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Antecedentes
Como en muchos países del actual mundo capitalista, aunque con sus especificidades, en Venezuela la burguesía y su régimen democrático cumple con procesos electorales para la elección de presidentes, gobernadores, alcaldes y diputados. En Venezuela es admitida la reelección indefinida y existe también la figura del referéndum revocatorio que permite validar, a mediados de su gestión, si el mandatario nacional continúa o no en el cargo. La constitución nacional de 1999 estableció la “coexistencia” de cinco poderes, uno de los cuales es el Poder Electoral, representado por el Consejo Nacional Electoral (CNE).
Durante la década del 90 del siglo XX estalló la crisis del modelo bipartidista, a través del cual la burguesía había resuelto el control político de las masas. Los partidos tradicionales, dentro de un contexto de crisis económica y social, perdieron su capacidad para capitalizar el descontento de las masas y mantenerlas sometidas al capital. En este contexto surgió el chavismo como un movimiento burgués, de discurso izquierdoso y populista, que logró resolver el problema de gobernabilidad que atravesaba la burguesía, desplazando a los viejos partidos y captando su base social electoral. Con una amplia popularidad el chavismo se convirtió en el administrador ideal de los intereses de la burguesía, fortaleciendo y ampliando las ganancias capitalistas, aumentando la tasa de explotación de los trabajadores, destruyendo y controlando las diferentes organizaciones de masas y específicamente las sindicales, asegurando la paz social requerida por los negocios nacionales y trasnacionales, principalmente vinculados a la renta petrolera.
El programa del chavismo, que se autoproclamó “socialista” y sumó el apoyo de diferentes movimientos y partidos de la izquierda oportunista, tanto parlamentarista como “guerrillerista”, fue plenamente capitalista, como el de sus opositores, con altas dosis de populismo y el tradicional fenómeno de la corrupción. Aunque se proclamó como “socialista”, el chavismo planteó desde el comienzo la defensa de la propiedad privada y del mercado, la lucha contra el latifundio (léase crecimiento del capitalismo agroindustrial en el campo), acompañado de la demagógica oferta de la “democratización del capital” (léase redistribución del control monopólico de los medios de producción), la defensa de la economía nacional (léase apoyo al empresariado local no monopólico frente a la penetración del capital trasnacional), bajo un esquema similar al “New Deal” con el que Roosevelt enfrentó la gran depresión de EEUU, apoyándose, entre otras estrategias, en las llamadas “Misiones” y “Grandes Misiones”, enfocadas en el uso de la renta petrolera para estimular la demanda de mercancías. Sin embargo el chavismo planteó la tesis del mundo “multipolar”, en base al cual adelantó alianzas con China, Rusia, Cuba, países del mundo árabe, etc., pese a estar en el “patio trasero” de Estados Unidos. Y en correspondencia con esto el chavismo se integró al Foro de Sao Paulo, organismo donde confluye la izquierda oportunista internacional, y fomentó el resquebrajamiento de la influencia norteamericana en Centro y Suramérica, propiciando la agudización de las contradicciones interimperialistas en el continente americano.
El modelo político impulsado por el chavismo le dio apertura a múltiples eventos electorales, en el marco de la llamada “democracia protagónica y participativa”, que apartaban, más que en el pasado, a los trabajadores de la lucha de clases y que ponían a la clase obrera a levantar las banderas reaccionarias de la patria, la soberanía y la defensa de la economía nacional, que se enarbolaban de manera demagógica, dados los enormes compromisos con corporaciones trasnacionales. En este contexto el chavismo ganó la mayoría de las elecciones presidenciales, parlamentarias y regionales durante unos 20 años. Sin embargo, ya desde el 2012, cuando Hugo Chávez ganó las elecciones presidenciales por un bajo margen para luego morir de cáncer, el chavismo comenzó a mostrar un desgaste político y en cada proceso electoral ganaba con mayor dificultad, pese al amplio uso de los recursos de las instituciones del Estado y la intervención tanto de los partidos del frente pro-gobierno – para evitar que abandonaran sus filas y le restaran votos – como a varios partidos de oposición – para también controlar a parte de la oposición a su conveniencia.
Al arribar el 2024 el chavismo ya presentaba un gran rechazo de la población, incluidas sus propias bases sociales. Y aunque ninguno de los candidatos opositores lograba capturar las simpatías de las masas, el descontento terminó siendo canalizado por el candidato que contaba con mayor respaldo económico y publicitario, y creando las expectativas de un cambio de los grupos burgueses en el control del gobierno.
Durante todo este período los trabajadores han sido apartados de la lucha de clase y de sus verdaderas reivindicaciones a través de la droga del electoralismo, el legalismo y el parlamentarismo. A esto se han sumado incluso sectores de la izquierda estalinista y trotskista, que han defendido en todo momento “la institución del voto” y promovido un plan de reformas nacionalistas que implementaría un supuesto “gobierno obrero”, tan capitalista como los demás.
El sistema electoral ha sido automatizado y cuenta con múltiples pasos de verificación, y se ha promocionado como un sistema blindado ante intentos de fraude. En esto coinciden tanto los partidos que apoyan al gobierno como los partidos que apoyan a los candidatos de la oposición.
Con las más altas reservas de petróleo y gas, luego de un proceso de caída de la producción, Venezuela ya se ubica en el 2024 en el sexto lugar entre los principales proveedores de petróleo de Estados Unidos y es de esperar que la lucha por el control del gobierno en Venezuela esté asociada a las estrategias de control de esta materia prima energética, objeto de confrontaciones interimperialistas. De esta manera, las confrontaciones electorales y no electorales entre los grupos políticos y empresariales locales por el control del gobierno y de la renta petrolera, se inscriben dentro de los choques interimperialistas, que ven en Venezuela y sus riquezas naturales y ubicación geográfica, ventajas estratégicas que requieren colocar a su favor. No se vive en Venezuela una confrontación entre capitalismo y socialismo, como se quiere presentar en medios y redes sociales como una matriz de opinión dominante, sino una confrontación entre capitalistas, confrontación ante la cual la clase obrera debe mantener su independencia, con su propio programa y su propio norte histórico. Con las sanciones impuestas por Estados Unidos a Venezuela se estableció un modelo de alta rentabilidad tanto para las trasnacionales como para las mafias asociadas al gobierno local, dado que el petróleo venezolano se vende a bajos precios en el mercado negro, abriéndose espacios para diferentes esquemas de negocio que hacen fluir los capitales hacia redes de corrupción y abultan las ganancias de consorcios internacionales.
La burguesía activa el mecanismo del voto y diferentes
fracciones se disputan el control del gobierno
El 28 de julio se cumplió el proceso de votación para la elección del nuevo presidente. En la madrugada del 29 el CNE anunció el triunfo electoral y consecuente reelección de Nicolás Maduro como presidente, para gobernar hasta el 2031. El mismo 29 el CNE proclamó a Maduro como nuevo presidente, sin haberse realizado la contabilización de todos los votos y sin presentar el soporte de las actas de cada centro de votación. De inmediato el principal candidato opositor denunció un fraude y no reconoció los resultados, iniciándose protestas de calle, en parte espontaneas y en parte articuladas con la delincuencia lumpen pagada por algunos partidos. En el plano internacional rápidamente se presentaron los pronunciamientos de gobiernos reconociendo o cuestionando el resultado electoral anunciado, que se convirtió en terreno de confrontación interimperialista. El 2 de agosto el CNE divulgó su segundo Boletín, con el 96,87% de las actas de votación, donde ratificó la victoria del candidato Nicolás Maduro. Pero hasta ese momento el CNE seguía sin presentar los resultados por estado y por centro electoral y el correspondiente respaldo de las actas de votación.
Maduro y el grupo de partidos, mafias y trasnacionales que lo respaldan, continuarán administrando los intereses de la burguesía y el imperialismo y continuarán facilitando la sobre-explotación de los trabajadores asalariados. De alguna manera el triunfo de Maduro expresa el consenso de intereses trasnacionales, en primera instancia los intereses norteamericanos, aunque esto parezca contradictorio por los anuncios de sanciones por parte de EEUU. Pero cualquiera de los otros 9 candidatos, de haber sido ganadores, igual representarían los mismos intereses. Es más, si le hubieran permitido a movimientos y partidos como los estalinistas (partido “comunista” de Venezuela) y los trotskistas presentar un “candidato obrero” o un “candidato verdaderamente chavista”, igual habrían asumido el programa burgués y habrían protegido los negocios del gran capital. La democracia es la forma de gobierno de la burguesía, que pone a los explotados a elegir a los representantes de los explotadores en las instituciones públicas, basados en la ilusión de que el Estado (que es burgués) y las leyes (también burguesas) representan a todos por igual. El proletariado tiene el reto de romper con estas ilusiones y con las manipulaciones de los diferentes politiqueros que los llevan a depositar las esperanzas de que su situación cambiará y mejorará, eligiendo a nuevos presidentes, o gobernadores o parlamentarios. El proletariado no encontrará una salida a la explotación capitalista a través del voto.
El mantenimiento del chavismo en el control del gobierno implica ahora un uso más notorio de la represión y es de esperar que siga avanzando la pérdida de su base social y que esto se refleje en las próximas elecciones regionales y parlamentarias. Lo importante es que el proletariado, a través de sus organizaciones económicas sindicales, logre romper con el electoralismo, logre asumir su independencia de clase y avance en su unidad de acción en sus luchas reivindicativas.
Por otro lado el gobierno venezolano tendrá que manejar el clima internacional, donde en principio un grupo de países tiende a desconocer los resultados electorales. Sin embargo, más temprano que tarde, Europa y EEUU acabarán reconociendo la legitimidad del gobierno venezolano, ya que hay muchos negocios y alineamientos geopolíticos en juego. El ruido del fraude tenderá a ser solo eso, ruido que se irá disipando para evitar interferencias a los negocios petroleros y de gas de compañías estadounidenses y europeas, como Chevron, Eni y Repsol, pero también de China y de los países agrupados en los BRICS, que ya cuentan con el soporte del chavismo en el gobierno venezolano. El “aislamiento internacional” no llegará al punto de paralizar los negocios y solo dará paso a múltiples negociaciones, más secretas que públicas, ya que ninguna trasnacional se querrá quedar sin un pedazo de la torta del petróleo, el gas y otras riquezas disponibles en Venezuela. Estados Unidos, que visualiza a Venezuela como parte de sus estrategias de control del mercado petrolero, sabe que debe manejar gradualmente su presión al gobierno venezolano, ya que las relaciones de éste con el grupo de los BRICS se fortalecerían y serían un contrapeso a sus pretensiones imperialistas. Una declinación de los chavistas para entregar el gobierno a los opositores no pareciera viable, dado que chocaría con los intereses del bloque imperialista liderado por China, adversario del bloque imperialista liderado por Estados Unidos.
Los gobiernos de Brasil, Colombia y México lideran negociaciones con el gobierno venezolano y el gobierno norteamericano ha manifestado su aprobación a estas gestiones, lo cual confirma la disposición a un acuerdo conciliatorio que no enturbie los negocios, incluso si ese acuerdo contempla un escenario de repetición de las elecciones presidenciales.
La
denuncia de fraude electoral lleva la confrontación inter-burguesa a
las calles
Luego de cumplirse las elecciones, los partidos pro-gobierno y los partidos pro-oposición, insistieron en mantener a los trabajadores apartados de sus luchas reivindicativas, llevándolos al choque entre los que respaldaron la victoria electoral de Maduro y los que denunciaban un fraude electoral que impidió el triunfo al más fuerte de los candidatos opositores. La clase obrera no se debe dejar manipular por estas fracciones de politiqueros de la burguesía. La lucha verdaderamente planteada es una lucha de clases, la lucha entre el proletariado y la burguesía. Los trabajadores deben unirse, organizarse y luchar, de manera independiente, por sus reivindicaciones económicas y sociales.
Mientras organismos internacionales y partidos de oposición venezolanos exigían la presentación de las actas de votación que permitan verificar los resultados electorales, el gobierno activó de inmediato la represión de las manifestaciones, usando tanto a los cuerpos militares y policiales, como a los llamados “colectivos”, compuestos por estratos de lumpen y delincuentes, levantando la bandera del enfrentamiento al terrorismo y al fascismo. Inmediatamente surgieron las estadísticas de muertos, heridos y detenidos. Y el paso siguiente fue la persecución y detención de dirigentes de los partidos opositores acusados de pagar a delincuentes para incorporarlos a un plan de violencia en las calles. Ambos frentes de la burguesía en pugna, reclutaron a delincuentes para sumarlos a esta confrontación. La agenda contra el terrorismo le permitió al gobierno “huir hacia adelante” y ganar tiempo mientras resolvía como demostrar que los resultados electorales eran “confiables”. En este contexto el presidente y candidato, Nicolás Maduro, introdujo un recurso ante la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia, para que se verificara los resultados electorales, tratando de tomar la iniciativa política ante el silencio prolongado del CNE, las movilizaciones de calle convocadas por la oposición y la presión de los organismos internacionales y gobiernos que solicitaron la presentación de las actas de votación. Una semana después de la realización de las elecciones, ni los opositores habían presentado pruebas del fraude, ni el CNE había presentado pruebas del triunfo de Nicolás Maduro. Quedaba en los medios de comunicación y las redes sociales la confrontación entre la matriz de opinión que indicaba que el gobierno había cometido un fraude electoral y la matriz de opinión que planteaba que la oposición, con apoyo extranjero, había impulsado un golpe de Estado y un plan terrorista que había sido abortado por el gobierno. Y en esa pugna mediática quedaba sometida toda posibilidad de respuesta política independiente de la clase obrera.
“No al fraude. Exigimos respeto a la voluntad del pueblo expresada con su voto” fue la consigna del oportunismo trotskista, quedando claro su compromiso con la democracia burguesa y con el interclasismo. Y el estalinismo (partido “comunista” de Venezuela) realizó un llamado a “la constitución de un frente democrático-popular para la defensa de la Constitución y la soberanía”. De esta manera los oportunistas, que pretenden presentarse como la “izquierda” que adversa a la derecha, realmente confluyen con todos los agentes de la burguesía que promueven la defensa de la democracia, el parlamentarismo y la Constitución. Las consignas contra el fraude y en defensa del derecho al voto le permiten a la burguesía mantener a los trabajadores apartados de sus luchas reivindicativas, de la lucha de clase y de la vía revolucionaria anti-capitalista.
Para fortalecer su aparato represivo el gobierno anunció que habilitaría y acondicionaría dos cárceles donde serán concentrados todos los detenidos en las protestas y que sean asociados con “planes terroristas”. Ya la acción militar y policial ha dado como resultado más de 2.000 detenidos que irán a parar a estas cárceles. Voceros del chavismo han denunciado que los planes desestabilizadores de la derecha contemplan paros y huelgas, con lo cual sientan las bases para reprimir las luchas obreras, presentándolas como parte de planes terroristas. Todo este aparato represivo, que hoy se usa contra las masas arrastradas por las fracciones burguesas opositoras que buscan controlar el gobierno, es un aparato realmente preparado para enfrentar con la violencia del Estado burgués al proletariado, cuando los asalariados recuperen su independencia de clase y se unan en la movilización y en la huelga contra la explotación capitalista.
Nada
nuevo bajo el sol
El nuevo gobierno mantendrá a los asalariados agobiados por los bajos salarios, el desempleo y las malas condiciones sanitarias y de servicios públicos. El gobierno, los partidos pro-gobierno y pro-oposición y las camarillas de sindicaleros, mantendrán el bombardeo mediático, apartando a los trabajadores de la comprensión de las causas de la crisis económica y social y de los intereses de clase y geopolíticos que están en juego.
Las camarillas de payasos sindicaleros llamaron a votar por los diferentes candidatos presidenciales, pro-gobierno o pro-oposición. Con este accionar los sindicatos del régimen mostraron de nuevo su faceta como sostenedores del régimen capitalista y como aliados de los patronos.
La
única salida a la crisis surgirá de la movilización y la huelga de
los trabajadores, desligada del electoralismo y el parlamentarismo
El nuevo presidente dirigirá un gobierno que seguirá administrando los intereses de la burguesía y el imperialismo, que asumirá la defensa de la economía nacional, la cacareada reactivación económica, que solo son posibles a base de bajos salarios, de intensas jornadas de trabajo, de condiciones de trabajo inseguras, de servicios de salud y servicios públicos en general incompetentes. El nuevo gobierno continuará depositando sobre los trabajadores el peso de la crisis y los anuncios de crecimiento económico, serán acompañados del hambre, la miseria y el desempleo de las mayorías.
Considerando que en estos momentos una familia de 5 integrantes requiere por lo menos el equivalente a 1.200 dólares mensuales para acceder a todos los bienes y servicios de primera necesidad, los trabajadores deben unirse y retomar la huelga, sin preaviso, sin servicios mínimos e indefinida, para plantear la exigencia de un aumento significativo de salarios, pensiones y jubilaciones y condiciones y medio ambiente seguro en los puestos de trabajo, además de otras reivindicaciones. Para esto los trabajadores tendrán que pasar por encima de las directivas sindicales traidoras, de las centrales y federaciones sindicales que los mantienen divididos y desmovilizados. Se requiere que al calor de la lucha surjan verdaderos sindicatos de clase. Y en ese camino es importante impulsar las asambleas de trabajadores, la organización de base, por empresas y centros de trabajo, pero principalmente los trabajadores deben organizarse localmente, integrándose fuera de las empresas los trabajadores activos, jubilados y desempleados y formando una red regional y nacional. Toda esta organización de base debe confluir en un Frente Único Sindical de Clase, donde los trabajadores se unan sin importar a que sindicato se encuentren afiliados y sin importar sus preferencias políticas o partidistas o su nacionalidad u oficio. Mientras los partidos oportunistas y los sindicaleros llaman a los trabajadores a unirse en defensa de la patria y de la economía nacional, este Frente Único Sindical debe promover la unidad por la conquista de un aumento de salarios, pensiones y jubilaciones y por el pago de un salario completo a los desempleados. Mientras los oportunistas y los sindicaleros promueven la unidad entre explotados y explotadores, este Frente debe promover la unidad de la clase obrera contra sus explotadores nacionales o trasnacionales, públicos o privados, estatales o trasnacionales.
Todas estas tragedias que sufren los trabajadores asalariados y las masas oprimidas, derivadas de la explotación capitalista, sólo podrán superarse mediante el derrocamiento del capitalismo y su reemplazo por una sociedad comunista. El comunismo pondrá fin al régimen de sobreproducción demencial, de despilfarro y de amenazas perpetuas a la ecología del planeta.
El
comunismo acabará con la pobreza y la guerra. Pero esto nunca podrá
lograrse en la democracia, con el voto y el parlamentarismo. Sólo
puede lograrse mediante la toma del poder por la única fuerza que
puede transformar la sociedad: la clase trabajadora, encabezada por
el Partido Comunista Internacional. La toma del poder político y la
instauración de la Dictadura del Proletariado es el objetivo
inmediato que debe asumir el movimiento obrero en todo el mundo, en
oposición a la democracia burguesa… y todas las luchas
reivindicativas de hoy deberán confluir en esta dirección.
Una sombra acecha a Kenia. El gobierno del presidente William Ruto – un fiel servidor del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial – está tratando de imponer altos impuestos a las masas trabajadoras. La protesta se extendió rápidamente con manifestaciones en muchas ciudades en las que participaron jóvenes proletarios, que se han opuesto al gobierno con determinación radical. Los trabajadores kenianos están convocando ahora una huelga general.
El presidente Ruto llamó al ejército después que una formidable masa humana, inundara las calles para oponerse a sus severas medidas de austeridad. En un discurso televisado, Ruto calificó a los manifestantes de "traidores" y "criminales peligrosos", y prometió tratar cualquier amenaza como un peligro de primer orden para la República.
Los manifestantes descontentos por el proyecto de ley de finanzas, rodearon el edificio del Parlamento en Nairobi el martes 25 de junio, en un intento por paralizar la economía y obligar a Ruto a abandonar su plan de imponer más de 2.000 millones de dólares en nuevos impuestos a los trabajadores y a los pobres de las zonas rurales.
El proyecto de ley llega tras un período de inestabilidad económica en el que Kenia, un país de pobreza no tan alta, en comparación con otros de esa zona geográfica en la que se encuentra, ha estado al borde del abismo financiero. Una venta de bonos por 1.500 millones de dólares en febrero, salvó temporalmente al gobierno, permitiéndole pagar otra cuota de deuda que vencía.
La situación de Kenia se ha vuelto tan grave que se está acumulando nueva deuda para pagar deudas antiguas a tasas de interés cada vez más altas. El 30% del presupuesto gubernamental se gasta en el servicio de la deuda. El FMI y el Banco Mundial entran en juego, con su "ayuda" en forma de préstamos, aparentemente para auxiliar a Kenia en el pago de sus acreedores parásitos. Pero el truco es que estas deudas deben pagarse tratando a los proletarios kenianos como vacas lecheras.
Siguiendo los dictados del FMI, el Parlamento propuso el Proyecto de Ley de Finanzas 2024, un paquete de brutales medidas de austeridad que desató protestas. El proyecto de ley pretende recaudar 2.700 millones de dólares en impuestos adicionales, para reducir el déficit presupuestario del 5,7% del PIB al 3,3%, con vistas a pagar la deuda pública de Kenia, que equivale al 68% del PIB. Ante los desafíos económicos y la incertidumbre sobre el acceso a los mercados de capital, Kenia recurrió al FMI, que pidió al gobierno que aumentara los ingresos para obtener más financiamiento. El proyecto de ley prevé impuestos indirectos sobre productos de primera necesidad como el pan, el aceite vegetal y el azúcar, es decir, los artículos de primera necesidad del segmento más pobre de la población. Lo más exasperante es la introducción de "impuestos ecológicos", que incluyen un "impuesto ecológico" sobre pañales sanitarios y toallas sanitarias, una burla cínica que ha provocado indignación entre las jóvenes kenianas. Además, la medida prevé un aumento de los impuestos sobre las transacciones financieras.
Ante estos nuevos impuestos que ponen aún más presión sobre sus ya magras finanzas, los trabajadores kenianos han salido a las calles. Las redes sociales rápidamente se convirtieron en una plataforma para compartir sus sentimientos de ira y coordinar acciones de protestas. Sin un líder central ni un partido capaz de liderar la protesta, los jóvenes de todo el país se levantaron por puro instinto de clase. Una práctica sin teoría, y naturalmente espontánea. El gobierno respondió con violencia policial que hizo un uso extensivo de armas de fuego contra los jóvenes proletarios en rebelión, hasta el punto de que al menos 20 de ellos murieron y varios cientos resultaron heridos. Muchos de ellos cayeron el martes 25 de junio durante el ataque al edificio del Parlamento, que fue devastado e incendiado. A esto se suma el fuerte clima de intimidación por parte de la policía y el cierre de Internet y la detención de cientos de personas en las últimas semanas en un intento de aplastar el movimiento. Ruto y sus secuaces secuestraron a varios blogueros, activistas y personas influyentes en las redes sociales, con la esperanza de intimidar a los manifestantes, pero con poco éxito.
Lo que comenzó como pequeñas protestas en Nairobi el martes pasado, se convirtió en un movimiento a nivel nacional el miércoles, cuando las manifestaciones se extendieron a las principales ciudades y a muchos pueblos más pequeños tras la segunda lectura del proyecto de ley de finanzas. El día terminó trágicamente con el asesinato policial de otro manifestante de 29 años, lo que alimentó los llamados a un cierre nacional el miércoles. Los ciudadanos ahora están convocando una huelga general, así como manifestaciones planificadas y posibles acciones espontáneas.
Inicialmente, el gobierno respondió con represión, desplegando cañones de agua, gases lacrimógenos y arrestando a cientos de personas. Sin embargo, estas tácticas no lograron reprimir a las masas. El número de protestas creció a lo largo de la noche, a pesar de la violencia policial. Circularon vídeos que mostraban a los presos cantando en sus celdas. Muchos lemas expresaban un profundo odio hacia la élite gobernante. Los carteles decían: "¡Ruto es un ladrón!". “¡Ruto debe irse!” "¡Despierta que nos están robando!". Las masas son plenamente conscientes del hecho de que Kenia es el eje de los intereses estratégicos del imperialismo estadounidense en África Oriental y que sus líderes son meros títeres del imperialismo y agentes del capital.
La mayoría de los kenianos son increíblemente jóvenes y esta energía juvenil es la fuerza impulsora detrás de las protestas. Incluso si esta generación no tiene recuerdos directos de la austeridad impuesta por el FMI en los años 1980 y 1990, existe un sentimiento palpable de impedir que se repita el mismo guion de austeridad a expensas de la clase trabajadora.
El FMI es un dragón que acumula su tesoro de sangre y que llama al capital internacional a apresurarse cuando ha elegido una nueva víctima. Este procedimiento es muy conocido. Se podrían recordar muchos casos de países de América Latina, África del Norte, África Subsahariana, etc.
Al principio, muchos parlamentarios arrogantes desestimaron las protestas, lo que les valió el sobrenombre de "MPigs". Un legislador incluso afirmó, que las imágenes de las manifestaciones que circulaban en las redes sociales eran sólo creaciones de Photoshop.
A medida que cundía el pánico, el gobierno intentó hacer concesiones introduciendo una serie de enmiendas. Eliminó los impuestos sobre el pan y el aceite vegetal y aseguró al público que los "ecoimpuestos" se aplicarían sólo a los productos terminados importados con el pretexto de que el país produce muchos de estos productos por sí mismo. Pero fue demasiado poco y demasiado tarde.
Las masas que salieron a las calles, habiendo comprendido el alcance potencial de su fuerza, ahora tienen más confianza que nunca. Tanto la represión como las concesiones sólo sirvieron para impulsar aún más el movimiento.
Las tácticas del gobierno han sido inútiles contra los jóvenes manifestantes que tienen poco o nada que perder. Los políticos kenianos habían dado por sentado que los jóvenes eran apáticos y no estaban dispuestos a movilizarse y la literatura pobre los describía como individualistas y egoístas después del colapso de las redes de solidaridad, un legado de las relaciones en Kenia que aún no había conocido el capitalismo. Esta narrativa de conveniencia se mantuvo viva gracias al hecho de que las jóvenes generaciones de proletarios se mantuvieron alejadas de los gastados “ritos” de la democracia parlamentaria. Por ejemplo, en las elecciones de 2022, las que llevaron a Ruto al poder, menos del 40% de los votantes registrados eran jóvenes, a pesar de que la edad media en Kenia era inferior a 20 años y el 65% de la población tenía menos de 35 años.
Estas vibrantes acciones de la joven clase trabajadora keniana, aunque quizás carezcan de la educación revolucionaria de generaciones pasadas, hacen eco del espíritu descrito en su época por Lenin: "Pero, huelga decirlo, las masas aprenden de la vida y no de los libros, y por lo tanto ciertos individuos o grupos constantemente exageran, elevan a una teoría unilateral, a un sistema táctico unilateral, ora una, ora otra característica del desarrollo capitalista, ora una, ora otra "lección" de este desarrollo".
Esta “interacción de todas las clases” se manifiesta cuando la clase trabajadora keniana se levanta contra un Goliat moderno. Sin embargo, los trabajadores conscientes siempre tendrán una colina contra la cual luchar. Marx afirma en “Ideología alemana” que: «Las ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes: es decir, la clase que es la fuerza material dominante de la sociedad es al mismo tiempo su fuerza intelectual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios de producción material, en consecuencia, también controla los medios de producción mental, de modo que las ideas de aquellos que no tienen los medios de producción mental están en general sujetas a ella... por ejemplo, durante el período en que dominaba la aristocracia, dominaban los conceptos de lealtad al honor, etc., durante el dominio de la burguesía los conceptos de libertad, igualdad, etc.».
La clase dominante ha cometido un error fatal al confundir desapego con apatía. Con una tasa de desempleo que alcanza el 35% entre las personas de 18 a 35 años, muchos jóvenes kenianos tienen pocas esperanzas para el futuro. El mensaje de los manifestantes kenianos es claro: con poco que perder, se dan cuenta de que tienen todo un mundo que conquistar.
El año pasado, Raila Odinga, un influyente oligarca keniano, reprimió la oposición masiva a Ruto por el proyecto de ley de finanzas para el año anterior, 2023, cuando el movimiento corría el riesgo de cruzarse con llamados a huelgas de los funcionarios públicos. Odinga pertenece al 0,1% más rico de la población de Kenia, que posee más riqueza que el 99,9% restante (más de 48 millones de kenianos). El gobierno afirma que las nuevas medidas fiscales son necesarias para financiar programas de desarrollo y reducir la deuda pública. Sin embargo, en todo el país, cientos de miles de docentes y trabajadores de la salud, que se han declarado en huelga repetidamente durante los últimos cinco años contra los bajos salarios y los contratos laborales precarios, expresan su claro desacuerdo.
Nuestro partido ya habló de las huelgas de los trabajadores sanitarios kenianos del año 2012 en el número 352 de "Il Partito Comunista" «La lucha general convocada por el sindicato Kenya Health Professionals Society, que comenzó el domingo 1 de marzo, ya para el martes había sido sido boicoteada por la categoría de asociaciones. Quienes tras recibir el requerimiento judicial de reanudar el trabajo, en una reunión interna de la dirección sindical, deciden poner fin a la huelga en espera de una convocatoria del Gobierno. Pero los trabajadores del Moi Hospital Universitario, inmediatamente se lanzaron a la lucha y marcharon por las calles de la ciudad protestando contra las malas condiciones laborales y por la aplicación del acuerdo. Poco a poco todos los trabajadores de los demás hospitales de la ciudad se confraternizan y continúan la lucha. La huelga se extiende a la provincia costera y nuevamente a todo el país, fuera del control sindical. Los trabajadores, en su mayoría mujeres, denuncian la traición de la dirección sindical. Estas son sus declaraciones directas: “No fuimos consultados ni se puso ningún tema sobre la mesa: sólo sabían hacer promesas. No volvamos sin la seguridad de comer en la mesa. Ni siquiera creemos que el acuerdo exista realmente; Las negociaciones no nos sirvieron de nada y nos sentimos engañados. Por eso continuaremos con la huelga hasta que se satisfagan todas nuestras demandas. No queremos más promesas, queremos resultados inmediatos y tangibles".
Estos días, en el puerto de Mombasa, seis mil trabajadores podrían bloquear los planes de privatización de Ruto, llevando a la región a un punto muerto. Miles de trabajadores de la aviación, incluidos los de Kenya Airways, podrían bloquear el espacio aéreo de Kenia. Millones de trabajadores del té, el café y otros sectores agrícolas en las zonas rurales podrían paralizar el campo en un país donde el 60% de los ingresos proviene del sector agrícola.
A pesar del movimiento en curso, los sindicatos se están convirtiendo en el principal freno para que los trabajadores se unan con sus demandas a las protestas contra la austeridad. Los sindicatos se niegan a movilizar a los decenas de miles de trabajadores empleados en los sectores manufacturero, alimentario, químico, del plástico y metalúrgico de la zona industrial de Nairobi. La Organización Central de Sindicatos (COTU), que está formada por 36 sindicatos y representa a más de 1,5 millones de trabajadores, tiene un historial de huelgas, protestas y represión, incluida la de 4.000 médicos a principios de este año.
Francis Atwoli, secretario general del COTU, defendió la ley de finanzas diciendo que "en todas partes se cobran impuestos a la gente y, de hecho, si pagamos impuestos y el dinero se utiliza correctamente, evitaremos la deuda".
La actitud de “¡Que coman pastel!” de los supuestos representantes de los trabajadores hacia el gobierno no podría ser más apropiada.
El presidente Ruto se está preparando para imponer nuevas medidas de estado policial, como el Proyecto de Ley de Asamblea y Manifestación de 2024, que limita dónde pueden tener lugar las protestas e impone multas draconianas por "violaciones" de hasta 770 dólares, equivalente a medio salario medio anual.
Sin embargo, tras las manifestaciones de la semana pasada, el gobierno ha suavizado su postura y Ruto ha respaldado recomendaciones para eliminar algunos impuestos nuevos, incluidos la propiedad de automóviles, el pan y el impuesto ecológico sobre los bienes producidos localmente. El Ministerio de Finanzas dijo que tales concesiones generarían un agujero de 200 mil millones de chelines kenianos (1,56 mil millones de dólares) en el presupuesto 2024/25 y requerirían recortes de gastos.
Los manifestantes y los partidos de oposición han dicho que las concesiones son insuficientes y quieren que se abandone el proyecto de ley. Ante esto el gobierno burgués está empezando a escuchar el reciente revuelo nacional, con la misma ligereza como cuando mató a los trabajadores.
“Después de reflexionar sobre la conversación en curso, sobre el contenido del Proyecto de Ley de Finanzas de 2024 y después de escuchar atentamente al pueblo de Kenia, que ha declarado en voz alta que no quiere tener nada que ver con este Proyecto de Ley de Finanzas de 2024, admito que no firmaré el proyecto de ley de presupuesto 2024", dijo el presidente Ruto durante un discurso televisado el miércoles. "La gente ha hablado", dijo Ruto. "Tras la aprobación del proyecto de ley, el país ha experimentado una expresión generalizada de insatisfacción con el proyecto de ley cuando fue aprobado, lo que desafortunadamente resultó en la pérdida de vidas, la destrucción de bienes y la profanación de las instituciones constitucionales".
Este paso atrás se produce después de que Ruto respaldara una controvertida reforma fiscal frente a la oposición pública. Sin embargo, Rotu parece haber olvidado, o al menos no haber reconocido, que esto se produce después de que las protestas masivas se tornaran violentas el día anterior, provocando 23 muertes.
Ahora los ojos del mundo están puestos en Kenia, donde la lucha entre la clase trabajadora y la élite burguesa gobernante se desarrolla en tiempo real. A medida que crece el fervor revolucionario, los trabajadores kenianos, especialmente los jóvenes, se encuentran en una coyuntura crítica. El mensaje de las calles es claro: sin nada que perder, están listos para luchar por un futuro libre de las cadenas de la austeridad y la deuda.
La batalla por el futuro de Kenia está lejos de terminar y, a medida que se
desarrolle la historia, el coraje y la determinación de sus trabajadores sin
duda inspirarán movimientos proletarios en otras partes del mundo. El espectro
que acecha a Kenia es un claro llamamiento a la clase trabajadora internacional.
Los proletarios no tienen nada que perder excepto sus cadenas; Tienen un mundo
que conquistar.
Kenia: aquí ahora
Kenia hoy representa uno de los países más avanzados en desarrollo capitalista en África. Tras la crisis financiera mundial de 2008, en la que el crecimiento del PIB de Kenia cayó al 1,6%, el país ha experimentado una sólida recuperación económica, con un crecimiento anual promedio del PIB del 5,4% entre 2015 y 2023. La inflación, que aumentó al 14% en 2011, se ha estabilizado en los últimos años, con un promedio de alrededor del 6% en 2023. Esta relativa estabilidad se debe a factores nacionales e internacionales.
La economía exportadora de Kenia se centra en la producción agrícola. En 2023, los principales artículos de exportación eran el té (19%), los productos agrícolas (18%), los productos manufacturados (16%) y el café (5%). El valor de las exportaciones de té, un pilar tradicional, sigue creciendo, aunque a un ritmo moderado del 12% anual. Además, el aumento de las exportaciones de flores y productos frescos ha fortalecido el sector agrícola, contribuyendo a la resiliencia y el desarrollo económico de Kenia.
El enfoque del gobierno de Kenia en el desarrollo de infraestructuras, tecnología y energía renovable, también ha impulsado el crecimiento económico. Las inversiones en el ferrocarril de ancho estándar y la ampliación del puerto de Mombasa, han mejorado la eficiencia logística y comercial. Al mismo tiempo, el próspero centro tecnológico de Nairobi, apodado "Silicon Savannah", ha posicionado a Kenia como líder en innovación digital en África.
Las iniciativas de desarrollo chinas, particularmente en el marco de Belt and Road Initiative, han tenido un profundo impacto en la infraestructura de Kenia. Entre los proyectos más importantes se encuentra la construcción del ferrocarril de ancho estándar, que unirá Nairobi con la ciudad portuaria de Mombasa, mejorando significativamente la eficiencia del comercio. Además, las empresas chinas están desarrollando redes de carreteras y proyectos energéticos críticos, proporcionando capital y experiencia muy necesarios para impulsar el progreso de la infraestructura de Kenia.
Estados Unidos también ha sido un socio clave en el desarrollo de Kenia. El Capital estadounidense ha contribuido a varios sectores, incluidos la salud, la educación y la energía, a través de programas como la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y la iniciativa Power Africa. Las inversiones estadounidenses han sido fundamentales para promover proyectos de energía renovable, particularmente geotérmica y eólica, en línea con el objetivo de Kenia de lograr el acceso universal a la energía para 2030.
A nivel nacional, Kenia ha visto el surgimiento de una clase robusta de capitalistas locales que impulsan el crecimiento económico. Destacados empresarios y empresas de Kenia, particularmente en los sectores bancario, de telecomunicaciones y agrícola, han contribuido significativamente al desarrollo del país. Empresas como Safaricom, Equity Bank y KCB Group, son importantes empleadores y actores clave en la promoción de la inclusión financiera y la innovación tecnológica. Estos capitalistas nacionales han jugado un papel decisivo en la configuración de la trayectoria económica de Kenia, fomentando un sector privado que complementa la inversión extranjera e impulsa un crecimiento económico del 5% anual.
Sin embargo, el proletariado keniano no participa de los dividendos del capital. Por el contrario, enfrenta una reducción del poder adquisitivo de los salarios debido al aumento de los precios de las necesidades básicas. Entre 2020 y 2022, los salarios reales experimentaron una caída constante, con una disminución promedio del 2,7%. Esta tendencia continuó a medida que las tasas de inflación aumentaron en 2022, con una inflación promedio del 8,7% entre junio de 2022 y junio de 2023, alcanzando un máximo del 9,6% en octubre de 2022, el nivel más alto desde 2017. Un asombroso 77% de los trabajadores ganan por debajo del salario mínimo y los trabajadores promedio gastan el 60% de sus ingresos sólo en alimentos.
Los trabajadores se ven obligados a participar en una dura lucha por la supervivencia económica, adquiriendo una valiosa experiencia en la lucha anticapitalista. Esta lucha, que comienza a nivel local y dentro de sectores específicos, debe evolucionar hacia un frente único desde la base de la clase trabajadora.
La actual ola de protestas y huelgas es testimonio de la creciente voluntad de
los trabajadores kenianos de actuar. Se están levantando contra las políticas
opresivas de austeridad y explotación impuestas por los capitalistas locales e
internacionales. Este movimiento no se limita a oponerse a políticas específicas,
sino a cuestiones más amplias. Los movimientos internacionales se están
acercando cada vez más a desafiar los cimientos de un sistema que privilegia las
ganancias por encima de las necesidades humanas.
¡No confíes en ellos!
Este gobierno capitalista, como todos sus predecesores y todos sus hijos, ignora descaradamente los intereses de la clase trabajadora y, en cambio, les impone las cargas del capitalismo. Roba el producto de su trabajo y luego los culpa por los inevitables fallos del sistema. El peso colosal del capital nacional e internacional recae sobre los hombros de los trabajadores y esto no cambiará, independientemente de quién esté en el poder. Los cambios económicos de corto plazo, son reacciones a la confianza de los inversores en cómo la administración sirve a la élite capitalista.
La imparable crisis del capitalismo alimenta los ataques continuos contra la clase trabajadora, que persistirán independientemente de las promesas vacías del gobierno o de las afiliaciones partidistas. Los parlamentarios no son más que guardianes de los intereses capitalistas, que se enriquecen siempre que no manchen demasiado la fachada del sistema. Mientras tanto, la explotación de la clase trabajadora, la gran mayoría de la sociedad, permanece sin oposición hasta que el proletariado entre en la lucha.
La clase trabajadora está empezando a conocer esta verdad a través de su lucha, pero aún no ha alcanzado un grado suficiente de organización para tomar el poder. Los trabajadores construyen y reconstruyen el mundo todos los días, ejerciendo un inmenso poder que tiene el potencial de imaginar y crear un mundo libre de explotación, pobreza, dinero, categorías de productos básicos, crisis económicas, Estados y guerras. Sin embargo, para hacer realidad esta visión es necesario derrocar el capitalismo, establecer la dictadura revolucionaria del proletariado y allanar el camino para una sociedad comunista, en la que las contribuciones se basen en las capacidades de cada persona y en la que se satisfagan las necesidades de todos. El comunismo erradicará la desenfrenada sobreproducción, el desperdicio y la devastación ecológica causada por el capitalismo, reemplazándolos con una producción racional, que realmente sirva a la humanidad sin la retórica vacía de la sostenibilidad “verde”.
El comunismo acabará con la pobreza, la división de clases de la sociedad y la guerra, pero esto no se puede lograr votando por ningún partido, especialmente por aquellos que se hacen pasar por comunistas o socialistas. El cambio real sólo se producirá cuando la clase trabajadora, liderada por el Partido Comunista Internacional, tome el poder mediante la revolución.
La guerra en Gaza, como la de Ucrania, se libra en ambos lados en interés de las burguesías locales y de las potencias capitalistas regionales y globales que las respaldan. Las masas trabajadoras son carne de cañón, impulsadas a combatir a golpes con masacres de la población civil.
Los conflictos en Ucrania, en Nagorno-Karabaj y en Gaza no son inconexos sino una manifestación de la marcha hacia una nueva guerra mundial del capitalismo, empujado hacia ella por la crisis económica global de sobreproducción que amenaza las ganancias de todas las burguesías.
Las luchas de liberación nacional – en un mundo que ha alcanzado la etapa del desarrollo histórico del capitalismo en todas partes y durante décadas – ya no tienen ningún contenido social progresista y sólo pueden ser instrumentos de la guerra entre imperialismos. Incluso la lucha de liberación palestina ya no tiene ninguna posibilidad de resolución en el contexto actual de creciente conflicto inter-imperialista, sino que se utiliza demagógicamente para esclavizar al proletariado del Medio Oriente y encuadrarlo en uno de los frentes de guerra.
En todos los países árabes y de Medio Oriente, la revuelta de las masas proletarias ha sido desviada durante décadas por las burguesías nacionales contra el dúo USA-Israel. Toda burguesía necesita siempre del enemigo externo para impedir que la clase obrera entienda que “el enemigo está en nuestra casa”, que es la burguesía, sus partidos, su régimen.
La Tercera Guerra Mundial sólo puede detenerse mediante la revolución de la clase trabajadora unida por encima de las fronteras nacionales. Para la burguesía, llevar a los proletarios a una masacre fratricida es una cuestión de vida o muerte frente a la creciente crisis económica del capitalismo: si la guerra no comienza, la revolución no se detendrá.
Los partidos obreros oportunistas, residuos del falso comunismo de Stalin, de su antiamericanismo funcional a los intereses del imperialismo ruso o chino, continúan hoy apoyando la lucha por el espejismo de un Estado burgués palestino. ¡Desde hace décadas, estos partidos ya no cuentan para nada para los proletarios, sino que siguen siendo útiles para la burguesía, para seguir desacreditando al comunismo frente a la clase obrera, después de la infamia del falso comunismo en la URSS y China!
La opresión capitalista sobre la clase asalariada israelí y la doble opresión capitalista y nacional sobre el proletariado palestino terminarán sólo con la revolución proletaria contra las burguesías israelí y palestina, con la dictadura revolucionaria de la clase trabajadora.
Con este objetivo es necesario el reforzamiento del Partido Comunista
Internacional, su conquista en los principales países de la dirección del
movimiento de lucha de los trabajadores contra la explotación capitalista, en
defensa de sus condiciones de vida y de trabajo.
Después de las convulsiones sociales que en los últimos quince años han sacudido a: Túnez, Egipto, Chile, Colombia, Ecuador, Kazajstán, Sri Lanka y, hace unas semanas a Kenia, surge en Bangladesh una nueva erupción desde el subsuelo social.
En nuestro artículo del pasado mes de enero, “Bangladesh: Las fábricas crecen - Los contrastes entre los asaltantes burgueses aumentan - La lucha de clases se
intensifica” describíamos el escenario del que había surgido la poderosa lucha
textil, de más de 4 millones de personas en todo el país, con demandas de 200 %
de aumentos salariales. Una vez terminada la huelga sólo obtuvieron el 56%, un
soplo de aire fresco. Una lucha calmada ahora, un ejemplo para todos los
trabajadores, destinada a estallar de nuevo en poco tiempo.
El marco de la crisis social
Bangladesh es el octavo país más poblado del mundo, después de Nigeria; el más grande en términos de densidad, considerando estados con una población de al menos 10 millones de personas. Sus 173 millones de habitantes, en constante aumento, viven en una superficie ligeramente mayor que la de Grecia, que tiene unos 10 millones de habitantes. Más del 30% de los habitantes tienen menos de 15 años. El 17% de la población es analfabeta.
Durante varios años, las estadísticas han mostrado un crecimiento continuo de la acumulación capitalista en Bangladesh. El país atrae cada vez más capitales sedientos de plusvalía, que se logra principalmente en la industria textil, que representa el 85% de las exportaciones.
Pero casi tres cuartas partes de la población todavía vive en el campo y la mitad de la población activa trabaja en la agricultura. A las condiciones de explotación de la clase trabajadora, con salarios bajos, desempleo e inflación creciente, se suman las contradicciones sociales de un capitalismo joven, como la ruina y el desplazamiento a centros urbanos, de cientos de miles de agricultores pobres y otros tantos que toman el camino de la emigración.
En 2019, se consideraba que 23 millones de bangladesíes se encontraban en “pobreza extrema”. En 2022 se sumaron 500.000, mientras que los “moderadamente pobres” aumentaron en 800.000. Según los criterios del Banco Mundial, la “pobreza extrema” se refiere a quienes tienen ingresos inferiores a 2,15 dólares diarios, que se elevan a 3,65 dólares en el caso de la “pobreza moderada”. Según las previsiones del anterior gobierno de Bangladesh, aumentarán en los próximos años.
La estructura del territorio lo hace vulnerable en el mundo del capital. Es el gran delta del sistema fluvial Ganges-Brahmaputra, dividido en más de 700 brazos. En los últimos veinte años se han registrado más de 200 fenómenos meteorológicos extremos, a menudo ciclones seguidos de inundaciones. Parte de los terrenos están invadidos por el agua. El avance de la salinidad erosiona las riberas de los ríos y reduce la fertilidad del suelo. Según datos proporcionados por el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos (IDMC), en 2022 fue el país con mayor número de personas desplazadas por desastres naturales. En 2023, 1,8 millones de personas fueron desplazadas dentro de las fronteras nacionales.
Cada año, alrededor de trescientos mil inmigrantes internos se trasladan a los barrios marginales de la capital, Daca. No tienen otra opción, ya que lo han perdido todo debido a los fenómenos meteorológicos, o son pequeños agricultores arruinados por las deudas. Buscan un salario para sobrevivir, normalmente las mujeres en las fábricas textiles y los hombres en la construcción.
Bangladesh también ocupa el sexto lugar en el mundo en términos de número de emigrantes. En promedio, 400.000 personas abandonan el país cada año. Hoy en día, alrededor de 15 millones de bangladesíes han emigrado. Mientras que los temporales buscan un salario en los países de Oriente Medio y el Sudeste Asiático, los permanentes quisieran empezar una nueva vida en Gran Bretaña, que siempre ha sido su principal destino, y en otros países. En las últimas décadas, Italia también se ha convertido en un destino cotizado. Muchos están empleados en la construcción naval y en actividades más exigentes.
Por último, Bangladesh acoge alrededor de un millón de refugiados de etnia rohingya en los campos de refugiados de Cox’s Bazar, una ciudad de la costa oriental cerca de la frontera con Myanmar, país del que huyeron tras la atroz persecución perpetrada por el ejército bajo el gobierno de Aung San Suu Kyi, otra defensora de la no violencia y la democracia, nominada al Premio Nobel de la Paz en 1991.
¡Ahora es el turno de los proletarios bengalíes de poner a prueba el orden de
los políticos burgueses!
Del movimiento estudiantil al movimiento popular
Es en este contexto de crisis social, 10 meses después del paro textil total, que las protestas estudiantiles desencadenaron un movimiento de masas que terminó con la caída del gobierno.
Hasta 2018, se esperaba que el 56% de los puestos disponibles en la administración pública, estuvieran reservados para categorías específicas: Un 10% para quienes provenían de zonas menos desarrolladas económicamente, otro 10% para mujeres, el 5% para comunidades indígenas, un 1% para discapacitados y la cuota más discutida, el 30% a los descendientes de los “luchadores por la libertad”, aquellos que murieron durante la guerra de independencia en 1971, que llevó a la entonces Bengala Oriental a separarse de Pakistán. El sistema, que favoreció a los nietos de los aproximadamente 300.000 soldados de esa guerra, fue una importante herramienta de clientelismo para los partidos burgueses que administran los intereses de la clase dominante, como la Liga Awami, nacida de una escisión de la Liga Musulmana en todo Paquistán, es Panpaquistaní, e ininterrumpidamente se mantiene en el gobierno desde enero de 2009.
Un fallo de 2020 había reducido las cuotas garantizadas para la contratación en el sector público. Cuando el Tribunal Superior reintrodujo los porcentajes anteriores el pasado 6 de junio, comenzaron las protestas convocadas por algunas organizaciones estudiantiles en las universidades capitalinas, con el pedido de la abolición total de todas las cuotas, excepto las de personas con discapacidad y comunidades indígenas.
El movimiento, por tanto, comenzó con una reivindicación que, en el marco social descrito anteriormente, parece interesar a un estrato limitado y privilegiado de la población, el que puede aspirar a conseguir un empleo estatal, y por tanto de carácter pequeñoburgués.
Después de semanas de tensiones crecientes, desde el lunes 15 de julio las manifestaciones han aumentado de tamaño, debido también a la clara negativa del gobierno a cumplir con las exigencias de los estudiantes, definidos por la Primera Ministra Sheikh Hasina como “razakar”, término utilizado para designar a los paramilitares. Colaboradores en 1971 del ejército de Pakistán.
El movimiento estudiantil, iniciado por una reivindicación particular, actuó como catalizador del descontento social general, creando un movimiento popular que, por su naturaleza, conservó la dirección de las organizaciones estudiantiles.
Los enfrentamientos en las calles aumentaron progresivamente. Daca se incendió. Durante días, el gobierno bloqueó todos los servicios de conexión a Internet para impedir que los manifestantes se organizaran, e impuso un toque de queda. La policía y el ejército pasaron del gas lacrimógeno a las granadas paralizantes y luego a los disparos. El recuento de los muertos ha comenzado. También intervino el infame cuerpo paramilitar del RAB, el Batallón de Acción Rápida, ya bien conocido por la clase trabajadora de Bangladesh. La violencia también fue perpetrada por la Liga Chhatra, el ala juvenil del partido gobernante Liga Awami.
Incluso hubo manifestaciones en los Emiratos Árabes Unidos, donde hay casi un millón de emigrantes bangladesíes, la tercera comunidad inmigrante más grande del país. 57 fueron detenidos: 53 fueron condenados a 10 años de prisión, uno a 11 años y 3 a cadena perpetua.
Después de unos días de intensos combates se produjeron 200 víctimas fatales. Los manifestantes, que no se dejaron intimidar, atacaron decenas de cuarteles de la policía, prisiones, incendiaron las oficinas de la Liga Awami, la televisión estatal y edificios gubernamentales.
Ante la fuerza del movimiento, el 21 de julio el Tribunal Supremo redujo la cuota de descendientes de veteranos al 5%. Pero para entonces ya era demasiado tarde, ya que ese no era el problema que ponía en movimiento masas tan grandes. Las manifestaciones se extendieron más allá de la capital, a Bogura, Pabna, Rangpur, Magura, llegando a decenas de distritos del país.
Con las olas de violencia, las demandas del movimiento, liderado por organizaciones estudiantiles, han cambiado. Se elaboró una lista de nueve puntos: obligación de dimitir para los dirigentes de la Liga Awami; despido de todas las fuerzas policiales en las zonas donde los estudiantes fueron atacados; juicio a las fuerzas policiales involucradas en los asesinatos; renuncia de los rectores de las universidades donde se perpetró la violencia; prohibición del acceso a la Liga Chhatra a instituciones educativas; disculpa pública del primer ministro; indemnización a las familias de las víctimas; reapertura de instituciones educativas.
Se trata de peticiones desprovistas de cualquier contenido económico-social que pueda interesar a la clase obrera, se dirigen sólo al partido en el poder y no a todo el régimen de la clase dominante, para cuya defensa se solicitan en realidad medidas de defensa contra una parte de la policía, para restaurar un clima de confianza y paz social.
Este pasado lunes 5 de agosto, veinte días después del inicio de las protestas, la primera ministra Hasina, que en enero había obtenido un cuarto mandato en unas elecciones boicoteadas por la oposición, mientras su residencia era atacada por manifestantes, dimitió y huyó a la India en un helicóptero militar. La noticia fue recibida con júbilo en las calles.
Al final de las manifestaciones, diversas fuentes informaron de más de cuatrocientas muertes, miles de heridos y detenciones. Es cierto que gran parte de la sangre derramada es la del proletariado. Según informó una de las federaciones sindicales de trabajadores textiles, la Federación Nacional de Trabajadores de la Confección (NGWF), algunas de las víctimas son trabajadores, entre ellos 11 trabajadores textiles y 5 miembros y organizadores de este sindicato. Ciertamente muchos otros eran jóvenes proletarios.
Sin embargo, la clase trabajadora, con sus organizaciones y sus demandas, no participó en el movimiento. Los trabajadores lo hicieron individualmente, siguiendo la dirección estudiantil de un movimiento popular, por tanto interclasista. No se convocaron huelgas ni estallaron espontáneamente. Los empleadores implementaron prudentemente cierres patronales para evitar la posibilidad de que la clase trabajadora se pusiera en movimiento.
Una de las razones de la capitulación de la Primer Ministro Hasina puede haber sido evitar esto, que es el verdadero terror de todo régimen burgués. En Egipto, en 2010, después de semanas de manifestaciones populares oceánicas, tres días de huelgas, que ahora aquí habrían “infectado” a todo el país, fueron suficientes para que la clase dominante se deshiciera de Mubarak e implementara una represión feroz.
Después de la huida de la ex primer ministro, en pocos días se reabrieron
escuelas, tiendas y fábricas. Las manifestaciones y protestas han cesado.
La burguesía cambia el disfraz
El 6 de agosto, el presidente Mohammed Shahabuddin disolvió el parlamento. Como siempre, cuando cae la ficción del poder legislativo, el régimen burgués muestra el verdadero marco de su dominación y es el ejército quien toma las riendas del gobierno, esperando que maduren las condiciones para restaurar la ficción que pone una falsa barrera entre el nombre, Estado Burgués Democrático, y su función real, máquina de dominación de clases, especialmente contra el proletariado.
Así, el ejército mantuvo una serie de conversaciones con varios partidos políticos y algunas asociaciones de estudiantes. Se formó un gobierno provisional encabezado por Mohammad Yunus, premio Nobel de la Paz en 2006, conocido por el Grameen Bank “el banco de microcréditos”, solicitado a gritos por los estudiantes.
En sus inicios, en su composición, en su ideología, en su resultado, el movimiento bengalí parecía expresar esencialmente la lucha sin salida de la pequeña burguesía, arruinada por el desarrollo de un joven capitalismo nacional, en el marco de un capitalismo imperialista mundial senescente.
El nuevo ejecutivo bangladesí ha colocado a su cabeza un títere útil para dar “esperanza” a la pequeña burguesía. También incluyó a dos líderes del movimiento “Estudiantes contra la Discriminación”, ambos de la Universidad de Daca, hijos de la burguesía, asignándoles roles de poca importancia.
El Jefe del Estado Mayor del Ejército, general M. Sakhawat Hossain, pasó al Interior, mientras que el expresidente del Banco Central, Salahuddin Ahmed, ocupará el Ministerio de Finanzas y Planificación Económica.
El “banquero ético” – apoyado en el pasado por los presidentes estadounidenses y el Fondo Monetario Internacional- fue puesto hoy a la cabeza del gobierno, con la bendición del ejército bangladesí, para apaciguar a las capas pequeñoburguesas que encabezaron la revuelta. El nuevo gobierno pretenderá defender a la pequeña burguesía no menos que los gobiernos de “izquierda” pretenden defender a la clase trabajadora.
En cuanto a las teorías sobre la banca ética y el “microcrédito”, basta recordar que el banco del primer ministro premio Nobel, con más de 2.500 sucursales, ofrece uno de sus principales paquetes de préstamos a un tipo de interés “subsidiado” del 20%.
En 2007, el banquero intentó, sin éxito, crear un partido, el Nagorik Shakti (“Poder Ciudadano”), que pedía vagamente la nacionalización de todos los bancos que, finalmente en manos del “Estado Ciudadano”, tendrían que satisfacer las necesidades de la comunidad, dando vida a “un nuevo modelo de desarrollo”.
Después de prestar juramento, Yunus reiteró algunos conceptos inequívocos: «La anarquía es nuestro enemigo y debe ser derrotada… El retorno a la democracia plena restaurará el honor y las glorias pasadas de las fuerzas armadas y de seguridad… La primera tarea de mi gobierno y lo que resulte de las elecciones, será reconstruir las instituciones y hacer de Bangladesh una verdadera democracia... No toleraremos ningún intento de perturbar la cadena mundial de suministro de prendas de vestir, en la que somos un actor clave».
El capital internacional puede estar tranquilo, el banquero “ético” garantizará
la continuidad de la opresión y explotación de la clase trabajadora, basándose
en el repertorio ideológico democrático.
El papel del imperialismo
Bangladesh, como todos los capitalismos nacionales de rango mediano y pequeño, es una tierra de discordia entre las grandes potencias imperialistas, sobre todo: Estados Unidos, China e India.
Durante las últimas décadas, la burguesía bangladesí ha aprovechado, con cierto éxito, la rivalidad entre Beijing y Nueva Delhi, navegando entre las dos potencias.
Durante años, China ha consolidado y fortalecido sus relaciones con Daca asignando grandes sumas de dinero a un país que parece estar en una posición geográfica crucial para sus intereses capitalistas. Alrededor del 80% de las reservas energéticas que necesita el gigante chino atraviesan el Océano Índico y el Golfo de Bengala. Las grandes inversiones chinas se dirigen a las infraestructuras de los países costeros de la zona – Bangladesh y Birmania – y a la construcción de nuevos oleoductos. El año pasado se inauguró el primer sistema integrado de almacenamiento y transporte de petróleo marítimo-terrestre en el puerto bangladesí de Chittagong, un proyecto llevado a cabo por la Oficina de Oleoductos de Petróleo de China (CPP). Una ruta alternativa, aunque parcial, al transporte de petróleo crudo a través del Estrecho de Malaca. En julio, durante las manifestaciones de protesta, la ex primer ministro viajó a Pekín y firmó numerosos acuerdos en los ámbitos del comercio, la economía digital y el desarrollo de infraestructuras. También hay que considerar que China es el principal proveedor de armas de Daca y el pasado 25 de abril se anunció el primer ejercicio militar conjunto, denominado Amistad Dorada 2024.
Aún más evidente es el vínculo con la India, que ha invertido cientos de millones de dólares en el sector energético y en las infraestructuras de Bangladesh y que efectivamente preside el Golfo de Bengala con su flota. La influencia india, económica y política, es un hecho. No es casualidad que la primer ministro se refugiara en Delhi. Existe colaboración militar entre los dos países vecinos, también para contrarrestar a los grupos fundamentalistas presentes en la región. Bangladesh incluye la antigua provincia india de Bengala Oriental. Bengala Occidental siguió siendo parte de la India y la frontera entre los dos países sigue siendo bastante porosa hoy en día, debido a los vínculos étnicos y lingüísticos compartidos.
El imperialismo estadounidense siempre ha tenido una base de apoyo en el ejército de Bangladesh. Una de las primeras declaraciones de la refugiada Hasina fue: “Podría haber permanecido en el poder si hubiera renunciado a la isla de San Martín, permitiendo así a los estadounidenses controlar la Bahía de Bengala”. La ex Primer Ministro se refería al atolón de coral, actualmente zona marina protegida, que habría sido negada a los Estados Unidos, que querían construir allí una base militar.
Bangladesh no quiso sumarse al Diálogo Cuadrilátero de Seguridad (QUAD), una alianza estratégica entre Australia, Japón, India y Estados Unidos, esencialmente antichina. Además, siempre en esta línea, el partido Awami, en el poder hasta el 5 de agosto, se había negado – al igual que la India – a tomar partido en el conflicto entre Rusia y Ucrania, y mantiene desde hace tiempo relaciones provechosas con Rusia. También es cierto que Daca no puede permitirse el lujo de renunciar a sus relaciones con los Estados Unidos, hoy aliado de la India y principal importador de prendas de vestir producidas en Bangladesh.
Un escenario complejo, como siempre, el de los conflictos interimperialistas, que tendrá su primera prueba en la próxima cita electoral.
Pero no se puede descartar que un movimiento de cientos de miles de hombres haya
sido puesto en marcha por “agentes” de algún poder, explicación a la que siempre
recurren las fracciones burguesas destronadas, o la propia burguesía entera
cuando ve amenazada su dominación de clase y que se basan también en los restos
políticos del estalinismo, para el cual la historia no sería producto de la
lucha entre clases, sino de las maniobras de poderosos titiriteros.
El único programa revolucionario es el comunismo
La revuelta bengalí tuvo un carácter popular, es decir, interclasista que, ahora en todo el mundo, ya no puede conferir ninguna función progresista y revolucionaria a los movimientos sociales, sino sólo perpetuar la ilusión de un capitalismo reformador. La pequeña burguesía ha sido el ala revolucionaria de la burguesía mientras ha habido regímenes pre-burgueses que derrocar, como la masa interminable de campesinos pobres en la Rusia zarista.
Una vez establecidos la sociedad y el régimen del capital, esta función de la pequeña burguesía termina y ésta puede, en el máximo de su radicalismo, para oponerse a la tendencia histórica que necesariamente la lleva a desembocar en el proletariado, alimentar movimientos extremistas en acciones prácticas, hasta el terrorismo individual, pero conservadores o abiertamente reaccionarios en su programa político.
La fuerza social que sólo se opone al Capital es la de la clase proletaria, que en su movimiento para defender las condiciones de vida de sus miembros choca con las leyes de la Ganancia. El destino político de la lucha económica de clases proletaria es la destrucción del Estado burgués y su sustitución por el Estado de dictadura del proletariado, no un cambio de disfraz del régimen burgués, manteniendo intacta su maquinaria de dominación estatal, que es a lo que un movimiento popular puede aspirar como máximo.
Ya en el movimiento de huelga textil de octubre pasado, los partidos burgueses de oposición, en particular el Partido Nacional de Bangladesh, habían intentado intervenir en las manifestaciones de los trabajadores y desviar las demandas de clase (más salarios, menos horas, mejores condiciones de vida y de trabajo) hacia peticiones genéricas de mayor democracia. Una bandera, la de la democracia, que haciendo pasar por encima las divisiones entre clases, en realidad no fue recogida por la clase obrera sino, unos meses más tarde, por los estudiantes.
El carácter popular, pequeñoburgués, del movimiento social lo hace mucho más permeable a las influencias de los partidos burgueses, islamistas, liberales y falsos partidos radicales. Quienes salieron a las calles con fuerza para competir por el control del movimiento. El 5 de agosto, el mismo día en que la primera ministra Hasina huyó a la India, la ex primera ministra Khaleda Zia, ex miembro del BNP y arrestada desde 2018 por corrupción, fue liberada por el presidente Mohammed Shahabuddin.
El camino de la clase asalariada es el de defender sus condiciones de vida con huelgas cada vez más amplias, unidas y poderosas, para lo cual se necesitan organizaciones sindicales de clase fuertes. En esta lucha, que surge naturalmente del subsuelo económico del capitalismo, el proletariado se encontrará, por una necesidad práctica objetiva, con el auténtico partido comunista, superando décadas de confusión generada por el avance de la contrarrevolución estalinista, cuyos efectos nocivos ven suceder y finalmente, se agotan en estos años, con su inercia histórica, a pesar del colapso del falso socialismo de la URSS.
Los trabajadores bengalíes pronto pondrán a prueba la naturaleza burguesa del nuevo gobierno y continuarán con su generosa lucha sindical.
El programa histórico que se reapropiará su parte más avanzada, adherida al Partido Comunista, será el de la drástica reducción de la jornada laboral, la abolición del trabajo remunerado, hasta la lucha por el poder y el establecimiento de la dictadura del proletariado.
Cuando el poderoso movimiento de lucha, desde el nivel económico-sindical, haya ascendido al nivel político, habiendo adquirido el Partido Comunista la dirección de la lucha y de las organizaciones sindicales, una parte de las capas pequeñoburguesas se sumarán al movimiento de lucha de la clase obrera.
Los movimientos de revuelta popular que hemos presenciado en los últimos 15 años,
son por tanto, una expresión actual de la crisis del capitalismo mundial, pero
el futuro es mucho más amenazador e inmanejable para la burguesía internacional,
porque conducirá a movimientos proletarios, y por tanto, finalmente,
verdaderamente revolucionarios, que se abrirán al desenlace histórico del
comunismo.
* * *
El cuadro del conflicto que avanza no puede ser presentado sin que sean vistos como protagonistas los pueblos del Oriente.
Estos se agruparon en un potente bloque entorno a Rusia y se levantaron contra el bloque occidental, liderado por las grandes potencias coloniales blancas.
No son sólo los pueblos antiatlánticos los que gritan que ésta fue la gran perspectiva revolucionaria rusa desde el principio: alianza, con el Estado de los Soviets, por un lado, de la clase obrera de los países occidentales, por el otro, de los pueblos oprimidos de color, para abatir al imperialismo capitalista. Son los mismos periodistas del lado estadounidense quienes, recordando la lucha tal como se desarrolló hace treinta años, rinden homenaje a su enemigo por la potente continuidad histórica de su estrategia mundial.
En septiembre de 1920, entre el segundo y el tercer Congreso de la III Internacional, siguiendo firmemente las directrices del marxismo revolucionario, se celebró en Bakú, recuerdan estos periodistas, el Congreso de los Pueblos de Oriente. Casi dos mil delegados, de China a Egipto, de Persia a Libia.
Es Zinoviev, que tampoco tenía el atractivo de un guerrero, quien lee el manifiesto final de las jornadas de trabajo, es el presidente de la Internacional Proletaria; y a su voz los hombres de color responden con un solo grito, alzando sus espadas y cimitarras. «La Internacional Comunista invita a los pueblos del Oriente a derrocar por la fuerza de las armas a los opresores de Occidente; ¡Con este fin proclama la Guerra Santa contra ellos y declara a Inglaterra como el primer enemigo a enfrentar y combatir!». Pero un grito de guerra similar se lanza hacia Japón, contra el cual se invoca la insurrección nacional de los Coreanos, mientras que el odio bolchevique se declara también en la proclama de Zinoviev hacia Francia y Norteamérica, «a los tiburones estadounidenses que han bebido la sangre de los trabajadores de Filipinas» (1).
Aunque Zinoviev fue ejecutado quince años después, hoy lo único que haríamos sería estar a la altura de su desafío y, al sentir los folios que citan ese tembloroso llamamiento, Lenin habría vislumbrado ya ese año que la vía pasaba por una agudización de la rivalidad imperial entre Japón y Estados Unidos; incluso ofreció a este último una base militar en Kamchatka (2) para atacar a los japoneses. Dudamos de este punto histórico, pero la perspectiva era explícita (desde las tesis sobre el Oriente del IV Congreso Mundial Comunista a finales de 1922); y aquí citamos de primera mano: «Una nueva guerra mundial en el Pacífico es inevitable, si la revolución no la impide (...) la nueva guerra que amenaza al mundo arrastrará no sólo a Japón, Norteamérica e Inglaterra, sino también a las demás potencias capitalistas como Francia y Holanda [la lucha de 1941 también involucró a las Indias holandesas, aunque la metrópoli estaba bajo ocupación alemana] y todo hace prever que será aún más devastadora que la guerra de 1914-1918».
¿Una Rusia que hoy atacara abiertamente en Oriente a las tropas de las metrópolis de Occidente, a la cabeza de los Chinos, Coreanos, Indochinos, Filipinos y también de los Árabes, Egipcios y Marroquíes, estaría, por tanto, sobre la vía maestra de la revolución, cómo Lenin lo señaló y previó?
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Para los sucios burgueses de nuestros países, el peligro amarillo y el peligro rojo serían la misma cosa, y ninguna otra divinidad, excepto el dólar, podría salvarlo. Pero el espectro del peligro amarillo es aún más antiguo. En los primeros años del siglo, Europa se estaba polarizando en dos bloques enemigos que preparaban el primer incendio de las rivalidades imperiales. La Rusia de los zares se midió con Japón (3), el más avanzado de los pueblos asiáticos precisamente por su dominio sobre esas mismas aguas del Mar Amarillo y del Mar del Japón que ensangrentó la guerra actual, y el prestigio militar europeo sufrió un ataque muy grave. De hecho, los amarillos de Tokio estaban, más que los blancos de Moscú, avanzados en la vía hacia un equipamiento de tipo capitalista.
Aquel Guillermo, quien luego fue descrito como el Energumeno que desató la primera gran guerra, tenía en ese entonces la manía por pintar; y uno de sus cuadros mostraba a Alemania, con armadura de Walkyria, convocando a los pueblos blancos y señalándoles en el lejano horizonte la luz lívida de la amenaza asiática. Sin embargo, la alineación de las potencias no siguió la profecía del emperador que las había deshonrado: Alemania sólo tenía consigo a Turquía, el pueblo mongol; Rusos, Franceses, Ingleses, Italianos se lanzaron sobre ella, y a la gran Entente se unieron de otros continentes no sólo Estados Unidos, sino incluso Japón y China.
Por tanto, el cuadro sencillo de una disputa entre razas humanas, que descienden de continentes opuestos para conquistar hegemonía sobre el mundo, no estaba completo; y en vano tienta a los escritores de hoy, que incluso se permiten ver a una Cartago resucitada vengándose de Roma, extendiendo al colorido mundo mediterráneo el levantamiento naciente de Corea, el Tíbet, Indochina.
En la Segunda Guerra Mundial, Alemania, nuevamente levantada en armas y nuevamente acusada de provocación, se enfrentó, en nombre de la libertad, a todos los dominadores y opresores de las razas de color. A su lado sólo desciende el amarillo Japón. En cuanto a la Rusia de los Soviéts, inicialmente no acusó la declaración de guerra contenida en el “pacto anti-Comintern” que había unido a Alemania y Japón. Con el segundo sólo irá a la guerra por pura formalidad, y una vez realizado el entierro.
Con el primero estipula un acuerdo cuyo contenido es precisamente la piel de una “nacionalidad oprimida”, la de Polonia. Se necesita un esfuerzo notable para ver los acontecimientos en el contexto de esa visión, que un tercer articulista burgués atribuye a Lenin: fase de las guerras nacionales revolucionarias del siglo XIX – luego fase de las guerras de clases revolucionarias en Europa y victoria en Rusia – finalmente la tercera fase: al mismo tiempo revoluciones nacionales en el Oriente, revoluciones de clase en los países imperialistas. Se necesita un esfuerzo aún mayor para incluir el segundo período de la última guerra mundial en la estrategia antioccidental y antimetropolitana: se silencian las guerras santas que se suponía debía liderar Moscú, se da una alianza abierta y mucho más de unas pocas bases, al enemigo número uno de la revolución, Gran Bretaña, y al enemigo número dos que en aquel momento le quitó su rango secular: América del Norte. Se lanza al horno, para salvar estos centros imperiales, y evitar que corten los tentáculos con los que sujetan al globo y a su gente de color enredada a través de Suez y Panamá, la flor de la juventud proletaria soviética, firmando para armarlo, tras el sobre efecto del endeudamiento con el capital mundial (4), en alquiler y préstamo, o peor aún, como regalo.
Hoy en día, tras el colapso de la central alemana, que no gobernaba a ningún pueblo extracontinental, sino que intentaba por sí sola superar el control global unificado del mar y del aire, esto sigue siendo indiscutible en las metrópolis anglosajonas. Sólo hoy se propone a las masas interminables pero semiarmadas de los pueblos del Oriente atacarlas, se proclama la guerra santa y se invoca el bosque de cimitarras contra la amenaza despiadada de la lluvia de bombas atómicas, fanáticas pero ignorantes. Los combatientes se engañan sobre la complacencia y la retirada traicionera, desenmascarada por la propia prensa inglesa, de las divisiones motorizadas y de las bandadas aéreas frente a los puños de los hombres que avanzan a pie.
Algo fundamental en todo esto está mal.
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Un hombre pequeño, de bigote corto y rubio, voz tranquila y ojos brillantes y claros, lee desde la tribuna del Kremlin sus tesis sobre la cuestión nacional y colonial, y la resuelve con nueva claridad ante la admiración de los representantes del proletariado y del marxismo en el mundo. Sí, la Segunda Internacional no había entendido nada de esto, había condenado al imperialismo, pero luego había caído en la trampa de no haber comprendido que era necesario movilizar todas las fuerzas contra él: en la metrópoli el derrotismo de la insurrección social, en las colonias y en los países semicoloniales también la revuelta nacional. Había caído en el engaño de defender la patria, sus dirigentes traidores habían comido del plato del imperialismo, invitando a los trabajadores de la gran industria a aceptar unas migajas de la explotación feroz de millones de hombres en el extranjero.
Hoy nosotros, la Internacional Comunista, nosotros, la Rusia de los Soviéts, nosotros, los partidos comunistas que en todas las naciones avanzadas tienden a la conquista del poder, en guerra declarada contra la burguesía y sus servidores socialdemócratas, estamos estipulando en los países del Oriente una alianza entre el jovencísimo movimiento obrero, los nacientes partidos comunistas y los movimientos revolucionarios que tienden a derrocar a los opresores imperialistas. En una discusión, a la luz de nuestra doctrina, decidimos no hablar de movimientos democráticos burgueses, sino de movimientos nacionalistas revolucionarios, ya que no podemos admitir alianzas con la clase burguesa sino sólo con movimientos que están en el terreno de la insurrección armada.
La palabra burgués era demasiado fuerte, pero la palabra nacionalista era igualmente fuerte: viejos socialistas como Serrati y Graziadei mostraron, ingenuamente el uno, sutil el otro, sus dudas.
El análisis de Lenin prosiguió con calma, sin vacilación alguna. Las tesis contienen sus datos inequívocos. En primer lugar, se necesita «una noción clara de las circunstancias históricas y económicas». Sin esta guía fundamental, no se entendería nada del método marxista, que no adolece de reglas ideológicas buenas para todos los tiempos. Yo, dijo Serrati, tuve que luchar durante seis años contra el enamoramiento nacionalista por Trieste, que necesitaba ser liberado de los alemanes, un enamoramiento que se llamaba a sí mismo revolucionario. ¿Cómo puedo aplaudir al nacional-revolucionario malayo (5)? Pero, pensando históricamente, una lucha nacional en Trieste en la situación de 1848 habría tenido apoyo proletario porque era revolucionaria, en medio de una Europa que tenía que emerger de los puntos de inflexión de la revolución antifeudal: así para los leninistas guerras nacionales progresistas en Europa, hasta 1870. A partir de 1914 las guerras son imperialistas y reaccionarias, poco importa que tengan como teatro la misma frontera, por bandera la misma ideología, es el estadio de desarrollo social lo que nos interesa a los marxistas.
¿En qué circunstancias históricas y económicas habló Lenin en el Kremlin y Zinoviev unos meses más tarde en Bakú? Las tesis lo esculpen.
«El objetivo esencial del partido comunista es la lucha contra la democracia burguesa, cuya hipocresía debe ser expuesta». Esta hipocresía cubre la realidad de la opresión social en el mundo burgués entre patrón y obrero, y la realidad de la opresión de los grandes y pocos Estados imperiales sobre las colonias y semicolonias. Para establecer nuestra estrategia en el Oriente, las tesis de Lenin reiteran una serie de pilares. «Debemos poner fin a las ilusiones nacionales de la pequeña burguesía sobre la posibilidad de una coexistencia pacífica y la igualdad entre las naciones bajo el régimen capitalista». «Sin nuestra victoria sobre el capitalismo, no se podrá abolir ni la opresión nacional ni la desigualdad social». «La actual situación política mundial [1920] pone en la agenda la dictadura del proletariado; y todos los acontecimientos de la política internacional convergen inevitablemente en torno a este centro de gravedad: la lucha de la burguesía internacional contra la república de los Soviets, que debe agrupar en torno de sí, por un lado, a todos los movimientos de clase de los trabajadores avanzados de todos los países, por el otro, aquellos emancipadores nacionales en las colonias y naciones oprimidas». En la tarea de la Internacional Comunista debe tenerse en cuenta «la tendencia hacia la realización de un plan económico mundial cuya aplicación regular sería controlada por el proletariado vencedor de todos los países».
Otros puntos fundamentales son la base de la táctica “oriental”. No podrían ser más tranquilizadores. «El problema de la transformación de la dictadura proletaria nacional (que existe en un solo país y por tanto no puede ejercer una influencia decisiva en la política mundial) en una dictadura proletaria internacional (que al menos varios países avanzados lograrían, capaces de tener una influencia decisiva sobre la política mundial) se vuelve actual». Y sobre todo: «El internacionalismo obrero exige la subordinación de los intereses de la lucha proletaria de un país a los intereses de esta lucha en el mundo entero y, por parte de las naciones que han derrotado a la burguesía, el consentimiento a los máximos sacrificios nacionales en vista del derrocamiento del capital internacional».
Una vez establecido todo esto y firme la confianza en la lucha revolucionaria anticapitalista en todos los países burgueses, incluso los más radicales de los marxistas de izquierda europeos gritaron su acuerdo con las conclusiones de las tesis y con la férrea dialéctica del orador.
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Se puede sistematizar sobre tales bases, de una manera más auténtica que la que le conviene a la gran prensa, el encuadramiento histórico de Lenin.
El modo de vida de las asociaciones humanas durante muchos milenios no hace a los pueblos de distintos países directamente dependientes, que a veces no se encuentren y mucho menos se conozcan. Pero cuando comienza la era del capitalismo, los métodos de producción y comunicación ya han vinculado todas las partes de la tierra. La revolución política contra las potencias feudales salta violentamente de un extremo a otro de Europa; ya no hay historias nacionales sino una sola historia, al menos de toda la parte atlántica del continente. La clase proletaria aparece en la escena histórica y lucha con la burguesía en sus revoluciones, participa en un frente único para las conquistas liberales y nacionales, y ofrece a los nuevos amos de la sociedad las tropas irregulares de las insurrecciones y las tropas regulares de las grandes guerras de alcance nacional. Es un hecho histórico, y el mismo Manifiesto de 1848 todavía lo convierte en una norma estratégica para determinados países y pueblos, como aquellos todavía oprimidos por Austria y Rusia.
No hay necesidad de ocultar el hecho de que la acción nacional significa bloqueo de clase: en esa fase, capitalistas y trabajadores contra los señores feudales.
Para todo el campo europeo, el marxismo cierra esta fase en 1870. En la Comuna de París, como había intentado en 1848, la clase obrera denuncia el bloque nacional, lucha sola y toma el poder, durante el tiempo suficiente para demostrar que su forma es la dictadura.
Desde entonces, quienes en el campo europeo todavía reclaman bloques nacionales entre las clases son traidores: la Tercera Internacional, la Revolución Rusa, el leninismo, liquidan esta cuestión para siempre: en teoría, en organización, en la lucha armada.
En Oriente los regímenes siguen siendo feudales. ¿Cuál será el desarrollo? Las potencias coloniales llevaron los productos de su industria, y en algunos casos las propias plantas, a las márgenes costeras; la misma artesanía local decae y sus elementos se vierten al interior, al trabajo agrícola: un campesinado miserable está sujeto a la explotación directa de los señores indígenas y a la explotación indirecta del capital mundial. Cuando surge una burguesía industrial y comercial local, está vinculada a la extranjera y depende de ella. No hay señales de bloqueo contra los extranjeros; sólo en ciertos países (ver Marruecos) tienen acceso los mismos jefes feudales y las grandes posesiones de tierra; generalmente el empujón viene de los campesinos, de los pocos obreros; y a ellos se une, como en Europa en la era romántica, la categoría de los intelectuales, divididos entre la xenofobia tradicionalista y las sugerencias de la ciencia y la tecnología blancas. Esta masa informe insurge; su movimiento crea serias dificultades para la clase capitalista europea: tiene dos enemigos: el pueblo de las colonias y el proletariado en casa.
¿Como pensamos desde un sistema de economía social de Oriente se llegue al socialismo? ¿Es necesario, como en Europa, esperar una revolución burguesa con sus levantamientos nacionales apoyados por las masas trabajadoras y pobres, y sólo después, el establecimiento de una lucha de clases local, del movimiento obrero, de la lucha por el poder y los Soviets? Con camino como ese la revolución proletaria mundial duraría siglos y siglos.
Más o menos claramente, los delegados del Oriente en 1922 dijeron que no, que por el capitalismo con sus infamias, ya no enmascaradas por desfiles populares y nacionalistas, no querían pasar, sino unirse a la revolución mundial de las clases obreras en los países capitalistas, y también implementar en sus países la dictadura de las masas pobres y el sistema de los Soviets.
Los marxistas occidentales aceptaron el plan. Significa que en el Oriente, donde estalla la lucha contra el régimen feudal agrario o teocrático local, y al mismo tiempo contra las metrópolis coloniales, los comunistas locales e internacionales entran en la lucha y la apoyan. No postular un régimen democrático burgués, autónomo y local, sino desencadenar la revolución permanente, que se afirmará en la dictadura soviética. Marx y Engels, recordó Zinoviev, abriendo los brazos ante la sorpresa de Serrati, lo han dicho siempre: ¡lo dijeron por la Alemania de 1848!
Y desde entones, la serie de tres períodos queda así: apoyo a las insurrecciones nacionales en las metrópolis, hasta 1870. Lucha de clases insurreccional en las metrópolis, 1871-1917: sólo una victoria, en Rusia. Lucha de clases en las metrópolis e insurrecciones nacional-populares en las colonias con la Rusia revolucionaria en el centro, en una estrategia mundial única que se detiene sólo en el derrocamiento del poder capitalista EN TODAS PARTES, en la época de Lenin.
El problema socioeconómico, desde una perspectiva similar, fue superado por la garantía contenida en el «plan económico mundial unitario». El proletariado, dueño del poder y de los medios modernos de producción en Occidente, participa en la economía de los países atrasados con un “plan” que, como aquel al que ya apunta hoy el capitalismo, es unitario, pero a diferencia de aquel no quiere conquistas, opresión, exterminio y explotación.
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La perspectiva de que la Tercera Guerra Mundial sea posible hoy NO ES ESTA.
En primer lugar, el concepto de interdependencia global de las luchas ha sido desechado, como doctrina, como estrategia y como organización. El Presidium de la Internacional Comunista, violando las facultades estatutarias, decidió el 15 de mayo de 1943 disolver la organización, alegando que ya no era posible tomar decisiones internacionales sobre los problemas de un solo país, puesto que la situación de 1920 había cambiado y todos los partidos nacionales deben ser autónomos. ¡En la exposición de motivos es aprobada la separación del Partido Comunista de los Estados Unidos en noviembre de 1940! ¡Pero esto había sucedido ante la partición de Polonia con Hitler! Se dice entonces que la ruptura del vínculo mundial era necesaria porque, mientras los partidos de los países hitlerianos debían librar una lucha derrotista, los de los países adversos debían trabajar para el bloque nacional: las palabras oficiales son: «apoyar con toda la fuerza el esfuerzo de guerra de los gobiernos».
Por lo tanto, el gran camino, la gran perspectiva de Lenin fracasaría, si en el campo occidental, y ya no en una colonia o semicolonia, se forma un bloque, no con grupos nacionalistas insurgentes contra un gobierno interno o externo, sino con el gobierno constituido, burgués, capitalista, imperial, poseedor de colonias de ultramar. La fórmula de la alianza de la época, que era de claridad cristalina, ha caído y se ha puesto patas arriba: un vínculo entre todos los enemigos de las grandes potencias capitalistas de Occidente.
La historia nunca es simple y fácil de descifrar, y el alineamiento de los Estados, hoy que la consigna cambia de nuevo, y es destruir (como se hizo con Hitler), la fuerza interna de los gobiernos belicistas de América y Europa, será más o menos complicado, como en vísperas de las otras dos guerras.
Mientras tanto, la decisión sobre el doble papel de los partidos en los distintos Estados proviene siempre de esa guarnición del Kremlin, que osó autodisolverse.
Pero ya no tenemos, como en el programa de Lenin, la caída del capitalismo en Estados Unidos e Inglaterra como objetivo de la alianza de las clases y los pueblos oprimidos. Por lo tanto, no hay camino hacia la «dictadura proletaria internacional» ni posibilidad de ese «plan de economía proletaria mundial» que por sí solo resolvió el problema de “derrocar” el régimen burgués en China, y no crearlo para beneficio de los Chiang Kai-shek de ayer, de los Mao-Tse de mañana (o de los Titos de hoy). Se ha renunciado a todo, entonces el tortuoso camino que admite la “convivencia pacífica” bajo el régimen capitalista se opone al camino principal; porque el interés de una primera nación proletaria ya no está subordinado al de la victoria en los países más avanzados, y se niegan los “sacrificios nacionales” solicitados y prometidos por Lenin para dar cabida a un egoísmo nacional y estatal común.
En estos términos, como había un bajo oportunismo, perfectamente similar al de la Segunda Internacional que quería bloques nacionales en 1914, un apoyo total a los gobiernos en guerra de la alianza antialemana, así, habiendo destruido y renunciado a todas las garantías leninistas, se ha convertido en la alianza nacional en los países del Oriente y en el “bloque de las cuatro clases” que abraza a los burgueses industriales y comerciales locales y les promete un largo futuro de ejercicio económico capitalista. El apoyo bélico al régimen de Mao-Tsé, es tan reaccionario como lo fue el del régimen de Roosevelt, y como lo fue – en la época de Lenin – el apoyo bélico al imperio kaiserista o a la república francesa.
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La izquierda marxista de su momento advirtió que la línea amplia de la perspectiva histórica de la clase revolucionaria no cambia, desde que aparece en la sociedad como resultado de nuevas fuerzas productivas, hasta que alcanza la dispersión definitiva de las antiguas relaciones de producción.
Pero la mayoría de la clase trabajadora hoy parece seguir la escuela que pretende cambiar perspectivas amplias, bajo el pretexto de que el estudio de nuevas situaciones y experiencias así lo requiere. De la misma manera se defendió la revisión de finales del otro siglo, asumiendo que las formas pacíficas de desarrollo burgués sugerían utilizar los medios de la lucha armada y la dictadura, que Marx defendía.
Los treinta años que siguieron a la muerte de Lenin podrían habernos enseñado cualquier cosa, excepto que la interdependencia mundial, de los Estados establecidos y de las economías sociales, se desaceleró. Si este fuera el caso, ¿cómo habrían abrazado y comprometido los gobernantes rusos la muy moderna política de guerra en Yalta, en Potsdam; ¿Quién quería que los vencidos fueran aniquilados y destruidos en el escenario mundial, bajo la verdadera dictadura internacional del bloque victorioso? ¿Que ha elevado el engaño, màs grandioso que aquel de la Liga Wilsoniana de 1918, a la Organización de las Naciones, en cuyo palacio, mientras la sangre corre por los campos de Corea, el vino espumoso corre en las copas de los brindis en el cual participan con un sonrrisa tranquila los opositores de la nueva guerras santa?
Por lo tanto no tiene sentido proponer a la clase trabajadora una perspectiva que la cierre al breve ámbito de los problemas nacionales.
La teoría que cambia el plan socialista mundial por el socialismo en un solo país, que sostiene que es posible la coexistencia no sólo de hipotéticos Estados proletarios con los Estados de la burguesía, sino también de centros opuestos de poder militar constituido, antes de que el capitalismo mundial sea derrotado; esta teoría no es nada diferente de la «teoría pequeñoburguesa sobre la igualdad jurídica de las naciones en el régimen capitalista» señalada en las tesis de Lenin de 1920; nada ha cambiado con respecto a los programas de la Liga por la Paz y la Libertad de Mazzini, de Kossuth, señalados en aquel 1864 por Marx.
Dado que hoy el Capital renuncia menos que nunca al plan unificado de poder mundial y se moviliza para consolidar las cadenas sobre la clase obrera de todos los países “prósperos” y pobres, y el sometimiento de los Estados más pequeños y de las inmensas masas coloniales, toda teoría de convivencia y toda gran agitación mundial por la paz es complicidad con ese plan de hambre y opresión.
Todo intento de guerra santa como llamamiento a la defensa contra un asalto que quiere perturbar ese equilibrio imposible, realizado después de décadas y décadas de renuncia al pedido supremo de destruir desde los cimientos los centros imperialistas, sólo puede tener como contenido real la inmolación de los esfuerzos de partisanos y rebeldes en beneficio del imperialismo, que los explotará de manera similar al estadounidense, presentado en 1943 entre los campeones de la libertad en el mundo.
Pero la mayoría de la clase obrera mundial, sin embargo, hoy cae en el engaño de la campaña por la Paz, y quizás mañana caería en el de una nueva y vana inmolación partidista; no regresa a su perspectiva revolucionaria autónoma, a la que pudo regresar después de 1918.
¿Quizás haya que esperar al otro Lenin, y era Lenin, como dijo, en un momento de lirismo, el frío Zinoviev, “l’homme qui vient tous les cinq-cents ans” (El hombre que llega cada quinientos años)?
¿Quinientos años, hoy en que las grandes revistas sacan luz para el público no menos numeroso a partir de ciclos tan cortos, como aquel de Ike de la “mediana de mezcla” al generalísimo atlántico, o los del cambio de guardia en los nichos de los líderes políticos?
El camino del comunismo, que no termina en el ciclo de vida de los hombres o incluso de las generaciones, no necesitará mucho, porque a la política del bloque occidental antifascista y antialemán de ayer, a la del bloque oriental de hoy, sedicentemente anticapitalista, que ya no persigue la república socialista mundial, sino una democracia nacional y popular, más falsa que la prohibida por Washington, sea dada la misma definición que Lenin dio al socialnacionalismo de 1914: traición. Y que sea dada por una reconstituida unidad de organización y de lucha de los explotados y oprimidos de todos los países.
Y hasta que eso suceda, no hay paz que sea deseable, no hay guerra que no sea
infame.
Las medidas y los “planes” para los desempleados demuestran que la burguesía internacional es muy consciente del peligro que supone para ella la masa cada vez mayor de trabajadores sin empleo y trata de huir para ponerse a cubierto. El refugio en realidad, para el régimen capitalista, sólo puede ser uno: impedir que la masa de desempleados se dé cuenta de la identidad de sus intereses con los trabajadores que siguen en la producción, hacer que los desocupados crean realmente en la posibilidad de resolver sus problemas como desempleados, al margen del resto de la clase obrera.
La solución de la burguesía a este problema es ilusoria. Si la humanidad no se viera obligada a vivir bajo el dominio de un modo de producción, el capitalista, en el que sólo se produce en la medida en que se vende y se obtiene ganancia, no habría, de hecho, ningún problema de desempleo. Habiendo producido demasiado, estando el mundo asfixiado por montones de mercancías, la solución sería sencilla: reducir el esfuerzo y las horas de trabajo de toda la humanidad trabajadora, producir menos haciendo trabajar menos a la clase obrera.
El problema del desempleo existe y sólo se plantea en el terreno del modo de producción capitalista. El producto del trabajo es monopolio de la clase propietaria de los medios de producción; este producto toma la forma de mercancía, es decir, para ser consumido debe ser vendido y dar una ganancia sin la cual la clase capitalista deja de tener interés en la producción misma. En consecuencia, el hecho de que el mundo esté lleno de mercancías se transforma para el modo de producción capitalista en la necesidad de intensificar la competencia en el mercado mundial para arrebatar a los pocos consumidores que aún existen, es decir, de reducir los costos de producción para engañar al competidor, pertenezca éste a la misma “patria” o a una “patria” diferente.
Primera consecuencia aberrante del modo de producción: la crisis de sobreproducción es “relativa”, es decir, no es que los hombres tengan realmente a su disposición demasiadas mercancías que no puedan consumir materialmente, lo que se solucionaría simplemente reduciendo la producción. En realidad, el capitalismo sólo conoce consumidores de pago y el mecanismo de producción está atascado por la sobreproducción, mientras que la masa de los hombres sigue privada de los medios de subsistencia más elementales. Por un lado un enorme montón de mercancías que no se pueden vender, por otro una masa interminable de hombres que pasan hambre porque no pueden comprar esas mercancías.
Entre los productos del trabajo y la humanidad trabajadora se interpone el monopolio, sobre los medios de producción y los productos, de una clase social, protegida por la fuerza armada del Estado, por códigos, por leyes, que sólo está dispuesta a producir en la medida en que obtiene su ganancia de la producción. Si esto no es posible, y en el sistema capitalista se hace periódica e inevitablemente imposible, la masa de productos se pudre por un lado, mientras que la masa de productores se muere de hambre por el otro; entre los dos está el policía, el tribunal, el juez, dispuesto a defender por todos los medios el sagrado derecho a la propiedad privada.
Inevitablemente entonces, para el sistema capitalista, el hecho de haber producido demasiado en relación no a las necesidades humanas o a las posibilidades materiales de consumo de la humanidad, sino en relación a las posibilidades de pago y la obtención de ganancias de la clase capitalista, se transforma en una competencia intensificada y en la necesidad de reducir los costos de producción para que las mercancías del capitalista o del capitalista de Estado puedan venderse en el mercado con preferencia a otras mercancías producidas por otros capitalistas. Pero sólo hay una manera de bajar los costos de producción manteniendo inalterada la ganancia de la clase capitalista: bajar los costos de las materias primas (es decir, presión sobre los productores de materias primas, imperialismo, colonialismo) o bajar el costo de la mano de obra, es decir, reducir la parte del producto social que llega a los trabajadores en forma de salarios.
Aquí es donde surge el fenómeno del desempleo: mientras se intensifica la explotación, el ritmo, el tormento del trabajo (trabajo a domicilio, trabajo “ilegal”, extensión de la jornada de trabajo, etc.) para una parte de los trabajadores, otra parte es expulsada de la actividad productiva y obligada a vivir de subsidios o a morir de hambre.
Otra consecuencia aberrante del modo de producción capitalista: en la fábrica se
intensifica el esfuerzo de trabajo, en la fábrica mueren diariamente personas en
los llamados “asesinatos blancos” generados por la velocidad de las máquinas, la
extensión de la jornada laboral, etc., es decir, mueren por exceso de trabajo;
fuera de la fábrica se impide a una masa cada vez mayor de hombres incorporarse
a la actividad productiva. Entre una y otra masa de hombres, una vez más, el
policía, el tribunal, el juez, el cura, el sindicalista tricolor, es decir, el
aparato estatal capitalista en cuya bandera está escrito: defensa por todos los
medios de la propiedad privada, del derecho capitalista a obtener ganancias.
El problema del desempleo en el sentido burgués
El desempleado nunca podrá resolver el problema de su supervivencia como desempleado.
Si la clase capitalista fuera capaz de darle el mismo mísero salario que da al trabajador empleado, es decir, el salario íntegro y completo, dejaría de existir la finalidad misma por la que el sistema capitalista produce el desempleo, es decir, la necesidad del capitalista de reducir los costos de producción. En consecuencia, todas las disposiciones, “planes”, etc., que la burguesía pone en marcha, sólo pueden ser medios para mantener al desempleado en un nivel inferior al del trabajador empleado, es decir, sólo pueden ser subsidios de desempleo, más o menos elaborados, más o menos refinados.
La burguesía ofrece oportunidades de trabajo a los desempleados, pero siempre a un nivel global inferior al costo de un trabajador por cuenta ajena. Esto se hace de varias maneras. En primer lugar, dividiendo a la masa de desempleados y estableciendo en su seno la más terrible competencia: nunca habrá trabajo para todos, sino sólo para una parte de ellos; algunos serán admitidos al “privilegio” de poder trabajar y recibir un salario mientras que la masa de sus compañeros se queda muriendo de hambre. En segundo lugar, empleando a los desempleados a un precio inferior al de los trabajadores asalariados, es decir, intensificando la competencia entre desempleados y empleados y haciendo bajar necesariamente los salarios de los trabajadores empleados.
La clase obrera se ve obligada a leer cada día esta realidad en su experiencia de vida: la masa de desempleados presiona a los trabajadores de la producción, que se ven obligados, en nombre de defender sus puestos de trabajo, es decir, para no ser reemplazados por los desocupados, a ver reducidos sus salarios, a trabajar en condiciones cada vez más inhumanas y a un ritmo cada vez más intenso. El “privilegio” de poder sufrir y morir cada día dentro de una fábrica se convierte en un bien preciado para aquella parte de la clase obrera que tiene la “suerte” de poder aprovecharlo. ¿Qué importa el monto del salario, a quién las medidas de seguridad, a quién las horas de trabajo, mientras se tenga el “privilegio” de ser explotado, de poder trabajar?
Así es como, si consideramos la suma global de los salarios pagados a quince millones de trabajadores italianos, digamos, hace cinco años, vemos que esta suma global se ha reducido enormemente a pesar de que la producción ha aumentado: es decir, la clase obrera italiana recibe, en relación con el producto total, una cantidad enormemente menor de producto social que hace cinco o seis años. Los costos laborales han bajado; las mercancías italianas entran en el mercado mundial a “precios competitivos”, es decir, pueden venderse con preferencia a las mercancías japonesas o alemanas o americanas, salvaguardando así la ganancia capitalista. Este es el resultado que pretende alcanzar el modo de producción capitalista y las clases sociales interesadas en su supervivencia.
Pero la burguesía y su Estado esperan otro resultado de carácter político de la separación y competencia entre trabajadores ocupados y desempleados: sabe muy bien que la crisis de su modo de producción se intensificará y que se verá obligada a aplastar cada vez más las condiciones de la clase obrera en su conjunto. Sabe también que la clase obrera podría encontrar, en este continuo empeoramiento de sus condiciones materiales, el impulso para atacar de nuevo al Estado burgués, para intentar romper de una vez por todo el monopolio social y político que lleva periódicamente a la humanidad al sacrificio de sus energías. Entonces la crisis pasaría de una crisis económica a una crisis social y política, a un violento enfrentamiento entre clases por la conservación o la destrucción de esta infame forma de producir y de vivir. La burguesía dirige todos sus esfuerzos a impedir esta transición o, como mínimo, a asegurarse de que cuando se produzca la clase obrera esté lo más debilitada y dividida posible, lo más privada posible de la posibilidad de reaccionar como una sola masa dirigida por un solo cerebro, con un único propósito.
El ejército de los desempleados también sirve a este propósito, en la medida en que se siente separado de los trabajadores asalariados, en la medida en que siente que, para resolver el problema de su supervivencia, no puede recibir ningún apoyo de los trabajadores asalariados que “piensan por sí mismos”, que depende exclusivamente de las provisiones y limosnas del Estado burgués.
La masa de los desempleados, desesperada, reducida a mendigar un subsidio o un trabajo de cualquier tipo a la patronal y a su Estado, convencida de que los trabajadores asalariados son “privilegiados” y que no se puede esperar nada de ellos, puede ser movilizada por la burguesía contra la clase obrera, puede proporcionar las tropas de choque de la burguesía contra el intento de los trabajadores asalariados de reaccionar ante el aplastamiento de sus condiciones. La historia del movimiento obrero enseña que mil veces la burguesía ha conseguido reclutar a los verdugos de la clase obrera entre las masas de los desempleados, el lumpen-proletariado, los obreros a los que no les quedaba más remedio que morirse de hambre o aceptar las migajas que la burguesía les regalaba sacándolos de la súper-explotación de los asalariados.
En junio de 1848, los obreros insurrectos de Paris se encontraron no sólo frente
a los fusiles de los “epiciers”, de los comerciantes, a los que el gran capital
había concedido un aplazamiento en el pago de las letras de cambio, sino también
frente a la “guardia móvil” alistada entre los obreros desempleados reducidos al
rango de lumpen-proletarios. En épocas más recientes, desde los estratos
sociales de la pequeña burguesía semi-arruinada y el lumpen-proletariado sacaron
sus falanges del fascismo y el nazismo para asestar vigorosos golpes contra las
organizaciones de clase del proletariado.
La maldita política oportunista
Esta es la apuesta que se juega la clase obrera. Pero el intento de la burguesía de dividir las fuerzas de la clase proletaria en su propio beneficio sólo es posible y exclusivamente a través de la política verdaderamente corporativa que el oportunismo político y sindical impone a los trabajadores. Es precisamente en el problema del desempleo donde destaca el carácter burgués de los falsos partidos obreros, como el P.C. de Italia o los partidos socialdemócratas, y el carácter anti-obrero de la actual política sindical inspirada y deseada por ellos. Esta banda de carroñeros disfrazados de dirigentes obreros cumple especialmente en esto su función de agentes de la burguesía, separando la suerte de los asalariados del de los desempleados y abandonando a estos últimos a merced del Estado capitalista. Con esto prepara el camino a la reacción burguesa contra la clase obrera; prepara, bajo sus declaraciones “antifascistas”, el camino al fascismo. Esta política ya se está aplicando, no es cosa del futuro, sino del presente e incluso del pasado.
En todos los contratos de trabajo firmados este año, y en el último de los textiles en particular, figura: 1) La aceptación del trabajo de horas extras, el principio de la mejor utilización de la planta, la posibilidad de que un trabajador trabaje turnos de 12 o 16 horas. Esto significa la posibilidad para el patrón de hacer la misma producción con menos trabajadores, es decir, una traición a los miles de trabajadores que esperan a las puertas de la fábrica. 2) La aceptación de despidos, la reducción de personal y su “movilidad”. Esto significa la posibilidad para el patrón de aumentar el número de desempleados. 3) La admisión e incluso la codificación de la utilización del trabajo “por contrato”, el trabajo a domicilio y otras formas de trabajo “ilegal” (véase el contrato textil). Esto significa la posibilidad de explotar a los trabajadores reducidos a desempleados en formas de subempleo, con salarios de hambre, con el uso de trabajo infantil, etc.
Mientras la política oportunista que dirige los sindicatos separa a los ocupados de los desempleados favoreciendo la superexplotación de unos y otros, los desempleados están separados de sus compañeros incluso desde el punto de vista físico. La organización sindical a la que pertenecían hasta la víspera ya ni siquiera los acoge estatutariamente, dado el infame método de la afiliación por poderes, que supone que el trabajador sólo puede ser miembro del sindicato porque tiene un jefe, no porque sea trabajador. Al mismo tiempo, se favorece por todos los medios la creación de un “sindicato de desempleados”, que supuestamente debe hacer avanzar los intereses de los desempleados, las reivindicaciones de los desocupados, como si éstos pudieran existir por sí mismos sin convertirse necesariamente en la mendicidad del Estado burgués. En otras palabras, se está abriendo una brecha entre los trabajadores asalariados y los desempleados, separando a estos últimos incluso psicológicamente del resto de la clase obrera.
Pero esto no basta: cuando los obreros desempleados arremeten, empujados por sus
insoportables exigencias vitales, contra las instituciones del régimen burgués,
entonces se invoca la calma de los obreros empleados para “aislar a los
provocadores” y se aplaude la represión estatal contra la “violencia”. Gracias a
esta política, el capital internacional puede lanzar sus “planes” para los
desempleados que sólo tienen un objetivo: enfrentar a los desempleados con los
trabajadores de la producción desde el punto de vista de la competencia
económica, hacer de los desempleados una masa de maniobra contra el conjunto de
la clase obrera desde el punto de vista social y político.
La verdadera política de clase frente a los desempleados
La crisis económica, gracias al predominio de la política oportunista sobre todas las organizaciones obreras, favorece la desintegración de la clase en divisiones opuestas. A esta desintegración la clase sólo puede reaccionar de una manera: asumiendo la defensa global de las condiciones de vida de los trabajadores empleados y desempleados. La fuerza efectiva de la clase reside en los trabajadores de la producción. Por tanto, la cuestión de la defensa de los desempleados debe estar en el centro de las luchas y reivindicaciones de los trabajadores asalariados. Deben luchar para exigir que los desempleados, despedidos, jubilados cobren su salario íntegro como miembros de la clase obrera; deben luchar por la reducción de la jornada de trabajo y del esfuerzo y contra toda forma de trabajo “ilegal” para que los desempleados, “nuevas inversiones” o no, sean readmitidos a la producción. Se debe luchar contra todas las formas de superexplotación a las que son sometidos a los trabajadores desempleados exigiendo que, empleados en cualquier trabajo, lo sean en las mismas condiciones que los demás trabajadores.
Se debe exigir al trabajador desempleado que pertenezca por derecho a la organización sindical a la que pertenecía cuando estaba empleado, al igual que al trabajador jubilado, y hay que rechazar cualquier intento de excluirlo de su categoría y de crear la categoría “especial” de los desempleados organizados al margen de los trabajadores asalariados.
La clase obrera en la producción debe sentir y expresar su solidaridad con los episodios de violencia que los desempleados dirigen contra las instituciones burguesas, y debe ser ella, que tiene en sus manos las palancas de la producción, la que diga a la burguesía que, con inversión o sin ella, con ganancias o sin ellas, con competitividad o sin ella, no permitirá que millones de sus miembros vivan a merced de las dádivas capitalistas.
Salario completo a los desempleados. Supresión de todas las horas extras. Reducción de la jornada de trabajo y de la carga de trabajo. Estas son las reivindicaciones que unen a los asalariados y a los desempleados en un único frente de clase contra la ganancia capitalista y su conservación que recibe el nombre de “economía mundial”.
Ciertamente, estas reivindicaciones elementales van directamente contra la economía capitalista. Ésta no puede sobrevivir, no puede salir de la crisis que la atenaza en todo el mundo si la clase obrera exige el cumplimiento de estas reivindicaciones. Pero esto sólo significa que el régimen capitalista sólo puede salvarse una vez más aplastando las condiciones de vida de la clase obrera hasta el punto de una hambruna general, hasta el punto de la masacre en los frentes de una nueva guerra mundial.
Esta es la alternativa a la que se enfrenta hoy la clase obrera: o sacrificarse
a sí misma y a sus hijos para que sobreviva el privilegio de las clases
propietarias, o emprender el duro camino de la defensa sin tregua, por todos los
medios y contra todos, de sus condiciones de vida y de trabajo, de la
reconstitución sobre esta base de sus sindicatos de clase, de la reconexión con
el Partido revolucionario de clase. No hay otro camino ni para los ocupados ni
para los desempleados.
Publicamos aquí está la declaración con la cual el compañero Settimo Balbi, de Trieste, realizó su exposición de motivos sobre la imposibilidad de aceptar cargos directivas en un organismo mixto creado al final del III congreso provincial de la FIOM sobre la base de una plataforma de acción que contrasta con los más elementales principios de clase y con la acción realizada por él en el sindicato y en estrecho contacto con los obreros y sus luchas reivindicativas y políticas.
Coincide plenamente tanto con las críticas que dirigimos constantemente a la política de la CGIL (y con mayor razón de la CISL y la UIL, que consideramos organizaciones abiertamente patronales), así como con nuestra posición general, que no sólo no excluye sino que postula la conquista y el ejercicio de la dirección del sindicato obrero, siempre y cuando sean el resultado de una acción de propaganda y de batalla llevada a cabo en sus filas y que tenga como efecto la adhesión declarada de una corriente de proletarios a los principios de la lucha obrera de clases apoyada por nosotros, pero nunca como resultado de combinaciones, maniobras y acuerdos que distorsionarían estos principios, a los ojos de los mismos trabajadores.
Nuestra perspectiva y nuestra línea, por tanto, siguen siendo: lucha en el seno del sindicato obrero en defensa de los principios del comunismo revolucionario y con miras a la formación de una corriente de proletarios alineados con estos principios; conquista de las palancas de mando tan pronto como las relaciones de fuerza permitan a esta corriente afirmarse sobre una plataforma inequívoca y con la más firme adhesión a los postulados marxistas.
* * *
La “moción conclusiva” presentada por la FIOM en el III Congreso provincial de Trieste representa una plataforma programática irreconciliable con la naturaleza y fines del sindicato de clase.
La organización sindical tiene la tarea de unificar las fuerzas dispersas de los trabajadores en la lucha por defender sus intereses inmediatos contra el Capital, y en vista de la lucha política general que el proletariado inevitablemente tendrá que librar, bajo la dirección del partido político revolucionario, por el derrocamiento del poder burgués y la instauración de la dictadura comunista.
Esta finalidad se contradice con todos los puntos de la moción final de la FIOM en el congreso provincial, que además refleja el enfoque político general dado hoy por la Confederación General del Trabajo.
1) La perspectiva de una lucha final y violenta por el derrocamiento del poder capitalista y, por tanto, de su Estado es sustituida aquí por la perspectiva totalmente reformista y socialdemócrata de la «participación y de la contribución decisiva de los trabajadores» a la llamada programación gubernamental;
2) Los intereses proletarios y su defensa son sustituidos por los “intereses del país” (por lo tanto, del Capital que gobierna el país, tanto de forma democrática como fascista) o incluso «de la ciudad»;
3) La visión grandiosa de la transformación revolucionaria de la sociedad en nombre del proletariado y en interés de una humanidad finalmente liberada del yugo de la división de clases es reemplazada por un plan mezquino y conservador de «reformas necesarias para nuestro país» (¿por qué no decir siquiera «de la patria amada»?);
4) En el plano estrictamente sindical, la moción ni siquiera menciona, o sólo vagamente, los dos problemas y basamentos del radical aumento del salario base y la reducción radical de la jornada laboral, al tiempo que pide una «negociación» o una «regulación» de las primas de producción, salarios a destajo, incentivos, divisiones por cualificaciones cada vez más distanciadas entre sí, que el sindicato siempre debería proponerse abolir;
5) Pone en el centro de todas las cuestiones el reconocimiento de la contratación empresarial, que separa a los obreros de un complejo productivo de los de otro, crea diferenciaciones económicas en una misma categoría, ata a los proletarios al carro-prisión de la empresa en el que se consumen sus vidas;
6) Invierte y coloca patas arriba el principio según el cual los intereses de los obreros son únicos, por encima de cualquier división en empresas, sectores, cualificaciones y deben ser defendidos a escala general y unitaria, yendo desde el sindicato de toda la categoría hacia la empresa, no desde la sucursal o filial de empresa hacia el sindicato;
7) Por lo tanto, favorece esa táctica de articulación, o más bien de fragmentación, de las luchas proletarias, a la que se deben no los alardeados éxitos de los trabajadores, sino sus fracasos reales y desastrosos, bien representados por un contrato que ni siquiera se puede hacer cumplir, incluso para ser reconocido, después de largas y a menudo violentas batallas;
8) Se convierte en paladín de las industrias del Estado y en su protector, como si el Estado no fuera, mientras el sistema capitalista esté vigente, el «comité administrativo de la burguesía» y no hubiera dado pruebas suficientes de ello en la forma en que trata a los obreros, completamente igual que el de las empresas privadas;
9) Finalmente, para colmo de bastardización, propugna «la formación, en el ámbito de la FIOM, de un sindicato de empleados», cuando un siglo de luchas obreras, gloriosas e incluso sangrientas, enseña que las categorías de cuello blanco o luchan junto con los obreros y en el marco y bajo la disciplina de una única organización de trabajadores, o se alejan, dejándose llevar por la corriente de los prejuicios pequeñoburgueses, o incluso se convierten en saboteadores y esquiroles de la acción proletaria. La tarea del sindicato de clase es inspirar en los empleados el sentido y la conciencia de que sus intereses sólo pueden defenderse en el marco de la defensa de los intereses de todos los explotados por el capital, nunca es aislarlos en una organización autónoma y competitiva.
Como se ve, no se trata aquí de divergencias de detalle, sino de conflictos de principio irreconciliables: o del lado de acá o de allá de una barricada, que la “moción final” tiene el mérito de haber levantado sin escrúpulos y sin pelos en la lengua.
Al no poder compartir la responsabilidad por la ejecución de tal línea política y su propaganda entre los obreros y estando convencido de que esa línea va en contra de los verdaderos intereses de los trabajadores, tampoco puedo aceptar posiciones de dirección sindical, que en cambio aceptaré asumir con entusiasmo el día en que un grupo de trabajadores, conscientemente alineados en la plataforma política y reivindicativa del Partido Comunista Internacionalista promovida por mí en el seno del sindicato, le darán todo su apoyo, no inspirados por simpatías personales o consideraciones momentáneas, sino por una convicción madura, y en directo contraste con la política descrita anteriormente.
¡Viva Espartaco! ¡Viva el Partido Comunista Internacional!
Brasil: huelga de trabajadores del Sector Público
se extiende por más de 40 días
El 10 de julio se activó una huelga de trabajadores del sector público, teniendo como núcleo los trabajadores de la seguridad social. El gobierno de Lula, a través de la Fiscalía General de la República, solicitó ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) la suspensión del paro de funcionarios públicos, con el argumento usado por los gobiernos en todo el mundo de que los trabajadores no pueden paralizar servicios esenciales para la sociedad. Adicionalmente el gobierno brasileño anunció que descontaría del salario de los huelguistas las pérdidas por los días de paro.
Los trabajadores exigen mejores condiciones laborales y la incorporación de bonos a su salario base. El Gobierno, por su parte, ha presentado una propuesta de ajuste del 18%, con un 9% para 2025 y un 9% para 2026. Aunque la exigencia de bonos y no de aumento salarial, representa una concesión al patrón por parte de la dirigencia sindical, es importante destacar que se asumiera la huelga nacional como forma de lucha para exigir las reivindicaciones.
En esta lucha se integraron sindicatos de trabajadores de la salud, seguridad social y asistencia social, que paralizaron más de 400 agencias del Seguro Social – del Instituto Nacional de Seguridad Social (INSS) – ubicadas en 23 Estados. Este año, el gobierno espera alcanzar un ahorro de 9 mil millones de reales en la parte del gasto público que se destina a la Seguridad Social. Para 2025, la promesa es recortar R$ 25,9 mil millones en gastos obligatorios. La huelga de los trabajadores representa un contratiempo ante los planes del gobierno burgués. El gobierno de Lula, mientras se proclama «pro-obrero» y «pro-sindicato», reprime la huelga de trabajadores de la seguridad social.
A finales de julio se sumaron los trabajadores públicos en las áreas de Puertos y Aeropuertos, Minas y Energía, Comunicaciones, Desarrollo Regional, Salud y Cultura convocaron a una huelga general por 48 horas, entre el 31 de julio y el 1 de agosto, interrumpiendo servicios esenciales para la economía, como inspecciones en puertos, aeropuertos, electricidad, agua y otros servicios, que representan el 60% del Producto Interno Bruto (PIB).
Las propuestas salariales del gobierno no cubren las pérdidas inflacionarias acumuladas en los últimos años. De enero de 2017 a junio de 2024, se registró una inflación del 71,84%, mientras que el Índice de Precios al Consumidor en Alimentos aumentó un 45,35% en el mismo período, según el Banco Central de Brasil (BC). La oferta del gobierno fue un aumento de hasta el 21,4% para los puestos de carrera y de hasta el 13,4% para el Plan de Puestos Especiales (PEC), dividido en dos cuotas: enero de 2025 y abril de 2026.
En la mayoría de los estados del nordeste (Bahía, Pernambuco, Maranhão, Sergipe, Alagoas y Paraíba) los trabajadores se organizaron con el apoyo de los sindicatos. En cada estado se constituyeron Comandos de Huelga que promovieron la participación de los trabajadores.
En términos generales su pudo observar señales de apoyo a la huelga. El comando de huelga estableció un calendario de movilizaciones que abarcaba la Capital, región metropolitana y ciudades del interior. Además de los actos y visitas a los centros de trabajo, así como la intensificación del contacto con los trabajadores que laboran de forma remota, el Sindicato realizó transmisiones en vivo, por internet, para conversar con los empleados y resolver dudas sobre la huelga.
El gobierno de Lula fue denunciado ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por incumplir un acuerdo de huelga firmado entre empleados del Instituto Nacional de Seguridad Social (INSS) y el gobierno de Bolsonaro. La denuncia fue presentada el pasado sábado (17/8) por el Sindicato de Trabajadores de la Previsión Social y de la Previsión Social de São Paulo (Sinssp).
Los huelguistas no dieron marcha atrás y negaron dos propuestas de acuerdo
enviadas por el Ministerio de Gestión e Innovación (MGI) esta semana. Las
propuestas del gobierno siguen centradas en aumentar bonos por desempeño pero
sin modificar el salario base. De consolidarse la propuesta del gobierno el
ingreso de los trabajadores estaría compuesto en no menos del 75% por bonos.
Merodea la traición
Pese a que detrás de las quejas de los directivos sindicales por la falta de disposición al diálogo por parte del gobierno se esconde la intención de frenar y parar la huelga en base a la conciliación con el patrón. Sin embargo los trabajadores se han mantenido unidos en su disposición de lucha.
Un primer avance en la traición de la dirigencia sindical quedó verificado el jueves 29 de agosto por la noche, cuando los empleados del Ministerio de Seguridad Social firmaron un acuerdo con representantes del Ministerio de Gestión e Innovación de los Servicios Públicos (MGI). El acuerdo prevé un aumento salarial por tramos, la reestructuración de las carreras en los distintos niveles, el cumplimiento de los puntos acordados en negociaciones anteriores y otros temas no retributivos. El gobierno de Lula (PT) se apresuró a anunciar que había llegado a un acuerdo con los empleados del Instituto Nacional de Seguridad Social (INSS).
Los traidores pensaban que con esto se consumaba el fin de la huelga, pero el
acuerdo sólo fue firmado por la Confederación Nacional de Trabajadores de la
Seguridad Social, vinculada a la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). La
mayoría de los trabajadores del INSS, representados por otros sindicatos, no
aceptaron la nueva propuesta del Gobierno. Sindicatos como la Federación
Nacional de Sindicatos de Trabajadores de Sanidad, Trabajo, Seguridad Social y
Asistencia Social (Fenasps) y el Sindicato de Trabajadores Públicos Federales de
Sanidad y Seguridad Social (Sindsprev) no reconocen la validez del acuerdo.
Estos dos sindicatos representan a la mayoría de los trabajadores de la
seguridad social.
La lucha continúa
El Comando Nacional de Huelga reafirmó la continuidad de la huelga. “¡Es esencial reforzar y ampliar la huelga en todo el país!.
La huelga se ha extendido durante más de 40 días y ha llegado a un punto en que no podrán avanzar sin plantearse su extensión con la incorporación de trabajadores de otras áreas, tanto del sector público como privado, unidos en torno a la exigencia de un aumento significativo del salario base. Los trabajadores del INSS deberán fortalecer su organización de base y la agitación y la propaganda promoviendo la huelga general, realizando reuniones intersindicales regionales para sumar fuerzas en la lucha de los trabajadores. El aislamiento de la lucha de los trabajadores del INSS pone en riesgo su avance hacia el logro de las reivindicaciones planteadas. Los trabajadores en asamblea deben mantenerse firmes y acordar acciones de mayor presión contra el patrón-gobierno.
* * *
Italia
Luchar no es votar, y peor si es junto a la patronal
El pasado 25 de abril, la CGIL en Italia, lanzó una campaña de recolección de firmas para solicitar un referéndum abrogativo. Con este referéndum se plantea la derogación de 4 leyes. Tres de estas derogaciones se refieren a partes de una ley aprobada por un gobierno de centro izquierda en diciembre de 2014, contra la cual la CGIL promovió una huelga general… ¡nueve días después de la aprobación de la ley!
Si las 4 derogaciones planteadas por el referéndum abrogativo terminaran con un éxito, se esperaría que esto mejore un poco las condiciones de los trabajadores, o sea que va a disminuir un poco la condición del chantaje a los proletarios para que se sometan a las condiciones impuestas por los patrones, que es una característica que no se puede erradicar en el capitalismo. Pero es muy difícil decir en qué medida estas reformas mejorarán las condiciones de los trabajadores, porque hoy día el mercado de la fuerza de trabajo de los asalariados es muy flexible, con muchos mecanismos para emplear trabajadores de forma temporal. De hecho la reforma sería una gota en el mar.
Nosotros, los comunistas, no negamos la importancia de aquellas pequeñas conquistas alcanzadas por los trabajadores, obligados por la sociedad capitalista a vivir en condiciones cada vez más duras. Pero el problema no debe encuadrarse en un esquema superficial según el cual cualquier mejora debe perseguirse por cualquier medio, sino más bien midiendo si un logro, pequeño o grande, es un presagio de mayores o menores logros futuros. Es decir, si se trata de mejoras efímeras e ilusorias o de un paso adelante en el fortalecimiento del movimiento sindical de los trabajadores.
Esta evaluación incluye necesariamente valorar el método utilizado para perseguir el objetivo. De hecho, dentro de ciertos límites, el método es incluso más importante que el objetivo. Es en este nivel donde apreciamos el contraste total entre el método del sindicalismo de clase y el método asumido por la CGIL y por muchas otras centrales sindicales en el mundo, que promueven la colaboración entre las clases.
Así mismo debemos apreciar la diferencia entre la orientación sindical de nuestro partido – que es de clase – y la orientación que impulsan los grupos dirigentes, oportunistas, de las corrientes sindicales que se declaran, más o menos claramente, partidarias del sindicalismo de clase.
El método del referéndum para obtener mejoras a favor de los trabajadores debe ser rechazado porque es la negación, en la práctica y en principio, de la lucha de clases. Como siempre, esta orientación nuestra no es preconcebida, ideológica, como nos quieren hacer creer los hipócritas sindicalistas patronales que dirigen las centrales italianas y de otros países.
Es históricamente indiscutible que las conquistas verdaderamente importantes de la clase trabajadora, en todos los países, han sido obtenidas a través de la lucha, que, cuanto más grande, más extensa y radical ha sido.
El colaboracionismo sindical, que limita la huelga tanto como sea posible en el tiempo y el espacio y – abiertamente – como un último recurso, florece en períodos de regresión de las condiciones de la clase obrera, conduciendo, en vez de a pequeñas mejoras progresivas, a un gradual retroceso, como lo han demostrado muy claramente las últimas cuatro décadas.
Cualquier mejora obtenida mediante un referéndum ofrecería una vez más a los trabajadores una lección poco educativa sobre la lucha: bastaría con ir a las urnas, lo cual es muy diferente a hacer una huelga. Con esto no crearían las condiciones para una mayor fuerza combativa de los trabajadores, sino que apuntalarían la pasividad actual, ofreciendo a los empresarios garantías de la continuación de las condiciones de paz social que han garantizado años de deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora.
El método del referéndum es específico del sindicalismo colaboracionista por al menos dos razones:
los miembros de todas las clases sociales son llamados a votar para decidir sobre los problemas que afectan a la clase trabajadora. Por tanto, de esta manera se afirma el principio del interclasismo, del sometimiento de la clase trabajadora a otras clases;
con el método del voto secreto, la opinión del trabajador atrasado, no sindicalizado, individualista, incluso el esquirol, se pone al mismo nivel que el voto de los trabajadores combativos, que por conciencia, generosidad y altruismo se sacrifican por los intereses colectivos de su clase.
Por la segunda de estas dos razones, también hay que rechazar el referéndum para ratificar acuerdos contractuales, aunque sólo implique a los trabajadores, por ser un instrumento muy útil con el que los sindicatos del régimen han sancionado y justificado durante décadas las renovaciones de contratos nacionales, siempre desechables.
El mecanismo del Referéndum y de las consultas de opinión que se realizan con aplicaciones informáticas que trasmiten preguntas cerradas a los trabajadores a través de la mensajería de los celulares, le permite a los sindicatos del régimen evitar la realización de asambleas y cerrar las puertas a la discusión abierta de diferentes temas entre los trabajadores.
De estas consideraciones se desprende que el principio democrático está en contra de la lucha de clases, que se basa más bien en una relación de fuerzas, no en el recuento de opiniones.
Lo que cuenta en la lucha son los trabajadores organizados que, con distintos grados de compromiso, participan en ella. Desde la base de afiliados, pasando por quienes participan en asambleas y reuniones, pasando por quienes son consistentemente activos en la vida sindical, hasta los trabajadores que toman partido de manera más o menos determinada durante la huelga.
Por supuesto, en asambleas de trabajadores se vota. Pero se hace con una votación abierta, no “en privado”, en el secreto de las urnas. Por lo tanto, quienes no participan en asambleas y reuniones quedan excluidos de la toma de decisiones, con lo que ya se aplica una primera distinción importante entre quienes están comprometidos y quienes no se preocupan por la lucha sindical. Tomar una posición pública frente a sus compañeros de trabajo hace una diferencia.
Evidentemente, de esta manera no se trata de respetar obsequiosamente un principio de justicia abstracto y democrático, que cuando se lleva al mundo real del capitalismo se transforma en un arma formidable para perpetuar la injusticia de la clase privilegiada contra los trabajadores. Se trata de situar los intereses de la clase explotada y por tanto su fuerza y su lucha como principio soberano.
Que los dirigentes filo-burgueses de las centrales sindicales del régimen promuevan referendos, para continuar su sempiterna labor de deseducación de los trabajadores y cubrir con esta distracción su voluntad de no organizar ninguna lucha, lo cual es más obvio y lógico que nunca.
Particularmente importante es desarrollar la crítica y desenmascaramiento de aquellas corrientes sindicales que se dicen “clasistas”, y por tanto contrarias al sindicalismo colaboracionista, pero que responden de manera inadecuada a las maniobras de la dirección de las centrales sindicales, federaciones y sindicatos del régimen, debido a su sujeción a la ideología democrática, es decir, burguesa.
Estas corrientes oportunistas, que se autodenominan “clasistas”, no enfrentan mecanismos como el referéndum, sino que pretenden ser diferentes de las directivas de los sindicatos del régimen indicando que el voto en el Referéndum se debe acompañar con la lucha. De esta manera pretenden presentarse ante los trabajadores como una opción “combativa”, que sin embargo impulsa la integración de los trabajadores en los mecanismos legales de la democracia burguesa.
De allí que no nos debe sorprender que esas mismas corrientes de sindicalismo “clasista” llamen a la participación en las elecciones convocadas por la democracia burguesa, a presentar “candidatos obreros” y a luchar por un supuesto “gobierno obrero”, que no será otra cosa que un nuevo gobierno burgués.
Los trabajadores deben reivindicar la organización de base, el debate en asambleas para decidir el curso a seguir en sus luchas cotidianas contra los patrones, asumiendo la unidad de acción para neutralizar la división impuesta por centrales y federaciones del régimen y para recuperar su independencia de clase ante los mecanismos de sumisión que les impone la democracia burguesa.
Luchar no es votar y peor aún si es junto a los patrones: esta es la enseñanza que quienes apoyan el sindicalismo de clase deben dar a los trabajadores.
* * *
Crece el control de las trasnacionales sobre el petroleo y el gas
venezolano, mientras la clase obrera se mantiene agobiada por bajosb salarios y sobre -explotacion
Trabajadores petroleros, petroquimicos y gasiferos: romper con la pasividad y las ilusiones y preparase para la lucha de clase
Entre enero 2023 y julio 2024, la producción de petróleo en Venezuela pasó de 732.000 BPD a 928.000 BPD, representando un aumento de 196.000 BPD (26,78%). De ese incremento Chevron añadió 189.000 BPD (96,43%). La diferencia en este crecimiento (7.000 BPD) representa el esfuerzo propio de PDVSA, pero incluso en esta fracción han participado empresas como Eni, Repsol y Maurel & Prom.
Es decir que el crecimiento de la producción venezolana de petróleo es abiertamente dependiente de la participación de las trasnacionales en la recuperación de pozos y en la producción de crudo y gas. Petróleos de Venezuela (PDVSA) no posee el musculo financiero para incidir de manera autónoma en la recuperación de la producción y a esto se suma una acumulación de limitaciones operativas, de falta de mano de obra calificada – que no cuenta con salarios atractivos – y sometida a la dirección de cúpulas enfocadas en drenar parte de la renta petrolera hacia los canales de la corrupción.
Tanto la producción como las exportaciones sobreviven gracias a la acción de las transnacionales: Chevron, Eni, Repsol y Maurel & Prom. Los ingresos generados por PDVSA difícilmente alcanzarían a cubrir el 60% el presupuesto de gastos del Estado burgués venezolano. Y los precios del petróleo siguen sin alcanzar los 80 $ el barril. Así mismo se estima que Venezuela debe aproximadamente 154.000 millones de dólares a prestamistas extranjeros; aunque el gobierno no ha podido pagar esta deuda no solo por insuficiencia de recursos financieros, sino también debido a las sanciones impuestas por Estados Unidos, que impiden a PDVSA y otras empresas estatales realizar o recibir pagos en la banca internacional.
Por otro lado, el entorno de la economía mundial muestra la tendencia a la sobre-producción de petróleo y gas, proceso que no termina de mostrarse en su máxima expresión por las limitaciones que ha confrontado el petróleo y el gas ruso para fluir plenamente en los mercados. Esta tendencia a la sobre-producción terminará deprimiendo los precios internacionales de estas materias primas.
Pese a que los diferentes ministros de petróleo y presidentes de PDVSA han prometido cumplir con metas ambiciosas de crecimiento de la producción, apenas en julio 2024 pueden mostrar el resultado de 2 Taladros de perforación operativos, pese a que prometieron activar 27 de 121 taladros. Los directivos de PDVSA, Pequiven y otras empresas del sector del petróleo y del gas, se dedican a una constante campaña demagógica, recorriendo plantas e instalaciones, difundiendo mentiras en las redes sociales y manipulando a los trabajadores para mantenerlos pasivos y esperanzados en mejoras socio-económicas que no cumplen y recibiendo migajas, mientras se gastan millones de dólares en publicidad y en maquillar la imagen de empresas semi-paralizadas y a la espera de la llegada de los capitales de las trasnacionales. Y los sindicatos del sector, traidores y serviles, han estado comprometidos con este proceso, mientras también participan del festín de la corrupción.
El modelo de negocios que ha establecido el gobierno burgués venezolano, está determinado por alianzas con las potencias imperialistas, dejando en manos de las trasnacionales la recuperación de la producción y las exportaciones de petróleo y gas. Hasta ahora este es un esquema del que ha sacado el mayor provecho el imperialismo norteamericano, apoyándose en un conjunto de sanciones que le permiten decidir cuáles serán las empresas que operarán en el territorio venezolano y que asumirán no solo la recuperación de pozos petroleros sino la comercialización del petróleo extraído. El gobierno y el parlamento venezolano han venido firmando múltiples acuerdos con trasnacionales para la explotación del petróleo venezolano, pero hasta ahora Estados Unidos tiene la última palabra para decidir quién entra y quién no. Incluso el convenio firmado entre el gobierno venezolano y el de Trinidad para explotar el gas en parte de su plataforma marítima, que daría entrada a la británica Shell, depende del pronunciamiento del gobierno norteamericano.
En el marco de la confrontación entre sectores burgueses venezolanos y no venezolanos por el control del gobierno y, por tanto, del negocio del petróleo, del gas y de otras materias primas, el gobierno actual se ha acercado al grupo imperialista de los BRICS, liderado por China, para ponerle a disposición estos negocios. Esto explica porqué los gobiernos integrados a los BRICS reconocieron de inmediato el triunfo electoral de Nicolás Maduro en su reelección como presidente de Venezuela. Detrás de los choques políticos y negociaciones en relación con los resultados electorales de julio 2024 en Venezuela, subyacen las contradicciones interimperialistas. Aun así, la confrontación política post-electoral no ha detenido las exportaciones y portales de seguimiento al transporte marítimo dan cuenta que durante los 19 días posteriores al 29 de julio, partieron hacia EEUU 12 buques desde los muelles de Jose, Amuay y Puerto La Cruz con carga perteneciente a la norteamericana Chevron y a la española Repsol, la cual desde julio comenzó a enviar crudo a refinerías de ese país. Parte de estas exportaciones son intercambiadas por gasolina, diésel y diluyentes que recibe la estatal venezolana PDVSA.
Mientras tanto los trabajadores se mantienen sometidos a bajos salarios,
condiciones de trabajo insalubres e inseguras y con una desmejora en beneficios
complementarios al salario. Esta situación se hace más crítica entre los
trabajadores jubilados y pensionados y entre los desempleados, sometidos a la
miseria. Así mismo tienen mucho tiempo paralizada la discusión y renovación de
contratos colectivos en todas las áreas de actividad económica. Pese a que en el
caso de los trabajadores petroleros, petroquímicos y gasíferos reciben paquetes
salariales mejores que estratos de trabajadores de otras actividades económicas,
de todas maneras sus ingresos y beneficios siguen estando muy por debajo del
valor del costo de la vida. Así mismo, toda la masa de trabajadores activos está
sometida a un esquema de salarios muy bajos, complementado con el pago de
diferentes bonos que no se contabilizan en el cálculo de sus prestaciones
sociales. Las trasnacionales no desaprovecharán la oportunidad de operar en
Venezuela cancelando bajos salarios y con bajos costos de los despidos.
La posicion de los trabajadores
La clase obrera esta llamada a mantener su independencia de clase y expresar esta independencia en sus luchas reivindicativas y sindicales. En este sentido, el movimiento sindical de clase que debe levantarse entre los trabajadores petroleros, petroquímicos y gasíferos debe asumir las siguientes posiciones:
- No limitarse a la organización sindical por empresa o rama de industria y promover constantemente la integración de la organización y la lucha en un Frente Único Sindical de Clase a nivel local, regional, nacional e internacional, integrando a los trabajadores de diferentes empresas, de diferentes oficios, de diferentes nacionalidades e incluso afiliados a diferentes sindicatos, integrando en un solo movimiento de lucha de clase a trabajadores activos, jubilados, pensionados y desempleados. Los trabajadores petroleros, petroquímicos y gasíferos no solo deben unirse entre ellos, por la base, sino que deben unirse también al resto de los trabajadores en un Frente Único Sindical de Clase. Sin la unidad de toda la clase obrera a nivel local, regional, nacional e internacional, es muy difícil alcanzar victorias parciales en las luchas reivindicativas contra los patronos capitalistas.
- Romper con todos los llamamientos del gobierno, del patrón, de los directivos sindicales y de los diferentes partidos oportunistas, que convocan a defender la patria, la economía nacional y la continuidad operativa de las empresas y que piden a los trabajadores que se mantengan en paz laboral, que paralicen sus luchas y que sacrifiquen sus exigencias reivindicativas a la espera de la “recuperación económica del país” y “la mejora de la producción de las empresas”. La recuperación de la economía y la reactivación de las plantas y la producción en las áreas de petróleo, gas y petroquímica, así como el crecimiento del ingreso y la rentabilidad de las empresas del sector, solo será posible en base a la sobre-explotación de los trabajadores, del pago de salarios insuficientes y sin mejoras a las condiciones y medio ambiente de trabajo. Si a la economía, a la patria y a las empresas les va bien, a los trabajadores les va mal. El nuevo movimiento sindical clasista debe oponerse a todo nacionalismo y a toda solidaridad con la empresa y los patronos. No se puede aceptar la posición del patrón de que las mejoras salariales y de condiciones de trabajo dependen de que la empresa reactive sus plantas y eleve su producción.
- El sindicato de clase que deben asumir los trabajadores rechaza el apoyo a los gobiernos en el reclutamiento de los trabajadores para participar en las guerras entre Estados capitalistas. El sindicato de clase que necesitan los trabajadores petroleros, petroquímicos y gasíferos debe rechazar ir a la guerra contra Guyana por el reclamo del territorio Esequibo, ya que los trabajadores de ambos países, así como todos los inmigrantes asalariados contratados, serán explotados por las diferentes empresas que extraerán y comercializarán el petróleo y el gas, para acumular capitales para la burguesía y sus empresas nacionales y trasnacionales, públicas y privadas.
- Promover las asambleas de trabajadores para debatir sobre su situación, sobre las reivindicaciones a exigir, sobre las acciones a tomar y sobre las comisiones y grupos de trabajo a conformar. Promover asambleas locales que integren a trabajadores de diferentes empresas y oficios, además de jubilados, pensionados y desempleados.
- Rescatar la huelga y la movilización de calle como principales formas de lucha de los trabajadores. En la medida que se cuente con la fuerza, por la participación masiva de los trabajadores, las huelgas deben convocarse sin preaviso, sin servicios mínimos e indefinidas. El nuevo movimiento sindical deberá agitar constantemente a favor de una Huelga General que integre a todos los trabajadores en la exigencia de un aumento significativo de salarios, pensiones y jubilaciones y que exija el pago del salario completo para los desempleados. Junto a las exigencias salariales, el movimiento puede incorporar exigencias como la reducción de la jornada de trabajo, la reducción de la edad de jubilación, el paso de los contratados a fijos en las empresas, eliminación del trabajo en horas extras, etc. También exigir la eliminación del esquema de pago de bonos de diferente tipo, pasando todo a formar parte del salario y, por lo tanto, a contabilizarse en el cálculo de las prestaciones sociales.
- En las elecciones de presidentes, gobernadores, alcaldes y diputados se decide quién será el nuevo representante de la burguesía en esos cargos. El sindicalismo de clase no participa en las elecciones de la democracia burguesa, ni hace campaña por ningún candidato y no postula los llamados “candidatos obreros”. Mientras los oportunistas y los payasos sindicaleros llaman a votar en las elecciones burguesas los sindicatos de clase llaman a la lucha reivindicativa y explican a los trabajadores que cualquiera de las personas y movimientos que ganen en estas elecciones van a obrar desde el gobierno contra los trabajadores y, por lo tanto, son enemigos de la clase obrera. Debe considerarse un traidor cualquier dirigente obrero que llame a votar por cualquiera de los candidatos de la democracia burguesa.
- Los problemas de capacidades gerenciales y de corrupción presentes en las empresas como PDVSA, Pequiven y otras, son problemas del Estado burgués venezolano. El movimiento sindical de clase no puede plantear la reivindicación de cambio de directivos o gerentes, porque cualquiera de los designados siempre serán representantes del patrón. Los trabajadores deben rechazar a los directivos sindicales que llamen a exigir el cambio o mantenimiento de directivos o gerentes de las empresas, ya que esto es una distracción que hace perder el enfoque en las exigencias reivindicativas planteadas en cada lucha. Si la empresa realiza cambios de sus directivos, eso es un problema del patrón y no de los trabajadores. El movimiento sindical de clase no promueve las esperanzas de que nuevos directivos en las empresas, traerán mejoras a los trabajadores y llama a los trabajadores a enfrentar a los representantes del patrón, para poder conquistar las reivindicaciones socio-económicas.
- El crecimiento de la presencia de las trasnacionales en los negocios del petróleo y el gas en Venezuela, no debe crear la ilusión de que con estas empresas vendrán mejores salarios. El movimiento sindical debe hacer entender a los trabajadores que las trasnacionales querrán sacar provecho al pago de bajos salarios como lo hace PDVSA actualmente. Tampoco el movimiento sindical de clase asume las banderas de lucha contra la privatización de empresas o contra la penetración de trasnacionales asociadas con el capital nacional, estatal o privado. Para el sindicato de clase no importa si el patrón es público o privado, nacional o trasnacional, todos representan por igual al patrón que hay que enfrentar con la huelga para defender y conquistar reivindicaciones.
- Tomar precauciones ante la represión del gobierno y los patronos, apoyados por los directivos sindicales traidores, que van a querer detener este movimiento. De allí que el movimiento de base muchas veces tendrá que organizarse de manera discreta, sin exponerse innecesariamente ante los patronos y sus agentes de represión, hasta ir logrando su consolidación y ampliación entre todos los trabajadores.
El avance hacia un resurgimiento de los sindicatos de clase tiene como premisa
la multiplicación y extensión de las luchas de los trabajadores, hasta el punto
de quedar fuera del control de los actuales sindicatos del régimen, aliados y
cómplices de los patronos y el gobierno. Eso es válido para toda la clase obrera
y aplica por lo tanto también a los trabajadores petroleros, petroquímicos y
gasíferos, que tendrán que ir a la lucha, organizados por la base, pasando por
encima de los actuales dirigentes sindicales traidores.
1. La primera cita está en el discurso de Zinoviev
en la primera sesión; el discurso contra la opresión estadounidense de Filipinas es, en cambio, de John Reed (→ 1).
2. Kamchatka es una península volcánica de 1.380 km
de largo en el Lejano Oriente ruso, que se adentra en el Océano Pacífico (→ 2).
3. Así es la guerra ruso-japonesa de 1904-1905,
marcada por el desastre de la flota rusa en Port Arthur y la derrota de la Rusia zarista (→ 3).
4. Estados Unidos concedió un préstamo a Rusia para
financiar el suministro de armas estadounidenses durante la Segunda Guerra
Mundial (→ 4).
5. En 1948 estalló una insurrección encabezada por
el Partido Comunista Malayo en Malasia, entonces colonia británica. Siguieron diez años de guerra de guerrillas para sofocar la rebelión (→ 5).