las terribles derrotas propinadas por Israel en la guerra de 1948-49, como al temor a una intervención de la ONU (léase Estados Unidos) para detener cualquier futura operación bélica árabe- son también el reflejo de la nueva actitud conciliadora con Bonn, tras la ruidosa ruptura diplomática protagonizada por diez de los trece países árabes.

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Si se considera además la reducción del valor atribuido al acuerdo entre Bonn y Jerusalén, inmediatamente después de su aplicación (de hecho, mientras que, por un lado, Erhard afirma que dicho acuerdo “no está dirigido contra nadie”, la prensa israelí dice que “un acto político no puede borrar el pasado”) vemos que todas las aguas se van calmando tras la tormenta, pero dejando, como decíamos al principio, un cierto sabor amargo en la boca de todos.

El problema del Medio Oriente, la suma de todos los problemas menores, está siempre abierto, las cuestiones pendientes son cada vez más numerosas (recientemente se ha añadido el reconocimiento de la RDT por los países árabes) y la tensión siempre está en el orden del día. Así lo demuestra la última reunión de los jefes de gobierno de los países árabes, con Túnez ausente. Reunidos del 26 al 30 de mayo, concluyendo en un punto muerto en todos los puntos examinados anteriormente y en el de la guerra de Yemen.