Partido Comunista Internacional
 
EL COMUNISMO: UN ANHELO Y UNA NECESIDAD
(1994)
 
Introducción - Síntesis de nuestras tesis generales - Los "Planes vitales" - El excedente - La dictadura proletaria: el Estado como medio de lucha - Nuestra Filosofía - La opción del corazón - Lo Racional y lo Real - El Manifiesto Comunista - No hay que adorar a ningún ídolo - La destrucción de la Razón - Restauración y Revolución - Negacionismo revolucionario - El centralismo orgánico - Utilidad o "beneficio" - El enigma de la riqueza - Honestos, granujas y malvados actualmente - Hiperempirismo actual - Las dichosas prisas - Moral individual y social - La razón de Estado - Bajo el yugo de la necesidad - El “disensión interior” - La adesión personal a la milicia en el partido comunista - Nuestra Ley - Salud y degeneración - El “Cuerpo místico” del partido de clase - Comunismo sentimiento primario - El “realismo metafísico” - El Ser... es - Oriente y Occidente - Formas de la mística - Pensamiento y acción - Existo, luego pienso

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Introducción
 

Una gran parte de la "cultura política" hace creer que, una vez liquidado el Comunismo, el mercado y su libertad han ganado definitivamente la partida.

Pero el "pensamiento único" en circulación no ha triunfado, y contra el optimismo general se alzan voces de advertencia: "el capitalismo está en declive", "el capitalismo destruye la tierra", tal y como hace E. Severino. Rápidamente los científicos de la economía han reaccionado: el profesor Severino no es una autoridad en la materia, es un filósofo, cree que puede "saberlo todo", y este género de afirmaciones que hace no pueden ser tenidas en consideración.

La contrarréplica no se ha hecho esperar: «Sergio Ricossa, con respecto al prólogo de mi libro, donde se dice que el capitalismo destruyendo la tierra se destruye a sí mismo, reconoce que también para mí sigue siendo incierta la consistencia científica de sus implicaciones; pero añade que doy la impresión de que es suficiente creérselo para que sea cierto (...) Responde que puede cambiarse la ruta rumbo, bien porque se sabe que está interrumpida o bien porque se cree que lo está (y quizás no lo está). Incluso si el segundo motivo estuviese totalmente exento de consistencia científica, el cambio de ruta sería real» (Corriere della Sera, 2 de enero de 1994).

Sabemos que Severino, con su credo particular según el cual el capitalismo está destruyendo la tierra y a sí mismo, silogismo que hay que coger con pinzas, no va a colaborar con nosotros para hacer saltar por los aires un sistema de producción histórico que, en efecto, hace aguas por doquier; si lo citamos es para reconocer que su victoria es mucho más problemática de cuanto se ha pregonado de manera triunfalista a los cuatro vientos, y que, a decir verdad, es una victoria de Pirro pagada a un alto precio en primer lugar por los proletarios, pero también por las clases medias.

Ciertamente, los pensadores "débiles" parecen sentar cátedra y se muestran muy solícitos ante las infinitas posibilidades abiertas por la victoria del mercado; pero las bolas no se paran, parece objetar Severino.

No podemos esperar nada útil de gente como Severino, Vattimo, Ricossa, Veca y tantos otros. La cuestión va mucho más allá. Nosotros, que no hemos prestado casi atención a su griterío, no tenemos nada más que parafrasear el clásico y viril "tirem innanz".

Mientras tanto no podemos dejar de mirar a nuestro alrededor, y establecer un debate general acerca de las posibilidades y el desarrollo futuro del capitalismo en declive. En el terreno económico-político, reducida a una vulgarísima disciplina de las acrobacias de los económetras, analistas, buscadores de mercados y demás fauna burguesa, en línea general prevalece la consideración oportunista de la variante neo-clásica que predica desde hace tiempo el reconocimiento del valor primario de la producción de renta, la clásica tarta alrededor de la cual se reconoce como legítima y en cierto modo inevitable la "conflictividad" para determinar la distribución y la redistribución según los sofisticados y ya decrépitos mecanismos del Estado asistencial. Es sobre este terreno, sin conseguir ver el bosque a través de los árboles, donde se reúnen los economistas junto al lecho del Capital moribundo.
 
 

Síntesis de nuestras tesis generales
 

1. El materialismo histórico y dialéctico confirma la tesis del desarrollo a saltos, que desmiente la visión estática de la naturaleza y de la sociedad humana. Al mismo tiempo hace suya la prueba histórica y antropológica de Morgan acerca de la existencia irrefutable del comunismo primitivo.

2. El Comunismo no rechaza la hipótesis de una sociedad feliz desde sus orígenes, presentada por el idealismo y la religión como un paraíso terrestre y una edad de oro, porque este tipo de comunismo ensalza la idea de una humanidad capaz de realizar la felicidad, destruida por la aparición de las clases sociales con un aumento de los conflictos que dialécticamente han llevado hasta la sociedad capitalista, detrás de la cual, solamente la hipótesis del Comunismo integral puede permitir la emancipación de las clases oprimidas.

3. En la concepción materialista-dialéctica el Comunismo no es, no obstante, un "retorno" ni una simple nostalgia, y mucho menos una restauración mecánica de ese orden perdido. Si fuese así no tendría sentido la lucha de clases, y la nueva comunidad llegaría a través de una necesidad mecánica innata a la naturaleza y la cultura.

4. No hay razón para trabajar exclusivamente bajo la hipótesis del hombre imperfecto por naturaleza marcado por el Mal. Esta es la tesis típicamente cristiano-burguesa ensalzada por las corrientes modernistas, cuya finalidad es la de justificar ideológicamente la perennidad de la sociedad y del ser humano.
    En realidad la "restauración"" del Comunismo, entendido por el Mito y las Religiones como producto de la intervención salvadora, puede desvelarse como Fe en el Hombre-Dios para que restaure la felicidad, la verdad, la amistad, la conversación del hombre con todo y con todos. ¿No es quizás cierto, y siempre lo hemos defendido, que la "recomposición" social en el comunismo tiende a esto: a una relación entre parte y todo de tipo orgánico, en la cual el hombre, como en el Krta, el cuaternario de los antiguos hinduistas, no tiene problemas de conocimiento, porque vive la vida plenamente? Entre el todo y la parte, entre interior y exterior, entre sujeto y objeto, no habrá más contradicciones (véase la Crítica al Programa de Gotha).

5. De lo que se trata es de saber coger el núcleo real (Das Kern, como dice Marx) y racional de la cuestión, ¿pero ese núcleo no podría ser precisamente la Verdad oculta y descubierta, cubierta de cuentos e interpretaciones, digamos más precisamente de "ideología"?...

6. Toda la historia, sobre todo en Occidente, hasta el marxismo, está marcada por este tipo de experiencia. El recuerdo del Bien originario ha estado tapado por la dura lucha, por las tensiones sociales determinadas por el nacimiento de la lucha de las clases, por la así llamada guerra intraespecífica de la que habla Lorentz, por la separación entre objeto y sujeto, entre hombre y mujer, como sostiene la esicastia de tipo oriental: «cuando el hombre no habla más a la mujer, cuando ésta no conversa y no escucha más sus palabras, se deja vía libre al demonio, al separador».
    En la versión comunista radical que nosotros defendemos, es necesario reapropiarse y reconocer su valor a la idea originaria de Comunismo, de lo contrario la hipótesis-necesidad de la sociedad sin clases se convierte en pura "utopía", en una imposibilidad práctica y teórica al mismo tiempo. Para nosotros se trata de la "realidad que se desarrolla ante nuestros ojos", como dice Marx.
    El empuje y la potente aceleración hacia el hombre nuevo determinada por el crecimiento de las fuerzas productivas durante el desarrollo del moderno capitalismo, ha permitido al materialismo histórico visualizar un régimen social capaz de acabar con las contraposiciones entre individuo y sociedad, algo que los ideólogos burgueses radicales habían comenzado a elaborar con los escritos de Mably, Morelly, el abad Meslier y Saint-Martin. Con Rousseau cobra un notable impulso la noción de la "voluntad general" que alude a la precomposición entre parte y todo social: «Todo aquel que osa tomar la iniciativa de fundar una nación, debe sentirse en grado de transformar a cada individuo, que en sí mismo constituye un todo perfecto y aislado, en parte de un todo más grande del cual este individuo recibe de algún modo la vida y el ser; en grado de alterar la constitución del hombre para reforzarla; de sustituir por una existencia parcial y moral la existencia física e independiente que todos hemos recibido de la Naturaleza» (J.J Rousseau, El Contrato Social).
    La parte y el todo son partes integrantes del mismo todo; en el complejo social esto casi parece un "truismo", o sea una obviedad; y debe establecerse cuáles son y deben ser los límites recíprocos entre el individuo y la sociedad. Si el todo fagocita a la parte, el individuo no tiene más razón de ser como parte que siente la exigencia de integrarse y reforzarse intercambiando sus relaciones con la sociedad, mientras que si la parte pretende ser el todo, entonces el individuo puede dejar a un lado las relaciones con la sociedad.
    En la versión de Rousseau, teórico de la democracia "radical" en estado naciente, individuo y sociedad se presentan aún como dos entes metafísicos y abstractos. Es preciso entender que el individuo es el fruto de las relaciones sociales, y que en sí y para sí sólo es una abstracción. La sociedad es "el conjunto de las relaciones sociales", y no una categoría del pensamiento. Con el materialismo dialéctico también la "lógica" mejora... en cuanto ciencia orgánica, y no puramente "formal".

7. El Comunismo es un sentimiento y una idea que el hombre lleva dentro, dentro de su vida de especie y que proyecta en el Futuro, como realidad completa y desplegada.
    Se trata de entender bien porque se rompió la sociedad orgánica dando comienzo a la Historia como historia de la lucha entre las clases (ver Engels, Origen de la Familia, de la propiedad privada y del Estado).

8. En las religiones monoteístas la Idea que Dios habla directamente al Hombre alude sin ningún género de dudas a la sociedad orgánica producida, según un clásico haggadah (relato) hebreo, por la entrada del alma, que significa vida, espíritu viviente, en el momento de cada nacimiento, en el cuerpo femenino. Lo que une se contrapone a lo que separa. El Separador, entendido como demonio que rompe la unidad, ¿no alude quizás a una fuerza metahistórica que rompe el equilibrio y empuja al hombre en la dirección del "conocimiento" mediante una relación activa con la realidad, o sea con el trabajo? En cada religión "objetiva" antigua es posible encontrar esta tentativa de reconstrucción de la vida en general, y de la vida social en particular.

9. En la versión marxista, que se inscribe desde el fin del arco histórico que marca el nacimiento consciente del organismo colectivo positivo, capaz de plantearse el tema de la sociedad orgánica no simplemente como una expectativa utópica, o como mera contemplación, sino como una transformación real de las divisiones sociales, haciendo hincapié en su dinámica "natural", en un régimen social unitario, no hay cabida a interpretaciones vulgares, ya sea en el sentido del determinismo biológico neo-metafísico, o en el del tipo abstractamente matemático propio de diseñadores que juegan conscientemente a las abstracciones y su pura funcionalidad como "nuevos creadores", capaces de "crear todavía", de encontrar un nexo que una a los opuestos, al todo con la parte.
    Para esto es necesario haber pasado por la insatisfacción de la polaridad absoluta, en la tensión hacia una nueva unidad. El místico no es un niño, sino aquel que no puede aceptar esa dualidad irresoluble, en nombre del Viviente no dividido y separado. Esto es suficiente para afirmar que la milicia revolucionaria no es homologable al modo corriente de concebir la fe, la racionalidad, la ciencia.
    Por lo demás el mismo filósofo "fuerte" reconoce que la acción humana no es el fruto del descubrimiento de una consistencia "científica" de una determinada visión del mundo, sino que más bien se trata de una convicción que es capaz de modificar el mundo. Esto es lo que siempre ha defendido el comunismo, sin partir del carácter científico aceptado de sus tesis, sino de la propia fe acerca de la necesidad del cambio revolucionario, el único capaz de transformar el modo de entender la realidad y sobre todo de dirigirla en el sentido de la satisfacción de las necesidades materiales y morales de las clases explotadas. Por esto no ha pretendido nunca que sus adversarios compartieran la teoría de la plusvalía y su reconocimiento "científico", si bien Marx no ha excluido usar el modo de concebir la ciencia de su época para "demostrar" la veracidad de su teoría. Por eso cuando nosotros reivindicamos y defendemos el carácter científico del materialismo histórico nunca hemos pensado en recurrir a las diversas maneras que tiene la ideología burguesa de entender la ciencia, la cual en sus altibajos, sobre todo hoy, niega que pueda haber un punto de vista absoluto de la realidad.
    Nuestra Mística es pues la unificación en el Partido como órgano dirigente de la clase, de las facultades individuales con una conciencia colectiva y orgánica. A quien nos objeta que esto es un clásico "wishful thinking", un pío deseo, le respondemos que el comunismo no cesa de desear y no se avergüenza lo más mínimo de ello.
 
 

Los "Planes vitales"
 

Nuestra "mística" concibe una síntesis dialéctica de utopismo y de ciencia sin contradecirse. «El utopismo es una anticipación del futuro; el comunismo científico lo vincula al conocimiento del pasado y del presente, porque para el futuro no basta con una anticipación arbitraria y romántica, sino que es necesaria una previsión científica: esa previsión específica, posible gracias a la maduración del modo capitalista de producción, y que se va unido estrechamente a los caracteres de esa forma, de su desarrollo, y de particulares antagonismos que surgen de ella» (de nuestro texto: Utopía, ciencia, acción).

Mientras la ideología burguesa, según las modas y los altibajos de su "cultura", vuelve a descubrir ahora los "mitos", o la razón pura, o la religión – como sucede en esta fase actual con amenazantes apocalipsis y catástrofes – nuestra visión de la realidad está en grado de justificar el origen del mito y de las religiones y su velo ideológico, al igual que el núcleo molle de la razón pura y de la ciencia, cuando esta rechaza corregirse y reconocerse como expresión de las fuerzas en juego en la lucha social, refugiándose en una cómoda "neutralidad" y en la "objetividad" sin referencias sociales.

«Mientras en las viejas doctrinas el mito y el misterio fueron la expresión de las descripciones de los acontecimientos precedentes y actuales, y mientras la moderna filosofía de la clase capitalista se jacta (cada vez con menos fuerza) de haber eliminado tales elementos fantásticos de los hechos registrados hasta el momento, la nueva doctrina proletaria construye las líneas de la ciencia del futuro, limpio totalmente de elementos arbitrarios y pasionales».

Pero tampoco nos limitaremos a desmentir el poder y el valor de los "profetas y de los héroes" según una crítica puramente negativa, pues es necesario extraer su significado en relación con la maduración de los planes de vida de la especie, tal y como se presentan entrelazados a lo largo de todo el curso de la historia humana y natural: "una vez ajustadas las cuentas a los profetas, le llegó el turno a los héroes, a quienes las viejas concepciones de la historia colocaban en lo más alto, bien sea bajo la figura de jefes militares, o bien bajo la de legisladores y dirigentes de pueblos y Estados. Resulta por lo tanto una obviedad, decir aquí que todo sistema profético, todas las gestas de conquistadores o de los innovadores políticos son para el marxismo la expresión o el resultado que trae consigo efectos profundos en los planes de vida, que se suceden, envejecen y se imponen. La nueva doctrina no puede ligarse pues a un sistema de cifras o textos, anticipo de la futura batalla; al igual que no puede confiarse al éxito de un Jefe o de una vanguardia combatiente llena de voluntad y de fuerza. Profetizar un futuro, o querer "realizar" un futuro son ambas posiciones inadecuadas para los comunistas".

* * *

Llegados a este punto es necesario, para fijar bien los ojos en el porvenir, profundizar, a la luz de nuestro método, lo que hemos entendido desde el principio por "vanguardia" o vanguardias: «el problema de la praxis del Partido no es conocer el futuro, lo cual sería poco, ni querer el futuro, lo cual sería demasiado, sino CONSERVAR LA LÍNEA DEL FUTURO DE LA PROPIA CLASE».

Por lo tanto no nos sirve de nada hablar de todo un siglo de vanguardias desconectadas de esta línea de referencia, especialmente cuando no se ha hecho otra cosa que abusar de este término, y en todos los campos. En la movilización de fuerzas determinadas por la explosión imperialista del Capital, grupos y corrientes se han situado en las más extrañas direcciones. Pero a menudo se ha tratado del ansia de quien, viendo el Pasado como algo ya superado, se ha dedicado a explorar el novum. La consigna – así lo han creído – era la de dar instrucciones a la tropa – y a veces así ha sucedido – pero muy a menudo se han perdido, creyendo que habían encontrado por sí solos el ambiente correcto, deteniéndose para disfrutar de su "universal abstracto" por cuenta propia. La historia de las vanguardias de este tipo es ciertamente interesante, pero a veces ofrece resultados desoladores. Por eso merece la pena estudiar sus experiencias para extraer las conclusiones correctas. No es suficiente la voluntad de romper con el presente insoportable, es necesario, conservar la línea del futuro de la propia clase.

Resultan por lo tanto engañosas ciertas tentativas de balance provenientes de sectores oportunistas y burgueses: la imagen que dan del Capital en su conjunto, como modo de producción y como sistema de dominio político y militar, tiende a ser presentado como el "mejor de los mundos posibles", pero en declive, tragándose sapos y culebras con tal de que sobreviva. La producción de plusvalía sigue siendo el imperativo al que siguen ciegamente todas las fuerzas políticas: el sistema capitalista puede ser reconocido como un infierno, pero un infierno en el que la clase dominante siempre está en mejores condiciones que el proletariado metropolitano y periférico.

El excedente es el dogma histórico alrededor del cual giran las sociedades de clase, pero sólo el materialismo histórico lo ha identificado claramente como plusvalía, con sus leyes que sólo la revolución comunista está en grado de eliminar.
 
 

[RG59]
El excedente
 

El "dogma" alrededor del cual gira toda la concepción marxista de la sociedad capitalista, y en general de la historia como lucha de las clases, es la producción de plusvalía y el destino social de la misma.

El declive del capitalismo no consiste en lo que dice Severino, o sea que actualmente el capitalismo destruyendo la Tierra se destruye a sí mismo. Todos los ecologistas compartirían la opinión del señor filósofo. Pero nuestra histórica tesis no excluye que el Capital, a fuerza de destruir las fuerzas productivas según su ritmo infernal, acabe auto destruyéndose: de algún modo todas las formas de catastrofismo antirrevolucionario terminan encontrándose. Son formas de ultraimperialismo que teorizan la superación del insoportable modo de producción de una manera un tanto "natural". Sería fácil que el capitalismo encontrase un límite de este género, deteniéndose al borde del abismo, como si del milagro de Damasco se tratase. Nosotros, por el contrario, somos de la opinión de que sin la entrada en escena del proletariado como última clase de la prehistoria humana, no habrá límite a la destructividad del modo de producción capitalista.

Los economistas más célebres han dedicado todas sus energías intentando desmentir o corregir a Marx, pero con resultado nulo. Solo quien, como nuestro Partido, está en grado de unir doctrina, o sea conocimiento del curso de la especie, con la fuerza histórica a dirigir y guiar hacia su objetivo, o sea el proletariado, está en grado de comprender la poderosa dialéctica que se halla en la base de la teoría de la plusvalía, y cuyo significado escapa al modo de concebir la ciencia propio de los teóricos burgueses. Sólo el Partido reivindica una visión de conjunto que liga indisolublemente pasado, presente y futuro, una verdad que individualmente puede ser defendida y reconocida por cualquiera, pero que sólo en la acción práctica revolucionaria adquiere su valor.

Algunos filósofos actuales que están de moda lo han hecho, pero separando las implicaciones de la acción histórica: «se debe concluir que las cosas futuras son reales aunque todavía no existan (...) análogamente todas las cosas pasadas son reales, aunque no existan ya». Esto afirma el filósofo americano Putnam, añadiendo: «esta cuestión ha sido resuelta por la Física, y no por la filosofía (...) No creo que existan todavía problemas filosóficos respecto al tiempo». ¿Estamos ante un "místico"? No. Simplemente se trata de un reconocimiento inevitable cada vez que se tiene el valor de prescindir de las angustias y del feroz condicionamiento de la ideología corriente. Putnam sostiene que esto es posible porque hay que distinguir entre "necesidad" y "existencia". Este sería, en su opinión, el origen del tema de la "libertad". Y aquí nuestros caminos se separan, como es natural. La razón de ello está en su modo de conectar y deducir, que no es compatible con el nuestro. En nuestra escuela las reglas de la dialéctica no son individuales.

Los peores caprichos del pensamiento son esos actos que se reclaman al individualismo antiguo y moderno, siendo atribuidos a la libertad subjetiva, a su pretensión de pasar por encima de las leyes materialistas, que sólo pueden ser transformadas mediante al trabajo de la especie. Pero es peor aún la pretensión, en los casos extremos del individualismo y de la anarquía de matriz burguesa, de ejercer en la realidad de las fuerzas sociales la voluntad y la fuerza de manera arbitraria y separada de las necesidades objetivas; nuestra doctrina, por el contrario consiste en la lectura de los impulsos y contradicciones que reclaman la intervención en el "parto de la historia".
 
 

La dictadura proletaria: el Estado como medio de lucha
 

Desde nuestro punto de vista no es suficiente reconocer la existencia de las clases, sus incurables contradicciones, y luego dejarlo todo en manos de la libertad individual la cual debería o podría intervenir en ellas de manera esporádica contingente, a través de las modalidades burguesas del voto, de la opinión, o incluso de la violencia individual o de grupo.

Marx en carta a Joseph Weydemeyer (1852), subraya precisamente que la aportación del marxismo consiste en el reconocimiento de la necesidad de la dictadura del proletariado como fuerza necesaria para superar las ataduras de las sociedades de clase.

La dictadura proletaria no se "prefigura" ni se configura como un "ordenamiento jurídico soberano", en el sentido de instrumento de lucha contra cualquier lucha. Este tipo de teórica es propio de los Estados que en el curso de la historia de la lucha de las clases han pretendido ser un aparato de fuerza que pretende mantener bajo control cualquier tipo de subversión del status quo, y esto se ha llevado a cabo en función de intereses ocultos tras la apariencia del interés general.

El Estado proletario se propone destruir (Zertreten, aplastar, subraya Lenin en Estado y Revolución) los aparatos que impiden a las fuerzas productivas proletarias aprisionadas dentro de las relaciones de producción capitalistas, liberarse en la dirección del socialismo.

Según esta apertura el espíritu de nuestro Estado no es ya la expresión de una venganza subjetiva o un puro resentimiento: al tratarse de un fórceps necesario para el parto, la violencia revolucionaria no puede ser sinónimo, ni siquiera en sentido sicológico, de fuerza puramente "reactiva", sino de potencia agresiva, fuerte, necesaria y abierta a lo nuevo, enfilada hacia delante, y no dirigida hacia atrás.

Este es el sentido del Antidühring de Engels: el comunismo, contrariamente a las lecturas pacifistas y humanitarias circulantes, no pretende llevar a cabo el poder soberano que elimine cualquier dialéctica futura, sino que por el contrario rompe el círculo vicioso de la lucha entre las clases que impide a la especie llevar a cabo sus "planes generales".

La pretensión de concebir la lucha como violencia "intraespecífica" inevitable en cuanto "natural", impide ver que otras formas de competición y desafío distintas y de mayor envergadura, se abrirán ante la humanidad, pero ya en el terreno del conocimiento, de la ciencia, del arte, en una palabra, en el proceso de humanización de la naturaleza y de naturalización del hombre.

Los «alineamientos en el terreno del conflicto» (ver a K. Schmitt), pese a estar reconocidos y descubiertos por el discurso teórico alemán, no son mecanismos que hayan nacido hoy. Por el contrario, como sucede con todas las cosas de este mundo, son mucho más antiguas que sus "teóricos", y esto es algo justo y natural. Y aunque aparezcan, como el murciélago de Minerva, al anochecer, no poseen la gracia de la filosofía matutina, y se presentan como algo amenazador, o peor aún preparado para actuar. No nos asustan, pues ya sabemos que habrá que luchar!

El "desplazamiento" que llevará a cabo la dictadura proletaria será la realización de todos esos intentos fallidos de "planes de especie" contenidos en la historia de la lucha entre las clases, desde el antiguo esclavismo al moderno capitalismo. Son los campos sobre los que se han cimentado los grandes genios del arte, de la filosofía, de la ciencia, que no han tenido la satisfacción de ver como sus méritos y descubrimientos eran patrimonio de toda la humanidad, y no sólo de unos pocos en detrimento de la inmensa mayoría humillada y ofendida.

Los mismos defensores del capitalismo saben que éste no podrá nunca llevar a cabo un plan de especie. El Comunismo es pues una necesidad, y nos guste o no nos guste será un plan a largo plazo, y no un bonito gesto o una buena intención. Quien lucha por él no lo hace por espíritu humanitario, o por un amor abstracto hacia la especie. Lo hace como parte integrante de fuerzas que continuarán moviéndose pese a su eventual renuncia; esto es precisamente lo que se ha verificado tras épocas de reflujo y de envilecimiento que han traído consigo traiciones teóricas y prácticas.

Y si nosotros estamos aquí, independientemente de estas miserias, según nuestro particular estilo fruto de la Necesidad y no del arbitrio, no es por venganza o por resentimiento. Si somos agresivos y no reactivos, lo somos porque estamos sometidos al programa de la especie, y no a un arbitrio subjetivo.
 
 

[RG60]
Nuestra Filosofía
 

En el confuso y contradictorio montón de las diversas teorías burguesas, la filosofía o teoría general se halla siempre sujeta a los altibajos de la sociedad clasista.

«El marxismo plantea la cuestión de la filosofía de manera original y de esta manera rechaza su alineación junto al resto de las filosofías clasificables históricamente, o peor aún sistemáticamente. Por lo tanto según nosotros no existe una filosofía marxista, pero tampoco diremos que el marxismo no es una filosofía o que el marxismo no tiene una filosofía; esto daría lugar a un equívoco y a un peligro gravísimo: el de creer que el marxismo se sitúe sobre un terreno ajeno al que los filósofos han sugerido desde hace milenios. Y de ahí se podría deducir, cayendo en una grave desviación, que el militante marxista es libre, y que aceptando algunas directivas de acción política y social, y declarándose partidario de algunas teorías económicas e históricas, pudiese aceptar cualquiera de las diversas filosofías: realismo o idealismo, materialismo o espiritualismo, monismo o dualismo, o como se quiera. Pero ahora bien, el marxismo excluye todas las filosofías nacidas históricamente pero de un modo diverso al que usa cada filosofía para condenar a las restantes, y por lo tanto, al menos destructivamente, el marxismo tiene una posición característica en materia filosófica» (De nuestro texto Comunismo y Conocimiento humano).
Es lo que reconocía el mismo Gramsci a la Izquierda: «Reconozco a la Izquierda que finalmente he comprendido y aceptado su tesis según la cual la adhesión al comunismo marxista no trae consigo sólo la adhesión a una doctrina económica e histórica y a una acción política, sino que comporta una visión bien definida, y distinta de todas las demás, de todo el sistema del universo material» (De las Tesis del Congreso de Lyón, 1926). ¡Esto es lo que defendemos todavía y solamente nosotros!

¿Pero en qué consiste, en síntesis, esta distinción? Pues en el hecho de que: «El materialismo dialéctico no necesita ya una filosofía que esté por encima de las ciencias. Todo lo que queda de la filosofía existente hasta hoy es la doctrina del pensamiento y sus leyes: la lógica formal y la dialéctica. Todo lo demás pertenece ya a la ciencia positiva de la Naturaleza y de la Historia» (Engels).

Por lo tanto no nos interesa una filosofía ajena a las condiciones sociales, actualmente clasistas, que se limite a encontrar resultados. Sabemos que no puede dejar de transmitirlos y comunicarlos. No se puede pensar en una transmisión de resultados independiente de los intereses de clase. Por eso cualquier dato recogido y cualquier conclusión relativa de la filosofía que sea, no puede ser absolutamente objetiva, porque su transmisión comporta una adecuación de esos mismos resultados a la dialéctica de las fuerzas sociales dominantes. La ciencia como realidad neutral y válida para todos ha quedado desmentida, aunque nosotros siempre hemos considerado que la ciencia de la Naturaleza está relativamente viciada por la ideología.

Los seres humanos están obligados por las condiciones materiales a atenerse al "principio de realidad", lo quieran o no, pero la representación que se hacen de ella depende de la ideología que la sostiene. Los métodos de la ciencia natural son reivindicados explícitamente por Marx y Engels, los cuales no obstante no caen en la posición positivista de una ciencia idéntica para todos. El sueño de un conocimiento unificado, pese a ser legítimo, sólo puede ser posible a condición que refleje un punto de vista no subjetivo, y mucho menos de clase, es decir el de la exigencia humana de establecer una relación justa con el ambiente tanto humano como natural. Si es posible decir con Kant que el hombre tiende a controlar la Naturaleza, mientras se halla marcada por las contradicciones, es no menos necesario decir que sin eliminar las contradicciones entre las clases, a las resistencias opuestas por la misma Naturaleza seguirán oponiéndose las propias de las específicas experiencias humanas, productivas, cognitivas, artísticas.

De esta manera reivindicamos nuestra teoría o filosofía como la más original y antidogmática, porque es la única que al tiempo que hace propios los resultados de las ciencias en general, sabiendo que son relativos e inciertos al apoyarse sobre unas bases clasistas, rechaza su homologación, y de esta manera transmitirlos como "verdad absoluta", susceptibles como son de estar sometidos a los intereses del Capital.

Este modo de entender nuestra filosofía nos permite no ser víctimas de modo acrítico de corrientes científicas del tipo que sean, o bien de otras que no son más que el fruto de puras especulaciones o iluminaciones; igualmente podemos utilizar los criterios de falsedad de sus teoremas sin necesidad de aceptar ningún modelo de verificación o falsificación, argumentos muy precarios en cualquier contexto.

Por eso el marxismo no se configura como una filosofía preparada en la cabeza de Júpiter, pese a disponer de unos contornos muy definidos, ya que, junto a Lenin, defendemos que nació como un bloque compacto. Nacida, no muerta, como una vez más andan pregonando los que hablan del fin del Comunismo.

La Ciencia Positiva y la Historia, que habrían debido tomar el puesto de la especulación vacía y abstracta, continúan llevando una marca de clase, y no hacen otra cosa que relanzar incesantemente necedades que sólo sirven para mostrar su impotencia. Sus resultados se presentan cada vez más marcados por las exigencias de la clase dominante, y por tanto no son solamente exiguos, sino que además son casi inservibles para nuestro trabajo. Esto no quita que reconozcamos todo lo que pertenezca a la dialéctica de las fuerzas objetivas dentro de sus métodos, siempre supeditados a nuestros propios criterios y a nuestras finalidades.

Por lo demás son los mismos burgueses los que cotidianamente se encargan de envilecer y relativizar sus códigos e instrumentos de investigación, precisamente porque en ellos domina la razón de fondo de la clase dominante: la de mantener su propio predominio.
 
 

La opción del corazón
 

La presunta "caída del comunismo" según los teóricos burgueses no ha sido tanto la del muro de Berlín cuanto la convicción de que por fin ya no se hablará más de esta "utopía" irrealizable y sobre todo capaz de mellar el sólido pesimismo del espíritu moderno fundado en la ética protestante, la cual excluye que la naturaleza discordante de la realidad material puede ser ajustada por el corazón y la acción del hombre.

Ya Feuerbach había escrito en la Esencia del Cristianismo que «Dios es la opción del corazón cambiado en un presente feliz», o sea el deseo humano de ver abolida la distancia entre el querer y el poder, entre el deseo y su satisfacción, entre la intención y la realización... y tras él, Marx, subrayando la naturaleza "metafísica" y filantrópica de su pensamiento, había tomado de él la tensión moral que empuja hacia la superación de la alienación.

¿De dónde nace ese deseo si no es de la experiencia filogenéticamente humana nacida en el comunismo "tosco y primitivo"? ¿Cómo puede haberse inventado ese deseo, si no es recordando y aspirando después a reunir la realidad con la fantasía, la experiencia del dolor y del sufrimiento con el anhelo de vencerlos y superarlos? Reconociendo que la Humanidad ha vivido este periodo tosco y primitivo, el comunismo ya es posible, más bien necesario para el materialismo dialéctico, que no se limita, en nombre de una filosofía filantrópica, a auspiciar tal resultado, sino a actuar hacia dicho objetivo según un plan de especie que pasa por la lucha y la conquista de las condiciones favorables para esta meta.

Las concepciones utopistas habían idealizado una humanidad feliz desde sus orígenes; el materialismo histórico, sin excluir la aportación de las ciencias y de un método que hiciese propias las conquistas de las técnicas particulares, se ha apoyado en la experiencia probada de la vida orgánica originaria (ver a Morgan) para teorizar el comunismo. Partiendo de esta consideración capital, es hoy la única "filosofía" que defiende que sólo en un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas la historia se ha convertido en historia de la lucha de clases, y lejos de lamentarse o de reclamar nostálgicamente un pasado mejor, ha defendido la necesidad de que el proletariado como clase, apoyándose en unas condiciones de vida insoportables, supere de una vez por todas la sociedad dividida en clases.

No se trata de un "deseo piadoso", sino de un análisis lúcido, sin prejuicios y objetivo de la realidad social y de la economía dominante, para analizar las fuerzas y las formas que están en grado de eliminar las condiciones de su propia explotación y de la alienación de toda la humanidad.

De esta manera la opción del corazón se convierte en una acción no desligada de la razón, es decir de los métodos, de las reglas, y si queremos de los ritos necesarios para reivindicar y conseguir el socialismo. El materialismo histórico, sólo en nuestra versión histórica, ha intentado llevar a cabo este módulo orgánico de pensamiento y de acción, en el cual se unen sentimiento, razón y fe.

Siempre hemos concebido el Partido como este núcleo que configura el Comunismo, lo cual trae consigo el rechazo de la imperante y devastadora teoría subjetivista del liberalismo, el cual cree que la historia la hacen los individuos, para lo cual debe aceptar ingenuamente fábulas "metafísicas" del tipo mano invisible y misterios que más tienen que ver con la magia y las alucinaciones.
 
 

Lo Racional y lo Real
 

Las reglas de racionalidad de nuestro método y de nuestro "rito" no deben confundirse con los criterios de racionalidad desnaturalizada y apartada de la realidad propios del racionalismo burgués, desde Descartes hasta hoy. Reivindicamos una racionalidad no ajena a las razones del sentimiento, y por lo tanto no tan instrumental, simplemente útil para la acción y el resultado, sino ligada a un plan general que reconocemos inscrito en todo el arco histórico tal y como nosotros nos lo representamos, desde el hombre armado con una porra, al hombre comunista del futuro. También en este caso, si bien no negamos que nuestra ciencia se resiente de los contextos culturales en los que se ha desarrollado para nacer definitivamente, no aceptamos que se confunda con cualquier otra terapia o sistemática contingente.

Es como si reconociéramos que el materialismo de Marx es idealista y el de Engels evolucionista. En nombre del Partido y de la milicia comunista siempre hemos rechazado un análisis escolástico y académico, de la misma manera que hemos rechazado la reducción de nuestro materialismo a un simple canon de interpretación histórica, eficaz, si, pero nada más que método, pura y llanamente método. Preferimos decir que es un rito preciso en el sentido religioso del término, un vínculo que une a los militantes en un mismo plan social de especie.

La misma demostración "por hipótesis", típica del racionalismo, ha sido desmentida por nuestra manera de actuar, partiendo de la base de una experiencia fundada sobre la historia y sobre la dialéctica, es decir sobre fuerzas y formas de desarrollo que no pretendemos ni edificantes ni simplemente deseables, sino necesarias, objetivas.

Nuestros modelos cognitivos no coinciden con los modelos corrientes y de curso legal, porque se proponen transformar la realidad, no conocerla, como piensan los teóricos burgueses en todos los campos.
 
 

La Objetividad
 

La misma objetividad, término y problema "mítico" en nuestro lenguaje, por lo menos en lo que a la "dialéctica" se refiere, asume en nuestra filosofía un significado original que no puede confundirse con el que habitualmente difunden otras corrientes.

No existe ninguna teoría que no haya reivindicado un poquito de sano materialismo, para después adaptarlo a su interpretación subjetiva: «No hay ninguna duda de que muchas cosas existen o que han existido hace tiempo y que ya han dejado de existir sin que ningún hombre las haya visto o conocido nunca, y sin que le hayan sido de utilidad» (Descartes, Principia Philosophiae).

Pero la cosa permanece. Lo que cambia es el criterio de su inteligibilidad: se convierte en objeto en tanto no seamos capaces de expresarlo con un lenguaje correcto y pertinente. El lenguaje por lo tanto, puede transmitir – por lo menos en una cierta medida – un mensaje científico; pierde esta posibilidad y esta dignidad cuando es la expresión de una fe acrítica en los elementos de los sentidos y de la tradición, entonces el lenguaje se vuelve impropio, "impertinente", ocupando el prejuicio el lugar de la ciencia.

Pero nuestro lenguaje es típico de un órgano no subjetivo y no individual, ya que la objetividad a la que nos referimos no es la de un modelo neutral, compartido por todos independientemente de sus connotaciones de clase. Esta es una ilusión en la que no creemos. Precisamente en la guerra de los lenguajes estamos anclados a la tradición más pura y "purista", fuera de las maniobras oportunistas que tan mal han acabado en la historia reciente. La objetividad no puede ser para nosotros una definición escolástica, y la misma materia para nosotros no es lo mismo que lo predicado por las corrientes físicas y filosóficas corrientes; no se trata del descarnado lenguaje simbólico-algebraico, ni del lenguaje propio del materialismo vulgar: nuestro lenguaje es el de las Tesis que el Partido ha sabido cristalizar en el tiempo; siendo consciente de que se trata de pura ciencia, sino de la lectura que ha sido posible y necesario hacer, el esculpimiento de la teoría, pese a que hayan sido muy impropios y poco eficaces nuestros utensilios actuales.

Decimos todo esto para remarcar que al igual que no nos arriesgamos a enriquecer o a modificar, tenemos que reivindicar la absoluta originalidad de nuestro método y de nuestros ritos, so pena de caer en el eclecticismo, el existencialismo, la confusión lingüística y doctrinaria que todo lo arruinan.
 
 

[RG61]
El Manifiesto Comunista
 

Mientras las corrientes teórico-filosóficas burguesas han renunciado explícitamente a todo tipo de programa visible en el campo histórico-político y mucho más a un Plan de especie, los comunistas seguimos firmemente asidos a nuestro programa histórico general. ¿Qué mejor Plan que el que se presentó a los proletarios de todo el mundo con la publicación del Manifiesto del Partido Comunista en 1848? El Plan de especie que nosotros reivindicamos no podrá llevarse a cabo si no afirmamos la necesidad del partido, de su función histórica, hasta la toma del poder, del ejercicio de la dictadura proletaria para la primera "reforma" radical de la podrida sociedad puesta en pie por el Capital mundial.

Ayer como hoy, para quien lo pueda ver:

«Un espectro recorre Europa – el espectro del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han aliado en una santa cruzada contra este espectro: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, radicales franceses y polizontes alemanes. ¿Qué partido de oposición no ha sido tachado de comunista por sus adversarios gubernamentales; qué partido de oposición no ha devuelto la infame acusación de comunismo tanto sobre los hombres más progresivos de la misma oposición, como sobre sus propios adversarios?
«De este hecho se deducen dos tipos de conclusiones. El comunismo ya es reconocido como una potencia por parte de todas las potencias europeas. Ya es hora de que los comunistas expongan abiertamente ante el mundo su manera de pensar, sus finalidades, sus tendencias, y que contrapongan ante la fábula del espectro del comunismo un manifiesto del mismo partido.
«Con este fin se han reunido en Londres comunistas de las nacionalidades más diversas y han redactado el siguiente manifiesto que será publicado en inglés, francés, italiano, alemán, holandés y danés».
Esta es la introducción al Manifiesto. Quien lea con espíritu revolucionario no tardará en darse cuenta que basta con cambiar los nombres de los gobernantes y extender el área a todo el mundo (teniendo en cuenta que en esa época había sobre la Tierra cerca de 1500 millones de personas y hoy más de 5000) y tenemos completado en cuadro: han aumentado los ricos, pero se han centuplicado los pobres, los desheredados y los hambrientos. Nos encontramos ante un mundo que se resquebraja, una sociedad que día tras día va de mal en peor.
«La historia de todas las sociedades existentes hasta la fecha, es la historia de la lucha de clases (...) La sociedad burguesa moderna, surgida del hundimiento de la sociedad feudal, no ha eliminado los antagonismos entre las clases. Solamente ha sustituido las antiguas formas de opresión y las antiguas formas de lucha por otras nuevas».
Siguiendo la estela de los revolucionarios de hace un siglo y medio, se encaminaron los que, armados con las experiencias pasadas del movimiento obrero y del desarrollo del capitalismo, fundaron una organización comunista mundial, la Tercera Internacional. Se constituyeron partidos comunistas en casi todos los países y hubo una nueva tentativa de asalto al cielo con la Revolución de Octubre y un fermento general de grandes masas proletarias especialmente en Alemania. Pero la contrarrevolución bajo formas reformistas, socialdemócratas y estalinistas, hizo que los movimientos revolucionarios más avanzados y decididos se desviasen de su camino. La droga del oportunismo se apoderó de amplias masas proletarias y el capital y la sociedad burguesa se salvaron y pudieron proseguir su nefando camino de guerras y destrucciones a todos los niveles.

Año tras año, de norte a sur y de este a oeste se mantiene la barbarie y los trabajadores de diversos Estados se enzarzan en luchas intestinas mientras que falsos profetas aparecen entre las masas sembrando cizaña y falsas predicciones.

Los comunistas, que ni se han muerto ni han desaparecido, invitan a los proletarios a protegerse de estos falsos profetas que, que bajo un disfraz multicolor, como camaleones, intentan una y otra vez engañarlos. No hay nada que "Refundar" [alusión a Rifondazione Comunista]. Sólo hay que retomar el camino correcto.

Frente a esta situación reafirmamos la verdad del comunismo y remachamos una vez más, por si fuese necesario, que el Comunismo nunca ha pretendido afirmarse a través de las ideas, o mediante Verdades creíbles, si bien no excluye la lucha de las ideas para afirmar su verdad. Si no fuese de esta manera creeríamos en un sistema filosófico como otro cualquiera, aunque siempre hemos sostenido que entendemos por Comunismo un régimen social producido por la historia de la liberación de la clase de los oprimidos de ayer y de hoy de la división en clases de la sociedad. En el Comunismo no se realiza una verdad filosófica, sino un proceso real que lleva a su conclusión una lucha de fuerzas reales, no de arquetipos que caminan sobre sus propias patas independientemente de las condiciones concretas en las que se encuentran los hombres, actuando y viviendo según formas determinadas que llamamos clases sociales en lucha entre ellas. De aquí deriva la naturaleza "abierta" del materialismo histórico y dialéctico; y si hemos conocido todos los tipos de marxismos, el marxismo del que habla Hobsbaum, los peores son aquellos que se nutren del "DiaMat" neo-idealistico o del evolucionismo, de inquisiciones y de traición.

En su núcleo fundamental el materialismo histórico tiene su origen en la consideración antidogmática por la cual hay, en realidad, hombres que viven y se encuentran luchando entre ellos por el control de los recursos necesarios para la vida, organizándose según formas heredadas de la historia pasada, y que sólo en particulares condiciones de maduración pueden ser modificadas, mejor dicho, revolucionadas, en la dirección de las necesidades abiertas e impuestas. Lo que hemos querido decir es que en nuestra visión la Necesidad y la Libertad, "adfirmatio est negatio", y la revolución no es fruto de la voluntad individual de nadie, sino el parto que abre a la historia futura la posibilidad de una nueva humanidad.

No hay que afirmar ninguna verdad abstracta, se trata de llevarla a cabo y realizarla.
 
 

No hay que adorar a ningún ídolo
 

Digamos de manera simple e inequívoca lo que quizás nunca hemos dicho: ¿de dónde viene nuestra aversión irreductible hacia el mercado, el intercambio de mercancías y la alienación del hombre? Del odio a la idolatría, fundamento absoluto de la concepción hebraica de la vida. Lucha a los ídolos, a las copias, a las imitaciones, a los sucedáneos, a la venta de pacotilla, al comercio de las ilusiones. No olvidemos que Marx, de origen cultural hebreo, pero apóstata como todos los grandes, no podía olvidar su núcleo fuerte, auténtico.

El análisis que hace Marx de la sociedad capitalista, su dolorosa aparición, profética y ardorosa, la esperanza de salvación que le permite entrar de lleno en el Infierno del Capital, sólo puede culminar en la resurrección del hombre nuevo, liberado y salvado de los horrores de la muerte. La denuncia y la lucha sin cuartel contra la acumulación, el beneficio, como valorización del capital en cuanto capital, trae consigo la destrucción del Ídolo por excelencia, el Becerro de oro, ante el cual se postraron los israelitas mientras Moisés recibía, en medio de nubes luminosas, las Tablas de la Ley.

El sueño y el despertar culminan en el hombre, el cual ya no necesita vender nada de sí mismo, porque intercambia humanidad, expresión auténtica de su ser, no según relaciones y medidas idolátricas, sino según la naturaleza y la cultura liberadas de la servidumbre y de la muerte.

En un mundo en el cual el triunfo de lo falso, de lo imitado, de lo copiado ha llegado a su apoteosis y a su más evidente degradación, luchar contra el Capital significa una lucha cada vez mayor y mejor por la vida y contra sus subrogados, por el Arte contra los desperdicios, por el Conocimiento contra el culto a lo falso y a lo ambiguo. Solamente el Comunismo, como plan de especie, está en grado de proponer el reino de la plenitud y de la satisfacción completa.
 
 

La destrucción de la Razón
 

Ninguna Razón que idolatrar, en todo caso destruirla... ¿Pero qué razón se deja destruir y cómo? El culto de la Razón, como diosa, medida suprema de las relaciones humanas, que culmina en la escandalosa danza de la bailarina en Notre Dame, ¿es la Razón de la Burguesía, o lo es de la universalidad del género humano?

No es creíble que esta diferencia capital haya escapado a las consideraciones de G. Lucaks: la razón burguesa había podido proponerse como Razón universal e identificarse efectivamente con ella. ¿Pero cuando se inicia su disgregación? Pues cuando ya no puede presumir de razón universal, o sea cuando la bailarina aparece como lo que realmente es, una prostituta acabada, muy lejos de la diosa o de la joven y virgen vestal que pretendió ser.

¿Con esto se quiere afirmar el retorno legítimo de la antigua agresión (¿nueva?) y bárbara del instinto, de la violencia? Entendámonos: ¿violencia de quién? ¿De la naturaleza imperialista del Capital, del instinto irresoluble de la Razón burguesa, de su necesidad de auto-conservación contra el instinto agresivo (literalmente: que avanza) del enemigo histórico que es el proletariado? ¿Es necesaria pues la violencia de una Nueva Razón histórica? ¿O de una Nueva Reforma? No son preguntas baladíes.

Es cierto que la Razón universal es ya sólo una noción ideológica, y como tal desmentida por su actitud histórica de no producir los efectos deseados, y en particular aquellos sobre los que juró: los principios de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. El monarca que se muestra incapaz de dar fe a su juramento, es digno de ser derrocado, no por razones morales, sino por incapacidad manifiesta (Hobbes).

La Razón es realmente algo sin medida, y ha producido los mayores desequilibrios que ningún régimen social ha determinado jamás, llegando incluso hasta la protesta de la Madre Naturaleza la cual grita que ya no puede soportar más a los bárbaros y sus estragos.

¿Tendrá la Razón el buen gusto de quitarse de en medio? Está totalmente descartado. ¡De lo contrario poseería el sentido de la Medida!
 
 

Restauración y Revolución
 

Marx, en la Crítica al Programa de Gotha, ya había advertido que sólo el comunismo podrá resolver de manera satisfactoria, siguiendo un conocimiento racional completo, las contradicciones entre interno y externo, bajo y alto. Derecha e izquierda añadiremos nosotros hoy. De hecho todos, ideólogos y politicastros, están empeñados en el trabajo de resistematización del mapa de la política y de los diversos totems en los cuales, según ellos, no tienen ya sentido las viejas distinciones, hundidas bajo las masacres del... comunismo.

Naturalmente no nos interesan sus evoluciones, pero si paradójicamente los tomásemos en consideración por un momento, podríamos decir que no es precisamente nueva la advertencia de la Izquierda (término que reivindicamos y escribimos con mayúscula, refiriéndonos a nuestra formación de 1921) de que fue la llegada del fascismo y la derrota de la Revolución proletaria mundial lo que hizo saltar las viejas categorías. Igualito que ahora (1989) precisamente cuando todos fingen despertarse en una nueva vida, o demencia senil.

En realidad, hasta la segunda posguerra, mientras la derecha y la izquierda se desafiaban a través de improbables neo-resurgimientos o diatribas parlamentarias y pugilatos entre cadáveres ambulantes, hemos sostenido que la única batalla digna de librarse es la batalla entre Restauración del Partido y de la Doctrina y la Contrarrevolución. No hemos tenido que esperar las últimas noticias para plantear la dura tarea que nos impone la fase putrefacta del capital. Así, mientras los autores del Progreso se rasgan las vestiduras desesperándose en medio de vaniloquios de todo tipo, nosotros indicamos al proletariado la necesidad de mantener alta la cabeza manteniendo un lenguaje justo, con el cual no nos avergonzamos de reconocernos como Restauradores de las formas necesarias para conseguir la victoria, y estas formas son el Partido, la Teoría y el Sindicato de Clase, puntos básicos para derribar la realidad existente.
 
 

Negacionismo revolucionario
 

A los ojos de las corrientes idealistas pequeño-burguesas, fuimos y somos "nullistas revolucionarios". No nos ofende esto, ya que nuestro patrón de medida, la teoría revolucionaria, no está sujeta a adquisiciones o interpretaciones subjetivas. Nunca hemos creído que la praxis revolucionaria pudiese surgir de la opinión de los individuos, aunque se tratase de grandes luchadores y dirigentes como Marx o Lenin. Esta actitud nos ha permitido situarnos al nivel de la teoría invariante, que solamente mantiene el órgano partido, llegando a los Planes de especie, que maduran dialécticamente en la Historia no por decisión de Fulano o Mengano, sino siguiendo los grandes ritmos de los modos de producción y de las Revoluciones que se verifican solamente en unos periodos y circunstancias particulares identificados por ese órgano colectivo que es el Partido.

Esta actitud particular que nos ha valido una soledad y un aislamiento histórico no deseados, pero necesarios, no puede ser compartido de ningún modo por esas confusas corrientes existencialistas-hermenéuticas que están de moda desde hace 50 años, y que han ido empeorando en los últimos tiempos, jactándose de haber rechazado claramente cualquier vínculo con el materialismo histórico, por débil que fuese, pese a que no hace mucho tiempo se declaraban "compañeros de viaje".

¿Deberíamos enfadarnos por esto? En absoluto. El arco descendente de la ideología burguesa no solamente no tiene nada que proponernos, y es algo que reconoce, aunque lo hace jactándose, porque ve en su falta de proyecto actual, en su imposibilidad de planificar cualquier cosa a largo plazo, la culminación de su triunfo, de su propia nulidad. Finalmente, dicen, estamos libres de todo condicionamiento ideológico: podemos pensar lo que nos dé la gana, pese a que reconozcamos que no estamos en grado de pensar nada.

Por el contrario nuestro pasado y presente "negacionismo", no ha perdido el contacto con los "asquerosos hechos", que estudiamos detenidamente usando para ello las inadecuadas Teknai del enemigo, y sobre todo la gran tradición teórica. No sólo la que nació como un bloque único en la edad de las revoluciones de clase modernas, sino también las grandes tradiciones del pasado que no dejan de darnos la razón, al derrotar una y otra vez al fácil, pequeño y miserable subjetivismo surgido de la disgregación burguesa, de su demostrada incapacidad para pensar a lo grande, siguiendo las exigencias de la historia y del mismo individuo, su ídolo, contribuyendo a aplastarlo, convirtiéndolo en algo ridículo y risible, cada vez más solo, aislado y sin voluntad. Nuestro rechazo a "enriquecer", ajustar, manipular, ha sido correcto y positivo, y nos pone en condición de no deber nada a las corrientes enemigas, destacando, por el contrario, solamente de ellas su confesada impotencia, su propia y teorizada debilidad vergonzosa.
 
 

El centralismo orgánico
 

Por esto reivindicamos sin fisuras el carácter "científico" del materialismo histórico y dialéctico, precisamente porque «Marx nunca ha sido tan actual: el fin de los "partidos comunistas" es su venganza póstuma» (Roger Garaudy, convertido... al Islam).

No se trata de una falsificación de la teoría marxista tan del gusto de los epistemólogos a la Popper, que tantos seguidores parecen tener, sobre todo en Italia. Marx previó (conjeturó dicen ellos) que «el capitalismo creará cada vea más riqueza y contemporáneamente cada vez más miseria y exclusión. Marx tenía razón» subraya una vez más Garaudy. La teoría codificada por Marx y por Engels, no está cerrada e impenetrable a las "confutaciones", porque precisamente en virtud de ellas permanece como única y sólidaria, capaz de explicar ese misterio. Y no sólo de explicar, sino de combatir para transformar la pobreza en realidad social comunista.

Nuestro módulo organizativo también se liga a estos principios básicos, postulando y practicando el centralismo orgánico, no solamente para compartir el método "científico", sino para disfrutar de una "sociedad" que prefigura el comunismo, en la cual no se debate, sino que se esculpe, a través de la investigación y la lucha, todo cuanto la tradición revolucionaria ha acumulado en experiencias y vida de especie, con entusiasmo, en una visión del tiempo que une la perspectiva y el sentido de las diferencias con la visión única que liga en un solo arco al pitecántropo armado con un palo (a propósito: parece que era amistoso, pero no estúpido e inerme, símbolo de la unidad tribal que nos recuerda a la bestia de la que quizás descendamos...) con el hombre comunista, en un Tiempo único que no entra en contradicción con el Espacio único, según la estricta y dialéctica relación indicada por Einstein, imaginando un Cosmos (orden) que sólo podrá alcanzar la sociedad comunista.

El centralismo orgánico, como módulo de vida interna, permite hablar de todo, en ambiente heimlich, familiar, dirigiéndose hacia ese "perturbador unheimlich" que es la sociedad futura y el hombre futuro, perturbadores porque no pueden dejar de parecerse a nuestro partido actual, al cual definimos como "prefiguración", y que la Especie conocerá no tanto por haber oído hablar de ello, sino como realidad orgánica compuesta no por individuos pequeños e independientes, sino de Humanidad capaz de llevar a cabo su Plan de Especie.

Esto no significa que la concepción comunista no sepa admitir las contradicciones, pero niega que asuman un carácter político dentro de la organización comunista, o sea de conflicto de intereses y de fuerzas.
 
 

[RG62]
Utilidad o "beneficio"
 

Entre filosofías y teorías de un aparente carácter opuesto, es decir, por un lado las que aristocráticamente se jactan de no perseguir ninguna "utilidad" ya que la "filosofía" sería por definición una ciencia fundada en el puro interés teórico, y las que explícitamente, por contraposición polémica en nombre del pragmatismo vulgar, alaban la "naturaleza" del mercado y de su intrínseca armonía preestablecida, no puede haber una "filosofía intermedia", que debería ser la nuestra. Para los autores de la politique d’abord nosotros somos unos pobres y aislados "teóricos" y por eso "revolucionarios baldíos", y para otros siempre seremos "materialistas", vicio de fondo que impide cualquier posible efectividad teórica y que nos ata manos y pies a esas "bajezas", de las cuales ellos estarían a salvo en virtud de su estado de conciencia.

 No deberíamos responder nada en ninguna dirección: pero, no obstante, es útil hacerlo debido a nuestra necesidad interna. Desde siempre hemos considerado que nuestro lenguaje no coincide con el suyo, que nuestro modo de entender "la música, el canto y la danza", que es reconocido por la Izquierda como el lenguaje de las épocas revolucionarias, no se corresponde a su "canto, danza y música". No somos nosotros los primeros en descubrir que el lenguaje se corrompe (ya lo decía Platón en su Crátilo), y para nosotros, junto a las sociedades divididas en clases, dominadas por la brutalidad y el conflicto intraespecífico, el lenguaje está "corrompido", de tal modo que nuestras palabras, sintaxis y teoría no son fácilmente comparables con sus correspondientes palabras, lenguaje y teoría.

 Nuestra filosofía no es "inútil", ya que está subordinada a la praxis revolucionaria, y es al mismo tiempo "invariable", cristalizada en un programa que es casi ahistórico, superando el modo vulgar y contingente de concebir el tiempo y la historia propio de las sociedades basadas en el beneficio. Precisamente porque negamos que esto pueda ser manipulado por intervenciones "creativas", ya sean éstas individuales o de grupo.

 "Utilidad" para guiar el proceso revolucionario, lo cual no debe confundirse con la pregonada por el "beneficio", ya sea éste público o privado, ligado al hic et nunc del interés inmediato y de clase: su utilidad es para la especie, unida a la de la naturaleza en su conjunto, que para nosotros no es una abstracción, como sucede en casi todas sus interpretaciones, desde el iusnaturalismo hasta nuestros días, sino el Ambiente (Umgebung, o sea todo lo que nos rodea) en su acepción más amplia, asunto del cual nuestra especie no puede desinteresarse, sino "conocer" para alcanzar una integración no puramente destructiva, sino activa según los  planes generales racionales que solamente la sociedad comunista podrá concebir y llevar a cabo.

 Por lo tanto no nos encerramos dentro de una "teoría" puramente "teórica", ni dentro de una forma de funcionalismo pragmático fácilmente maniobrable. Esta es nuestra diferencia, que incluso cuando parece coincidir con alguna forma ideológica adversaria, en realidad lo que hace es seguir las  típicas reglas, propias del bloque unitario del que nace.
 
 

El enigma de la riqueza
 

 Al comienzo de la etapa capitalista moderna (1776) Adam Smith escribía La Riqueza de las Naciones, y en ella ironizaba a propósito de la "mano invisible" que gobierna misteriosamente las relaciones económicas entre los seres humanos. Tomemos como ejemplos al panadero y al matarife, los cuales sin ningún tipo de compasión y dando una libre expresión al sacro egoísmo, garantizan el equilibrio de la demanda y de la oferta y con ello el bienestar social de la comunidad.

 Algo genial, sin duda, y así lo reconocía Marx. Pero la riqueza de la que nos habla Smith no es la riqueza de la especie, sino la de la clase capitalista. Pese al "redescubrimiento" del "libre mercado", del "liberalismo" de los que tanto se habla en estos penosos tiempos, sólo el plan de especie posible en el comunismo puede dar una respuesta digna al asunto del enigma riqueza.

 «Producción por la producción no quiere decir otra cosa que desarrollo de las fuerzas productivas del hombre, es decir desarrollo de la riqueza humana como fin en sí mismo. Si se contrapone a este fin, como hace Sismondi, el bienestar del individuo, se afirma que el desarrollo de la especie debe detenerse para asegurar el bienestar del individuo, y que por tanto, por ejemplo, no debería haber ninguna guerra, porque en toda guerra hay muertos (...) No se comprende que el desarrollo de las capacidades de la especie humana, aunque se lleve a cabo a costa de un mayor número de individuos y de ciertas clases, rompa finalmente este antagonismo coincidiendo con el desarrollo del individuo, o sea que el mayor desarrollo de la individualidad no se conquista más que a través de un proceso histórico en el cual los individuos son sacrificados; abstracción hecha de la esterilidad de tales consideraciones, ya que las ventajas de la especie en el reino humano, como sucede en el animal y el vegetal, triunfan siempre en detrimento de las de los individuos» (Marx-Engels, Teorías sobre la plusvalía).
 Se ha hablado a este respecto de un Marx "sotérico", en el cual no faltarían trazas, por así llamarlas, "nietzscheanas". No existe tal problema. La contradicción en Marx y por tanto en nuestra escuela no es ni una comida de gala ni un misterio religioso, si bien deberían explicarnos por qué no hay Iglesia o Patria que no se coloque delante de sus caídos en las guerras para honrar... a sus hijos, que naturalmente, en última instancia, son proletarios. El sacrificio sublimado que cínicamente, por parte de las clases poseedoras, se convierte en monumento al soldado desconocido, coincide con la explicación del pasaje de Marx que hemos citado.

 Contra esto resulta vano invocar la libertad de la relación vendedor-comprador, rejuvenecida por las actuales proclamas a favor del "mercado":

«Las relaciones que se expresan entre el comprador y el vendedor son relaciones tan poco individuales, que estos dos personajes entran en esta relación sólo en la medida en que su trabajo individual es negado, o sea se convierte en trabajo de ningún individuo, se convierte en dinero. Y al igual que es una necedad por tanto comprender estos caracteres – desde el punto de vista económico burgués – del comprador y del vendedor como formas sociales eternas de la individualidad humana, es igualmente erróneo lamentarse de ellos tratándolos como la abolición de la individualidad. Son una expresión necesaria de la individualidad sobre la base de un determinado estadio del proceso de producción social» (Marx, Crítica de la Economía Política)
 El nexo entre individualidad ó individuo-especie es, como puede verse, dialéctico; y fuera de la nuestra no hay ninguna otra explicación capaz de plantearla y responderla adecuadamente. Diremos, esta vez con Gramsci:
«"No tengáis miedo a los granujas ni a los malvados. Tened miedo del hombre honesto que se engaña: actúa de buena fe hacia sí mismo, cree en el bien y todos se fían de él; pero, desgraciadamente, se engaña acerca de los medios para procurar el bien de los hombres". Este argumento del abate Galiani era empleado contra los "filósofos" en el siglo XVIII, contra los jacobinos futuros, pero es válido para todos los malos políticos que actúan con buena fe». (Gramsci, Quaderni dal carcere).

 

Honestos, granujas y malvados actualmente
 

 Pero actualmente, honestos, granujas y malvados se han unido en una única empresa, la de impedir el plan de especie que sólo la revolución comunista puede realizar: para ellos nunca ha sido tan evidente el hundimiento del "socialismo real" y el presunto "fin de las ideologías". Tras el derrumbe es más fácil hacer el balance de las víctimas y de los daños. El baile entre "honestos" que no tendrían ni idea de economía, según el abate Galiani, y que actuarían de buena fe, y "malvados y bribones" que obtienen tanto del Estado como de mafias privadas las condiciones favorables para un mercado cada vez más floreciente de comisiones militares, está ante los ojos de todo el mundo.

 Además tienen la desfachatez de fingir un plan general, capaz de armonizar crecimiento demográfico y recursos mundiales. La reciente conferencia de El Cairo en torno a la cual se ha organizado una gran parafernalia es un clarísimo ejemplo. El mismo vicepresidente «ecologista» americano Al Gore, ha admitido:

«representamos menos de un cuarto de la población mundial, pero utilizamos tres cuartos de las materias primas existentes. Un niño nacido en América tendrá un efecto sobre el medio ambiente treinta veces mayor que un niño nacido en la India. Los ricos del mundo tienen la responsabilidad de afrontar su propio impacto desproporcionado».


 Por su parte, los fundamentalistas islámicos y cristianos se presentan como defensores de la vida a toda costa, enarbolando principios que día tras día contradice su praxis, hallándose detrás de todas las operaciones secretas político-diplomáticas realizadas por el imperialismo: los islámicos denuncian las tentativas de estrangulamiento de sus riquezas y de sus capacidades de redención, redención basada en la natalidad y el aumento de la población, notoriamente el arma de las así llamadas naciones pobres y tal vez "proletarias"; ¡fascismo docet!

 ¿Pero dónde está el plan de especie? Estos no son más que planes que evidencian la incapacidad de hacerlos por parte del Capital, de su anarquía productiva y distributiva, la cual ha alcanzado un grado de destrucción tal que necesita genocidios de pueblos enteros. Esto es algo más que la contradicción entre individuo y especie. ¡Nos encontramos ante la evidente incompatibilidad entre vida y muerte!
 
 

Hiperempirismo actual
 

 Por eso, en un pasado reciente, hemos polemizado ásperamente con las distintas formas de oportunismo que se reclamaban a la acción, al principio de adhesión a la real politik, y demás enredos: nos dimos cuenta perfectamente que antes o después habrían renunciado a la idea misma del socialismo, aunque fuese desde el punto de vista socialdemócrata, aborrecido desde siempre por nosotros.

 Escribíamos en 1971 (Reunión de Cortona):

«¡O bien la Historia retrocede o bien son nuestros científicos y oportunistas los que harán como el cangrejo y, sin acogerse a ellos, caerán mucho más bajo que los socialistas utópicos, que Fourier,  Owen y Saint Simon! Se nos podría objetar que ya se concibió una sociedad comunista antes del marxismo, incluso en la antigüedad, de Platón, al Renacimiento, a Campanella; esto es cierto, pero siempre fueron sociedades comunistas «reaccionarias», que se fundaban sobre el poder y las estructuras ya establecidas, las cuales legitimaban y justificaban; no postulaban la sociedad sin clases. En este punto también el Estado ético de Hegel es comunista. Pero da igual porque, en medio de la confusión actual, y perdida la brújula del programa comunista, cuando se pregunta: ¿qué es el socialismo?, se responde que no hay modelos, que todo está por ver, que sería esa sociedad en la cual se desarrollarán las fuerzas productivas, corriendo el riesgo de sugerir como modelo de socialismo al Japón o Alemania. La falta de tesis significa idealismo absoluto, o bien hiperempirismo; responder que el socialismo es pensable pero no concebible equivale a caer en el más craso agnosticismo, confesando la propia impotencia de cara a la realidad».
 ¡Y en esas estamos! De la política en primer lugar hemos pasado al realismo de quien no sólo no osa pregonar su propia hegemonía, sino que además confiesa no estar en grado de proponerse siquiera como oposición democrática creíble. De realismo en realismo, nos encontramos a remolque de la realidad existente. La tan propagada creatividad, praxis, actividad, se consideran ya mercancías de mala fama y obsoletas: ya solamente les falta  reconocer la propia legitimidad política al servicio de la «sociedad» y de la nación.

 El "socialismo-realista" no es otra cosa que la hoja de parra de la traición perpetrada desde hace muchos años y que ha dejado su marca no sólo sobre los actores de esa época, sino también sobre los futuros renegados e imitadores. De esta manera somos los únicos que seguimos considerando el socialismo como ciencia. ¡Mejor que sea así!
 
 

Las dichosas prisas
 

Hoy en día, y cada vez más, «se trabaja con prisas; cada vez hay más competición y una mayor agresividad, y en medio de esta decadencia el riesgo de error aumenta» (François Biraud, astrónomo). ¡Frente a la ciencia conviene eliminar cualquier vileza, porque la ciencia no es amante de las prisas!

 Los sistemas antiguos podían parecer estáticos hasta el punto de representarse como eternos. No por casualidad la "superestructura" por excelencia, la síntesis de todas las superestructuras se llamó Metafísica. La definición que dio de ella Aristóteles, es decir,  la "ciencia del ser en cuanto ser", tiene mucho que ver con los principios postulados por la Razón, y en cuanto tales no son verificables y controlables, según los métodos empíricos. Nosotros podemos sostener que al ser la Metafísica una "superestructura" (lo bonito es que esta definición nuestra es cierta tanto en sentido metafórico como estrictamente filológico) es una proyección de la Fusis, de un modo de producción relativamente lento y duradero: por esto aparece la ciencia de la estabilidad y de la certeza. Pero todas las épocas tienen su Metafísica, ó más bien, como se admite abiertamente hoy, sus Metafísicas, en contraposición una con otra.

En verdad no tenemos prejuicios teóricos antimovimiento o antiacción, pero hemos señalado una y otra vez que la fórmula bersteiniana el movimiento es todo, el fin no es nada es la premisa de todos los revisionismos oportunistas, y estamos convencidos de que la agresividad y la competición traen consigo riesgo de error, como admite Biraud, hasta el punto de comprometer la veracidad de la ciencia. Para ofrecer una valoración un poco más completa, hablaremos de la tesis según la cual el paroxismo alcanzado por el capitalismo decrépito ya no es capaz de producir "ciencia", cosa que sí pudo hacer en sus albores, en su "filosofía matinal", llegando Marx a reconocer su valor clásico, especialmente en el campo de las ciencias naturales, de las cuales se declara abierto partidario en su Introducción a la Crítica de la Economía Política.

 No lo hacemos en nombre de una Razón Absoluta, de una ciencia definida de una vez para siempre, con la pretensión de establecer la consistencia del "tì estì" de Platón y Aristóteles, sino precisamente en nombre de la historicidad de la misma Razón, de su "genealogía".

 Cuando nosotros defendemos la Razón del proletariado y de las clases subalternas, y por tanto una Razón partidaria, porque lo es de clase, no lo hacemos porque sea por definición la Razón "opuesta", sino porque es también una razón genealógicamente justificada, la última en orden cronológico y de necesidad, producto histórico, con sus límites y errores que ciertamente no olvidamos. Razón, por tanto, que tras reclamar sus derechos, aspira a hacerse Razón humana en general, con todos los riesgos de recaer en la Metafísica, proponiéndose como Razón absoluta, algo totalmente fuera de nuestras premisas, a las que procuramos mantenernos fieles.

 En definitiva: ningún miedo: el comunismo no es el fin de la historia. Es sólo nuestro fin. Y sobre todo, como hemos dicho tantísimas veces, es sólo el comienzo de la verdadera historia humana.
 
 

[RG63]
Moral individual y social
 

«Hagamos por lo tanto que un Príncipe triunfe y mantenga el Estado; los medios siempre serán considerados honorables y alabados por todos; porque el vulgo sólo se guía por las apariencias y por lo que ve; y en el mundo es el vulgo quien predomina» (N. Machiavelli, De principatibus).
 Debemos meditar, partiendo de las leyes elementales de la dialéctica, ó ciencia de las contradicciones, y preguntarnos el por qué, una vez en el Poder, toda fuerza política tiende a presentarse (y si verdaderamente es tal sabe presentarse así) como capaz de representar a toda la Sociedad, hasta el punto de que las fuerzas derrotadas, aunque parezcan consistentes y creíbles, e incluso manifiesten la veleidad de contestarla y combatirla como expresión de parte, no tienen ni el prestigio ni la credibilidad como para dar la vuelta a la situación. La razón de esto se halla en el hecho de que "en el mundo es el vulgo quien predomina", el cual prefiere no ver, por amor a su propia comodidad y bienestar, pero no sin antes haber intentado comprender mejor porqué "quien vence siempre quiere presentarse como legítimo y digno del puesto que ocupa".

 La explicación de esto estriba en el hecho de que la conquista del poder da la impresión que la Razón esté de su parte por haber conciliado las contradicciones, por haberlas "quitado", dando al "vulgo" la impresión de poder disfrutar de dicho resultado. En segundo lugar porque una vez en el Poder, incluso las fuerzas que en la fase del combate parecían quebrarse, ahora saben encontrar el orden y dan una impresión de estabilidad.

 La Razón de la fuerza, ante hechos consumados, adquiere la dignidad del Derecho y de la legitimidad. No por casualidad San Pablo sostenía que "todo poder viene de Dios". Este es el modo común de entender la así llamada "ciencia política", que sería válida en cualquier época y en cualquier país. Nosotros, por el contrario, defendemos que en las sociedades divididas en clases el más realista de los estudiosos de la política no puede ir más allá de las razones de su propia clase.
 
 

La razón de Estado
 

 No nos dejamos conmover por el lamento cotidiano acerca de la incompetencia del Estado debido a la alternancia caótica, en las diversas naciones, de las así llamadas "clases dirigentes" o "élites en el poder": en realidad aprovechan la situación para reforzar y modernizar el aparato de represión contra el proletariado e, incluso cuando con las formas de una probable estructura federal, y no sólo en el caso anómalo de Italia, se quiere dar la impresión de aligerar la presión de la máquina Estado.

 En el modelo feudal la Razón de Estado, y por tanto la necesidad de sacrificar cualquier razón particular de la sociedad a la suprema unidad del poder de las clases poseedoras, se entendía como algo «por encima de las mismas leyes estatales».

 El naciente liberalismo, empujado por la burguesía emergente y en lucha contra el antiguo régimen, prometía aclarar la relación entre los ciudadanos y el Estado, según la fórmula del "Estado de derecho", del que tanto se habla insistentemente hoy, y que comportaría, al menos a nivel teórico, que todas las relaciones entre ciudadanos y aparatos de gobierno deben estar sometidas a la ley escrita, a la Constitución.  Pero la "Razón de Estado" no se descompone y no desaparece ya que «gracias a la generosa utopía liberal, nosotros los occidentales nos hemos creído que las construcciones, los Parlamentos legisladores, las magistraturas independientes, todo lo que en definitiva define al Estado moderno de derecho liberaldemocrático, podían imponer el dominio de la ley sobre todos los actos del poder, sin exclusión alguna. Pero desgraciadamente no ha sido así» (A. Panebianco, "politólogo", en el Corriere della Sera). Porque: «con la llegada de la democracia la Razón de Estado simplemente se ha mimetizado y sus imperativos han sido definidos más o menos hipócritamente como Unión nacional».

 ¿Cuál es la naturaleza del vínculo entre las exigencias de "transparencia" del Estado, definido por todos, y los secretos de los actos de gobierno que deben conseguir sus objetivos a cualquier precio? Misterio. Solamente nosotros hemos explicado de forma clara y racional dicho misterio. El Estado de la burguesía es el Estado de una clase, la que está en el poder, apoyada por sus aliados de turno, pero excluyendo a la clase proletaria, pese a las hipocresías democráticas y populares. El contencioso entre los diversos Estados se mantiene siempre abierto y adquiere una y otra vez mayor dramatismo, y esto a su vez no es más que el reflejo de la tensión originada por la concurrencia, hecho que ningún organismo supranacional o de arbitraje está en grado de resolver. Cada Estado nacional inmerso en la economía global tiende a defender su cuota de mercado y sus intereses: ¿cómo puede dejar de tener la necesidad de una diplomacia secreta propia, sus propios sistemas de corrupción, su propia voluntad de buscar vericuetos y medios violentos ante las contradicciones que se le presentan?.

 Panebianco defiende que la inestabilidad se debe «a la estructura anárquica del sistema internacional de los Estados, dominados por las reglas de la política de potencia y por el hecho de que los órdenes políticos democráticos siempre están potencialmente sometidos a la amenaza de conflictos internos». Muy bien: pero entonces ¿en qué consistiría el ideal de un orden internacional pacífico y capaz de dirimir sus tensiones mediante las normas y el derecho? Esta es la consabida utopía, que debería poner los pies en la tierra recordando la imperfección de la naturaleza humana...

 Los teóricos burgueses parece que no ven el estrecho vínculo que liga el peligro de "conflictos internos" con las luchas y guerras de los Estados entre sí. Nosotros por el contraio hemos defendido siempre que las tensiones y las guerras entre Estados no son más que la expresión visible y traumática de las tensiones de clase internas de cada país, en los que la burguesía, para competir en el exterior, debe mostrarse capaz de mantener el orden público interno, es decir controlada a su propia clase obrera para que no se una a la clase obrera de los demás países afligidos por el mismo mal. Es por esto por lo que ya en 1848 escribíamos: "Un espectro recorre Europa…".

«La cuestión es saber si es útil poner a precio la cabeza de un conocido reo, y armando el brazo de cualquier ciudadano, hacer de él un carnicero. O bien el reo está fuera de los confines del reino o bien dentro: en el primer caso el soberano estimula a los ciudadanos a cometer un delito, y los expone a un castigo, cometiendo así una injuria y una usurpación de autoridad en los demás dominios, y autoriza de este modo a las demás naciones para que hagan lo mismo con él; en el segundo muestra su propia debilidad. Quien tiene la fuerza para defenderse no necesita comprarla. Además, dicho mandamiento echa por tierra todas las ideas de moral y de virtud, que muy fácilmente se desvanecen en el ánimo humano.
«Tan pronto las leyes invitan a la traición como tan pronto la castigan. Con una mano el legislador ata los lazos de familia, de parentela, de amistad; y con otra premia a quien los rompe y a quien los desprecia: siempre contradictorio a sí mismo, ora invita a la confianza a los ánimos sospechosos de los hombres, ora esparce la desconfianza en todos los corazones.
 En vez de prevenir un delito producen ciento. Estos son los expedientes de las naciones débiles, y no son otra cosa que reparaciones instantáneas de un delito ruinoso que está condenado al fracaso por doquier. A medida que crece el esplendor de una nación, la buena fe y la confianza recíproca se hacen necesarias y tienden a confundirse cada vez más con la verdadera política» (De los delitos y de las penas, C. Beccaria).
 Al perro atraillado se le adiestra para que se vuelva desconfiado y agresivo, obteniendo de él una respuesta violenta, para lanzarlo en el momento oportuno contra el enemigo. Esto es lo que hace el Estado moderno, que sólo aparentemente es el cerebro de la sociedad, pero que realmente muestra su incapacidad de llevar a cabo planes capaces de favorecer la confianza y la integración recíproca entre los hombres. ¿Qué otra cosa son los arsenales repletos de armas, qué es el "equilibrio del terror" sino poderosos perros de presa adiestrados por los poderosos para despedazar al enemigo? Quien sabe cómo debe estar el Corazón canino ora invitado a mostrarse confiado ante los ánimos sospechosos, ora azuzado para agredirlos. No se debería hablar así al corazón, colocándolo cínicamente entre dos fuegos, especulando acerca de su atávica confusión.

 Pero los Estados, el Estado moderno, moviéndose de manera permanente en medio de su intrínseca contradicción, no puede escapar de ella. Es necesario quitarle la trailla, restaurando su función correcta. ¿Pero quién puede hacerlo? Solamente quien conoce y está en grado de organizar históricamente un plan de Especie.

 Es lo que siempre hemos dicho: no podemos transformar el viejo aparato, que deberá ser destruido (¡Zertreten!). La Revolución debe pasar por esta vía obligatoria. En cada época histórica se imponen momentos "últimos" y apocalípticos (es decir reveladores) y no se plantean alternativas facilonas. Este presentimiento-sentimiento, y a la vez necesidad, es común a todas las épocas en crisis, que han prometido y mantenido las decisiones tomadas.

 Los que defienden un periodo histórico uniforme, sin saltos, gradual, realmente fingen no ver y no recordar estos saltos coyunturales. O quizás porque los han visto, por así decir, como "bestias irracionales", o contemplándolos sin inmutarse por sus ruinosos efectos, de manera instintiva y superficial.

 Cada momento histórico no es el mismo, ya que procede de manera dialéctica. El paso de la prehistoria a la Historia no podrá ser indoloro, o simplemente "natural". Nuevos cielos y nueva tierra no es una metáfora. Son y serán verdaderamente nuevos cielos y nueva tierra. No será agua de borrajas, un genérico nuevo orden metafísico, sino una condición real, Prometida desde siempre, ante la cual serán llamados los hombres, pero para actuar, no para asistir pasivamente hasta que la obra se realice.
 
 

Bajo el yugo de la necesidad
 

 ¿Pero cómo sacudirse, en la acción, para alcanzar el comunismo, el "yugo" de la necesidad? Este es el núcleo fuerte de la tragedia y de la historia antiguas, así como de cualquier tragedia humana.

 El mundo griego no conoce el concepto de "libre elección" o de "libre albedrío". Su vinculación con la herencia heroico-épica, incluso en aquellos autores que la ponen en duda, es resistente. El nexo libertad-necesidad es dialécticamente estricto y objetivo. No existen palabras mágicas que lo puedan resolver como por encanto. Los hombres se ven obligados a combatir para suprimir o reparar una ofensa, una injusticia, pero haciendo esto se ven condenados a cometer nuevas ofensas, nuevas injusticias. El ánimo trágico se hace definitivamente cómplice eidos y de ahora en adelante cualquier decisión se verá sometida a esta dramática pregunta: ¿vale la pena derramar sangre, se puede evitar, se puede resolver la cuestión según las reglas de la polemicài tècnai? En medio de esta tensión el cálculo racional está presente, pero en la sombra, frente a la tragedia de la elección. La mentalidad heroico-épica siente que detrás de la acción violenta está el favor o la oposición de los dioses.

 Ahora que ya ha caído el velo y que el héroe no puede buscar la excusa de fuerzas "externas" que lo someten a su voluntad, un nuevo mundo se abre ante la humanidad. Prometeo ha arrebatado el fuego a los Dioses y se lo ha entregado a los hombres, pagando por ello un castigo eterno. Los hombres saben que el Fuego del que se han apropiado les devora, y se hace inevitable para ellos hacer un uso responsable de él.

 ¿Hasta que punto es necesario recurrir a la fuerza, a la violencia desplegada, cinética, como decimos nosotros? No es un problema que no nos preocupe: las que no se preocupan son las fuerzas reaccionarias que se creen legitimadas de una vez para siempre en el uso del Estado y de su máquina infernal. Y se comportan como sacerdotes que tienen el poder sacro para hacerlo. Nosotros, por el contrario, que conocemos la dialéctica más y mejor que los Griegos, no se lo podemos permitir. Desde que el hombre tiene un sentido de la historia, sufre con esta elección. La política es tragedia, llegó a reconocer un espíritu épico y aventurero de la talla de Napoleón el Grande. ¿Pero cómo madura esta convicción? Cuando en el mundo antiguo prevalece el "espíritu épico", la responsabilidad está enmascarada por la sumisión ante la voluntad de los dioses. Si el hombre, incluso pudiendo, no tuviese las espaldas cubiertas por una fuerza tan envolvente y desresponsabilizadora, ¿cómo podría afrontar decisiones que obligan a sacrificios humanos, a genocidios, para que la empresa pueda tener un resultado favorable?

El paso al "espíritu trágico" marca una laceración y una fractura. En el ser humano aparece la duda de que el sacrificio no sea honesto, que sea un sacrilegio. Se siente diviido; los Dioses pueden estar con Él, pero él no está de acuerdo consigo mismo.

 Este periodo es largo y complejo, pero se corresponde a un desarrollo ético y cultural que puede alcanzar el grado de categoría, pero es realmente histórico, concreto, documentado hasta el punto de acompañar diversas actuaciones y situaciones, pero vividas dentro de este drama. Renunciar al Hado, al Destino, a la fuerza externa del designio de los dioses significa sopesar no sólo los costes y beneficios (aspecto más pragmático pero que involucra menos al corazón humano), sino más bien la relación del hombre consigo mismo, operando una herida profunda que todavía no ha sanado.

 Esto lo sabe bien quien actúa dentro del campo político. Pertenece a Lenin la afirmación dirigida al pelotón de ejecución: «cuando veáis que llegáis a ser indiferentes, deteneos». Matar trae consigo indignación, conciencia del mal, incluso cuando llega a ser necesario. Mientras este sentimiento siga vivo el hombre será negativo, pero también positivo, porque siente la reacción y por tanto no es una máquina que se modela sobre la sociedad objeto, mercancía, sustituible e intercambiable en cualquier momento. Todavía el hombre se resiste a ser un engranaje, y de su instintiva reacción ante el delito, ante el derramamiento de sangre, puede extraer los motivos para su perfección, la fuerza para continuar cambiando relaciones injustas que le trastornan y obligándole a combatirlas.

 Somos responsables en cuanto somos capaces de ir más allá de la satisfacción inmediata de una necesidad primaria: también el animal es capaz de satisfacer una necesidad primaria, ya que está dotado de un patrimonio genético altamente determinado que le permite escoger incluso mejor que al hombre. Basta con observar como los animales evitan comer cosas perjudiciales para ellos. Pero el hombre, en cuanto homo tecnicus, es capaz de plantearse como objeto de la acción un cierto tipo de objetivo que es el producto de un cálculo (unas veces de manera aproximada, otras claramente erróneo) que se llama deseo consciente de obtener un cierto resultado capaz de satisfacer una necesidad propia. Este cálculo razonado por el momento se destina a una utilidad individual. La capacidad de considerar una cadena de "nexos casuales" que puedan llevarlo al resultado deseado, hace que él mismo sea responsable de su decisión. Pero decidir es algo distinto del puro y simple deseo, aunque sea consciente. Este es el punto crucial de la "acción responsable".Generalmente por "responsable" entendemos una acción que comporta consecuencias para los demás, una acción capaz de comprometer el derecho o las posibles elecciones de los demás.

 Pero primero se trata de establecer si el hombre es capaz de "calcular" los riesgos y los costes en relación a las probables ventajas que un cierto tipo de decisión puede permitirles. Si se piensa en la así llamada "serendipity" y por tanto en la consideración teórica que a menudo obtenemos, en el transcurso de la investigación, precisamente al contrario de lo que esperábamos, especialmente en el ámbito de la investigación científica, deberemos darnos cuenta de lo cierto que es el proverbio referente al decir y al hacer... La pregunta es si el hombre es capaz de decidir desvinculándose "relativamente" del ambiente (Unwelt), y hasta que punto, o bien si su acción está condicionada de manera determinista, o hasta que punto.

 Debemos decir que su predeterminación es "relativa", y que es capaz, en determinadas circunstancias y en virtud de técnicas particulares, de sustraerse al dominio incontrolado del ambiente. Estos procesos se llaman producción y reproducción de su vida material, lo que comúnmente llamamos Economía. El Hombre (no de manera individual sino social) está en condiciones de "modificar la praxis". Debido a una serie de factores favorables él está en grado de "decidir" un tipo de acción que le permite calcular el resultado, incluso colectivo, capaz de conseguir algo útil para su actividad.

 El cálculo razonado de esta posibilidad hace referencia a una acción de este tipo, en el cual todavía no hemos tomado en consideración los intereses y la licitud de los intereses de otros grupos, porque en realidad el cálculo comprende también estas fracciones, no desde el punto de vista de la vida de esos grupos, sino desde el punto de vista del grupo en cuestión.
 El determinismo histórico no es lo mismo que el determinismo "natural", es decir la teoría según la cual la realidad es el conjunto de nexos casuales que pueden ser conocidos y calculados en cada hipótesis de acción dirigida al futuro (pero también, y paradójicamente, al pasado) en la reconstrucción de los nexos causa-efecto.

 Como se ve la acción "responsable" en sentido ético, y por tanto como respeto de los derechos y preocupaciones de las consecuencias que nuestra acción puede comportar para sujetos que imaginamos portadores de análogos deseos y necesidades que satisfacer, todavía no ha aparecido, pero necesita esta base para poder ser clasificada y comprendida.
 
 

[RG64]
El “disensión interior”
 

Se tiende a creer que en el hombre “moderno” la acción responsable es el fruto y la consecuencia de una amplia tensión interior, producto de un inconformismo que le lleva a asumir la responsabilidad, a la elección del Bien contra la tentación del Mal.

Esto en el hombre arcaico está muy lejos de su corazón, sentido quizás como órgano físico y no como sede de un sentimiento, determinado por un obstáculo que le interpone el Cosmos. Una señal que en el universo del hombre arcaico tiene una estructura simple y orgánica, hasta el punto de que su sentimiento personal, el mismo surgimiento de un sentimiento personal se ve como un acontecimiento que se interpone al [ante el] ordenado o necesario desarrollo de los eventos naturales determinados por el “dios”.

Todavía hoy en las mentes “arcaicas”, o que han mantenido fuerte la unión o la nostalgia con el hombre antiguo (nosotros diremos “armado a la última”), el sentimiento lírico se percibe como una especie de debilidad, de recogimiento interior, no entendido como fuente de acción “heroica”, sino de desgarro, de doblez, a menudo proclive a la traición. Es cierto de todas formas que el lirismo fue una forma de resignación a un golpe súbito del exterior, mas que de una libre elaboración personal atormentada y un estímulo a la iniciativa consciente, a la de/cisión responsable.

Esto confirma cuánto han cambiado los valores en el curso de la vida de la especie humana, cuán arbitraria es la pretensión de imponer un Decálogo más allá del tiempo y el espacio. Cuando esto acontece se unen un Tiempo y una Cultura, sin sospechar que el “disensión individual”, la “libertad” como sentimiento, puede ser concebido como debilidad, en lugar de como fuerza, prerrogativa irrenunciable y derecho natural.
 
 

La adesión personal a la milicia en el partido comunista
 

De esto deducimos que la adhesión al Partido, si bien es un acto de libre albedrío, planteado por un deseo interior y subjetivo, es el producto de la interacción entre las determinaciones sociales – que empujan a los comprometidos y a los corazones más sensibles a desear y reconocer los sentimientos y las relaciones propias del comunismo – y la capacidad de discernir, que es también intelectual y fruto del conocimiento, entre los diversos programas políticos, los distintos planos de desarrollo social en conjunto, las interpretaciones contrapuestas de la realidad histórica.

No vemos contradicción entre la adhesión personal al partido, organismo colectivo y orgánico, y la elevación de cada individuo a su método unitario de acción y de pensamiento, que no requiere de ningún modo, como torpemente se polemiza, la negación de la facultad de elaboración y adquisición también individual del patrimonio común de doctrina, que, en cuanto tal sobrepasa los límites entre generaciones, los ámbitos espacio-temporales y las diversas sensibilidades culturales.

La capacidad de sentir y de razonar del militante comunista, frente a las contradicciones estridentes propias de la sociedad dividida en clases, se vuelve [orienta hacia] su aspiración, que es personal y colectiva, le lleva a recomponerse en una dimensión orgánica feliz. Si hay controversia, como en el hombre arcaico, proviene del exterior del partido, y golpea su sentimiento que no acepta ni se resigna a la contradicción, al mal social opuesto al sueño de una polis que se corresponda a un ideal de justicia, belleza, organización armónica de historia y de naturaleza. Asumir la responsabilidad personal en el Partido se transforma en alegría y entusiasmo, en sentido moral, en el significado de que él renuncia a la ilusión romántica de modificar la realidad solo con sus propias fuerzas, en nombre de la colaboración fraterna con quien siente y desea del mismo modo, antes incluso de pensar análogamente.

La fuerza y las capacidades individuales del militante están integradas sin contradicción en la sensibilidad, en el método, en la historia, en la doctrina colectiva, que en el partido asumen la dimensión y la forma de acción revolucionaria, capaz de pensar y batirse por el único e compartido plan de especie.
 
 

Nuestra Ley
 

Ciertamente, nosotros no conocemos la moral absoluta de los popes, de los curas, de las universidades, del Vaticano, o de las misas de domingo a mediodía. El imperativo categórico de Kant y el filosófico Cristo sin carne ni sangre y sin las ventajas artísticas de un mito religioso, todo esto nos es tan ajeno como aquel viejo y cruel zorro de Moisés, que descubrió sobre el Sinaí el tesoro de una moral eterna. La moral es una función de la sociedad humana actual, no hay en ella nada de absoluto; ella se modifica junto a la sociedad y sirve de expresión generalizada de los intereses de sus clases, en particular de las clases dominantes. La moral oficial es una cadena ideal sobre el cuello de los oprimidos.

En el curso de la lucha, la clase obrera construye su moral, una moral revolucionaria, que comienza con el abatimiento de dios y las normas absolutas. Por “honestidad” nosotros entendemos “coherencia entre palabra y acción, a los ojos de la clase trabajadora”, bajo el control del objetivo supremo del movimiento y de la lucha: la liberación de la humanidad de la esclavitud, mediante la revolución social.

«Nosotros, por ejemplo, no decimos de ningún modo que no se deba usar la astucia y el engaño, que se deba amar a los propios enemigos, etc. Una moral tan sublime es evidentemente accesible solo a los santurrones hombres de Estado como Lord Curzon, lord Northcliff o mister Henderson. Nosotros odiamos y despreciamos a nuestros enemigos, en tanto lo merecen; les combatimos o les engañamos, según las circunstancias; e, incluso cuando nos decidimos a negociar, no sentimos ningún pálpito de amor que perdone todo. Pero creemos firmemente que no se debe mentir a las masas ni engañarlas acerca de los fines y los métodos de su lucha. La revolución social se apoya en el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado, sobre su fe en sus propias fuerzas y en el partido que le guía. Se puede usar la astucia contra los enemigos del proletariado, no contra el proletariado. Nuestro partido ha cometido, con las masas y a su frente, mil errores con las masas y dirigiéndoles. Estos errores los hemos reconocido abiertamente frente a las masas, y hemos procedido con ellas a los inevitables golpes de timón. Esto, que los hipócritas y santurrones de la legalidad llaman nuestra demagogia, es sólo verdad proclamada a voces para ellos demasiado alta, demasiado ruda, demasiado alarmante. ¡He aquí lo que entendemos nosotros por honestidad, señores Henderson!” (Trostki, Entre imperialismo y guerra, 1921)
¿De qué tipo son los errores de carácter individual, de los cuales la “moral revolucionaria” puede mancharse? ¿porqué los “jefes” se han rodeado de falsos colaboradores? ¿ó porqué no dan pruebas de un buen carácter individual? Puede haber algo de esto, pero sería una verdadera miseria en relación a las necesidades históricas del proletariado. La responsabilidad histórica del Partido no puede reducirse a una especie de normas formales: su verdadero problema consiste en la necesidad de no desviarse de los principios y del programa histórico. No existen garantías formales de que esto no suceda. Para evitarlo sólo existe el trabajo orgánico, sin ilusiones de infalibilidad. Lenin habla infinitas veces de la necesidad de verificar en la acción práctica la teoría, que es la guía para la acción, y propone corregir, también cien veces, si es necesario, lo que no va bien. Está excluido que el partido comunista pueda mentir a la clase que representa. Con mayor motivo que se pueda mentir al partido sin con esto negarlo o destruirlo.
«El esfuerzo de los marxistas de izquierda es conducirse sobre la curva rota por los partidos contingentes para reconducirla a la curva continua y armónica del partido histórico. Ésta es una posición de principio, pero es pueril quererla transformar en recetas de organización. Según la línea histórica nosotros utilizamos no sólo el conocimiento del pasado y del presente de la humanidad, de la clase capitalista e incluso de la clase proletaria, sino que también utilizamos un conocimiento directo y seguro del futuro de la sociedad y de la humanidad, tal y como está trazado en la certeza de nuestra doctrina que culmina en la sociedad sin clases y sin Estado, que quizás en cierto sentido será una sociedad sin partido, a menos que no se entienda como partido un órgano que no lucha contra otros partidos, sino que desarrolla la defensa de la especie humana contra los peligros de la naturaleza física y de sus procesos evolutivos y probablemente también catastróficos» (Tesis de Nápoles, 1965).
¿Cómo encontrar el modo de hacer coincidir el Partido histórico con el partido formal? Primero: no engañarse pretendiendo «estar con el partido histórico desentendiéndose del partido formal»; o, por el contrario, dárselas de tener una organización formal fuerte, tal vez incluso pletórica, riéndose de los principios. ¿Son posibles unas medidas administrativas que puedan garantizar contra toda degeneración y malos comportamientos? Ciertamente no, y lo decimos con el sentido de la experiencia: estatutos y comisiones de control y de vigilancia no solo no han impedido la degeneración, sino que hasta cierto punto han contribuido a alentarla y aprobarla.

Entendemos que hablar de disciplina es hablar de dedicación, de presencia asidua, lucha y conocimiento de las necesidades de la clase, participación activa en las luchas; de esta disciplina nunca tendremos suficiente.

En conclusión: todo menos formas de celo hipócritas, todo menos resignación a las cosas, a la esperanza de que madurarán por sí mismas, sin el hilo histórico que sólo el Partido en su inteligencia orgánica está en condiciones de mantener, aunque sea con todos los defectos y las insuficiencias propias de las diversas contingencias históricas.

Pero sobre todo, en la moral revolucionaria – que no es la suma de los méritos individuales de los militantes, sino un valor colectivo, difundido, medido por una salud que se advierta en la alegría y en el entusiasmo de trabajar conjuntamente contra el Capital y las cosas desagradables que infectan la sociedad de clase – se sintetizan siglos de experiencia y de batallas, se precisan las líneas claras de la táctica y de la estrategia para la victoria definitiva, cercana o lejana poco importa, en relación con la necesidad general de la historia.

Para la moral que nosotros practicamos el problema fundamental a tener en cuenta es el de no engañar jamás al proletariado traficando con los principios o yendo de “astutos” contra sus intereses vitales permanentes, mediatos e inmediatos. Las astucias a veces poco sirven incluso contra el enemigo, que lo que teme de nosotros esencialmente es la coherencia revolucionaria: sabemos bien que no son ni los escamotages de “007” ni los gladiadores sin cerebro y sin corazón los que garantizan la posible victoria. En nuestra moral, considerada ingenua por los oportunistas de siempre, la defensa de las condiciones inmediatas de vida, la lucha económica y sindical no está nunca en contradicción con el fin político, con la toma del poder; por el contrario: esta forma de entender la lucha es la “gimnasia” justa para los fines más altos de la política, como sostiene Lenin.

En la historia del proletariado, cada vez que el Partido ha defendido con intransigencia sus exigencias materiales y no ha trapicheado, se ha avanzado en los fines: cuando por debilidades internas no lo ha hecho de forma cristalina, ha visto declinar la posibilidad de victoria.

Las astucias contra el proletariado se pagan, porque significan retroceder hacia el maquiavelismo destructor, que significa incapacidad para ligar el medio al fin, demostrando impaciencia o temeridad, o peor aún, resignación y renuncia, con los consiguientes largos periodos de depresión del movimiento. En nuestra versión, “moral revolucionaria” es lo contrario de obligación, puro acto de voluntad, que no refleja las condiciones objetivas de la realidad social. En general, en el ámbito burgués, “voluntad” se entiende como acto que doblega y derriba el obstáculo desinteresándose por su naturaleza: tal actitud lleva a las formas oportunistas que han infectado históricamente el movimiento proletario: voluntarismo, activismo, o por el contrario, acomodación, resignación y renuncia, hasta la traición abierta.

Moral (de mos = costumbre) significa para nosotros comportamiento ligado a la realidad y a los fines, coherencia de largo periodo, capaz de caracterizar e identificar una fuerza social. Para otros ha asumido el significado de voluntad que puede todo, cómo mucho ciega e irracional, arbitraria y ajena al conocimiento de los datos reales de la situación.

Las fuerzas, incluso en el Partido, crecen o disminuyen no en virtud de impulsos voluntarios, como expresión de genialidades metahistóricas, sino que son la entrega y la coherencia que se insertan en la madurez de la realidad social con sus necesidades las que determinan los verdaderos saltos de cualidad del proceso revolucionario. No hay duda de que estos valores conllevan cumplimiento de todas las funciones, entrenamiento, devoción a la causa, incluso si estas no están en condiciones de dar las respuestas que “queremos”. La praxis no es un “hacer” arbitrario, sino un tipo de acción que es producto de fuerzas sociales en contradicción entre ellas, que se pueden modificar sólo sobre la base de la conciencia de su grado de desarrollo, de crecimiento y de decadencia.

Una moral que pretendiese no tener en cuenta estas condiciones no sería más que veleitarismo, demagogia dañina para el movimiento obrero, que ha conocido en el curso de su desarrollo histórico todas las patologías propias de cada momento por el que ha pasado. Todo esto no nos maravilla, sino que nos advierte para no recaer ni en el infantilismo, ni en el verbalismo; tanto menos en el “senilismo”, que podría ser la antecámara de la ruina de todas las clases.
 
 

Salud y degeneración
 

La “degeneración”, una vez atacado el organismo, no es una enfermedad de poca importancia que pueda ser vencida con una terapia a base de “píldoras”.

Quien creyera que la degeneración del partido pudiese ser combatida con cualquier rectificación de la táctica, debería darse cuenta enseguida de que una época histórica entera debía consumarse. Una vez más, ninguna concesión a la resignación, sino una constatación grave y honesta: frente al mal hay una sola cura, defender con las uñas y con los dientes los principios. Cada adaptación fácilmente suministrada estaba destinada a agravar la enfermedad, y habría atacado no solo a la “base”, sino también a los “vértices”, los grados dirigentes.

Por el contrario, la base, tal vez por instinto, continuaría creyendo, hasta expresarse en conmovedores sobresaltos (ved ritos de masa, como los funerales de “grandes jefes”). Pero el “cáncer” poco a poco ha atacado también a la “base”, con la evidente caída de la “moral proletaria” de la que se lamenta de un cierto moralismo obrerista, a propósito de concesiones al consumismo, de moral sexual degenerada (nada más engañoso)... El proletariado en esta óptica habría debido mantenerse íntegro, a pesar de la traición. El cáncer habría debido excusar a... ¡los inocentes!

Pero el ancla de salvación no podría, sin embargo, ser mas que la referencia a las bases “proféticas”, a la “utopía real” del Manifiesto, a la necesidad estructural, para la clase obrera, de reconocer en el Comunismo su lugar histórico natural. La “degeneración” así no estará en condiciones de obscurecer aquella Promesa que viene de lejos, de fuera de la clase, deberíamos decir del exterior mismo del Partido.

Pero el Partido “formal” vive en una unión organizada. Es necesario que un mínimo nexo se mantenga incluso cuando solo un puñado de militantes está en condiciones de hacerlo. En cualquier parte que se reúnan para defender el Programa, que es está el Partido.
 
 

[RG65]
El “Cuerpo místico” del partido de clase
 

El Partido de clase lucha y aspira a un tipo de comunidad humana en la cual ninguno de sus miembros quede excluido de los beneficios de la colaboración y del trabajo común, según la fórmula válida, por su base superior, “a cada uno según sus necesidades”. Este fin último, que es considerado por los adversarios y por los enemigos “utopía”, es en realidad la realización del “cuerpo místico” por el cual todos los movimientos comunistas, en alguna medida, tras el largo curso de regímenes sociales precedentes, antiguos o más cercanos a nosotros, han combatido, intentando, incluso impropiamente, darle consistencia.

En el régimen actual desgarrado por la más aguda división entre las clases sociales, una de las cuales, la burguesía, ha excluido del goce de los bienes necesarios para la vida a la gran mayoría de los pobres, solo en el Partido está prefigurado y puesto en práctica el Comunismo como “cuerpo orgánico”. Este no pretende ser el embrión del comunismo desplegado a escala histórica, ni sustituir ya las relaciones económicas de la sociedad comunista venidera, sino que se esfuerza en practicar en su interior el modelo del centralismo orgánico.

La “mística comunista” no es lo mismo y no tiene la misma naturaleza que las otras conocidas experiencias místicas de otras corrientes de pensamiento, políticas o religiosas. El centralismo orgánico, bloque sólido sobre el que tener los pies, es ante todo una tendencia, una aspiración, en cuanto tal cada vez más practicable. Sus signos de imperfección y de carencia no podrán ser resueltos más que en la sociedad comunista extendida a escala social. Pero esta admisión y este conocimiento no justifica en el Partido la espera y el rechazo de su práctica como imposible, sino que reclama emplear todas sus fuerzas para que la ventaja del “cuerpo místico” pueda ser gozado desde ahora.
 
 

Comunismo sentimiento primario
 

El hombre es un “ser social”, dice Marx; no “sociable”, como prefiere Aristóteles, ideólogo ignorante, y no sabemos en qué medida, de la sociedad griega ya dividida en clases. Piénsese solamente en su definición de esclavo como “utensilio”, instrumento más que útil, hablante... Para nuestra concepción el hombre es desde sus oscuros orígenes un ser imposibilitado para pensar fuera de su contexto, de sus relaciones con todo, desde el clan, tribu, hasta la sociedad organizada según formas diversas en el curso histórico. La comunidad de los orígenes, por cuanto estaba limitada desde todos los puntos de vista, es incomprensible para las modernas teorías del “individuo” en cualquier modo dotado de derechos propios, autosuficiente y la mayoría de las veces asocial.

En la realidad del comunismo tosco y primitivo, la conciencia que él tiene de sí data de la relación directa, carnal; no existe todavía teoría abstracta, porque no existe diferenciación de funciones entendidas como privilegios para hacer valer por parte de unos individuos para hacerlos valer contra otros individuos de la comunidad.

Como hemos sostenido, cualitativamente la sociedad comunista desde los orígenes vive un nivel de vida muy alto, que solo la sociedad comunista extendida a escala general como nosotros la imaginamos podrá alcanzar, tras haber superado el atomismo y la disgregación propia del capitalismo. Tal noción elemental se apoya sobre un enunciado que en nuestra versión no tendría necesidad de “demostración” ni de ser probada, en cuanto pertenece a un sentimiento primario, pero si necesita de teoría y de argumentación cuando se opone a la ideología burguesa, la cual apoya su visión del mundo sobre la conciencia individual, sobre la abstracción conceptual y sus otros modos de justificar su praxis antitética a la nuestra.

En efecto el Comunismo, más aún que una necesidad social proyectada hacia el futuro, es una evidencia que transcurre bajo los ojos de quien tiene la mirada clara. El Comunismo no necesita ser demostrado por medio de teoremas científico-positivistas: es una exigencia que se impone frente a las necesidades que cada día son erigidas por el capital contra el trabajo. Ciertamente esto no es reconocido con tanta naturalidad por quienes, al contrario, viven del trabajo de otros.

Desde que la sociedad orgánica y natural se dividió en clases, por necesidades históricas que han quebrantado el equilibrio precedente, se ha generado un sentimiento de fractura que podría ser llamado culpa, pecado, o causa mal identificada. Pero en la laceración está, dialécticamente, la necesidad y la condición de su superación. Esta es la ley de la dialéctica que nos gobierna, la cual queremos y contrastamos.
 
 

El “realismo metafísico”
 

«La verdad se impone desde el exterior: como una cosa. En torno a esta idea Occidente realizaba la idea de un mundo externo y se alejaba de los sueños de la infancia. Daba un lugar a las cosas. Realizaba la noción de un mundo fuera de nosotros» (Sgalambro, Sole-Cultura, 15 de octubre de 1995). Lo que no está escondido, que está a la luz del Sol, lo percibimos como “externo”, objetivo. En cambio tendemos a esconder en el secreto de la conciencia lo que no queremos sacar a la luz y al conocimiento público.

Este comportamiento tiene su origen en una “separación” histórica, en una laceración necesaria que divide “Oriente” de “Occidente”, si queremos atenernos a un topos histórico-geográfico que tiene en sí una validez metafórica evidente. Quizá, más exactamente, proviene de una fractura más antigua y profunda, que para nosotros consiste en la rotura de la protección del comunismo primitivo, la edad de oro, la edad de los sueños de la infancia. En aquellas condiciones no había lugar para las cosas fuera de nosotros, ni para un dios extraño, porque èl estaba con el hombre, ni fuera ni dentro, sino junto a él, conversando amigablemente con él, ya que el hombre era amigo del otro en la “experiencia orgánica de los inicios”. La decisión de dejar a dios fuera, en las condiciones metafísicas de la trascendencia, tan recomendada por los Sacerdotes, ha significado dejarle fuera de juego, en una ambigua posición, en señal de protesta y referencia máximo, pero también de alejamiento, para que no disturbase más, no interfiriese en la autonomía humana.

Una operación capital, que el mismo Engels recuerda en la Dialéctica de la Naturaleza, por lo que todavía hoy la especie humana paga un precio que fue necesario para poder hablar de objetividad y de ciencia. Así ha sido aceptada la noción según la cual la verdad se impone desde el exterior, como una cosa, hasta reconocer su derecho a coartarnos, a imprimirse sobre nuestra conciencia.

Los fanáticos de la Verdad no han dudado jamás en imponerla bajo la apariencia pedagógica de “proponerla” (la Iglesia, toda Iglesia, propone creer) reivindicando, como en las antiguas jerarquías, ser los depositarios elegidos y exclusivos. Pero si ella, la Verdad, resplandece, en cuanto que no está escondida por definición, no debería tener necesidad de sacerdotes, como el Sol que calienta y acompaña por su naturaleza. De este modo, las modernas jerarquías han podido sostener su necesidad y su función: «Toda fuerza es fuerza moral porque se subleva siempre a la voluntad. En efecto, cualquiera que sea el argumento empleado, desde el sermón al garrote, él apremia interiormente al Hombre y lo persuade a consentir» (G. Gentile, Alabanza del garrote).

¡Que el Dios del “realismo metafísico” tenga la condescendencia de volver junto al Hombre-Especie y que la Verdad no sea [nunca] más impuesta como una Cosa! Para que esto suceda es necesario que se cumpla el abatimiento [se lleve a cabo el derribo] de toda praxis [tal y] como se ha consolidado en la sociedad del Capital. Pero esta posibilidad no podrá realizarse si el hombre, que para nosotros es todavía el hombre “genérico”, más bien relación social de clase, se libere de su tarea histórica.
 
 

El Ser... es
 

«Primero viene el Ser, después la Conciencia» (Ideología alemana, Marx). Los enunciados elementales de la Teoría general del Ser, en su simplicidad y evidencia, no soportan ninguna intervención del análisis, so pena de desfiguración por cada intento de demostración. Su contenido es su Forma, reconducible a juicios analíticos que no requieren, al menos a primera vista, más que “adhesión”, sine glossa.

Dzog-chen: «Eso invita a volver al estado natural del Hombre, en el cual él no se distingue del mundo externo». “Todo está en todo”, como pensaba Anaxágoras, uno de los filósofos de doble cara, una vuelta a Oriente, la otra a Occidente, lo que contribuye a crear las formas en el pensamiento. Algunas de las más elevadas reflexiones están presentes en todas las culturas y en todas las tradiciones, para testimoniar la matriz común de la humanidad.

En el sánscrito antiguo RA significa simplemente “Humanidad”, mientras que hoy parece aludir a “raza”, con todas las aberraciones de la Humanidad.

El sueño de volver al estado “natural” resurge continuamente en el curso de la historia humana en los momentos en que se está saliendo de la gran desorientación provocada por las civilizaciones, que tras haber dado y prometido mucho han puesto un nudo a sus límites y la necesidad de su superación. He aquí porqué un personaje sombrío y complicado come Rousseau, en la aurora del mundo burgués moderno, podría teorizar el retorno al hombre simple de los orígenes, todavía no arruinado ni embrutecido por la civilización.

Pero el Edén, o edad de oro, cuyo deslumbramiento incendia de cuando en cuando las regiones más lejanas de nuestro horizonte común, era probablemente aquel tiempo y aquel lugar en el que y durante el cual el hombre no se distinguía del mundo externo, en el cual no había emergido aún la “conciencia” como la entendemos hoy. En aquel tiempo el “conocimiento” era reivindicada por Dios: Sólo Él sabe. El hombre mismo llega a ella, pero no con la mente, sino en un acto de relación directa y carnal con su compañera. En general, como quiera que sea, “beato” es considerado aquel que no sabe. Giacomo Leopardi, en una carta al amigo De Sinner (1832) reconoce bíblicamente (él, que ha aprendido solo el hebreo) la vanitas vanitatum sapientiae. La “conciencia” no era todavía entendida como centro que permite al hombre distinguirse y separarse del mundo externo, según una individualidad autosuficiente y responsable, o como se dice hoy, el principio de realidad, que da al hombre la posibilidad de no confundir los tiempos, de excluir la reversibilidad de estos, so pena de recaer en el estado natural.

La conciencia de ser “distintos” del mundo externo, mónadas dotadas de autonomía, responsabilidad, ética, diferencia social, es considerada la conquista principal del mundo occidental. Desde el momento en que el hombre la conquistó, puso entre sí y el otro la diferencia que lo hace “individuo”, entidad que no se confunde con el todo, ni con la naturaleza, ni con los otros seres sociales. Comienza la historia con sus contradicciones, lejana ya del comunismo cósmico, tosco o primitivo, en el que era parte integrante de un todo entero y orgánico, no desarrollado ni “desmembrado”.

Para los antiguos hindúes el mundo externo es como el desmembramiento del cuerpo de Ka (¿quién?), el Dios Progenitor Prijapati, que aquellos que vinieran después debían recomponer. Para aquella cultura hoy nosotros vivimos en el eón del ciclo de Kalpa, y precisamente en el último, que se llama Kaliyga, “la edad del golpe perdedor”, correspondiente a 4.320 millones de años... No es igual el modo de percibir el tiempo y el espacio en las diversas tradiciones.

¿Deberemos renunciar por lo tanto a la cultura de la diferencia, del individualismo y del principio de realidad? El comunismo no es, por supuesto, indiferente a estos problemas generales, y al mismo tiempo sabe situarse en varias y diferenciadas experiencias históricas. Es cierto que no esconde, sino que proclama explícitamente odiar el atomismo social burgués en el cual el Capital ha hecho caer a la historia humana. Postula sin medios términos que su fin histórico es el de realizar una comunidad de hombres solidarios, unidos por un lazo que no conoce el beneficio individual, que persigue y realiza la cooperación común y la felicidad, precisamente como prometía... la ¡Constitución americana! ¿Utopía? ¡No! Necesidad histórica. Se trata de situarse en esta línea de continuidad.
 
 

[RG66]
Oriente y Occidente
 

En la teoría de la “conciencia” occidental, según las reglas de su “racionalidad”, se pasa del mundo griego hasta el moderno “racionalismo” de tipo burgués, de los demonios, que Platón en el Cratilo reconoce como “custodios sabios” de la edad de oro, citando Las obras y los días del poeta Esiodo: «puede que el destino disuelva esta estirpe, demonios sagrados, allí se dijo, de la tierra, benignos, tutores, custodios de los hombres mortales», a los demonios de la sociedad del Capital de los que habla Marx. En la mística de Oriente, en cambio, los demonios de Madre Luce «nos tienen ligados a las percepciones y a los deseos haciéndonos creer en un mundo externo, dirigido por nosotros».

Para el “principio de realidad”, esta percepción clara de la diferencia de la conciencia en relación al mundo externo (la realidad material), se convierte en custodia de nuestro cuerpo, de nuestro Ser (no se olvide la fórmula: tener la conciencia en su sitio...) En la cultura occidental, del Sol que cae, se convierte en garantía, la garantía de la estabilidad, de la Verdad, de la responsabilidad moral. ¡Cuántas cosas han sucedido y han cambiado desde que el Sol ha salido en la bóveda celeste, tocando el Mediodía sin sombra! La “conciencia” occidental se vanagloria de saber poner entre si y los cursos externos del mundo un filtro que le asegura conocimiento objetivo y ciencia controlable.

Haciendo de menos a los “custudios”, a los demonios de Esiodo, el daimon socrático se ha introducido dentro de la persona, convertida en centro desde el cual el mundo externo adquiere significado. No sólo: nos hace creer que “dentro de nosotros” son posibles y necesarias ulteriores distinciones, separaciones, añadidos hasta llegar al moderno Super Yo freudiano que una vez “introyectado” llega al control moral de nuestro sujeto, o Yo. Así vivimos en el hielo, defraudados por esta “custodia” que monta guardia contra los enemigos, hasta el punto que el hombre moderno “está dañado” por la conciencia, dispuesta a reclamarle el sentido del deber, a la vigilancia crítica, a la percepción del “error”.

La Madre Única del Tibet, sostiene por el contrario que no es ésta la realidad, y sobre todo que por este camino no se puede alcanzar un estado de armonía, de felicidad auténtica. Atados por de los demonios de los deseos y de las percepciones, vigilantes y exigentes, nosotros nos sentimos culpables, limitados e infelices. Debemos esperar a actuar para que estos pasen y se lleven con ellos toda nube y toda preocupación. Cuanto más gobierna el mundo la conciencia-demonio, más dividido resulta el mundo verdadero, en el que no existe sujeto dividido por el objeto, no sólo en el sentido físico-operativo (piénsese en las técnicas de escisión nuclear), sino en el sentido psíquico, tanto social como individual.

No sólo el “individuo” (categoría e ídolo de la cultura racionalista-crítica), sino la misma Especie humana han perdido, bajo su acción, unidad y entereza. El perspicaz guardián de los orígenes se ha convertido en un torturador. No existe otra vía y ejercicio místico entonces, que la liberación de las cadenas, percepción y deseo que nos hacen “siervos”, precisamente como teoriza Hegel en la Fenomenología del Espíritu, y precisamente en la famosa figura del “siervo-propietario” que tanto ha influenciado a la ideología burguesa, Marx incluido, antes del descubrimiento del materialismo histórico y dialéctico. ¡Rompiendo aquellas cadenas el hombre tendría... un mundo a conquistar!

Desde el autocontrol, tan valorado por el racionalismo burgués, podría pasar a un estado nuevo, donde no se percibiese la diferencia entre interior y exterior, sujeto y objeto.
 
 

Formas de la mística
 

Cada cultura ha producido sus formas de “mística”, pero en nuestra concepción el deseo de superación de las contradicciones que impiden la unidad, la armonía, contra la división, el comportamiento y la condición esquizoide que deprime y humilla al ser humano, no puede ser concebido fuera del contexto real de la vida social, productiva, que constituye la estructura sobre la cual se elevan no solo la ideas, sino incluso los sentimientos más personales, individuales e íntimos de los hombres.

La tendencia, hoy muy recurrida, de presentar las formas de la mística como por encima de toda diferencia de modo de producción, de vida cultural específica de determinadas áreas de desarrollo, corresponde a la tentación de hacer de cada hierba un manojo, sin respeto por el antes y el después. Todo en nombre de la “común naturaleza humana”, siempre en definitiva igual a sí misma.

Nosotros oponemos a este método nuestra visión, por la cual si es verdad (¡y no somos partidarios del monismo!) que la Especie humana es una, y por lo tanto está ligada “en el arco que une al hombre primitivo al hombre comunista”, es también verdad que este arco se desarrolla según necesidades dialécticas, procesos de liberación material y espiritual, que no pueden ser genéricamente resueltos con el término abstracto de “Libertad”.

La libertad, comprendida aquella que en la mística alude a un enredo enmarañado e integrado de sujeto y de objeto, no es un “valor” que cae del cielo, sino una conquista difícil. El análisis de ciertas formas de mística que por su “sugestividad” parecen proponerse como paradigmáticas de la aspiración humana común a la unidad y a la superación de todo muro interno y externo a los hombres y a la naturaleza – nos permitirá ver como ellas son expresión de “cultura”, de conquista, pero a veces también de repliegue negativo, de resignación, de renuncia y de reacción. No siempre es fácil hacer esta distinción y diferencia, pero si no lo hacemos acabamos por comprender mal y mistificar.

En la confusión querida de cultura se cree poder cambiar ventajosamente la unidad espiritual y material como si fuese una mercancía para vender en subasta pública: en realidad el materialismo dialéctico sabe reconocer la diferencia entre las mercancías, a pesar de que El Capital de Marx lo presente como la “enorme asamblea” que caracteriza la anárquica y forzosa producción que no responde a un plano real de Especie en condiciones de satisfacer las exigencias y las necesidades humanas. Figurémonos si analizamos los productos del “espíritu humano”, que constituyen la superestructura, y por tanto las formaciones extremadamente complejas que son la sublimación de las realidades materiales subyacentes donde está su origen.

Cuando se es además filológicamente correcto, obtenemos los mejores resultados científicos. ¿Qué dice tan grave el marxismo cuando, a propósitos de realidades filosóficas y religiosas, habla de superestructuras? Sus mismos partidarios de él conciben sus valores “en alto”, “por encima”, y de esta posición hacen un poder, una primacía, cuando no una amenaza, o bien, en el mejor de los casos, un consuelo sin el cual la vida corre el riesgo de volverse imposible de vivir.

Pero no queremos ahora enseñar el oficio a los “místicos” de otra escuela: estamos convencidos desde siempre, de que las mismas artes, religiones y filosofía son en la realidad demasiado importantes para ser dejadas en manos de los chapuceros y de sus presuntos legítimos ministros.

Un punto de contacto entre místicas de culturas lejanas en el tiempo y en el espacio consiste en la aspiración común de restablecer una relación equilibrada entre hombre y naturaleza, tal vez con el auspicio de un retorno por parte del Hombre al “estado natural”. No se puede negar que esto ha sido un motivo recurrente en las diversas experiencias humanas, y el marxismo lo ha analizado con distinta comprensión y sensibilidad, cuando han tenido un valor revolucionario o reaccionario.

La “consciencia” como centro que permite al hombre “distinguirse” del mundo externo, según la modalidad del individuo, constituye el inicio de la “separación” del mundo circundante. Esta es la “herejía”, como la llama Alan Cromer, cuyo aspecto peculiar es el de haber instilado en el hombre el hábito, totalmente “antinatural”, para mirar «fuera de sí, con espíritu libre y desencantado, desvinculando su inteligencia del saber religioso tradicional que tendía, por el contrario a instaurar un lazo mágico entre el yo y el mundo».

Esta operación, que no es independiente de las condiciones históricas de cierto tipo de desarrollo económico y social, comporta la ruptura de una protección, un poner entre si mismo y el otro una diferencia que hace del ser humano un “individuo”, hasta la “mónada” atomizada, cerrada, inarmónico, a causa de las contradicciones entre el trabajo social común y la apropiación privada que determina discordancia y tensión, irreductibilidad de base entre el “burgués” y el “ciudadano”.

La “herejía”, que nosotros consideramos en su extensión histórica, y no en abstracto un “error”, conlleva a que la historia se profundice cada vez más como “historia de la lucha de las clases”, historia de sufrimiento y de desarrollo, de avances y de laceraciones incurables del viejo sistema social orgánico. El fin del comunismo “tosco y primitivo”, “salvaje”, como lo define Lafargue, en el que cada uno forma parte de un todo entero, inconsciente, dichoso en la comunidad natural y social, comporta el paso a un modo de producción nuevo, a un modo de concebir lo interno y lo externo como dos caras que miran cada una a una parte, sin recomposición satisfactoria. A fin de cuentas la noción de Oriente y Occidente dada en aquellas circunstancias, que la Biblia define en la expulsión del paraíso, cerrado a las espaldas del Hombre y custodiado por los dos Querubines.

¿Debemos por tanto renunciar a la cultura de la herejía de la diferencia, de la individualidad y del principio de realidad que se deduce de él, en nombre de una nueva forma de vida orgánica? Ciertamente nuestra concepción es capaz de reconocer en el nacimiento de la conciencia un valor de impulso en sentido dialéctico, pero no está dispuesta a considerarlo insuperable, definitivo o eterno.

El budismo propone llevar al hombre a un estado en el que no se distinga entre interior y exterior, para el cual la conciencia es un mal, la liberación de los entes que se agolpan en nuestra mente es una higiene necesaria para saborear el vacío, aquel que tal vez nosotros imaginamos con la expresión “cabeza despejada de pensamientos y de preocupaciones”.

Se puede retomar contacto con Madre Gea, con la comunidad de los hombres solidarios, según un sentimiento que acompaña a los hombres incluso después de la herejía, pero no nos engañemos con que en las condiciones históricas de nuestro tiempo se pueda hacer mediante un salto hacia atrás. Esta actitud es típica de las “utopías”, precisamente, que saben ver el deterioro del presente, pero no individualizar sus causas.

La ilusión que se siembra a manos llenas a través de la mercancía de moda, la religión esotérica o exótica, parte del presupuesto equivocado de que se pueda alcanzar una nueva dimensión orgánica adhiriéndose a “ideas” o ritos, independientemente de la liberación de las condiciones materiales que las han determinado.
 
 

[RG67]
Pensamiento y acción
 

Una de las características del pensamiento filosófico-religioso más antiguo consiste en no reconocer la separación entre pensamiento y práctica de vida. Las palabras se traducen en acción, y tienen el poder de cambiar la existencia del individuo y de la comunidad.

Esta noción, bastante difundida, del pensamiento que proviene de Oriente y que habría encontrado en la cultura de Occidente, como dice la palabra, su ocaso, es un topos ahora ya sometido a una serie interminable de generalizaciones abusivas, pero en realidad también sintomáticas. En la cultura occidental, incluyendo la moderna, la identidad de pensamiento y de acción ha tenido una fortuna y una historia muy controvertida. Piénsese en la fórmula de Mazzini, en el Resurgimiento italiano, de “pensamiento y acción”, precisamente, como mística que rechaza todo intento de separar la teoría de la práctica. En general todos los movimientos revolucionarios han sido hechizados por esta fórmula a causa de su inevitable exigencia de encontrar la relación justa entre “necesidad” y “libertad”, entre posibilidad de transformación del status quo y las dificultades objetivas a superar para poderlo hacer en realidad.

El problema se ha planteado inevitablemente también en el partido revolucionario de los trabajadores: el materialismo dialéctico ha encontrado en su misma definición el equilibrio necesario entre la reivindicación de un materialismo sano sobre el cual fundar la acción, el reconocimiento de que la voluntad no lo puede todo, sino que parte de elementos objetivos, identificables, a su vez susceptibles de transformación a través del trabajo y de la acción. Así, frente a los “espiritualismos” a la manera de los adversarios políticos e ideológicos, ha reivindicado su teoría distinta, para no caer víctima de la manipulación del enemigo y, al mismo tiempo, en una forma basta y vulgar de materialismo primitivo. En realidad, más allá de los nominalismos, el materialismo histórico y dialéctico se ha encontrado para desarrollar sus posiciones teóricas no en un iperuranio (determinada zona del cielo, según Platón) abstracto, sino en el ámbito de una tensión histórica y social que no es ciertamente ajena a las formulaciones incluso más sofisticadas y científicamente complejas, de la teoría de la plusvalía a la misma noción de “comunismo” en términos filosóficos.

Ninguna concepción teórica ha nacido en la cabeza de Júpiter, así como Mito y Logos reflejan dialécticamente las condiciones en las cuales la historia ha producido sus contradicciones. Esto implica que un abstracto “materialismo” contrapuesto a un también vago “espiritualismo” acabaría por convertirse en una palabra vacía y un concepto vacío, si no en otra cosa, porque todo “ismo” expresa puntos de vista polarizados y unilaterales. Marx, en sus tesis de Feuerbach, se ha preocupado muy sintéticamente de subrayarlo. Tomamos por ejemplo la clásica y muy citada tesis 3: «la cuestión de si al pensamiento humano le corresponde una verdad objetiva, no es una cuestión teórica, sino una cuestión práctica. En la praxis el hombre debe probar la verdad, es decir la realidad y el poder, el carácter inmanente a su pensamiento. L a disputa sobre realidad o no realidad del pensamiento – aislado de la praxis – es una cuestión meramente escolástica».

Es suficiente para remarcar que el mismo materialismo dialéctico no puede ser resuelto y reducido a pura cuestión “escolástica”, como ha sucedido en la degeneración oportunista-estalinista con la nefasta experiencia del DiaMat. No es el materialismo histórico una cuestión a dirimir a nivel académico. Lo que nosotros hacemos, y hemos reivindicado siempre, es no tanto una defensa abstracta de la ortodoxia (y he aquí nuestra inconfundible y simple noción de “mística”), cuanto la reivindicación de un módulo de vida partítica [partidista], social y política, que no se cierra en el interior de la objetividad ó subjetividad del pensamiento, que sea coherente expresión (como en el pensamiento “oriental”) de la unidad de teoría y práctica, en modo tal que la defensa de la teoría no se convierta en ídolo, verdad en sí, sino guía para la acción, como mil veces reivindicaba Lenin. Y al mismo tiempo, que la práctica no se vuelva “ciega” y sin finalidad, según la fórmula bernsteniana, «el movimiento es todo, el fin no es nada».

Se nos podría objetar: una especie de “justo medio” entre el materialismo vulgar, todavía hoy circulante en formas más ajenas [bajo las formas mas extrañas] en el interior mismo de la ideología burguesa, y un espiritualismo-idealismo enmascarado de cualquier forma. Ya que la cuestión no es “escolástica”, como dice Marx, no hay sabio o formulación capaz en si de resolver la dificultad.

Una vez más, nuestra tradición “de izquierda” se ha caracterizado precisamente por esto: frente a la clara separación entre la enunciación de los principios, en sí correcta, y una práctica fétida y traidora, nosotros hemos reivindicado una práctica coherente. Pongamos un ejemplo: haciendo el balance de la comuna de París, Marx, remarcando los errores, reivindica la sana praxis instaurada: la de la unificación de los tres poderes abstractos, precisamente del decantado e inexistente Estado de derecho, y la solución del Estado proletario en un organismo de trabajo complejo, en el cual la función legislativa, ejecutiva y judicial no sea ejercida por compartimentos estancos, o cámaras de compensación de los poderes, sino como actividad coherente del Estado de los trabajadores sublevados por la revolución. He aquí un ejemplo concreto de “mística práctica”.

Cuando en la práctica oportunista los “revolucionarios de profesión” se han mostrado como vulgares empleados retribuídos, según las formas de corrupción propias del Estado burgués que les había atraído a su órbita, nosotros hemos reivindicado para los delegados obreros en el Parlamento el medio salario obrero [medio,] como medida práctica contra toda homologación al oficio de traidores a la clase. Respuestas prácticas como se ve, no vanas enunciaciones, que sin una práctica consecuente no son más que rezos.

En la polémica política e ideológica la izquierda comunista ha sido víctima de incomprensiones cuanto menos “fanáticas”. Piénsese en la definición de “nullismo revolucionaria” de los años 20, en la acusación de pertenecer a una especie de animales prehistóricos, iguanodontes de primitivismo antediluviano, por parte del oportunismo de Togliatti, hasta la liquidación, con la acusación de “vago determinismo mecanicista”. No citamos las más graves acusaciones de acuerdos con el enemigo nazi, porque de estas está llena la historia del odio en los choques de los verdaderos revolucionarios por parte con una traición oportunista que ha alzado bandera blanca reconociendo el propio hundimiento histórico, y pasandose con armas y bagajes de la parte al enemigo.

El síndrome opuesto podría ser el del complejo de “víctima”. La Izquierda, incluso en su lenguaje polémico, en realidad en las condiciones difíciles del aislamiento necesario, ha mantenido lucidez e ironía. El revolucionario no puede perdonar el victimismo, que es un comportamiento pesimista y peligroso cuanto y quizás más, como es sabido, que la tendencia opuesta, a la agresividad. Se olvida fácilmente que la Izquierda ha suscrito siempre las polémicas de Lenin contra la enfermedad infantil del extremismo verbal. Lenin había comprendido perfectamente que las simplificaciones de los extremistas eran síntoma de un fanatismo debido a la inmadurez tanto en los términos de una lucha de larga duración, cuanto por una debilidad estructural de tipo teórico. El “fanático”, literalmente de Fanum (Templo), alude a la luminosidad y a la evidencia, que en el significado peor llevaría a la tendencia visionaria, propia de sujetos «mistificadores, llevados a compensar sobradamente las propias dudas latentes y la propia inseguridad de fondo con intransigencia simplificadora y manifestaciones de rigidez excesiva» (Jung).
 
 

Existo, luego pienso
 

Pienso, luego existo, sostenía Descartes en los orígenes de la moderna sociedad racionalista-burguesa. Nos damos cuenta de las “razones” de su tesis, pero nosotros nos permitimos cambiar su proposición: en nuestra concepción la evidencia y la superioridad del Ser social conlleva que pensamos, entre las otras funciones del cuerpo, en cuanto somos. La conciencia crítica de nuestra existencia es el resultado de la acción, de la vida en su dinámica, que no es reducible solamente a la “conciencia vigilante”. Esta es el producto de la cultura, del afinamiento que ha sido posible en virtud de experiencias complejas, de conquistas sociales individuales.

«El ser precede a la conciencia», sostiene Marx en La ideología alemana, como contrapunto evidente al racionalismo burgués, volviendo a las raíces del Ser primario, natural y social. La concepción comunista con esto no desdeña reconocer el valor de la conciencia y de sus formas, producidas desde el desarrollo histórico y de sus contradicciones, que en un cierto grado llegan a ser contradicciones de clase: a condición, sin embargo de restablecer las bases de partida de la cultura en su nexo intrínseco con la Naturaleza, con las condiciones materiales de la vida, tanto en sentido biológico como en sentido económico.

El desarrollo de la sociedad moderna ha encontrado motor y empuje en la afirmación cartesiana, hasta la afirmación de la primacía de la Razón en su forma trascendental e inmaterial. En nuestra versión la trasformación del cógito en la superioridad del Ser no conlleva solamente el restablecimiento o una restauración del antiguo sentimiento primario de la realidad, sino un empuje revolucionario de la sociedad de clase. El valor abstracto de la Razón es reconducido a su inevitable naturaleza de “razón social” por tanto de clase. Para nosotros no existe una Razón por encima de las clases, y así, mientras la burguesía ha ilusionado y se ilusiona con que la “Conciencia mueve el mundo”, en la concepción materialista de la historia la conciencia es siempre conciencia de algo, y como tal sufre las transformaciones que ella contribuye a determinar en el curso de la acción. Aborrece así una visión de la realidad que oscila entre realismo ingenuo e idealismo aséptico, indiferente y por el contrario hostil, tanto al “cinismo” propio de la decadencia burguesa, que ha exacerbado el conciencialismo hasta los límites extremos del nihilismo, del cupio dissolvi; como hostil es a las “filosofías del estupor” que, fingiendo una falta ingenuidad e ilusionándose con una apertura al Ser de tipo esteticista, contribuyen a desarmar la necesaria lucha revolucionaria, que reivindica sin medios términos que sin teoría no hay acción.

«Ante todo cada productor es un destructor», ha recordado recientemente E. Severino. «Creando el Universo, Dios aniquila su propia soledad mojigata. Dios odia todas las cosas que él no crea y que no podría crear. La acción humana hecha a imagen y semejanza de Dios imita el amor, es decir el odio divino». Una vez que se indague sobre los sentimientos fundamentales del amor y del odio, se censurará la ideología comunista (ilusionándose de que esté definitivamente “durrumbada”...) porque pretende dar vida a la “comunidad feliz de los hombres en este mundo”, pero después se admite que los dos sentimientos estén estrecha y dialécticamente unidos.

El esteticismo de moda tiende a revitalizar el “misticismo mágico”, la Rationelle Mystik de la que se ocupó Feuerbach contra Hegel, en un abrazo promiscuo y equívoco. Por el contrario, la concepción materialista, que no es ajena a la mística, sino al “misticismo”, se preocupa, como diría el sabio terapeuta, de evitar la implosión que autolesiona tanto a la sociedad, en su interno antagonismo, como al de todas maneras unido a su ambiente social de clase. Es necesario mantener abierta la noción de enemigo principal y externo. La burguesía, tras la prueba de fuerza de sus puntales avanzados fascistas y nazis, propone nuevamente como fachada hipócrita el Sentimiento y la Razón de la Humanidad, habla de “adversarios” y no de “enemigos”, ilusionándose con poder ajustar con las palabras una realidad cada vez más surcada por las contradicciones.

¿Cómo pueden ir en concordancia las exigencias simultáneas de la defensa de la vida cotidiana con la aspiración y la tensión necesaria hacia el comunismo? ¿Quién puede ponerlas de acuerdo? ¿La Voluntad, el Instinto, la Razón? En la versión comunista la “mística” no es especulativa, sino activa: el proletariado se ve lanzado al trabajo no por su elección arbitraria, sino porque está determinado para vender su fuerza de trabajo por las condiciones generales del modo de producción capitalista. En este sentido su trabajo es praxis necesaria y forzosa, es decir determinada por una fuerza externa, precisamente como lo imagina Calvino en su interpretación de la “coacción para la acción”. Esta es su moral heterónoma (de sumisión a fuerzas extrañas), que le proviene del exterior. El no puede sustraerse a esta potente determinación, si quiere continuar estando en el ámbito social.

En cuanto que está obligado a vender su fuerza de trabajo, tiene que reaccionar a la presión del Capital, y en determinadas circunstancias, tiene que oponer su “voluntad”, no puramente individual, sino de clase, en la resistencia a la opresión, hasta tener la posibilidad, en absoluto generalizada, de adherir y de encontrarse con el programa revolucionario, una fuerza también ella “externa”, que tiende a acogerlo, como una guía activa en el camino que conduce al comunismo.

De esto se deduce que la “moral revolucionaria” se encuentra en condiciones de responder a presiones de clase que unifican la “costumbre”, su modo de expresarse, su modo y posibilidad de individualizar fines más amplios que la pura defensa del salario, en el interior de la cual tiende a circunscribir su acción el interés del Capital. El hombre proletario, dividido y sometido por el Capital, en la clase y en el Partido se convierte en un tipo de hombre que contribuye a decidir su futuro y el de la especie humana en general. Así, su moral es al mismo tiempo particular y universal. En esto es mística...

Por esto, no es necesaria para esto una “falsa conciencia”, abstracta, teniendo la acción y el entusiasmo capacidad de reacción y de acción revolucionaria.