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LENIN, CENTRALISTA ORGÁNICO Centralismo orgánico en lenin, en la izquierda y en la vida real del Partido (2021) |
Prólogo
El Partido Comunista nació en 1848, sobre una base ya definitiva de la teoría de la historia y de los rasgos fundamentales de la táctica. En las décadas siguientes Marx y Engels labran, con una obra poderosa y magistral, el corpus teórico fundamental del comunismo, una doctrina que llamamos, en su unidad orgánica, marxismo. Un trabajo que nunca terminó, a cargo de la gran escuela marxista y que aún continúa hoy dentro de nuestra pequeña y obstinada formación partidista.
Mientras tanto, la organización física de los revolucionarios, los partidos comunistas, ha pasado por una serie de formas organizadas, en una evolución interrumpida varias veces por ruinosas degeneraciones. Su mismo nombre había sido abandonado, y luego recuperado por el bolchevismo en 1918 y por la Tercera Internacional.
En 1973 el partido se vio en la necesidad de enfrentarse su historia, a fin de confirmarse plenamente en la tradición de la Izquierda Comunista (mal conocido como italiana), aquella corriente que tras haber fundado el Partido Comunista de Italia en 1921 (Sección de la Internacional Comunista) fue expulsada de la dirección, y luego expulsada por su negativa para aceptar los métodos y políticas del estalinismo triunfante en la Internacional.
La extensa reseña histórica resultante de ello se publicó bajo el título “El Partido Comunista en la tradición de la Izquierda”, traducida también al inglés, francés y español, a la que remitimos a los compañeros que pretenden profundizar sus conocimientos sobre la estructura, el funcionamiento y la táctica del partido.
El texto fue compilado a partir del conjunto de textos, artículos y tesis que la Izquierda había producido en el medio siglo anterior, una rica masa de documentos desde los tiempos de la primera posguerra. También se preveía recurrir a los textos de Lenin, sobre todo los correspondientes a los años de formación del partido en Rusia. Pero no fue posible entonces traer como apoyo de nuestras posiciones también la rica producción teórica de Lenin, que había dedicado todas sus energías a la correcta dirección del partido: un enfoque que permitió al Partido Bolchevique conducir a las masas trabajadoras y campesinas a la victoria en la revolución que tuvo su culminación en Rusia en octubre de 1917.
Desafortunadamente, la necesidad de demostrar en la vieja organización en un tiempo razonablemente corto a los compañeros desconcertados y engañados, pero también a nosotros mismos, que seguíamos “en el camino de siempre”, siguiendo el surco de la tradición de la Izquierda, no nos permitió incluir en la publicación los textos de Lenin que estábamos ordenando. El compañero Angelo, que se había hecho cargo de ello y había emprendido esta segunda parte del estudio, falleció lamentablemente aún joven en 1978, y de su obra quedaron las notas (y muchos subrayados en los tomos de las Obras Completas), que, además, han resultado inestimables para la preparación del informe que aquí presentamos.
Sin embargo, siempre ha sido una certeza en los corazones y las mentes de los camaradas que nuestro partido fue el verdadero y único continuador de toda la obra de Lenin, también en cuanto a la forma de entender el Partido Comunista y su vida interna.
El presente examen se basa en esta convicción. Impersonal y colectivo como todos nuestros trabajos, se limita a ordenar los escritos de Lenin por un lado, y los de la Izquierda y las reglas no escritas de conducta y trabajo del partido de hoy, por el otro. El resultado, como podrán comprobar los compañeros, si se tienen en cuenta las diferencias con la época histórica y con la naturaleza del partido al que iban dirigidos los escritos de Lenin, es exactamente lo que nos propusimos verificar. Tampoco podría ser de otra manera. Los objetivos son los mismos, las necesidades de trabajo según la correcta política revolucionaria son las mismas, idéntica la pasión que entonces y hoy guiaba y guía a los revolucionarios de todas las latitudes, etnias y lenguas.
La obra está dedicada principalmente a los jóvenes camaradas que se acercan al partido, desde países en donde la tradición del comunismo ha sido olvidada, mistificada, condenada. A estos compañeros los mejores deseos de un buen trabajo, siguiendo las huellas incorruptibles del marxismo revolucionario de siempre.
1. Invariancia histórica del partido comunista
Nuestro objetivo aquí es volver a demostrar lo que venimos diciendo desde el nacimiento de nuestro partido: junto a la reivindicación de una doctrina, que es única e intocable desde la enunciación de sus bases teóricas con el Manifiesto del Partido Comunista de 1848, afirmamos que, así como la doctrina se ha transmitido intacta hasta ahora, también la forma de concebir el partido de la revolución comunista es la de nuestros maestros.
Ya Marx y Engels, a lo largo de su vida, habían condenado con dureza y con indignación, en las formas del partido, en un principio embrionario y no desarrollado y luego desplegado, cualquier actitud impropia respecto a su naturaleza, a sus tareas y a los fines del comunismo. Conocidos son su asombro y repugnancia ante ciertas actitudes de algunos anarquistas, por ejemplo, cuando, en su duro trabajo, nunca se rebajaron a métodos indignos de la lucha política dentro del partido, fuera de la convicción y la ayuda a la maduración colectiva del movimiento mundial.
Desde aquí anticipamos una tesis central: el partido comunista hace lucha política, pero en su exterior, contra sus numerosos enemigos, no por dentro, excepto en caso de irremediable degeneración. Dentro del partido no hay polémica y entre los compañeros no hay propaganda.
Lenin estuvo en disposición de confirmar y defender la necesidad de un partido a la altura de la tarea que le esperaba, no sólo desde el punto de vista de la base de la teoría, sino a partir de su estructura organizada y funcionamiento orgánico, aspectos nunca tratados por separado.
Que el tipo de partido que Lenin pretendía y logró desplegar, en las líneas-guía y en la forma de concebir las relaciones internas, fue el mismo que el de la Izquierda, de antes y de después de la Segunda Guerra Mundial, siempre ha sido una tesis nuestra arraigada, y necesaria consecuencia de la homogeneidad de doctrina.
Esta convicción está confirmada en una carta, una entre mil, de 24 de marzo de 1967, del Centro del partido a la denominada “red de negros”, que de forma bromista llamaban a los compañeros más comprometidos con el partido, aquellos que trabajaban tanto, en silencio y con la cabeza gacha, “como negros”:
«Nuestros enemigos siempre han querido oponer a Lenin a la tradición de la Izquierda, no sólo en el campo de las cuestiones organizativas, sino en todos los campos. Nuestro esfuerzo, en cambio, siempre ha sido descubrir al Lenin permanente bajo el Lenin contingente, para mostrar cómo el partido de “nuevo tipo” que él supo crear en polémica con la socialdemocracia de la Segunda Internacional ya representa potencialmente al Partido tal cómo lo concebimos y cómo tras la fórmula del centralismo democrático salía ya la luz un método verdaderamente orgánico; el que se observa no en las soluciones individuales dadas por Lenin a los problemas contingentes individuales, sino en la continuidad de su acción. Es preciso por tanto tratar este tema dando mayor importancia al método histórico, y teniendo en cuenta cómo ya con Lenin se verifica el paso de la segunda fase de maduración del partido de clase, en relación al desarrollo del capitalismo, a la tercera fase, que es tanto la del imperialismo como la de nuestro partido.
«Ligado a este defecto de a-historicidad está el de considerar los problemas organizativos como independientes en sí mismos. Por el contrario es necesario demostrar cómo el centralismo del partido bolchevique se logró a través de una lucha por el programa, los principios y las tácticas del comunismo, antes y después del II Congreso de 1903».
Nuestro partido reivindica una total continuidad con la más pura tradición revolucionaria de la clase obrera, desde 1848 a través de las expresiones teóricas marxistas más ortodoxas, y de las acciones de las tres Internacionales y se proclama heredero directo del Partido Comunista de Italia, fundado en 1921 y con el que también ostenta una continuidad física, de organización y de hombres, defensores a lo largo de un siglo de la incorrupción tradición del comunismo revolucionario de izquierda.
2. Reiterar las confirmaciones de un gran pasado
Aún sin perder nunca el contacto con la clase obrera y su lucha diaria, es nuestra tradición dedicar mucha energía, en momentos en que faltan las condiciones para dirigir el ataque revolucionario directo, al estudio de los fundamentos de la teoría de nuestra forma de existir y de trabajar, tanto para reapropiarnos de ella continuamente como para insistir en la labor de “esculpir” nuestras posiciones de doctrina y de táctica. Lo cual no significa “enriquecimiento”, actualización ni, peor aún, revisión, sino poner de evidencia las cada vez mas claras y detalladas confirmaciones de nuestro modo de entender el proceso revolucionario.
Es nuestra firme convicción que la doctrina de la revolución no se da por la acumulación de aportaciones sucesivas, en un proceso que nunca debe darse por terminado y por lo tanto susceptible de ajustes continuos a la luz de presuntas nuevas condiciones, anteriormente imprevisibles. La doctrina de la revolución, que se forma sobre la base de datos históricos, económicos, científicos, filosóficos, y siguiendo también las teorías utópicas de la sociedad futura, nació en un solo bloque en la primera mitad del siglo XIX, y ve la luz en la forma del Manifiesto de 1848. Nada se añade en los 170 años posteriores a este cuerpo teórico que contradiga sus postulados y supuestos, si no comprobaciones posteriores realizadas por los comunistas marxistas, que hacen al instrumento de la teoría cada vez más robusto, manejable, eficaz. El partido por lo tanto, a pesar de vacilantes y dudosos, ya tiene una doctrina completa lista para jugar su papel desde sus inicios, con todas las herramientas que necesita, sin excepción, para aplicar a la fuerza disruptiva e invencible del proletariado insurgente.
El partido es a la vez el custodio de la doctrina y el órgano que en base a la misma lleva a cabo una acción de dirección de la clase revolucionaria. Por lo tanto, es importante para nosotros dedicar especial atención a este instrumento, órgano de la clase obrera aun cuando ésta, en la inmensa mayoría de sus miembros, no sea consciente de ello, como en el momento presente.
3. La formación del Partido Bolchevique
El Partido Comunista Internacional no es sólo el heredero de la izquierda italiana: es nuestra firme convicción de que no existen diferencias entre nuestra forma de entender el partido y la de Marx, la de Engels y la de Lenin, tras evaluar las diferencias históricas y ambientales entre las situaciones en las que les tocó operar. Aquí pretendemos leer la experiencia de Lenin y su partido subrayando las características que son generales, las mismas que nuestro pequeño movimiento de hoy.
Para entender lo que significaba para Lenin el partido de la revolución, y para interpretar correctamente sus formulaciones, es fundamental tener claro el contexto en el que Lenin trabajó, especialmente en el período de definición de lo que sería el partido bolchevique, antes y después del II Congreso del Partido Socialdemócrata de los Trabajadores Ruso (POSDR). Una breve premisa histórica nos permite definir las características de los diversos actores políticos, movimientos e ideologías que circulaban en Rusia a finales del siglo XIX y XX.
Lenin nos da una descripción de los orígenes del partido en Rusia tanto en las conclusiones del «¿Qué hacer?» (1902) como en el prefacio de la recopilación «Doce años» (1907).
Fue en los años alrededor de 1880 cuando el marxismo entró en Rusia, en donde ya estaba desarrollado el movimiento populista. En torno a la teoría marxista y a las correctas proposiciones sobre la táctica del proletariado en la doble revolución, se constituye en el exterior el grupo “Emancipación del Trabajo”. Lenin en «¿Qué hacer?» afirma que ese grupo no solo poseía la teoría, sino que también había elaborado un plan táctico adhiriéndose a los principios sobre las perspectivas de la revolución en Rusia y el papel del proletariado en ella.
En el primer período, 1880-1898, la lucha de los marxistas se desarrolla sobre todo contra el populismo, un movimiento político que se desarrolló en Rusia en el último cuarto del siglo XIX y principios del XX. El populismo pretendía lograr, a través de la actividad propagandística y proselitista entre el pueblo realizada por intelectuales y con una acción directa terrorista, una mejora en las condiciones de vida de las clases desfavorecidas, especialmente campesinos y siervos, y la realización de una especie de socialismo rural basada en la comunidad aldeana, en antítesis con la sociedad industrial de Occidente. No sólo los auténticos marxistas intervienen para saldar cuentas con esta doctrina, sino también toda una serie de elementos para los que la crítica del populismo significa la necesidad de la transición a la democracia burguesa. Es la era del “marxismo legal”.
Por tanto, la lucha se libra en dos frentes: contra el populismo y contra el marxismo pequeño burgués, y las primeras obras, principalmente de Lenin y Plejánov, están dedicadas a esto. La fecha de 1890, el debut de Lenin en la arena política, coincide simplemente con esto: la aparición de la clase obrera en Rusia. En este momento, los marxistas rusos se reducen a un pequeño grupo. Pero es importante lo que escribe Lenin en el «¿Qué hacer?»: este grupo de intelectuales ya haba elaborado todo el programa, no esperó a “las masas”. Las primeras y notables agitaciones obreras tuvieron lugar en 1896, y el grupo de intelectuales se lanzó a la lucha, indicando al movimiento no sólo sus tareas inmediatas, sino toda su perspectiva hasta el socialismo.
Los efectos de este movimiento y los siguientes fueron: 1) el partido se unió a la clase; 2) se separó claramente del “marxismo legal”; 3) se constituyó en una organización de partido (1898). Lenin afirma en todas sus obras que desde 1896 en adelante el proletariado ruso nunca ha estado inactivo: la organización del partido es inadecuada para dirigir el agitado movimiento obrero. Así se llega a plantear la pregunta en «¿Qué hacer?», donde la cuestión crucial es esta: ¿cómo debe ser el partido idóneo para dirigir el movimiento obrero? Y es frente a este movimiento exuberante en donde se manifiesta la desviación economicista.
Este es un primer rasgo característico que debe señalarse si realmente creemos que el partido es tanto un producto como un factor de situaciones. La dificultad en la formación de un partido revolucionario en Rusia se encuadra en la situación particular con respecto a otros países industrializados o países en proceso de industrialización. Los trabajadores eran porcentualmente poquísimos, concentrados en algunos distritos industriales; el resto del inmenso país era un campo interminable con pequeños y medianos agricultores, junto a grandes propiedades trabajadas por asalariados o por antiguos siervos de la gleba; a partir de estos se originó la generación que en el cambio de siglo constituiría el proletariado industrial. La tradición sindical era casi inexistente, al igual que la propaganda socialista. Los revolucionarios tenían que hablar a una audiencia mayoritariamente analfabeta y desconfiada.
Era una condición, sin embargo, que tenía aspectos positivos: ni siquiera el veneno reformista había podido penetrar mucho en la clase, y era más fácil poner a los proletarios frente a la realidad de sus duras condiciones para ayudarlos a sacar provecho de las luchas preciosas indicios de quiénes eran amigos y quiénes enemigos. La burguesía, obligada a ser revolucionaria en sus choques con el absolutismo, no disponía de sus armas típicas, o dispuso de ellas de forma limitada: ideología, tradiciones, electoralismo. Un oportunismo, al principio poco dotado de herramientas teóricas, fue evolucionando rápidamente, también gracias al desarrollo del revisionismo dentro del movimiento socialista en Europa Occidental en aquellos años.
Segunda característica a tener en cuenta: desde 1894-1895 la clase obrera en Rusia nunca perdió el contacto con su partido. Su tamaño es deducible de los datos de Lenin: 1894-1895, varios cientos de trabajadores inscritos; 1906, en el congreso de Estocolmo, unos 33.000; 1907, 150.000-170.000; 1913, 33.000-50.000. Lenin proporciona estas cifras en 1913, mientras discute con Vera Zasuliĉ, que argumentaba que la socialdemocracia rusa estaba formada por corrientes de intelectuales. Es natural que esta situación sea tenida en cuenta cuando se tratan los problemas organizativos. Es el mismo Lenin quien lo afirma categóricamente en el prefacio de la citada colección “Doce años”.
4. Contra el localismo, por la centralización comunista
El congreso de 1898 había creado una organización clandestina y puso en marcha la publicación de un periódico ilegal, pero fue reprimido casi de inmediato por la policía, y el trabajo no pudo continuar. La organización se redujo a círculos, grupos locales sin ningún vínculo estable entre ellos y sin continuidad de trabajo.
Lenin rechaza la tesis, todavía muy extendida entre los socialistas rusos, según la cual la mayor necesidad habría sido desarrollar la red de organizaciones locales y multiplicar y fortalecer la prensa local. El tema más apremiante del movimiento en cambio, ya no consistió en el desarrollo del viejo trabajo local y descoordinado, sino «en la unificación de la organización. Para dar este paso necesitamos un programa; el programa debe formular nuestras concepciones fundamentales, establecer con precisión nuestras tareas inmediatas, señalar aquellas demandas urgentes que deben delimitar la esfera de la actividad de agitación, hacer que esta actividad sea unitaria, expandirla y profundizarla, transformarla de agitación parcial, fragmentaria, por pequeñas demandas fraccionarias, en agitación por todo el conjunto de demandas socialdemócratas” (Lenin, «Obras completas en 45 volúmenes», Editori Riuniti, Roma: IV, 232. En el resto del texto, el volumen y la página se refieren a esta edición).
5. La revolución no es una cuestión de formas de organización
Si dar al partido su forma adecuada era una de las principales tareas del momento, sin embargo, debe negarse una fábula vulgar: que la forma concreta dada al partido bolchevique, independientemente de su doctrina y programa, lo convirtió en instrumento capaz por sí mismo, con su disciplina, de suscitar una revolución.
Esto no resta valor a cómo se organiza el partido, y la historia del partido bolchevique, en la situación específica de Rusia, lo demuestra.
A través de las cuestiones organizativas, formas de oportunismo intentan repetidamente penetrar en el partido. De ahí la lucha incansable de Lenin por una organización bien ligada a los fundamentos teóricos del marxismo.
Comienza un período de dispersión y confusión que Lenin describe tanto en el «¿Qué Hacer?» como en el prefacio citado. Las características de este período (1898-1903) son: 1) los trabajadores están en movimiento; 2) la juventud intelectual se pasa cada vez más al marxismo y se prenda del movimiento obrero; 3) falta todo tipo de organización centralizada, de trabajo continuo y unitario; 4) tanto el movimiento obrero como la literatura marxista legal y el revisionismo se apoderan de los jóvenes revolucionarios: es la época de los círculos, como la define Lenin; 5) las tendencias terroristas y anarquistas renacen como reacción.
En el exterior, la Unión de Socialdemócratas Rusos existe como una organización del POSDR, de la cual es miembro el grupo Emancipación del Trabajo, el grupo de Plejkhaanov.
Se intenta la publicación de un órgano central del partido, Rabochaya Gazeta (“La gaceta obrera”), para el cual Lenin escribe algunos artículos, pero que nunca serán publicados. En Rusia existen únicamente periódicos y publicaciones locales.
6. Contra el economicismo - Lucha económica y lucha política
Nace el economicismo, la tendencia a sobrestimar el potencial de la lucha económica espontánea del proletariado ya subestimar las tareas del partido político.
El programa de los economistas fue resumido en el Credo de 1899 pero ya establecido en el Rabochaya Mysl, su órgano más consecuente del cual se publicaron un número y un suplemento especial. En un artículo suyo de octubre de 1897, los economistas – que hoy llamaríamos, con pocas distinciones, obreristas – afirman que «la lucha económica es el camino a posteriores victorias»; «los trabajadores tienen que luchar no por las generaciones futuras, sino para sí mismos (...) los trabajadores para los trabajadores». El partido, las perspectivas de la revolución, por no hablar del marxismo y la teoría de la revolución, no se nombran.
Consecuencia del economicismo es la justificación teórica del sistema de círculos locales. Muy ligado al economicismo está el bernsteinismo, que también devalúa las tareas del proletariado en la revolución burguesa y argumenta la necesidad de una crítica en sentido reformista de la teoría marxista. El economicismo impregna muchos círculos rusos creando una mentalidad antipartido, antiorganización, antiteoría, etc.
Lenin inmediatamente opone al Credo con una reunión de diecisiete militantes deportados en Siberia, que se pronuncian por la condena de esas posiciones.
Lenin los derriba en la “Protesta de los socialdemócratas rusos”, escrita en 1899 en nombre de toda la comunidad socialdemócrata en el exilio en Siberia:
«No es cierto que la clase obrera en Occidente no haya participado en la lucha por la libertad política y en las revoluciones políticas. La historia del cartismo y la revolución del 48 en Francia, Alemania y Austria demuestran lo contrario.
«No es del todo cierto que el marxismo haya sido la expresión teórica de la práctica dominante: la lucha política que prevalece sobre la lucha económica. El marxismo aparece por el contrario en la época en que dominaba el socialismo apolítico (owenismo, fourierismo, Socialismo Auténtico), y el Manifiesto Comunista inmediatamente se opuso al socialismo apolítico. Incluso cuando el marxismo llegó armado con toda su teoría (El Capital) y organizó la famosa Asociación Internacional de Trabajadores, la lucha política no era en modo alguno la práctica dominante (tradeunionismo restringido en Inglaterra, anarquismo y proudhonismo en los países latinos). En Alemania, el gran mérito histórico de Lassalle consistió en haber transformado a la clase obrera desde ser un apéndice de la burguesía liberal a un partido político independiente.
«El marxismo ha fusionado la lucha económica y la lucha política de la clase obrera en un todo indivisible, y la tendencia de los autores del Credo a separar estas formas de lucha pertenece a las más desafortunadas y nefastas desviaciones del marxismo.
«Así mismo, con todo respeto a los autores del Credo, ni siquiera se puede hablar de cambio radical en la acción práctica de los partidos obreros en Occidente: la enorme importancia de la lucha económica del proletariado y la necesidad de esta lucha han sido reconocidas por el marxismo desde sus mismos comienzos, y ya en la década de 1940 Marx y Engels argumentaron contra los socialistas utópicos, que negaban su importancia» (IV, 174-175).
7. Contra la “libre crítica”
En 1900 se escindió la organización socialdemócrata en el extranjero, una parte de la cual se pasa al terreno del economicismo y la “libertad de crítica” del marxismo. La Unión publica la Rabochei Dielo, impregnada de economicismo disfrazado y de bernsteinismo. Se decanta por la reconstitución de la unidad organizativa del partido sobre la base teórica de la “libertad de crítica” y sobre la base práctica de una “amplia democracia” en la organización. Plejánov se separa de la Unión y funda la organización El Social Demócrata.
La necesidad de unificación se siente claramente, porque todo el trabajo en Rusia está empañado por el localismo y la falta de un programa sólido y compartido.
En torno al problema de la reconstitución del partido a fines de 1900 sale al campo de juego Iskra y su círculo. Entre los socialdemócratas se dan las siguientes posiciones: 1) Los economicistas declarados, que ni siquiera sienten la necesidad de la organización y niegan su importancia; son los teóricos de lo que existe en el momento presente. 2) La Rabochei Dielo, una tendencia informe que defiende la legitimidad del revisionismo y la “libertad de crítica” en el plano teórico; están por una unificación puramente organizativa garantizada por la democracia interna a nivel práctico. 3) Iskra, que quiere colocar como base de la organización la clarificación neta de las posiciones teóricas, programáticas y tácticas, rompiendo con el economicismo.
Iskra pretende reafirmar la ortodoxia marxista y hacer de ese periódico la sede ideológica que actúe como nexo entre todos los marxistas revolucionarios. En su primer número de diciembre de 1900 revelaba sus constantes preocupaciones: inculcar en las masas proletarias las ideas y la conciencia socialdemócratas, organizar un partido fuerte y disciplinado de revolucionarios de “tiempo completo” y, a través de ellos, crear solidos vínculos con el movimiento obrero espontaneo. Esto es para evitar que los trabajadores se resbalaran hacia el reformismo y que la intelectualidad se mantuviera al nivel de las disputas doctrinales.
En junio de 1901 se reunieron los representantes de las organizaciones del exilio en Ginebra. La unidad lograda en esa conferencia resulta efímera y, como resultado, Iskra se endurece y se vuelve cada vez más escéptica sobre la posibilidad de lograr la unificación. En octubre del mismo año se celebró en Zúrich una nueva conferencia que, tras acaloradas discusiones, culminaron con la ruptura total por parte de la izquierda. Inmediatamente después los militantes de Iskra, los del grupo socialdemócrata y otros se unifican en una nueva organización, la Liga de la Socialdemocracia Revolucionaria Rusa. En su declaración programática se declaran orgullosos de ser llamados “sectarios”.
8. ¿Qué hacer?, hito del marxismo
La expresión más completa de la campaña iskrista es el ¿Qué hacer?, en el que Lenin plantea todas las cuestiones desde un punto de vista coherentemente marxista: 1) la teoría, su importancia y su invariancia; 2) función del proletariado en la doble revolución: necesidad del partido autónomo y de la lucha política proletaria; 3) relaciones entre partido y clase, entre la política sindicalista y la política socialdemócrata, entre la espontaneidad y la conciencia. Finalmente, a nivel organizativo, son necesarios: 1) un solo periódico político para todo Rusia; 2) una organización clandestina de “revolucionarios profesionales”, estrictamente anclada en los principios, bien delimitada desde el exterior, continua en el tiempo y conectada en el espacio, rodeada de toda una gama de organizaciones legales y semi-legales, especializadas en el trabajo práctico y estrictamente centralizado; 3) un plan táctico preestablecido, derivado de los principios y que no cambia de un día para otro.
En cuanto a la teoría, Lenin es categórico y no duda en poner como testigo a Engels, a quien cita extensamente para demostrar cómo los propios trabajadores alemanes, en ese momento a la vanguardia en Europa, habían ganado ventaja en el campo de la lucha política y en la lucha económica de las experiencias de las luchas pasadas en Francia e Inglaterra y de las consiguientes elaboraciones teóricas del marxismo.
El problema lo representaban los partidarios de la “libertad de crítica”, que Lenin define como «la libertad de transformar la socialdemocracia en un partido democrático de reformas, la libertad para introducir las ideas burguesas y los hombres de la burguesía en el socialismo» (V, 326).
¿Qué hacer? es un texto nuestro en todos los aspectos. El plan organizativo de Iskra se puede compartir palabra por palabra.
Tomemos nota de que Lenin plantea la cuestión de la delimitación rígida de la organización de los revolucionarios de otras organizaciones, incluidos los trabajadores. También reclama el uso de camaradas con cierta “especialización” en el campo de la acción práctica, pero no en la actividad de investigación teórica. También notamos que Lenin plantea la cuestión de herramientas, medios operativos que realmente organizan, y no se basan en formularios organizativos o jerárquicos: un trabajo común para un periódico común, el periódico organizador colectivo; grupos partidistas que se acostumbren al mismo trabajo de reaccionar simultáneamente con los acontecimientos, hasta la insurrección.
Los mismos temas son retomados en la Carta a un compañero sobre nuestras tareas organizativas, de 1902, inmediatamente después del ¿Qué hacer?: «Probablemente podremos evitar un estatuto». De hecho, el centralismo orgánico.
9. De los círculos al partido
En agosto de 1903 se reúne el II Congreso que debía proceder a la reunificación del partido, sobre la base de las proposiciones de Iskra. Todos ahora aceptan el programa iskrista, pero Lenin nota y demuestra que la aceptación verbal de un programa no es suficiente si no acepta la disciplina organizativa del partido. Esta afirmación no tiene sentido mecánico, sino histórico y dialéctico, aunque sea perfectamente aceptado por nosotros incluso en su sentido literal simple. Pensemos: hasta ayer había economicismo, hasta ayer había círculos, cada uno con su propia visión, su propia estructura, su propia tradición, hubo y aún hay bernsteinismo. Iskra ha machacado sus proposiciones durante tres años y la situación misma de la lucha material ha obligado paso a paso a todos los militantes a tomar partido abiertamente con Iskra y a admitir el plan de Iskra como el único adecuado.
Lenin da a la palabra “unificación” un significado preciso: transformación del movimiento de círculos locales autónomos en un partido marxista de toda Rusia, ideológicamente homogéneo y dirigido por un centro único. Disciplina única y homogeneidad ideológica: esto es la “unificación”. Para lograrlo, está dispuesto a no someterse a compromisos y que se vayan todos los que no aceptan una organización centralizada, todos los periódicos que se niegan a fusionarse en un organismo nacional único, el Bund Socialista judío si no está dispuesto a renunciar a su autonomía, los revisionistas, los economistas y todos aquellos que no aceptan el programa “marxista ortodoxo” que, con Plejánov y los otros editores de Iskra ha codificado para el Congreso.
Hay quienes piensan que el primer requisito del partido aún no nacido es una discusión prolongada, plena y libre de los principios fundamentales. En cambio, para Lenin, como para Plejánov, ya está todo escrito, en Europa Occidental, en las obras de Marx y Engels, y más recientemente en los de Kautsky y Plejánov en su todavía acalorada controversia con Bernstein. Por lo tanto, el Congreso se convoca bajo la bandera de la aceptación del plan iskrista. «Bueno señores, los iskristas les pedimos hechos que demuestren si su reconocimiento es real o sólo de palabra, a ustedes, que hasta ayer defendieron la legitimidad de lo existente, les ponemos esta piedra de toque: todos los círculos deben ser disueltos y todos los periódicos suprimidos; no hay previsto mandatos imperativos de los grupos al Congreso».
10. El crucial “Párrafo 1”
La comprobación da sus frutos. A vosotros, que hasta ayer defendíais a las organizaciones para la lucha económica y el partido sólo como instancia ideal superior, proponemos un Párrafo nº 1 del Estatuto que dice así: «Es miembro del partido no solo aquel que acepta el programa y lo apoya en la medida de sus fuerzas, sino que también trabaja en una de las organizaciones del partido. ¿Estáis realmente de acuerdo en la distinción entre partido y clase? Demuéstralo aceptando estas condiciones».
La discusión sobre el Párrafo nº 1 es importante porque plantea la cuestión más amplia de la organización del partido. Lenin dice: «En mi proyecto esta definición era la siguiente: “Se considera miembro del Partido de los Trabajadores Socialdemócratas de Rusia a aquel que acepte su programa y apoye al propio partido tanto con medios materiales como participando personalmente en una de sus organizaciones”. Martov, por el contrario, en vez de las palabras citadas proponía: “trabajando bajo el control y la dirección de una de sus organizaciones” (...) Nosotros demostramos que era necesario restringir el concepto de miembro del partido para distinguir a los elementos que trabajan de los charlatanes, para eliminar el caos organizativo, para eliminar el escándalo y el absurdo de que había organizaciones compuestas por miembros del partido, pero sin ser organizaciones del partido, etc. Martov estaba a favor de la ampliación del partido y hablaba de un amplio movimiento de clase, movimiento que requería una organización vasta, sin límites precisos, etc. (...) Plejánov se levantó enérgicamente contra Martov, señalando que su formulación al estilo de Jaurès abría de par en par las puertas a los oportunistas, ávidos precisamente de esos puestos: en el partido y fuera de la organización. “Bajo el control y la dirección”, dije, básicamente significa en la práctica, ni más ni menos: sin ningún control y sin ninguna dirección» (“Resumen sobre el segundo Congreso del POSDR”, 1903, VII, 19).
Martov desea “un partido de masas”, es decir, con las puertas abiertas a toda especie de oportunistas, con sus límites indeterminados y vagos, haciendo difícil distinguir al revolucionario del hablador ocioso.
Lenin observa que un buen tercio de los miembros del Congreso eran intrigantes. ¿Por qué preocuparse de aquellos que no quieren o no pueden unirse a uno de las organizaciones del partido, pregunta Plejánov. «Los trabajadores que deseen ingresar en el partido no tendrán miedo de unirse a una de sus organizaciones. La disciplina no les da miedo. Tendrán miedo de entrar los intelectuales, completamente imbuidos del individualismo burgués. Estos individualistas burgueses son generalmente los representantes de todo tipo de oportunismo. Tenemos que alejarlos de nosotros. El proyecto es un escudo contra su irrupción en el partido, y sólo por eso todos los enemigos del oportunismo deben votar a favor del proyecto de Lenin» (“Actas del segundo Congreso”, sesión del 2 (15) de agosto).
Trotsky se pronuncia en contra de la propuesta de Lenin, considerándola ineficaz. Lenin responde: «[Trotsky] no ha planteado una pregunta fundamental: ¿mi formulación restringe o amplía el concepto de miembro del partido? Si se hubiera hecho esta pregunta, habría sido fácil para él ver que mi redacción reduce este concepto, mientras que la de Mártov la ensancha, distinguiéndose (según la correcta expresión del mismo Mártov) por su “elasticidad”. Y precisamente la “elasticidad”, en un periodo de la vida del partido como la que estamos atravesando, sin duda abre las puertas a todos los elementos desbandados, vacilantes y oportunistas».
11. Organización firme, táctica coherente, pureza de principios
Los elementos inestables son presagios de incertidumbre, desviaciones y poco trabajo. El peligro puede ser grande. «Salvaguardar la firmeza de la línea y la pureza de los principios del partido se convierte ahora en una tarea tanto más urgente en cuanto que el partido, reconstituido en su unidad, acogerá en sus filas a muchos elementos inestables, cuyo número crecerá a medida que se desarrolle» (“El Congreso del POSDR”, 1903, VI, 465).
Por otra parte, ¿en dónde está el peligro de una delimitación estricta del partido, mediante límites precisos a la definición de socialdemócrata? «Si resulta que cientos y miles de trabajadores detenidos por participar en huelgas y manifestaciones no son afiliados de las organizaciones del partido, esto solo mostraría que nuestras organizaciones son buenas, que cumplimos con nuestra tarea, la de hacer el trabajo clandestinamente de círculo más o menos restringido de dirigentes y de hacer participar en el movimiento las más amplias masas posibles». No se puede confundir el partido, destacamento de vanguardia de la clase obrera, con toda la clase, como hizo Axelrod. «Es mejor que diez elementos obreros no se llamen militantes (¡los verdaderos militantes no van a la caza de títulos!), en vez de que un solo parlanchín tenga el derecho y la posibilidad de ser miembro del partido (...) El CC nunca podrá controlar verdaderamente todos aquellos que trabajan pero no se integran a la organización. Nuestra tarea es confiar un control efectivo al CC. Nuestro trabajo es salvaguardar la solidez, la coherencia, la pureza de nuestro partido. Debemos esforzarnos por elevar cada vez más el nombre y la importancia del miembro del partido» (VI, 465-467).
12. Revolucionarios de profesión
Escribíamos nosotros en 1955 en «Rusia y revolución en la teoría marxista», Parte 2, §37: «Aparentemente parece que Lenin distinguiera entre simples militantes de partido y los “revolucionarios profesionales”, cuyos más pequeños grupos formaban la columna vertebral de la dirección. Mostramos varias veces que aquí se trata de las redes ilegales, y no de la superposición al partido de un aparato burocrático de gente pagada. Profesional no significa necesariamente asalariado, sino dedicado a la lucha del partido por la afiliación voluntaria, desvinculado ahora de toda asociación que defienda razones de defensa de los intereses colectivos, incluso si esto sigue siendo la base determinista del surgimiento del partido. Todo el alcance completo de la dialéctica marxista está en esta doble relación. El obrero es revolucionario por intereses de clase, el comunista es revolucionario por el mismo propósito, pero elevado más allá del interés subjetivo».
En Reconocimiento de la práctica, “El programa comunista” n. 11/1953: «La derecha del partido ruso quiere que el miembro del partido provenga de un grupo de trabajadores profesionales o de fábrica federado en el partido: los sindicatos fueron denominados por los rusos por las asociaciones profesionales. En un sentido polémico, Lenin forja la frase histórica de que ante todo el partido es una asociación de revolucionarios profesionales. No se les pregunta: ¿eres trabajador? ¿En qué profesión? ¿Mecánico, hojalatero, carpintero? Pueden ser tanto obreros de fábrica como estudiantes o quizás hijos de nobles; ellos responderán: revolucionario, esa es mi profesión. Sólo el cretinismo estalinista podría dar a esta frase el sentido de revolucionario de oficio, a sueldo del partido. Una fórmula tan inútil habría dejado el problema en el mismo punto: ¿contratamos empleados del aparato entre los trabajadores, o de fuera? Pero era otra cosa muy distinta».
13. Conocimiento y militancia - La “conciencia proletaria”
Para los bolcheviques, el militante comunista es el que acepta -no necesariamente conoce o entiende en detalle- el programa, y está dispuesto a trabajar bajo las órdenes del partido: dones de abnegación, voluntad de lucha, que cualquier proletario puede tener, aunque sea analfabeto. Una aceptación del programa que puede estar basada en la comprensión de algunos aspectos esenciales, a veces sólo de eslóganes, pero que coinciden con sus profundas aspiraciones, con sus necesidades. Una adhesión basada más en la pasión que en el intelecto. La comprensión vendrá con el tiempo.
Nunca completa sin embargo, la comprensión total de la doctrina no puede ser del individuo sino del colectivo del partido, y se expresa en su prensa, en sus tesis, en su táctica revolucionaria. «El conocimiento doctrinal no es un hecho único ni siquiera del más culto seguidor o líder, ni es una condición para la masa en movimiento: tiene como sujeto un órgano propio, el partido» (“Rusia y la revolución...”, Parte 2, § 37).
Este concepto se repite en las Tesis características del partido de 1952: «La cuestión de la conciencia individual no es la base de la formación del partido: no sólo cada proletario no puede ser consciente y menos culturalmente dueño de doctrina de clase, ni tampoco cada militante por sí mismo, y esta garantía no se da tampoco entre los dirigentes. La misma consiste sólo en la unidad orgánica del partido».
«Más allá de la influencia de la socialdemocracia no hay otra actividad consciente de los trabajadores», dice Lenin en el II congreso. Y añadimos nosotros: «Es pesado, pero es así. La acción de los proletarios es espontánea en la medida en que surge de los determinantes económicos, pero no tiene como condición la conciencia, ni en el individuo ni en la clase. La lucha de clases física es un hecho espontáneo, inconsciente. La clase alcanza su conciencia sólo cuando en su propio seno se forma el partido revolucionario, que posee la conciencia teórica basada en la auténtica relación de clase, propia, de hecho, de todos los proletarios. Estos, sin embargo, no podrán nunca poseer el verdadero conocimiento -es decir, la teoría- ni como individuos, ni como totalidad, ni como mayoría mientras el proletariado esté sujeto a la educación y la cultura burguesa, es decir, a la fabricación burguesa de su ideología y, en buenos términos, hasta que el proletariado no venza y deje de existir. Por tanto, en términos exactos, la conciencia proletaria no existirá nunca. Está la doctrina, el conocimiento comunista, y esto está en el partido del proletariado, no en la clase» (Ibid., § 39).
14. Autonomía, democracia, libre crítica
En el Congreso se dio una confrontación severa, a medida que los bolcheviques exponían sus condiciones se manifiestan las posturas contrarias. ¿Y dónde necesariamente? En la cuestión organizativa. Quien previamente había sido opositor de Iskra a nivel teórico, programático y táctico, ahora grita contra el centralismo y la disciplina, y a favor de la autonomía y la democracia en la organización; acusa al ala revolucionaria de burocratismo, de imponer el “estado de sitio”. En realidad, todo el burocratismo de Lenin es para poner el “estado de sitio” a las posiciones oportunistas. Todo esto es la supuesta “maniobra” de Lenin, quien, por el contrario, nunca abandona las relaciones sinceras, fraternales, apolíticas, con todos los camaradas, incluidos los opositores.
El partido, el de Marx y Lenin, así como la Izquierda, nunca ha mentido a la clase, para ganar apoyo, y no escatima tampoco los comentarios sobre los resultados negativos de las luchas. Y mucho menos ese partido ha mentido a sus propios militantes, que se forman en un ambiente de plena sinceridad mutua.
En los años 1895-1897 defendió a capa y espada la importancia de la implicación del partido en la lucha económica del proletariado. Antes del Congreso, en cambio, tuvo que destruir las posiciones de los economistas. Ahora tiene que defender el “burocratismo”, entendido como una negación del deseo de “libertad de crítica”, de autonomía: el centralismo, sin adjetivos, como primera necesidad. Esto no lo entendieron entonces Trotsky y Luxemburgo.
La crisis llega con la elección de los miembros de la redacción de Iskra. Lenin obtiene su reducción a los únicos que realmente trabajan (elección orgánica), pero Martov se opone y se niega a formar parte de la redacción. Lenin recuerda que es una decisión del Congreso, y que por lo tanto negarse a trabajar equivale a una escisión del partido. Que es exactamente lo que sucede.
Lenin es acusado por los opositores, especialmente Martov, de formalismo y burocratismo. Defiende el mecanismo democrático adoptado por el Congreso, mientras Martov defiende la democracia desde abajo: «Burocracia versus democracia - centralismo versus autonomía, es el principio organizativo de la socialdemocracia revolucionaria en oposición al principio organizativo de los oportunistas de la socialdemocracia. Estos últimos quieren ir de abajo hacia arriba y, por lo tanto, apoyan, siempre que sea posible y en la medida que es posible, la autonomía, una “democracia” que llega (en los que son excesivamente celosos) hasta el punto de la anarquía. El primero quiere partir del vértice, propugnando la extensión de los derechos y plenos poderes del centro respecto a las partes» (VII, 384).
Lenin debe volver al párrafo 1: “¿en mi formulación, defendida por Plejanov, tal vez se reflejó una interpretación errónea, burocrática, formalista, no socialdemócrata del centralismo? Oportunismo y anarquía o burocracia y formalismo – así se plantea la cuestión hoy, después de que la pequeña divergencia se haya hecho grande» (VII, 249).
«Si en las sentencias sobre la burocracia se esconde un principio, si no se trata de una negación anarquista del deber que tiene la parte de someterse al todo, nos encontramos frente al principio del oportunismo, que tiende a debilitar la responsabilidad de los intelectuales individuales ante el partido del proletariado, para debilitar la influencia de los órganos centrales, fortalecer la autonomía de los elementos menos estables, reducir las relaciones organizativas a su aceptación meramente platónica y formal» (VII, 356)
Entonces, a partir de esta experiencia particular de los bolcheviques, ¿qué lección podemos extraer? Es el mismo Lenin quien nos lo aclara: «Es sumamente interesante notar que las características esenciales del oportunismo en materia organizativa (autonomía, anarquía a lo gran señor, o como intelectuales, codismo y girondismo) se encuentran mutatis mutandis (con los cambios necesarios) en todos los partidos socialdemócratas del mundo, sólo hay una división en un ala revolucionaria y oportunista (pero ¿dónde no existe?) (...) No solo en Alemania, sino también en Francia, los oportunistas también están en Italia. como un solo hombre a favor de la autonomía, por el debilitamiento de la disciplina partidista, por su anulación; en todas partes sus tendencias conducen a la desorganización, a la degeneración del “principio democrático” en anarquía» (VII, 384-387).
El oportunismo en materia de organización es la desviación que denuncia Lenin a menudo en sus escritos: «La indudable tendencia a defender la autonomía frente al el centralismo como rasgo esencial del oportunismo en materia organizativa». «El oportunismo en el programa está naturalmente ligado al oportunismo en la táctica y al oportunismo en cuestiones organizativas».
Se invoca el democratismo en apoyo del oportunismo. Nosotros hemos rechazado siempre los mecanismos democráticos. Cualquier transgresión de la forma orgánica de funcionamiento del partido es una puerta abierta al oportunismo, que se suele manifestar como desviaciones en cuestiones organizativas. De ahí la constante atención del partido a la forma correcta de trabajar y a las relaciones entre camaradas.
La burocracia que Lenin defendió en 1903-4 no es más que centralismo y adhesión a principios no distorsionados del marxismo, junto con una organización fuerte y eficiente. Naturalmente, Lenin rechaza el verdadero burocratismo: «Burocratismo significa subordinar los intereses de la causa a los intereses de la carrera, dirigir la mayor atención a los puestos e ignorar el trabajo, luchando por la cooptación en lugar de luchar por las ideas. Una burocracia tal es, de hecho, totalmente indeseable y perjudicial para el partido» (VII, 353).
Todo esto lo cuenta Lenin en “Un paso adelante, dos pasos atrás”, de 1904, donde considera un hecho positivo la división de la socialdemocracia en dos alas. La división del partido en dos alas enfrentadas, señala Lenin, es [en ese momento] una característica de todos los partidos de la Segunda Internacional. La división tiene sus raíces en la situación social del proletariado. Lo mismo se reiterará después del IV Congreso, en 1906 (“Libertad de crítica y unidad de acción”, X, 422). La corriente oportunista (marxismo legal, economicismo, menchevismo), representa la influencia de la pequeña burguesía sobre el proletariado. Así es como Lenin plantea la cuestión: «En todos los países capitalistas el proletariado está inevitablemente ligado por miles de formas a su vecino de la derecha, la pequeña burguesía. En todos los partidos obreros es inevitable la formación de un ala más o menos derechista claramente definido, que, en sus conceptos, en su táctica, en su “línea” organizativa, expresa las tendencias del oportunismo pequeñoburgués» (“Prefacio a la recopilación Doce Años”, 1907, XIII, 99).
La actitud que mantuvieron los bolcheviques hasta 1917 de tolerancia en el partido hacia las corrientes espurias o inciertas varían según sea posible esperar su maduración en un sentido marxista radical a la luz de las experiencias del movimiento, es decir, de clara e intransigente diferenciación y separación cuando la falta de claridad y las incertidumbres en la táctica serían fatales para el destino de la revolución. Opciones legítimas en un país con proletariado escaso y poco maduro como la Rusia de entonces. Lenin será mucho más decisivo después del estallido de la guerra mundial, y después de la fundación de la Tercera Internacional, aunque para nosotros no es suficiente en la aplicación a los partidos en Occidente.
15. La imprescindible disciplina ejecutiva
Después del Congreso, una parte del grupo de Iskra, que reunió en torno a sí a todos los descontentos, había negado a disolverse y saboteó el desarrollo de todo el trabajo de partido. A esta actitud, que no reconoció las decisiones del Congreso y la sumisión de la minoría a la mayoría, está dedicada la última parte del folleto de Lenin y el epíteto de “anarquía de grandes señores”. Las reglas formales que todavía regían la confrontación de opiniones dentro del partido contemplaban -según el “centralismo democrático”- la sumisión de la minoría, a la que sin embargo se le garantizaba la oportunidad de expresar y argumentar libremente sus puntos de vista ante todo el partido. Esta contradicción entre camaradas del mismo partido fue regulada por formas y costumbres precisas, siempre cuidadosas de evitar laceraciones y daños a la organización. El partido es el estado mayor de un ejército en guerra y bajo los disparos enemigos: se excluye que se rompa la unidad de acción, la disciplina ejecutiva. Aquella “lucha ideal”, en palabras de Lenin, entre una “mayoría” y una “minoría”, en formas democráticas, por supuesto, tenía su razón de ser en la vida del partido mientras fuera inevitable, por inmadurez histórica, la comparación entre enfoques y concepciones opuestas.
Sin embargo, nunca llega a romper la unidad de acción, la disciplina ejecutiva. Para Lenin, en cuanto a nosotros, la pertenencia al partido coincide con el trabajo con y para el partido: “El alejamiento a uno mismo del trabajo en común no es más que una escisión” (VII, 159).
Bolcheviques y mencheviques forman dos fracciones organizadas desde 1903 hasta 1906.
La “lucha ideal” dentro del POSDR continuó hasta 1906, con reiterados llamamientos sinceros por parte de los bolcheviques para que los mencheviques se incorporaran de nuevo al trabajo del partido. Naturalmente, toda la actividad práctica en Rusia, que recae casi por completo sobre los bolcheviques, se ve afectada enormemente por esta situación.
En mayo de 1905, por iniciativa de los comités bolcheviques, se reúne en Londres el tercer Congreso, en el que se definen las tácticas de la revolución que se avecina. Los mencheviques convocan simultáneamente una conferencia en Ginebra, donde adoptan resoluciones tácticas opuestas. En Dos Tácticas, de julio de 1905, Lenin vuelve a proponer identificar la dirección correcta como base para la futura unificación del partido. Todavía se confía en que “la revolución educará”, es decir, que los mencheviques, como corriente que tiene una base en el movimiento obrero, empujados por los hechos, abandonen espontáneamente sus proposiciones. El folleto está claramente dedicado a este propósito.
De octubre a diciembre de 1905 se suceden en Rusia grandes acontecimientos revolucionarios. Bajo la presión de éstos y de su base obrera real, los mencheviques apoyan al proletariado, aunque de manera incierta y vacilante. Surge pues la posibilidad reunificación organizativa.
Las dos fracciones asisten al Congreso, el cuarto, en abril de 1906, que resulta en la mayoría menchevique. Lenin explica las condiciones de la unificación, pero es significativo que reitere la importancia de la teoría: «Ante los inminentes, graves y determinantes sucesos de lucha popular, lo esencial es lograr la unidad práctica del proletariado consciente de toda Rusia, de todas sus nacionalidades. En una época revolucionaria como la que cruzamos, se critica cada error teórico y cada desviación táctica del partido de la manera más implacable por la propia realidad, que instruye y educa a la clase obrera con una velocidad nunca antes vista. En tiempos como estos, es deber de todo socialdemócrata trabajar duro para que la lucha ideal dentro del partido sobre cuestiones de teoría y táctica se lleve a cabo de la manera más abierta, amplia y libre posible, pero de tal manera que no destruya y en ningún caso entorpezca la unidad de la ofensiva revolucionaria del proletariado socialdemócrata» (“Discurso al partido de los delegados al congreso de unificación “, 1906, X, 296).
«La resolución del CC es errónea en el fondo, y contraria al estatuto del partido. El principio del centralismo democrático y la autonomía de las instancias periféricas de hecho significa plena libertad de crítica en todos los lugares, siempre que no viole la unidad en la acción concreta, y la inadmisibilidad de toda crítica que dañe o entorpezca la unidad en una acción decidida por el partido» (Libertad de crítica y unidad de acción, 1906, X, 422).
En el mismo congreso también hay una victoria teórica a posteriori de Lenin: el famoso párrafo 1, que había sido deliberado en la formulación menchevique con ocasión del segundo Congreso de 1903, en el cual se adopta la formulación de Lenin.
Durante este período, la primera mitad de 1906, los bolcheviques están a favor de un boicot de la Duma (boicot enteramente teórico porque la Duma de Witte nunca fue convocada, y siguió un período de reacción). Los mencheviques, en cambio, proponen apoyar a un ministro del KDT. Lenin apela entonces al derecho de las organizaciones partidarias y de los afiliados para discutir las decisiones del Comité Central, especialmente si estas contradicen las resoluciones del Congreso. En definitiva, con un lenguaje más general, no encaja en las facultades del Centro impartir directivas o incluso solo teorizar en contradicción con el programa del partido.
16. La mentira de la “creatividad leninista”
¿Qué hacer? es un texto fundamental para los que somos herederos de la bien identificada corriente de la Izquierda Comunista, pero no por eso de un marxismo diferente al de Lenin. Su gigantesca obra se basa en los mismos cimientos sobre los que se formó la Izquierda, surgida, incluso antes de conocer los escritos de ese gran camarada, de las mismas premisas teóricas y desde el mismo marco táctico general. Las traducciones de Lenin llegaron a Italia muchos años después (la primera edición de Que Hacer? en italiano es de 1946, aunque en otros idiomas el texto ya era conocido por los comunistas italianos en la primera posguerra).
Queda la obligación de demostrar la continuidad de las posiciones, que alcanza a menudo la identidad en las formulaciones, entre nosotros y los bolcheviques, para cerrar la boca a quien, imaginando una “creatividad” teórica de Lenin, hace de su doctrina algo nuevo en el panorama marxista, asociándolo a los muchos otros que han plagado a lo largo de las décadas el movimiento revolucionario del proletariado.
Lo de las novedades, las invenciones tácticas y teóricas, las maniobras astutas de Lenin es una leyenda que no resiste una lectura no deshonesta de sus escritos, algo que trataremos de hacer aquí con relación a un período clave en la formación del Partido Obrero Socialdemócrata ruso, en el momento de su segundo congreso (1901-1904).
La falsificación del pensamiento de Lenin -que no es otra cosa que marxismo consecuente, cada vez mejor definido y, como decimos, “esculpido”- es un trabajo que ha permitido a turbas de intelectuales que orbitan en áreas más o menos “de izquierdas”, desde los liberales burgueses declarados a los anarquistas y a los estalinistas, ganar un salario que seguramente merecían, dado el daño causado al movimiento obrero. En Italia esta obra de la tergiversación alcanzó su máximo de capacidad vergonzosa después de la Segunda Guerra Mundial por parte del Partido Comunista Italiano, que fue la referencia para excelentes historiadores y filósofos que, durante más de 50 años, dieron lo mejor de sí para refutar el marxismo pretendiendo exaltarlo. La técnica era siempre la misma: empezábamos por reconocer el alcance histórico de las tesis presentadas, para luego insertar de pasada una palabra venenosa que en realidad anulaba la fuerza revolucionaria de las tesis. Es la técnica del estalinismo, que no por casualidad fue el que acuñó el término obsceno de “leninismo”.
Todavía no era “apropiado” hablar mal de Lenin abiertamente, y por lo tanto el difícil trabajo requería un hábil artesano, un buen intelectual.
En cambio, para Lenin como para nosotros, la teoría de la revolución nace en un bloque Único desde el Manifiesto de 1848, y es sólo mejor definida, aclarada y profundizada en los escritos posteriores de Marx y Engels, y luego en los suyos, nunca en contradicción con las primeros; por el contrario a menudo citándolos, cada vez que tenía que demostrar suposiciones difícilmente digeribles a sus camaradas menos provistos.
El “proceso de elaboración” que tiene lugar en el partido debe entenderse en nuestro sentido y en el de Lenin, de confirmación de la doctrina y no de continua revisión o adaptación a supuestas condiciones imprevistas en las que se encuentre el movimiento obrero.
Cuando Lenin afirmó en 1899 que «para los socialistas rusos es necesaria una elaboración independiente de la teoría de Marx» (Nuestro programa, IV, 213) pretende un “análisis concreto de la situación concreta”, no tanto una innovación de la táctica como de la teoría revolucionaria. El artículo del que se toma la cita, “Nuestro programa”, se lanza contra los innovadores como Bernstein (mucho más “a la izquierda” de los partidos moscovitas posteriores a la Segunda Guerra Mundial), mientras se defiende, como debemos hacer nosotros también continuamente, de las acusaciones de “dogmatismo”. En el mismo artículo nuestro Vladimir recuerda que «la teoría de Marx (...) ha puesto las piedras angulares de la ciencia que los socialistas deben hacer avanzar en todas direcciones» (Ibid.). Este es el significado de la elaboración independiente de la que habla Lenin, no del desmantelamiento del marxismo, piedras angulares incluidas.
Los estalinistas hablan de una fantasmagórica “nueva teoría marxista de la revolución” obra de Lenin. En esto están en buena compañía con los trotskistas: Mandel, por ejemplo, escribe sobre el supuesto desarrollo original de la teoría marxista de Lenin, u otros sinvergüenzas para quienes las definiciones relativas al partido «como cualquier aspecto del marxismo, nunca pueden fijarse dogmáticamente, requieren una reelaboración y un desarrollo continuo», todos deseosos de encontrar innovaciones en lo que llaman “leninismo”, para legitimar su incoherencia, su oportunismo siempre renovado y sus traiciones. La técnica consiste en extrapolar oraciones del contexto para afirmar lo contrario de lo que significaba, llenando millones de páginas con basura anticomunista.
Al reafirmar los fundamentos del marxismo en Lenin, nos vemos obligados a emplear citas no muy breves, y situarlas en su verdadero contexto histórico y político, aquel en el que fueron escritos los textos.
17. Nada de “partido de nuevo tipo”
¿Qué fue el partido para nuestros maestros fundadores, qué fue el partido para Marx y Engels el partido de “viejo tipo”, de la clase obrera?
El Manifiesto dice:
«De vez en cuando ganan los trabajadores; pero sólo de manera efímera. El verdadero resultado de las luchas no es el éxito inmediato, sino el hecho de que la unión de los trabajadores se extienda cada vez más. Esta organización de los proletarios en clase y, por tanto, en partido político, vuelve a romperse en todo momento por la competencia entre los propios trabajadores. Pero siempre vuelve a levantarse, más fuerte, más firme, más poderosa (...)
«Los comunistas se distinguen de otros partidos proletarios sólo por el hecho de que enfatizan y reivindican, en las diversas luchas nacionales de los proletarios, los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de su nacionalidad. En la práctica los comunistas son la parte progresista más resuelta de los partidos obreros de todos los países, y en cuanto a la teoría tienen la ventaja sobre la masa restante del proletariado de comprender las condiciones, la tendencia y los resultados generales del movimiento proletario. El propósito inmediato de los comunistas es el mismo que todos los demás partidos proletarios: formación del proletariado en clase, derrocamiento de la dominación de la burguesía, conquista del poder político por parte del proletariado. Las proposiciones teóricas de los comunistas no se basan en absoluto en ideas, sobre principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. Son meras expresiones generales de relaciones existentes en la lucha de clases existente, es decir, de un movimiento histórico que tiene lugar ante nuestros ojos» (M-E, VI 498).
«La clase obrera, en su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, no puede actuar como clase sino constituyéndose en un partido político distinto y opuesto a todos los viejos partidos formados por las clases propietarias. Esta constitución de la clase trabajadora en un partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y su fin último, la abolición de las clases» (M-E, Resolución sobre normas generales, Congreso de La Haya, 1872).
«El proletariado no puede conquistar el poder político, única puerta para entrar en la nueva sociedad, sin una revolución violenta. Para que el día decisivo el proletariado sea lo suficientemente fuerte para ganar es necesario -y esto Marx y yo lo hemos sostenido desde 1847- que se forme un partido específico, separado de todos los demás y a ellos opuesto, un partido de clase autoconsciente (...) Como todos los otros partidos, el del proletariado aprende ante todo de las consecuencias de sus errores, y nadie puede ahorrarle todos estos errores» (Engels a Gerson Trier, 18 de diciembre de 1889).
«Nuestros puntos de vista sobre los puntos de diferencia entre una sociedad futura, no capitalista y la de hoy, son conclusiones rigurosas de hechos y desarrollos históricos existentes; no tendría valor -teórico o práctico- si no se presentaran en relación con estos hechos y desarrollos» (Engels a Pease, 27 de enero de 1889, M-E, XLVII, 392).
«Cada derrota sufrida fue una consecuencia necesaria de opiniones teóricas erróneas en el programa original»(Engels a Kelley-Wischnewetzky, 28 de diciembre de 1886, M-E, XLVIII, 541).
Estas exiguas citas extraídas del inmenso corpus teórico que hemos heredado son
suficientes para establecer puntos firmes sobre la naturaleza y el papel del
partido proletario, y vencer de antemano las críticas que entonces se dirigieron
a Lenin, y posteriormente a nosotros:
1) La clase es tal solo si está organizada en un partido, de lo contrario solo
lo es para las estadísticas, no per se;
2) La conciencia de clase reside sólo en el partido, no en los individuos,
proletarios o no;
3) La teoría de la revolución es “científica”, fundada en la realidad histórica,
pasada y presente; se encarna en el programa, continuamente confirmado y
refinado a la luz de las experiencias, pero, en tanto teoría científica
consumada, no puede ser contradicha por nuevos acontecimientos sin perecer.
4) El partido es necesario para poder ganar a las clases opuestas en la lucha
final, lucha que será inevitablemente violenta.
La grandeza de Lenin no consiste en la elaboración de un partido “de nuevo tipo”, como nos quieren hacer creer los “leninistas”, a causa de que “todo cambia”, por necesidad de nuevos descubrimientos, de “nuevos caminos”, de elaboraciones originales. Lenin fundamentó en un profundo conocimiento de la ciencia marxista el plan de un partido que era, tanto desde el punto de vista de la teoría como de la organización, capaz de ganar la doble confrontación en Rusia con el zarismo y el capitalismo que se avecinaba. Su fórmula de partido marxista revolucionario para Rusia es igualmente válida para todos los partidos, entonces socialistas y después comunistas. Así es como se debe interpretar a Lenin, incluso en sus escritos del período de nacimiento del partido en Rusia, tema principal de esta discusión.
18. Marxismo dogmático contra revisionismo
Lenin comienza recordando las preguntas planteadas en ¿Por dónde empezar?: «Las cuestiones del carácter y contenido esencial de nuestra agitación política, de nuestras tareas organizativas y del plan para la creación simultánea, por diferentes partes, de una organización de lucha para toda Rusia» (“¿Qué hacer?”, V, 321-22).
La discusión se centra en la crítica del economicismo, pero da la oportunidad de aclarar muchas otras cuestiones centrales del movimiento.
El primer capítulo se titula “Dogmatismo y ’libertad de crítica’”. Lenin se apresura aquí a aclarar el punto que está más cerca de su corazón, el del llamado “marxismo dogmático”, del que admite ser portador, amenazado a nivel internacional por la nueva ola de “críticos”, el revisionismo de Bernstein y otros. En este capítulo fundamental Lenin denuncia el revisionismo, y en general el intento de anular la base científica del socialismo; con argumentos “nuevos” se llega a negar o cuestionar todas las piedras angulares del marxismo, incluida la teoría de la lucha de clases. Se trata únicamente de una nueva variedad de oportunismo, disfrazado por la palabra libertad, libertad de crítica. «Libertad es una gran palabra, pero bajo la bandera de la libertad industrial se hicieron las guerras más bandidescas, bajo la bandera de la libertad de trabajo los obreros son robados constantemente. El uso que se hace hoy de la expresión “libertad de crítica” implica la misma falsedad sustancial» (V, 327).
Desde entonces sabemos bien cuantas veces esta palabra, que no pertenece al diccionario del marxismo, se ha empleado para cometer los crímenes más atroces. De las guerras que costaron decenas de millones de muertes no resultó ninguna libertad sino la esclavitud de continentes enteros a los intereses del capital internacional.
19. Pequeño grupo compacto
Lenin concluye el capítulo con una pieza que se encuentra entre las más famosas de su literatura: «En un pequeño grupo compacto, recorremos un camino empinado y difícil agarrados con fuerza de la mano. Estamos rodeados por todos lados de enemigos y debemos casi siempre caminar bajo el fuego. Nos hemos unido, en virtud de una decisión libremente tomada, para combatir a nuestros enemigos y no deslizarnos hacia el vecino pantano, cuyos habitantes, desde el primer momento, nos han culpado de haber constituido un grupo separado y preferido el camino de la lucha al camino de la conciliación. Y he aquí que algunos de los nuestros empiezan a gritar: “¡Vamos al lodazal!”. Y, si empiezas a confundirlos, replican: “¡Qué pueblo tan atrasado sois! ¿No os avergonzáis de negarnos la libertad de invitaros a seguir un camino mejor?”. Oh, sí, señores, son ustedes libres no sólo de invitarnos, sino de ir ustedes mismos donde quieran, incluso al pantano; después de todo pensamos que su lugar está justo en el pantano y estamos listos para brindaros nuestra ayuda para transportar vuestros ídolos. Pero soltad nuestra mano, no os aferréis a nosotros y no profanéis nuestra gran palabra de libertad, porque también nosotros somos “libres” para ir adonde queramos, libres para luchar no sólo contra el pantano, sino también contra los que se dirigen hacia él».
Por supuesto, el folleto y la controversia conciernen principalmente a los representantes del oportunismo presente en el movimiento socialista ruso; los mismos que argumentan que “la libertad de crítica es necesaria para una unión sólida”, contra “la fosilización de pensamiento”. Lenin recuerda que el mismo Engels atacó repetidamente a quien quiso interpretar la teoría del socialismo de las maneras más imaginativa y, sobre todo, acientíficas; y que los defensores de la “libertad de crítica” en Rusia no son ni libres ni críticos con el bernsteinismo.
El oportunismo es uno de los mayores peligros del partido: enemigo de la teoría, cuando se dedica a ella lo hace para doblegarla a sus propósitos, muchas veces disfrazado de “sentido común”, que son siempre los de frenar las tareas revolucionarias para favorecer propósitos contingentes, irrelevantes, y muchas veces falsos. Los oportunistas tienden a acompañar servilmente a los prejuicios generalizados entre los trabajadores, “contemplando religiosamente el trasero”, para utilizar la expresión de Plejánov. Si el trabajador se preocupa sobre todo por cuestiones internas en la fábrica, el oportunista se convierte en un “empresista”. “Las masas siempre tienen la razón”.
Tras repetir en qué términos se puede y nos debemos aliar, en una situación de doble revolución, con movimientos democráticos burgueses, es decir, manteniendo la capacidad de aclarar a la clase obrera que sus intereses y los de la burguesía son opuestos, el texto continúa explicando cómo se combate el oportunismo. «Era necesario, ante todo, preocuparse de retomar aquel trabajo teórico que acababa de empezar en la época del marxismo legal y que nuevamente recayó sobre los militantes ilegales; sin este trabajo un desarrollo real del movimiento era imposible (...) Antes de unirse, y para unirse, es necesario ante todo definirse resuelta y claramente” (V, 336, 338). Por tanto, solo es posible unirse si se comparten los ejes esenciales del programa, incluyendo tanto la teoría marxista como el enfoque táctico. Prohibición del fetiche de la unión como un fin en sí mismo.
Sigue un pequeño capítulo, cuyo título es suficiente para subrayar su importancia: Engels y la importancia de la lucha teórica. Los economicistas citan, contra los “dogmáticos”, una sentencia de Marx: «Cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas». Pero Lenin se apresura a hacer que se traguen el intento de disminuir la importancia de la teoría, citando a su vez a Marx, del mismo documento: «Repetir estas palabras en un momento de desorden teórico, es como “hacerse el gracioso en un funeral”. Estas palabras, por otra parte, se extraen de la carta sobre el programa de Gotha, en la que Marx condena categóricamente el eclecticismo en la enunciación de principios. Si es necesario unirse, escribía Marx a los líderes del partido, llegad a acuerdos para lograr los fines prácticos del movimiento, pero no negociéis con principios y no hagáis “concesiones” teóricas» (V, 340).
Lenin cita un largo pasaje de Engels sobre la importancia de la teoría y añade: «Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario (...) Sólo un partido liderado por una teoría de vanguardia puede cumplir la función de combatiente de vanguardia” (V, 340-41). ¿Y cuál es esta teoría de vanguardia? Por nuestra parte estaba muy claro ya en 1899: «Sólo la teoría del marxismo revolucionario puede ser la bandera del movimiento de clase de los trabajadores, y la socialdemocracia rusa debe preocuparse de desarrollarla e implementarla, protegiéndola al mismo tiempo de deformaciones y de la degradación que tantas veces sufren las “teorías de moda” (“Protesta de los socialdemócratas rusos”, IV, 179). Lenin recordará esto inequívocamente en El extremismo de 1920: “El bolchevismo surgió en 1903 sobre la base muy sólida de la teoría marxista (…) sobre este fundamento teórico granítico” (XXXI, 15-16).
Nosotros escribíamos en “Rusia y la revolución en la teoría marxista”, de 1955: «Si en Rusia no había utopismo proletario, fue porque cuando se desarrolló el movimiento bajo las premisas de un partido, la teoría de este partido estaba internacionalmente bien construida y vino de afuera (...) Ahora el partido hizo bien en “importar” el arma instrumental ya disponible que es la teoría del partido. No hay nada de idealismo en esto. El marxismo no podía formarse, los descubrimientos que lo constituyen no podían ser alcanzados antes de que el modo burgués de producción se difundiera y formado en él la clase proletaria, en sociedades nacionales grandes y desarrolladas; pero una vez formado es válido para aquellas zonas y campos que lleguen con retraso, siendo válido para establecer cuál será el proceso que les espera, y que se determina de la misma manera» (“Il Programma Comunista”, n. 7, 1955).
Lenin parte esencialmente de la larga cita de Engels para reafirmar la preeminencia de la teoría y del programa en la unión indisoluble de todos los aspectos fundamentales de la lucha del partido: teórico, político y práctico-económico.
Lenin siempre es muy explícito al referirse a los fundadores del socialismo moderno. En los años que precedieron al Congreso, en 1899, en “Nuestro programa” escribió: «[La teoría de Marx] aclaró la verdadera tarea de un partido socialista revolucionario: ninguna elaboración de planes para reorganizar la sociedad, ninguna predicación a los capitalistas y sus lacayos de cómo mejorar la situación de los trabajadores, ninguna organización de conspiraciones, sino organización de la lucha de clases del proletariado y su dirección de esta lucha, cuyo fin último es la conquista del poder político por el proletariado y organización de la sociedad socialista” (IV, 212).
A quienes le acusan de descuidar la lucha económica les responde: «Todos los socialdemócratas están de acuerdo en que es necesario provocar agitación entre los trabajadores en este terreno, o sea, para ayudar a los trabajadores en la lucha diaria contra los patrones, para atraer su atención a cada forma y cada caso de acoso y así explicarles la necesidad de unirse. Pero olvidar la lucha política por la lucha económica sería alejarse del principio fundamental de la socialdemocracia mundial, significaría olvidar lo que nos enseña toda la historia del movimiento obrero» (IV, 213).
Al año siguiente volvió a sentir la necesidad de afirmar su fe marxista, en “Declaraciones de la redacción de Iskra”: «Antes de unirnos y para unirnos debemos ante todo definirnos con resolución y precisión. De lo contrario, nuestra unión sería sólo una ficción, que enmascararía la confusión existente en los hechos y dificultaría su eliminación radical. Por lo tanto, es comprensible que no tengamos la intención de hacer de nuestro órgano de prensa un simple receptáculo de diferentes concepciones. Lo dirigiremos, por el contrario, en el espíritu de una tendencia rigurosamente definida. Esta tendencia se puede enunciar en una sola palabra: marxismo, y es casi superfluo agregar que estamos por el desarrollo coherente de las ideas de Marx y Engels y rechazamos resueltamente aquellas vagas y oportunistas correcciones bastardas, ahora tan de moda gracias a la buena fortuna disfrutada por E. Bernstein, P. Struve y muchos otros» (IV, 389).
Lenin no duda en utilizar ampliamente citas de Marx y Engels en apoyo de las posiciones que defiende dentro y fuera del partido, siempre, no solo en la fase de nacimiento de la organización. Basta leer “Estado y Revolución”.
Desde la época de Samara decía que tenía que consultar con Marx (expresión citada por Trotsky en El joven Lenin) cuando surgía algún argumento crítico. Otro testimonio es de Krisov (Lénine tel qu’il fut, 1958): «Generalmente los debates duraban poco, porque los temas habían sido estudiados previamente. Pero si, sin embargo, estallaba una discusión, Lenin no imponía su punto de vista, buscaba sopesar todos los pros y los contras, y en ocasiones declaraba: “Debemos posponer la decisión a la próxima reunión para pedir la opinión de Marx”».
Entonces, como hoy, se reprochaba a los comunistas vivir de cosas viejas, de no saber renovarse, de no prestar atención a lo nuevo. En “Algunas consideraciones al respecto de la carta de 7z 6f”, de 1903, Lenin escribe: «¡Cosas viejas! -gritáis. Sí, lo es. Pero todos los partidos que tienen buena literatura divulgativa, difunden las cosas viejas durante décadas. Solo esa literatura que sirve para décadas es buena y adecuada (...) Y siempre tienes solo Iskra: ¡qué aburrido! Treinta y un números, y siempre Iskra, mientras a aquellos fascinantes dos números (mierda) de un periódico siguen inmediatamente tres números (mierda) de otro periódico. Esto es energía, es alegre, nuevo» (VI, 289, 292). No es una novedad para nosotros que, hoy, estamos celosamente apegados a “clavar los clavos viejos”.
20. Sectarismo
Tampoco es una novedad dedicar más nuestros ataques y nuestras críticas a nuestros “vecinos” y presuntos “afines” que a los enemigos declarados de la clase obrera, de los cuales el proletariado no necesita que lo ayuden a defenderse. En esto encontramos un precedente ilustre de Marx en el Neue Rheinische Zeitung no. 4, 1850: «Nuestra tarea es la crítica sin reservas, más hacia supuestos amigos que hacia enemigos declarados; y, afirmando esta posición nuestra, con gusto renunciamos a una popularidad democrática de saldo». ¿Somos los únicos que captamos el desprecio de Marx por la democracia? En esto, nuestra tradición transmitida verbalmente afirma que los más cercanos son los peores.
Esta actitud nuestra, demostrada también por el gran Lenin, a menudo nos ha proporcionado el calificativo de “sectarios”. Pues bien, es un calificativo que no rechazamos si significa lo contrario de situacionistas, oportunistas, de los que buscan nuevos caminos, y muchas veces no tanto para bien de la revolución como para exaltar el ego, para poder decir que han hecho una contribución “personal”, cuando no para perpetrar la más miserable de las traiciones.
Así tratábamos el tema en 1959: «Conocido es el sabor que todo piojoso espíritu pequeñoburgués confiere a las objeciones y críticas a esta investigación nuestra para volver a la construcción original del marxismo. Tomaríamos, al decir de aquellos duendes, la escritura de Marx como verbo revelado al que se debe una fe ciega, lo seguiríamos como un dogma que no es legítimo discutir pero que debe ser aceptado a priori. Renunciaríamos a la preciosa luz de la libre crítica individual de nuestro intelecto y del de los que nos siguen. Negaríamos que el desenvolvimiento de los hechos históricos durante más de un siglo ha sido capaz de negar o al menos modificar aquellas posiciones deducidas utilizando sólo los datos de la historia humana antes de ese período repetido de alrededor de 1850. ¡Bueno, imbéciles nacidos de la cultura burguesa degenerada, esto es exactamente lo que pretendemos y proponemos! Y tenemos derecho a hacerlo porque nuestro descubrimiento, el primero uso de la formidable clave que resuelve las antítesis y enigmas que pesaban sobre la humanidad, ya contenía la conquista científica y crítica de que vuestros llamamientos son mentiras vacías e inconsistentes» (Estructura económica y social de Rusia, “Il Programma Comunista”, n. 15-18, 1959).
Por otro lado, ¿cómo no acusar al propio Lenin de “sectarismo”, como de hecho lo hicieron los economistas en 1902, si, con todo su supuesto “maniobrerismo” -siempre invocado por la carroña que aspira a colocarse de forma miserable a sí misma en alguna página de la historia- nunca dudó en condenar, burlarse de todos aquellos que pretendían adulterar las tablas fundamentales del marxismo? Una anécdota de Ljiudvinskaja (en “Lénine tel qu’il fut”) dice: «En París, Lenin dirigía toda nuestra actividad (...) La dureza y la intransigencia de Lenin hacia los oportunistas preocuparon a algunos compañeros Uno de ellos le dijo a Lenin: “¿Por qué expulsar a todos de la sección? ¿Con quién vamos a trabajar?”. Lenin respondió con una sonrisa: “Poco importa si no somos muy numerosos hoy, porque, en cambio, estaremos unidos en nuestra acción, y los trabajadores conscientes nos apoyarán, ya que estamos en el camino correcto”».
21. ¿De dónde la conciencia?
El siguiente capítulo, “La espontaneidad de las masas y la conciencia de la socialdemocracia”, no abandona el tema de la importancia de la teoría. ¿Dónde está la conciencia? ¿Pueden los trabajadores adquirirla en virtud de sus experiencias de lucha? La historia nos ha mostrado que no es el caso, la conciencia revolucionaria socialista sólo puede llegar a los proletarios desde fuera, desde el exterior de la lucha sindical, y esto Lenin lo reitera enérgicamente, apoyado en ello por nuestros grandes maestros: «Las ideas de la clase dominante son en todas las épocas las ideas dominantes; es decir, la clase que es el poder material dominante de la sociedad es al mismo tiempo su poder espiritual dominante. La clase que tiene los medios de producción material tiene al mismo tiempo los medios de producción intelectual, de modo que a ella como un todo estás sometidas las ideas de aquellos que carecen de los medios de producción intelectual» (M-E, Opere, V, 44). Por lo tanto: «La revolución no es necesaria simplemente porque la clase dominante no pueda ser derribada de ninguna otra manera, sino también porque la clase que lo derriba puede tener éxito, solo mediante una revolución, en deshacerse de toda la vieja suciedad y hacerse capaz de fundar la sociedad sobre nuevos cimientos» (M-E, V, 38).
La doctrina del socialismo se deriva de las adquisiciones de la ciencia, la historia, la economía, la filosofía, que son prerrogativa de las clases poseedoras y que son producidas por los intelectuales. Los proletarios pueden llegar a una conciencia sindicalista, es decir, a entender que tienen que organizarse en sindicatos, que tienen que dirigir las luchas de cierto modo, que pueden y deben exigir al gobierno una mejor legislación, y se organizan en este sentido, pero no tienen las herramientas para seguir adelante.
Lenin no subestima la importancia de la espontaneidad, al contrario. Escribe: «Hay espontaneidad y espontaneidad. [En comparación con las luchas de años anteriores, también de tipo luddita], las huelgas que tuvieron lugar después de 1890 podrían incluso llamarse “conscientes”, tan importante es el paso adelante dado en ese entretiempo por el movimiento obrero. Esto prueba que básicamente el “elemento espontáneo” no es más que la forma embrionaria de conciencia» (“¿Qué hacer?”, V, 345).
Pero esperar más de las luchas espontáneas es una sumisión a la espontaneidad, lo que tiene como consecuencia el fortalecimiento de la influencia burguesa en la clase. Este espontaneísmo es típico no solo de los economistas polémicos rusos de la época sino de los anarquistas de todos los tiempos y en general de los que desdeñan la teoría. No hay escapatoria: «Desde el momento en que no se puede hablar de una ideología independiente, elaborada por las propias masas trabajadoras en el curso mismo de su movimiento, la cuestión sólo puede plantearse de esta manera: o ideología burguesa o ideología socialista” (V, 354). Por tanto, «toda sumisión del movimiento trabajador a la espontaneidad, cualquier impedimento a la función del elemento consciente, de la función de la socialdemocracia, significa en sí – no importa si lo quieran o no – un reforzamiento de la influencia de la ideología burguesa sobre los trabajadores» (V, 352).
22. Los trabajadores en el partido
En una nota aclara Lenin, para refutar críticas fáciles y no honradas a esta lapidaria tesis, que los trabajadores comunistas no están excluidos del estudio de la doctrina del partido y de su defensa, así como desde cargos ejecutivos, y de esto hay muchos ejemplos.
Los obreros del partido ya no son “obreros”, como los burgueses ya no son burgueses, sino hombres que se han alzado a la milicia por el comunismo y han renegado de las supersticiones en las que se encierra el régimen social burgués. Esto independientemente de su nivel cultural, de si se han convertido o no en “intelectuales”. El partido no exige títulos académicos, cuya posesión, por el contrario, lo lleva a ser más cautos al aceptar adhesiones. Pide a los militantes que estén decididos a trabajar para la revolución, con las herramientas que poseen. El trabajador que entra en el partido deja de ser obrero, se convierte en militante comunista, despegándose «de la mente y del corazón la clasificación que le asignó el registrador de esta empresa en putrefacción» (“Consideraciones sobre la actividad orgánica…”, 1965).
«La escuela de los proletarios será la revolución victoriosa, que por el momento pide sus manos armadas, pero no puede pedirles una titulación política; ni siquiera a los inscritos en el partido se le pide un examen de cultura. Desde las luchas en la Segunda Internacional, la Izquierda se burló de la tesis del partido culturalista» (“La teoría de la función primaria del partido político, única custodia y salvación de la energía histórica del proletariado”, “Il Programma Comunista”, n. 21-22, 1958).
23. Misticismo en la adhesión al comunismo
Para ser miembro del partido se requieren otras características que no son la cultura “marxista” ni el conocimiento individual de nuestra doctrina; Se requieren habilidades que Lenin llamó coraje, abnegación, heroísmo, voluntad de lucha; y es a fin de verificar estas cualidades por lo que se distingue entre el candidato y el militante, el soldado activo del ejército revolucionario; ciertamente no porque el candidato “no sepa” todavía, mientras que el militante posee conciencia. Si no fuera así, toda la concepción marxista se derrumbaría, porque el partido comunista es ese organismo que debe, en los momentos de recuperación revolucionaria, organizar en su seno a multitudes de hombres que no tendrán ni tiempo ni posibilidad de tomar cursos de marxismo ni siquiera acelerados, y se adherirán a nosotros no porque sepan, sino porque sienten «instintiva y espontáneamente y sin el menor curso de estudio que pueda imitar las calificaciones escolares». Y también porque son capaces de soñar, como el supuesto “frío organizador”, el “racionalista” Lenin espera en el propio ¿Qué hacer? (V, 471). La pertenencia responde ante todo a un impulso que va más allá del raciocinio, de la comprensión total, del razonamiento frío: una elección que nosotros, discípulos lejanos de Lenin, no hemos dudado en denominar una mística.
«Debemos llamar la atención de los miembros del partido respecto una cuestión general: la de la situación existente en el POSDR. Como todo partido revolucionario, el nuestro puede existir y desarrollarse con la única condición de que se dé el deseo esencial de los revolucionarios de ayudarse mutuamente en el cumplimiento del trabajo común» (“La situación en el partido”, 23 de diciembre de 1910).
También en Struttura economica e sociale della Russia, en “Il Programma Comunista” 18/1959, escribíamos: «El problema del conocimiento que atormentaba la vigilia del pensamiento a lo largo de los siglos está resuelto para nosotros, en tanto que hoy la futura ciencia universal tiene acceso en el seno de un partido, que sólo da nombre a la clase que anticipa el mañana. Lo mismo que el partido está todavía a medio camino entre la ficción del individuo y la maravillosa conquista humana de la universalidad, así en la historia el cemento ideológico que lo distingue está más allá de los antiguos errores que proporcionaron esa parte de verdad por la cual surgieron y debieron caer, pero que guía y conduce con un sistema de principios que puede ser definido una mística, la última de las místicas, por la cual tantos lucharán y caerán, no sólo en el supremo sacrificio de la vida, sino en aquel mayor de la alegría de controlar todo antes de creer, que solo después de la victoria a la generación sobreviviente le será entregada por aquella última, que tenía la misión de la victoria guerrera, en una guerra de hombres contra hombres».
Es interesante una anécdota de 1905, cuando Lenin, ante la pregunta de si un sacerdote (o al menos un no marxista) puede ser admitido en el Partido socialdemócrata, responde positivamente, poniendo como condición para la inscripción su adhesión a su programa político, aun cuando no vaya acompañado de la adhesión a la concepción general de la historia que implica el programa. «Una organización política no puede someter a sus miembros a un examen sobre la ausencia de conflicto entre sus puntos de vista y el programa del partido. De ello se puede derivar: la pertenencia al partido se da en la práctica y no en un examen imposible del nivel de conciencia» (“La actitud del partido obrero hacia la religión”, XV, p. 387).
24. La dominación de la ideología burguesa y de su ley del menor esfuerzo
Sobre el predominio de la cultura dominante es interesante a este respecto un posterior pasaje del ¿Qué hacer?: «Pero ¿por qué – se preguntará el lector – el movimiento espontáneo, el movimiento que sigue la línea de menor esfuerzo conduce al dominio de la ideología burguesa? Por la sencilla razón de que, por sus orígenes, la ideología burguesa es mucho más antigua que la socialista, está mejor elaborada en todos sus aspectos y posee una cantidad incomparablemente mayor de medios de difusión» (V, 355).
En cuanto al “mínimo esfuerzo” no se puede olvidar una regla que siempre ha sido transmitida dentro del partido de la Izquierda: el camino para tener los resultados correctos no es el del menor esfuerzo sino a menudo el más largo, el que requiere más tiempo y trabajo; nosotros no adoptamos el método burgués de máxima ganancia con la mínima inversión, ni tenemos prisa por obtener el resultado de cualquier modo. Escribíamos en las “Tesi supplementari sul compito storico, l’azione e la struttura del partito comunista mondiale”: «Una característica fundamental del fenómeno que Lenin con un término admitido por Marx y Engels llamó, aplicándole hierro candente, oportunismo, consiste en preferir el camino más corto, cómodo y menos difícil al más largo, incómodo y duro, sobre el cual es posible implementar el pleno encuentro entre la afirmación de nuestros principios y programas, es decir, de nuestros objetivos más altos, y el desarrollo de la acción práctica inmediata y directa en la situación real del momento» (“Il Programma Comunista”, n. 7, 1966).
Aquí vale la pena hacer una cita curiosa de un escrito de Lenin de circulación interna de 1902: «Si el Señor Dios nos ha castigado por nuestros pecados poniéndonos en la necesidad de presentar un “aborto” de proyecto, uno debe al menos hacer todo lo posible para aminorar sus tristes consecuencias. Por lo tanto, están completamente equivocados aquellos que se dejan guiar sobre todo por el deseo de terminar pronto: se puede estar seguro de que ahora, tal como van las cosas, nada bueno puede salir de las prisas, y nuestro proyecto editorial será insatisfactorio. No importa si no se publica en el n. 4 del Zaria: lo publicaremos en el n. 5. La demora de un mes más o menos no causará el más mínimo daño al partido» (Materiales para el desarrollo del programa POSDR, VI, 62).
25. “Culo de plomo”
Es nuestra tradición que el joven camarada que se acerca al partido sea inicialmente educado con unos pocos lemas lapidarios. Uno de ellos es “culo de plomo”, que significa un cierto hábito, actitud y estado de ánimo del militante comunista, sobre todo en una época que no prevée un gran resurgimiento a corto plazo del movimiento revolucionario de clase. De hecho, la actividad del partido durante muchas décadas se ha dedicado principalmente al estudio, a la defensa y propaganda de su teoría y normas tácticas. La recomendación fue particularmente necesario en el período posterior a 1968 cuando cualquier rebelión juvenil genérica fue encauzada por organizaciones que alevosamente tomaban como referencia el marxismo en un activismo sin futuro.
Ese deseo de no perder el “tren de la historia” también afectó a nuestro partido, en el que muchos empezaron a dudar sobre la comisión de errores estratégicos que lo hubieran excluido de la fiesta de una revolución que veían salirse de control. De repente querían pasar nuevas indicaciones tácticas al partido, con el objetivo de conquistar aquellas jóvenes de ánimo pequeñoburgués que las “viejas” posiciones de la Izquierda rechazaban. No fue difícil predecir cómo acabaría todo. A la llamada disciplinada de nosotros, “culo plomistas” por el retorno a las actitudes comunistas tradicionales, ya por todos compartidas, los “apresurados” respondieron con el aislamiento, amordazados, la vulgar y deshonesta mentira, finalmente con la expulsión.
26. La inversión de la práctica
Volviendo a Lenin, es necesario detenerse en la relación entre el movimiento espontáneo del proletariado y el partido, en medio de presiones materiales que surgen espontáneamente en la sociedad y la elaboración teórica revolucionaria, entre la espontaneidad y la conciencia. Es obvio que una teoría revolucionaria no habría surgido si no hubiera una contradicción en la sociedad entre el modo de producción y las necesidades de los trabajadores, generando su amplio movimiento de clase. Pero todo el folleto tiende a demostrar la necesidad que de esa teoría vuelva a la clase una guía consciente, para que incluso los movimientos amplios puedan desembocar en un cambio revolucionario de la sociedad. Lenin recuerda que el componente consciente de la clase, el que se puede llamar ideológico, es decir, el partido, cumple un papel activo en el desarrollo de la lucha revolucionaria.
No se trata de una fatalista espera del “momento adecuado”. «Ellos no entienden que el “ideólogo” merece ser llamado ideólogo sólo cuando precede al movimiento espontáneo y le muestra el camino, cuando sabe resolver antes que nadie todas las cuestiones teóricas, políticas, tácticas y organizativas que plantean espontáneamente los “elementos materiales” del movimiento. Decir por el contrario que los ideólogos (es decir, los líderes conscientes [léase: el partido]) no pueden desviar el movimiento del camino determinado por el juego mutuo del medio ambiente y de los elementos, significa olvidar una verdad elemental: que la conciencia participa de esta acción recíproca y de esta determinación» (“Un coloquio con los partidarios del economicismo”, 1901, V, 292).
Es el concepto de inversión de la praxis, que el marxismo ha enunciado desde su inicio: el partido recibe todos los estímulos e impulsos que emanan de la clase y de sus organizaciones inmediatas; de ello ha extraído y extrae materia prima para la elaboración de la doctrina y de sus directrices de acción; luego como guía para la acción los refleja sobre la clase, sus organizaciones y sus trabajadores individuales. Dentro de los límites dados, dependiendo de las situaciones y relaciones de fuerza, el partido puede, con sus decisiones, directivas e iniciativas, influir en el progreso de la lucha. La relación dialéctica radica en el hecho de que en tanto el partido revolucionario es un factor consciente y voluntario de los acontecimientos, en cuanto es también resultado de ellos y del conflicto que encierran entre formas antiguas de producción y nuevas formas de producción. Una función que fallaría si se rompieran los vínculos materiales con el entorno social y la lucha de clases.
27. El plan táctico invariable
Este aspecto es reiterado por el partido, por ejemplo, en “La continuidad de la acción de partido en la línea de la tradición de la Izquierda”, “Il Programma Comunista” n. 3-5, 1967:
«Salta a la vista como para nosotros no sólo los problemas de organización y funcionamiento del partido marxista revolucionario se entrelazan con las cuestiones fundamentales de la doctrina, del programa y de la táctica, sino que la solución correcta de estas es determinante para el correcto planteamiento y solución de aquéllas».
Evidentemente el hecho de que el partido sea también producto del entorno en el que opera no significa que la teoría tenga que sufrir altibajos dependiendo de la situación externa: «Es claro que si nuestro partido es un factor de los acontecimientos es al mismo tiempo un producto suyo, incluso si logra crear un partido mundial verdaderamente revolucionario. Ahora bien, ¿en qué sentido se reflejan los hechos en este partido? En el sentido de que el número de nuestros inscritos aumenta y nuestra influencia en las masas crece cuando la crisis del capitalismo genera una situación favorable para nosotros. Si en cambio en cierto momento la situación se vuelve desfavorable para nosotros es posible que nuestras fuerzas se reduzcan numéricamente. Pero no debemos permitir que nuestra ideología sufra por ello; no solo nuestra tradición y nuestra organización, sino también nuestra línea política debe permanecer intacta (Informe de la Izquierda a la VI Sesión del Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista, Quinta Reunión, 23 de febrero de 1926).
Continuando con la aclaración de cómo debe funcionar el partido, y a partir de las observaciones de los economistas, Lenin muestra que no hay contradicción entre las dos afirmaciones: «La socialdemocracia no se ata las manos, no restringe su actividad en base a algún plan o método de lucha política prefijado: admite todos los medios de lucha, siempre que correspondan a las fuerzas reales del partido» (“Las tareas urgentes de nuestro movimiento “, 1900, IV, 406) y «si no hay una organización firme, preparada para la lucha política en todo tiempo y en todas las situaciones, no podemos hablar de ese plan de acción sistemático, iluminado por principios firmes y rigurosamente aplicado, que es lo único que merece el nombre de táctica” (“¿Por dónde empezar?”, 1901, V, 10).
Por tanto, un plan táctico no es más que describir cuál debería ser la actitud del partido en determinadas situaciones. El partido tiene que prever, y ese es su trabajo teórico fundamental, los más variados escenarios en los que puede encontrarse operando; plan que debe ser conocido no sólo por el partido en su conjunto, sino también por el militante individual, que tal vez deba tomar decisiones operativas en condiciones de no vinculación con el Centro.
«El error fundamental de la “nueva tendencia” de la socialdemocracia rusa es someterse a la espontaneidad, no comprender que la espontaneidad de las masas nos exige a nosotros, los socialdemócratas, un alto grado de conciencia. Cuanto mayor sea el empuje espontáneo de las masas, cuanto más se extiende el movimiento, más aumenta, de modo incomparablemente más rápido, la necesidad de conciencia en la actividad teórica y política y organizativa de la socialdemocracia” (“¿Qué hacer?”, V, 365).
“Conciencia” significa “conocimiento”, y es en este sentido en el que Lenin entiende el término. Conocimiento del mundo burgués, de su política, de su economía, de su cultura, para poder prever las situaciones en las que se encontrará el partido para dar indicaciones de lucha a la clase obrera. Nosotros, sus modestos alumnos, hemos aprendido de él la necesidad de trabajar en la defensa de la teoría y la predicción de las tácticas a adoptar en varias situaciones posibles. Este es el propósito del trabajo de los camaradas que periódicamente, en las Reuniones Generales, se presenta a todo el partido; un trabajo que sirve para conocer, para saber qué hacer en determinadas circunstancias. Es un trabajo compartido por todos los camaradas, que, si es necesario, sabrán usarlo en sentido revolucionario; y en la continua formación que involucra a viejos y nuevos camaradas.
El marxismo se asimila al trabajo de partido, no a las escuelas ridículas. «No se trata de textos perfectos, irrevocables e inmutables», como escribíamos en las Tesis de Nápoles, de 1966, «porque siempre se ha declarado en nuestro seno que estos eran materiales en elaboración continua y destinada a tomar una forma cada vez mejor y más completa». Textos que sin embargo regresan periódicamente, con nuevos datos y nuevas aclaraciones, sobre principios que son la base de nuestra doctrina, sin contradecirlos nunca en lo más mínimo. De esta forma los militantes, a través de la participación en asambleas periódicas, locales y generales, siempre están en contacto con nuestras posiciones y están felices de hacerlas propias.
Una antigua convicción nuestra es que un partido fuerte es aquel cuyos militantes, en una situación dada, se comporten todos de la misma manera incluso sin la capacidad para comunicarse entre ellos y con el Centro. De hecho, como es la tradición del marxismo: «El Consejo General se enorgullece del papel eminente que han tenido las secciones de París de la Internacional en la gloriosa revolución de París. No es que, como algunos obtusos imaginan, la sección de París o cualquier otra afiliación de la Internacional hayan recibido unas consignas de un centro. Pero en todos los países civilizados, la flor de la clase obrera que se adhiere a la Internacional y está imbuida de sus principios, lleva a todas partes, a tiro seguro, la dirección de las acciones de la clase obrera» (Marx, Segundo borrador de redacción de “La Guerra Civil en Francia”, 1871).
La teoría es un bloque único, no cambia, sino que se confirma, siempre definiéndose mejor. La táctica, en cambio, es la predicción de escenarios en los cuales la respuesta del partido puede tener diferentes recorridos, en presencia de eventos que son difíciles de predecir en detalle.
Evidentemente, las opciones tácticas dependen del conocimiento de los datos relativos a las diversas situaciones. Pero con el transcurso del tiempo, y con la acumulación de conocimientos basados en una gama cada vez más amplia de experiencias de lucha, el espacio de las opciones tácticas se reduce, y hay comportamientos que desde el nivel de la táctica, que ofrece opciones, quedan limitados por la teoría general, “dogmática” e intangible. Este es el caso repetidamente citado de participación en elecciones políticas en países con capitalismo maduro: la elección se planteó hasta los años veinte del siglo pasado (aunque ya había suficiente experiencia para la Izquierda para rechazarla), hoy nuestra doctrina lo excluye, como una posición sobre la que no puede haber dudas, posición que forma parte de nuestra teoría general.
Lenin no cree haber agotado el argumento espontaneidad/conciencia, en cuanto que el malentendido está profundamente arraigado en el movimiento socialista, no sólo en Rusia y, añadimos nosotros, no sólo en 1902. Por tanto, el tercer capítulo, “Política tradeunionista y política socialdemócrata”, sigue dedicado a la polémica con los economistas, tema que en realidad permite establecer límites precisos para la actividad de los revolucionarios, aclarando también su papel en una situación de doble revolución, cuando la revolución democrática burguesa está aún por hacer.
28. Lucha económica y lucha política
La defensa de las condiciones económicas de la clase obrera es necesaria. Pero no puede considerarse, como lo hacen los economistas, su tarea exclusiva. Es su escuela de guerra.
El peligro, entonces como ahora, es centrarse en actividades vitales pero de manera excluyente, olvidar las tareas políticas fundamentales de la lucha socialista revolucionaria: «La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para obtener condiciones ventajosas en la venta de la fuerza de trabajo, sino también para derrocar el régimen político social que obliga a los desventurados a venderse a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera no en sus relaciones con un grupo particular de empresarios, sino en sus relaciones con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado, cómo fuerza política organizada. Por tanto, es evidente que los socialdemócratas no sólo no pueden limitarse a la lucha económica, sino que ni siquiera pueden admitir que la organización de denuncias económicas sea la parte predominante de su actividad. Tenemos que ocuparnos activamente de la educación política de la clase obrera, del desarrollo de su conciencia política» (V, 369-70).
Conciencia que debe incluir también, en Rusia, la lucha por el derrocamiento del régimen autocrático. La lucha por las reformas sociales, importante para la clase obrera, es una de las tareas de la socialdemocracia, que sin embargo «subordina la lucha por las reformas a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo, lo mismo que la parte está subordinada al todo» (V, 375).
El partido, por lo tanto, no sólo elabora un programa y una táctica para llevarlo a cabo; también evalúa, dependiendo del momento histórico, cuál es la actividad principal en la que comprometer sus recursos y los de la clase. Lenin siempre les recuerda a los proletarios en la fábrica que sin un cambio político, de poder estatal, sus condiciones no mejorarían significativamente y que dicha mejora se consolidaría únicamente mediante la victoria política de su partido, que habría llegado al poder en su nombre, hasta una sociedad sin clases.
Lenin nunca se cansa de insistir en apoyar una agitación política más amplia, para no quedarse en formulaciones económicas: «La conciencia de clase política puede llevarse al trabajador sólo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera de la esfera de las relaciones entre trabajadores y patrones (...) Para dar a los trabajadores conocimientos políticos, los socialdemócratas deben moverse entre todas las clases de la población, deben enviar en todas direcciones los destacamentos de su ejército (...) El ideal del socialdemócrata no debe ser secretario de un sindicato, sino el tribuna del pueblo» (V, 389-391).
Lo que importa en este martilleo que ocupa gran parte del folleto no es sólo la controversia contingente. Lenin, el supuesto táctico, astuto navegante entre congresos y corrientes, no utiliza términos medios y etiqueta como burgués todo lo que no es socialista ni revolucionario: «La política sindicalista de la clase obrera es precisamente la política burguesa de la clase obrera” (V, 394).
Describe por tanto cuáles eran las tareas de los socialdemócratas en Rusia en aquel período histórico, tareas que incluyen también objetivos democráticos, llamándolas siempre de esa manera, siempre distinguiendo la actividad del partido de la de otras organizaciones, siempre, por último, recordando claramente cuáles son los fines últimos del partido, también cuando se dirige a otras clases y estratos sociales (campesinos, estudiantes, religiosos, artesanos).
29. Organizaciones obreras y partido comunista
En el cuarto capítulo, “El primitivismo de los economistas y la organización de los revolucionarios”, Lenin comienza tratando de explicar el significado del término primitivismo, rastreando la historia reciente de los círculos socialdemócratas, y demuestra cómo estos siempre han sido perseguidos y por lo tanto destruidos por la policía, precisamente por una actitud primitiva, aficionada, del trabajo; y no duda en asociar a los economistas con esta tipología, primitivos en tanto subestiman las tareas políticas y organizativas del movimiento socialdemócrata. Por ello es necesario referirse a los ejes teóricos y organizativos de un partido revolucionario basado en la clase obrera.
En primer lugar, es necesario distinguir entre organización obrera y organización de los revolucionarios: «Las organizaciones obreras de lucha económica deben ser organizaciones sindicales. Todo trabajador socialdemócrata debe, en la medida de lo posible, apoyarlos y trabajar activamente en ellos. Es verdad. Pero no nos interesa exigir solo que los socialdemócratas pueden pertenecer a las asociaciones “de oficios”, porque eso restringiría nuestra influencia en la masa. ¡Que participe en ese tipo de categoría cualquier trabajador que entienda la necesidad de unirse para luchar contra los patrones y contra el gobierno! Las asociaciones gremiales no alcanzarían sus propósitos si no agruparan a todos aquellos que comprenden al menos esta necesidad elemental, si no fueran muy amplios. Y cuanto más amplios sean, más se extenderá nuestra influencia sobre ellos, no sólo gracias al desarrollo “espontáneo” de la lucha económica, sino también gracias a la acción consciente y directa de los socialistas sobre sus compañeros” (V, 419-420).
Por lo tanto el sindicato, que no es otra cosa cuando se trata de asociaciones de profesión, debe, por su naturaleza, estar integrada por trabajadores; los trabajadores socialdemócratas allí deben operar, pero no se debe pretender unanimidad política en su interior; este principio, que como explica Lenin permite sindicatos muy grandes y fuertes, crea un ambiente particularmente favorable para que el trabajador revolucionario desarrolle su propaganda. Fueron años en los que surgió el espejismo del sindicalismo revolucionario en Francia (Sorel), en Italia, en América del Sur, en los EE.UU. (I.W.W.), un experimento que en un par de décadas demostró su fracaso, pero que contagió al movimiento obrero, impidiendo o dificultando el desarrollo de partidos revolucionarios marxistas. Lenin prevé esta degeneración del movimiento, que podría surgir precisamente de los economistas.
En cuanto a los sindicatos de régimen, como el famoso de Zubatov, nuestro hombre no se preocupa: «Trabajen, señores; ¡hagan lo que puedan! Ustedes ponen trampas a los trabajadores – por provocación directa o utilizando el “struvismo”, medio “honesto” para sobornar a los trabajadores – pero nos encargaremos de desenmascararos. Si quieren realmente dar un paso adelante – incluso con un “tímido zigzag” – os decimos: ¡adelante, pues! Un verdadero paso adelante amplía, aunque sea un poco si se quiere, pero no obstante amplía efectivamente el espacio dentro del cual se mueven los trabajadores. Esto no puede más que ser útil para nosotros y acelerar el surgimiento de asociaciones legales en las que los provocadores no podrán entrampar a los socialistas, pero en donde los socialistas ganarán adeptos» (V, 421).
Por tanto, si estos sindicatos del gobierno y del régimen quieren obtener algún seguimiento entre los trabajadores tendrán que probar que lo merecen, aunque dentro de la ley; pero al hacerlo crearán condiciones favorables para la actividad revolucionaria de los socialdemócratas en los sindicatos. Además, también se debe ayudar a los trabajadores que crean organizaciones sindicales clandestinas, porque la verdadera lucha, incluso sindical, exige la clandestinidad.
Lo importante es no hablar a los trabajadores de forma genérica, irreal o improvisada; sería demagogia, dice Lenin, y esto nos alejaría a la larga de los favores de los proletarios. Quien habla debe saber lo que está diciendo.
Tanto la lucha sindical como la lucha política requieren organización, pero las dos esferas son diferentes, y también lo son las modalidades de organización, y no sólo en un régimen policiaco como el de principios del siglo XX en Rusia.
El partido debe apoyarse en revolucionarios profesionales, no en aficionados a la política, y de esta manera estará mejor protegido de las persecuciones policiales, y su propaganda y agitación será verdaderamente eficaz. La necesidad de la clandestinidad lleva a la centralización del trabajo clandestino, pero esto «no implica en absoluto la centralización de toda la actividad del movimiento». El partido en este sentido no se da a sí mismo reglas esquemáticas fijas, sino que adapta su organización a las condiciones.
30. Obreros e intelectuales en el partido
Para la formación de revolucionarios es necesario aprovechar las filas de los trabajadores y no sólo de los intelectuales: «Nuestra primera obligación, nuestra obligación más imperiosa, consiste en contribuir a la formación de obreros revolucionarios, que, en lo que se refiere a la actividad del partido, están al mismo nivel que los revolucionarios intelectuales. Por lo tanto, necesitamos trabajar sobre todo para elevar a los trabajadores al nivel de revolucionarios y no descender nosotros al nivel de la “masa trabajadora”, como quieren los economistas» (V, 434).
Lenin siempre reconoce que, desde un punto de vista organizativo, el papel de la clase obrera es decisivo. Clase que, por razones económicas objetivas, destaca entre las demás de la sociedad capitalista por su actitud hacia la organización. ¿Qué hacer? subraya que sin contacto con la clase obrera la organización de los revolucionarios sería un juguete, una aventura, un cartel vacío, y que sólo cuando existe una «clase verdaderamente revolucionaria que se levanta espontáneamente para la lucha» toma sentido la organización que el partido propugna para el momento en que pueda ponerse a la cabeza de la ofensiva proletaria.
Pero para ello se necesitan verdaderos militantes, que se dediquen a dar vida a esta organización, revolucionarios profesionales, disciplinados, no charlatanes, vanguardia radicada en la clase y capaz de dirigirla: estos son los miembros del partido según Lenin. Más allá de las situaciones contingentes, el militante del partido no será el que se limite a participar en el movimiento de vez en cuando, cuando le da la gana, a «ir a reuniones en las tardes libres».
31. Conspiración y terrorismo
El terrorismo, que aún conquistaba adeptos, también se asociaba con el pantano espontaneísta: «Los economistas y terroristas de nuestro tiempo tienen una raíz común: la sumisión a la espontaneidad (...) El infierno está empedrado de buenas intenciones y en este caso las buenas intenciones, no son suficientes todavía para dejarse atraer por la “línea del mínimo esfuerzo” [este sigue siendo el concepto que siempre hemos compartido] (...) Apelar al terrorismo o llamar a dar un carácter político a la propia lucha económica son dos formas diferentes de evadir el deber más imperioso de los revolucionarios rusos: la organización de una agitación política multifacética» (V, 386-388).
Contra los apóstoles de la conspiración, del complotismo, Lenin es explícito: “Nosotros siempre nos hemos opuesto -y por supuesto lo seguiremos haciendo- a cualquier intento de restringir nuestra lucha política para reducirla a una conspiración. Pero eso no significa negar en absoluto la necesidad de una organización revolucionaria fuerte (...) Únicamente una organización de combate centralizado, que lleve a cabo la acción política socialdemócrata con energía y satisfaga, por así decirlo, todos los instintos y aspiraciones revolucionarias, puede proteger al movimiento contra una ofensiva imprudente y preparar un ataque que puede terminar en victoria” (V, 440).
32. La selección de los jefes
La respuesta de Lenin a las acusaciones de escasa “democracia interna” es simple: ¡ustedes piden una amplia democracia en una situaciónde clandestinidad, en lugar de un estricto secreto y una rigurosa selección!
Y sin embargo, aquí también es evidente que Lenin no se refiere a un principio democrático absoluto, sino al mecanismo banal por el cual los camaradas son elegidos en el partido para sus diversas funciones. Elegir no significa solamente votar, sino elegir, seleccionar. Y en las palabras de Lenin, bien entendidas, no está la defensa del mecanismo sino de la esencia del funcionamiento orgánico del partido.
Aquí Lenin se dirige a los rusos, para quienes los partidos europeos deben ser un ejemplo también de organización. Les dice que en un país que no es feudal sino burgués en pleno régimen democrático, en el que hay libertad de expresión, el partido puede funcionar de acuerdo a sus módulos, donde cualquier postulante es conocido por todos. Nos permitimos aquí subrayar. “Así todos los miembros del partido pueden, con conocimiento de causa, elegirlo o no para tal o cual cargo del partido. El control general (en el sentido literal de la palabra), ejercido por cada uno de los miembros del partido en el curso de su carrera política, crea un mecanismo que funciona automáticamente y asegura lo que en biología se llama la “supervivencia del más apto”. Como resultado de esta “selección natural”, resultante del carácter público de cada acción, de la elegibilidad y control general, al final, cada militante se encuentra en su propio lugar, asume la tarea más adecuada para sus fuerzas y capacidades”.
Lenin continúa refiriéndose a un régimen no democrático, como el de Rusia entonces. Pero la historia confirmaría poco después que de muy poca “democracia” disfrutarían los comunistas revolucionarios también en Alemania, en Italia... Sus palabras, correctamente entendidas, superan y niegan incluso la adopción del mecanismo democrático dentro del partido. Seguimos subrayando nosotros.
“En un régimen como el ruso, una “amplia democracia”... no es más que un juguete inútil y dañino. Inútil, porque ninguna organización revolucionaria ha aplicado nunca ni, aunque lo desee, podrá jamás aplicar una amplia democracia. Perjudicial, porque los intentos de aplicar efectivamente el “principio de la amplia democracia” sólo sirven para facilitar las grandes redadas, para perpetuar el reinado del primitivismo, para distraer a los militantes de pensar en su grave y urgente tarea, que consiste en formar su propia educación de revolucionarios de profesión, para concentrarla en redactar estatutos detallados y “papeles” sobre los sistemas electorales. Solo en el extranjero, donde a menudo se reúne gente que no tiene la oportunidad de realizar un trabajo activo real, ha podido manifestarse aquí y allá, y especialmente en los diversos pequeños grupos, este “juego de la democracia” (…)”
33. Confianza plena y fraternal entre revolucionarios
Seguimos subrayando nosotros.
«Para los militantes de nuestro movimiento, el único principio organizativo serio debe ser: clandestinidad rigurosa, elección minuciosa de los miembros, preparación de revolucionarios profesionales. Con estas cualidades también tendremos algo más que “democracia”: tendremos plena y fraternal confianza entre los revolucionarios. Y esto es algo más e indudablemente necesario para nosotros, porque aquí en Rusia no es posible reemplazarlo con el control democrático general.
«Por otra parte, sería un error gravísimo creer que, debido a la imposibilidad de un control verdaderamente “democrático” [las comillas son de Lenin], no se pueda controlar a los miembros de la organización revolucionaria. Estos últimos, de hecho, no han tenido tiempo para pensar en las formas externas de democracia (en un pequeño grupo de camaradas que tienen plena confianza los unos en los otros), pero sienten muy fuertemente su propia responsabilidad y también saben por experiencia que, para deshacerse de un miembro indigno una organización de verdaderos revolucionarios no renunciará a ningún medio. Además, en nuestro entorno revolucionario ruso (e internacional), existe una opinión pública bastante desarrollada, que tiene una larga tradición y que castiga implacablemente cualquier falta de los deberes de los camaradas (¡ahora la “democracia”, auténtica, que no es un simple juguete, es un elemento que forma parte orgánicamente de las relaciones entre compañeros!).
“Téngase en cuenta todo esto y se comprenderá cómo los discursos y resoluciones sobre las “tendencias antidemocráticas” apestan a cerrado y revelan la tendencia burlesca de los emigrados para ser generales!” (V, 442-444).
Aquí es evidente que por “democracia auténtica” Lenin no entiende otra cosa que la unidad orgánica del partido.
Nada diferente a lo que el partido escribió en 1922, en las “Tesis de Roma”, I, 4: “La proclamación de estas declaraciones programáticas como la designación de hombres a los que se confían los diversos escalones de la organización del partido se desarrollan formalmente con una consulta democrática de acuerdos representativos del partido, pero deben en realidad ser entendidos como un producto del proceso real que acumula los elementos de experiencia y lleva a cabo la preparación y la selección de los dirigentes dando forma al contenido programático y la constitución jerárquica del partido”.
La unidad orgánica que debe guiar al partido en la elección de los camaradas a quienes encomendar responsabilidades también surge con claridad del comentario de Lenin sobre la elección de componentes de la redacción de Iskra, es decir, de los camaradas que habrían formado el “centro” del partido: “El antiguo grupo de seis era tan poco capaz de trabajar que en tres años no se habían reunido al completo ni una sola vez: es increíble, pero es la realidad. De los 45 números de Iskra, ninguno ha sido compilado (en el sentido técnico-editorial) por alguien que no sea Martov o Lenin. Y ni una sola vez se ha planteado alguna pregunta teórica importante de alguien que no fuera Plekhanov. Axelrod no ha trabajado en absoluto (cero artículos en Zaria y 3-4 artículos para los 45 números de lskra). la Zasuliĉ y Starover, se limitaron a colaborar y asesorar, sin realizar nunca trabajo puramente redaccional; quién debía ser elegido líder político, quién debía ser parte del centro fue claro como la luz del sol para todos los asistentes al congreso, tras un mes de trabajo” (VII, 23).
Estas citas aclaran bien el pensamiento de Lenin, que tiene todo en común con la forma de existir del partido actual. En primer lugar el desprecio ante la democracia, “juguete” de “generales burlescos”. En segundo lugar, el funcionamiento del partido se presenta como el de un equipo en el cual el camarada está en la función que orgánicamente le conviene más: aquello que la Izquierda desde sus inicios llamó “centralismo orgánico” y que nuestro partido aún practica. Los camaradas tienen su puesto orgánico en el partido; “consideración fraterna” y “confianza” entre compañeros; procesos igualmente orgánicos para la identificación de deficiencias o de verdaderas y auténticas traiciones. Es el problema de las “garantías”, que hemos tratado tantas veces en nuestros propios textos. El democratismo invocado como panacea es “una forma de primitivismo”, y por lo tanto ahora - ¡ya en 1902! - del oportunismo.
Tampoco en Carta a un camarada, Lenin invoca estatutos ni normas de procedimiento o resoluciones de tipo democrático, pero identifica la solución para los problemas de eficiencia y operatividad en las relaciones fraternas entre compañeros y en última instancia, en el recurso al órgano central, que para él representa obviamente la doctrina del partido, el corpus de la teoría de la revolución, la única verdadera instancia decisiva de todas las cuestiones.
34. No amar a nadie para amar a todos
Inmediatamente después del Segundo Congreso, en lugar de criticar a Martov por haber abandonado la redacción, y presagiando una escisión (que sucederá), Lenin concluye su “Informe sobre el Segundo Congreso” con un recordatorio para todos los camaradas de los verdaderos valores del trabajo e partido, mucho más que formalismos burocráticos y democráticos: «La socialdemocracia rusa debe dar el último y difícil paso que del espíritu del círculo lleva al espíritu de partido, del filisteísmo a la conciencia del deber revolucionario, del chismorreo y de las presiones de círculo a la disciplina. Los que aprecian el trabajo del partido y la actividad a favor del movimiento obrero socialdemócrata nunca tolerarán sofismos piadosos como el boicot “legítimo” y “leal” a los centros, no tolerarán que sufra la causa y el trabajo se interrumpa porque una decena de compañeros están descontentos por no haber sido admitidos, ellos y sus amigos, en los centros; no tolerarán que privada y secretamente se ejerza influencia encubierta sobre los funcionarios del partido mediante la amenaza de no colaborar, mediante el boicot, mediante el recorte de medios financieros, por medio de chismes y rumores mentirosos» (VII, 26).
Esto no quiere decir que las relaciones de sana consideración y confianza fraterna entre camaradas deben guiarse por el “sentimentalismo” (las comillas son de Lenin) en el trato con dirigentes apreciados y estimados. Lenin se detiene allí al relatar la experiencia de su primer encuentro con Plejánov (“Por qué ha faltado poco para que se apagara la ’chispa’“, 1900, IV, 374).
En “Politique d’abord” de 1952, el partido sacó las mismas conclusiones: «Una larga y trágica experiencia debería haber aprendido que en las acciones del partido debe emplearse todo según sus variadísimas actitudes y posibilidades, pero que “no es necesario amar a nadie”, y estar listo para echar a la calle a cualquiera, incluso si en un año de vida hubiera sufrido once meses de cárcel. La decisión sobre propuestas de acción ante grandes proyectos debe poder hacerse al margen de la “autoridad” personal de maestros, líderes y dirigentes y sobre la base de las reglas establecidas de principio y acción de nuestro movimiento: postulado muy difícil, bien lo sabemos, pero sin el cual no hay posibilidades para que reaparezca un movimiento poderoso».
35. Jerarquía interna y decisiones
Se da una prueba de la consideración de Lenin por la “democracia interna” en lo que cuenta Trotsky en “Mi vida”. Fue en el estreno del II Congreso: «El punto importante era determinar la relación entre el organismo central (Iskra) y el Comité Central en Rusia. Yo había llegado al extranjero con la idea de que la redacción debía “estar subordinada” al Comité Central. Esta fue la opinión de la mayoría de los seguidores de Iskra. “No funcionará – me respondió Lenin - el equilibrio de fuerzas no se presenta así. ¿Cómo nos van a dirigir desde las profundidades de Rusia? Eso no funcionará (...) Somos un centro estable, somos más fuertes ideológicamente, vamos a dirigir desde aquí”. “Así que ¿será la dictadura total de la redacción?”. “¿Qué hay de malo en ello? respondió Lenin. En la situación actual no puede ser de otra manera”».
¡No es el respeto a las reglas democráticas lo que mantiene al partido en el camino correcto, sino una completa y obstinada adhesión a la doctrina marxista! Y que Lenin, a menudo solo, representaba. La doctrina, el partido histórico, estaba entonces en el órgano central. ¿Cómo puede resultar el mejor trabajo revolucionario de una consulta democrática o de una mediación entre diferentes corrientes, que aún existían en el partido de Lenin?
Lenin sobre esto todavía es más claro en 1920, cuando la Oposición Obrera pretendía que las decisiones se tomaran sobre la base de la representación proporcional en el Comité Central y en los distintos comités locales; y que se apelara a la democracia para solucionar problemas operativos: «Para elegir delegados a una conferencia del partido con funciones deliberativas o a un congreso del partido, la representación proporcional es indispensable. Pero cuando se trata de establecer un órgano ejecutivo, que tiene que liderar trabajo práctico, este principio proporcional no puede considerarse justo, y nunca se ha aplicado. La consideración decisiva para ustedes, miembros de la conferencia, debe consistir en el conocimiento personal de cada candidato y en la preferencia por aquel grupo que ofrezca la garantía de un trabajo acorde, y no en el principio de proporcionalidad en la elección de un órgano ejecutivo, principio que nunca se aplicó, y que no sería correcto aplicar hoy» (“Conferencia Provincial de Moscú del PCR”, 1920, XXXI, 410-11).
Por tanto, Lenin admite que el dispositivo democrático interno era entonces inevitable. Pero que cuando se trata de decisiones operativas y cuando se trata de enunciar las posiciones fundamentales del partido la democracia ya era un oropel inútil, e incluso nocivo, del cual se deshace el gran Vladimir sin dudarlo.
Nosotros, fortalecidos por la experiencia de otras décadas de contrarrevolución -y de traiciones de autodenominados leninistas- nos hemos desembarazado de la democracia, incluso en su formalismo. ¡En el partido es tradición enunciar la paradoja que la democracia podría tener sentido si los comunistas muertos, vivos y por nacer pudieran votar juntos!
36. Las “garantías”
Siendo el partido un organismo formado sobre la base de adhesiones voluntarias, la “garantía” que responde a la disciplina más severa debe buscarse en la clara definición de las reglas tácticas, únicas y vinculantes para todos, en la continuidad de los métodos de lucha y en la claridad de las normas organizativas.
En “Marxismo y autoridad”, de 1956, escribíamos: «Sólo recordaremos las garantías propuestas tantas veces por nosotros e ilustradas de nuevo en el Dialogato con i Morti. Doctrina: el Centro no tiene facultad de cambiar lo establecido, desde los origenes, en los textos clásicos del movimiento. Organización: única a nivel internacional, no variable para agregaciones o fusiones, sino sólo mediante admisiones individuales; los organizados no pueden pertenecer a otros movimientos. Táctica: las posibilidades de maniobra y de acción deben ser prevista por decisiones de congresos internacionales con un sistema cerrado. En la base no es posible iniciar acciones no dispuestas por el centro: el centro no puede inventar nuevas tácticas y movimientos, bajo el pretexto de nuevos hechos. El lazo entre la base del partido y el centro deviene en forma dialéctica. Si el partido ejerce la dictadura de la clase en el Estado, y contra las clases contra las que actúa el Estado, no hay dictadura del centro del partido sobre la base. La dictadura no se niega con una democracia mecánica formal e interna, sino con el respeto a esos lazos dialécticos».
37. Un periódico para toda Rusia
También oponer la autonomía del trabajo local al trabajo general del partido es una forma de primitivismo. El trabajo local languidece, escribe Lenin, porque no hay plan nacional de actividades, aspecto aclarado en el quinto y último capítulo de el ¿Qué hacer?, después de haber pasado muchas páginas demostrando lo que afirma con datos históricos. Mas que apoyar la prensa local, se siente la necesidad de un organismo central “especializado” en el trabajo sindical y la agitación.
Al proponer un “plan de un periódico político para toda Rusia” se responde a la crítica de los primitivistas. Se trataba de un órgano de expresión que recogiera punto por punto las aportaciones de todos los comités y círculos (todavía no eran secciones de un único partido). Para Lenin, un periódico para toda Rusia se acerca mucho a su idea del centro del partido; en la estructura de la prensa, incluida su distribución, su lectura por los camaradas, su propaganda, Lenin pinta un embrión del partido, especialmente en el régimen policiaco de la época. La necesidad fundamental y apremiante es un partido marxista y revolucionario, con una sólida base teórica, compartida por toda la organización, en torno a un órgano alrededor del cual se coagula y toma forma el trabajo de todos los militantes.
Nada que ver con debates y desfiles de opiniones, sino un periódico digno del partido comunista. Después de un recordatorio de la necesidad de delimitar antes de unirse, en “Declaración de la redacción de Iskra” aclara Lenin sin posibilidad de malentendidos: «No pretendemos hacer de nuestra organización de prensa un mero receptáculo de distintas concepciones. Nosotros lo dirigiremos, por el contrario, en el espíritu de una tendencia rigurosamente definida. Esta tendencia se puede expresar en una única palabra: marxismo, y es casi superfluo añadir que estamos a favor del desarrollo coherente [¡nuestra “escultura”!] de las ideas de Marx y Engels y rechazamos resueltamente esas vagas correcciones oportunistas, que ahora se han puesto tan de moda gracias a la fortuna de la que disfruta E. Bernstein, P. Struve y muchos otros» (IV, 389).
Aclarado esto, ¿para qué debe servir el periódico? “No sólo debemos aclararnos a nosotros mismos qué organización necesitamos exactamente y para qué preciso trabajo: tenemos que elaborar un determinado plan de organización para que por todos los lados la construyamos (...) Necesitamos antes que nada un periódico; sin periódico es imposible llevar a cabo sistemáticamente esa propaganda y agitación multiforme y consecuente que constituye la tarea permanente y principal de la socialdemocracia en general, y la tarea particularmente urgente del momento presente, en el que el interés por la política, por las cuestiones del socialismo, se ha despertado en las más amplias capas de la población (...) No creo exagerado decir que la mayor o menor frecuencia y regularidad de publicación (y circulación) del periódico puede ser el índice más exacto de la solidez con que podremos organizar este sector, que es lo más elemental y lo más importante de nuestra actividad militante (...)”
“Un periódico no tiene sólo la función de difundir ideas, de educar políticamente y ganar aliados políticos. El periódico no es sólo un propagandista y un agitador colectivo, sino también un organizador colectivo (...) A través del periódico y con el periódico se formará por tanto una organización permanente, que se ocupará no sólo del trabajo local, sino también de sistema general sistemático, que enseñará a sus miembros a seguir cuidadosamente los acontecimientos políticos, para evaluar su importancia e influencia en los diferentes estratos de la población, desarrollar aquellos métodos que permitan al partido revolucionario ejercer su influencia sobre los acontecimientos mismos. La misma tarea técnica de asegurar al periódico un suministro regular de material y una circulación regular obligará a crear una red de representantes locales de un partido único, representantes que tendrán que mantenerse en contacto vivo entre sí, deberán conocer la situación general, acostumbrarse a realizar regularmente parte del trabajo para toda Rusia, a probar sus fuerzas organizando en este momento, a esta hora, esa determinada acción revolucionaria. Esta red de representantes será la columna vertebral de la organización” (“¿Por dónde empezar?”, V, 12-14).
“El hecho es que para educar organizaciones políticas fuertes no hay otro medio al margen de un periódico para toda Rusia (...) Todo el mundo habla actualmente de la importancia de unificación, de la necesidad de “reunirse y organizarse”, pero en la mayor parte de los casos aún no se sabe claramente por dónde empezar y cómo lograr la unificación (...) Por mi parte, insisto en argumentar que este vínculo efectivo sólo se puede empezar a crearlo por medio de un gran periódico común, iniciativa única y regular para toda Rusia, que hará un balance de las más diversas formas de actividad y por lo tanto incitará a los militantes a avanzar sin descanso a lo largo de los muchos caminos que conducen a la revolución, como todos los caminos conducen a Roma. Si queremos una unificación no solo de palabra, es necesario que cada círculo local movilice inmediatamente, por ejemplo, una cuarta parte de su fuerza para participar activamente en el trabajo común (...) Hoy, en la mayoría de los casos, estas fuerzas son quemadas en un estrecho campo de operaciones, es decir, en el trabajo local, mientras que de la otra manera se tendría constantemente la posibilidad y la oportunidad de colocar a cualquier agitador y a cualquier organizador de cierta capacidad de un extremo a otro del país. Comenzando con pequeños viajes por cuestiones de partido y a expensas del partido, los militantes se acostumbrarían poco a poco a pasar completamente a depender del mismo, se convertirían en revolucionarios profesionales, se prepararían para la función de verdaderos dirigentes políticos (...) En torno a este trabajo aún simple y pequeño, pero regular y verdaderamente colectivo, se reclutaría y entrenaría sistemáticamente un ejército permanente de luchadores probados (...) ¡Eso es lo que se necesita soñar!” (“¿Qué hacer?”, V, 462-470).
38. La buena táctica y el buen partido
¿Cuáles son las características de esta organización? La capacidad de predecir lo más exactamente posible el desarrollo de los acontecimientos: “El que menos riesgo corre de no ver venir una revolución es quien, como Iskra, sitúa en la base de su programa, de su propia táctica y del propio trabajo de organización la agitación política entre todo el pueblo. Los hombres que por toda Rusia se esfuerzan por difundir la red de una organización, vinculada a un periódico para toda Rusia, no sólo han visto venir los acontecimientos de la primavera, sino que nos dieron la oportunidad de predecirlos. No dejarán venir sin verla, si todavía están vivos en ese momento, tampoco la revolución, que exigirá de todos nosotros sobre todo mucha experiencia en la agitación, y durante la cual tendremos que saber apoyar (como socialdemócratas) todas las protestas, dirigir el movimiento espontáneo y preservarlo tanto de los errores de los amigos como de las trampas de los enemigos”.
Flexibilidad: “Solo una organización así le dará a la socialdemocracia militante la flexibilidad necesaria, es decir, la capacidad de adaptarse inmediatamente a las más diversas condiciones, a las siempre cambiantes condiciones de la lucha”.
Desprecio por la prisa y la impaciencia, típico de la sociedad burguesa: “Si no sabemos desarrollar una táctica política y un plan de organización para un período muy largo, que aseguren, a través del propio trabajo, la capacidad de nuestro partido de estar siempre en su lugar y cumplir con su deber en las circunstancias más inesperadas, sea cual sea la velocidad de los acontecimientos, somos sólo miserables aventureros políticos. Solamente Nadezdin, que ha empezado ayer a llamarse socialdemócrata, puede olvidar que la socialdemocracia tiene como objetivo la transformación radical de las condiciones de vida de todo el género humano y que no es propio de socialdemócratas “incomodarse” por la duración del trabajo”.
Continuo desarrollo de todas las tareas del partido: “La revolución será una sucesión rápida de explosiones más o menos violentas, alternando con fases de calma más o menos profundas. Por lo tanto, el contenido esencial de la actividad de nuestro partido, el punto de apoyo de su actividad, debe consistir en el trabajo que es posible y necesario tanto en los periodos de explosiones violentas como en los de completa calma (...) Justo en el momento de la revolución necesitaremos los resultados de la lucha teórica [hecha anteriormente] contra los “críticos” para luchar enérgicamente las posiciones prácticas”.
Estructuración orgánica del trabajo: “Una red de representantes que se formara por si, trabajando en la creación y difusión de un diario común, no se conformaría con “esperar con los brazos cruzados” la consigna de la insurrección, sino que realizaría una actividad regular que le garantizaría las mayores posibilidades de éxito en caso de insurrección. Y precisamente esta actividad estrecharía los lazos con las grandes masas de trabajadores y con todos los estratos de la población descontentos con la autocracia”.
Por tanto: “En una palabra, el “plan de un periódico político para toda Rusia” no es la obra teórica de gente que sufre manías doctrinarias y literarias y es, por el contrario, el medio más práctico para que todos trabajen sin demora en todos los lados y prepararse para la insurrección, sin olvidar ni por un momento el trabajo diario (V, 474-477).
Solamente la tarea técnica de llevar, difundir, entregar el periódico necesita cuadros a nivel central que garanticen su correcta ejecución y encargados en los grupos locales.
39. Centralismo comunista contra la dispersión de la clase en la sociedad burguesa
En definitiva, se trata de crear una organización como premisa y no como resultado del proceso revolucionario; o, si se quiere, como resultado de un proceso revolucionario ya avanzado que se inició con el nacimiento y enfrentamiento de la burguesía con el proletariado hace muchos siglos.
Los mencheviques no entendieron esto en 1903, cuando se separaron del grupo mayoritario que tenía a Lenin como referencia. Una carta de Axelrod a Kautsky, del 6 de junio de 1904, es reveladora. En esencia, Axelrod considera que las condiciones rusas no están maduras para el nacimiento de un partido organizado y estructurado para la toma del poder. Se burla de la visión organizativa de Lenin como una «caricatura banal y miserable del sistema autocrático-burocrático de nuestro Ministerio del Interior». Sería fetichismo organizativo, algo que habría provocado el malentendido que condujo a la escisión. Pero en un punto acierta, aunque se interprete mal: «Con nosotros las diferencias en los problemas organizativos se manifestaron por primera vez de manera clara y concreta sólo en los métodos y procedimientos con los que Lenin y sus ayudantes han puesto en práctica el centralismo que todos reconocemos». Esos métodos y esos procesos son la única garantía real, tanto del correcto funcionamiento del partido como del mantenimiento de su ortodoxia teórica.
El folleto concluye con un resumen conciso de las tres fases de la socialdemocracia en Rusia, y con la esperanza de que haya una cuarta, con la salida de la crisis y con el fortalecimiento del marxismo militante. Lenin lo desea, y sabemos que así será gracias sobre todo a su potente e incansable trabajo. Trabajo que se dirige sobre todo a crear una organización digna de ese nombre. Así concluye Un paso adelante, dos pasos atrás: “El proletariado no tiene otra arma que la organización en la lucha por el poder. Trastornado por el dominio de la competencia anárquica en el mundo burgués, aplastado por el trabajo forzado al capital, continuamente empujados “al abismo” de la más negra miseria, de embrutecimiento y degradación, el proletariado puede convertirse, e inevitablemente se convertirá, en una fuerza invencible sólo si su unidad ideal, fundamentada en los principios del marxismo, se consolida a través de la unidad material de una organización que reúna firmemente a millones y millones de trabajadores en el ejército de la clase obrera. Frente a este ejército no resistirá ni el ya decrépito poder de la autocracia rusa, ni el poder del capital internacional, que se está volviendo decrépito. Este ejército cerrará cada vez más estrechamente sus filas, a pesar de todos los posibles zigzags y retrocesos, a pesar de las frases oportunistas de los girondinos de la socialdemocracia actual, a pesar de la fatua glorificación del atrasado sistema de círculos, a pesar de los adornos y los tartamudeos anárquicos de los intelectuales.”
40. Centralismo orgánico
Incluso actuando en una época y en un entorno en el que el mecanismo democrático no podía dejar de ser utilizada para su funcionamiento, cuanto hemos visto hasta ahora prueba que Lenin, basado en su observación crítica de los mecanismos de trabajo de los partidos socialistas, se alinea con una forma de ser del partido que hoy podemos definir como “orgánico”, además de centralista. Si el centralismo y la disciplina ejecutiva son las condiciones para la existencia del partido comunista, tales condiciones no se pueden conseguir con los mecanismos de los partidos burgueses. También en su funcionamiento el partido de la clase obrera se ve obligado a ser revolucionario.
La forma de funcionamiento del partido será formulada por los compañeros de la Izquierda desde el nacimiento del Partido Comunista de Italia, Sección de la III Internacional.
En los años siguientes, la experiencia de la contrarrevolución estalinista fue la prueba evidente de que el centralismo orgánico era el único método para dar una oportunidad al partido de sobrevivir, incluso como grupo militante, en períodos de reflujo revolucionario. Enunciado de nuevo en 1926, en el III Congreso del P.C.d’I. en Lyon, el centralismo orgánico se reafirma en todos los giros del partido: en la posguerra, en 1952, en 1965, en 1973. Es sólo gracias a una adhesión estrecha, casi fanática, a nuestro modo de trabajar por lo que el partido sigue activo y con buena salud 70 años después de su reconstitución, donde buena salud significa su ligazón a los ejes doctrinales de Marx, Engels, Lenin y la Izquierda.
Entonces, ¿qué es el centralismo orgánico? Ciertamente no nos daremos por vencidos dando aquí serie de normas, un código, un reglamento, un estatuto. Más bien recordaremos algunos fundamentos de nuestra forma de trabajar, ya parcialmente esbozados en el texto anterior, citando al partido en varios períodos de su existencia. Sin olvidar que nuestra historia nos enseña que la adquisición de nuestro método no puede deducirse de descripciones librescas, por detalladas que sean: el militante se apodera del método de trabajo del partido trabajando internamente, en su ambiente “ferozmente antiburgués”, que une diferentes tipos de compañeros y varias generaciones. Con la dificultad adicional de que, en nuestro caso, debe deshacerse de una masa de lastre cultural-ideológico, empapado en los mitos del individuo, la nación y la divinidad, con los que los ilimitados medios de propaganda de las sociedades de clases han envenenado lo más profundo de su alma.
Las formas internas de comportamiento del partido comunista no responden a mandamientos, a cánones estéticos o a normas morales abstractas, sino que son las enseñanzas de un pasado doloroso que vió en sus renuncias el veneno administrado al partido que acompañaba su degeneración hasta su paso al enemigo. Por otra parte, una vida orgánica interna coherente, entre camaradas que “se toman de la mano con fuerza”, es un coeficiente de fuerza, un hecho material antes que ser de conciencia y afectos, una disciplina que en la guerra social confiere al partido esa unidad efectiva de propósito y de movimiento que le es negado a cada organismo e institución burguesa.
41. “Centralismo democrático”
¿Cuáles serían las reglas “sagradas” formales -que para Lenin no lo eran- que garantizarían el funcionamiento del centralismo democrático, que es lo que oponen todos los izquierdistas al centralismo orgánico? Las diferencias presentes dentro del partido no pueden resolverse más que en una relación de fuerzas; derecho proclamado de organizarse en tendencias y fracciones; formación de grupos de presión con vistas a las elecciones de dirigentes y congresos, convocados periódicamente; elección de los órganos de gobierno con el conteo de los votos; verificación periódica de la línea política del partido a través de la posibilidad otorgada a las minorías de convertirse en mayorías.
El centralismo democrático, que se alzó contra Lenin como principio, sanciona el principio antimarxista de la continua y libre reconstrucción de la teoría y de la táctica, en congresos periódicos, según supuestos cambios en las condiciones sociales y económicas, políticas, condiciones que variarían de un país a otro, cuando no incluso moduladas para zonas particulares dentro de un país. Las “opciones” no vienen determinadas sobre la base de un programa invariable, ni como resultado de la evidencia histórica y científica, sino sobre la base de la mayoría contingente que se agrupa a su alrededor.
Lenin -aunque no pueda eludir algunas de estas reglas, e incluso las propone como primera herramienta contra la dispersión e indisciplina de los círculos – es siempre acusado no por casualidad de entorpecer, con su centralismo, el desarrollo de la democracia interna del partido.
En 1972 tratábamos así la cuestión (Introducción a las tesis posteriores a 1945, de “En defensa de la continuidad del programa comunista”, p. 130):
«En realidad, la cuestión del centralismo orgánico en oposición al centralismo democrático es todo menos terminológica. En su contradicción, la segunda fórmula más bien refleja en el sustantivo la aspiración a un partido único mundial como siempre lo hemos deseado, pero aún refleja en el adjetivo la realidad de los partidos heterogéneos en formación histórica y base doctrinal (...)
«En nuestra visión, el partido se presenta con caracteres de centralidad orgánica porque no es una “parte”, ni siquiera la más avanzada, de la clase proletaria, sino su órgano, sintetizador de todos sus empujes elementales así como de todos sus militantes, procedan de donde procedan, y tal es en virtud de la posesión de una teoría, de un conjunto de principios, de un programa, que trasciende los límites del tiempo de hoy para expresar la tendencia histórica, el objetivo final y la forma de operar de las generaciones proletarias y comunistas del pasado, presente y futuro, y que van más allá de las fronteras de nacionalidad y de Estado para encarnar los intereses de los asalariados revolucionarios de todo el mundo; así es, añadimos, también en virtud de una previsión, al menos en términos amplios, del desarrollo de las situaciones históricas, y por lo tanto de la capacidad de establecer un cuerpo de directivas y normas tácticas obligatorias para todos (...) Si el partido está en posesión de tal homogeneidad teórica y práctica (...) su organización, que es a la vez su disciplina, nace y se desarrolla orgánicamente sobre el acervo unitario del programa y la acción práctica, y expresa en sus diversas formas de explicación, en la jerarquía de sus órganos, la perfecta adhesión del partido al conjunto de sus funciones, sin excluir ninguna».
42. El centralismo en la Izquierda
Un primer enunciado se hizo en 1922 (“El principio democrático”): «La democracia no puede ser un principio para nosotros; el centralismo sin duda lo es, ya que los caracteres esenciales de la organización del partido deben ser la unidad de estructura y de movimiento. Para marcar la continuidad en el espacio de la estructura partidaria basta el término centralismo, e introducir el concepto esencial de continuidad en el tiempo, es decir, en el fin al que se apunta y en la dirección en que se avanza hacia los sucesivos obstáculos a superar, vinculando estos dos conceptos esenciales de unidad, propondremos decir que el partido comunista basa su organización en el “centralismo orgánico”».
En 1926, en una situación de retroceso y pérdida de la brújula revolucionaria por parte del partido internacional, de la que éramos perfectamente conscientes, en las Tesis presentadas en el III Congreso del P.C.d’I. en Lyon, la Izquierda confirma la importancia de la adecuada gestión del partido:
«II.5 - (...) Los partidos comunistas deben realizar un centralismo orgánico que, con el máximo nivel de consulta compatible a las bases, asegure la eliminación espontánea de toda agrupación con tendencia a diferenciarse. Esto no se consigue con recetas jerárquicas formales y mecánicas, sino como dice Lenin [en Extremismo, n.d.r], con la justa política revolucionaria».
En pocas palabras, el partido debe ser una estructura centralizada, con la presencia de diferentes órganos y de un órgano central capaz de coordinar, dirigir, ordenar a toda la red; disciplina absoluta de todos los miembros de la organización en el cumplimiento de las órdenes dispuestas desde el centro; ninguna autonomía a secciones o grupos locales; ninguna red de comunicación divergente de la red unitaria que conecta el centro con la periferia y la periferia con el centro. Y la actividad continua de estudio, de cincelado de la doctrina que es una característica del partido, tiene no sólo un valor cognoscitivo, sino también y sobre todo organizativo, para estar siempre en disposición de expresar la correcta política revolucionaria.
43. Cómo se estructura el partido según Lenin
o muy diferente es lo que deseaba Lenin en su Carta a un camarada: «El periódico puede y debe ser el líder ideológico del partido, desarrollar las verdades teóricas, los principios tácticos, las ideas organizativas generales, las tareas comunes de todo el partido en este o aquel momento (...)
«Los estatutos son inútiles no porque el trabajo revolucionario no siempre pueda tener una estructura bien definida. No, la estructura es necesaria y hay que intentar dar a todo el trabajo, en la medida de lo posible, una estructura. Y es posible darla a una escala mucho mayor de lo que comúnmente se piensa, pero no con los estatutos, sino más bien única y exclusivamente (repetimos por enésima vez) con la información exacta en el centro del partido: sólo entonces será una auténtica estructura ligada a una responsabilidad real y expresa (del partido)” (VI, 216, 230).
Recordemos que lo vimos en ¿Qué hacer?, cuando Lenin dice periódico, revista, Iskra (mientras fue suya, y nuestra) significa el centro del partido, que en 1902 es sobre todo el centro ideológico, doctrinal. Cualquier referencia al cuerpo central significa referencia al marxismo ortodoxo. Por tanto ya estamos hablando de dictadura del programa.
No nos molesta que hubiese pocos hombres o uno solo, Lenin, que fueran entonces expresiones conscientes de aquel programa. Ciertamente negativo en tanto factor de vulnerabilidad del partido, y ello se verá en la muerte prematura del gran Vladimir, cuando hubiera sido históricamente más deseable una derrota militar, en vez de un triunfo de contrarrevolución traspasada por la degeneración del partido ruso, de la Internacional y de todas sus secciones nacionales.
44. Trabajo unánime contra las escisiones
Recogemos otro testimonio de Lenin, que coincide con la forma de trabajar de la Izquierda: «A la pregunta “¿qué no hacer?” (que no hacer en general y que no hacer para no causar una división) respondería ante todo: En primer lugar, respondería: no esconder al partido los motivos de escisión que surjan y se desarrollen, no esconder nada sobre las circunstancias y los acontecimientos que pueden constituir tales razones. Y tampoco esconderlos no sólo al partido, sino, posiblemente, ni siquiera al público externo. Una amplia publicidad: he ahí el medio más adecuado, el único medio seguro para evitar las escisiones que se pueden evitar, para minimizar el daño de aquellas que ahora se han vuelto inevitables» (Carta a la redacción de Iskra, 1903, VII, 110-111).
Todavía en 1920, en una conferencia del partido, mientras aún se luchaba contra los ejércitos de los blancos, ante las dificultades planteadas por la Oposición Obrera, Lenin, si bien reconoce algunas razones a esos camaradas, insiste sobre todo en que todo el partido está involucrado en la solución del problema. Pero luego recuerda que hay un programa, que hay que respetar a toda costa, si no se quiere sucumbir al enemigo. «La Oposición (...) sin duda lleva algo sano dentro de sí, pero cuando se transforma en una oposición como un fin en sí mismo, es absolutamente necesario acabar con esta oposición. Hemos perdido demasiado tiempo en altercados, peleas y riñas, es hora de decir “¡basta!”, es hora de buscar las condiciones para sanar el trabajo. Hágase estas o aquellas concesiones, pero que se acuerde que el trabajo sea unánime, porque de lo contrario no podremos resistir, mientras estamos rodeados de enemigos externos e internos» (“Conferencia Provincial Moscovita del PCR”, 1920, XXXI, 407).
Por lo tanto, apego estricto a los ejes programáticos, con criterios bien conocidos y continuamente repetidos a todo el partido, no sólo en el interior de las secciones sino también en la prensa; resolver problemas colectivamente, después de lo cual disciplina ejecutiva total, sin quejas por la falta de democracia.
Escribíamos en “La continuidad de la acción del partido en la línea de la tradición de Izquierda”, en “Il Programma Comunista” 3-5/1967: «Es en torno a este inseparable y durísimo núcleo, doctrina-programa-táctica, posesión colectiva e impersonal del movimiento, que nuestra organización cristaliza, y lo que la mantiene unida no es el látigo del “centro organizador” sino el hilo único y uniforme que une a los dirigentes y la base, centro y periferia, comprometiéndolas a la observancia y defensa de un sistema de fines y medios ninguno de los cuales es separable del otro. En esta vida real del partido comunista - no de cualquier partido sino sólo y propio de él en cuanto comunista de hecho y no de nombre - el rompecabezas que persigue al demócrata burgués; ¿quién decide: el “alto” o el “bajo”, los más o los menos? ¿Quién “manda” y quién “obedece”? (...)
«La generosa preocupación de los compañeros por que el partido opere en lo organizativo de forma segura, lineal y homogénea, se dirige por tanto - como el mismo Lenin aconsejaba en Carta a un camarada - no a la busca de estatutos, códigos y constituciones, o aún peor, de personajes con un temple especial, sino a la de la mejor manera de contribuir, todos y cada uno, al desempeño armonioso de las funciones sin las cuales cesaría de existir el partido como fuerza unificadora y como guía y representante de la clase, que es la única manera de ayudarlo a resolver día a día, por sí mismo - como en ¿Qué hacer? de Lenin, allí donde se habla del periódico como un “organizador colectivo” - sus problemas de vida y acción. Aquí está la clave del “centralismo orgánico”, aquí está el arma segura en la batalla histórica de las clases, no en la abstracción vacía de las supuestas “normas” de funcionamiento de los mecanismos más perfectos o, peor aún, en la sordidez de los procesos de los hombres que por selección orgánica se encuentran a su cargo».
45. ¿Cómo garantizar la disciplina?
El partido funciona gracias al trabajo del hombre: ¿cuál es la garantía de que estos hombres no traicionarán o fallarán? Es evidente la objeción del pequeño burgués: ¿quién impedirá que los individuos hagan lo que les plazca, que desobedezcan, porque en cada individuo, incluso militante del partido, está la semilla del individualismo, de la exaltación de sí mismo, del anarquismo, etc.? ¿Quién impedirá que los individuos planteen problemas sólo por el placer de crearlos o de criticar? La Izquierda ya respondió a las objeciones de este tipo hace más de 50 años y la respuesta suena así: en un organismo, como el partido, que se forma sobre la base de adhesiones voluntarias a una trinchera común de combate y sacrificio, estas manifestaciones individuales deben seguir siendo raras excepciones, y como tal se pueden resolver fácilmente.
Distinto es el caso de las disensiones y episodios de indisciplina que surgen y se multiplican y crecen en lugar de encogerse y tender a desaparecer. Esto significa que algo no funciona en la compleja actividad del partido y su dirección central. Esto se puede resolver sólo haciendo más nítida y clara la fisonomía del partido en todos sus manifestaciones teóricas y prácticas. La solución no es, ni para Lenin ni para la Izquierda, intensificar las redes burocráticas y la represión organizativa, de las cuales siempre hemos dicho que podemos muy bien prescindir, del mismo modo que podemos prescindir del recuento de cabezas individuales.
«El arte de predecir cómo reaccionará el partido a las órdenes y qué órdenes recibirán una buena respuesta es el arte de la táctica revolucionaria; la misma no se puede confiar más que al uso colectivo de experiencias de acciones pasadas, ordenadas en reglas claras de actuación (...) No dudamos en decir que, siendo el propio partido algo perfeccionable e imperfecto, se debe sacrificar mucho a la claridad, a la capacidad de convencer las reglas tácticas, aunque esto implique cierta esquematización (...) No es el buen partido lo que da la buena táctica, únicamente, sino que es la buena táctica la que da un buen partido, y la buena táctica solo puede estar entre aquellas entendidas y elegidas entre todas las líneas fundamentales» (Tesis de la Izquierda en el III Congreso del Partido Comunista, Lyon 1926).
La garantía de obediencia a las órdenes del centro por parte de la base ya no es dada por la observancia de los artículos de un estatuto o de un código, sino porque las órdenes son las esperadas, estando adheridos al patrimonio común del partido. La jerarquía del partido no tiene necesidad ni de ser elegida por la base, ni ser nombrada desde arriba, porque el único criterio de selección sigue siendo el de la capacidad para llevar a cabo las diversas funciones del órgano del partido. Que en el centro haya un determinado individuo en lugar de otro no debe cambiar la dirección política del partido y sus tácticas. En un partido fuerte y saludable todo compañero debe ser siempre reemplazable sin que nada cambie en la apariencia del partido porque la designación de los militantes más idóneos en las diversas funciones se convierte en un hecho “natural y espontáneo” que no necesita una aprobación particular.
El partido es una organización “voluntaria” en el sentido de que uno se une a él por libre elección y en el sentido de que cada militante «es materialmente libre de dejarnos cuando quiera» y es que «ni siquiera después de la revolución concebimos el enrolamiento forzoso en nuestras filas». Cuando se está en la organización se está obligado a observar la más estricta disciplina en la ejecución de órdenes centrales, pero la transgresión de esta regla no puede ser tratada por el centro si no mediante la expulsión de los infractores. El centro no tiene para hacerse obedecer otras sanciones materiales.
¿Qué puede mantener al militante en el frente de batalla y hacerlo obediente a las órdenes que le llegan? No los artículos de un código penal sino más bien el reconocimiento de que dichas órdenes se ubican en un terreno común, coherente con los principios, con los propósitos, con el programa, con el plan de acción al que se adhirió. Por lo tanto, está en la capacidad del partido para moverse sobre esta base histórica, para hacerla propia, para impregnar de la misma toda su propia organización y su actividad, de donde surgen las condiciones de la disciplina. En la medida en que esto ocurre, los casos de indisciplina, no imputables a cuestiones individuales, se vuelven menos frecuentes y el partido adquiere un comportamiento único en su accionar. El trabajo para crear una organización verdaderamente centralizada y capaz de responder a disposiciones unitarias en cada momento, por lo tanto, consiste esencialmente en la clarificación y el esculpido continuos de las piedras angulares de la teoría, el programa, la táctica y en la continua conformidad a ellos de la acción del partido, de sus métodos de lucha.
«Debemos tener un partido absolutamente homogéneo, sin divergencia de ideas y sin reagrupaciones diferentes en su seno. Pero eso no es dogma, no es un principio a priori; es un fin por el que se debe y se puede luchar en el curso del desarrollo que conduce a la formación de un verdadero partido comunista, con la condición de que todas las cuestiones ideológicas, tácticas y organizativas están correctamente planteadas y resueltas. La disciplina es, por tanto, un punto de llegada, no un punto de partida, no una plataforma que pueda ser considerada inquebrantable. Esto está ligado, además, al carácter voluntario de la adhesión a nuestra organización del partido. Por lo tanto, no se puede buscar en una especie de código penal del partido remedio para casos frecuentes de indisciplina» (Informe de la Izquierda a la VI Sesión del Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista, febrero de 1926, 5ª sesión).
Ni tienen sentido las medidas de terror ideológico y organizativo, que recuerdan las prácticas funestas del estalinismo destructor del partido. Afirman nuestras Tesis suplementarias sobre la tarea histórica, la acción y la estructura del partido comunista mundial, en “Il Programma Comunista” n. 7, 1966):
«Otra lección que surge de los episodios de la vida de la Tercera Internacional es la inutilidad del “terror ideológico”, desgraciado método con el que querían sustituir el proceso natural de difusión de nuestra doctrina mediante el encuentro con las realidades que hervian en el medio social, con una catequización forzada de elementos recalcitrantes y perdidos, mediante razones o medidas más fuertes, de los hombres y del partido o inherentes a una imperfecta evolución del propio partido, humillándolos y mortificándolos también en congresos públicos también para el enemigo, aunque hubieran sido exponentes y líderes de nuestra acción en episodios de gran alcance político e histórico. En el partido revolucionario en pleno desarrollo hacia la victoria las obediencias son espontáneas y totales, no ciegas y forzadas, y en la disciplina central, como se ilustra en las tesis y en la documentación que las apoyan, se aplica la perfecta armonía de las funciones y acciones de la base y del centro, y no puede ser sustituida por ejercicios burocráticos de un voluntarismo antimarxista».
Y en “La teoria della funzione primaria del partito politico sola custodia e salvezza della energia storica del proletariato”, en “Il Programma Comunista” n. 21-22, 1958):
«El partito que seguro veremos resurgir en un futuro brillante estará constituido por una vigorosa minoría de proletarios y revolucionarios anónimos, que podrán tener diferentes funciones como los órganos de un mismo ser vivo, pero todos ellos estarán ligados, en el centro o en la base, a la norma por encima de todo e inflexible de respeto a la teoría; continuidad y rigor en la organización; método preciso de acción estratégica cuya lista de eventualidades admitidas, en sus vetos por todos inviolables, trata de la terrible lección histórica de los estragos del oportunismo. En tal partido finalmente impersonal nadie podrá abusar del poder, precisamente por su característica no imitable, que lo distingue en el hilo ininterrumpido que tiene su origen en 1848».
46. Cómo distribuir las tareas
Ya en 1924, en una conferencia que realizamos para conmemorar a Lenin con motivo de su muerte, habíamos señalado el papel del individuo en el partido.
«La organización en el partido, que permite a la clase ser verdaderamente tal y, vivir como tal se presenta como un mecanismo unitario en el que los diversos “cerebros” (no ciertamente sólo los cerebros, sino también otros órganos individuales) realizan diferentes tareas según sus aptitudes y potencialidades, todo al servicio de un fin y de un interés que progresivamente se unifica cada vez más íntimamente “en el tiempo y el espacio” (esta conveniente expresión tiene un significado empírico y no trascendente).
«No todos los individuos tienen, por tanto, el mismo lugar y el mismo peso en la organización: a medida que esta división del trabajo se lleva a cabo de acuerdo con un plan más racional (y lo que es hoy para la clase-partido será mañana para la sociedad) se descarta por completo que los que están más arriba pesen como privilegiados sobre los demás. Nuestra evolución revolucionaria no va hacia la desintegración, sino hacia la conexión cada vez más científica de los individuos entre sí.
«La misma es antiindividualista en tanto materialista; no cree en el alma ni en un contenido metafísico y trascendente del individuo, sino que inserta las funciones de éste en un marco colectivo, creando una jerarquía que tiene lugar en el sentido de eliminar cada vez más coerción y su sustitución por la racionalidad técnica. El partido ya es un ejemplo de colectividad sin coerción.
«Estos elementos generales de la pregunta muestran cómo ni el mejor entre nosotros está más allá del significado banal del igualitarismo y la democracia “numérica” (...)
«En conclusión, si existe el hombre, la “herramienta”, de excepción, el movimiento lo utiliza: pero el movimiento vive igualmente cuando no se encuentra a esta eminente personalidad».
Establecido que la doctrina no se discute, que el programa no se discute, que sobre las líneas dorsales del plan táctico no hay discusión, las relaciones internas se configuran como la solidaridad y el trabajo común de todos los militantes destinado a buscar sobre la base del patrimonio común a todos las soluciones más adecuadas a los diversos problemas.
De todo ello deriva la importancia del trabajo conjunto. Todos los compañeros deben trabajar, esto es obvio, pero en la medida de lo posible los compañeros deben trabajar en todas las áreas, no debe haber especializaciones, separaciones entre quienes hacen una determinada tarea y quien hace otra, aunque sea obvio que no somos todos iguales, como no lo seremos tampoco en el comunismo pleno.
«Todo el arte de la organización clandestina debe consistir en utilizarlo todo, en “dar trabajo a todos” manteniendo la dirección de todo el movimiento, conservándolo, por supuesto, no con la fuerza del poder, sino con la fuerza del prestigio, de la energía, de la mayor experiencia, de la mayor amplitud de conocimientos, de la mayor capacidad” (Carta a un camarada, VI, 221).
47. Impersonalidad y anonimato
El trabajo en común es el punto de apoyo del funcionamiento orgánico del trabajo, libre de personalismos y arribismos. En la época de Lenin todavía no era posible por inmadurez histórica, pero desde 1952 nunca hemos publicado los nombres de los camaradas al pie de informes, artículos, tesis. No se trata de una elección moral o estética, sino que corresponde al hecho innegable de que nuestro trabajo ya no es individual, aunque solo sea porque cualquiera de nuestros nuevos estudios no puede prescindir de cuanto está en nuestra doctrina, de lo que se ha escrito anteriormente por otros camaradas, sean ellos el gran Marx o Lenin u oscuros camaradas que han dado su aporte por un día, un año o toda una vida; también camaradas que luego abandonaron el partido y el marxismo, cuyas manos, por ejemplo, escribieron materialmente algunas de las citas que hemos incluido aquí.
La revolución, hemos escrito, se levantará de nuevo, pero anónima. Sobre el hecho de que nuestra misión está por encima cualquier individuo Lenin hace hablar al camarada Rusov:
«“De la boca de los revolucionarios - dijo correctamente el camarada Rusov – se escuchan discursos extraños que contradicen claramente la noción de trabajo del partido. El argumento fundamental al que se anclan los opositores (...) se reduce a una concepción puramente filistea de los asuntos del partido (...) Si asumiéramos esta posición en cada elección nos encontraremos con la pregunta: ¿pero Tizio no se ofenderá por que hayamos elegido a Caio? ¿Tal miembro del comité de organización no se lo tomará a mal por qué no lo elegimos en el CC? ¿A dónde nos llevará todo esto? si estamos aquí reunidos no para entretenernos en discursos mutuamente agradables, no para entretenernos con amabilidad filistea, sino para dar vida al partido, no podemos de ninguna manera estar de acuerdo con una tesis similar. Aquí se trata de elegir dirigentes, y por lo tanto no se trata de desconfianza hacia tal o cual camarada no elegido, pero sólo del interés de la causa y de la idoneidad del socio electo para el órgano al que es elegido» (“Un paso adelante y dos pasos atrás”, 1903, VII, 305-306).
Aunque a Lenin no le fue posible escribir anónimamente en un momento en el cual sólo él y su grupo encarnaban la doctrina marxista, en un partido que no era del todo homogéneo en teoría, rehuía, sin embargo, cualquier culto de su persona y de la de otros. Esto se puede ver en varios testimonios, como el de Andreev (“Lénine comme il fut”): «Ni en las reuniones, ni en los congresos, ni en la prensa Lenin toleró ninguna alabanza, ni exaltación de sus méritos personales; se opuso al culto a la personalidad, ajeno a los marxistas, y siempre sinceramente indignado ante sus más mínimas manifestaciones. El partido y las masas siempre estaban en primer plano a la hora de analizar los acontecimientos históricos o las tareas a realizar. La extrema modestia de Lenin se manifestó en todo y siempre». Fácil es hacer el paralelo aquí con nuestros grandes maestros.
48. La falsa solución de las expulsiones
El centralismo orgánico excluye la aparición de fracciones. Ahora la actividad del partido no requiere, y por lo tanto no justifica, la constitución de fracciones que disputan su dirección. Como es igualmente síntoma de malestar grave que se formen fracciones en la periferia para la conquista de la dirección del partido, lo es igualmente que el Centro se conciba como una fracción, entre cuyas funciones estaría el mantenimiento de su cargo.
El nacimiento de las facciones -que en los viejos partidos socialistas había sido un hecho necesario y muchas veces útil cuando es generado por movimientos en defensa del marxismo auténtico, por lo tanto progresista en la evolución del partido formal- cuando se da en el partido de hoy es un fenómeno patológico.
Este es especialmente el caso cuando la facción que se aleja de la correcta política revolucionaria justa es la que pertenece al Centro, como sucedió en 1972-1973. A continuación de aquel suceso un grupo de compañeros, que luego siguieron “por el mismo camino de siempre” y que ahora forman parte del Partido Comunista Internacional, fue expulsado de la organización en 1973. Pero en realidad fue la fracción del Centro la que salió del partido, el partido histórico, mientras que la forma iba hacia una inevitable degeneración.
Meses antes, los compañeros de la sección de Florencia escribieron una carta al Centro, respecto a una expulsión previa, por decisión del Centro, de toda una sección extranjera: lo reseñamos aquí porque proporciona aclaraciones posteriores importantes.
«No importa qué compañero o qué grupo de compañeros se encuentre en un momento dado o sobre un problema determinado en esta o aquella de las dos partes. Son las dos partes lo que nunca debe existir dentro del partido. Es la forma de existencia del partido lo que se basa precisamente en la negación absoluta de que existen varias partes y en la negación de que una debe luchar contra la otra. Si un solo compañero o un grupo de compañeros no se cuenta de una situación o de problema o persisten en un error, todo el partido está comprometido en aclarar, labrar, reafirmar una línea impersonal, en tanto en cuanto la debilidad de un punto del partido es la debilidad de todo el partido, la falta de claridad de toda la organización. Y siempre hemos dicho que si un militante no tiene las ideas claras significa que el partido no ha trabajado lo suficiente para aclararlas, que es necesario más trabajo de todo el partido. Esta es la única forma en que el partido puede vivir y funcionar. Este es el método orgánico, que es nuestro y que reivindicamos, porque es el único método que nos permite vivir como organización donde no hay camaradas que entiendan y otros que no entiendan, ni camaradas que se equivocan y otros que no se equivocan, sino sólo compañeros que, para bien o para mal, aportan su contribución a la batalla común contra el enemigo de clase y dan a esta batalla toda su fuerza.
«Por eso no compartimos el tono y las declaraciones triunfalistas de esta última circular indicando que la última reunión general puso fin a la batalla contra la insurgencia de ideologías antimarxistas, etc. Las tendencias antimarxistas están ahí, está claro, pero no hay que poner tanto énfasis en la victoria conseguida cuando hemos logrado eliminarlas del partido, sino sobre la derrota que hemos sufrido cuando han podido penetrar dentro desperdiciando preciosas energías y demoliendo una parte de nuestra organización. Desde luego, no debemos felicitarnos por haberlos expulsado, sino reflexionar sobre por qué lograron penetrar y trabajar para hacer el partido cada vez más fuerte e impermeable a estas influencias destructivas. Debemos juzgar que nuestras defensas eran demasiado débiles para evitar que el enemigo las trastocara y trabajar para fortalecer y potenciar estas defensas. Esta es la lección que tenemos que sacar de la crisis que ha sufrido el partido».
Sin embargo, la actitud del partido hacia las facciones fue muy clara desde el lejano 1926, y reiterada continuamente en las tesis:
«La cuestión de las fracciones no debe plantearse desde el punto de vista de la moralidad, del punto de vista del código penal. ¿Hay un solo ejemplo en la historia de que un compañero haya organizado una fracción para divertirse? No, tal caso nunca ha sucedido. ¿Hay un sólo un ejemplo en la historia de que el oportunismo se infiltrara en el partido mediante una fracción, un ejemplo de que la organización de las fracciones sirvió de base para la movilización de la clase obrera y el partido revolucionario se salvara gracias a la intervención de los matadores de las fracciones? No, la experiencia prueba que el oportunismo siempre penetra en nuestras filas detrás de la máscara de la unidad. Está en su interés influir en la masa más grande posible, y está, por tanto, detrás de la pantalla de la unidad que presenta sus propuestas insidiosas. La historia de las fracciones muestra, en general, que no honran a los partidos dentro del cual se forman, sino que honran a los compañeros que las crean. La génesis de una fracción indica que hay algo mal en el partido. Para remediar el mal hay que remontarse a las causas históricas que lo produjeron, que determinaron el nacimiento de la fracción o de la tendencia a constituirla; y estas causas radican en errores ideológicos y políticos del partido. Las fracciones no son la enfermedad, son un síntoma y, si quieres combatir el organismo enfermo, es necesario no combatir los síntomas, sino tratar de establecer las causas del mal» (Informe de la Izquierda a la VI Sesión del Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista, Quinta Reunión, 23 de febrero de 1926).
Son las lecciones de las derrotas debidas a la degeneración del centro las que siempre han fortalecido en la aplicación del centralismo orgánico. Y esas son las derrotas más dolorosas, más desastrosas para el partido. Desde la de los partidos de la Segunda Internacional a la del centro de Moscú, que eliminó el empuje revolucionario internacional para uncir los movimientos obreros a los intereses del Estado ruso.
49. Partido y fracciones
La Izquierda nunca dudó en expresar con la mayor franqueza las objeciones que el comportamiento del centro causado. Así fue en el Partido Socialista Italiano, así fue en la Internacional y frente al mismo Stalin. Cuando a los compañeros de la Izquierda en 1925 se les impuso disolver el Comitato d’Intesa, se obedeció, pero declarando: «Ante una imposición material recordamos mantener sobre todo nuestro puesto en el partido comunista y en la Internacional, que mantendremos con voluntad de hierro, sin renunciar nunca a oponernos a con una infatigable crítica a aquellos métodos que consideremos en conflicto con el interés y el futuro de nuestra causa« (Un documento indigno de comunistas, “L’Unità”, 18 de julio de 1925).
En “El peligro oportunista y la Internacional” (“Lo Stato Operaio”, julio 1925) escribíamos, sin diplomacia: «Creemos en la posibilidad de que la Internacional caiga en el oportunismo. No pueden bastar os precedentes históricos más gloriosos y deslumbrantes para garantizar un movimiento, también y sobre todo un movimiento de vanguardia revolucionaria, contra la posibilidad del revisionismo interno. Las garantías contra el oportunismo no pueden consistir en el pasado, sino que deben estar en cada momento presentes y actuales.
«No vemos pues inconvenientes graves en una preocupación exagerada hacia el peligro oportunista. Por supuesto que las críticas y el alarmismo hechos por deporte son muy deplorables, pero es seguro que no tendrán manera de debilitar el movimiento en lo más mínimo, y serán superados fácilmente. Mientras que el peligro es muy grave si, por el contrario, como lamentablemente ha sucedido en muchos precedentes, la enfermedad oportunista aumenta si antes no se hizo hacer sonar la alarma con fuerza. La crítica sin error no daña ni la milésima parte de cuánto daña el error sin crítica.
«El camarada Girone plantea la cuestión de manera sencilla y clara cuando dice que todo lo que dicen y hacen los dirigentes de la Internacional es materia sobre la cual reclamamos el derecho a discutir, y discutir significa poder dudar de que se ha dicho y hecho mal, independientemente de cualquier prerrogativa atribuida a grupos, hombres y partidos. ¿Se trata de repetir la santa apología de la libertad de pensamiento y de crítica como un derecho del individuo? No, por supuesto, se trata de establecer la forma fisiológica de funcionar y trabajar de un partido revolucionario, que debe conquistar y no preservar los logros del pasado, invadir los territorios del adversario, y no cerrar los suyos con trincheras y cordones sanitarios».
Porque para evitar escisiones y fracciones, e incluso la mera pérdida de militantes individuales, el partido tiene a su disposición el único instrumento de una política revolucionaria justa, la única actividad fisiológica de prevención de la degeneración. Y por tanto se vuelve al trabajo de estudio, de diseño, de clarificar y demostrar la corrección de las bases programáticas. Entre otras cosas, nada impide que sean los propios camaradas portadores de malentendidos de nuestra doctrina los que participen en el trabajo de esclarecimiento, de tallar aquellos aspectos que requieren mayor claridad. Un trabajo que también es el secreto para obtener una respuesta correcta a las órdenes, y también a la falta de órdenes, cuando el compañero debe actuar sin poder relacionarse con los órganos del partido.
50. Anticipación de la sociedad futura
Un partido, por tanto, que existe en la medida en que defiende no sólo la perspectiva de futuro comunista, sino también su doctrina, la teorización y sistematización de las características peculiares, los intereses colectivos y las tareas históricas e inmediatas de la clase, y su propio método de funcionamiento, es decir, la actividad política y la organización de la lucha. Para nosotros el partido es desde siempre una escuela de pensamiento y un método de acción.
Y esto independientemente del tamaño que tenga en un momento histórico dado, en términos de número de militantes o de extensión geográfica. «Aun aceptando que el partido tiene un perímetro estrecho, debemos sentir que preparamos el partido auténtico, sano y eficiente a la vez, para el período histórico en el que las infamias del tejido social contemporáneo harán volver a las masas insurgentes a la vanguardia de la historia; en el cual el ímpetu podría fracasar de nuevo si faltara el partido, no de gran tamaño pero sí compacto y poderoso, que es el órgano indispensable de la revolución. Las contradicciones Incluso dolorosas de este período tendrán que ser superadas extrayendo la lección dialéctica que nos vino de las amargas desilusiones de tiempos pasados y relatando con valentía los peligros que la Izquierda había advertido y denunciado a tiempo, y todas las formas insidiosas de que cada vez se revestía la amenazante infección oportunista» (Tesis Complementarias sobre la tarea histórica, la acción y la estructura del partido comunista mundial, 1966).
Para concluir, el partido no se asemeja a un cuartel, en el que todo comportamiento y afirmación se aplica y controla rígidamente desde arriba, sino que recorre un intercambio vital continuo entre el centro y la base. Ni siquiera el partido es “un falansterio rodeado de muros infranqueables”, sospechoso de contaminación externa, que en realidad no son evitables, aunque sólo sea por la sucesión de compañeros de mil orígenes, de varias generaciones, con diferentes formaciones y experiencias.
Por el contrario, el trabajo común y la meta común hacen que los camaradas se vinculen por la “atención fraterna”. En el partido se tiende a crear un ambiente fuertemente antiburgués, que a pesar del condicionamiento debido a la inmersión en esta sociedad inhumana, determina una anticipación de las características de la futura sociedad comunista. El partido “anticipación de la sociedad futura” es la síntesis de lo que siente y vive un militante, mientras ofrece su vida a ese gran cambio en la historia humana que hará hacer pasar al hombre, en el sentido de Engels, del reino de la necesidad al de la libertad.