Partido Comunista Internacional

El Partido Comunista N.39 - Julio de 2024
Indice
Numero precedente - sucesivo
[ PDF ]

actualizado  el 17 julio de 2024
órgano del partido comunista internacional
Lo que distingue a nuestro partido: – la línea de Marx a Lenin a la fundación de la III Internacional y del Partido Comunista de Italia a Livorno 1921, a la lucha de la Izquierda Comunista Italiana contra la degeneración de Moscú, al rechazo de los Frentes Populares y de los bloques partisanos – la dura obra de restauración de la doctrina y del órgano revolucionario, en contacto con la clase obrera, fuera del politiqueo personal y electorero

Contenido:

Venezuela, 28 de julio. El voto en las elecciones presidenciales no es la salida a la crisis capitalista!

– Un gigante en crecimiento. Situación de la clase obrera en Nigeria

El pacifismo hipócrita de los sindicatos en Estados Unidos

La via del sindicato de clase (de “Il partito comunista”, n.25, 1976)

Negar el trabajo del partido comunista en las luchas obreras significa retrasar la extensión de la organización proletaria y abandonarla a las ideologías burguesas y pequeñoburguesas (de “Il partito comunista”, n. 76-77, 1980)

POR EL SINDICATO DE CLASE:

– Porqué ni siquiera en Estados Unidos pedimos la nacionalización de los ferrocarriles

Argentina: Las centrales sindicales y los oportunistas anulan la lucha de clases.

VIDA DE PARTIDO:

Reunión Internacional del 26 al 28 de enero de 2024: Democracia y fascismo las dos caras del capitalismo. En los orígenes del corporativismo fascista: los sindicalistas revolucionarios – La insurrección armada en Alemania: La División de la Marina Popular – Noticias de Rusia – Para la historia del partido – La economía del Japón – Orígenes del socialismo de izquierda en el Imperio otomano y del Partido Comunista de Turquía – Curso del capitalismo – La guerra civil en Rusia – Actividad sindical en Estados Unidos – La Reconstrucción posterior a la Guerra Civil en los Estados Unidos, parte 1







Venezuela – 28 de julio

El voto en las elecciones presidenciales no es la salida a la crisis capitalista!!

   La clase obrera lucha por sus intereses al margen de las elecciones nacionales, regionales y parlamentarias!!
   El presidente electo será el nuevo representante de los intereses de la burguesía y el imperialismo!!
   El nuevo gobierno dará continuidad a las políticas anti-obreras!!


Agobiadas por los bajos salarios, el desempleo y las malas condiciones sanitarias y de servicios públicos, las masas trabajadoras en Venezuela se han visto sometidas al bombardeo mediático constante, apartándolas de la comprensión de las causas de la crisis económica y social y de los intereses de clase y geopolíticos que están en juego. En el 2024 se acentuó la campaña electoral para elegir al presidente de Venezuela y los grupos y partidos en pugna pretenden presentar este evento como una confrontación entre “socialismo” y capitalismo, entre dictadura y democracia, entre fascismo y anti-fascismo, entre apátridas y patriotas. Pero lo primero que tienen que entender todos los trabajadores asalariados y las masas oprimidas por el capital, es que todas las fuerzas políticas que hacen vida en el parlamento y que llaman a votar, son representantes de la burguesía, del imperialismo y del régimen de explotación capitalista y su democracia.

En el mundo sindical esta campaña ha profundizado la parálisis ya existente de las luchas reivindicativas. Las camarillas de payasos sindicaleros se han sumado a la cacería de votos para los diferentes candidatos presidenciales, pro-gobierno o pro-oposición. Con este accionar los sindicatos del régimen muestran de nuevo su faceta como sostenedores del régimen capitalista y aliados de los patronos.

Algunos activistas sindicales, aunque llaman a la lucha reivindicativa y la exigencia de aumento salarial, han asumido el lamentable papel de hacer el juego a toda la confusión promovida por los agentes de la burguesía, enarbolando planteamientos como: “el chavismo no tiene candidato” o “la clase obrera no tiene candidato”. Basados en esto han planteado el voto nulo o la abstención, pero dejando abierta la posibilidad de participar en el futuro, cuando surja un candidato verdaderamente chavista o verdaderamente obrero.

 
¿El chavismo no tiene candidato?

El llamado chavismo es una corriente oportunista, burguesa, que no tiene nada que ver con el socialismo. Logró una popularidad como la que tuvieron partidos como Acción Democrática en el pasado, en base al populismo soportado en la renta petrolera. Todos los postulados del chavismo apuntan a la continuidad de la explotación capitalista. Por lo tanto es tan candidato del chavismo el actual presidente Nicolás Maduro, criticado por los que se autoproclaman chavistas consecuentes, como cualquiera de los candidatos que competirán en las elecciones del 28 de julio.


¿La clase obrera no tiene candidato?

Claro que la clase obrera no tiene candidato! Pero lo más importante es entender que la clase obrera no tiene nada que buscar presentando candidatos en las elecciones presidenciales, regionales o parlamentarias. El proletariado tiene que apartarse de la ilusión democrático burguesa de que un candidato que represente sus intereses (¿?) le dará una solución a los padecimientos de los trabajadores asalariados. Todo activista del medio sindical que llame a participar en las elecciones de la democracia burguesa, es un traidor a la clase obrera. Los payasos sindicaleros llaman a votar por un nuevo presidente, pero no convocan a asambleas para organizar la lucha por aumento salarial. Los sindicaleros le piden a los trabajadores que se crucen de brazos y no vayan a la huelga y depositen sus esperanzan en un cambio de gobierno. En vez de un candidato obrero a las elecciones presidenciales, los trabajadores deben impulsar su unidad de acción en la huelga y la movilización por aumento salarial. Y al calor de la lucha deberán surgir verdaderos sindicatos de clase que se enfrenten a los patronos y a los diferentes gobiernos de la burguesía.


La única salida a la crisis surgirá de la movilización y la huelga de los trabajadores desligada del electoralismo

Ya sea que las elecciones las gane el chavismo o que las gane cualquiera de los candidatos opositores, el nuevo presidente dirigirá un gobierno que administrará los intereses de la burguesía y el imperialismo, que asumirá la defensa de la economía nacional, la cacareada reactivación económica, que solo son posibles a base de bajos salarios, de intensas jornadas de trabajo, de condiciones de trabajo inseguras, de servicios de salud y servicios públicos en general incompetentes. El nuevo gobierno continuará depositando sobre los trabajadores el peso de la crisis y los anuncios de crecimiento económico, serán acompañados del hambre, la miseria y el desempleo de las mayorías.

Las elecciones del 28 de julio y sus resultados no calmarán el hambre y el desempleo, ni garantizarán un salario suficiente, considerando que en estos momentos una familia de 5 integrantes requiere el equivalente 1.200 dólares mensuales para acceder a todos los bienes y servicios de primera necesidad.

Pero todas estas tragedias que sufren los trabajadores asalariados y las masas oprimidas, derivadas de la explotación capitalista, sólo podrán superarse mediante el derrocamiento del capitalismo y su reemplazo por una sociedad comunista. El comunismo pondrá fin al régimen de sobreproducción demencial, de despilfarro y de amenazas perpetuas a la ecología del planeta.

El comunismo acabará con la pobreza y la guerra. Pero esto nunca podrá lograrse, total o parcialmente, votando por ningún partido. Sólo puede lograrse mediante la toma del poder por la única fuerza que puede transformar la sociedad: la clase trabajadora, encabezada por el Partido Comunista Internacional. La toma del poder político y la instauración de la Dictadura del Proletariado es el objetivo inmediato que debe asumir el movimiento obrero en todo el mundo, en oposición a la democracia burguesa y todas las luchas reivindicativas de hoy deberán confluir en esta dirección.

El voto legaliza a la explotación capitalista y su democracia burguesa. Por lo tanto la posición correcta de todos los trabajadores debe ser no votar, ni el 28 de julio ni en ninguna de las elecciones convocadas por la democracia y sus partidos.










Un gigante en crecimiento
Situación de la clase obrera en Nigeria

Para los nigerianos, el año nuevo promete ser todo menos feliz. Ya en Nochebuena del año pasado, grupos armados atacaron algunos pueblos del centro del país, matando al menos a 160 personas en un episodio más de una larga insurrección que ha causado la muerte de miles de civiles.

Mientras tanto, en Lagos, que tiene unos 15 millones de habitantes y es la ciudad más grande del país, los trabajadores permanecen 12 horas al día cosiendo zapatos a cambio de salarios miserables, en condiciones que recuerdan a las que vivían los esclavos asalariados en Manchester en el apogeo de la Revolución Industrial. No se escatiman vejaciones a los proletarios nigerianos que esperan durante horas a las puertas de las fábricas locales, con la esperanza de ser seleccionados para el trabajo agotador que se lleva a cabo dentro de ellas. Una vez dentro, se les pone a trabajar sin ningún control legal; nunca reciben un contrato ni confirmación escrita de su salario. A quien, por ejemplo, se sorprende utilizando un celular, se le despide en el acto sin indemnización ni pago alguno por el tiempo trabajado.

Estas condiciones miserables son típicas de un capitalismo joven, sediento de plusvalía absoluta.

Sin embargo, la economía nigeriana dista mucho de estar saludable, incluso desde la perspectiva de la burguesía. La volatilidad de los precios del petróleo (el principal producto de exportación de Nigeria) en los últimos años ha provocado inestabilidad económica y ha agotado progresivamente las reservas de divisas del Estado.

La burocracia estatal, minada por la corrupción, impone una pesada carga a las industrias del país que luchan por sobrevivir. Enormes sumas de dinero público son malversadas por ministros corruptos a nivel nacional, estadal y local. A principios de enero, el ministro de Asuntos Humanitarios y Reducción de la Pobreza, Betta Edu, fue suspendido por autorizar la transferencia de unos 640.000 dólares a una cuenta bancaria personal.

Se podría pensar que, gracias a los numerosos impuestos y aranceles que impone a las empresas, el Estado ejerce un férreo control sobre el país, pero no es del todo así. Al contrario, se ha mostrado incapaz de mantener siquiera el monopolio del uso de la fuerza, pues los atentados de bandas armadas y grupos yihadistas ya se han cobrado cientos de miles de víctimas.

Los conflictos étnicos, originados por la demarcación arbitraria de las fronteras nacionales por las potencias coloniales, siguen exacerbándose también debido a las privaciones económicas. Los jóvenes de las zonas rurales no ven perspectivas de encontrar trabajo, ni siquiera mal pagado, en las ciudades superpobladas, y muchos de ellos recurren al bandidaje y al extremismo religioso. Los que no se sienten atraídos por la profesión de las armas se unen a una abundante tropa industrial de reserva, lo que exacerba la competencia con otros trabajadores potenciales y reduce aún más los salarios.

Gran parte de los ingresos del Estado se dilapidan debido a la economía clientelar: departamentos enteros, cada uno con sus propias normativas, impuestos y aranceles, surgen de la noche a la mañana para garantizar una posición de prestigio a los amigos de los funcionarios. Para el vasto comercio ilegal de marfil, Nigeria es un centro logístico entre el África subsahariana y los lucrativos mercados asiáticos.

Faltan infraestructuras básicas y millones de familias dependen de generadores eléctricos para obtener electricidad. Las once empresas de distribución de electricidad del país luchan por obtener beneficios, en parte debido a las tarifas impuestas por el Estado. Una de ellas, Kaduna Electricity Distribution Plc, ha sido puesta a la venta por el organismo regulador de la electricidad debido a su incapacidad para reembolsar 130 millones de dólares en deudas.

Debido a la falta de liquidez, el gobierno suspendió recientemente las subvenciones al combustible, lo que provocó un fuerte aumento del costo de la gasolina, que pasó de unos 780 nairas por galón (alrededor de 1 dólar) a 2.160. Esto ha agravado las condiciones de vida de la población ya empobrecida por el aumento del costo de la vida y la devaluación de los salarios.

Pero los trabajadores están reaccionando ante este ataque a sus condiciones. En la primera semana del nuevo año, más de un centenar de profesores de primaria y secundaria protestaron contra la aplicación selectiva de las primas de Navidad por parte del gobierno del estado de Rivers. El año pasado, los principales sindicatos ya habían amenazado con una huelga nacional si no se restablecía la subvención del combustible, pero esta amenaza no se materializó después de que las negociaciones con el gobierno consiguieran apaciguar a los dirigentes sindicales. Más recientemente, los sindicatos marítimos habían amenazado con cerrar los puertos si las Compañías Petroleras Internacionales (IOC) y los contratistas estibadores no cumplían la legislación laboral en materia de pago de salarios, pero la huelga fue de nuevo desconvocada por la dirección sindical. También los trabajadores de la aviación amenazaron con tomar medidas y el Congreso sindical nigeriano (TUC) pidió a la patronal que pusiera fin a los intentos de precarizar los contratos y exigió mejores condiciones laborales. Estas son sólo algunas de las luchas laborales que tienen lugar en la mayor economía de africana.

Aquí, en este capitalismo relativamente joven, pueden observarse claramente algunos de los rasgos característicos de este modo de producción: la brutal explotación de los trabajadores y la degradación de sus condiciones de trabajo; la naturaleza del Estado como parásito de la producción que, habiéndose vuelto demasiado pesado en relación con la economía productiva de la que depende, la arrastra hacia abajo; la expropiación constante de los pequeños propietarios, que son absorbidos gradualmente por el proletariado urbano, acelerando la acumulación y haciendo que los salarios caigan por debajo del nivel de subsistencia.

La historia económica reciente de Nigeria demuestra la interconexión de todas las economías nacionales dentro del mercado mundial: la economía tiembla con cada aumento o bajada del precio internacional del petróleo, y los trabajadores nigerianos emigran por todo el mundo, dependiendo de las convulsiones del capital internacional.

El proletariado nigeriano ha demostrado su voluntad de resistir a los ataques contra sus condiciones de vida y de trabajo, pero sus instintos de lucha han sido desviados y confundidos por una dirección sindical que se limita a lanzar amenazas vacías sin luchar para conseguir concesiones reales. El oportunismo es una plaga rastrera en el movimiento sindical. Nigeria no es una excepción. Sólo librando la lucha de clase más intransigente sin dejarse engañar por los bonzos sindicales podrán los proletarios nigerianos conseguir auténticas victorias para su clase.







El pacifismo hipócrita de los sindicatos en Estados Unidos

Ante el conflicto de Gaza, varios llamamientos contra la guerra han surgido del movimiento sindical en Estados Unidos, que ha vuelto a expresar luchas importantes desde hace unos tres años. Intentaremos resaltar sus méritos, limitaciones, errores y deslices oportunistas, e indicar cuál debe ser la correcta orientación sindical comunista contra la guerra imperialista.

El llamamiento que ganó más prominencia fue el elaborado por iniciativa de la bastante minúscula UE y un local del United Food & Commercial Workers International Union (UFCW).

El United Electrical, Radio and Machine Workers of America (UE) es un sindicato pequeño, pero con una historia importante. Hoy en día, tiene sólo 35.000 miembros, un tamaño comparable al de los principales sindicatos de base de Italia y, por tanto, muy pequeño para Estados Unidos. Fue fundado en 1936 y fue una de los primeros afiliados al CIO (Congreso de Organizaciones Industriales), la confederación de sindicatos industriales que se había formado un año antes, en 1935, a diferencia de la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL). que era la antigua confederación de sindicatos artesanales, fundada en 1886.

En la década de 1940, la UE alcanzó los 600.000 miembros. En 1949, debido a la negativa del CIO a tomar medidas para detener las redadas de otros sindicatos, que emprendieron de manera oportunista en respuesta a la negativa de la UE a presentar las declaraciones juradas de líderes no comunistas requeridas por la Ley Taft-Hartly para participar en el proceso de la NLRA, abandonó el CIO, que para entonces se había convertido en un sindicato del régimen a la par de la AFL. En 1955, las dos se fusionarían, formando la actual AFL-CIO.

La competencia con el poderoso CIO marcó el comienzo del declive de la UE. Otra causa decisiva fue la crisis del sector de fabricación de electrodomésticos, al que pertenecían la mayoría de los miembros de este sindicato, que, desde los años 90, ha visto un vasto proceso de deslocalización de la producción fuera de Estados Unidos, hacia países de reciente industrialización donde los costos de la mano de obra son más bajos (un proceso comúnmente conocido como “outsourcing”). Sin embargo, ha mantenido hasta la fecha cierta vitalidad y reconocido prestigio en el movimiento sindical norteamericano, concentrado principalmente en la zona oriental del país. Asolada por el conflicto y con una vida sindical basada en la participación de sus miembros, la UE, sin embargo, tiene un liderazgo oportunista. Por ejemplo, en 2019 apoyó al socialdemócrata Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata, de cara a las elecciones presidenciales de 2020.

El llamamiento se publicó el 20 de octubre, pocos días antes de que el ejército israelí entrara en la Franja de Gaza, en medio de bombardeos en masa, en preparación para la operación terrestre. Fue firmado por más de 200 sindicatos locales y 5 organizaciones laborales nacionales:

la Unión Internacional de Pintores y Oficios Afines (IUPAT), con 100.000 miembros, se adhirió el 24 de octubre;

luego el National Nurses United (NNU), con 225.000 miembros;

luego el Sindicato Estadounidense de Trabajadores Postales (APWU), con 200.000 miembros;

el 1 de diciembre se unió el United Auto Workers (UAW), con 390.000 miembros; y,

finalmente, el 28 de diciembre, la Asociación de Auxiliares de Vuelo-Trabajadores de Comunicaciones de América (AFA-CWA), con 50.000 miembros.

Estos cinco sindicatos, que suman cerca de 1 millón de miembros, pertenecen a la AFL-CIO, que cuenta con 55 federaciones sindicales con alrededor de 12 millones de miembros. Así, aproximadamente una décima parte de los sindicatos miembros de la AFL-CIO, correspondiente a una décima parte de sus miembros, se han sumado a la lista, lo que representa una minoría sustancial del movimiento obrero, incluso teniendo en cuenta la temperatura aún baja de la lucha de clase.

Sin embargo, el atractivo permanece en el ámbito del pacifismo burgués, decepcionando así a los trabajadores de que la paz se puede lograr apelando a los gobiernos para que cesen las operaciones militares, y no a través de una lucha social de la clase trabajadora que imponga este objetivo por la fuerza, sabiendo que lo que se enfrenta no son ideas diferentes o incluso “el bien contra el mal”, sino enormes intereses materiales en conflicto: por un lado, los del Capital y por el otro, los del proletariado. Por lo tanto, el objetivo de detener las guerras imperialistas sólo puede lograrse de manera definitiva y total si la lucha de clases trasciende a una revolución que derroque el poder político de la clase dominante en todos los Estados.

Por lo tanto, el llamamiento se reduce a pedir al régimen burgués una política de paz: “Pedimos al presidente Joe Biden y al Congreso que presionen para lograr un alto el fuego inmediato y el fin del asedio de Gaza…. Al hacer este llamamiento, los sindicatos estadounidenses se unen a los esfuerzos de 13 miembros del Congreso y otros que piden un alto el fuego inmediato”.

Esta conducta esconde una enorme mistificación. La política militarista no es una elección libre por parte de los gobiernos, sino una obligación para ellos, una necesidad vital. Todos los Estados burgueses, ya sean democráticos o autoritarios, de derecha o de izquierda (por muy poco que cuenten estas distinciones), deben cumplirlo. El capitalismo genera y necesita la guerra como única salida al abismo de la crisis económica mundial y, en consecuencia, a la revolución de las masas proletarias cada vez más empobrecidas y hambrientas.

Por un lado, la creciente crisis económica de sobreproducción lleva la competencia capitalista, entre empresas y Estados, al paroxismo, haciendo cada vez más frecuente el paso de la confrontación comercial a la militar. Cada Estado burgués está amenazado por los demás. Por otro lado, todos los Estados burgueses están amenazados y atacados, juntos y sin distinción, por la crisis económica que, al crear las condiciones materiales favorables a la revolución social, deteriora las condiciones de vida del proletariado. La guerra capitalista, por tanto, representa la solución a la vez económica y social a la crisis del capitalismo.

Este llamamiento de la UE se fabrica para que los dirigentes del UAW puedan utilizar la base del sindicato como apoyo al presidente Biden en las próximas elecciones presidenciales, tanto ordenando a sus miembros que voten por él como proporcionando recursos financieros más o menos sustanciales. Es decir, es un llamamiento a un partido político burgués, presentado por la dirección del UAW como “amigo” de los trabajadores.

Planteado en estos términos, el llamado a la solidaridad y unidad de los trabajadores por encima de todas las divisiones nacionales y religiosas pierde su vigor, al verse privado de una indicación práctica de lucha: una declaración abstracta que no se propone combatir las fuerzas burguesas que abogan por el militarismo y la guerra, sino que busca dialogar, apelar e incluso hacer genuflexión ante ellos.

Luego hubo toda una serie de llamamientos menos difundidos contra la guerra en Gaza, a favor de un “alto el fuego”, en los que se invirtieron estas características. Es decir, han tenido la virtud de proporcionar direcciones prácticas de lucha sobre cómo luchar contra el militarismo del imperialismo estadounidense, pero responsabilizando únicamente a los gobiernos de Israel y Estados Unidos por el conflicto y evitando cualquier ataque a la formación burguesa opuesta constituida por Hamas y las potencias igualmente burguesas que lo apoyan y sus políticas belicistas y asesinas igualmente cínicas, terminan desplegando trabajadores en un lado del conflicto, dando así el sustento ideal a la guerra imperialista, en lugar de su sabotaje.

Por ejemplo, leemos en el llamamiento del 28 de febrero del Local 48 de la International Brotherhood of Electrical Workers (IBEW), una afiliada de la AFL-CIO con alrededor de 820.000 miembros: “CONSIDERANDO que... la lucha de los trabajadores no tiene fronteras... CONSIDERANDO que la oposición de la clase trabajadora a esta guerra entre Estados Unidos e Israel va de la mano con el lema sindical ’Un daño a uno es un daño a todos’ y el llamado ’Árabes, judíos, negros y blancos, trabajadores del mundo, uníos’. ’...IBEW Local 48 apoya el llamado de los sindicatos palestinos a los trabajadores de todo el mundo para que detengan el envío de armas para la guerra entre Estados Unidos e Israel; saludamos a los trabajadores del transporte portuario de Barcelona, Bélgica, Italia y otros lugares que han declarado que se niegan a manipular envíos de armas para esta guerra; y apoyamos y alentamos las acciones de estos trabajadores en Estados Unidos para detener los envíos de armas… oponiéndose a lo que en realidad es otra guerra estadounidense, esta vez contra el pueblo de Gaza …” [ el énfasis es nuestro].

Los llamados a la unidad proletaria internacional y la dirección de la lucha para oponerse a la guerra imperialista por motivos prácticos se ven frustrados por la mistificación del carácter de la guerra en curso en Gaza, descrita como imperialista y burguesa por un solo lado.

La única circunstancia atenuante es que esta postura va en contra de su propio régimen burgués, el de Washington, que tiene en Israel no su único, sino un aliado crucial en el Medio Oriente.

La indicación práctica de sabotaje mediante huelgas, bloqueo del transporte de material bélico, etc., es insuficiente si estas acciones se entienden en sí mismas como decisivas. Deben verse como pasos intermedios para llegar finalmente a una movilización general de la clase trabajadora contra el militarismo de sus propios Estados capitalistas. Además, cada potencia imperialista a menudo se ha encontrado armando simultáneamente a Estados en guerra entre sí. Por ejemplo, Qatar ahora alberga al mismo tiempo la mayor base estadounidense en Medio Oriente y el liderazgo político de Hamás.

Si “la lucha de los trabajadores no tiene fronteras” y si “un daño a uno es un daño a todos” –en la medida en que los intereses de la clase trabajadora son únicos a nivel internacional y sus luchas deben ser únicas y coherentes si quieren salir victoriosos: no es aceptable limitar el plan de acción contra la guerra imperialista únicamente al nivel nacional, sin tener en cuenta sus repercusiones para los trabajadores de otros países. Si la dirección práctica de la lucha en Estados Unidos es correcta, pero la definición de la naturaleza de la guerra actual en Gaza es mistificada, a nivel internacional, el resultado es empujar a los trabajadores a apoyar al frente burgués que respalda a Hamás.

Para un país como Italia, cuya burguesía, debido a determinaciones materiales, siempre juega en varias mesas y, desde la época de Mussolini, ha estado cultivando una relación con las clases dominantes árabe-palestinas como parte de su política imperialista en el área del Mediterráneo, un enfoque como el de este último llamamiento significa llevar a la clase trabajadora a apoyar una de las opciones de política exterior de la clase dominante, en lugar de luchar por sus propios intereses de clase.

Una orientación práctica para situar al movimiento directamente en el terreno de la unidad internacional del proletariado, y no en el terreno de la guerra burguesa (que sólo puede destruir esa unidad), debería:

denunciar la guerra como burguesa e imperialista por ambos frentes;

expresar solidaridad con los proletarios de ambos países, y por tanto también con los trabajadores de Israel, apelando a la fraternidad proletaria;

identificar y denunciar ambos regímenes burgueses que llevan a los trabajadores a la matanza fratricida;

dar a los proletarios de todos los países y de todos los alineamientos imperialistas la misma orientación práctica de lucha contra el militarismo y la guerra.

En ausencia de estos elementos, que son los únicos que hacen que la dirección del sindicato sea verdaderamente internacionalista, el resultado es alinear al proletariado con la política beligerante de la burguesía internacional.

Tales proclamaciones pueden ayudar a alinear a las masas proletarias con la política exterior del gobierno federal. El Congreso de Estados Unidos, en una votación bipartidista, decidió financiar el rearme de Israel, Ucrania y Taiwán con 95.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, Biden, quien también impulsó y firmó el paquete de ayuda militar, finge una postura no intervencionista y lista para la negociación del pacificador tanto en Medio Oriente como en Ucrania. El posicionamiento “aislacionista” fue un expediente táctico al que recurrió Estados Unidos después de ambas guerras mundiales. De esta manera, el gobierno estadounidense logró imponer el motivo propagandístico de la gran potencia cuya influencia política la obliga a luchar por el bien de la humanidad, la democracia y la prosperidad planetaria.

Debemos recordar cómo los Estados capitalistas han utilizado a los sindicatos en el pasado para orientar a las masas y darles forma ideológica con miras a intervenir en las guerras capitalistas. La colaboración de los sindicatos con los gobiernos a menudo ha cumplido la función de gestionar las crisis sociales en el período previo a la guerra.

En este sentido, fue significativa la política de subordinación de los sindicatos estadounidenses al Estado, seguida por el entonces presidente Woodrow Wilson durante la Primera Guerra Mundial. Entonces correspondía a la burguesía hacer frente a problemas como la creciente inflación y la escasez de mano de obra mediante la concesión de aumentos salariales moderados. Wilson fue reelegido para la Casa Blanca en 1916 gracias a una campaña inspirada en el neutralismo. Luego, cuando terminó la guerra, el propio Wilson fue el promotor de la Sociedad de Naciones, un organismo transnacional que se suponía debía prevenir nuevas guerras. Mientras tanto, Estados Unidos había intervenido en las etapas finales de la Primera Guerra Mundial para sentarse a la mesa de los vencedores. El camino del intervencionismo en tiempos de guerra también pasó por la cooperación de los sindicatos, mientras que las proclamas pacifistas rápidamente se convirtieron en los llamados a las armas que aún se escuchan en todo el mundo.






La via del sindicato de clase

(de “Il Partito Comunista”, n.25, 1976)

Todos están de acuerdo en una cosa, los políticos de la derecha y de la izquierda parlamentaria, los expertos económicos, los académicos, los sindicalistas, etc., por el bien del país, de nuestra querida Italia, las distintas clases y subclases sociales, tendrán que hacer sacrificios y renuncias para asegurar la recuperación y el progreso.

Renuncias y sacrificios que tendrán que soportar tanto el trabajador como el burgués, esas mismas figuras que el marxismo muestra como enemigos irreconciliables.

Una vez anunciada “la ley”, comenzó la discusión sobre los métodos de su aplicación, discusión que creemos, se acalorará día a día, como lo demuestra el anuncio del aumento de las tarifas eléctricas ¿Quién tendrá que soportar el mayor número de sacrificios que requiere el país? Frente a esta cuestión, el frente previamente unido de honorables políticos italianos se fractura y mil distinciones sutiles diferencian ahora, un grupo de otro. Hay quienes quisieran atacar más a las infames multinacionales, otros quieren atacar a los ausentes propietarios, los que quieren golpear a los especuladores y a los comerciantes codiciosos, o al gran ejército de proletarios que serían penalizados con una pequeña cantidad per cápita, para ahorrar y ganar mucho dinero en favor de la empresa italiana.

Creemos que serán los trabajadores quienes pagarán por todo, a menos que sean ellos mismos los que saquen de sus puestos a los actuales sindicalistas y políticos.

Las confederaciones CGIL-CISL-UIL se sienten perfectamente cómodas en este coro de polémicos. Los pobres, no ven otra salida a la actual crisis económica que, reducir la tasa de consumo (es decir, empeorar las condiciones de vida de todos los asalariados) aprovechando al máximo la tasa de inversión. Su única petición es que algún día se les consulte a la hora de invertir y aplicar el infame plan de reconversión industrial, que debería ampliar la parte productiva, naturalmente por el bien de todos.

Ésta es en última instancia, la gran mentira que quieren imponer a los trabajadores. En verdad, la economía italiana e internacional se encuentra en un callejón sin salida, del que sólo saldrá con una inmensa destrucción de hombres y recursos, si la revolución comunista no abre el camino a una estructura económica y social diferente.

El dilema es el siguiente, por un lado los capitalistas deben reducir los costos de producción de sus bienes para ganar la feroz competencia internacional, para ampliar la “base de producción”, después de haber invertido una parte de la masa de ganancia en capital constante (nuevas máquinas más perfeccionadas) y en el capital variable (otros trabajadores para poner en movimiento la masa creciente de capital constante). Sólo pueden hacerlo disminuyendo y comprimiendo los salarios de los trabajadores, como sostienen con razón los burgueses declarados. Por otra parte, no basta con presionar sólo sobre los salarios, pues, porque esto equivale a una disminución inmediata de la capacidad adquisitiva de la gran masa de consumidores, si todos los demás costos que contribuyen a la formación del precio del los bienes (y aquí va un poco de todo, desde los impuestos, hasta los créditos, pasando por el costo de la electricidad, etc., etc.) aumentan, y aquí los oportunistas tienen razón.

El hecho es que, habiendo emprendido el camino del mantenimiento de este régimen de producción, tienen razón tanto los que defienden la política de ingresos, como los defensores de la política de inversiones. Son falsos adversarios que defienden un aspecto particular de los intereses burgueses y tarde o temprano todas las distinciones desaparecerán y habrá un frente compacto de partidarios del régimen tout court (todo corto).

Una política sindical clasista no debe defender ni uno ni otro aspecto de la economía burguesa, porque su objetivo es la emancipación de la clase trabajadora, la abolición del sistema de trabajo asalariado.

¿Cuál debería ser entonces la dirección de un sindicato verdaderamente proletario? Es fácil decirlo, los trabajadores no deben hacer ningún sacrificio, y si su negativa es la ruina de la economía capitalista, que sea la ruina.

El otro camino, el que intenta hacer marchar codo a codo a trabajadores y empresarios por intereses supuestamente comunes, es el corporativismo fascista, un corporativismo diferente del medieval, aquel unía a quienes ejercían una profesión específica (como ya dijimos una vez, corporativismo monopolar), pero el hecho de que bloquea dos clases, la proletaria y la capitalista, dos clases con intereses opuestos, nos habla de un corporativismo bipolar.

Por tanto, el principal punto distintivo del Sindicato de clase, que necesariamente tendrá que resucitar, es que se hará cargo de los intereses de una sola clase, el proletariado. Con ello nos distanciamos de todos los corporativismos, los primeros basados ​​en la profesión y los segundos, interclasistas.

Otro activo del Sindicato de clase, es la solidaridad internacional entre los diferentes sectores de trabajadoras nacionales, trabajadores que no tienen que cumplir ninguna meta u objetivo nacional y patriótico, sino que deben luchar incesantemente por sus propios intereses de clase. Los productos italianos, si las medidas de nuestros capitalistas para reducir costos de producción funcionan, y tal vez recuperen posiciones perdidas en los últimos tiempos en el mercado mundial, trayendo como consecuencia que “migajas” puedan caer sobre el proletariado italiano ¿De qué sirve este bienestar -si es que llegara a ocurrir- si recaerá sobre los hombros de los proletarios franceses, ingleses, españoles y yugoslavos, cuyos productos serían derrotados en la arena despiadada del mercado mundial?

¡Mors tua vita mea! (“Tu muerte es mi vida”) Esto ha sido planteado como una ley inmanente de la economía y de la sociedad burguesa, basada en que las empresas individuales produzcan en un ambiente mercantil. Desde sus inicios, el movimiento obrero lo contrastó con la solidaridad de clase internacional, que trasciende fronteras y une nacionalidades; Mors tua vita mea, deja el campo a los muy bien conocidos Proletarios de todos los países ¡uníos!

¿Qué le queda entonces a la clase obrera de los distintos países nacionales, para justificar sus sacrificios por el bien de la economía? Absolutamente nada, la clase debe prepararse para derrocar a su propio enemigo nacional, el Estado, ya sea italiano, francés, polaco etc., etc.

Romper cualquier solidaridad bastarda entre patronos y trabajadores es el primer paso que el proletariado deberá dar, para apoderarse de una de sus armas clásicas, el Sindicato de Clase, defensor incansable de los intereses del proletariado, frente a todas las necesidades de las economías nacionales.







Negar el trabajo del partido comunista en las luchas obreras significa retrasar la extensión de la organización proletaria y abandonarla a las ideologías burguesas y pequeñoburguesas


(de “Il Partito Comunista”, n. 76-77, 1980)

La necesidad de la lucha de clases del proletariado en defensa de sus condiciones materiales no es un descubrimiento original del marxismo; diversos teóricos burgueses anteriores a Marx advirtieron esta necesidad. Su enunciación forma parte de nuestro patrimonio doctrinal en el sentido de que constituye un dato físico, experimental, la simple descripción de una realidad que se despliega ante los ojos de todos, que está en las cosas, que no necesita ser descubierta ni inventada.

Nuestra teoría explica las relaciones sociales y las leyes económicas que las determinan. Nuestro programa define los objetivos que el proletariado debe alcanzar para su emancipación definitiva. Nuestra táctica define los medios, el camino práctico que la clase proletaria debe rdcorrer para alcanzar los objetivos fijados por el programa.

Rechazamos el término “ideología” para definir nuestro bagaje de conocimientos. La nuestra es una teoría científica que se ha consolidado como la única capaz de dar una explicación de la realidad económica y social, que se ha establecido tras una serie de verificaciones experimentales históricas, que sigue siendo válida porque sus leyes están confirmadas por los hechos. Una teoría no se puede ser objeto de revisión o actualización: o es válida en su conjunto o debe ser rechazada en su conjunto. El programa comprende las medidas a implementar para remover los obstáculos que se interponen en el camino para lograr los objetivos de los comunistas: el fin de la explotación asalariada, la liberación de la humanidad de la esclavitud de la necesidad, la sociedad sin clases. Estos obstáculos: la propiedad privada de los medios de producción, el poder político estatal de la burguesía, siguen estando hoy mil veces más fortalecidos que ayer y nuestro programa no es más que su negación: derrocamiento del Estado burgués y dictadura del proletariado, primero - socialización de los medios de producción, despues.

Con la táctica estamos en el campo de los medios, de los caminos posibles a seguir para alcanzar nuestros objetivos. Este campo se restringe cada vez más; medios que en el pasado podrían haber parecido idoneos –como por ejemplo, la participación en elecciones y parlamentos– demostraron ser letales letales para los comunistas. Por lo tanto, en el curso de la experiencia histórica vivida, las tácticas se vuelven cada vez más precisas en el sentido de excluir aquellas vías que la práctica demuestra ser inadecuadas o dañinas.

Precisamente porque nuestras posiciones no se encuentran en el campo de las ideas, sino que juntas constituyen una doctrina científica, nuestros objetivos finales no niegan la batalla diaria que los asalariados deben librar para defenderse de la explotación. Nuestros objetivos políticos no implican la superación de la lucha económica, sino su máximo desarrollo y su canalización hacia la lucha revolucionaria. Son las tendencias de origen pequeño-burgués, idealistas, las que consideran la lucha económica como una fase temporal, un mal necesario, que debe superarse cuando las masas hayan alcanzado la “conciencia política”. Esta conciencia debe ser adquirida, antes que todo, a través de una negación de la lucha brutal por la necesidad, en contraposición a la lucha estimulante por la idea.

Nuestra concepción es la opuesta: la clase obrera realmente expresará un mayor grado de conciencia política de clase cuando sea capaz de practicar la lucha de clases, la conciencia del antagonismo contra los patrones es la extensión y la radicalidad de la batalla social que de hecho podrá emprender, como la conciencia obrera del necesario renacimiento de la organización proletaria se mide por el crecimiento de la organización proletaria misma.

La conciencia comunista revolucionaria preexiste, impersonal, objetiva, en la teoría, el método y en la tradición histórica marxistas.

Esta conciencia no puede ser adquirida espontáneamente por el proletariado en su lucha defensiva. Es el fruto de la experiencia viva de un siglo de luchas y no puede adquirirse sobre la base de una limitada experiencia local, de fábrica o de categoría. El “Manifiesto de los Comunistas” fue escrito en 1848 después de décadas de luchas del proletariado inglés, francés y alemán, después de la insurrección de Viena, después de las revueltas de París, después de la guerra civil en Alemania. La necesidad de la dictadura proletaria fue enunciada después de la sangrienta experiencia de la Comuna de París en 1871.

Esta conciencia sólo puede ser poseída colectivamente por un organismo que vaya más allá de los límites de los individuos, de las generaciones, de las localidades, es decir, por el Partido. Los proletarios –dice Lenin– sólo pueden recibir esta conciencia desde fuera. Espontáneamente el movimiento proletario sólo puede llegar al sindicalismo, es decir, a la conciencia de la necesidad de organizarse en defensa de sus propias condiciones materiales dentro de las condiciones sociales existentes, exigiendo mejoras salariales, reformas, leyes que protejan el trabajo asalariado.

Pero la lucha económica en sí misma no afecta las causas que generan la explotación y no puede salir del marco del orden social burgués. El capitalismo en su fase imperialista no sólo admite la lucha económica, sino que la prevé como un hecho permanente y trata de controlarla a través de sus sindicatos del régimen. La constatación de la necesidad de defenderse de la explotación puede conducir -por sí sola- a avanzar en la dirección de mitigar esta explotación pero no a eliminar sus causas. El aporte original de los comunistas consiste en el hecho de que, partiendo de estos datos materiales, quieren eliminar las causas que generan la explotación y la opresión de clase y dedicarse a la preparación revolucionaria del proletariado. Por esta razón la organización del Partido Comunista debe estar separarada de las organizaciones económicas proletarias.

Las tendencias anarcosindicalistas admiten la necesidad del ataque al Estado burgués por parte del proletariado, pero niegan que para este propósito sea necesaria una organización “especial”, separada de las asociaciones obreras. Sostienen que la lucha económica en un momento dado evolucionará espontáneamente hacia una lucha insurreccional contra el Estado burgués. Niegan no tanto el Partido Comunista sino el concepto mismo de Partido. Ellos, aunque se nieguen a admitirlo, constituyen un partido muy específico; el partido anarcosindicalista que tiene su propia visión del choque de clases, que tiene su propio programa.

Las tendencias economicistas y corporativas no se caracterizan tanto por el rechazo del concepto de Partido, sino por el rechazo de la política en general. Sostienen que las asociaciones obreras, para ser autónomas de los partidos que quisieran utilizarlas, deben ser apolíticas, que los trabajadores tienen que pensar en la lucha con los patrones y no deben ocuparse de la política.

Esta tendencia parte de la absurda pretensión de salvaguardar la unidad de la clase obrera simplemente negando la existencia de las corrientes políticas en el seno de los organismos económicos. De este modo relega a las asociaciones obreras a ocuparse únicamente de pequeños problemas de empresa o de categoría sin ver su conexión con la realidad política y social.

Negar la libre circulación de las tendencias políticas en las organizaciones proletarias equivale a afirmar que la clase proletaria no debe tener su propio programa político, su propia visión de las relaciones sociales: los trabajadores libran luchas económicas, la pequeña burguesía intelectual se ocupa de la política.

Esta es una posición política muy específica, el economicismo, que es un obstáculo para el establecimiento de una minoría de proletarios en el terreno revolucionario.

Las tendencias intelectualoides sostienen que los trabajadores no deben luchar por sus necesidades materiales, sino... por el “comunismo” o en general por objetivos más “políticos”.

Los anarcosindicalistas sostienen que los trabajadores comunistas no deberían tener su propia organización separada. Los economistas sostienen que no debe haber conflictos políticos dentro de las organizaciones proletarias. Los comunistas, aunque somos firmes defensores del carácter abierto de los organismos económicos, no queremos con esto sostener que en ellos no se habla de política. De hecho, estamos por la libre circulación y del choque de tendencias políticas precisamente porque tenemos interés en resaltar nuestra línea de clase que, al ser la descripción de un camino que el proletariado necesariamente debe seguir, es el único que puede encontrar confirmación en la experiencia directa de las masas.

Nuestra enérgica defensa del carácter abierto de las organizaciones económicas proletarias parte de la constatación de que sólo en el campo de la defensa de las condiciones de vida y de trabajo la clase proletaria se encuentra objetivamente unida, que esto y sólo esto puede ser la base para el alistamiento del ejército proletario. Tanto la defensa como el ataque proletario nunca pueden precindir de esta premisa objetiva.

Las diversas tendencias –no aquellas abiertamente burguesas– sino aquellas que admiten la lucha de clases proletaria representan las posibles orientaciones estratégicas según las cuales puede moverse el ejército proletario.

No adoptamos el método infantil de exorcizar a las tendencias adversarias a las nuestras negándoles el derecho a existir. De hecho, creemos que es positivo que se expresen con la mayor libertad posible, que circulen y choquen con la máxima libertad en el ambiente proletario. Confiamos a la prueba de los hechos la tarea de hacer resaltar la orientación correcta y descartar las otras.

En este sentido, estamos por la máxima unidad proletaria en el terreno de la acción y por la máxima división en el terreno de las concepciones políticas.

Lucha de clases y choque político entre partidos son para nosotros separados, están en dos planos diferentes, pero no en el sentido banal de que mientras el movimiento es prerrogativa de los sindicatos, la lucha política es prerrogativa de los partidos: dejemos que los trabajadores piensen en las huelgas, los intelectuales a la política. Si bien defendemos el caracter abierto de las organizaciones económicas a todos los proletarios y la más amplia unidad de acción, también sostenemos que los propios proletarios en primera persona deben discutir libremente cuestiones políticas generales, libremente dividirse y libremente chocar.

No hemos olvidado que “El Capital” no fue escrito para profesores universitarios sino para la clase obrera, en un lenguaje lo más accesible posible para los proletarios –de los cuales pocos sabían leer en ese momento– y que la Asociación Internacional de los trabajadores agradeció oficialmente a Carlo Marx por haberles aclarado las causas y mecanismos de la opresión de clase. No hemos olvidado que a principios del siglo XX en Rusia –como cuenta Trotzky– los proletarios se peleaban por las copias de “El Capital” y las hacían pedazos para poder leerlas al mismo tiempo.

Precisamente porque tenemos confianza en las energías físicas e intelectuales del proletariado, los comunistas no nos rebajamos perezosamente a exaltar la espontaneidad o la simpleza de las masas, sino que queremos elevarlas a la conciencia revolucionaria.

* * *

La lucha económica es un hecho objetivo que surge de las contradicciones del modo de producción capitalista; ninguna reforma, ninguna concesión, ninguna ley especial, ninguna operación policial puede eliminarla mientras persista la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado.

Después de una primera fase, en la cual la burguesía negaba absolutamente la lucha y la organización obrera, se vio obligada a tolerarlas y, con el fascismo, intentó encuadrarlas dentro de su propio ordenamiento jurídico con la creación de organizaciones sindicales bajo el control directo del Estado.

En la época de la Primera Internacional, el proletariado era todavía una pequeña minoría de la población. El naciente movimiento proletario se desarrollaba en un choque directo y abierto con la legalidad burguesa: las huelgas y las manifestaciones callejeras estaban prohibidas. Las manifestaciones de trabajadores y campesinos casi siempre asumieron la forma de disturbios, saqueos, enfrentamientos con la policía y el ejército, detenciones masivas, tiroteos, muertes y heridos. Siempre, incluso para las reivindicaciones más limitadas, los trabajadores se enfrentaron al Estado en su verdadera esencia como aparato represivo, con sus milicias y sus tribunales, desplegados en defensa de la propiedad. Cualquier movimiento reivindicativo llevaba a un choque con el Estado porque el Estado siempre le daba una respuesta policial que no dejaba otro espacio que el de la acción de masas. Hacer una huelga o participar en una manifestación significaba en ese entonces arriesgar la vida o años de prisión.

Por lo tanto, las luchas económicas se volvieron inmediatamente políticas porque presuponían la conciencia de que no se podía golpear a los capitalistas y los terratenientes sin chocar con el aparato creado para defender sus privilegios: el Estado. Por tanto, la distinción entre lucha económica y lucha política revolucionaria no estaba clara; coincidieron porque la lucha económica podía conducirse sólo con métodos revolucionarios. En Italia, durante este período, los líderes de las primeras grandes agitaciones obreras -como la de los trabajadores de la construcción en 1888- fueron los anarcosindicalistas.

En la segunda fase, la que ve el desarrollo de los grandes partidos socialistas de la Segunda Internacional, la burguesía, por una parte, ya no puede contener los movimientos de un proletariado que ha crecido enormemente en número, con métodos puramente policiales, y por el otro, ha aumentado enormemente sus ganancias y puede hacer concesiones corrompiendo a algunos estratos obreros. Aquí nace el terreno objetivo para el desarrollo del reformismo y del sindicalismo que conduciría a la degeneración y el paso al campo burgués de los partidos de la Segunda Internacional. Los métodos policiales por sí solos habrían llevado a un proletariado, cada vez más numeroso y concentrado, al campo del conflicto abierto: por eso la burguesía, cada vez más astuta, combina la represión con la obra del discurso charlatan de los dirigentes socialdemócratas que canalizan las luchas obreras hacia conquistas parciales en el marco del orden social burgués. Las luchas obreras, debido al cambio de situación económica y política, conducen a solicitudes de reformas, de mejoras salariales, de alivio de las condiciones de trabajo, ya no como etapas hacia el asalto al poder burgués para la destrucción completa de toda forma de propiedad privada y explotación, sino como reivindicaciones que son fines en sí mismas, perfectamente compatibles con una economía capitalista en plena expansión.

El movimiento económico de las masas avanza compacto en esta dirección bajo la guía de los líderes reformistas de las grandes socialdemocracias y de los grandes sindicatos de clase. No es que -por supuesto- cesen los enfrentamientos callejeros, los tiroteos, las detenciones, pero sí hay una mejora notable de las condiciones de vida del proletariado, terreno fértil para el trabajo de promoción democrática, pacifista y legalitaria.

La organización política revolucionaria ya no coincide con las asociaciones obreras, queda progresivamente aislada y reducida a pequeños grupos o fracciones en el seno de los partidos de la Segunda Internacional.

El movimiento de masas fue llevado luego al terreno del reformismo y la colaboración de clases, hasta el apoyo de las respectivas burguesías en la guerra imperialista. Ser un revolucionarios comunistas significaba entonces no seguir a las masas en este terreno, sino distinguirse claramente para salvaguardar la perspectiva de la revolución. Esto lo hicieron Lenin, la Izquierda Comunista Italiana y algunos otros que declararon la guerra a la guerra mientras las masas proletarias eran conducidas a la masacre bajo las respectivas banderas nacionales.

Con la oleada revolucionaria de 1917-23, se logró la soldadura entre el programa revolucionario y el movimiento espontáneo de las masas, no porque el primero se adaptara al segundo, sino porque los objetivos por los que se movían las masas, en ese breve vistazo histórico, sólo podían llevarse a cabo con la realización del programa revolucionario.

El ejemplo de Rusia es clarísimo: las masas explotadas querían el fin de la guerra y de las tierras de los grandes terratenientes. Pero ni la paz ni la tierra podrían obtenerse sin una insurrección que derrocara al Estado burgués y la formación de una milicia obrera y campesina.

La preparación de los bolcheviques -no improvisada, sino realizada a lo largo de décadas de durísimas pruebas y con férrea disciplina- consistió precisamente en esto: prepararse para la revolución a nivel en el plano teórico, programático, táctico, organizativo y militar. Las masas estaban con ellos en uno de esos rarísimos momentos en los que acción y conciencia, movimiento espontáneo y organización revolucionaria se vuelven la misma cosa, se fusionan y forman una cuña formidable que derrota a las defensas contrarias.

El fascismo, expresión del capitalismo moderno de bancos y monopolios, reunió los dos métodos, el de las reformas y el de la represión policial abierta, y realizó el viejo sueño reformista de encuadrar legalmente las luchas y las organizaciones sindicales dentro de la legislación burguesa. La innovación que introdujo consiste precisamente en la creación de sindicatos de Estado con afiliación obligatoria de los trabajadores. Estos sindicatos defendieron económicamente a los trabajadores, llegando incluso a convocar huelgas, pero lo hicieron con la condición de que la lucha económica nunca minara el interés nacional.

Los sindicatos que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, las confederaciones actuales, aunque formalmente tienen afiliación libre y no están legalmente sometidos al Estado, siguen la política fascista: sumisión abierta y declarada al Estado, lucha económica sí, pero sólo en la medida en que esto sea compatible con el desempeño de la economía capitalista. Esto significa: luchar por mejoras salariales y normativas cuando la economía se está expandiendo, control de la clase trabajadora para impulsar despidos y una mayor explotación cuando la economía está en crisis, colaboración con el Estado para la movilización patriótica en caso de guerra.

Con la crisis económica estamos en uno de esos períodos en los que las reivindicaciones obreras se vuelven incompatibles con la estabilidad del régimen. Ayer la exigencia de aumentos salariales o reducción de jornada era una reivindicación puramente económica; hoy, luchar simplemente para impedir aumentos de trabajo, para abolir las horas extraordinarias, para impedir los despidos, para reducir las horas de trabajo adquiere un sabor cada vez más subversivo porque estas reivindicaciones, compatibles ayer, chocan con el plan burgués de cargar la crisis sobre los hombros del proletariado. Por eso vemos al Estado, a todos los partidos, a todos los sindicatos, a todas las instituciones, alineados en defensa de la economía nacional, contra las necesidades del proletariado.

En este sentido hoy la lucha económica tiende a volverse política porque los proletarios que quieren moverse en defensa de sus necesidades se ven obligados a darse cuenta de que:

     los sindicatos oficiales están del lado de los patronos y del Estado;

para poder luchar es necesario que los trabajadores formen sus propias organizaciones autónomas del Estado, de los partidos y de los sindicatos del régimen.

La cuestión entonces se vuelve exquisitamente política no sólo porque las reivindicaciones de clase pondrían en peligro el orden social, sino también porque es evidente que el Estado defiende a sus sindicatos por todos los medios. En primer lugar, concediéndoles el derecho de representación exclusiva de la mano de obra. Esto significa que las organizaciones de trabajadores que surgen y surgirán espontáneamente son de hecho ilegales, a menos que se sometan al Estado (como hizo Solidarność), y que está prohibido que todos los patrones individuales, todas las administraciones de empresas privadas o públicas celebren acuerdos de cualquier tipo con las asociaciones espontáneas de trabajadores que actúan fuera del control de los sindicatos oficiales.

Esto significa que hoy no basta con decirles a los obreros que deben luchar contra los patrones; se debe también decir que para luchar contra los patrones debemos liberarnos del control policial de los sindicatos del régimen y volver a dar vida a verdaderas organizaciones clasistas. Pero esto tampoco basta; también hay que decir que el resurgimiento de las organizaciones de clase no podrá producirse “libremente”, sino sólo en una lucha feroz contra el Estado, todos los partidos y todos los sindicatos que lo sostienen.

En este sentido, por tanto, las reivindicaciones que ayer encajaban perfectamente en una política sindicalista adquieren un carácter político; no por características inherentes, sino en relación con el cambio de situación que ve reducidos los márgenes de maniobra de la burguesía, que, al no poder hacer concesiones, pronto tendrá que recurrir abiertamente a la fuerza, denunciando como elementos subversivos y anti-sociales a todos aquellos que luchan por tener una casa o un trabajo.

Pero si las luchas económicas adquieren un carácter claramente político, esto no significa que cambie la naturaleza de las organizaciones económicas de clase. Las determinaciones objetivas que empujan al proletariado a la lucha y a la organización son siempre las mismas, incluso en los momentos de lucha revolucionaria más aguda y son de caracter material, no ideal.

Por lo tanto, la organización económica, incluso en los raros momentos en que es guiada por una política genuinamente clasista, siempre conserva sus límites objetivos que hacen de esta un órgano apto para la defensa, no para el ataque. Sólo los sindicatos de clase pueden defender admirablemente las condiciones de vida obrera contra la explotación, pero no pueden constituir por sí solos una organización adecuada para el derrocamiento del poder de la burguesía.

Una revolución no es el “beau geste” de un puñado de desesperados, ni la sublevación de multitudes en una “gran jornada”. Todos los experimentos se llevaron a cabo precisamente en Italia: desde los ridículas tentativas mazzinianas, hasta el terrorismo individual (que luego logró el seductor resultado de matar al rey Umberto I), desde la acción de las bandas de anarquistas (que en las montañas de Matese declararon depuesta a la monarquía y abolida la propiedad privada), desde las revueltas campesinas, hasta el levantamiento de Palermo de 1866, pasando por los grandes levantamientos proletarios de 1893 y 1898 que afectaron simultaneamente a gran parte del territorio nacional, desde las agitaciones contra la guerra en Libia, desde la semana roja de 1914, hasta la ocupación armada de las fábricas en 1920; desde las huelgas del 43 hasta la casi insurrección con motivo del ataque a Togliatti en el 48.

Ya existía en Italia un partido que se identificaba con las asociaciones obreras y al que sólo podían adherir los proletarios: el Partido Obrero Italiano: fuerte, con 30.000 adherentes, con una larga influencia sobre el proletariado de Lombardía, Piamonte y Liguria, fue la primera organización autónoma del proletariado italiano que finalmente se separó de la izquierda burguesa y de la pequeña burguesía radical. En la práctica, este partido no era más que una asociación de ligas y sostenía no interesarse por la política general y ocuparse únicamente de las luchas proletarias. En 1886 fue ilegalizado acusado de preparar la insurrección, su organización fue prácticamente destruida en una gran redada policial y sus restos convergieron después en el futuro Partido Socialista. La misma suerte corrió la organización de los anarquistas -numerosos y dispersos por toda Italia- después de 1888.

La historia de estas tentativas está bien conservada en los archivos de la policía que pasaron sin interrupción de los Borbones a los Saboya, al Fascismo y a la República Democrática: los gobiernos, los partidos, las instituciones pasan, pero la esencia del Estado, el “policía viejo zorro” que sabe todo sobre todos, que ha aprendido la lección y sabe cuándo golpear y cuándo vestirse como un cordero, permanece; ningún cambio de gobierno, ningún distrurbio le hizo abandonar su puesto.

Los pobres tontos de hoy, que no saben nada de nada y pretenden con sus estúpidas improvisaciones “atacar al Estado”, deberían reflexionar que uno por uno todos sus intentos, todos sus caminos han sido probados y han fracasado hombres mucho más decididos, masas más numerosas, más aguerridas y exasperadas.

La historia ha demostrado que para derrocar el régimen capitalista y para dirigir las luchas obreras en esta dirección, se necesita una organización especial creada y preparada específicamente para este propósito y esta organización se llama Partido Comunista, una organización que aprovecha la experiencia pasada de manera de no repetir los viejos errores, que sepa prever situaciones y no se deje sorprender, que sea capaz de resistir la represión, porque no cree tener “espacios que defender” en esta sociedad, que tenga un plan preciso y probado en el que encuadran las luchas proletarias cotidianas, el asalto al poder burgués y las medidas políticas y económicas que se tomarán tras el derrocamiento de la burguesía. Un Partido que sepa guiar a las organizaciones proletarias no en el terreno de conquistas parciales efímeras, sino hacia la abolición definitiva de la explotación del trabajo asalariado. Un Partido como tendían a el Partido Bolchevique, la Tercera Internacional, el Partido Comunista de Italia de 1921 que, podemos decir con orgullo, no fue derrotado por las represiones fascistas a las que resistió y respondió, sino por la traición de los socialistas primero y de los estalinistas después. El proletariado hoy carece de esto y sin esto todas las huelgas, agitaciones y disturbios en este mundo pueden ocurrir pero el poder de la burguesía no se verá afectado en lo más mínimo. Por lo tanto, quien diga que quiere derrocar a este infame régimen debe ser coherente y aceptar los instrumentos necesarios para este propósito.







POR EL SINDICATO DE CLASE

Porque ni siquiera en Estados Unidos pedimos la nacionalización de los ferrocarriles 

El El 5 de octubre de 2022, el sindicato Railroad Workers United (RWU) adoptó una resolución pidiendo la propiedad pública de la infraestructura ferroviaria. Mientras tanto, el sindicato United Electrical, Radio and Machine Workers of America (UE) también hizo un claro llamamiento a favor de la propiedad pública de los ferrocarriles.

La posición de los comunistas sobre las nacionalizaciones es siempre clara y coherente. Marx y Engels ya escribieron mucho para cuestionar el mito del socialismo de Estado de Lassalle, contra el cual todavía luchamos hoy. De hecho, es posible ver temas recurrentes en las diversas desviaciones ideológicas que impiden al proletariado reconocer sus objetivos históricos.

Esta posición está bien ilustrada en el Anti-Dühring de 1878 de Engels, que también citamos en el “Programma Comunista” de 1962, n.13: «Pero ni la transformación en sociedades anónimas, ni la transformación en propiedad estatal, suprime el carácter de capital de las formas productivas. En las anónimas anónimas este carácter es evidente. Y a su vez el Estado moderno es la organización que la sociedad capitalista se da para mantener el modo de producción capitalista frente a los ataques tanto de los obreros como de los capitalistas individuales» (Tercera Sección, Socialismo, Elementos Teóricos).

Consideremos cómo se ha desarrollado esta transformación en los ferrocarriles de Estados Unidos. Como se lee en la declaración de RWU, el gobierno estadounidense nacionalizó de hecho la infraestructura ferroviaria privada de Estados Unidos por 26 meses durante la Primera Guerra Mundial, debido a la incapacidad para movilizar efectivamente las mercancías dentro del país.

Nuestro Bujarin se encontraba entonces en Nueva York, lo que le permitió comprender mejor las circunstancias. El 16 de febrero de 1917 escribió: «Cuanto más fuerte es la posición del capital estadounidense, más fuertes son sus apetitos. Para satisfacer estos apetitos, son indispensables fuertes instrumentos de batalla: ejército, flotas aéreas y navales, fortificaciones militares. Así comenzó el período de los llamados preparativos. Con un estruendo infernal, el redoble de tambores y el canto de himnos patrióticos ponen en marcha, a todo gas, una bomba que chupa el dinero al pueblo para el militarismo [...] La vida económica se ajusta a la de un cuartel. Se elaboran planes para transferir al Estado los ferrocarriles, el teléfono y el telégrafo. Además, se crean una serie de instituciones para desarrollar planes para transferir o subordinar al Estado importantes sectores de las finanzas y de la producción. Ya se ha creado una organización central que se encargará de las materias primas (de las cuales se encargará el banquero), de la mano de obra (¿será asignada a Gompers?), del cuidado y la reparación de la carne de cañón, etc. etc. [...] Por supuesto, mientras tanto, no se olvidan de sus “compañeros de trabajo”. Un ataque contra el derecho de huelga se está lanzando en todo el frente. El gobierno federal se vuelve contra los trabajadores ferroviarios. En toda una serie de parlamentos federales, uno tras otro, se presentan proyectos de ley contra el derecho de los trabajadores a defender sus intereses mediante la huelga».

En efecto, Estados Unidos declaró la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917, enviando a la muerte a 116.700 proletarios en nombre del imperialismo. El RWU no cree necesario recordar esto. Si bien ofrece un relato nostálgico de la nacionalización de los ferrocarriles por parte de Wilson, olvida que se trataba de una guerra para el imperialismo.

La parte XVIII de nuestro texto “El movimiento obrero en los Estados Unidos de América” fue publicada en la revista “Comunismo” n.80. El texto explica bien estos sentimientos nostálgicos. «En el verano de 1917 emerge un nuevo enfoque de cooperación entre sindicatos y gobierno. Esta iniciativa, que estaba en directa oposición a las organizaciones socialistas y de extrema izquierda, se basaba en una serie de acuerdos que regulaban las condiciones de trabajo y la presencia misma de los sindicatos dentro de las industrias que operaban bajo contratos gubernamentales. El gobierno enfrentó un gran desafío. Los sindicatos exigieron que en todos los contratos se respetaran sus condiciones salariales y normativas, así como el “closed shop” (cierre de talleres). Esto a pesar de la enorme demanda de mano de obra y la urgencia de la producción. El gobierno se encontró ante tres problemas principales: la creciente combatividad de los trabajadores, la insistencia de los sindicatos en el “closed shop” y la reticencia de los empresarios a aceptar aumentos salariales. Después de todo, las ganancias de las industrias bélicas estaban garantizadas por el Estado. En este contexto, era responsabilidad del gobierno compensar cualquier costo adicional resultante de los aumentos salariales».

Los trabajadores ferroviarios estadounidenses fueron engañados por sus corruptos jefes sindicales, quienes les hicieron creer que se beneficiarían de la propiedad estatal. En realidad todos los subsidios recibidos eran el precio calculado que la burguesía estadounidense estaba dispuesta a pagar para mantener intactos sus planes de guerra imperialistas.

La AFL y los partidos oportunistas de mentalidad estrecha de Estados Unidos demostraron un entusiasmo similar cuando Roosevelt esbozó sus reformas, que consistían esencialmente en el desarrollo de la Ley de Recuperación Nacional (NRA) y la devaluación de la moneda. Un grupo de nuestros camaradas de Nueva York entendió lo que estaba sucediendo: «El fracaso de la Conferencia de Londres, donde el imperialismo estadounidense había intervenido con la perspectiva de robar a sus contendientes, reveló concesiones sobre el plan de expansión industrial-financiera. Estas concesiones se hicieron mediante el uso de todas las presiones, desde intrigas diplomáticas hasta amenazas abiertas y directas. Esto, a su vez, determinó en cierta medida la nueva orientación expresada por la NRA, una agencia paralela del Estado capitalista para una explotación más racional de las masas trabajadoras. Este plan se estableció sobre la base de las relaciones de fuerza existentes, en el plano mundial, de las fuerzas en conflicto y antagónicas de los distintos imperialismos. Estas relaciones de fuerza se han manifestado a través de crisis sin precedentes, fracasos industriales, financieros y comerciales. Por tanto, es inevitable que este plan se base en la perspectiva de una nueva conflagración para la conquista de nuevos mercados» (“Prometeo”, n. 94 del 15 de octubre de 1933).

El presidente Roosevelt enfrentó frontalmente este desafío trascendental, haciendo suya la lección de Wilson sobre la necesidad de “cooperar”. Animó a cada industria a formar una federación y presentar al presidente para su aprobación, un “código de competencia justa”. «Este código habría obligado a todos los empleadores a no despedir a nadie, a conceder un salario mínimo y un máximo de 40 horas semanales y a reconocer el derecho de los trabajadores a organizarse para estipular contratos de trabajo. El presidente tenía la capacidad de modificar cada código antes de aprobarlo. Una vez aprobado, cada código adquirió fuerza de ley [...] Todos o la mayoría de los empleadores habían firmado, pero violaban descaradamente el código “en espíritu y letra”. El gobierno no tenía ni la capacidad ni la voluntad de tomar medidas serias contra los infractores [...] A pesar de la presión de las masas y la propagación espontánea de las huelgas, los “piecards” [obreros especializados] de la AFL habían sido los más fervientes partidarios de la maniobra presidencial” (“Prometeo”, n. 101 del 25 de marzo de 1934).

Esto provocó el declive del movimiento obrero en Estados Unidos. «Está claro que la nueva política económica de Roosevelt estaba concebida para proporcionar una solución temporal hasta el estallido del conflicto mundial» (“Prometheus”, n.105, 17 de junio de 1934).

De hecho, fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando Roosevelt, junto con el Comandante en Jefe del Ejército y la Marina, decidieron nacionalizar nuevamente los ferrocarriles. La Orden Ejecutiva 9412 del 27 de diciembre de 1943 aclara las verdaderas razones: «El funcionamiento continuo de algunos sistemas de transporte se ve amenazado por huelgas convocadas a partir del 30 de diciembre de 1943». Al parecer los trabajadores ferroviarios estaban en huelga por un conflicto salarial. Se aplicó la lección del presidente Wilson: el Estado «participará en actividades concertadas con fines de contratación colectiva o para la ayuda mutua y la protección». La buena voluntad del presidente Roosevelt fue tal que «reconoció el derecho de los trabajadores a seguir formando parte de la organización sindical, a negociar colectivamente a través de sus representantes de su elección con los representantes de las compañías». Naturalmente, el Estado habría pagado el precio «siempre que tales actividades concertadas no interfirieran con la actividad de los transportistas». De esta forma, los trabajadores ferroviarios quedaron contentos, ya que su demanda durante la Segunda Guerra Imperialista era de naturaleza económica. Los trabajadores no se beneficiaron de la nacionalización, sino más bien de la razón de Estado.

Después de la guerra fuimos igualmente claros: «El análisis marxista de la sociedad y del sistema de producción burgués está incompleto si no reconoce que la intervención y el control del Estado en la economía no es una desviación de las leyes fundamentales de la economía capitalista. De hecho, es el resultado natural e inevitable de todo su desarrollo histórico. Esta intervención puede llegar incluso a eliminar la forma jurídica de propiedad privada individual de los medios de producción. No eliminará el hecho fundamental del sistema de producción capitalista: la explotación del trabajo humano mediante la apropiación de plusvalía. La economía capitalista en el período posterior a la Primera Guerra Mundial se orientó hacia formas generalizadas de intervención y control estatal. El experimento totalitario nazi-fascista cumplió la función de permitir y alentar la acumulación capitalista y de contrarrestar las fuerzas determinantes de la tendencia descendente de la tasa de ganancia, una fase caracterizada por la sucesión de violentas crisis económicas y por tanto por la amenaza recurrente de crisis sociales igualmente violentas. El experimento del New Deal americano tuvo un efecto similar [...]

«Está claro que en la fase monopolística, centralizadora y totalitaria del capitalismo, la política estatal de las nacionalizaciones es la última arma utilizada para defender la ganancia y explotar a los trabajadores de la forma más brutal [...]

«La nacionalización no suprime el mercado ni la explotación del trabajo. Se limita a regular la economía según las fuerzas del mercado. A las industrias nacionalizadas se les garantiza el monopolio dentro de sus fronteras, pero esto no afecta al mercado en su conjunto. Además, la nacionalización no impide la realización y apropiación de la plusvalía. De hecho, a menudo ayuda a salvar unidades económicas en déficit. La nacionalización garantiza, en cualquier caso, el beneficio capitalista. A nivel de las relaciones interimperialistas, las nacionalizaciones son la expresión más evidente y abierta de la tensión de todas las fuerzas económicas nacionales. [...] Finalmente, en el juego de las luchas de clases, las nacionalizaciones representan el método más refinado para inmovilizar las energías activas del proletariado y someter a una rigurosa disciplina a sus compañeros» (“Prometeo”, Serie I n.4, diciembre de 1946).

Las reivindicaciones de los oportunistas de los partidos de masas sobre las “nacionalizaciones” han sido sometidas a una batalla constante en nuestra prensa. Estos llamados “comunistas” hicieron creer a la gente que Europa avanzaba hacia el socialismo. Sin embargo, este oportunismo sobrevivió a la caída de los grandes partidos oportunistas. El llamamiento a la nacionalización ha sido un planteamiento recurrente, especialmente cuando el modo de producción capitalista comienza a enfrentar desafíos, lo que genera preocupaciones sobre el potencial de inestabilidad económica y de conflicto.

Esta consigna social-imperialista será contrarrestada por las tácticas sindicales del Partido sobre objetivos realmente de clase. El objetivo es llevar a los trabajadores estadounidenses, como en todo el mundo, al terreno de las reivindicaciones generales y, por tanto, políticas.

Esperamos que la reafirmación de la dirección de clase y comunista permita al proletariado estadounidense redescubrir el coraje, el sentido de seguridad, el orgullo y el espíritu de independencia, que necesita más que el pan.




Argentina: las centrales sindicales y los oportunistas anulan la lucha de clases

En Argentina se han mantenido protestas de los trabajadores contra las políticas que viene impulsando el gobierno con la aprobación del Parlamento y con la represión

Las centrales sindicales se han limitado a declaraciones en los medios de comunicación pero no impulsan la unidad, organización y lucha de los trabajadores. Las centrales sindicales se han mantenido reacias a convocar a una huelga general pese a la agitación y el descontento de los trabajadores tanto del sector público como del privado.

Algunos sindicatos de base han realizado acciones de protesta que se han quedado aisladas. Los sectores políticos que más promueven la lucha sindical, tienen la limitante de regirse por políticas oportunistas y reformistas y por estar hundidos en el parlamentarismo.

El movimiento obrero y sindical no podrá avanzar sin romper con el parlamentarismo y el legalismo y sin desarrollar Frente Unico Sindical de Base que pase por encima de los payasos directivos de los sindicatos del régimen.





VIDA DE PARTIDO
 
REUNION INTERNACIONAL DEL PARTIDO
En Video-Conferencia del 26 al 28 de enero de 2024
[RG.148]


 – Democracia y fascismo las dos caras del capitalismo. En los orígenes del corporativismo fascista: los sindicalistas revolucionarios
 – La insurrección armada en Alemania: La División de la Marina Popular
 – Noticias de Rusia
 – Para la historia del partido
 – La economía del Japón
 – Orígenes del socialismo de izquierda en el Imperio otomano y del Partido Comunista de Turquía
 – Curso del capitalismo
 – La guerra civil en Rusia
 – Actividad sindical en Estados Unidos
 – La Reconstrucción posterior a la Guerra Civil en los Estados Unidos, parte 1




DEMOCRACIA Y FASCISMO LAS DOS CARAS DEL CAPITALISMO
En los orígenes del corporativismo fascista: los sindicalistas revolucionarios

El corporativismo es un fenómeno que se ha manifestado en muchos países, a menudo con la mezcla de diversas matrices ideológicas, la principal de ellas fue el corporativismo católico. En Italia, el corporativismo fascista deriva no sólo de matriz católica, sino también del sindicalismo revolucionario. Nacido dentro del PSI, en oposición a los reformistas que dominaban ese partido y la CGdL. Los sindicalistas revolucionarios lideraron varias huelgas de clase en la primera década del siglo XX.

El supuesto remedio para el reformismo, sin embargo, no fue mejor que el mal, ya que el rechazo del marxismo y la lucha de clases no produjo la vanguardia del movimiento proletario, sino la de la reacción burguesa. En este rechazo, a veces explícito y a veces no, el lugar de Marx había sido ocupado por una mezcla de George Sorel, el “vitalismo” de Henri Bergson, el “pragmatismo” de William James y el habitual Pierre Proudhon. Con sus oponentes reformistas, los sindicalistas revolucionarios tenían en común el gradualismo, el “culturismo” y el concepto que veía al sindicato como órgano de dirección del proletariado, con la consiguiente negación, o devaluación, de la función del partido.

Los sindicalistas revolucionarios se convirtieron entonces en uno sólo con los nacionalistas, a pesar de provenir de lados opuestos, uno del partido socialista y el otro del conservadurismo burgués. Compartían una especie de ideología “vitalista” y “pragmática” que en aquellos años encontró un representante en Gabriele D’Annunzio.

Si las afinidades entre los dos grupos fueron visibles desde el principio, se hicieron evidentes durante la guerra de Libia de 1911. Algunos sindicalistas revolucionarios ya eran intervencionistas entonces, pero la mayoría, liderada por Alceste De Ambris, se declaró en contra de la guerra, aunque por razones diferentes de las nuestras.

La oposición a la guerra en Libia y el reconocimiento de una presunta imposibilidad de conquistar la CGdL desde adentro, empujaron a De Ambris y Filippo Corridoni a promover el nacimiento de la USI (Sindicato Italiano) en 1912, de la que serían miembros los sindicalistas revolucionarios y los anarquistas. Estamos en contra de las escisiones sindicales y lo estábamos incluso entonces. En ese momento fue posible, aunque no fácil, conquistar la dirección de la CGdL arrebatándosela a los reformistas, llevándola a posiciones de clase.

En la USI estaba ganando terreno, con éxito variable, una nueva forma de organización sindical, apoyada por F. Corridoni, en la que los trabajadores se organizaban fábrica por fábrica, partiendo de las organizaciones de fábrica, las “células”. Era necesario llegar a agrupaciones intermedias y luego a una “federación industrial”.

Después de la semana roja de 1914, De Ambris intentó adoptar una nueva estrategia. Basada en “El sindicalismo revolucionario italiano”, escribe: «Comenzó a convencerse de que... era mejor para la USI abandonar la estrategia del sindicalismo puro y promover la confluencia de todos los revolucionarios -sindicalistas, socialistas, anarquistas, republicanos- sobre un programa político basado en la sustitución de las actuales instituciones políticas, por una Federación de municipios libres... reduciendo al mínimo las competencias del organismo central “hasta el punto de reducirlo a ser mero coordinador e intérprete de las voluntades locales”. El sindicato de trabajadores constituyó el núcleo esencial de esta nueva sociedad como “árbitro de la producción y del intercambio”››. Por tanto, se trataba una vez más de un programa en continuidad con las ideas de Proudhon y el federalismo burgués.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la gran mayoría de los sindicalistas revolucionarios se volvieron intervencionistas. De Ambris fue uno de los primeros en declararse a favor de la “guerra revolucionaria”, al lado de las potencias occidentales y en septiembre de 1914 presentó una agenda intervencionista al Consejo General de la USI, cuyo rechazo provocó la dimisión del Comité Central.


La UIL y el sindicalismo nacional de los productores

La guerra vio un ejemplo eminente de colaboración de clases desde una perspectiva corporativista, gracias a los comités de movilización industrial y la propagada sumisión de los intereses particulares al interés general de la nación. Sobre estas bases, en junio de 1918, nació la UIL (Unión Italiana del Trabajo) por obra de los sindicalistas revolucionarios intervencionistas de la USI.

En ella convergieron dos tendencias, la de Edmondo Rossoni, que reivindicaba un sindicalismo apolítico y apartidista, y la de De Ambris, según la cual los sindicatos deberían “realizar su actividad dentro del Estado y como parte de él, en convivencia con las demás instituciones”. Prevaleció el “sindicalismo integral” de Rossoni, concepto según el cual el sindicato debía ir asumiendo todas las funciones del Estado hasta sustituirlo.

El sindicalismo y el corporativismo fascistas se originaron en la UIL y en particular desde las posiciones de De Ambris. Este último participó en el desarrollo del programa “Fasci di combat” en 1919. Luego fue un estrecho colaborador de D’Annunzio en Fiume, donde redactó la Carta de Carnaro, inspirada en los principios del corporativismo.

Tras la Marcha sobre Roma se instaló en París, alejándose del fascismo. Esto se debió también a la falta de apoyo de esta última iniciativa en Fiume, vista por De Ambris como un ejemplo de una especie de “república sindicalista”, que debía exportarse a Italia. El principal inspirador del corporativismo fascista, se convirtió por tanto, en un defensor del antifascismo.

La UIL se proclamó independiente de cualquier partido político y partidaria de la transferencia gradual de la gestión de la producción y distribución de la riqueza a la clase trabajadora organizada. Su programa incluía la expropiación de todas las tierras no cultivadas directamente por los propietarios, el control de la producción y las ganancias (eterna utopía burguesa) y la unidad sindical, que en esta perspectiva era sólo el disfraz de unidad política y patriótica. Sin embargo, entre los proletarios que formaban parte de la UIL, a veces surgieron destellos de posiciones de clase. Esto confirma aún más la exactitud de nuestra consigna sobre el frente sindical único desde abajo.

La Alianza laboral representó la realización de la acción política y sindical del Partido Comunista de Italia. Sabíamos que las dirigencias de los sindicatos harían todo lo posible para sabotearla; pero el hecho de que tuvieran que aceptarlo, bajo la presión de sus miembros, significaba que era posible unir a los proletarios según una línea de clase. Incluso la UIL, un sindicato similar al fascista, aunque no de propiedad estatal, formaba parte de la Alianza laboral. En noviembre de 1920 se produjo una escisión en la UIL, que condujo a la fundación de la Confederación Italiana de los Sindicatos Económicos, dirigida por Rossoni, nuevamente en nombre del carácter apolítico y no partidista de los sindicatos.

Mussolini, que inicialmente había visto con buenos ojos a la UIL de De Ambris, consideró más útil la “naturaleza apolítica” de los sindicatos, en un intento de separarlos de sus respectivos partidos y convertirlos en su propio instrumento. Sabemos que esto no sucedió y el fascismo creó sus propios sindicatos, despidiendo a los dirigentes de la CGdL, que hasta el final habían intentado ganar credibilidad ante la nueva patronal. La Confederación de Sindicatos Económicos cambió su nombre en enero de 1922, por el de Confederación Nacional de Corporaciones Sindicales, marcando así el nacimiento oficial de los sindicatos fascistas. A Rossoni le resultó más conveniente abandonar sus concepciones de “autonomía sindical” por el corporativismo fascista.

Por lo tanto, hacia 1920 la UIL también había pasado al campo antifascista, después de haber sido abandonada por Mussolini en nombre de los sindicatos económicos, y después del fin de las iniciativas en Fiume de D’Annunzio, cuyos líderes habían sido partidarios entusiastas.


Productivismo y ordinovismo

Las concepciones productivistas del ordinovismo derivan del sindicalismo revolucionario y avanzan en paralelo al corporativismo fascista en la mirada hacia los “productores”, para luego desembocar en el “nuevo partido” de Togliatti, es decir, en la plena aceptación del capitalismo y de la patria.

Respecto a los productores, es muy claro lo que escribimos en “El Soviét” del 1 de junio de 1919: «La clase debe ser considerada no como un simple agregado de categorías productivas, sino como un grupo homogéneo de hombres cuyas condiciones de vida económica, presentan analogías fundamentales. El proletario no es el productor que ejerce determinados oficios, sino el individuo caracterizado por la falta de posesión de medios de producción y la necesidad de vender para poder vivir, su propio trabajo››.







LA INSURRECCIÓN ARMADA EN ALEMANIA


La División de la Marina Popular

Tras el amotinamiento de los marineros de la flota del Báltico y su sublevación, que provocó la caída del régimen imperial en noviembre de 1918, durante las ocho semanas de doble gobierno de los consejos y del gobierno del Reich fue este último quien mantuvo el poder. Los secretarios de Estado y los altos funcionarios trabajaban exclusivamente para el socialdemócrata Ebert, que ocupaba el cargo de canciller, lo que dejaba impotentes a los ministros del USPD (el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania).

La cuestión del poder se resolvió la tarde del 10 de noviembre en el “pacto telefónico” entre Ebert y el general Wilhelm Groener, subjefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas alemanas. Groener aseguró a Ebert el apoyo del ejército y, a cambio, recibió la promesa de Ebert de restaurar la jerarquía militar y suprimir los consejos.

En toda Alemania, los consejos y la administración colaboraron para regular la distribución de alimentos y la acogida de los soldados desmovilizados. Sólo aquí y allá, en particular en Hamburgo y Bremen, se intentó establecer los guardias rojos revolucionarios.

Ebert encargó al conde Hermann Wolff-Metternich la creación de una “fuerza de seguridad para proteger el centro de Berlín y los edificios gubernamentales”.

El 11 de noviembre, en el Marstall, el establo real, se formó la Volksmarinedivision (VMD, División de la Armada Popular), compuesta por marineros que, tras los disturbios en las ciudades portuarias de Kiel, Wilhelmshaven y Cuxhaven, habían acudido en masa a Berlín. Ellos vieron su papel como una guardia revolucionaria. En su apogeo, la VMD en Berlín estaba formado por más de 3.000 marineros, incluidos los recién liberados de prisión, y otros 2.000 que podían ser llamados desde las ciudades portuarias. Sin embargo, la VMD era socialmente heterogénea y esto la empujó en direcciones radicalmente diferentes. Como nunca estuvo dirigido por una estrategia político-militar clara, nunca pudo utilizarse para dar el paso decisivo hacia la toma del poder.

Antes de huir de Berlín, Wolff-Metternich advirtió a Ebert que habían elementos que simpatizaban con los espartaquistas en el seno de la VMD, que se había establecido en el Palacio de la Ciudad de Berlín.

El 12 de diciembre, las autoridades militares presionaron a la VMD para que se disolviera. En cambio, la VMD logró impulsar una resolución de los Consejos de Soldados del Gran Berlín el 17 de diciembre, según la cual tendría el mando supremo sobre las unidades militares, mientras que todos los rangos serían abolidos y los oficiales destituidos. Estas y otras demandas fueron incluidas en un manifiesto, los llamados “Puntos de Hamburgo”, que pusieron fin al Pacto Ebert-Groener.

El Consejo de los Diputados del Pueblo, es decir el gobierno provisional, ejerció presión reteniendo los salarios de la VMD y pidió a Wels que obligara a los marineros a abandonar el Palacio de la Ciudad. En respuesta, el 23 de diciembre la VMD marchó hasta la oficina de Wels. En un tiroteo entre la VMD y la Guardia Republicana murieron dos marineros. La VMD tomó entonces a Wels como rehén, ocupó la central telefónica y cortó las líneas. Pero Ebert utilizó una línea secreta para pedir ayuda al OHL (el alto mando militar) para implementar el pacto Ebert-Groener. Las tropas regulares se movilizaron y marcharon sobre Berlín: sólo contaban con 800 hombres pero traían consigo artillería de campaña.

El bombardeo comenzó a las ocho de la mañana de la Navidad de 1918. Los marineros repelieron el ataque, aunque en el enfrentamiento murieron 30 marineros y civiles. Las tropas gubernamentales tuvieron que retirarse. Fueron disueltos e integrados en el recién formado Freikorps. El poder militar en Berlín estaba en manos de la VMD, pero los marineros no aprovecharon la situación y regresaron a sus cuarteles.

La escaramuza, que Liebknecht llamó “La Navidad sangrienta de Ebert”, proporcionó el impulso final para que los socialdemócratas independientes se retiraran del gobierno provisional el 29 de diciembre.


El levantamiento de enero

Después de los combates de Navidad, Gustav Noske, el nuevo Comisario del Pueblo para el Ejército y la Marina, confió en los Freikorps para hacer retroceder el rumbo de la revolución. Emil Eichhorn (USPD), que se había negado a utilizar las fuerzas de seguridad bajo su mando contra la VMD, fue despedido de su cargo de jefe de la policía de Berlín. Mientras tanto, la VMD se había desplazado hacia la izquierda. El 30 de diciembre, una de sus divisiones protegió la conferencia fundacional del Partido Comunista de Alemania (KPD).

El 4 de enero, el comité ejecutivo del USPD en Berlín, junto con los delegados revolucionarios, convocaron una manifestación para el día siguiente. El Centro del KPD estuvo de acuerdo en que había que ser cautelosos con las consignas: no era el momento de intentar tomar el poder, ya que la dirección del SPD todavía disfrutaba de un amplio apoyo de los obreros fuera de Berlín.

Sin embargo, la manifestación superó todas las expectativas. Cientos de miles de personas salieron a las calles de Berlín en lo que probablemente fue la manifestación proletaria más grande de la historia alemana. Esto creó un dilema para los dirigentes del KPD. “Deliberaron, deliberaron y deliberaron”, mientras las masas querían acción. Ledebour (USPD) y Liebknecht creyeron que había llegado el momento de pasar a la ofensiva. Otros lo consideraron imprudente: una “Comuna de Berlín” podría durar como máximo unos días. Finalmente se formó un comité revolucionario provisional de 53 personas; Ledebour, Liebknecht y Paul Scholze fueron elegidos presidentes con igualdad de derechos. Sin embargo, faltaba un plan de acción.

Se produjo un incidente que confrontó a los líderes con un hecho consumado. Los manifestantes ocuparon las oficinas de los periódicos del SPD “Vorwärts” y “Berliner Tageblatt”, varias editoriales y la oficina de telégrafos. Había llegado el momento de actuar con decisión. Pero Rosa Luxemburgo se vio obligada a escribir, en un artículo, bajo el significativo título “¿Qué hacen los dirigentes?”, “¡No hemos visto ni oído nada!”.

Mucho dependió de la actitud de los marineros de la VMD, quienes sin embargo protestaron porque no habían sido consultados y finalmente optaron por una actitud de neutralidad. El fervor revolucionario se estaba disipando. Un testigo comunista (presumiblemente Levi) escribió: “Estas masas no estaban preparadas para tomar el poder”.

Los enemigos estaban más decididos. Noske hizo marchar unidades del Freikorps por Berlín junto con paramilitares republicanos y regimientos imperiales totalmente hostiles a la República. El Comité Central de Consejos, dominado por el SPD, y su ejecutivo de Berlín aprobaron el despido de Eichhorn.

El Centro del KPD, confundido, no estaba dispuesto a convocar una retirada. Mientras tanto, los independentistas decidieron negociar, lo que permitió al gobierno lanzar una furiosa campaña de propaganda contra los comunistas. El gobierno concedió plenos poderes policiales al general Von Lüttwitz, jefe de la Reichswehr provisional, mientras Noske reunía a los Freikorps en Dahlem, un suburbio de clase media de Berlín. Pero la fuerza armada fue sólo un aspecto de la contraofensiva de Ebert. La otra era la negociación, para ganar tiempo mientras las fuerzas gubernamentales recuperaban el control de los puntos clave de la ciudad, la estación ferroviaria de Anhalt y la imprenta del Reich.

Los enfrentamientos callejeros duraron del jueves 9 al domingo 12 de enero. Las fuerzas gubernamentales atacaron Spandau, donde mataron al presidente del consejo obrero y arrestaron a los espartaquistas. La noche del 10 al 11 de enero fueron detenidos Georg Ledebour, uno de los negociadores, y el espartaquista Ernst Meyer. A la mañana siguiente, las tropas gubernamentales comenzaron a bombardear el edificio “Vorwärts” y, cuando algunos de sus ocupantes se rindieron, fueron brutalmente asesinados. Trescientos insurgentes presentes en el edificio fueron hechos prisioneros. El SPD exigió que se les fusilara a todos, lo que resultó excesivo incluso para el oficial a cargo del Reichswehr, Von Stephani.

El 12 de enero, el gobierno lanzó un ataque contra el cuartel general de la policía y el levantamiento terminó.

Durante esos pocos días, el Centro del KPD estuvo sumido en el caos, en parte porque se había perdido el contacto con Liebknecht y él perdió el tiempo con los líderes del USPD. La incapacidad de coordinarse con las fuerzas en el campo, incluidos la VMD y los soldados revolucionarios, fue un elemento importante de debilidad, al igual que la incapacidad de evaluar la verdadera preparación de la clase obrera para la acción armada.

Berlín no era para Alemania lo que París había sido para Francia. Había varios centros de poder regionales y el éxito revolucionario sólo era posible si estaba coordinado por un partido comunista centralizado fuerte, que aún no existía. Luxemburgo se queja de la mala organización de su nuevo Partido: «La ausencia de una dirección, la inexistencia de un centro que organice a la clase obrera berlinesa no puede continuar. Si la causa de la Revolución quiere avanzar (...) los obreros revolucionarios deben crear organizaciones dirigentes capaces de guiar y utilizar la energía de lucha de las masas”, un “partido único que no conozca compromisos«.

En su último artículo, “El orden reina en Berlín”, el principal objetivo de su invectiva fue el comité revolucionario: «La contradicción entre la poderosa (...) ofensiva de las masas berlinesas (...) y la indecisión de la dirigencia berlinesas es el signo de este último episodio. La dirección ha fracasado».

Los opositores llamaron a los enfrentamientos callejeros de enero de 1919 “Revuelta Espartaquista”, nombre que se les quedó. Pero el KPD no lo quiso ni lo planeó. Cuando Liebknecht finalmente regresó a la sede del KPD después de unos días de ausencia, lo llenaron de reproches. Rosa le gritó: “Karl, ¿qué pasó con nuestro programa?”. De hecho, el programa adoptado por la conferencia fundacional del KPD, que, aunque se reunió apresuradamente y con fallas identificadas por Lenin, había establecido un programa claro, incluso para la lucha armada.

Contrariamente a los mitos posteriores, Karl y Rosa no tuvieron influencia directa en el curso de los acontecimientos en Alemania de noviembre a enero, sabiendo que no se estaba en curso ninguna revolución socialista y que detrás de los consejos del SPD, Ebert estaba preparando el terror.

Los marineros revolucionarios que formaron la VMD y la Liga de Soldados Rojos desempeñaron un papel más importante en la determinación del curso de los acontecimientos que el recién formado KPD. Lo que siguió fue una serie de enfrentamientos locales en toda Alemania entre trabajadores armados y los Freikorps, en los que estos últimos pudieron prevalecer con facilidad aislando y aplastando a los insurgentes.

Otro acto de la tragedia aún estaba por desarrollarse en Berlín. El 3 de marzo, el KPD convocó a una huelga general. Las demandas comunistas incluían la reelección de todos los consejos de fábrica, el desarme de los Freikorps y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la República Soviética de Rusia.

Sin embargo, después de las experiencias de enero, el Centro fue muy claro: la atención debía centrarse en las asambleas masivas y las huelgas, no en la lucha armada.

El gobierno prusiano declaró el estado de sitio y otorgó a Noske plenos poderes civiles y militares. El 6 de marzo, la Reichswehr llevó a cabo un decidido ataque contra la VMD, que todavía ocupaba Marstall, con tanques, ametralladoras, morteros y artillería. ¡El KPD, que en enero no había conseguido el apoyo de los marineros para la lucha armada, ahora denunciaba a los marineros por contraatacar!

El movimiento huelguista colapsó y Noske rechazó las condiciones para volver al trabajo. Noske dio la orden de que cualquier persona que fuera encontrada en posesión de armas sería fusilada en el acto. Murieron unos 3.000 civiles, incluido el líder espartaquista Leo Jogiches.

El 11 de marzo, 29 marineros que habían ido a rendirse y a cobrar su pago fueron asesinados Noske había ordenado fusilar a uno de cada diez hombres. Uno logró escapar.


Una oportunidad perdida

La VMD fue la fuerza armada más similar a la Guardia Roja que surgió en Berlín en 1918-1919. Pero oscilaba entre el apoyo al gobierno y a los revolucionarios, entre la coalición SPD-USPD y la revolución. Sólo una minoría, cuya influencia fue disminuyendo gradualmente, se unió al KPD.

Sin una dirección política clara, la VMD no supo aprovechar sus victorias iniciales. Sobrevivió a los enfrentamientos de enero sólo para ser destruido en marzo, cuando tuvo lugar la venganza de los militares, ahora organizados en unidades proto-fascistas. Influenciado por los prejuicios democráticos que habían caracterizado el levantamiento de noviembre contra la Armada Imperial, la VMD nunca tuvo una dirección de partido con una plataforma programática capaz de liderar un asalto victorioso a la ciudadela del capital.



NOTICIAS DE RUSIA

Se pidió a los camaradas que enviaran un breve informe sobre la situación en Rusia: el estado del movimiento obrero, la situación en el ejército, la actitud de la sociedad ante la guerra. Esta fue su respuesta.

En lugar del estancamiento esperado por los analistas, en 2023 la economía rusa mostró un crecimiento superior al 3%. Y la propaganda del régimen ha hablado de ello con orgullo.

¿Pero qué significa esto realmente? El crecimiento se debe principalmente al fuerte movimiento de capital hacia el complejo militar-industrial y la producción de armas. Según datos oficiales, el presupuesto estatal para 2024 ya prevé unos 11 mil millones de rublos para “defensa”, más 3,6 para el aparato policial: ¡el 40% del presupuesto total de Rusia!

La economía de guerra empeora el nivel de vida de la clase trabajadora. El aumento del gasto militar reduce las demás partidas del presupuesto estatal, sanidad, educación, vivienda, servicios municipales, etc. En algunas grandes ciudades y regiones, debido a fallos en las redes de calefacción por falta de mantenimiento, miles de ciudadanos quedaron expuestos al frío con heladas de -20 y -30 grados.

El aumento de los precios de los productos de primera necesidad no se detiene, mientras que los salarios no aumentan. Incluso en los sectores donde han aumentado (en el complejo militar-industrial y en la industria), son devorados por una inflación del 7,5% (algunos analistas predicen un 9% en un futuro próximo).

Esto influye en el estado de ánimo de la sociedad. A pesar de la rabiosa propaganda nacionalista, es evidente que está empezando a cansarse de la guerra. Incluso el más mínimo éxito en el frente es presentado por la propaganda como un paso hacia la victoria, pero incluso los partidarios más fervientes del gobierno comprenden que se está librando una sangrienta guerra de posiciones y que no hay posibilidad de victoria. Además, todos los que tienen contacto con los combatientes del frente dicen abiertamente que no creen ni una palabra de lo que dice la televisión. Si la propaganda repite que la nación se ha unido en torno a su “líder perpetuo”, en realidad hay fatiga de guerra y cada vez hay más personas a favor de iniciar negociaciones con Ucrania.

Ha habido intentos por parte de familiares de soldados de auto-organizarse para traerlos a casa, con piquetes, peticiones y recogida de firmas. Por el momento no piden abiertamente el fin de la masacre, pues de lo contrario ya estarían en prisión. La apatía también se demuestra por la actitud escéptica de muchos trabajadores ante las elecciones presidenciales de marzo de este año.

Todo lo que realmente sucede en las trincheras rusas está cuidadosamente oculto. La verdad penetra en el país a partir de las historias de los participantes directos en el conflicto. Se está librando una difícil guerra posicional con grandes pérdidas en ambos bandos. El cansancio y cierto mal humor se han acumulado entre los soldados, especialmente entre los reclutas, debido principalmente a la falta de rotación y permisos ordinarios. Esto se explica por sí solo: para lograr la rotación sería necesaria otra ola de movilización. El régimen busca controlar la tensión social y la movilización sería recibida de manera extremadamente negativa.

Pero cualquier tipo de resistencia organizada a la situación actual por parte de la clase trabajadora, por ejemplo del movimiento sindical, está prácticamente ausente. Hoy en día, los sindicatos independientes supervivientes son, como mucho, capaces de resistir conflictos laborales menores, como retrasos en el pago de salarios. Se abstienen de cualquier declaración política, so pena de represión inmediata.

Cualquier actividad política no controlada por el régimen queda así congelada y lo que queda es el circo político montado por los partidos del Kremlin, un espectáculo que provoca disgusto e indiferencia en la sociedad.

Esta es una imagen mínima de lo que está sucediendo actualmente en Rusia, una situación triste para el proletariado. Encuentra su contrapartida en lo que está sucediendo en Ucrania, donde las condiciones de los soldados en el frente, como las condiciones de vida de los proletarios en la retaguardia, son aún más desastrosas, mientras que la represión contra quienes se oponen a la matanza es, si es posible, aún más pesada.






PARA LA HISTORIA DEL PARTIDO.

El segundo informe sobre la historia de nuestro Partido comenzó con la siguiente premisa:

Nuestra corriente de izquierda siempre ha evitado idolatrar a los dirigentes, ni siquiera lo hizo hacia Marx y Lenin. Pero los líderes existen y el Partido no sólo no los niega sino que los utiliza.

Aunque en estos reportajes mencionaremos a veces el nombre de Amadeo Bordiga, queda claro que repudiamos cualquier forma de “culto a la personalidad”. La siguiente cita aclara nuestra posición sobre este asunto.

Del Congreso de Lyon: «La facultad volitiva en el Partido, así como su conciencia y preparación teórica, son funciones exquisitamente colectivas del Partido, y la explicación marxista de la tarea asignada en el propio Partido a sus dirigentes consiste en considerarlos como instrumentos y operadores a través de los cuales se manifiesta mejor la capacidad de comprender y explicar los hechos y de dirigir y querer acciones, conservando siempre estas capacidades su origen en la existencia y características del cuerpo colectivo».

Entonces, cuando tenemos que nombrar a ciertos camaradas, porque se reportan como citas de fuera del Partido, sabemos que siempre debe entenderse como: Izquierda Comunista Italiana.

Continùa el reporte.

Si en Italia la izquierda comunista había sido “oficialmente” entregada a la derrota, no se podía decir lo mismo de la emigración, donde la gran mayoría del proletariado comunista estaba claramente anclado en las posiciones de Livorno 1921.

De hecho, en el informe anterior mencionábamos la preocupación del Comintern de que la izquierda italiana rompiera con Moscú para dar vida a una nueva Internacional que, además de reunir a las fuertes comunidades italianas diseminadas por el mundo, pudiera actuar como catalizador de todas las tendencias de extrema izquierda, especialmente la alemana.

Incluso entre nuestros camaradas, tanto en Italia como en el extranjero, había una fuerte expectativa de una ruptura con la dirección centrista del Partido y, en consecuencia, con la Internacional. Recordaremos, por ejemplo, la carta circular de Luigi Repossi que incitaba a sus camaradas a crear una fracción de izquierda.

Veremos qué indicaciones prácticas dio la izquierda a los camaradas. Pero primero mencionaremos lo que estaba sucediendo en Alemania, otro país cuyo proletariado había escrito páginas verdaderamente heroicas de lucha revolucionaria.

En el momento del VI Pleno, el KPD atravesaba una nueva crisis de reajuste interno. El “nuevo rumbo” lanzado por la dirección Thälmann-Dengel había relanzado la campaña por la “conquista de la mayoría de la clase obrera”. De hecho, en una carta enviada al KPD el 1 de Septiembre de 1925, el Ejecutivo internacional escribía: «El Comintern “exige” que se conquiste a las masas»; como si el problema de la revolución pudiera resolverse con un acto de voluntad casi burocrático.

El viejo Centro Maslow-Ruth Fischer de “izquierda”, declarado sólo un año antes un sólido bastión leninista, se presentaba ahora como el verdadero enemigo a combatir. Era el sistema ahora establecido en la práctica de la Internacional: las graves derrotas sufridas por el proletariado se atribuyeron, no a directivas tácticas incorrectas de Moscú, sino a su mala implementación por parte de los partidos nacionales.

Mientras los delegados ahora “bolchevizados” se limitaban a apoyar acríticamente lo decretado por los órganos supremos, en un intento de no caer ellos mismos en desgracia, él fue una vez más el único representante de la izquierda italiana que alzó claramente su voz contra la visión política de la Internacional.

Pero la resolución sobre la cuestión alemana, redactada por Stalin y Bujarin, identificó al “ultra-linke” como el principal obstáculo para la transformación del KPD en un fuerte partido de masas y el verdadero ataque se dirigió contra el grupo Korsch, que Constituyó una oposición llamada “Entschiedene Linke” (izquierda intransigente) con la revista “Komunistische Politik”.

Éstas son, más o menos, las posiciones características del grupo Korsch:
     - La tarea principal del Partido es la «restauración del marxismo en la teoría y la práctica del movimiento obrero a nivel nacional e internacional».
     - Rechazo de la teoría del “socialismo en un solo país”.
     - Internacionalismo proletario.
     - Sobre la guerra: derrotismo revolucionario y transformación de la guerra entre estados en guerra civil.
     - Sobre la revolución china: Dura condena a la posición de la Internacional, que en lugar de la lucha autónoma por la emancipación de la clase proletaria, prevé una simple lucha de liberación nacional a través de un partido nacional revolucionario.

Respecto a las posiciones expresadas por la izquierda italiana en el VI Ejecutivo ampliado, Korsch afirmó: «Nuestro punto de vista coincide perfectamente con el del camarada Bordiga, que en la última sesión del Ejecutivo ampliado emprendió la lucha abierta a nivel global contra la deformación del comunismo y la liquidación del Partido Comunista».

La izquierda italiana reconoció al ultralinke alemán haber expresado posiciones muy similares a las suyas, que era importante tomar conciencia del material producido por los alemanes y no interrumpir los contactos existentes, pero sin que esto signifique adhesión o formación de organismos comunes.

Korsch, ahora expulsado del Partido, en una carta a los comunistas de la emigración italiana, escribió: «Queridos camaradas, la fórmula que hemos encontrado para nuestra línea política y táctica en el momento actual es: Zimmerwald y la izquierda de Zimmerwald. Con esto queremos decir que en el período de liquidación de la Tercera Internacional debemos retomar la táctica de Lenin en el período de liquidación de la Segunda Internacional.”

La izquierda alemana había considerado entonces al Comintern irrecuperable como una práctica revolucionaria, por lo que propuso una reedición de la conferencia de Zimmerwald de 1915. Pero una Zimmerwald en 1926 constituyó una retirada, no una superación, en comparación con la propia Tercera Internacional.

Al mismo tiempo, en Francia, en Junio de 1926, se celebraba el V Congreso del PCF, en el que la emigración comunista italiana tenía una representación constante y que logró presentar al Congreso su propio corpus de tesis. La “Plateforme de la Gauche” propuso en las dos primeras partes las mismas “Tesis de Lyon” que las nuestras, dedicando luego una tercera parte a la “cuestión francesa”. Fue un éxito considerable poder intervenir en el Congreso con nuestro documento oficial.

La “Plateforme de la Gauche” también fue difundida por la prensa del grupo Korsch, que publicó gran parte de ella, en particular los siguientes párrafos: Cuestiones organizativas; Disciplina y fracciones; Cuestión táctica hasta el V Congreso; Cuestiones sobre las “nuevas tácticas”; Cuestión sindical. Al hacer esto, la “Kommunistische Politik” declaró que quería dar a los proletarios la oportunidad de conocer nuestras Tesis, contra la imagen distorsionada proporcionada por la Comintern.

Antes de mencionar la famosa carta a Korsch, es bueno ver la posición de la izquierda italiana respecto a la posibilidad de llegar a acuerdos internacionales de izquierda, que en principio no han sido descartadas.

Ya en julio de 1925, la dirección centrista del PCd’I, que acusaba a la izquierda de faccionalismo internacional, fue informada de que todavía no era «posible una orientación paralela de los grupos de extrema izquierda en los distintos partidos, lo cual es útil y quizás necesario en el futuro».

Además, en le VI E.A. El representante de la izquierda declaró: «Es deseable que se forme una resistencia de izquierda, no digo una fracción, sino una resistencia de izquierda en el terreno internacional contra peligros similares de la derecha, pero debo decir muy claramente que esta sana reacciòn útil y necesaria, no puede ni debe presentarse en forma de maniobras e intrigas».

Podemos ahora referirnos a nuestra famosa carta dirigida al propio Korsch en la que se aclaran los puntos esenciales que impidieron nuestra membresía en organizaciones internacionales híbridas. Refiriéndose, camaradas, a la lectura completa del texto, reeditado varias veces por el Partido, nos limitaremos a destacar las partes esenciales.

Sobre la táctica: «Nuestro objetivo es construir una línea de izquierda verdaderamente general y no ocasional. Más que organización y maniobra, se debe realizar un trabajo preliminar sobre la elaboración de una ideología política de izquierda internacional, basada en las elocuentes experiencias vividas por el Comintern. Puesto que estamos muy atrasados en este punto, cualquier iniciativa internacional es difícil».

Sobre la organización de las fracciones internacionales: «No debemos querer la escisión de los partidos y de la Internacional. Debemos dejar que se desarrolle la experiencia de la disciplina artificial y mecánica, siguiéndola en sus absurdos procedimentales el mayor tiempo posible, sin renunciar nunca a posiciones de crítica ideológica y política y sin mostrarnos jamás solidarios con la dirección predominante. Por todos los medios que no excluyan el derecho a vivir en el Partido, se debe denunciar que la tendencia predominante conduce al oportunismo y que está en conflicto con la fidelidad a los principios programáticos de la Internacional».

La carta termina diciendo: «No creo que sea apropiado hacer una declaración internacional como usted propone y ni siquiera creo que sea factible en la práctica. Creo que es igualmente útil hacer manifestaciones y declaraciones en diferentes países que sean ideológica y políticamente paralelas en contenido sobre los problemas de Rusia y la Comintern, sin ofrecer los detalles del “complot” fraccionalista, y cada uno elaborando libremente sus pensamientos y experiencias».






LA ECONOMÍA DEL JAPÓN

Aunque la burguesía japonesa ha promocionado la estrategia de reducción de la inflación del Banco de Japón (BoJ), como "un éxito" sobre sus competidores internacionales, esta política aún demuestra ser incapaz de alcanzar el objetivo del 2%. En noviembre, la inflación cayó a sólo el 2,8% desde el 3,3% en octubre.

La principal fuente de incertidumbre actual reside en la política monetaria. A finales del año pasado el yen japonés era la moneda con peor desempeño, perdiendo un 5,63% anual en transacciones al contado (Esto explica Google: Una transacción de divisas al contado, es una transacción en la que se realiza la transferencia inmediata de una suma expresada en una moneda, a cambio de otra suma expresada en otra moneda, basada en el valor actual del tipo de cambio (tipo de cambio al contado)) frente al dólar estadounidense, para una caída total del 7,8%. A medida que aumentan las expectativas sobre el yen para 2024, motivadas por la salida del Banco de Japón de su sistema de tipos de interés negativos, se ha abierto la posibilidad de especulación sobre el yen.

Al mismo tiempo, el mercado de valores cerró con un enorme +28%, su nivel más alto desde 1989. Es de destacar que el mercado de valores japonés, se ha caracterizado por un segmento históricamente grande de empresas, que cotizan a precios más bajos que los de EE. UU., Reino Unido y Unión Europea.

Todas las expectativas sobre la reducción de los costos de endeudamiento por parte de los bancos centrales globales, son inverosímiles y poco realistas. El activismo de los accionistas ha logrado proporcionar una herramienta para explotar la especulación en los mercados, manteniendo intacto el curso de las políticas monetarias conservadoras, tal como fueron acordadas entre el Estado y los actores financieros.

Esto ha proporcionado una herramienta adicional de control y opresión de la clase trabajadora, viéndose como el gobierno de Kishida y el Banco de Japón han orquestado una relación entre salarios y política monetaria. Pero finalmente no lograron brindar a la burguesía japonesa, una protección efectiva de su histórico sistema corporativo, que tiene dificultades para competir con enemigos y aliados en el escenario mundial actual.

Esto resultó en la centralización interna del capital, en lugar de la combinación de empresas japonesas y extranjeras, manteniendo al mismo tiempo las acciones japonesas bajo control gubernamental.

Si bien se invoca la alianza tecnológica y militar entre Estados Unidos y Japón en competencia con China, ambos chocan, a pesar del "friendshoring" (producción y adquisiciones de países que son aliados geopolíticos) de las últimas tres administraciones estadounidenses. Un ejemplo de tal fracaso es la controversia sobre la adquisición por parte de Nippon Steel de su rival estadounidense US Steel. El acuerdo, valorado en 14,9 mil millones de dólares, atrajo la atención de la administración estadounidense. La empresa, considerada un símbolo global del capitalismo estadounidense en su época dorada, fue fundada en 1901 por Carnegie, J.P. Morgan y Schwab. En su apogeo, empleó a 340.000 trabajadores y produjo 36 millones de toneladas de acero.

Estados Unidos es actualmente el cuarto productor de acero del mundo después de China (54%), India y Japón. Este último ahora está ampliando su posición, a expensas del capital estadounidense, provocando pánico en el Congreso de ese país. Los dos "amigos" son los primeros en comportarse como "enemigos" en lo que respecta a su capital nacional: el "friendshoring" acaba devorándose a sí mismo.

En el mercado laboral asistimos a una crisis de escasez de mano de obra, definida como "extremadamente grave". En el transporte, las empresas denuncian ampliamente la falta de disponibilidad de conductores. La crisis se extiende a la construcción, también por la dificultad de las empresas para sustituir a los trabajadores vietnamitas, la mano de obra tradicional.

La inflación ha hecho que los flacos salarios y las condiciones laborales sean insostenibles para proletarios como los vietnamitas, que aportan una gran parte de los aproximadamente 3.070.000 trabajadores inmigrantes registrados. La depreciación del yen frente al dong vietnamita, ha reducido los salarios de los vietnamitas en Japón entre un 20 y un 30%. Además, una gran parte de estos trabajadores experimentan una inseguridad laboral prolongada cuando regresan a sus hogares.

La burguesía japonesa se ha beneficiado durante mucho tiempo de la brecha salarial entre inmigrantes y japoneses. La política del gabinete de Kishida de contener los aumentos salariales, había dado lugar a esperanzas en los capitalistas de reducir aún más los salarios de los inmigrantes. La posición combativa de los trabajadores ha obligado, en cambio, a exigir aumentos salariales también en 2024. Rengo, el mayor sindicato japonés, ya ha anunciado luchas por aumentos del 5%, no satisfecho con el 3,58% que las principales empresas han concedido en 2023.

El régimen de exportación de armas también está cambiando. Japón enviará sus sistemas de misiles Patriot a Estados Unidos para reforzar sus arsenales, mientras que los Patriots estadounidense se enviarán a Ucrania.

La medida llega en un momento peligroso, cuando Corea del Norte se muestra como un adversario cada vez más declarado. El conflicto persiste entre los aliados de Estados Unidos y China respecto a Taiwán. Los marines estadounidenses se están entrenando en Okinawa para un conflicto con China. El presupuesto militar de Japón está aumentando dramáticamente, con el riesgo de que el país se convierta en un objetivo directo. Lo que podría ocurrir antes de que se puedan implementar sus planes de rearme.

La inminente crisis económica global coloca a Japón en una situación extremadamente difícil, mientras que su vulnerabilidad económica y militar no le deja otra opción que continuar en en la ruta de colisión con sus principales competidores en Asia y más allá.






ORÍGENES DEL SOCIALISMO DE IZQUIERDA EN EL IMPERIO OTOMANO Y DEL PARTIDO COMUNISTA DE TURQUÍA

Los documentos de la izquierda del socialismo en el Imperio otomano y de los primeros años del Partido Comunista de Turquía que presentaremos a lo largo del trabajo son de gran importancia para rastrear la tradición comunista en el Cercano Oriente.

Las pruebas documentales de la existencia de corrientes y partidos con posiciones de izquierda se limitan a veinticinco años, de 1909 a 1934. Es un período caracterizado por numerosos acontecimientos históricos decisivos: la revolución de 1908, la guerra italo-turca, las guerras de los Balcanes, la primera guerra mundial, el genocidio armenio, el fin del Imperio, el surgimiento del movimiento de independencia nacional contra la ocupación del partido de Turquía por la Entente, la victoria de Mustafa Kemal contra la agresión griega y contra las revueltas reaccionarias internas, el intercambio y traslado de las poblaciones greco-turcas, finalmente la consolidación del poder kemalista y la derrota del ala izquierda del Partido Comunista.

Hemos ordenado los documentos según la época, para ocuparnos más tarde de las circunstancias particulares en las que se escribieron cada uno de los documentos.

Ninguna corriente ha reivindicado jamás la tradición que produjo en gran medida estos textos.

De la documentación se desprende que la izquierda turca ha adoptado posiciones similares a la izquierda del partido italiano a partir del cual se desarrolló nuestro Partido Comunista Internacional.

Una cuestión de primordial importancia para la izquierda en Turquía fue la cuestión nacional. A pesar de las diferencias entre las organizaciones de Constantinopla, Anatolia y Bakú, a lo largo de los años su actitud hacia los kemalistas y el movimiento nacional en general fue una aplicación de las Tesis sobre la cuestión nacional y colonial del II Congreso de la Internacional Comunista, a menudo desafiando las directrices posteriores de la Internacional.

En los años en que el Comintern intentaba convencer a los partidos de Europa occidental para que formaran frentes unidos e incluso gobiernos obreros con los socialdemócratas, la izquierda turca estaba ocupada contrarrestando a los partidos socialdemócrata y socialista y conquistando sus bases proletarias para los sindicatos rojos. La izquierda turca ha practicado desde el principio la táctica de un frente sindical unido desde abajo. Siempre contraria al enfoque anarquista libertario, como el italiano, nunca ha caído, siguiendo la línea de Lenin, en los errores de los “comunistas de los consejos” europeos.

En cuestiones organizativas libró una lucha paciente dentro de la disciplina del partido. Pero en cierto momento tuvo que entablar una lucha entre facciones cuando quedó claro que los intereses del partido y del proletariado estaban en juego. Cuando llegó el momento de ajustar cuentas con la derecha, la solución de la izquierda fue orgánica más que democrática, basada en la selección de los mejores camaradas más que en elecciones y mayorías en el congreso.

La izquierda turca no era obrerista y nunca argumentó que alguien de origen no proletario debería ser mantenido fuera del partido, ni negó jamás que los intelectuales tuvieran un papel específico que desempeñar en el partido. Sí se opusieron al bloque de clase burgués que dominaba la dirección del partido y determinaba sus posiciones.

A diferencia de la italiana, la izquierda turca, atrapada entre Turquía y Rusia, no ha logrado sobrevivir como corriente autónoma.

Los militantes de la izquierda turca deben ser incluidos en nuestro partido, con sus palabras sofocadas y olvidada. Izquierdas similares existían en los partidos comunistas de varias partes del mundo, como Irán, Asia Central y Sudáfrica, en Rusia antes del surgimiento de la oposición de Trotsky, y merecen la pena estudiarlas. El Partido podrá rastrear esas conexiones rotas para confirmar las “lecciones de la contrarrevolución” resucitando el comunismo auténtico en vastas zonas del mundo donde ha sido enterrado y olvidado.

Dos documentos, elegidos entre los muchos que se reproducirán en el informe ampliado, se presentaron en la reunión.

El primero es el texto del discurso de Naciye en el Congreso de Bakú. Aborda la cuestión de las mujeres en Oriente, en plena continuidad con las posiciones del marxismo revolucionario. El segundo es el discurso de Süleyman Nuri en el III Congreso de la Internacional Comunista, donde expresa el punto de vista de la izquierda del Partido sobre hasta qué punto se debe apoyar al movimiento nacionalista turco y cuándo se debe oponerse a él, después del asesinato de Mustafa Suphi y otros camaradas por los kemalistas.

En el Congreso de los Pueblos de Oriente, celebrado en Bakú en septiembre de 1920, el camarada Naciye declaró (extractos):

«El movimiento de mujeres que nace en Oriente debe ser visto como una consecuencia decisiva y necesaria del movimiento revolucionario que se está desarrollando en todo el mundo. Las mujeres del Oriente no se limitan a la luchan por el derecho a no llevar velo, como muchos suponen. Para las mujeres de Oriente, en su elevada moralidad, la cuestión del velo tiene la menor importancia. Si las mujeres se oponen a los hombres y no tienen los mismos derechos, entonces es imposible que la sociedad progrese: el atraso de las sociedades orientales es una prueba irrefutable.

«Camaradas, podéis estar seguros de que todos vuestros esfuerzos y labores para crear nuevas formas de vida social, por más sinceros y vigorosos que sean, quedarán en vano si no convocan a las mujeres para que os ayuden verdaderamente en vuestro trabajo.

«El hecho de que las mujeres tuvieran que asumir las responsabilidades de los hombres, ser llamadas al servicio militar, y sobre todo que las mujeres arrastraran ellas mismas el equipo de artillería y las municiones no puede obviamente definirse como un paso adelante en la conquista de la igualdad de derechos para los hechos. No negamos que al comienzo de la revolución de 1908 se introdujeron algunas medidas a favor de las mujeres. Sin embargo, en consideración de la ineficacia e insuficiencia de estas medidas, no las consideramos particularmente significativas.

«La apertura de una o dos escuelas primarias y superiores para mujeres en la capital y en las provincias, e incluso la apertura de una universidad para mujeres, no cubren ni una milésima parte de lo que aún queda por hacer. Del gobierno turco, cuyas acciones se basan en la opresión y explotación de los más débiles por los más fuertes, naturalmente no podemos esperar medidas más radicales o más serias a favor de las mujeres esclavizadas.

«Sabemos también que la situación de nuestras hermanas en Persia, Bujará, Jiva, Turquestán, India y otros países musulmanes es aún peor.

«Todos los esfuerzos que los compañeros delegados dedican para lograr la felicidad del pueblo quedarán infructuosos si no hay una ayuda por parte de las mujeres. Los comunistas creen que es necesario crear una sociedad sin clases y, para tal fin, declaran una guerra implacable contra todos los elementos burgueses y privilegiados. Las mujeres comunistas del Oriente tienen una batalla aún más dura que librar porque también tienen que luchar contra el despotismo de sus hombres. Si ustedes, hombres de Oriente, continúan ahora, como en el pasado, siendo indiferentes al destino de las mujeres, pueden estar seguros de que ustedes y nosotros pereceremos juntos«.

En el III Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en Moscú en junio-julio de 1921, Süleyman Nuri habló (extractos):

«El movimiento independentista turco es extremadamente importante para Oriente. Antes de la guerra mundial, Turquía, como otros países del Oriente, estaba bajo el yugo del imperialismo. El pueblo turco, los campesinos y los trabajadores, han sido empujados contra su voluntad y sus deseos a esta guerra imperialista por sus opresores, los pacha. Durante la guerra, un gran número de jóvenes turcos (oficiales y soldados) fueron hechos prisioneros e internados en Rusia, Alemania y otros países. Allí aprendieron el significado y los orígenes de la guerra y, cuando regresaron a casa, trajeron consigo el Espíritu del movimiento socialista y comunista.

«Cuando, después de la guerra, los pachas firmaron el tratado de Versalles, los obreros y campesinos de Anatolia se levantaron para luchar por la independencia, con las armas en la mano.

«Por un lado, el gobierno de Ankara libró una lucha armada por la independencia contra la Entente, por otro intentó reprimir cualquier movimiento comunista. La muerte de nuestros camaradas, especialmente del camarada Suphi, y el encarcelamiento de muchos otros muestran que Kemal está librando una lucha encarnizada contra los comunistas.

«Los campesinos y los obreros de Anatolia saben bien que mientras el movimiento por la independencia continúe, ellos –al igual que nosotros, los comunistas– tendrán que apoyarlo. La destrucción de la Entente y de los imperialistas es la base y el comienzo de la revolución mundial que destruirá toda forma de esclavitud. Y los obreros y los campesinos anatolios apoyarán esta lucha, siempre que esté dirigida contra la Entente.

«Nuestro Partido Comunista continúa su actividad de agitación, a pesar de todas las persecuciones. Expresa la esperanza de que la revolución mundial, llevada a cabo bajo la bandera de la III Internacional, sea victoriosa y libere a los pueblos oprimidos y a la clase obrera de todo el mundo».







CURSO DEL CAPITALISMO

¿En que punto estaba la situación en vísperas de 2024?

La elevada inflación que siguió al caótico resurgimiento de la acumulación de capital en 2021, tras la fuerte contracción de la actividad económica en 2020, se está desacelerando drásticamente en todas partes; es incluso cercano a cero en Italia, lo que indica una fuerte caída del consumo, e incluso es negativo en China, resultado de una recesión en curso. En Estados Unidos es algo más del 3%, mientras que en Europa la media ronda el 2,4%, con un 3,7% en Alemania y Francia y un 4,2% en el Reino Unido en diciembre.

Como se esperaba, una inflación alta, combinada con tasas de interés crecientes, sólo podría conducir a una fuerte desaceleración de la acumulación de capital, o incluso a una recesión. Esto es lo que estamos viendo: en casi todas partes, con algunas excepciones, tenemos un crecimiento industrial negativo, lo que indica una recesión. Este es el caso de Estados Unidos, Japón, Alemania, Italia, etc. Para otros, como Francia, el crecimiento sigue estando ligeramente por encima de cero. A modo de demostración, en el encuentro se exhibieron las curvas de producción industrial de los principales países imperialistas.

Sin embargo, esta recesión sigue siendo moderada por el momento, con, por ejemplo, en 2023 un -0,6% para Estados Unidos, un -1,3% para Japón, un -0,8% para Alemania, un -1,5% para Italia, pero un -5,5% para ¡Gran Bretaña! Y un mísero +0,5% para Francia. Pero para los países que han experimentado una acumulación más sostenida en los últimos años, la caída es mucho más pronunciada: -4,6% para Corea del Sur y -4,5% para Bélgica, pero sorprendentemente sólo -1,4% para Polonia, donde la acumulación de capital industrial fue mucho más marcada, con tasas fluctuantes entre el 4 y el 7%!

La recesión es fuerte sólo en algunos sectores de producción. La industria de la construcción, por ejemplo, que en los últimos años ha sufrido los altos precios debido a la especulación desenfrenada, debido a que el dinero no le cuesta nada a la burguesía y a las grandes empresas, está experimentando una grave recesión. Incluso las industrias que consumen mucha energía, como las del acero y las químicas, están experimentando serias dificultades. Esto se aplica en particular a la industria química alemana, muy afectada por el elevado coste de los hidrocarburos.

A través del caos, el capitalismo mundial ha encontrado un equilibrio temporal. Los viejos países imperialistas se han desindustrializado, como muestra un cuadro: en comparación con el pico alcanzado en 2007, la producción en 2023 fluctúa entre el -2,5% de Alemania, el -7,5% de Estados Unidos, el -11,7% de Francia y el -12,6% de Gran Bretaña, -19,4% de Japón, -19,3% de Italia, -21,2% de España e incluso -33% de Portugal.

Para hacer frente a las diversas crisis de sobreproducción que se han repetido regularmente desde mediados de los años 70 y a la caída de la tasa de ganancia, las grandes empresas de los distintos países imperialistas han hecho, entre otras cosas, un uso masivo de la subcontratación, poniendo a competir entre sí a una multitud de medianas empresas en todo el mundo, obligándolas a renunciar a una parte de sus ganancias. También han trasladado parte de su producción a países de bajos costos, es decir, a países donde los salarios son mucho más bajos y los trabajadores no se benefician de ninguna protección social, siempre que estos países tengan la infraestructura necesaria para una producción industrial eficiente.

Así se trasladó toda una parte de la producción: a Europa, a Polonia, a Hungría, a Rumania, etc.; fuera de Europa, en Türkiye, Túnez y Marruecos; en Norteamérica y México; y sobre todo en Asia, principalmente en China, pero también en Vietnam, etc. Una tabla enumera los países que se han industrializado, mientras que los viejos países imperialistas se han desindustrializado.

Corea del Sur, aunque también experimentó una fuerte desaceleración en la acumulación de capital, se ha beneficiado de un sistema de producción más competitivo y ha visto crecer el sector manufacturero casi un 41% desde 2007, lo que corresponde a un crecimiento anual promedio del 2,3%, un ritmo moderado, pero notable en comparación con los viejos países imperialistas, que por el contrario registraron un declive.

Y por supuesto Polonia y Turquía, gracias a la subcontratación y la deslocalización, han experimentado un fuerte crecimiento de la producción, con aumentos del 105% y del 120% respectivamente desde 2007. Al mismo tiempo, la industria de México ha aumentado un 24% y la de la India un 68%.

En cambio, países como Argentina y Brasil se han desindustrializado. En Brasil, por ejemplo, la producción cayó un 17%.

En conclusión, la producción perdida por los grandes estados imperialistas se transfirió a otros lugares, a países capitalistas jóvenes que ya tenían una base industrial suficiente.

También podemos comprobar que las medidas adoptadas por el gobierno americano para reindustrializar el país, a pesar de las gigantescas inversiones, no han dado los resultados esperados.

Seremos testigos, con la crisis que ahora afecta a la propia China, de una exacerbación de la guerra comercial. La recesión global estuvo acompañada de una contracción del comercio mundial. La caída de las importaciones procedentes de los principales países industrializados es aún más marcada.

Con el aumento de las tasas de interés y la devaluación de una montaña de bonos, podríamos haber esperado una crisis financiera de gran alcance y un fuerte aumento de las quiebras corporativas. Pero el capitalismo mundial parece resistir hasta el momento.

Algunos grandes bancos regionales de Estados Unidos y un gran banco de Suiza quebraron, pero las autoridades públicas actuaron rápidamente para salvar el sistema financiero y evitar otro terremoto sistémico. Del mismo modo, en Francia, por ejemplo, el escudo fiscal ayudó a aliviar el monstruoso coste de la energía para las familias y la garantía estatal permitió a las empresas solicitar préstamos a los bancos, evitando así numerosas quiebras.

Sin embargo, estas intervenciones implican una deuda cada vez más colosal. En algún momento, los mercados financieros se saturarán y ya no será posible endeudarse. Un hecho similar casi ocurrió en Estados Unidos, cuando un banco se retiró de una subasta de bonos gubernamentales el año pasado.

Entre un mercado de valores cada vez más caótico, la escalada de la guerra comercial y una deuda cada vez mayor, el sistema acabará colapsando. La propia burguesía es consciente del riesgo, y por eso el Estado y los bancos centrales intervienen ante el menor riesgo para evitar un colapso general, que será mucho más colosal que el de 1929.







LA GUERRA CIVIL EN RUSIA

La retirada de los alemanes del conflicto mundial obligó al general Bely Krasnov a buscar nuevas alianzas y financistas contra la revolución bolchevique. Las potencias de la Entente llenaron con sus contingentes el vacío creado en el sur de Ucrania por la retirada alemana, pero impusieron condiciones inalienables a Krasnov, incluida la aceptación del general Denikin como comandante supremo de todas las fuerzas cosacas del Don, Terek y del Ejército de los Voluntarios.

Las tropas rojas de Antonov-Ovseenko también se posicionaron en parte en los territorios abandonados por los alemanes.

Con la nueva reorganización y la nueva estructura en este sector del frente contrarrevolucionario, a finales de diciembre de 1918 las fuerzas de Denikin estaban dispuestas a formar un extenso saliente: la cumbre más avanzada en el cruce ferroviario de Liski, el flanco oriental con el mando central en Charityn (más tarde Stalingrado) y un precario flanco occidental al norte del extenso y débilmente defendido centro ferroviario de Donets.

Los dos comandos blancos estaban separados por 350 kilómetros. La mayor concentración de hombres, artillería y trenes blindados estaba en Charityn; ambas partes sufrieron graves dificultades de suministro.

Lenin apoyó el plan elaborado por el Consejo Militar Revolucionario (RVSR) para favorecer el choque con los cosacos, aprovechando las cuestiones críticas en el posicionamiento del enemigo. A principios de enero de 1919, las fuerzas revolucionarias lograron conquistar el cruce ferroviario de Liski y descender hacia el sur, mientras que en el frente occidental, cerca de Donets, los bolcheviques vencieron fácilmente a los blancos, obligándolos a realizar una retirada dramática en ese sector. A finales de enero el saliente había cedido y los ejércitos rojos del sector norte y occidental habían llegado al importante cruce ferroviario de Millerovo.

En el sector oriental, Krasnov, a pesar de una situación desfavorable en términos de unidades y potencia de fuego, reanudó obstinadamente la ofensiva sobre Charityn, logrando inicialmente recuperar una parte del territorio cerca del eje ferroviario de Karpovka. A pesar del empeoramiento de las condiciones climáticas con fuertes tormentas de nieve, congelaciones y renuencia a luchar, sus cosacos, después de enfrentamientos con resultados desiguales, lograron colarse entre las defensas rojas y ocuparon un tramo del ferrocarril desde Charityn hacia el norte, aislando la ciudad del centro del mando soviético.

El 1 de enero comenzó la tercera batalla por Charityn con los blancos que, después de haber ocupado Dubovka en el Volga, bombardearon con artillería las afueras del norte de la ciudad. Algunos destacamentos blancos descendieron sobre el helado Volga para completar el cerco de Charityn, porque otros grupos cosacos habían ocupado la ciudad de Čapurniki desde el sur.

La euforia por la situación favorable desvió la atención de Krasnov hacia el desgaste de sus líneas cosacas, lo que habría permitido cómodas contraofensivas rojas.

En el campo soviético, Budennyj, primer colaborador de Trotsky, logró crear la 1ª División de Caballería Roja en apenas un mes reclutando voluntarios especializados de los territorios cosacos.

El 21 de enero, en un contra-ataque sorpresa, fue capturado un comandante cosaco, que prefirió suicidarse antes que rendirse. Tras este éxito inicial, la caballería soviética, apoyada por vehículos blindados y varias ametralladoras, organizó una contraofensiva para romper el cerco de Charityn. Se optó por una noche de tormenta, aprovechando el efecto sorpresa y la falta de defensas en los pueblos donde los cosacos blancos se habían refugiado de las heladas. La victoria roja proporcionó miles de prisioneros, armas, caballos y un tren blindado. No obstante, otras formaciones blancas pudieron avanzar hacia Charityn. Siguió una semana de altibajos en los combates.

El Estado mayor de Denisov tuvo que tomar nota de la clara inferioridad numérica respecto a los rojos y de que la tercera ofensiva contra Charityn también había fracasado. Sus formaciones se rindieron, a menudo sin luchar, o se dispersaron en pequeñas formaciones defensivas o regresaron a sus pueblos de origen.

En la retaguardia se desató la caballería roja, ahora apoyada también por las unidades expertas de la División de Hierro de Žoloba.

Krasnov pidió entonces refuerzos urgentes a Denikin, quien envió pocos y con gran retraso porque se encontraba ante el dilema estratégico-militar, y al mismo tiempo político, de qué frente favorecer respecto de los intereses generales de la contraparte. Campaña revolucionaria: elegir entre enviar mejor sus tropas al flanco derecho para conquistar Charityn, maniobra indispensable para luego tomar contacto con las tropas del ejército ruso de Kolchiak más allá del Volga, o reforzar su flanco izquierdo para defender la rica y estratégica cuenca del Donets.

Denikin optó por esta opción, a pesar de las críticas del general Wrangel, comandante del ejército de voluntarios del Cáucaso, según el cual, dada la ahora clara superioridad numérica del Ejército Rojo, era necesario cambiar de estrategia: no más ataques separados por parte de los distintos ejércitos contrarrevolucionarios, sino concentrarlos en las posiciones soviéticas consideradas más débiles, entre las cuales Charityn estaba entre las menos defendidas. Sólo más tarde se establecería contacto con Kolchiak.

La nueva reorganización blanca permitió un arresto inicial de las fuerzas rojas destinadas a controlar los ejes ferroviarios Millerovo-Kamenskaja, necesarios para impedir la retirada de los cosacos. En los primeros días de febrero hubo luchas por el control de Bachmut, que pasó de los rojos a los blancos y luego de nuevo a los rojos en unos días. Mientras tanto, los anarquistas de Makhno presionaban sobre el flanco izquierdo de las formaciones blancas, frenando su contraofensiva para no comprometer el control de la cuenca del Donets.

En el frente de Charityn, las tropas de Krasnov habían tomado posiciones en el Don.

Pero Francia llegó a bloquear los suministros debido a la negativa de Krasnov a someterse al mando francés y comprometerse a compensar los daños económicos sufridos por los franceses en la región tras la revolución soviética.

Al carecer de todo, los cosacos blancos se rindieron o desertaron en masa. La propaganda bolchevique tuvo fácil control sobre la población, que comenzó a rebelarse, solicitando la llegada del Ejército Rojo.

El ejército del Don de 70.000 a finales de diciembre de 1918, entre muertos, heridos y amotinados, cayó a 38.000 a finales de enero de 1919, para reducirse a 15.000 en febrero. Denisov y Polyakov, su jefe de gabinete, dimitieron de su cargo; el 14 de febrero, Krasnov también dimitió, asumiendo toda la responsabilidad por la falta de apoyo aliado, debida, según él, a su anterior alianza con los alemanes.

El 16 de febrero, la Asamblea cosaca, el Krug, nombró un nuevo atamán y colocó a Sidorin, un veterano de la guerra con Japón, al mando del ejército. La nueva disposición de las tropas deseada por Denikin llevó el centro de gravedad del frente sur al Donbass.






ACTIVIDAD SINDICAL EN ESTADOS UNIDOS

Los camaradas en Estados Unidos continuan con nuestra actividad sindical y el estudio del movimiento, el movimiento actual y su historia.

Han pasado nueve meses desde que camaradas del Partido, junto con otros militantes sindicales, crearon la Red de Acción por la Lucha de Clases (CSAN). Gran parte del trabajo de este organismo implica la formación de grupos inspirados en el sindicalismo de clase dentro de los sindicatos. Uno de esos grupos de base es la Asociación Nacional de Educación (NEA), el sindicato escolar que es el sindicato más grande de Estados Unidos, con casi 3 millones de miembros. Alrededor de un centenar de miembros comparten las posiciones sindicales de clase expresadas hasta ahora.

El CSAN está ayudando a formar un nuevo sindicato en una empresa de restaurantes que tiene aproximadamente 400.000 empleados en Estados Unidos. Los trabajadores quieren superar el modelo de negociación tienda por tienda, rompiendo esta división que los aísla unos de otros. En otra cadena de restaurantes, CSAN participa activamente en la coordinación interna del sindicato allí presente, intentando poner en contacto a los trabajadores de las dos empresas. El objetivo es reunir a estos grupos de lucha de base y a los sindicatos en un frente sindical de clase unido.

En Noviembre comenzamos a celebrar reuniones generales periódicas de CSAN, donde los trabajadores pueden escuchar informes sobre la organización del trabajo, llamados a la solidaridad, proponer iniciativas a la red, obtener apoyo en el lugar de trabajo, desarrollar o reactivar los esfuerzos de organización sindical, así como organizar el trabajo de expansión de la red. Hasta ahora hemos celebrado dos asambleas generales y planeamos celebrar una al mes. La próxima reunión contará con un representante del sindicato de docentes de Massachusetts, que ha estado en una huelga ilegal.

A nivel internacional, se han establecido algunos contactos y se ha formado un grupo organizador internacional. Se redactó y distribuyó una declaración en solidaridad con la lucha de los trabajadores textiles en Turquía organizados en el sindicato Birtek-Sen.

 




LA RECONSTRUCCIÓN POSTERIOR A LA GUERRA CIVIL EN LOS ESTADOS UNIDOS

Parte 1

Un año después del final de la guerra civil, en 1866, Friedrich Sorge, un amigo cercano y confidente de Marx y Engels durante décadas, fue nombrado reclutador para el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en los Estados Unidos.

La convención fundacional de la Unión Nacional de Trabajadores de Color (CNLU) se remonta a 1869.

Ese año, los marxistas de la primera Sección de la AIT en Estados Unidos establecieron un comité para organizar a los trabajadores negros, que condujo a la formación de al menos un sindicato en la ciudad de Nueva York. Como resultado de estas estrechas relaciones, en la convención del CNLU de diciembre fueron electos los delegados para el congreso de la Primera Internacional de 1870, que debía tener lugar en París pero que fue pospuesto debido a los acontecimientos de la guerra franco-prusiana y la posterior derrota de la Comuna de París.

Para Marx, la resistencia de los Confederados podría haber alimentado «una santa cruzada general de la propiedad contra el trabajo» también en Europa. La solidaridad internacional de la clase obrera europea para impedir que sus respectivos burgueses entren en el conflicto a favor de los Confederados sería el primer gran acto del movimiento obrero internacional, seguido pronto por los grandes acontecimientos de la Comuna de París.

Sin embargo, como indicó Marx, la conclusión de la guerra y la emancipación formal de los esclavos abrieron una nueva fase de la lucha entre las clases.

En el choque entre los intentos de restauración de la clase terrateniente en el Sur y la burguesía industrial en ascenso en el Norte, hubo un creciente movimiento obrero en el Norte, en el que militaba una naciente corriente marxista, y el movimiento de masas de los ex esclavos proletarizados en el Sur. Pero, en última instancia, correspondería únicamente a las masas obreras negras defender lo que habían conseguido con la Guerra Civil y la emancipación como trabajadores “libres”.

A pesar de los intentos de los marxistas de la época de animar a los trabajadores a movilizarse para mantener la política de Reconstrucción y redistribución de tierras, los jóvenes proletarios negros del Sur fueron abandonados por el movimiento obrero más amplio y por el ala derecha de los Republicanos Radicales, que se aliaron con el Partido Demócrata de los terratenientes para poner fin a la Reconstrucción. Como consecuencia, sufrieron una oleada de asesinatos en masa y un terror sin precedentes. Un legado bárbaro que en parte continúa hoy en el moderno sistema de encarcelamiento masivo y trabajo penitenciario, que no es más que otra forma de esclavitud.

Nuevas masas proletarias negras

Una vez concedida la emancipación formal, los antiguos esclavos, que se quedaron sin tierras ni propiedades, con sólo su trabajo para vender, se transformaron en proletarios. Los primeros momentos tras el final de la Guerra Civil fueron confusos. Muchos ex esclavos no conocían sus nuevos derechos como trabajadores libres y, en algunos lugares, la relación amo-esclavo continuó durante mucho tiempo.

Sin embargo, un número cada vez mayor de ex esclavos abandonaban las plantaciones. Empezaron a resistirse a los intentos de restaurar las antiguas formas de trabajo, pero también a las condiciones producidas por la introducción del trabajo asalariado en algunas zonas. Los trabajadores negros comenzaron inmediatamente a organizarse. Ya en 1865, blancos y negros de Nueva Orleans se reunieron para exigir una jornada de ocho horas.

Los ex esclavos esperaban la redistribución de la tierra, su propia parcela. En los Estados Unidos en ese momento, la gran mayoría de la población eran agricultores independientes que poseían pequeñas pero suficientes extensiones de tierra para producir la mayor parte de lo que consumían y tenían pocas relaciones comerciales. Aunque todo esto empezó a cambiar después de la Guerra Civil, éste siguió siendo el “mito americano” expresado por la “democracia jacksoniana”.


Los códigos negros y el KKK

Como resultado de una nueva fuerza laboral negra desanimada que se negaba a trabajar al mismo ritmo que antes, la clase terrateniente comenzó a experimentar escasez de mano de obra, y la productividad cayó a una cuarta parte de lo que era antes de la emancipación. En respuesta, los ex Confederados y su Partido Demócrata, que habían recuperado el control de las instituciones estatales, comenzaron a imponer los Códigos Negros para estabilizar la mano de obra, imponiendo una disciplina estricta en las plantaciones, limitando la capacidad de los negros para adquirir propiedades, demandar ante los tribunales, para hacer cumplir los acuerdos de trabajo y castigar a quienes se negaban a someterse.

Se esforzaron para asegurar la total transformación de los negros liberados en trabajadores asalariados sin tierra, sujetos a la rígida disciplina del trabajo industrial. Los nuevos patronos impusieron leyes de cercamiento, llamadas Leyes de Cercado, como las aprobadas a principios de siglo en el Reino Unido, para aislar a los esclavos recién liberados de los campos a los que antes habían tenido acceso, impidiéndoles criar ganado, lo que les podría haberles proporcionado una cierta autonomía material. Los terratenientes de todo el sur se negaron a arrendar tierras a los negros, y quienes lo hicieron se enfrentaron a la violencia de sus vecinos.

Según los nuevos Códigos, los negros tenían que firmar contratos de un año con los patronos o correr el riesgo de ir a prisión. Fueron aprobadas leyes que permitían a los patronos secuestrar a los hijos de sus ex esclavos para realizar trabajo infantil. Algunos Estados declararon ilegales las huelgas, criminalizando cualquier forma de “falta de respeto” hacia los patronos. Los negros recibían salarios de miseria y eran obligados a trabajar en cuadrillas, como durante la esclavitud, supervisados ​​por sus antiguos amos.

Por todo el país se difunde el miedo a un resurgimiento de la Confederación y del sistema esclavista. En respuesta en 1886, fue elegida para el Congreso una mayoría de republicanos radicales. Estos aprobaron las enmiendas Decimocuarta y Decimoquinta a la Constitución, que protegían los derechos civiles de los negros. La Ley que estableció el gobierno militar federal sobre el Sur, puso fin a los Códigos Negros y exigió que los antiguos Estados Confederados garantizaran el derecho de voto a los votantes negros. Sin embargo, el ejército se mantuvo en su mayor parte al margen de los asuntos internos, respondiendo sólo en situaciones más graves y nunca serían capaces de suprimir al KKK.


Ascenso de la Union League

En los años siguientes, surgiría un movimiento generalizado de trabajadores negros en todo el Sur. Un movimiento espontáneo de ex esclavos se organizó rápidamente contra los viejos patronos en uniones híbridas de trabajadores conocidos como Ligas Sindicales.

Aunque las Ligas de la Unión también contaban con miembros blancos, se dice que a finales de 1867 casi todos los libertos del Sur se habían afiliado a una sección estatal de la Liga de la Unión. Estas en todo el Sur funcionaban de manera muy similar a los primeros Caballeros del Trabajo: eran una mezcla de un grupo de defensa política y una organización laboral y, como los Caballeros, tenían un aspecto de sociedad secreta. Si inicialmente su objetivo principal era la movilización de los votantes negros para los candidatos republicanos, a medida que los negros se iban incorporando, las organizaciones se adaptaron a sus necesidades inmediatas, adoptando tácticas y estrategias sindicales que habrían sido familiares para cualquier trabajador del Norte.


El trabajo de las Ligas

Las ligas sindicales defendían las reivindicaciones de los trabajadores, con boicots, ralentizaciones del trabajo, confiscación de cosechas cuando se sentían engañados y huelgas contra los propietarios de las plantaciones que obligaban a los trabajadores negros a aceptar contratos deficientes. Un líder del KKK se enfrentó a un boicot por su violencia contra activistas de la Liga. Incluso usaron su poder para obligar a los patronos a utilizar únicamente trabajadores de la Liga. Lucharon por el fin del trabajo en cuadrillas y por el derecho a arrendar tierras, lo que lograron en todo el Sur.

Uno de los objetivos principales de las Ligas era educar a los trabajadores negros sobre sus derechos civiles y laborales, lo que provocó la ira de una superioridad racial profundamente arraigada entre los demócratas blancos. En las zonas urbanas los consejos se reunían regularmente en asambleas masivas. Utilizaron tácticas como las sentadas para protestar y poner fin a la segregación en los tranvías, métodos que no se volverían a utilizar hasta el movimiento de derechos civiles casi cien años después.

Mientras tanto, las legislaturas republicanas radicales, que los votantes negros apoyaron con sus votos, aprobaron reformas progresistas. En algunos Estados, como Carolina del Sur, se aprobaron algunas leyes moderadas de redistribución de tierras. Aumentaron por primera vez los impuestos a los agricultores blancos, abolieron las antiguas leyes contra la usura, que impedían la liquidez del capital, y crearon incentivos para la expansión de los ferrocarriles. Además, por primera vez en la historia de la región, financiaron la educación pública. Esperaban desarrollar un Sur industrial moderno a imagen y semejanza del Norte.

El colapso de la ideología del “trabajo libre” y la unidad de los republicanos radicales -cuya coalición se desmoronaría cuando las fuerzas corruptoras del gran capital tomaran el control de la nación- habrían asfixiado cualquier esperanza del trabajo libre de los ciudadanos de la república estadounidense.

La burguesía del Norte no tenía intención de llevar a cabo una revolución en el Sur, sino sólo de abolir la esclavitud. No transformar las relaciones económicas, sino devolver la productividad a las antiguas plantaciones. Tenían la intención de utilizar su capital para transformar el Sur en una colonia dependiente del Norte, que ya no se basara en el sistema improductivo del trabajo esclavo. A medida que los terratenientes del Sur se despojaban de su orgullo y aprendieran los nuevos ritmos y formas de vida capitalista, los republicanos del Norte pronto descubrirían que estos caballeros tenían muchas cosas útiles que enseñar sobre cómo mantener a raya a los trabajadores.


El declive de la Liga

En 1868, tras las luchas internas entre las facciones, la dirección combativa a nivel local empezó a ser sustituida por moderados provenientes de la jerarquía a nivel estatal. Como resultado, perdió gran parte del entusiasmo de sus partidarios.

Además, en respuesta a la organización de la Liga de la Unión, la clase terrateniente y su Partido Demócrata habían formado sociedades secretas paramilitares, el KKK y la Liga Blanca, para librar una campaña de terror contra la Liga de la Unión y los republicanos del Sur en general. Las tácticas insurreccionales del KKK y las incursiones nocturnas de enmascarados a caballo permitieron al clan operar bajo las narices de las tropas federales ocupantes. Habían desarrollado tácticas de guerrilla insurreccional que habrían sido extremadamente difíciles de contrarrestar sin una intervención militar mucho mayor en la zona.

Mientras que las tácticas del KKK fueron eficaces en las zonas rurales para eliminar la oposición, resultaban más difíciles en los entornos urbanos, donde el conflicto a menudo desembocaba en batallas callejeras armadas entre las fuerzas clandestinas de las dos organizaciones. En muchas ciudades la Liga logró eliminar completamente al Klan.

Sin embargo, en el transcurso del año siguiente, la campaña de terror del KKK se intensificó hasta tal punto que muchas Ligas del Sur comenzaron a ceder bajo la furia de los asesinatos y el terror, organizados por los restos contrarrevolucionarios de la aristocracia terrateniente y su Partido Demócrata. La brutal violencia emprendida contra la Liga y su red organizativa allanó el camino para la victoria final del Partido Demócrata en el Sur.

La posterior elección de Hayes y el Compromiso de 1877 conducirían a una represión general a gran escala del movimiento. Aunque los republicanos negros siguieron siendo elegidos a lo largo de la década de 1890, a principios de la década de 1900 los demócratas habían vuelto al poder en lo que se convirtió en el “Sur duro”, con la ley Jim Crow que privaban del derecho al voto a los negros en todas partes.

Los derechos de arrendamiento y aparcería se habían consolidado en el Sur. Sin embargo, a medida que el capital comenzó a fluir y las relaciones de intercambio de mercado comenzaron a impregnar aspectos de la vida cotidiana, la mayoría de los trabajadores agrícolas negros se encontraron endeudados, una vez más subyugados ante sus patronos acreedores y a la tierra de la que cosechaban los frutos.

Con la disminución del apoyo del Partido Republicano a la Liga en el Sur y el impedimento a los trabajadores negros de obtener el derecho al voto, la fuerza se desplazó hacia el emergente movimiento sindical. En Alabama, donde se ubicaba la Liga más radical, justo cuando se enfrentaba al terrorismo del KKK, surgió la Unión de Trabajadores de Alabama.


Organización sindical

En 1869 quedó claro que la dirección nacional de las Ligas se estaba poniendo del lado de los republicanos conservadores, bloqueando la reforma agraria y las intervenciones federales para garantizar los derechos de los negros. Como resultado de los continuos ataques del KKK, y en respuesta a las tácticas de la Liga, muchas de las Unión de las Ligas comenzaron a disolverse y reformarse en secciones sureñas de la Unión Nacional de Trabajadores de Color (CNLU).

El congreso inaugural de la CNLU se celebró en el Unión League Hall en Washington DC. El programa y las plataformas de la Liga de la Unión y la CNLU son casi indistinguibles. En el congreso fundacional del CNLU, los problemas y las condiciones de los libertos del Sur fueron uno de los temas principales, junto con el eco de las peticiones de redistribución de tierras realizadas por la Unión de las Ligas, algo que la dirección nacional conservadora blanca del CNLU de las Ligas de la Unión nunca lo habían permitido.

Para la CNLU, mantener la intervención federal en el Sur era una necesidad. Incluso Marx, Engels y Weydemeyer se declararon a favor de que el movimiento obrero movilizara su poder político en torno a esta demanda. Los trabajadores negros del Sur reconocieron la necesidad de una mayor intervención federal tanto para garantizar sus recién conquistados derechos civiles frente al terrorismo del KKK como para llevar a cabo la reforma agraria.

Las legislaturas republicanas radicales a nivel estatal reconocieron la necesidad de la industrialización para transformar la economía del Sur desde sus atrasadas relaciones sociales semifeudales. Se necesitaban grandes inversiones de capital del Norte. Pero, sin la protección federal, los capitalistas habrían temido perder sus inversiones debido a posibles demandas de recuperación. Del mismo modo, las legislaturas estatales republicanas radicales se vieron incapaces de conceder a muchos agricultores blancos pobres alivio de impuestos y otras cargas, ya que los nuevos gobiernos estatales habían heredado la deuda de guerra confederada.

Sin reformas a nivel federal y sin el apoyo político más amplio de la clase obrera, lo que podía suceder a nivel local era extremadamente limitado, mientras que los proletarios negros se enfrentaban a una insurrección reaccionaria cada vez más violenta y generalizada.

Conscientes de que sus esperanzas y aspiraciones de liberación se verían frustradas, los trabajadores negros reconocieron que su futuro estaba en el movimiento obrero. La Unión Nacional de Trabajadores de Color celebró su primer congreso en 1869. Se había escindido de la Unión Nacional de Trabajadores (NLU) cuando esta última se negó a que un delegado negro se sentara a la mesa. Los prejuicios de los trabajadores blancos fueron alimentados por décadas de miedo a perder el empleo. La inestabilidad del capitalismo en ese momento hizo que el desempleo fuera un riesgo constante, por lo que los blancos que ya tenían trabajo, en profesiones calificadas, tendieron a adoptar una actitud de exclusión. En realidad, sus métodos permitieron a los burgueses bajar los salarios de todos los trabajadores.

La CNLU apoyó la necesidad de organizar los sindicatos sobre una base territorial e identificaba a los sindicatos como sinónimo de sindicatos de trabajadores calificados blancos, que utilizaban sus privilegios para rechazar a los negros. En contraste con la exclusión racial de los sindicatos oficiales, los sindicatos de la CNLU no discriminaban por motivos de raza y estaban abiertos a todos los trabajadores.


FIN DEL INFORME DE LA REUNIÓN DE ENERO