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Para reconstruir la organización de clase (Il Partito Comunista, n. 16, 1975) |
La política que los sindicatos obreros llevan a cabo desde hace medio siglo ha llegado a tal punto que suscita en los trabajadores disgusto e incluso repulsión hacia la organización de clase, hasta el punto de dificultar el renacimiento de organismos económicos proletarios, capaces de defender y organizar a la clase obrera contra la codicia de las clases poseedoras y de sus aparatos productivos económicos y sociales.
Si desde un punto de vista psicológico esto es comprensible, no es justificable desde el punto de vista de los intereses materiales inmediatos y del encuadramiento clasista del proletariado.El odio contra los enemigos y los traidores, factor de primer orden para combatirlos, no puede inducirlos a negar la irreprimible necesidad de la función de defensa económica que los asalariados, especialmente los organizados, deben realizar.
Actualmente estamos en presencia de organismos económicos que controlan a gran parte de los trabajadores, que dictan a toda la clase su infame política de colaboración con el enemigo.Es verdad.Y aún más trágico es que esta política postra a la clase obrera y fortalece el poder de las clases patronales y su Estado político.El problema, entonces, es que la clase arrebate la gestión de esta función vital de manos de los traidores, y sería ilusorio y desastroso si, para deshacerse de una dirección traidora, se negara esas mismas funciones o se confundiera con las funciones del Partido.
Una organización de defensa económica del proletariado, adecuada para este fin, que coordina y atrae exclusivamente las fuerzas de la clase obrera en la incesante lucha diaria por el pan y el trabajo, obtiene su fuerza, como organización, del número de sus afiliados.Los sindicatos actuales influyen y dirigen la actividad de las masas trabajadoras porque organizan y disciplinan a millones de trabajadores.Si no fuera así, su influencia sería insignificante o nula.A diferencia de los partidos que pueden influir en el movimiento sindical, a pesar de no tener fuerzas igualmente numerosas.Esta capacidad de organización de masas se basa en el principio de que el sindicato está abierto a todos los trabajadores, sin exclusiones políticas e ideológicas;principio que aún rige a los sindicatos tricolores, aunque expulsen a los raros o pocos trabajadores que no tienen intención de someterse, pero que los propios sindicatos repudiarán cuando el conflicto de clases asuma un peligro visible.Este principio no puede ser abandonado por ninguna organización de clase, cualquiera que sea la forma y el nombre que adopte.
El reclutamiento de trabajadores asalariados en la organización de defensa económica no se realiza sobre la base de partido, ideología, sexo, edad y nacionalidad, sino exclusivamente sobre una base de clase, es decir, de trabajadores asalariados únicamente.
Cualquier otra base de reclutamiento sería engañosa o ilusoria, coaccionada en el caso de que pertenecer a la organización significara el derecho al trabajo, “tarjeta de pan”, como en el caso de los sindicatos fascistas, y coaccionada también en el caso de limitaciones y exclusiones para aquellos trabajadores que se quedaron fuera.Por ejemplo, incluso sería una limitación grave y debilitante el encuadramiento de únicamente trabajadores “revolucionarios”, porque la organización se limitaría a una estrecha minoría, perdiendo eficiencia y dejando a la gran mayoría de la clase en manos del enemigo. Estas exclusiones o limitaciones contribuyen a la fragmentación de las fuerzas obreras, impidiendo el resultado principal al que debe aspirar la organización de clase, la atracción y el disciplinamiento de las fuerzas proletarias, para convertirlas en un ejército de clase.
Estas consideraciones se derivan de la experiencia práctica de las luchas de la clase trabajadora y confirman que el partido político de clase no tiene objetivos particulares en materia de organización de clase y no pretende explotarla.El Partido tiende hacia la dirección de la acción de clase ganando influencia decisiva en sus organizaciones económicasa través de la libre adhesión de los proletariosdentro de él a supolítica revolucionaria, y no por medio de la coerción o el engaño, aunque sólo sea porque el Partido no dispone de estos medio.
El concepto de “sindicato correa de transmisión” del Partido se basa precisamente, a este respecto, en la subordinación voluntaria de la organización de clase a la orientación política y a la dirección del Partido Comunista, y no en la coincidencia de la organización económica con el Partido, ni mucho menos a la alianza entre éste y el Partido.Por esta razón el Partido no crea sindicatos a su imagen y semejanza, que incluyan sólo a sus afiliados o sólo a los trabajadores que acepten su programa.
Esta posición no es el fruto de una actitud táctica, de una astucia política, sino que traduce la consideración realista de que sin un vasto y poderoso encuadramiento económico de clase, que en principio organice a todos y sólo a los proletarios, la acción revolucionaria victoriosa no es posible.De lo cual se puede deducir que la reanudación de la lucha de clases a escala global no es resultado de acuerdos, elecciones o disputas entre grupos o partidos “obreros” o “revolucionarios”.
Ni siquiera la reestructuración de la organización de clases puede resultar de tal acuerdo.
En conclusión, si el objetivo del conflicto de clases es el poder político, la premisa para lograr este objetivo es la lucha para apartar las fuerzas proletarias de la dirección del enemigo y moverlas al campo revolucionario, aprovechando las condiciones materiales comunes a todos los proletarios.Cualquier obstáculo al logro de este objetivo, a la reorganización de la clase trabajadora en el terreno de clase, impide o retrasa la creación de una red asociativa de defensa económica de clase.
Aquellos grupos o partidos que se autodenominan “revolucionarios” o “de izquierda” y que plantean condiciones políticas o incluso partidistas peores, bajo las cuales esconden ambiciones de grupo, o que reivindican conexiones partidistas o asociaciones de dudoso sabor popular, no han comprendido que La condición económica de los trabajadores es el terreno de la organización de clase, en el que todos los proletarios se reconocen iguales entre sí y diferentes de los demás ciudadanos.Desatendiendo esta constatación elemental, harían, si estuviera en su poder, más doloroso e incluso imposible el proceso de reforma de la organización de clases y, al mismo tiempo, admitiendo y no concediendo su carácter “revolucionario”, excluirían la posibilidad del triunfo de su revolucionarismo.Pero ese es su asunto.
El hecho es que los comunistas revolucionarios no imponen prejuicios partidistas a aquellas organizaciones que actúan en defensa de las condiciones económicas de clase con el método de la lucha de clases, porque ven en ellas el embrión de una red económica proletaria y las instan a unirse en una vasta escala, para ganar en organización y eficiencia, para transformarse de precursores de la organización de clases en una organización de clases extensa y poderosa.La confirmación práctica es cotidiana.