Partido Comunista Internacional

Siguiendo el hilo del tiempo

Guerra y revolución
(Battaglia Comunista, n.10, 1950)


AYER

Todos los renegados que han dejado la guerra de clases y social para pasar a la guerra entre ejércitos de Estados y naciones, parten como orientación histórica de las tradiciones francesas de 1792-93, contra las cuales Marx advertía al proletariado parisino, en un pasaje tan importante que Lenin en 1915 lo repite. “la simpatía de los trabajadores parisinos por las ideologías nacionales (tradición de 1792), era una debilidad pequeñoburguesa, que Marx notó en su momento y fue una de las causas de la caída de la Comuna”.

Y, con él, repetimos. Repetita iuvant.

Cuando Mussolini finalmente abandonó el partido de clase y el marxismo, puso en el encabezado del “Popolo d’Italia” dos manchetas: “La revolución es una idea que ha encontrado bayonetas – Napoleón”. - “El que tiene hierro tiene pan – Blanqui”.¡Y abajo! sobre la literatura de guerra democrática, liberadora, nacional, socialista y revolucionaria juntas; al son de aquella pacotilla, finalmente sus dignos alumnos lo colgaron boca abajo.

El esquema del burgués es éste: idea - fuerza armada - interés de clase. El esquema del revolucionario proletario ingenuo es: idea proletaria - fuerza armada proletaria - interés de clase proletario.

El esquema dialéctico marxista es en cambio: interés real de clase proletario - lucha de clase proletaria - y dos derivaciones paralelas: organización en partido de clase y teoría revolucionaria; conquista y ejercicio armado del poder proletario.

En el balbuseo literario los procesos tradicionales de la revolución burguesa quedan como modelos para la revolución obrera. En la posición científica del marxismo, la dependencia se expresa de otra manera: la victoria de la burguesía en sus revoluciones era necesaria para liberar las fuerzas productivas y dar pleno inicio al capitalismo, condición para la generalización de la lucha de clases entre burguesía y proletariado y para la revolución socialista. De ésta, la revolución burguesa fue la premisa, no la maestra.

El desarrollo de las situaciones históricas toma el lugar de las referencias poéticas y las confusiones payasescas entre ardor patriótico y fuerza revolucionaria, de las que hemos visto las saturnales durante la Segunda Guerra Mundial en la resistencia partisana y podremos verlas aún peor en una tercera guerra, por parte de siempre nuevos grupos de seguidores del “mussolinismo”, como correctamente lo llamamos.

Las guerras entre Francia y las sucesivas coaliciones europeas, que finalmente desembocaron en la restauración de la monarquía absoluta, fueron un estadio fundamental en la expansión del capitalismo en Europa, no impedida en absoluto por la victoria de los ejércitos feudales, aliados con la ultracapitalista Inglaterra. En todo este período histórico, no sólo los revolucionarios burgueses siguieron una política de patriotismo y fuerte nacionalismo, sino que arrastraron consigo al naciente proletariado, ambos empeñados en esta política y en las ideologías derivadas de la necesidad social de dispersar a los últimos lazos feudales. Esto no quiere decir, sin embargo, que la guerra civil entre las clases que luchan por el poder sea reemplazada por el choque militar de los Estados y de los ejércitos. El hecho determinante del desarrollo social sigue siendo la lucha entre clases, encendida en todas partes en tiempos sucesivos y sin ella no podremos explicar el desarrollo mismo de las guerras, con el nuevo carácter general y de masas del militarismo moderno.

Los propios jacobinos nunca apartaron el centro de su atención de la lucha interna, para llevarlo a las “nuevas Termópilas de Francia” a las que Leónidas, Dumouriez, no tardó en traicionar y acabar como traidor.

Las coaliciones comenzaron cuando la monarquía, en forma constitucional, todavía tenía el poder y los revolucionarios extremistas acusaron de haber provocado las guerras a los monárquicos y luego a los republicanos moderados: “antes de declarar la guerra a los extranjeros, destruyamos a los enemigos de adentro… hagamos triunfar la libertad en el interior y ningún enemigo se atreverá a atacarnos: es con el progreso filosófico y con el espectáculo del bienestar de Francia que extenderemos el imperio de nuestra revolución, no con la fuerza de las armas y la calamidad de guerra”. La dialéctica realidad es bastante diferente de los clichés románticos y la romantización desenfrenada de la historia. Para el 10 de agosto de 1792, los moderados dominan en la Asamblea Legislativa Nacional, mientras que los jacobinos ocupan el Consejo General de la Comuna. La guerra parece haber terminado, pero la traición del general monárquico Lafayette produce la caída de Longwy, la de Verdun (la “vil ciudad de pasteleros” Carducciana) y llega a París la noticia de que los prusianos de Brunswick marchan hacia la capital. La Comuna hace sonar las campanas a agruparse para combatir, el pueblo se reúne y exige armas, Danton entra en la asamblea e impone las medidas de defensa militar. Pero los sans-culottes tienen algo más urgente que hacer que llegar al frente: antes de marchar con las “columnas épicas” hacia Chalons, corren a las cárceles y hacen justicia a los acusados ​​contrarrevolucionarios que el gobierno tarda en juzgar.

No fue “nuestra” revolución y no pedimos modelos, pero podemos obtener una enseñanza. Salió de la máquina antes que de la guillotina y el marxismo la descubrió, pero para sus propios protagonistas y los ideólogos más resueltos salió primero de la guillotina que del cañón; ganó la batalla decisiva en el Templo, no en Valmy o Jemappes.

Sabemos que el marxismo consideró las del período 1792-1871 como guerras de desarrollo, las cuales pueden llamarse, con un término simplificado, guerras de progreso, pero sin caer en la trampa de la “guerra de defensa”. De hecho, Lenin advierte que también pueden ser de “ofensiva” y que hipotéticas guerras entre Estados feudales y Estados burgueses podrían ver “justificada” por los marxistas la acción del Estado más avanzado “independientemente de quién comenzó la guerra”. El argumento era estrictamente polémico, estaba en relación con el absurdo de que los socialistas franceses y alemanes estuvieran ambos a favor de la guerra con el vil pretexto de la “defensa”: es decir: si en un momento histórico dado una guerra dada era “revolucionaria”, sería apoyada aunque no fuera defensiva. En el fondo, si existe, la guerra revolucionaria es exquisitamente de ataque, de agresión. El argumento dialéctico derrotó abiertamente la baja hipocresía de todas las campañas que movilizan a las masas al apasionamiento guerrero, con la simulación de no preparar y querer la guerra, sino de verse obligados a rechazarla en cuanto estaba preparada y querida por el enemigo.

Por tanto, no con el criterio moralista de la defensa, que es antitético al suyo, el marxismo ha evaluado las guerras del período clásico entre 1792 y 1871, sino con el de los efectos sobre el desarrollo general y muchas veces en su crítica las ha considerado útiles y aceleradoras iniciativas de ofensiva militar, como por ejemplo la bonapartista de 1859 y la prusiana de 1866. No se trata entonces de decir que hasta 1871 el partido marxista estuvo por la “defensa de la patria” o por la “defensa de la libertad”, sino de algo muy diferente.

Después de la victoria contrarrevolucionaria de 1848, Marx y Engels no sólo lamentaron, como tantas veces hemos dicho, que el proletariado no hubiera vencido, sino que existía una rémora histórica a la plena implantación del poder burgués en toda Europa. Desafortunadamente, estaba claro que los obreros y socialistas aún tendrían que echar una mano y derramar sangre por fines que no eran directamente suyos. Pero de ahí a aceptar, aunque sea en la propaganda, los principios y conceptos de nación, patria y democracia propios de la burguesía (como hacen descaradamente los ex marxistas de hoy) hay un trecho de mil kilómetros. Si tal conclusión se hubiera sacado a partir de esa constatación histórica, toda la política de lucha de clases y de la función propia del proletariado se habría derrumbado. Otra cosa es decir: para el pleno establecimiento del sistema capitalista de producción seguirán existiendo luchas bajo las banderas de las ideologías patrióticas y nacionales y el proletariado está interesado en la victoria de estas luchas; otra muy distinta es hacer propia la reivindicación patriótica y nacional. En el período comprendido entre 1848 y 1871 Marx y Engels mantuvieron el camino correcto sin la menor duda; hoy, cuando esa posición histórica no se repite y pertenece a un pasado lejano, vemos una doble traición: la mentira que falsea la situación sosteniendo que faltan las condiciones básicas de la lucha de clases y que aún es necesario resolver exigencias prioritarias de la liberación nacional; y la infamia de realizar estas campañas no como reivindicaciones históricas pasajeras, sino con la abierta adhesión a los conceptos generales y anticlasistas del interés nacional, del deber patriótico en cualquier época y fase histórica.

De 1848 en adelante Engels está muy molesto, por ejemplo, de que la burguesía alemana sea tan cobarde y tardía que no sepa liquidar los restos feudales y seguirá con un análisis paciente y amplio de los golpes que la historia les dará en los episodios del 59, del 66, del 70... Pero ya en 1850 fue despiadado cuando criticó la ideología y la política de los prófugos democráticos Mazzini, Ledru Rollin y similares y desnudó un texto del “Comité Central Democrático Europeo”. Eran movimientos que se acoplaron a los recientes bloques de emigrantes antifranquistas o antifascistas y con la propaganda de toda la guerra 1939-’45, que nos ha contaminado. Oímos: “Entonces: progreso - asociación - ley moral - libertad, igualdad, hermandad - familia, comunidad, Estado - santidad de la propiedad, crédito, educación - Dios y pueblo... El resumen de tal evangelio es un Estado social en que Dios constituye la cumbre y el pueblo o, como se dice, la humanidad, la base. O sea, estos señores creen en la sociedad actual, en la que Dios es notoriamente la cumbre y la plebe la base…”. La ironía es feroz y la cita no necesita continuar. Ha pasado exactamente un siglo. Pero, ¿de qué otra basofia se nutre la propaganda cominformista?

En el prefacio de 1874 a su Las Guerra Campesinas, Engels reivindica todos sus reproches y apóstrofes a los sordos burgueses alemanes y su complacencia dialéctica por Solferino, Sadowa, Sedan. Un incauto lo tomaría por un precursor del Anschluss. “Lo que es notable para la clase obrera alemana... es que los austro-alemanes ahora deben preguntarse, de una vez por todas, ¿qué quieren ser: alemanes o austriacos? ¿De qué lado quieren estar? ¿Del lado de Alemania o del lado de sus apéndices transleitanos, específicamente no alemanes?”. ¡Qué racista ese Engels! ¡Qué material para la leyenda de la pareja pangermana Marx-Engels, similar a la paneslavista Lenin-Trotski!

La forma semiburguesa y espuria del régimen del Estado de Berlín después de la fundación del Imperio no desvía en lo más mínimo el análisis crítico marxista. Por el mismo hecho de que no han desaparecido todas las instituciones feudales, este tipo de Estado puede parecer una dictadura de clase imperfecta, como lo son las propias repúblicas parlamentarias burguesas. Sobre esto la especulación reaccionaria de acercarse a estos gobiernos bastardos, bajo el pretexto de que no son directamente comités de negocios de la clase industrial, movimientos equívocos del corporativismo obrero. Con su admirable visión histórica, Engels define como bonapartista al régimen del imperio Hohenzollern después de la victoria de 1870. En el citado prefacio de 1874 reivindica haber dado ya esta definición en La cuestión de la vivienda de 1872. Tal régimen parece, como la primera y la segunda dinastías napoleónicas, tener una red burocrática y militar más poderosa de clase. Pero éste, explica Engels, tiene como fundamento el impresionante desarrollo del capitalismo: en la Alemania de 1874 pone en evidencia la estructura social: decisivo desarrollo industrial, surgimiento de un numeroso y consciente proletariado, trasplante de la Francia del Segundo Imperio, junto con miles de millones de indemnizaciones de guerra, “el síntoma más seguro del florecimiento de la industria, truffa (la estafa), encadenando condes y duques a su carro de triunfo”. Las cursivas de la palabra truffa indican... que es usada en italiano. Este análisis podría enseñar mucho a tantos que buscan la clave de actualísimas formas burguesas. ¡Pero cuidado, Engels no propone una campaña por la forma democrática plena contra el bonapartismo alemán sobre la base de que ésta sea una forma burguesa atrasada! Era la forma de sacar a Prusia de la época feudal, de seguir siendo un Estado “semifeudal”. Las fórmulas de Engels son siempre cristalinas: “El bonapartismo es, en todo caso, una forma moderna de Estado que tiene como premisa la supresión del feudalismo”.

Bromeando, Engels sitúa el final de este atrofiado aburguesamiento del poder alemán en 1900, pero a cada paso augura que la fuerza proletaria pueda acabar pronto, en bloque, con nobles, junkers, terratenientes e industriales burgueses.

Llegados al 1914, el desarrollo económico alemán se ha convertido en uno de los hechos preminentes en el escenario mundial: sus datos llevan a Lenin a señalarlo como uno de los imperialismos-tipo.

Llega el bufonesco “mussolinismo” internacional y, si no en Italia, en todos los grandes países logra convencer a la gente de que la guerra contra el Kaiser es la guerra revolucionaria por excelencia, porque el imperio alemán quiere, no disputar los mercados imperiales por un modernísimo aparato industrial, sino restaurar la época feudal!

¡Guerra entonces por la revolución democrática y burguesa, siempre amenazada, siempre por rehacer!


HOY

La poderosa demolición del oportunismo debida a Lenin y a la Tercera Internacional se basa, por tanto, sobre posiciones políticas y sobre directivas marxistas que declaran cerrada la fase de luchas por la antitesis feudalismo-capitalismo. Esta se aplica integralmente a la evaluación de la segunda guerra imperialista que estalló en 1939.

Como se puede deducir del texto de Engels que la guerra que siguió a la situación de finales del siglo pasado ya no podía ser una guerra de liquidación del feudalismo, del mismo modo puede deducirse del texto de Lenin de 1915 que la segunda guerra imperialista, o todas las otras, ni mucho menos que la que estalló en 1914, no podrían haber sido definidas como guerras de defensa y liberación nacional en ninguna parte.

Lenin lo dice explícitamente: nuestra tarea se cumplirá correctamente sólo mediante: “la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil. Es imposible saber si un fuerte movimiento revolucionario estallará durante la primera o la segunda guerra imperialista entre las grandes potencias, durante o después de ella; pero en cualquier caso es nuestro preciso deber trabajar sistemáticamente y con perseverancia precisamente en esta dirección” (de la guerra civil, de la lucha de clases victoriosa).

Así como, por tanto, todos aquellos que, en cualquier lado del frente, apoyaron para la guerra de 1914 la política de la guerra de defensa, de la guerra nacional, de la guerra democrática, silenciando la lucha de clases para estos fines burgueses, traicionaron la línea de Marx y Engels, así todos los que en la guerra de 1939 en todos los países burgueses, Alemania, Francia, Inglaterra, EEUU, Italia, apoyaron la guerra de los gobiernos, colaborando con ellos militar y políticamente, traicionaron del mismo modo la línea de Lenin, es decir, como esos otros, la única línea revolucionaria proletaria.

Y de hecho, así como se quería ver renacer el feudalismo en el kaiserismo alemán, devenido en uno de los primeros Estados industriales, lo mismo se decía en 1939 de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Igualmente se sostuvo que una disolución de la guerra favorable a los alemanes y una derrota de las democráticas Francia, Inglaterra y Norteamérica, habría retrocedido la historia un siglo y volvería necesaria la revolución liberal, o sea la revolución burguesa. Igualmente, como entonces, se invocaba y practicaba el bloque y la sagrada unión con los gobiernos capitalistas occidentales y con los partidos burgueses opuestos a los gobiernos de Berlín y de Roma; dando de hecho oxígeno a estas oposiciones que estaban prácticamente muertas y que no merecían más que sepultura, se renunció a la lucha de clases y a la guerra civil.

La guerra fue interpretada por los nuevos socialtraidores como una guerra “revolucionaria” en el sentido de revolución burguesa. La cuestión tiene otro aspecto, que por ahora este Hilo del Tiempo no trata: el de la “guerra revolucionaria proletaria” o de la llamada “defensa nacional revolucionaria” que surgiría tras la conquista del poder por los obreros. Incluso contra los engaños y las falsas posiciones de esta tesis, Lenin trabajó duro y tuvo que reprender a los Kamenev y Zinoviev, y después a los Bujarin y los Stalin sobre todo. Pero aquí hemos indicado las motivaciones de una supuesta “revolución” antifeudal y burguesa. No se puede negar que hubo una verdadera orgía en la propaganda contra el Eje, en los dictámenes de las radios británica y estadounidense. Si la propaganda contra el eje se hubiera basado en motivos clasistas, en primer lugar no debería haberse tenido que pasar por la fase de la alianza Berlín-Moscú para la partición polaca, pero no habría existido la supina aquiescencia, que aún persiste, a la apología de la “liberación nacional” y en Italia por ejemplo, del “segundo resurgimiento” y de la “revolución liberal”, en la que fueron identificados los retornos al poder de unos cuantos tontos, cobardes opositores al fascismo, antiguos instrumentos antiproletarios, viejos, típicos, repugnantes mussolinistas de la época de la primera orgía de apología de la guerra con motivos de democracia burguesa, nostálgicos de la lejana victoria veneciana, que como siempre se debió a las armas extranjeras, ya que su más alta empresa nacional se llama Caporetto.

La revolución burguesa fue en la historia una cosa seria y dio su impronta a guerras grandiosas. Las dos últimas guerras en Europa y en Italia no fueron guerras revolucionarias, sino mataderos de esclavos del capital.