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Desde Ucrania hasta Gaza – pasando por Nagorno Karabaj y todos los puntos conflictivos a punto de estallar, desde los Balcanes hasta Taiwán – el capitalismo promete un apocalipsis de guerra.
A ambos lados de los frentes, los regímenes políticos burgueses – ya sean democráticos o autoritarios o disfrazados detrás de las más variadas ideologías, desde las religiosas hasta las falsamente socialistas – culpan de la guerra al adversario, a su política, a su civilización: el autoritarismo ruso-chino, la cultura hegemónica estadounidense, el extremismo islámico, el sionismo…
Sin embargo, detrás de todas estas pantallas ideológicas se esconden los intereses económicos capitalistas. Cuando el bombardeo ideológico no es suficiente, las burguesías no tienen reparos en recurrir a masacres terroristas para convencer a los proletarios de que hay un enemigo extranjero a combatir. La guerra capitalista moderna se distingue de todas las anteriores por cobrar víctimas principalmente entre los civiles, es decir, entre los proletarios.
Lo que determina el estallido de cada vez más numerosos conflictos es la tendencia hacia un tercer conflicto imperialista, es la crisis económica mundial del capitalismo. La sobreproducción que ha afectado a los capitalismos seniles, los llamados occidentales, desde mediados de los años setenta, ahora también se manifiesta en los capitalismos asiáticos que ya no son jóvenes, empezando por China, que durante tres décadas han mantenido a flote al capitalismo mundial.
El avance inexorable de la crisis exacerba la competencia entre empresas y Estados capitalistas: la guerra pasa de lo comercial a lo militar. Así como en la paz las empresas y los Estados burgueses piden a sus trabajadores sacrificios económicos para ganar en la competencia económica, en la guerra les piden que sacrifiquen sus propias vidas por los intereses supuestamente superiores del país.
La lucha de los trabajadores contra la explotación, para impedir que se les ponga en competencia los unos contra los otros, golpeándolos con salarios más bajos y peores condiciones de trabajo, es el primer paso hacia su acción internacional conjunta y, por tanto, hacia la oposición a la guerra imperialista a la que el capitalismo está llevando a toda la humanidad.
Sólo la unidad internacional de la clase trabajadora puede impedir o detener la guerra. Pero no se basa en vagas referencias a valores morales, en nombre de la paz social y de los buenos sentimientos a la manera de las Iglesias o en llamamientos hipócritas de políticos profesionales, sino más bien en la necesidad de luchar juntos en defensa de las propias condiciones y de la vida misma contra un enemigo que es ante todo interno, es decir, contra su propia burguesía nacional y su régimen político. Por esta razón, en todos los países las burguesías señalan a los trabajadores un enemigo externo al que hay que combatir, que sería la causa de sus sufrimientos.
Incluso los proletarios palestinos son carne de cañón para los intereses de la burguesía palestina, que durante décadas los ha utilizado para negociar con parte de las burguesías árabes del Medio Oriente y con las potencias imperialistas mundiales que las respaldan. También los proletarios de Israel son víctimas de su burguesía, de su necesidad de construir su propio espacio vital capitalista, respaldado por el imperialismo estadounidense, lo que los llevará a un conflicto regional y mundial, en el que morirían decenas de miles.
Las masas proletarias palestinas pondrán fin a su sufrimiento no persiguiendo el
objetivo de una “Palestina libre” desde el “Jordán hasta el mar”, sino con la
revolución internacional de los trabajadores contra todos los regímenes
nacionales del área: desde Irán hasta Egipto, desde Irak hasta el Líbano, desde
Siria hasta Turquía. Sólo una revolución social de la clase proletaria, que
arrase con los regímenes burgueses y sus intereses, podrá permitir la verdadera
convivencia pacífica de los trabajadores, hoy divididos por etnias y religiones,
por las sanguinarias maquinaciones de las burguesías asesinas.
«Los comunistas revolucionarios deben ser aquellos que, habiendo sido templados colectivamente por las experiencias de la lucha contra las degeneraciones del movimiento proletario, creen firmemente en la revolución y la desean fuertemente, pero no como quien cree poder reclamar un crédito, esperar un pago debido y se hundiría en la desesperación y el desaliento si el vencimiento se retrasara por solo un día».
Así lo escribimos en Partido y Acción de Clase en 1921. Desde entonces han transcurrido no uno, sino mil vencimientos, hasta el punto de que todos los que están impacientes o desconfiados de la Revolución ya no se desesperan por su “inexplicable” retraso, sino que afirman abiertamente que la propia “realidad” desmentiría al Marxismo, obligándonos – a los “Talmúdicos”, a los “dogmáticos”, a los “sectarios” – a mantenernos al margen de la realidad y de la vida real de las masas. Son acusaciones que siempre se han hecho contra los marxistas a lo largo de la historia y que han alcanzado su punto álgido en la actual fase histórica de dominación absoluta de la burguesía, que comenzó precisamente con la degeneración estalinista de la Internacional Comunista, una de cuyas piedras angulares afirmaba que el Partido debía siempre, en cualquier situación, “alinearse con las masas”. Hemos refutado sistemáticamente tales acusaciones, pero también hemos afirmado decisivamente desde los primeros gérmenes de esta nueva degeneración, en contra de la idea de que el Partido debe alinearse siempre “con las masas”, que el proletariado no es una clase sin el Partido Comunista, que es y sigue siendo tal sólo si sabe mantener intactos, sobre todo en las derrotas proletarias, la teoría y los programas revolucionarios.
Es precisamente en tesis tan decisivas que el oportunismo inmediatista ve que nos situamos “fuera de la realidad”, y que nuestra afirmación “dogmática” del comunismo se opone a la realidad misma.
Pero, ¿cómo explican que sólo el comunismo “dogmático” es capaz de dar una explicación materialista de la realidad, mientras que todas las demás visiones “más realistas” han renunciado expresamente a ella? Empezaron afirmando que estaban “más cerca” de las masas. Arraigados en el oportunismo descarnado, afirmaban que el Partido y el Estado centralizados sacrificarían la “autonomía” del proletariado. Afirmaban que la teoría de la función primaria del Partido en la Revolución, y a través del lapso histórico que terminará con la destrucción de la burguesía mundial, impide la Revolución misma. Por el contrario, nuestra tesis-teorema es opuesta y exacta: sólo el Partido posee la conciencia del curso histórico futuro y la voluntad de alcanzar metas específicas, para lo cual la insurrección, el gobierno, la dictadura y el plan económico de la clase son tareas del Partido; y por esta misma razón, a lo largo de su dilatado curso histórico hacia la Revolución, la clase se apoya cada vez más en el Partido, distinguiéndolo de otras entidades transitorias. Así, ’la clase sólo es tal en la medida en que cuenta con el Partido’.
La Revolución es el hecho más autoritario que existe, siempre lo hemos afirmado. Es evidente para todos que la autoridad de la burguesía se concentra y centraliza en su Estado.
¿Dónde reside la autoridad del movimiento proletario de clase? El cuerpo de trabajadores revolucionarios de todos los países no está limitado por el tiempo ni el espacio y no distingue entre razas, naciones, profesiones o incluso generaciones. Es una vasta convergencia de militantes de la revolución de formación consecuente de todas las orillas y de todas las edades. Y el único organismo que permite su síntesis viva es el partido político, el Partido Comunista de base internacional.
En Los Fundamentos del Comunismo Revolucionario, escribimos:
«Por lo tanto, el Partido y el Estado están en el centro del punto de vista marxista. O se acepta o se rechaza. Buscar a la clase fuera de su Partido y su Estado es una pérdida de energía, y privar a la clase de ellos significa dar la espalda al comunismo y a la revolución».
En esto radica la esencia de nuestra visión, y por ello abogamos por un cuerpo doctrinal que nadie pueda cambiar a lo largo del arco histórico que va desde su aparición hasta la desaparición de las clases. ¿Significa esto que estamos siendo “dogmáticos”? Nunca hemos sucumbido a tal acusación, pero simultáneamente siempre hemos desvelado la engañosa confusión que la burguesía y el oportunismo han ocultado taimadamente en la noción misma de dogma. A este respecto, escribimos en Estructura Económica y Social de la Rusia Actual (Primera parte, 95):
«El dogma surgió en un tiempo y una sociedad determinados como el primer embrión de la ciencia, y no de una ciencia abstracta, sino de una ciencia instrumental para la praxis: tanto para transmitir las tradiciones de la praxis (de la experiencia, de la actividad social incluso primitiva), como base de normas prácticas, de un código ético. La forma dogmática surgió de los intereses de las clases que querían preservar una estructura social y su control. La religión no es para nosotros y no aparece como respuesta a la necesidad de comprender el mundo, sino a la necesidad mucho más temprana y absorbente de controlar la sociedad.
«En esencia, para un marxista, los dogmas, históricamente, fueron guías para la acción. La frase de que el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción es, por tanto, un sinsentido, cuando la dice un marxista.
«Nos expone a confundirnos con dos posiciones burguesas: una, que la actual ciencia de clase ha surgido de las cadenas de un dogma revelado y autoritario, y por lo tanto hace ley igual para ellos, los señores burgueses, y para nosotros. La otra, que condenando los dogmas fideístas se ha hecho todo lo necesario para tener derecho a guiar la acción humana y se ha terminado el período de las revoluciones».
La noción de dogma, como verdad revelada por una entidad sobrenatural que el común de los mortales no puede pretender comprender, sino sólo respetar y repetir, es una noción social e históricamente muerta y enterrada. En este sentido, el marxismo es la máxima negación de todo dogmatismo. Sin embargo, precisamente para evitar confusiones con el supuesto anti-dogmatismo de la burguesía, el marxismo siempre ha declarado que la verdad en la sociedad dividida en clases es la verdad de clase. Por tanto, frente a la verdad de la clase dominante, la clase revolucionaria sólo tiene que afirmar su propia verdad. Precisamente tal afirmación, al negar la verdad contraria, parece dogmática a todos aquellos que buscan la “verdad absoluta”. Lo que no entienden es que la verdad de la clase dominante también es una verdad y sólo puede ser negada por la verdad opuesta, la verdad revolucionaria. Especialmente en tiempos no revolucionarios, para evitar que esta última quede completamente oscurecida por la verdad fácilmente reconocible y adoptable de la clase dominante, se hace necesario, si es preciso, afirmarla dogmáticamente. Este es el “dogmatismo” y el “sectarismo” tanto nuestros como de Lenin: la certeza de que a toda verdad de la burguesía se opone una verdad proletaria, aun cuando esta última sea difícil de discernir con aquellos instrumentos de análisis que sólo puede poner a disposición la propia burguesía. Nuestros adversarios siempre han dicho que esto significa negar la “realidad”, pero nosotros siempre les hemos dejado despotricar y hemos seguido adelante.
Uno de los mayores ejemplos de “anti-dogmatismo”, visceralmente opuesto a nuestro método, fue el famoso XX Congreso del PCUS en 1956. El llamado “marxismo creativo”, otrora defendido por Stalin, fue llevado al extremo mediante acusaciones contra el propio Stalin de “dogmatismo”, apoyadas en citas de Lenin; citas que lo falsificaban mucho peor que a Stalin. Titulamos el comentario sobre esa nueva degradación en el abandono de los principios Marxistas “Diálogo con los Muertos” precisamente para subrayar que ya no podíamos tener con los vivos la conexión que en su día tuvimos con el propio Stalin, aunque fuera una lucha encarnizada.
Jruschov afirmó: «No podemos considerar la teoría de forma dogmática, como personas separadas de la vida... La teoría no es una colección de dogmas y fórmulas petrificadas, sino una guía militante para la acción. La teoría separada de la práctica está muerta. Y Mikoyan en una refutación: La mayoría de nuestros teóricos sólo repiten y disfrazan en formas diferentes citas, fórmulas y tesis ya conocidas. Y Suslov: Nuestro trabajo se desarrolla en una repetición mecánica de fórmulas y tesis conocidas, con el resultado de que se forman pedantes, dogmáticos, desvinculados de la vida. Nuestra propaganda se orienta hacia el pasado, hacia la historia, en detrimento de la actualidad».
Para el marxismo, estos individuos no sólo están realmente todos muertos en el presente, creemos, sino que siempre han estado muertos, aunque, estando vivos, tuvieron la desfachatez de citar a Lenin en sus primeras obras en las que afirmaba que la teoría de Marx no debe considerarse como algo completo e intangible porque contiene las directrices generales que se aplican particularmente a Inglaterra. Comentamos, pues, en el citado Diálogo esta dudosa afirmación suya:
«... Lenin se encontraba entonces en lucha encarnizada con dos alas del movimiento antizarista ruso: los populistas, que se negaban a aceptar el marxismo, afirmando que en Rusia los campesinos propietarios, y no los obreros, tenían la tarea socialista – y los marxistas legales, que, con la versión habitual de la Inglaterra económica, y la Europa política, deducían del marxismo la conclusión de que en Rusia, para luchar contra las empresas capitalistas, era necesario mantener una legalidad neutral frente al gobierno autocrático. Lenin necesitaba desde entonces construir el método revolucionario que uniera la acción armada inmediata con los objetivos de clase proletarios, y contra esas dos alas puso los cimientos de su monumental edificio histórico.
«El joven Lenin no podía saber, como lo sabemos nosotros, el Lenin adulto, que la teoría es, desde su origen, “completa e intangible”, es decir, que quien cede ligeramente un ápice de ella, la pierde toda. Sin embargo, ya en su fórmula juvenil, se colocan en el centro de la teoría de Marx piedras angulares y directivas generales, válidas en todas partes. ¿Cuáles son éstas? La obra entera y la vida misma de Lenin responden, y no dos frases (...) Nuestro derecho a apartar a Lenin de la pandilla de los “dogmáticos” reside en el hecho de que él mismo, mientras vivió, mantuvo este término como título de honor y como opuesto a oportunista y “crítico libre”».
La historia de las cruzadas “anti-dogmáticas” no terminó en 1956. Lejos de ello, siempre ha sido el estribillo del oportunismo inmediatista, peor cuando se postula como “izquierdismo”. Tales tendencias han intentado incesantemente presentar nuestras selecciones organizativas improductivas como indicativas de una crisis de nuestro método, y en particular de nuestro principio organizativo que llamamos “centralismo orgánico”, que para la mayoría no es más que una fórmula vacua para enmascarar el “centralismo burocrático”. Nos invitan a abandonar definitivamente nuestro “sectarismo” y a tomar por fin el camino del “materialismo dialéctico”, es decir, a abandonar la tradición de izquierda para abrazar otras tradiciones “más genuinamente” revolucionarias. El máximo esfuerzo de tal casta, que en la escala comunista sólo ha subido una milésima parte de los peldaños, consiste en predicar a los comunistas no liberados: ¡envidia a tus opresores, imítalos y libérate! En una palabra, su objetivo no es dirigir al proletariado revolucionario contra la sociedad capitalista; por el contrario, derivan su credo político de la revolución burguesa tardía y no se dan cuenta de que los principios burgueses, aunque respetables, de la época revolucionaria son ahora pedazos miserables.
Según ellos, la dialéctica, sustituyendo a nuestro llamado “sectarismo”, debería enseñarnos que no tenemos el monopolio de la lucha por la conciencia comunista. Al contrario, son muchos los grupos y partidos que dirigen esta lucha y no nos damos cuenta de ello precisamente porque padecemos la enfermedad del dogmatismo y el sectarismo. Si entonces les echamos en cara que todos los que piensan que el comunismo consiste en la insípida liberación de la persona-humana y no en la integración de los individuos en una sociedad finalmente humana y no basada en la opresión de clase, donde se afirme la especie-humana y no la persona-humana, añaden a las acusaciones de dogmatismo contra nosotros las de utopismo y ceguera científica. Sostienen que la ciencia moderna, enraizada en los valores burgueses, eleva tanto a la persona humana hasta el punto de hacer de cada individuo el centro del universo. Y como la ciencia es siempre “nueva” no sólo seríamos dogmáticos, sectarios, utópicos, sino también talmúdicos. Siempre hemos replicado obstinadamente y seguimos replicando que, por el contrario, si escribiéramos el libro de texto de la filosofía marxista acogeríamos en él esta fórmula bien hallada: “la ciencia es repetición de lo viejo”.
Que nuestros adversarios sigan viendo en esto un puro y simple “misticismo dogmático”; como siempre, no cambiaremos ni una coma ni de nuestro programa ni de nuestro método de trabajo, y mucho menos revisaremos el principio del centralismo orgánico.
En la lucha por el poder político, el proletariado necesitará un órgano que represente su autoridad y que sepa actuar de manera unificada y cohesionada para dar a la acción proletaria la máxima eficacia revolucionaria.
Tal actitud, que, además de cohesión y decisión en la acción, debe poseer
también la capacidad de valorar adecuadamente las transiciones históricas,
depende de haberlas previsto y preparado teóricamente desde hace mucho tiempo:
he aquí el sentido materialista, nada místico, de nuestro tenaz trabajo de
Partido, que tiene en la luminosa victoria de Octubre un precioso y fundamental
punto de referencia histórico. Esta es la obra de un solo Partido, realizada en
oposición constante y continua a la de todos los demás. Nuestro teorema
conclusivo es, pues, tajante: es falso que nuestro sano dogmatismo y nuestro
sano sectarismo nos impidan ver la vida que fluye a nuestro alrededor; por el
contrario, es cierto que son precisamente la premisa tanto para reconocer hoy en
esta vida la vida del adversario de clase, como para afirmar mañana la vida del
proletariado y del Hombre-Especie sobre la muerte de la burguesía y del
oportunismo.
En Italia tenemos una larga experiencia en las “catástrofes que azotan al país” y también tenemos una cierta especialización en “escenificarlas”. Terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, tormentas, epidemias... Los efectos sin duda los sienten especialmente las personas más pobres y las que viven en zonas densamente pobladas, y si cataclismos a menudo mucho más terroríficos golpean todos los rincones del mundo, no siempre son tan desfavorables. Las condiciones sociales coinciden con las geográficas y geológicas. Pero cada pueblo y cada país tiene sus propias delicias: tifones, sequías, maremotos, hambrunas, olas de calor y heladas, todo ello desconocido para nosotros en el “jardín de Europa”: y cuando uno abre el periódico, inevitablemente encuentra más de un artículo, desde Filipinas hasta los Andes, desde el casquete polar hasta el desierto africano.
Nuestro capitalismo, como se ha dicho cien veces, es cuantitativamente poca cosa, pero hoy está a la vanguardia en un sentido “cualitativo” de la civilización burguesa, de la que ofrece los mayores precursores en medio del esplendor del Renacimiento (1), en el desarrollo magistral de la economía basada en los desastres.
Ni se nos ocurriría derramar una sola lágrima si el monzón arrasara ciudades enteras en la costa del Océano Índico, o si quedaran sumergidas por los maremotos provocados por los terremotos submarinos, pero hemos descubierto cómo recoger limosnas de todo el mundo para el Polesine.
Nuestra monarquía fue grande al saber correr no hacia donde se bailaba (Pordenone), sino hacia donde se moría de cólera (Nápoles), o hacia las ruinas de Reggio y Messina, derribadas por los terremotos de 1908. Ahora nuestro Presidente (2) engreído ha sido llevado a Cerdeña y, si los stalinistas no mintieron, le han mostrado equipos de “trabajadores Potemkin” en acción que luego corren al otro lado del escenario, como los guerreros de Aida (3). Ya era demasiado tarde para sacar a las personas sin hogar del Po inundado, pero los parlamentarios (hombres y mujeres) y los ministros hicieron una buena acción chapoteando con sus botas en el agua después de instalar cámaras y micrófonos para una transmisión mundial de sus lamentos.
Aquí tenemos una idea brillante: ¡el Estado debería intervenir! Y lo llevamos aplicando durante unos buenos noventa años. Los profesionales italianos sin hogar han puesto las ayudas estatales en lugar de la misericordia de Dios y la mano de la Providencia. Están convencidos de que el presupuesto nacional tiene límites mucho más amplios que la compasión de nuestro Señor. Un buen italiano desembolsa alegremente diez mil liras que le han exprimido para, meses y meses después, “malgastar mil liras del dinero del gobierno”. Y tan pronto como a una de estas contingencias periódicas, hoy de moda llamadas emergencias, pero que ocurren en todas las estaciones, se aplican las infalibles provisiones y fondos del gobierno central, un grupo de “sin techo” no menos especializados se arremanga y se lanza al negocio de la obtención de concesiones y a la orgía de los contratos.
El Ministro de Finanzas del día, hoy Vanoni, suspende por autoridad todas las demás funciones del Estado y declara que no destinará ni un centavo del erario a todos las demás “Actos especiales” para que se puedan dedicar todos los medios a hacer frente al desastre actual.
No podría haber mejor prueba que ésta de que el Estado no sirve para nada y que si realmente existiera la mano de Dios, haría un regalo espléndido a los vagabundos de todo tipo provocando terremotos y arruinando a este Estado charlatán y diletante.
Pero si la necedad de la pequeña y mediana burguesía brilla con toda su fuerza cuando busca un remedio al terror que la congela en la cálida esperanza de un subsidio y una indemnización generosamente concedidos por el gobierno, la reacción de los supervisores de la masas trabajadoras que, gritan, lo perdieron todo en el desastre, pero desafortunadamente no sus cadenas, no parece menos absurdo.
Estos líderes, que se hacen pasar por “marxistas”, tienen para estas situaciones supremas, que interrumpen el bienestar del proletariado derivado de la explotación capitalista normal, una fórmula económica aún más insensata que la de la intervención estatal. La fórmula es bien conocida: ”hacer que los ricos paguen”.
Vanoni es así vilipendiado porque no pudo identificar y gravar los altos ingresos (4).
Pero una simple migaja de marxismo basta para establecer que los altos ingresos prosperan allí donde se producen altos niveles de destrucción, y en ellos se basan los grandes negocios. ¡La burguesía debe pagar la guerra! afirmaron esos falsos pastores en 1919 en lugar de invitar al proletariado a derrocarlo. La burguesía italiana todavía está aquí e invierte con entusiasmo sus ingresos en pagar guerras y otros desastres por los que luego recibe cuatro veces más.
Ayer
Cuando la catástrofe destruye casas, campos y fábricas, dejando sin trabajo a la población activa, sin duda destruye riqueza. Pero esto no puede remediarse con una transfusión de riqueza de otra parte, como ocurre con la miserable operación de hurgar en busca de trastos viejos cuando la publicidad, la recolección y el transporte cuestan mucho más que el valor de la ropa gastada.
La riqueza que desapareció fue la del trabajo pasado, antiguo-trabajo viejo. Para eliminar el efecto de la catástrofe se necesita una enorme masa de trabajo vivo y actual. Entonces, si utilizamos la definición social concreta, no abstracta, de riqueza, podemos verla como el derecho de ciertos individuos, que forman la clase dominante, a recurrir al trabajo vivo contemporáneo. Nuevos ingresos y nueva riqueza privilegiada se forman en la movilización de nueva mano de obra, y la economía capitalista no ofrece ningún medio para “desplazar” la riqueza acumulada en otros lugares para tapar la brecha de la riqueza de Cerdeña o Venecia, del mismo modo que no se podría tomar de las orillas del Tíber para reconstruir lo que se tragó el Po.
Por eso es una idea estúpida gravar la propiedad de los campos, casas y fábricas que quedan intactas para reconstruir a los afectados.
El centro del capitalismo no es la propiedad de tales inversiones, sino un tipo de economía que permite extraer y sacar provecho de lo que el trabajo del hombre crea en ciclos interminables, subordinando el empleo de este trabajo a esa extracción.
Así, la idea de resolver la crisis inmobiliaria de tiempos de guerra congelando los ingresos de los propietarios de casas intactas condujo a la provisión de viviendas en peores condiciones que las causadas por los bombardeos. Pero los demagogos gritan argumentos fáciles, dicen cosas “accesibles para las masas trabajadoras”, para no tocar el congelamiento.
La base del análisis económico marxista es la distinción entre trabajo vivo y muerto. No definimos el capitalismo como la propiedad de montones de trabajo pasado cristalizado, sino como el derecho a extraer del trabajo vivo y activo. Por eso la economía actual no puede conducir a una buena solución que consiga, con el mínimo gasto de trabajo presente, la conservación racional de lo que el trabajo pasado nos ha transmitido, y a mejores bases para el desempeño del trabajo futuro. Lo que interesa a la economía burguesa es el frenesí del ritmo de trabajo contemporáneo, y favorece la destrucción de masas todavía útiles de trabajo pasado, sin importarles un carajo la prosperidad.
Marx explica que las economías antiguas, que se basaban más en el valor de uso que en el valor de cambio, no necesitaban tanto como las actuales para extorsionar el excedente de mano de obra, recordando la única excepción de la extracción de oro y plata (no en vano el capitalismo surgió del dinero) donde el trabajador era obligado a trabajar hasta morir, como en Diodorus Siculus.
El apetito por el trabajo excedente (El Capital Vol. I, Capítulo 10, Sección 2: “El apetito voraz por el trabajo excedente”) no sólo conduce a la extorsión de la vida de tanta fuerza de trabajo como para acortar sus vidas, sino que también hace buenos negocios en la destrucción de mano de obra muerta para reemplazar productos aún útiles con otra mano de obra viva. Como Maramaldo (5), el capitalismo, opresor de los vivos, es también el asesino de los muertos: «Pero tan pronto como los pueblos cuya producción se mueve todavía dentro de las formas inferiores del trabajo esclavo, la corvée, etc., son arrastrados al mercado mundial dominado por el modo de producción capitalista, en el que la venta de sus productos para la exportación se convierte en su principal interés, los horrores civilizados del exceso de trabajo se injertan en los horrores bárbaros de la esclavitud, la servidumbre, etc.» (6).
El título original del parágrafo citado es “Der Heisshunger nach Mehrarbeit”, literalmente; ”El apetito voraz por el excedente de trabajo”.
El hambre de excedente de trabajo del joven capitalismo, definida por nuestra poderosa doctrina, ya contiene todo el análisis de la fase moderna del capitalismo enormemente crecido: el hambre voraz de catástrofe y ruina.
Lejos de ser nuestro descubrimiento (al diablo con los trouveurs, especialmente cuando cantan incluso la escala desafinada y luego se creen creadores), la distinción entre trabajo vivo y muerto reside en la distinción fundamental entre capital constante y capital variable. Todos los objetos producidos por el trabajo que no están destinados al consumo inmediato, sino que se emplean en un proceso de trabajo posterior (ahora se los llama bienes de producción), forman capital constante. «Por lo tanto, cuando los productos entran como medios de producción en nuevos procesos de trabajo, pierden su carácter de productos y funcionan sólo como factores objetivos que contribuyen al trabajo vivo» (7).
Esto se aplica a las materias primas principales y secundarias, a las máquinas y a todos los demás tipos de instalaciones que se desgastan progresivamente: la pérdida por desgaste que debe compensarse exige que el capitalista invierta otra cuota, siempre de capital constante, que la economía actual llama amortización. Depreciarse rápidamente, ese es el ideal supremo de esta economía sepulturera.
Recordamos a propósito de la “posesión por el diablo” cómo, en Marx, el capital tiene la función demoníaca de incorporar el trabajo vivo al trabajo muerto que se ha convertido en una cosa. Qué alegría que los diques del Po no sean inmortales y que hoy se pueda felizmente “incorporarles trabajo vivo”. ¡Los proyectos y especificaciones están listos en unos días! ¡Buenos muchachos, ustedes están poseídos por el diablo!
«Señor, la oficina de dibujo de nuestra firma ha cumplido con su deber de predisponer los estudios técnicos y económicos: aquí están todos bonitos y listos». Y el análisis de precios valora las piedras de Monselice más que el mármol de Carrara (8).
«Preservar el valor añadiendo valor es una dote de la naturaleza de la fuerza de trabajo en acción, del trabajo vivo; una dote de la naturaleza que no le cuesta nada al trabajador, pero que rinde mucho al capitalista: le aporta la conservación del valor del capital existente».
Este capital simplemente “conservado”, siempre gracias a la acción del trabajo vivo, es llamado por Marx la parte constante del capital, o capital constante. Pero: «la parte del capital convertida [es decir, invertida] en fuerza de trabajo [salario] cambia [en cambio] su valor en el proceso de producción (...) Y produce un excedente, una plusvalía».
Por eso lo llamamos parte variable, y simplemente capital variable. La clave está toda aquí. La economía burguesa relaciona el beneficio con el capital constante, que está ahí y no se mueve: de hecho, iría al infierno si el trabajo del trabajador no lo “conservara”. La economía marxista, por otra parte, sitúa la ganancia únicamente en relación con el capital variable y muestra cómo el trabajo proletario activo: a) preserva el capital constante (trabajo muerto); b) exalta el capital variable (trabajo vivo). Esta exaltación, la plusvalía, es el empresario quien la consigue. Esto, explica Marx, de establecer la tasa sin tener en cuenta el capital constante, equivale a igualarla a cero: una operación común en el análisis matemático de todas las cuestiones que involucran cantidades variables.
Si el capital constante se fija en cero, la gigantesca ganancia capitalista se mantiene. Decir esto es lo mismo que decir que el beneficio de la empresa permanece, si se le quita al capitalista la tarea de proteger el capital constante. Esta hipótesis es simplemente la realidad actual del capitalismo de Estado.
Pasar capital al Estado significa poner el capital constante en cero. Nada cambia en la relación entre empresario y trabajador porque ésta depende sólo de las cantidades de capital variable y plusvalía.
¿El análisis del capitalismo de Estado es algo nuevo? Sin prosopopeya, podemos servirlo como lo conocemos desde 1867 y antes. Es muy corto: C=0.
No nos iremos de Marx sin dar, tras la fría fórmula, un pasaje ardiente: «El capital es trabajo muerto, que sólo se resucita, como un vampiro, chupando el trabajo vivo, y cuanto más chupa, más vive».
El capital moderno, necesitado de consumidores porque necesita producir cada vez más, tiene todo el interés en agotar lo antes posible los productos del trabajo muerto para imponer su renovación con el trabajo vivo, el único trabajo del que “chupa” ganancias. Por eso se alegra tanto cuando llega la guerra y por eso está tan bien entrenado en la práctica de la catástrofe. En Estados Unidos la producción de automóviles es formidable, pero todas o casi todas las familias tienen automóviles. Por eso tiene sentido que los coches tengan una corta vida. Para conseguir tanto, primero que nada están mal construidos y con juegos de piezas descuidados. Que los usuarios se rompan el cuello más a menudo poco importa: se pierde un cliente, pero queda un coche más que sustituir. Luego recurren a la moda, con la ayuda cretina de la propaganda publicitaria, para que todo el mundo quiera tener el último modelo, como las mujeres que se avergüenzan de llevar un vestido, quizá intacto, “del año pasado”. Los tontos muerden el anzuelo, y da igual que un Ford construido en 1920 tenga más vida que un coche nuevo de 1951. Y por último, los coches en desuso ni siquiera se utilizan como chatarra y se tiran a los cementerios de coches. Cualquiera que se atreva a coger uno y decir: lo tiraste como algo sin valor, ¿qué tiene de malo que lo arregle y ande dando vueltas? recibirá un tirón de orejas y una condena penal.
El capital, para explotar el trabajo vivo, debe destruir el trabajo muerto todavía útil. Le encanta chupar sangre joven y cálida y mata cadáveres.
Así, mientras que el mantenimiento de los diques del Po a lo largo de diez kilómetros requiere mano de obra humana que cuesta, digamos, un millón al año, al capitalismo le conviene más reconstruirlos todos gastando mil millones. De lo contrario habría que esperar mil años. ¿Quizás esto signifique que el malvado gobierno fascista saboteó los diques del Po? Ciertamente no. Esto significa que nadie ha presionado para obtener un presupuesto anual de un miserable millón y que esto no se gasta, ya que se absorbe en la financiación de otras “obras a gran escala” de “nueva construcción” que tienen un presupuesto estimado de miles de millones. Ahora que el diablo ha barrido los terraplenes, uno encuentra a alguien con los mejores motivos de sacrosanto interés nacional que activa la oficina de proyectos y los hace reconstruir.
¿Quién tiene la culpa de preferir los proyectos a gran escala? Los fascistas y los comunistas oficiales. Ambos parlotean de querer una política productivista y de pleno empleo. El productivismo, la criatura favorita de Mussolini, consiste en establecer ciclos “actuales” de trabajo vivo con los que las grandes empresas y la gran especulación ganan miles de millones. Modernicemos entonces las viejas máquinas de los grandes industriales y modernicemos también las riberas de los ríos después de dejarlas colapsar, todo a expensas del pueblo. La historia de los últimos años de gestión administrativa de las obras estatales y de protección de la industria está llena de estas obras maestras, que van desde el suministro de materias primas vendidas a precios bajos hasta las obras “realizadas por un monopolio estatal” en la “lucha contra el desempleo” sobre la base de “el capital constante igual a cero”. En otras palabras, gastémoslo todo en salarios, y como la empresa sólo tiene palas para el equipo, el funcionario estatal está convencido de que es útil trasladar la tierra primero de aquí para allá y luego inmediatamente de regreso aquí.
Si el alto funcionario duda, la empresa tiene a mano al organizador sindical: una manifestación de trabajadores cargando palas bajo las ventanas del ministerio y todo está bien. El trouveur llega y reemplaza a Marx: las palas, único capital constante, han dado origen a la plusvalía.
Hoy
Sin duda, la magnitud del desastre a lo largo del Po ha sido enorme y el costo estimado de los daños sigue aumentando. Admitamos que la superficie cultivada de Italia haya perdido cien mil hectáreas o mil kilómetros cuadrados, aproximadamente una tercera centésima o tres por mil del total. Cien mil habitantes han tenido que abandonar esta zona, que no es la más densamente poblada de Italia o, en cifras redondas, unas quinientas o dos por cada mil de la población total.
Si la economía burguesa no estuviera loca, se podría hacer una simple suma pequeña. Los bienes nacionales sufrieron un duro golpe, pero la zona sólo quedó parcialmente destruida. Cuando las inundaciones retrocedan, gran parte del suelo agrícola quedará atrás y la descomposición de la vegetación junto con la deposición de aluviones, compensarán parcialmente la pérdida de fertilidad. Si el daño es un tercio del capital total, cuesta uno por mil del capital nacional. Pero esto tiene un ingreso promedio del cinco por ciento o cincuenta por mil. Si durante un año cada italiano ahorrara apenas una quinta parte de su consumo, el daño sería reparado.
Pero la sociedad burguesa es cualquier cosa menos una cooperativa, incluso si los grandes piratas del capital nativo escapan a Vanoni demostrando que la “propiedad parcial” de sus empresas se ha distribuido entre todos los empleados.
Todas las operaciones productivistas de la economía italiana e internacional son más o menos tan destructivas como el desastre de Padan: el agua entró por un lado y salió por el otro.
Un problema así es insuperable desde el punto de vista capitalista. Si se tratara de fabricar las armas para dotar a Eisenhower de sus cien divisiones en un año, la solución se encontraría (9). Todas estas son operaciones de ciclo corto y el capitalismo se alegra tanto como Punch si el pedido de 10.000 armas tiene una fecha de entrega de 100 días y no de 1.000 días. ¡El pool de acero no existe sin razón!
Pero no se puede formar un pool de organizaciones hidrológicas y sismológicas, al menos no hasta que la gran ciencia del período burgués sea realmente capaz de provocar una serie de inundaciones y terremotos, como bombardeos aéreos.
Se trata aquí de una lenta transmisión, no acelerable, de generación en generación, de siglos de duración, de los resultados del trabajo “muerto”, pero bajo la tutela de los vivos, de sus vidas y de su menor sacrificio.
Si admitimos, por ejemplo, que el agua del Polesine retrocederá en algunos meses y que la brecha en Occhiobello se cerrará antes de la primavera, ahora sólo se perdería un ciclo de cosecha anual: ninguna “inversión” productiva podrá reemplazarlos, pero la pérdida se reduce.
Si, en cambio, se cree que todos los diques del Po y los de los demás ríos podrían desmoronarse con frecuencia, debido tanto a las consecuencias de un mantenimiento descuidado durante treinta años de crisis como a la desastrosa deforestación de las montañas, entonces el remedio será aún más lento en llegar. No se invertirá ningún capital por el bien de nuestros bisnietos.
Nuestros padres escribieron en vano: sólo quedan unos pocos ejemplos de bosque virgen, que crecen sin la intervención del trabajo humano. De este modo, el sistema forestal se convierte casi en trabajo del hombre a pesar del mínimo de capital necesario para su explotación. Sin embargo, los árboles de alto crecimiento, los más importantes en la economía pública, siempre requieren un período muy largo antes de producir un producto útil. Sin embargo, aunque la ciencia forestal ha demostrado que el mejor año para talar madera no es aquel al final de su vida máxima, sino aquel en el que el crecimiento actual es igual al crecimiento medio, siempre hay que calcular 80, 100 e incluso 150 años para una madera de roble. Capital mínimo; espera mínima para obtener ganancias 150 años! Di Vittorio y Pastore (10) arrojarían el libro, si alguna vez lo hubieran abierto, por la ventana.
Como en la opereta: roba, roba el capital (el amor) no puede esperar...
Todavía hay cosas peores. Se habla relativamente poco de la catástrofe en Cerdeña, Calabria y Sicilia. Aquí los hechos geográficos difieren drásticamente.
La pendiente muy suave del valle del Po provocó una acumulación de agua que luego inundó los suelos arcillosos e impermeables que se encontraban debajo. Las mismas razones, las altas precipitaciones y la deforestación de las montañas del Sur y de las Islas, junto con la fuerte caída hacia el mar, provocaron la destrucción. Los arroyos de montaña arrastraron arena y grava de los lechos de roca y destruyeron campos y casas en pocas horas, aunque sin causar muchas víctimas.
No sólo es irreparable el saqueo de los magníficos bosques del Aspromonte y de la Sila por parte de los libertadores aliados, sino que también aquí la renovación de las tierras inundadas por las inundaciones es prácticamente imposible, no sólo antieconómica para los “inversores” y para los “ayudantes” (más egoísta que el primero, si es posible).
No sólo han sido arrastrados los estrechos horizontes del suelo cultivable, sino también los delgados estratos no rocosos que le daban un débil soporte, suelo que fue llevado arriba muchas veces durante décadas por los agricultores extremadamente pobres. Cada plantación, cada árbol, base de una agricultura e industria bastante rentable en algunos pueblos, se derrumbó con la tierra y los naranjos y limoneros flotaron mar adentro.
Replantar un viñedo destruido lleva unos dos años, pero las plantaciones de cítricos sólo proporcionan una cosecha completa después de siete a diez años y se necesita una gran cantidad de capital para establecerlas y administrarlas. Naturalmente, los buenos tratados no contemplan el coste de la impensable operación de levantar de nuevo, durante cientos de metros, el suelo derribado y, en cualquier caso, el agua lo arrastraría de nuevo antes de que las raíces de las plantas pudieran fijarlo al suelo.
Ni siquiera las casas pueden reconstruirse donde estaban antes por razones técnicas, no económicas. Cinco o seis pueblos desafortunados de la costa jónica en la provincia de Reggio Calabria no serán reconstruidos en sus propias colinas, sino junto al mar.
En la Edad Media, después de que la devastación hubiera hecho desaparecer hasta el último vestigio de las magníficas ciudades costeras de la Magna Grecia, en la cúspide de la agricultura y el arte del mundo antiguo, la pobre población agrícola se salvó de las incursiones de los piratas sarracenos viviendo en aldeas construidas en las cimas de las montañas, que eran menos accesibles y, por tanto, más defendibles.
Con la llegada del gobierno “Piamontés” se construyeron carreteras y ferrocarriles a lo largo de la costa y, donde la malaria no lo prohibía, donde las montañas descendían cerca del mar, cada pueblo tenía su “en-el-mar” cerca de la estación del tren. Por eso resultó muy conveniente llevarse la madera.
Mañana sólo quedarán los “en-el-mar” y allí estarán reconstruyendo laboriosamente algunas aldeas. Entonces, ¿por qué el campesino tiene que volver a subir la pendiente donde nada puede echar raíces y donde los estratos rocosos, muy desnudos y quebradizos, no permiten por sí mismos la reconstrucción de sus casas? Y los trabajadores del mar, ¿qué harán? Hoy ya no pueden emigrar como los calabreses de las tierras bajas insalubres y los Lucanos de las “malditas tierras arcillosas” esterilizadas por la tala voraz de los bosques que antaño cubrían las montañas y los árboles que se extendían sobre los pastos de las tierras altas.
Ciertamente, en tales condiciones, ningún capital ni ningún gobierno intervendrán, una vergüenza total de la obscena hipocresía con la que se elogió la solidaridad nacional e internacional.
No es un hecho moral o sentimental lo que subyace a todo esto, sino la contradicción entre la dinámica convulsa del supercapitalismo contemporáneo y todas las exigencias sólidas para la organización de la vida de los grupos humanos en la Tierra, permitiéndoles transmitir buenas condiciones de vida a través del tiempo.
Bertrand Russell, premio Nobel, que pontifica discretamente en la prensa mundial, acusa al hombre de saquear excesivamente los recursos naturales, hasta el punto de que ya se puede calcular su agotamiento. Reconociendo el hecho de que las grandes potencias llevan a cabo políticas absurdas y locas, denuncia las aberraciones de la economía individualista y cuenta el chiste irlandés: ¿por qué debería preocuparme por mis descendientes? ¿Qué han hecho ellos por mí?
Russell cuenta entre las aberraciones, junto con la del fatalismo místico, la del comunismo que afirma: si hemos acabado con el capitalismo, el problema está resuelto. Después de tal despliegue de ciencias físicas, biológicas y sociales, no logra ver como un hecho igualmente físico el enorme nivel de pérdida de recursos tanto naturales como sociales, esencialmente ligados a un determinado tipo de producción, y piensa que todo se resolverá con un sermón moral o un llamamiento Fabiano a la sabiduría humana de todas las clases.
El corolario es lamentable: ¡la ciencia se vuelve impotente cuando tiene que resolver problemas del espíritu!
Quienes realmente obstaculizan el progreso humano, los avances decisivos en la organización de la vida humana, no son realmente los conquistadores y dominadores que todavía se atreven a ostentar su codicia de poder, sino los enjambres de insípidos benefactores y defensores del ERP (11) y la fraternidad entre los pueblos, como tantos palomares pacifistas.
Pasando de la cosmología a la economía, Russell critica las ilusiones liberales en la panacea de la libre competencia y tiene que admitir: «Marx predijo que la libre competencia entre capitalistas conduciría al monopolio, y se demostró que tenía razón cuando Rockefeller estableció un sistema prácticamente monopolístico para el petróleo».
A partir de la explosión solar, que un día nos transformará instantáneamente en gas (lo que podría darle la razón al irlandés), Russell termina con sentimientos sensibleros: «Las naciones que desean prosperidad deben buscar la colaboración más que la competencia».
¿Será casualidad, señor premio Nobel, que ha escrito tratados sobre lógica y método científico, que Marx haya calculado la llegada del monopolio con cincuenta buenos años de antelación? Si eso fuera una buena dialéctica, lo opuesto a la competencia es el monopolio, no la colaboración.
Tomen buena nota que Marx también predijo la destrucción de la economía capitalista, monopolista de clases, no con la colaboración, con la que todos los Trumans y Stalins de buena voluntad se dedican a indignar, sino con la lucha de clases.
Así como vino Rockefeller, “¡debe venir un gran bigote!” (12). Pero
no del Kremlin. Éste, a pesar de Marx, está a punto de afeitarse como un
americano.
Partiendo de lo que escribimos en el número anterior, presentamos la actitud de la izquierda y del PC de Italia hacia el problema sindical, perfectamente coherente con las posiciones de la Tercera Internacional y de la Internacional Sindical Roja. Luego veremos cómo el enfoque dado al problema por el Partido Comunista Internacional después de la Segunda Guerra Mundial está en perfecta sintonía con esas posiciones. Finalmente resumiremos en una serie de puntos las piedras angulares del enfoque marxista de este problema.
La izquierda comunista y la cuestión sindical
Desde 1920, con las Tesis de la fracción abstencionista del PSI, la izquierda luchó por el camino de «la demarcación más clara entre partido y clase» contra aquellos en Italia que veían en el surgimiento de los consejos de fábrica la forma finalmente descubierta de la emancipación proletaria, o incluso una semilla organizativa de la sociedad futura ya funcionando en el presente, devaluando así tanto la función del partido político, reemplazado por una organización progresiva de la conciencia obrera, como la función del sindicato obrero, “superado” por la forma consejo y por la forma soviet, escalones más altos que esta conciencia.
La izquierda reafirma la absoluta necesidad del sindicato y del partido, reitera que las organizaciones obreras inmediatas no representan más que intentos de la clase obrera de reaccionar ante el aplastamiento capitalista y su función reside precisamente en esto y no en su conciencia, que puede ser convertido en un sentido revolucionario sólo por el partido; que estos organismos surgen espontáneamente bajo la presión de situaciones económicas y que no pueden “crearse” a voluntad; que su valor insustituible reside en el hecho físico de reunir a las masas proletarias sobre la base de una situación económica común; finalmente, el hecho de que, en ausencia de una acción partidista encaminada a conquistarlos, pueden degenerar en órganos de colaboración con el poder burgués.
Tesis de la fracción comunista abstencionista del PSI, mayo de 1920.
«II-10 - Las organizaciones económicas profesionales no pueden ser consideradas por los comunistas ni como órganos suficientes para la lucha por la revolución proletaria ni como órganos fundamentales de la economía comunista.
La organización en sindicatos profesionales sirve para neutralizar la competencia entre trabajadores de una misma profesión e impide que los salarios caigan a un nivel muy bajo pero, así como no puede lograr la eliminación de la ganancia capitalista, tampoco puede lograr la unión de los trabajadores de todas las profesiones contra el privilegio del poder burgués...
«Los comunistas consideran el sindicato como el campo de una primera experiencia proletaria, que permite a los trabajadores avanzar más, hacia el concepto y la práctica de la lucha política cuyo órgano es el partido de clase.
«II-11 - Generalmente es un error creer que la revolución es un problema de la forma de organización de los proletarios según los agrupamientos que forman en función de su posición y de sus intereses en el marco del sistema de producción capitalista. Por tanto, no es una modificación de la estructura de la organización económica lo que puede dar al proletariado los medios eficaces para su emancipación. Los sindicatos de empresa y los consejos de fábrica surgen como órganos de defensa de los intereses de los proletarios de las distintas empresas, cuando empieza a parecer posible limitar la arbitrariedad capitalista en su gestión. La adquisición por parte de estos organismos de un derecho más o menos amplio de control sobre la producción no es, sin embargo, incompatible con el sistema capitalista y, por tanto, podría ser un recurso conservador.
«III-4 -... Sobre todo, el partido ejerce su actividad de propaganda y de atracción entre las masas proletarias, especialmente en las circunstancias en que éstas se ponen en movimiento para reaccionar ante las condiciones creadas para ellas por el capitalismo, y dentro de los organismos que los proletarios forman para proteger sus intereses inmediatos. Los comunistas penetran, pues, en las cooperativas proletarias, en los sindicatos, en los consejos de fábrica, constituyendo en ellos grupos de obreros comunistas, intentando conquistar la mayoría y los puestos directivos, para conseguir que la masa de proletarios incluidos en estas asociaciones subordine su acción a la objetivos políticos y revolucionarios más elevados de la lucha por el comunismo. El partido comunista, por otra parte, permanece ajeno a todas las instituciones y asociaciones en las que participan proletarios y burgueses sobre la misma base, y trata de separar a los proletarios de ellas luchando contra su influencia...
«III-13 - Los soviets o consejos de obreros, campesinos y soldados constituyen los órganos del poder proletario y sólo pueden ejercer su verdadera función después del derrocamiento de la dominación burguesa. Los soviets no son en sí mismos órganos de lucha revolucionaria: se vuelven revolucionarios cuando el partido comunista conquista su mayoría. Los consejos obreros pueden surgir incluso antes de la revolución, en un período de crisis aguda en el que el poder del Estado burgués se pone en grave peligro. La iniciativa de establecer soviets puede ser una necesidad para el partido en una situación revolucionaria, pero no es un medio para provocar tal situación. Si el poder de la burguesía se fortalece, la supervivencia de los consejos puede representar un grave peligro para la lucha revolucionaria, es decir, la de la conciliación y combinación de los cuerpos proletarios con las instituciones de la democracia burguesa ».
En 1921, después de fundar el partido comunista, la Izquierda, que tenía su dirección, planteó la cuestión de las relaciones con los sindicatos estableciendo la permanencia de los comunistas en ellos para ganarlos a la dirección del partido, apoyando la unificación de todos los sindicatos de clase y la disciplina de los comunistas dentro de ellos.
Los sindicatos italianos eran tradicionalmente organizaciones rojas, es decir, influenciadas por el Partido Socialista (la gran Confederación General del Trabajo) o por los anarquistas (el Sindicato de Ferroviarios y la USI). También existían otras organizaciones blancas y amarillas, pero tenían muy pocos seguidores entre el proletariado y a veces ni siquiera organizaban a los asalariados sino a estratos pequeñoburgueses como los pequeños agricultores venecianos o los gordos aparceros de Romaña.
El carácter rojo de los sindicatos italianos se expresó ciertamente no en su cierre a los proletarios “no rojos”, sino en su afirmada independencia del Estado y de los partidos burgueses, en su adhesión al método de la lucha de clases, en la afirmación de que las luchas económicas inmediatas deberán desembocar en la emancipación total del trabajo asalariado. Pero, sobre todo, estos sindicatos eran las sedes a las que acudían los proletarios que luchaban contra los patrones y participaban diariamente en la batalla contra la burocracia oportunista. Sus características de clase y rojas quedaron, por tanto, corroboradas por la realidad de la lucha, a pesar de la burocracia sindical. Por lo tanto, el partido apoyó la unificación de estos diversos organismos económicos y mantuvo la disciplina sindical con respecto a ellos.
Las siguientes citas que presentamos a continuación sirven para aclarar los términos del problema.
De “La táctica de la Internacional Comunista”, enero de
1922:
«La tarea del partido es la síntesis de estos movimientos iniciales en la acción general y suprema por la victoria revolucionaria: esto se logra no negando desdeñosa e infantilmente esos estímulos primordiales a la acción, sino ayudándolos y desarrollándolos en la realidad lógica de su proceso, armonizándolos en su confluencia en la acción revolucionaria general...
«Estamos por la selección política más severa, pero por la unidad de organización, concepción y táctica sindical que el partido controla en los resultados de cada día, en cuanto al avance exitoso de nuestra lucha contra el oportunismo reformista italiano es el resultado de la posición táctica según la cual, después de la escisión política en Livorno, permanecimos tenazmente en la organización sindical a pesar de que la dirigían los reformistas de los que nos habíamos separado; y nos quedamos allí para combatirlos eficazmente...
«También damos por definitivamente aceptada, y desde que nuestras conclusiones tácticas se basaron en el método marxista, la tesis de que la agitación y preparación revolucionaria se lleva a cabo sobre todo en el terreno de las luchas del proletariado por las reivindicaciones económicas. Esta concepción realista nos explica la táctica de la unidad sindical, fundamental para nosotros los comunistas, así como la división despiadada en el terreno político de cualquier atisbo de oportunismo...
«Nosotros, fieles a la más brillante tradición de la Internacional Comunista, no juzgamos a los partidos políticos con el criterio con el que es justo juzgar a los órganos económicos sindicales, es decir, según el ámbito de reclutamiento de sus afiliados, sino con el criterio de sus actitudes hacia el Estado y su mecanismo representativo...
«Con una distinción suficientemente útil se acostumbra indicar que existen condiciones subjetivas y objetivas de la revolución. Las objetivas consisten en la situación económica y las presiones que ésta ejerce directamente sobre las masas proletarias, las subjetivas se refieren al grado de conciencia y combatividad del proletariado y sobre todo de su vanguardia, el partido comunista. Una condición objetiva indispensable es la participación en la lucha de las capas más amplias de las masas, directamente estimuladas por motivos económicos, incluso si desconocen en gran medida todo el desarrollo de la lucha; una condición subjetiva es la presencia, en una minoría cada vez mayor, de una visión clara de las necesidades del movimiento en su curso, acompañada de una preparación para apoyar y dirigir las fases posteriores de la lucha».
Tesis de Roma, 1922, III - Relaciones entre el partido comunista y la clase
proletaria:
«11 - La naturaleza de estas relaciones [del partido con el resto del proletariado] deriva del modo dialéctico de considerar la formación de la conciencia de clase y de la organización unitaria del partido de clase, que transporta a una vanguardia del proletariado desde el terreno de los movimientos espontáneos parciales, suscitados por los intereses de los grupos, al de la acción proletaria general, pero no llega allí con la negación de esos movimientos elementales, sino más bien logra su integración y su superación viviendo la experiencia, favoreciendo su realización, participando activamente en ellas, siguiéndolas atentamente a lo largo de su desarrollo.
«12) - La labor de propaganda de su ideología y de proselitismo para sus milicias que el partido realiza continuamente es, por tanto, inseparable de la realidad de la acción y del movimiento proletario en todas sus manifestaciones; y es un error banal considerar la participación en luchas por resultados contingentes y limitados contradictoria con la preparación de la lucha revolucionaria final y general. La existencia misma del cuerpo unitario del partido, con las condiciones indispensables de claridad de visión programática y solidez de disciplina organizativa, da la garantía de que nunca se atribuirá a las reivindicaciones parciales el valor de un fin en sí mismas y se considerará la lucha por alcanzarlas solo como medio de experiencias y formación para una preparación revolucionaria útil y eficaz.
«13) - El partido comunista participa, por tanto, en la vida organizativa de todas las formas de organización económica del proletariado abiertas a los trabajadores de todas las creencias políticas (sindicatos, consejos de fábrica, cooperativas, etc.). Una posición fundamental para el desempeño útil del trabajo del partido es sostener que todos los órganos de esta naturaleza deben ser unitarios, es decir, incluir a todos los trabajadores que se encuentran en una situación económica determinada. El partido participa en la vida de estos órganos a través de la organización de sus miembros que forman parte de ellos en grupos o células vinculadas a la organización del partido. Estos grupos, participando en primera línea en la acción de los organismos económicos de los que forman parte, atraen hacia sí, y por tanto a las filas del partido político, a aquellos elementos que maduran para ello en el desarrollo de la acción. Suelen conseguir el apoyo de los puestos mayoritarios y directivos de sus organizaciones, convirtiéndose así en el vehículo natural para transmitir las consignas del partido...
«14) - ... Considerando que le conviene evitar escisiones en los sindicatos y otros organismos económicos, mientras la dirección permanezca en manos de otros partidos y corrientes políticas, el partido comunista no permitirá que sus miembros se sometan en el campo de la ejecución de los movimientos dirigidos por dichos organismos en conflicto con sus disposiciones relativas a la acción, llevando a cabo la crítica más abierta de la acción misma y del trabajo de los líderes.
«15) - Además de participar de esta manera en la vida de las organizaciones proletarias que surgieron naturalmente bajo la presión de intereses económicos reales, y de facilitar su difusión y fortalecimiento, el partido se esforzará en poner en evidencia con su propaganda aquellos problemas de real interés para los obreros, que en el desarrollo de las situaciones sociales puede dar vida a nuevos organismos de lucha económica. Con todos estos medios, el partido amplía y fortalece la influencia que se extiende a través de mil vínculos desde sus filas organizadas hasta todo el proletariado, aprovechando todas sus manifestaciones en la actividad social.
«16) - Totalmente errónea sería aquella concepción del organismo de partido que se basara en la exigencia de una perfecta conciencia crítica y de un completo espíritu de sacrificio en cada uno de sus miembros considerados individualmente y limitara el estrato de la masa vinculada al partido a sindicatos revolucionarios de trabajadores constituidos en el campo económico con criterios secesionistas y que incluyan sólo a aquellos proletarios que acepten determinados métodos de acción».
En defensa de los sindicatos de clase y contra su dispersión
La burguesía italiana y el oportunismo comprendieron bien que el marco de clases constituido por los organismos económicos era un terreno muy fértil para la difusión de la dirección revolucionaria. En consecuencia, dirigieron su ofensiva no sólo contra la organización del partido, sino también contra las organizaciones económicas. Esta ofensiva se desarrolló simultáneamente en dos frentes. Por un lado, la violencia armada del Estado y el fascismo, por otro, la política de los dirigentes oportunistas, que recuperaban el aliento y se hacían más grandes tras cada golpe de la reacción. Esto no sólo expulsó a los comunistas de los sindicatos, sino que tendió a eliminar cualquier carácter rojo de estos últimos, apoyando su función de colaboración nacional, de acción sólo dentro de las instituciones nacionales, de participación en la reconstrucción de la economía nacional. Esta fue una política de los jefes oportunistas presentes en todos los países europeos. Los sindicatos debían tomar en cuenta las necesidades generales de la economía de la nación y desarrollar su acción dentro de ésta, siendo la clase trabajadora nada más que uno de los factores participantes en la producción.
Por otro lado, hubo que crear órganos de control y gestión económica en las empresas y a nivel nacional en los que los trabajadores participaran en igualdad de condiciones que los burgueses. Las fórmulas de la llamada “socialización del capital”, “cogestión empresarial”, etc. tienen, por tanto, cincuenta años.
Esta política, ya claramente orientada hacia el sindicalismo italiano de posguerra, no pudo encontrar plena realización en su momento, ya que en los años de 1920 a 1926 se vio efectivamente obstaculizada por la vivacidad de las luchas obreras y la influencia de los comunistas en los sindicatos. Es esta política burguesa-oportunista la que, desarrollándose libremente después de la derrota proletaria definitiva y la contrarrevolución estalinista, produjo los actuales sindicatos tricolores.
Esto es lo que queremos decir al sostener que los sindicatos actuales, completamente subordinados al Estado y a su defensa, no son una nueva forma inventada por el capital, sino el resultado de una relación de fuerzas entre clases, a escala global y durante un período de cincuenta años, que vio al proletariado derrotado y disperso no sólo en su partido revolucionario sino incluso en sus manifestaciones de lucha inmediata.
A medida que esta situación desfavorable se intensificaba, el Partido Comunista de Italia se opuso al llamado a defender los sindicatos de clase tradicionales, tanto contra la reacción como contra la política oportunista. El llamamiento del partido fue objeto de una conferencia de la “izquierda sindical”, es decir de los trabajadores anarquistas, maximalistas y comunistas organizados en los sindicatos, que se celebró en octubre de 1922 y de la que citamos la parte más significativa de la moción final:
«Las organizaciones sindicales obreras deben permanecer independientes de toda influencia y control del Estado burgués y de los partidos de la clase dominante, su programa y su bandera deben ser la lucha por la emancipación de los trabajadores de la explotación capitalista, sus filas deben estar abiertas a cualquier propaganda de los ideales revolucionarios del proletariado...
«Toda maniobra que tienda, bajo diversas formulaciones, a socavar estos pilares, con el objetivo de frenar la acción sindical dentro de los límites de las instituciones burguesas, excluyendo la propaganda y la acción de los partidos extremos de los sindicatos, legalizar el trabajo y su actividad al mismo nivel que las corporaciones de las clases ricas para una supuesta colaboración para reconstruir la economía, arriar la gloriosa bandera roja, emblema de las más altas tradiciones de las organizaciones de clases italianas, corresponde al intento reaccionario aplastar la lucha de clases, hacer imposible cualquier resistencia económica de los asalariados y degradar el nivel de vida de las clases trabajadoras a un nivel de esclavos para permitir a las clases explotadoras consolidar las bases comprometidas de su dominación».
Pero el trabajo conjunto del fascismo y las fuerzas estatales por un lado y de la política oportunista por el otro, provocaron, a pesar de la acción del partido, efectos desastrosos: los sindicatos se debilitaron, los proletarios los abandonaron desmoralizados por la violencia abierta y el sabotaje de sus luchas por parte de sus jefes. Hubo un proceso de debilitamiento de los sindicatos contra el cual el partido reaccionó con todas sus fuerzas, viendo en ello el peligro de que desapareciera la base misma de la movilización revolucionaria de clase. La destrucción y el abandono de los sindicatos económicos significa de hecho que la clase obrera, a pesar de la pobreza y el descontento, no es capaz de reaccionar de manera organizada ante su aplastamiento ni siquiera en el terreno puramente económico y, según las palabras clásicas de Marx, aunque la lucha económica es limitada, «si la clase obrera renunciara a esta lucha por cobardía, se privaría de la posibilidad de emprender batallas mucho más grandes y generales».
Los términos de nuestra perspectiva actual y futura ya están establecidos: la crisis y el descontento difundido por la pobreza en la clase trabajadora no son suficientes. O esta crisis hará que la clase vuelva a organizarse en el terreno de su defensa económica o no habrá posibilidad de desarrollar la lucha en el terreno revolucionario. La crisis debe resucitar los órganos de defensa económica de los trabajadores, los sindicatos de clase, preludio del regreso del partido a la cabeza de las luchas proletarias. Pero si el actual proletariado europeo, corrompido por cincuenta años de dominación oportunista, no es capaz de reorganizar la defensa de sus condiciones de vida, es vano esperar que algún milagro le conduzca a la capacidad de movilizarse sobre el terreno del asalto revolucionario del poder. Pensar esto significa abandonar la perspectiva marxista y caer en el idealismo más trivial.
Del proyecto de programa de acción presentado en el IV Congreso Mundial de 1922:
«Por la resistencia de los sindicatos – 7) - El trabajo en los sindicatos tiende a la conquista de éstos para el partido y a ganar para el partido nuevos prosélitos en detrimento de los demás partidos que actúan en los sindicatos, así como entre los que no tienen partido, es el más útil para un rápido aumento de la influencia del PC. Sin embargo, en Italia la situación tanto económica como política ha producido y tiende a producir posteriormente un debilitamiento o empequeñecimiento de los sindicatos, que pone en grave peligro la suerte de una buena preparación revolucionaria.
«Por tanto, el PC debe luchar por la resistencia de los sindicatos y por su revitalización. Esto se logra principalmente con un trabajo cuidadoso y asiduo como militantes sindicales y miembros del partido, protegiendo a los sindicatos de los golpes de la reacción a través del partido y su apertrechamiento».
De las Tesis que presentó el PC de Italia en el IV Congreso Mundial de 1922:
«La conquista de las masas organizadas – La existencia de organizaciones económicas fuertes y florecientes es una buena condición para el trabajo de penetración en las masas. El empeoramiento del colapso de la economía capitalista crea una situación objetivamente revolucionaria. Pero como la capacidad de lucha del proletariado en el momento en que, tras la aparente prosperidad de la inmediata posguerra, la crisis aparecía con toda su gravedad resultó insuficiente, hoy asistimos al vaciamiento de los sindicatos y de todas las organizaciones análogas en muchos países: en otros es previsible que un fenómeno así no tarde en producirse. Como consecuencia, la preparación revolucionaria del proletariado se vuelve difícil, a pesar de la expansión de la pobreza y el descontento».
En 1926 el proceso había llegado a su punto culminante. Es característico de la convergencia entre violencia fascista y política oportunista que los dirigentes de la CGL declararan su disolución en ese mismo momento, desmoralizando así a los proletarios que a pesar de todo seguían luchando en el frente de los sindicatos rojos. Fue la última puñalada en la espalda al proletariado, que garantizó la afirmación totalitaria de los sindicatos fascistas. Mientras tanto, en el seno del partido, dirigido desde 1923 por los ordinovistas, los viejos caprichos consejistas se iban imponiendo de nuevo y se aprovechaba el derribo de los sindicatos para volver a plantear la tesis de su “superación” y su sustitución por otras “formas”.
La izquierda reaccionó decisivamente a este trabajo derrotista y en las Tesis presentadas en el congreso de Lyon de 1926 se combatió esta tendencia de la sede del partido y se volvió a proponer la tesis de que los sindicatos rojos tradicionales deben resurgir.
«II-8 – Cuestión sindical…
«La izquierda del partido italiano siempre ha apoyado y luchado por la unidad proletaria en los sindicatos, actitud que contribuye a hacerla inconfundible con las falsas izquierdas de trasfondo sindicalista y voluntarista, combatidas por Lenin. Además, la izquierda representa en Italia la concepción exactamente leninista del problema de las relaciones entre sindicatos y consejos de fábrica, rechazando, basándose en la experiencia rusa y en las tesis específicas del segundo congreso, la grave desviación de principio consistente en vaciar al sindicato de importancia revolucionaria, basada en la afiliación voluntaria, para sustituir el concepto utópico y reaccionario de un aparato constitucional y necesario adherido orgánicamente en toda su superficie al sistema de producción capitalista, error que prácticamente se materializa en la sobrevaloración de los consejos de fábrica y en un boicot efectivo del sindicato...
«III- 7 – Actividad sindical del partido.
«Otro grave error se cometió en la huelga metalúrgica de marzo de 1925. La Central no comprendió cómo la decepción proletaria respecto del Aventino permitía predecir un impulso general a las acciones clasistas en forma de una oleada de huelgas, mientras que, si lo hubiera hecho, habría sido posible, ya que la FIOM se vio obligada a intervenir en la huelga iniciada por los fascistas, habría sido posible impulsarla decididamente más lejos, hasta el punto de una huelga nacional, mediante la creación de un comité de agitación metalúrgica basado en organizaciones locales. Muy dispuestos a hacer huelga en todo el país. La orientación sindical de la Central no correspondía claramente a la palabra de unidad sindical en la Confederación, incluso a pesar de la desintegración organizativa de esta última. Las directivas sindicales del partido se vieron afectadas por errores ordinovistas respecto de la acción en las fábricas en las que no sólo se creaban o proponían múltiples y contradictorios organismos, sino que a menudo se decían palabras que desvaloraban al sindicato y al concepto de su necesidad como órgano de lucha proletaria…
« 11 – Esquema del programa de trabajo del partido.
«... Hoy, ante el grave problema de la disminución de los sindicatos de clase y otros órganos inmediatos del proletariado, el partido agitará la consigna de la defensa de los sindicatos rojos tradicionales y de la necesidad de su resurgimiento. El trabajo en los talleres evitará la creación de organismos capaces de vaciar la eficacia de la consigna sobre la reconstrucción sindical. Teniendo en cuenta la situación actual, el partido actuará por el funcionamiento de los sindicatos en las “secciones sindicales de fábrica”, que, representando la fuerte tradición sindical, se presentan como órganos idóneos para la dirección de las luchas obreras y su defensa. Hoy en día es posible precisamente en las fábricas. Se intentará que la comisión interna ilegal sea elegida por la sección sindical de la fábrica, salvo hacer lo antes posible de la comisión interna un organismo elegido por las masas de la fábrica...
«En lo que respecta a las relaciones con los sindicatos fascistas, especialmente hoy en día que no aparecen ni siquiera formalmente como asociaciones voluntarias de masas, sino que son verdaderos órganos oficiales de la alianza entre los empresarios y el fascismo, la palabra de penetración en su interior para desintegrarlos debería ser rechazada en general. La consigna de reconstrucción de los sindicatos rojos debe ser contemporánea de la consigna contra los sindicatos fascistas».
La perspectiva del partido
Desde 1926 hasta hoy, los sindicatos tricolores se han consolidado en lugar de los sindicatos rojos de la época. Continúan la tradición oportunista y fascista de sumisión del sindicato de trabajadores a los intereses del Estado burgués.
Nuestro texto de 1951 “Partido Revolucionario y Acción Económica” se traza así
el proceso de su afirmación:
«En la reanudación del movimiento después de la revolución rusa y del fin de la guerra imperialista se trataba de hacer balance del fracaso desastroso del encuadramiento sindical y político, y se intentó llevar al proletariado mundial al terreno revolucionario eliminando a los líderes políticos y parlamentarios traidores mediante escisiones partidistas y asegurando que los nuevos partidos comunistas lograran expulsar a los agentes de la burguesía de las filas de las mayores organizaciones proletarias.
«Frente a los primeros éxitos vigorosos en muchos países, el capitalismo se vio en la necesidad de impedir el avance revolucionario, de golpear con violencia y proscribir no sólo los partidos sino también los sindicatos en los que éstos trabajaban.
«Sin embargo, en los complejos acontecimientos de estos totalitarismos burgueses, la abolición del movimiento sindical nunca fue adoptada. Por el contrario, se defendió e implementó la constitución de una nueva red sindical totalmente controlada por el partido contrarrevolucionario y, en ambas formas, se declaró única y unitaria, y se hizo estrictamente adherente a la maquinaria administrativa estatal.
«Incluso cuando, después de la segunda guerra, según la formulación política actual, el totalitarismo capitalista parece haber sido reemplazado por el liberalismo democrático, la dinámica sindical continúa desarrollándose ininterrumpidamente en el sentido pleno de control estatal y de inserción en los órganos administrativos oficiales. El fascismo, ejecutor dialéctico de las viejas reivindicaciones reformistas, llevó a cabo la tarea de reconocimiento legal del sindicato para que pudiera ser titular de convenios colectivos con los empresarios, hasta el aprisionamiento efectivo de toda la estructura sindical en las articulaciones del poder burgués de clase. Este resultado es fundamental para la defensa y preservación del régimen capitalista precisamente ya que la influencia y el uso de los encuadramientos de asociaciones sindicales es una etapa indispensable para cualquier movimiento revolucionario dirigido por el partido comunista».
De esta situación de los sindicatos actuales, el partido no podría, manteniendo una línea marxista coherente, derivar una posición de desvaloración de la función sindical, “ya que la influencia y el uso de los encuadramientos de asociaciones sindicales es una etapa indispensable para cualquier movimiento revolucionario dirigido por el partido comunista”. De la afirmación de que los sindicatos de hoy ya no son sindicatos de clase, que están completamente subordinados a la defensa de las instituciones capitalistas, se puede deducir una y única consecuencia: que los sindicatos de clase deben resurgir o caeremos en el voluntarismo y la línea opuesta a nosotros del Kaapedismo.
Por eso el partido ha establecido esta perspectiva desde 1945:
«En primera línea entre las tareas políticas del partido está el trabajo en la organización económica sindical de los trabajadores para su desarrollo y fortalecimiento.
«Es necesario combatir el criterio, hoy común a la política sindical fascista y democrática, de atraer al sindicato obrero entre los organismos estatales, bajo las diversas formas de su disciplinamiento con el andamiaje legal. El partido aspira a la reconstrucción de la confederación sindical unitaria, autónoma de la dirección de las oficinas de Estado, actuando con los métodos de la lucha de clases y la acción directa contra los empresarios, desde las demandas individuales, locales y de categorías hasta las generales de clase. Al sindicato de trabajadores ingresan trabajadores pertenecientes individualmente a diferentes partidos o a ningún partido.
«Los comunistas no proponen ni provocan la escisión de los sindicatos por el hecho de que sus órganos de dirección sean conquistados y retenidos por otros partidos, sino que proclaman del modo más abierto que la función sindical sólo se completa e integra cuando la dirección de los organismos económicos es el partido político de clase del proletariado. Cualquier influencia diferente sobre las organizaciones sindicales proletarias no sólo las priva del carácter fundamental de cuerpos revolucionarios demostrado por toda la historia de la lucha de clases, sino que las vuelve estériles para los propósitos mismos de mejoras económicas inmediatas y de instrumentos pasivos de los intereses del pueblo.
«La solución dada en Italia a la formación de la central sindical mediante un compromiso no entre tres partidos proletarios de masas, que no existen, sino entre tres grupos de jerarquías de camarillas extraproletarias que reclaman la sucesión del régimen fascista, debe combatirse incitando a los trabajadores a derrocar este andamiaje oportunista de contrarrevolucionarios profesionales. El movimiento sindical italiano debe volver a sus tradiciones de apoyo abierto y cercano al partido de la clase proletaria, aprovechando el vital resurgimiento de sus órganos locales, las gloriosas Cámaras del Trabajo, que tanto en los grandes centros industriales como en las zonas rurales fueron las protagonistas de grandes luchas abiertamente políticas y revolucionarias».
Y en 1951, en el texto ya citado:
«8 – Más allá del problema contingente en tal o cual país de participar en el trabajo en determinados tipos de sindicatos o de mantenerse al margen por parte del partido comunista revolucionario, los elementos de la cuestión resumidos hasta ahora llevan a la conclusión de que en todas las perspectivas de todo movimiento revolucionario general estos factores fundamentales no pueden dejar de estar presentes: 1) un proletariado grande y numeroso de asalariados puros; 2) un gran movimiento de asociaciones de contenido económico que incluye a gran parte del proletariado; 3) un partido revolucionario fuerte, de clase, en el que milita una minoría de trabajadores, pero en el que la conducción de la lucha le ha permitido oponer válida y ampliamente su influencia en el movimiento sindical a la de la clase y del poder burgueses.
«Las líneas generales del punto de inflexión no excluyen la posibilidad de que
concurran las más variadas circunstancias en la modificación, disolución,
reconstitución de asociaciones de tipo sindical de todas aquellas asociaciones
que se produzcan en diversos países, ya sean vinculadas a organizaciones
tradicionales que se declararon basarse en el método de la lucha de clases, ya
sea más o menos conectado con los más diversos métodos y orientaciones sociales,
incluidos los conservadores».
Bangladesh
Trabajadores de la confección luchan por aumento de salarios
El 3 de noviembre se paralizaron las fábricas textiles de Bangladesh, por el reclamo de los trabajadores (80% mujeres) de aumento salarial. Las protestas, que comenzaron en la ciudad de Gazipur el 30 de octubre, con una concentración masiva de 6.000 trabajadoras, se han extendido a todo el país, poniendo en jaque tanto al gobierno como a los propietarios de fábricas.
Bangladesh es uno de los mayores productores de fast fashion o “moda rápida” del mundo y produce millones de toneladas de ropa cada año para satisfacer las demandas de las marcas de ropa más populares, que se sienten atraídas por este pequeño país del sur de Asia donde los pedidos salen baratos. Este país de Asia es el segundo mayor exportador de ropa del mundo, por detrás de China, y tiene unas 3.500 fábricas que son proveedores de las principales marcas globales. Esta red industrial ocupa a 4 millones de trabajadores. Se trata de una actividad económica tan importante que representa el 85% de los 55.000 millones de dólares en exportaciones anuales de Bangladesh.
El concepto de fast fashion (moda rápida) hace alusión a las grandes cantidades de ropa producida por la industria de la moda que promueve las llamadas tendencias globales y que impulsan a la constante innovación. Esto contribuye a que marcas importantes coloquen millones de prendas en el mercado y fomenten en los consumidores la compra acelerada para que se sientan identificados con todas las modas que les han sido impuestas. Este ciclo sin fin de esta “cultura del fast fashion” hace que las marcas creen en el mercado, de manera acelerada, colecciones de ropa en tendencia; así, diferentes segmentos de los consumidores se sienten presionados, para encajar en los estándares cambiantes de la moda; y la industria termina generando muchísimos más ingresos. En este negocio destacan marcas famosas como H&M, Zara, Gap, Topshop, Primark, Benetton, Mango, Pull & Bear, Miss Selfridge, etc.
Pero toda la actividad de este circuito de negocios, en el que Bangladesh está integrada, no solo incrementa el ingreso de las cadenas de la moda, también incrementa la contaminación ambiental, ya que, para poder satisfacer la demanda de los consumidores, se deben fabricar grandes cantidades de ropa que, además, está producida con materiales de baja calidad y bajo un modelo productivo que consume inmensas cantidades de agua, genera de desechos tóxicos y lanza de toneladas de desechos al mar.
No es una sorpresa que la accesibilidad de los precios de esos textiles y la gran concentración de fábricas de este ramo en Bangladesh se base en los bajos costos de la mano de obra, muy bajos salarios y condiciones deplorables de seguridad, salud y sanidad en los centros de trabajo. Condiciones similares brindan al fast fashion países como India, Camboya, Indonesia, Malasia, Sri Lanka y China. En estas fábricas, las trabajadoras (la gran mayoría son mujeres) trabajan en condiciones de explotación laboral, realizando jornadas de hasta 12 horas diarias por un salario de 3 dólares por turno. Tampoco tienen derecho a constituir un sindicato para defender sus reivindicaciones. En muchas fábricas textiles, los patrones obligan a las trabajadoras a generar un número más alto de prendas del acordado, lo que supone que muchas veces duermen en las fábricas para acabar su trabajo, pudiendo llegar por esta vía a jornadas de 18 horas. Si no lo terminan les gritan, incluso las despiden. Muchas caen enfermas por el aire que respiran diariamente y por trabajar demasiadas horas seguidas. No tienen vacaciones. No tienen baja laboral, y si no van a trabajar por cualquier razón, sea familiar, médica, o cualquier otra, las despiden.
En el 2013 el derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh, donde murieron 1.100 trabajadores, destapó ante el mundo la cara más oscura del capitalismo y la explotación laboral en el sector del textil. El edificio fue construido deliberadamente con materiales subestándares, pero aun así la fábrica permaneció activa hasta el derrumbe mortal. Una investigación sobre el derrumbe de la fábrica encontró que el alcalde municipal aprobó las licencias de construcción y permitió que el dueño ignorase los códigos de construcción. El dueño del edificio, construyó los pisos superiores ilegalmente para alojar a miles de trabajadores y un generador eléctrico que hacía temblar al edificio cada vez que se lo prendía. A pesar del peligro, Rana insistió que los trabajadores volvieran la mañana del día siguiente. Al prender los generadores el día siguiente, se derrumbó el edificio. Cargos de asesinato fueron levantados contra Rana y 37 otras personas responsables por el desastre, pero los responsables no fueron capturados. Este tétrico episodio es un emblema del grado de explotación de la clase obrera en Bangladesh y en todos los países donde operan las fábricas textiles que atienden el mercado de la fast fashion.
Los bajos salarios hacen estallar las luchas de los trabajadores
El comité de salario mínimo para la industria textil de Bangladés aumentó a principios de noviembre 2023 la remuneración mensual de los trabajadores del sector en un 56,25 %, hasta 12.500 takas (113 dólares), una cantidad rechazada de inmediato por los sindicatos. “El nuevo salario mínimo mensual para los trabajadores de las fábricas de confección se fijó en 12.500 takas. Será efectivo a partir de diciembre”, dijo a la prensa Raisha Afroz, secretaria de este comité designado por el gobierno.
Pero la cantidad fue considerada insuficiente por la Federación de Trabajadores Industriales y de la Confección de Bangladesh (BGIWF), que ha planteado que el salario mínimo debería aumentarse al menos 15.000 takas. Pero los trabajadores textiles, salieron a las calles a protestar con la exigencia de casi triplicar el salario mínimo mensual, actualmente de 8.300 takas (75 dólares) y así alcanzar un aumento a 23.000 takas (208 dólares). Además de la subida salarial, los trabajadores exigen revisiones de salario anuales, y no cada cinco años, como rige la norma actual.
La prensa burguesa reseña que unas 600 fábricas textiles han sido cerradas a raíz de las protestas. Las movilizaciones y concentraciones en las calles han sido reprimidas con mucha violencia por el gobierno a través de sus órganos de policía. Los propietarios de las fábricas también amenazaron con cerrar la producción y retener los salarios aplicando la regla de “no trabajar, no pagar”. Más de 150 fábricas cerraron “indefinidamente”, mientras la policía presentó cargos generales contra 18.000 trabajadores en relación con las manifestaciones. La represión al movimiento ha traído consigo trabajadores despedidos, heridos y muertos, así como persecución a dirigentes sindicales y líderes obreros.
Una exigencia errónea (inducida por las federaciones sindicales) es que los trabajadores deben estar representados en el Comité de Salario Mínimo por un delegado seleccionado por los sindicatos. Esta exigencia es errónea porque el Comité de Salario Mínimo es un órgano patronal que nunca va a plantear salarios que sean inconvenientes a las fábricas textiles y al negocio de la fast fashion, y en esto las federaciones sindicales traidoras han sido cómplices de los empresarios y del gobierno. Por lo tanto, los trabajadores de Bangladesh solo conquistarán un aumento salarial significativo si paralizan a todas las fábricas, si impulsan una huelga general y si se integran en un Frente Único Sindical de Clase, organizado por la base, con núcleos en todo el territorio. Esta no será la única huelga en Bangladesh, queda mucho camino por recorrer al movimiento de los trabajadores y esta huelga ha sido un paso importante que habrá que consolidar fortaleciendo la organización de base y apartándose de los dirigentes traidores, conciliadores y oportunistas.
Brasil
Cientos de trabajadores de PROPAV suspendieron sus actividades por impago de salarios
Alrededor de quinientos trabajadores de la empresa Propav pararon sus actividades desde el miércoles 8.11.2023 por falta de pago de los salarios del mes de octubre.
Propav presta servicios de mantenimiento industrial rutinario y correctivo para Petrobrás en la Refinería Presidente Getulio Vargas (Repar), en Araucária. El jueves 9 de noviembre, la empresa presentó una propuesta para pagar los sueldos junto con el aplazamiento de noviembre hasta el día 17, pero sin garantías. Los empleados lo rechazaron en una reunión y mantuvieron la huelga.
La empresa viene mostrando signos de inestabilidad financiera desde hace algún tiempo. La empresa ya no suministra Equipos de Protección Personal (EPP) a los trabajadores y es usual que falten materiales de trabajo que se requieren para realizar las tareas. Incluso la empresa ha venido incumpliendo con el suministro de artículos de higiene más básicos.
Las demoras en los pagos de los trabajadores no pueden ser aceptadas por el movimiento sindical. No se puede aceptar ninguna excusa de los patronos, ya sean empresas estatales o privadas. Y si no paga Propav, que pague Petrobras, que es la contratante del servicio. Los trabajadores deben perseverar en la huelga, porque esa es la única vía para lograr que le paguen los salarios adeudados y se les suministren los EPP y demás materiales requeridos en los centros de trabajo.
EEUU
La huelga de los maestros de Portland lanza
bengalas que señalas el camino hacia la huelga general y la reanudación de la lucha de clases
Los maestros de Portland protagonizaron una huelga en las escuelas públicas que iniciaron el primero de noviembre, exigiendo aumento salarial, mejores condiciones de trabajo y un límite en el número de alumnos a atender por cada aula. Así mismo este conflicto planteó la exigencia de los trabajadores del reconocimiento del tiempo que dedican los maestros a la planificación de sus actividades docentes. Sobre la marcha, la Asociación de Maestros de Portland (PAT), planteó que la superación de un límite en el número de alumnos por aula debería implicar un mayor salario. Con esta huelga quedaron cerradas escuelas que atienden a 45.000 estudiantes de Portland, que es el Distrito más grande del estado de Oregon.
Nuestro llamamiento en este caso fue a convertir esta lucha de Portland en una huelga de todos los maestros de Oregon y que este paso debía ser dado por la Asociación de Educación de Oregón, impulsando acciones como bajas por enfermedad organizadas, huelgas o piquetes por prácticas laborales injustas basadas en disputas actuales. Las reivindicaciones planteadas por la PAT son comunes a los trabajadores de EEUU y a la mayoría de los educadores en todo el mundo; y ya esto se convierte en un motivo suficiente para ampliar las fronteras de esta lucha. La lucha de los maestros de Portland va más allá de combatir a una junta escolar aislada, la PAT está atacando a la propia clase capitalista y está entrando en una confrontación con toda una serie de fuerzas que requieren una solidaridad más amplia de la clase trabajadora de la región para poder vencer.
Como siempre, planteamos la necesidad de una huelga general de trabajadores en toda el área metropolitana de Portland para convertir la lucha de los maestros en una lucha de toda la clase obrera de esa región por aumento significativo de los salarios y la mejora de las condiciones y medio ambiente de trabajo.
El 26 de noviembre se concretó un acuerdo provisional con el distrito de escuelas públicas de la ciudad de Portland. El acuerdo se produjo más de tres semanas después de que los docentes se declararan en huelga. La PAT dijo que el acuerdo provisional había garantizado logros claves, incluidas las demandas de salarios más altos, más tiempo para planificar las clases y una limitación del número de estudiantes por clase.
La lucha de los maestros y de los trabajadores de Portland en general, no ha terminado. Más temprano que tarde comprenderán que tienen que unirse en un solo movimiento reivindicativo en defensa del salario y de mejores condiciones de trabajo. Tarde o temprano se planteará la necesidad de la Huelga General, no solo en Portland y en Oregon, sino en toda Norteamérica. La agudización de la explotación capitalista obligará al movimiento de los trabajadores a organizarse, a deslastrarse de los traidores y a fortalecer verdaderas organizaciones de lucha de clase. Como parte de los preparativos para impulsar una amplia lucha reivindicativa, animamos a todos los sindicatos norteamericanos a que comiencen a alinear la fecha de vencimiento de sus contratos al 1 de mayo y así facilitar la unidad en la acción del movimiento de lucha.
Venezuela
Los salarios no alcazan para cubrir gastos de alimentación. Los trabajadores deben retomar la movilizacion y la huelga
Con salarios mensuales que oscilan entre 3,67 (salario mínimo) y 120 dólares entre la mayoría de los trabajadores activos y con pensiones de 3,67 dólares mensuales, se hace imposible a los asalariados venezolanos cubrir sus gastos de alimentación y además atender su salud, transporte y otros bienes y servicios básicos. El salario mínimo es el que se aplica a los tabuladores salariales de los trabajadores del sector público.
Al cierre de noviembre 2023 el costo de la canasta alimentaria familiar en Venezuela subió a 522,01 dólares, lo que representa un incremento de 5,9 % respecto al mes anterior, apuntó el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM). Según el Banco Central de Venezuela (BCV) la inflación acumulada entre enero y noviembre 2023 alcanzó el 182,9 % (luego de que en 2022 el índice fuera del 234,1 %).
Una familia de 5 personas en Venezuela necesita 148,6 salarios mínimos mensuales para costear la canasta alimentaria, calculada con precios de 60 productos básicos. El salario mínimo en Venezuela se ubica en 130 bolívares desde el 15 de marzo de 2022. Los bonos que paga el gobierno son insignificantes y no compensan la gran brecha entre el monto de los salarios y el valor de los productos y servicios de primera necesidad que necesitan los trabajadores y sus familias. Estos bonos y la política salarial del gobierno burgués, representan un subsidio al empresariado capitalista, cuyos gastos laborales se reducen significativamente. Todo esto confluye en un cuadro caracterizado por una alta tasa de explotación de la fuerza de trabajo. No es una sorpresa que varias instituciones reporten que 6,5 millones de venezolanos están subalimentados.
La situación de los trabajadores es mucho más compleja si se considera que al cierre de noviembre se estimaba la canasta básica (el costo de la canasta alimentaria más otros productos y servicios básicos requeridos para la vida, como gastos en salud, medicamentos, servicios, transporte, educación, alquiler de vivienda, etc.) en un monto de 1.100 dólares mensuales. Algunas estadísticas del sector privado indican que trabajadores profesionales o con cargos gerenciales perciben salarios entre 200 y 400 dólares mensuales y los trabajadores no especializados en las áreas productivas, de la construcción y el comercio perciben salarios que oscilan entre 50 y 150 dólares al mes. Es decir que el grueso de los trabajadores del sector privado recibe un salario que cubre entre el 10 y el 29 % de la canasta alimentaria y entre el 5 y el 14 % de la canasta básica.
Desde el 2022 las luchas de los trabajadores se han enfocado más en la exigencia de aumento salarial y han venido poniendo al descubierto en carácter traidor de las centrales y federaciones sindicales, cuya dirigencia se ha dedicado a la desmovilización, desorganización y división de los trabajadores. Desde la base los asalariados se inclinan por la lucha, pero no encuentran el respaldo de los sindicatos. Solo pocos sindicatos convocan a las luchas por aumento salarial, sin embargo no cuentan con suficiente influencia y en muchos casos confunden a los trabajadores al incorporar reivindicaciones no proletarias.
En Venezuela y el todo el mundo los trabajadores deberán retomar su unidad de acción, organizados en verdaderos sindicatos de clase, rescatando la huelga como principal arma de lucha y para esto deberán romper con los dirigentes y partidos oportunistas. Una iniciativa importante para reforzar las luchas por aumento salarial es la constitución de un Frente Único Sindical de Clase, con participación de la base de los trabajadores, con un programa reivindicativo enfocado en aumento de salarios, pensiones y jubilaciones, reducción de la jornada de trabajo, reducción de la edad de jubilación, reducción del número de alumnos por maestro o profesor, reducción del número de pacientes por enfermera y mejora de las condiciones y medio ambiente de trabajo. Debe ser un Frente que integre a todos los sindicatos y que se mantenga apartado de las campañas electorales y del parlamentarismo y que rechace los llamados a participar en guerras donde los trabajadores ponen los muertos y los empresarios obtienen ganancias. Finalmente, este Frente no puede ser un frente de partidos. Pero en ese camino, todos los compañeros y compañeras dispuestos a la lucha por una salida revolucionaria, deben acercarse al partido comunista internacional.
Venezuela
Trabajadores de industrias Diana reclaman su salario
La empresa Industrias Diana, ubicada en Valencia, estado Carabobo, es una fábrica de aceites y grasas vegetales comestibles, que hace varios años fue expropiada por el gobierno y actualmente mantiene una producción muy baja. Los trabajadores han estado reclamando retrasos en pagos, bajos salarios y que no se les han vuelto a entregar “suministros”. El sindicato es patronal y mantiene una posición conciliadora y demagógica ante los trabajadores. La directiva sindical tiene su período vencido y el patrón cuando le conviene usa esto para destacar que no hay un representante legal para establecer un nuevo contrato, pero en otras ocasiones el patrón usa a esta directiva sindical para llegar a acuerdos que no corresponden con los reclamos que vienen haciendo los trabajadores. Los trabajadores de base descontentos tomaron algunas acciones de protesta a lo largo del año, planteando sus reclamos al patrón. Recientemente el patrón impulsó el mensaje terrorista de que intervendrá el SEBIN (órgano de la policía política del gobierno) para detener y encarcelar a quienes promuevan protestas en la empresa. Este mensaje deja claro que la empresa no tiene previsto atender los reclamos de los trabajadores y acude a su último recurso, cuando la demagogia y el engaño no convencen ni tranquilizan a los trabajadores, LA VIOLENCIA Y LA REPRESION.
Este tipo de respuesta del patrón le dio frutos por poco tiempo. Los trabajadores de Diana recuperaron las fuerzas y retomaron sus acciones de lucha, para plantear sus exigencias. Con un salario equivalente a 4 dólares mensuales, es imposible para los trabajadores mantener a sus familias y esto los empuja a la lucha. El patrón complementa el salario con la entrega de los llamados “suministros”, que son productos de la fábrica, que los trabajadores venden en sus comunidades para obtener dinero. Y adicionalmente el patrón les entrega bolsas de comida. Pero el patrón se ha atrasado en la entrega de estas migajas. En estas condiciones los trabajadores se ven empujados a la lucha, porque está en juego su sobrevivencia. De allí que el viernes 15 de diciembre un grupo de 70 trabajadores tomó la entrada de la planta durante 3 horas para exigir el pago de lo que les adeuda el patrón y tanto la directiva del sindicato como la representación patronal se mantuvieron encerrados en sus oficinas, hasta que aceptaron reunirse con una delegación de 10 trabajadores. El patrón no dio respuestas satisfactorias y los trabajadores continuaron su lucha. Los trabajadores perseveraron, Continuaron tomando el portón de la fábrica, ejecutaron piquetes de agitación en varios puntos de la ciudad. La concentración de los trabajadores fue creciendo en participación y los patronos se vieron obligados a realizar dos pagos de deudas por un total de 140 dólares. Esta es una victoria de la que los trabajadores deben saber sacar las enseñanzas.
La lucha de los trabajadores de DIANA surgió de la base de los trabajadores, sin
apoyo de la directiva del sindicato. En adelante este movimiento tendrá que
seguir aprendiendo, madurando y creciendo, considerando a) Promover la más
amplia incorporación de los trabajadores a la lucha, lo cual incluye a los
trabajadores de las áreas administrativas que se muestran más apáticos, b)
Aplicar siempre el método de la discusión en asamblea de las acciones a tomar,
ningún acuerdo con el patrón debe ser válido sin la aprobación de la asamblea de
trabajadores, c) Impulsar el cambio de la directiva sindical, cuyo período se
encuentra vencido, d) Impulsar el contacto con otros movimientos de trabajadores
del sector público y privado y promover la Huelga General como principal arma de
la clase obrera para exigir y conquistar la mejora del salario, e) Plantearse
una lucha por un salario que les permita afrontar el costo de la vida en vez de
recibir productos y bonos.
En las jornadas del viernes 29 de septiembre al domingo 1 de octubre fue convocada la reunión general del Partido. Alrededor de 70 camaradas de 10 países se conectaron mediante teleconferencia.
Como de costumbre, la sesión del viernes, reservada a los militantes, se dedicó a la organización y trabajo interno, mientras que las del sábado y el domingo se dedicaron a la exposición de los informes, que fueron escuchados incluso por aquellos que están seriamente interesados en participar nuestro disciplinado trabajo.
El viernes, los grupos de trabajo se actualizaron mutuamente sobre sus numerosas actividades. Los camaradas llegan a la reunión después de haber trabajado juntos, en un entendimiento creciente, incluso desde países lejanos, a través de una correspondencia diaria que, de manera respetuosa, esencial y densa, nos enorgullecemos de asimilar a aquella, de toda la vida, entre Marx y Engels.
De este trabajo colectivo surgen resultados que están en perfecta sintonía con la doctrina marxista y nuestra mejor tradición partidaria. Estos trabajos y estas actividades, en términos de variedad, consistencia y coherencia, dadas las minúsculas dimensiones de nuestra organización, parecen verdaderamente un “milagro”, materialmente determinado por la urgencia histórica del comunismo. Esto es posible no gracias a las capacidades excepcionales de los camaradas de hoy, sino al método orgánico de nuestro trabajo, libre de las miserias de la civilización burguesa: individualismo, lucha interna, competencia.
Escuchamos los informes de los grupos locales, de los avances de nuestras iniciativas en la prensa, periódicos y monografías, de la intervención en los sindicatos de diferentes países, de las posibilidades de difundir nuestras palabras, que deben formularse cada vez mejor en relación con las monstruosas convulsiones actuales del moribundo mundo del capital.
Esta es la relación de informes presentados en las sesiones plenarias.
Viernes, al final de la tarde noche |
Continuidad entre democracia y fascismo en Italia |
La agricultura en la época feudal. |
Sábado |
Japón en la crisis económica |
Para la historia del P.C. Internacional |
La teoría marxista de las crisis |
Luchas obreras en América Latina |
Democracia, falsa amiga del socialismo |
El Ejército Rojo en Alemania 1919 |
Domingo |
La cuestión militar: La guerra civil en Rusia |
Huelgas y actividad sindical en EE.UU. |
Curso de la crisis económica mundial |
Orígenes del socialismo en el Imperio Otomano |
Actividad sindical en Italia |
Los recientes golpes de Estado en África. |
El entrelazamiento fascismo-democracia “constitución material” del Estado
La propaganda burguesa, democrática o fascista, tiende a enfatizar la antítesis entre democracia y autoritarismo, entre fascismo y antifascismo. Siempre hemos sostenido que el antifascismo constituye una falsa oposición al fascismo y una colaboración real entre fracciones burguesas en la guerra común contra el proletariado.
Si la burguesía en su propaganda cotidiana niega la continuidad entre fascismo y democracia, algunos de ellos en estudios más especializados, dedicados a un público más reducido, admiten tal continuidad.
Es el caso del texto titulado “El Estado fascista”, publicado en 2010 por Sabino Cassese, exministro del gobierno italiano y exjuez del Tribunal Constitucional. En este texto encontramos muchas confirmaciones de nuestras posiciones, aunque ciertamente esa no fue la intención que tuvo este jurista burgués y democrático al escribirlo. Leemos:
«El Estado fascista se proclamó antiliberal y totalitario. Hizo hincapié en la ruptura entre el régimen liberal y el fascismo. Hizo hincapié en la llamada revolución fascista. Sin embargo, gobernó en gran medida utilizando instituciones prefascistas. El Estatuto albertino siguió en vigor, aunque modificado en muchas partes. La Corona y el Senado Real permanecieron vivos, aunque debilitados. Se conservó el edicto real de 1848 sobre la prensa, aunque sufrió profundas modificaciones (...) En muchos casos, la legislación fascista consistió en la recopilación de normas de los sesenta años anteriores, actualizadas y más adecuadas al nuevo régimen (...) Al presentar a la Cámara de Diputados y al Senado del Reino, en 1925-28, las leyes para la defensa del Estado, Alfredo Rocco siempre pudo mostrar su vínculo con la legislación prefascista e ilustrar el elemento de continuidad estatutaria (...) Esta continuidad de las instituciones va acompañada de la continuidad del personal técnico-político».
El autor habla entonces de «la reproducción en el ámbito de las corporaciones de los conflictos entonces llamados conflictos de clase (obreros-patronales). Según los corporativistas más inteligentes, el Estado fascista no anulaba la conflictividad social en una genérica solidaridad. La transportaba al interior del Estado, manteniéndola bajo control».
A continuación, leemos que «las medidas de racionalización [...] no muy diferentes de las adoptadas en Italia por la derecha histórica. Por el contrario, en muchos casos, estas medidas recogieron normas obsoletas de la época liberal, las valoraron y las situaron en un contexto orgánico. En otros casos, reactivaron instituciones y procedimientos de los primeros años después de la Unificación, o incluso del Reino de Cerdeña (...) medidas para hacer frente a la crisis económica. Aquí hay una correspondencia máxima con las decisiones tomadas fuera de Italia, especialmente en el sector bancario y en las empresas públicas».
Sin embargo: «Así como hay continuidad entre el Estado liberal-autoritario del prefascismo, también hay continuidad entre el Estado del período fascista y el Estado democrático posfascista. Dos tercios de las normas recogidas en 1954 en un código de leyes administrativas fueron adoptadas en el período fascista (...) Algunos de estos complejos regulatorios incluso recogen normas prefascistas, por lo que su codificación en el período fascista actúa como un puente entre prefascismo y posfascismo (...) La continuidad no sólo está asegurada por la permanencia de las normas, sino también por el personal: una gran mayoría del personal público de alto nivel de la era democrática proviene de las filas de la burocracia formada en el período fascista (...) La idea del fascismo como un paréntesis, de una clara ruptura entre el período fascista y la Italia republicana, por tanto, es incorrecta. O, más bien, corresponde más a una necesidad de los contemporáneos de establecer una distancia entre el fascismo y ellos mismos, que a la realidad de los hechos».
En el capítulo 2 leemos: «Definir el “Estado fascista” es difícil porque, más allá de su proclamado carácter totalitario, sus raíces se encuentran en la Italia liberal y sus instituciones sobreviven a la caída del fascismo; porque algunas de sus instituciones no difieren de las creadas en los mismos años en otras partes del mundo (...) El propio fascismo proclamó solemnemente que quería construir un Estado totalitario (...) Aspiraba a ser totalitario, porque proclamaba “todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”; pero toleró, y a veces creó, cuerpos intermedios. De este modo, el “Estado fascista” fue capaz de combinar una amplia variedad de legados ideológicos y de vincularse con la doctrina social católica conservadora. Explotó todos los elementos de autoritarismo del Estado existente, introduciendo nuevos elementos, de tipo cesarista y totalitario (…) La misma ruptura constituida por la liberación y la Constitución de 1948 pierde importancia en esta perspectiva: se piensa en la “continuidad” entre algunas de las afirmaciones del Código de 1942 (y de la propia Carta del Trabajo de 1927) y ciertas disposiciones de la Constitución de 1948 (...) se piensa en la “continuidad” constituida por la persistencia de gran parte de la legislación del período 1930-40».
Llegamos al capítulo 3: «La legislación sobre la libertad y el estatuto del pueblo se completó en 1926, con el nuevo texto refundido de las leyes de seguridad pública. Conservó la misma estructura que el texto consolidado de Crispino de 1889, con la adición del primer título, sobre medidas policiales. Pero, por un lado, amplió el ámbito de actuación de la seguridad pública, por otro contenía una regulación más restrictiva del derecho de reunión, de espectáculos, de imprentas, de extranjeros y actualizó la disciplina del domicilio forzoso, que se había convertido en confinamiento policial, ampliando su alcance».
De este modo, el fascismo «no pretendía modificar o sustituir por completo el orden jurídico preexistente, sino que se insertaba en él de tal manera que explotaba los elementos autoritarios (...) multiplicó las organizaciones sociales-estatales (...) Su objetivo era dominar la economía con una técnica similar a la seguida en el campo político: reduciendo los conflictos y trasladándolos a la esfera estatal, donde podían mantenerse bajo control (...) La dominación estatal de la política, la sociedad y la economía nunca fue completa: la burocracia, la escuela, la religión escaparon, de diferentes maneras, del control fascista; el corporativismo como herramienta de planificación tuvo que dar paso a la planificación sectorial de un antiguo nittiano como Beneduce».
Ciertamente, los análisis de Cassese no pueden satisfacernos, pero hemos comenzado con ellos, que nos dan la razón en lo sustancial, para refutar la presunta diferencia radical entre fascismo y democracia antifascista, y la definición de Benedetto Croce, disparate no desinteresado, del fascismo como un “paréntesis” en la historia italiana.
La cuestión agraria
En el modo de producción feudal
En esta reunión general discutimos el tema del modo de producción feudal. Un cuadro general de esa formación económico-social en Europa – antes de pasar a nuestros clásicos marxistas – se puede encontrar en “La economía rural en la Europa medieval” de Georges Duby. Leemos: «En la civilización de aquella época, el campo lo era todo. Vastas regiones como Inglaterra y casi toda Alemania están completamente desprovistas de ciudades. Los hay diferentes: antiguas ciudades romanas, cuyo proceso de decadencia fue menos profundo en el Sur de Occidente, o tenemos flamantes pueblos de tráfico, construidos recientemente a lo largo de los ríos que desembocan en los Mares del Norte. Pero, salvo algunas excepciones lombardas, estas “ciudades” no son más que pequeñas aglomeraciones con como máximo unos pocos centenares de habitantes permanentes, tan profundamente ligadas al campo que no pueden distinguirse de él en absoluto. Los viñedos los rodean, los campos los atraviesan, y están llenos de ganado, graneros, trabajadores agrícolas. Todos los habitantes, incluso los más ricos, los obispos, los propios reyes y los escasos especialistas, judíos o cristianos, que ejercen el comercio a larga distancia en la ciudad, siguen siendo gente rural: su existencia está marcada por el ciclo de las estaciones agrícolas, su sustento depende enteramente de los productos de la tierra, de la que extraen directamente todos los recursos (...) Occidente en el siglo IX estaba poblado en su conjunto por un campesinado estable y arraigado. Lo cual no significa que debamos imaginarlo completamente inmóvil: en la vida rústica un gran espacio está abierto al nomadismo».
Nos desplazamos en verano por la trashumancia pastoral o por el transporte en carruajes; algunos se aventuran periódicamente en la recolección de productos espontáneos, para la caza, o para el robo, en busca de botín; una parte de la población rural también participa en las “aventuras” de la guerra.
«Sin embargo, en la mayoría de los casos, el nomadismo es marginal, estacional. Los hombres viven casi constantemente en la tierra que es la de su familia, en una granja organizada, asentada en una aldea (...) En los siglos IX y X, las aldeas constituían el contexto normal de existencia, cualquiera que fuera su tamaño. En la Inglaterra sajona, por ejemplo, el pueblo sirvió de base para colecciones, para “requisiciones” rurales. En torno a estos puntos fijos se organizaba en todas partes la ordenación del paisaje, y en particular la red de caminos y senderos que, en el paisaje actual, aparece como el vestigio más tenaz de las antiguas estructuras agrícolas (...)».
«En Europa Occidental, excepto en las orillas del Mediterráneo, donde se construían en piedra, las casas de los hombres eran, en la Alta Edad Media e incluso en épocas menos remotas, chozas hechas de ramas y tierra, frágiles y efímeras (...) A pesar de todo esto, los pueblos no cambiaron de lugar, y esto, al parecer, por dos razones. En primer lugar, porque la zona del pueblo gozaba de un estatus jurídico particular, diferente del de las tierras circundantes, y disfrutaba de privilegios consuetudinarios que hacían que sus fronteras fueran intangibles. Los historiadores del derecho han demostrado que la aglomeración estaba formada por una yuxtaposición de aquellas tramas que la mayoría de los textos carolingios indican con la palabra mansus, y que los dialectos campesinos de la Edad Media más cercana llaman meix, Hof, masure, toft... Sí, son “cercados” firmemente fijados por una valla permanente de empalizada o seto vivo mantenido con esmero, de refugios protegidos y defendidos, cuya violación era castigada con las penas más graves, de islotes reservados cuyos ocupantes se consideraban los únicos propietarios y en los que las servidumbres colectivas y las exigencias de los jefes y señores no tenían fuerza.
«Estos “cercados”, en los que riquezas, ganado, reservas de alimentos, hombres dormidos encontraron refugio y protección contra peligros naturales y sobrenaturales y que, unidos, formaron el núcleo del pueblo, son la expresión del asentamiento en un campo de un sociedad de la cual la familia constituía la célula principal (...) La ocupación de uno de estos mansi permitió su inclusión en la comunidad del pueblo, cuyo derecho colectivo se extendía sobre todas las tierras circundantes».
Los recién llegados fueron mantenidos fuera de los “cierres”, habitantes de segunda categoría. Los inventarios de la época los catalogaban como “huéspedes”, cuya presencia era tolerada pero que no tenían los mismos derechos que los demás habitantes. Estos rígidos límites legales impidieron que la colonización ocurriera en orden aleatorio y frenaron la mudanza del hábitat.
En el informe el compañero dio cuenta completa de las peculiaridades que caracterizaban la producción agrícola en la época feudal, llegando al otro aspecto que caracterizaba el modo de producción de la época: los equipos utilizados en el trabajo del campo. Se observó que estas herramientas estaban hechas en su mayoría de madera. Había dos tipos de arado, simple y de vertedera, que ofrecían una decidida ventaja sobre el simple. Esto ahorró mano de obra, en un solo paso el agricultor pudo remover suficientemente la tierra, airearla y reconstruir los elementos fértiles: ya no fue necesario excavar periódicamente. Además, el arado de vertedera también se podía utilizar en suelos pesados que no eran manejables con el arado simple. Permitió ampliar la superficie cultivada, pero también requirió una fuerza de tracción mucho mayor y animales de trabajo más vigorosos.
A continuación se mencionó el uso limitado de metales.
«Los trabajadores de la enorme empresa Annapes, que en aquella época criaba unas doscientas cabezas de ganado, sólo disponían de dos guadañas, dos guadañas y dos palas en cuanto a herramientas de hierro. También en este caso se utilizó el equipamiento básico para dar forma a la madera. Para los demás trabajos: utensilia lignea ministrandum sufficienter, utensilios de madera en número suficiente, que no nos molestamos en contar».
Por lo tanto, aparte de las herramientas para cortar hierba o trigo o para talar árboles, todos los equipos agrícolas, y en particular los de arado, normalmente estaban hechos de madera.
«Cada centro de propiedad pública debía contener únicamente un pequeño taller bien equipado con herramientas de hierro destinadas a la producción doméstica de otras herramientas y para su reparación (...) Todos los documentos de la época carolingia sitúan al herrero al mismo nivel que al orfebre y lo presentan como especialista en una fabricación excepcional y preciosa. Se encuentra muy raramente en los inventarios de propiedades rurales (...) En todas las regiones observadas (excepto quizás en Lombardía, donde los ferrarii aparecen mucho más frecuentemente en los inventarios señoriales, y donde, en los grandes dominios de Bobbio, S. Giulia de Brescia, de Nonantola, en numerosas propiedades rurales se impusieron derechos regulares sobre el hierro, y esta vez de manera muy precisa, con simples rejas de arado), se da la impresión de que el uso del metal en el equipamiento campesino era muy limitado».
En la Europa de los siglos IX y X, incluso en las grandes propiedades la economía disponía de pocas herramientas de madera, pero recurría al trabajo de muchos individuos, dando forma a pueblos que se poblaban mucho para cuidar los campos circundantes.
Por otro lado, quedaron grandes franjas sin cultivar, debido a la falta de herramientas capaces de superar la naturaleza de los suelos espesos, húmedos y densos. También existen amplios espacios de vegetación libre útiles para la alimentación del ganado, la caza y la recolección de productos espontáneos.
Se introdujeron molinos para aumentar la productividad laboral.
«Se ve con bastante claridad cómo los señoríos estaban equipados en cuanto a herramientas de molienda (…) La instalación de un molino de agua fue ciertamente una tarea delicada y costosa: la disposición de los canales, el transporte, el corte y el trabajo de las piedras de moler requirieron grandes inversiones y también hubo que realizar gastos regulares para el mantenimiento de los mecanismos transportadores. Sin embargo, estos dispositivos no eran raros, a partir del siglo IX, en los grandes dominios. Parece también que el número de molinos hidráulicos aumentó rápidamente en los alrededores de París: de los cincuenta y nueve molinos inventariados por el políptico de Saint-Germain-des-Prés [El “políptico” era un inventario de los bienes de la abadía elaborado entre 823 y 828 por el abad Irminone, Ed.], ocho acababan de ser construidos y dos recientemente renovados por el abad Irminone (...) Los molinos del dominio se pusieron a disposición de los agricultores de los alrededores a cambio de una tarifa (...) En un señorío real del norte de la Galia, el de Annapes (...) los cinco molinos y la cervecería llevaban cada año a los graneros señoriales tanto grano como el que se cosechaba en las inmensas tierras aradas del dominio (...)A pesar de los impuestos y gravámenes que soportaban sobre sus cultivos, los campesinos encontraron ventajoso utilizar el molino señorial».
Se recordó que el pan era el alimento básico, incluso en las regiones menos civilizadas del cristianismo latino.
Luego pasamos a describir cómo se organizaba la producción agrícola, que se puede resumir en estos tres puntos: «1) En los textos, la descripción de las cosechas y siembras y, más frecuentemente, la de los pagos de cereales adeudados por los campesinos, prueban que, en general, los campos, tanto los de los aldeanos como los de los señores, producían no sólo trigo de invierno, sino también trigo de primavera y, en particular, avena. 2) La previsión en el calendario agrícola de corvées para el arado solicitado a los servidores de los señoríos indica que el ciclo de arado se ordenaba frecuentemente según dos épocas de siembra, una en invierno y otra en verano o primavera. 3) Las parcelas de arado en las grandes propiedades suelen aparecer en grupos de tres; por ejemplo, en aproximadamente la mitad de los dominios de la abadía de Saint-Germain-des-Prés descritos en el políptico de Irminone, Los inspectores contaron tres, seis o nueve campos señoriales. Esta disposición sugiere que el cultivo se organizó según un ritmo ternario».
Teoría marxista de la crisis
Thomas Robert Malthus
La exposición de la teoría general de Malthus cierra la serie de informes dedicados al análisis de los principales exponentes de la economía “clásica”.
Malthus adopta una posición que tiende a distinguirse de Smith y Ricardo, convencido de introducir hipótesis innovadoras y soluciones alternativas en el debate económico. La economía sería efectivamente una ciencia, pero más próxima a las ciencias morales y políticas que a las ciencias naturales, con lo que el marco teórico adquiere connotaciones eclécticas. Esta posición está bien expresada por una cita de los Principios de Economía Política que hemos leído. Como demostración de ello, se ha recordado que la teoría del valor no es rechazada por Malthus, sino que sólo es considerada como un caso límite, es decir, válida únicamente en el intercambio entre dos mercancías producidas con capital de igual composición orgánica, no siendo por tanto generalizable; por el contrario, el principio general debe buscarse en la ley de la oferta y la demanda.
La primera preocupación de Malthus es borrar la distinción ricardiana entre “valor del trabajo” y “cantidad de trabajo”. Puesto que el valor de una cantidad de trabajo es aquello por lo que se intercambia, es decir, el salario, es una tautología decir que el valor de una determinada cantidad de trabajo es igual a la masa de dinero o de mercancías por la que se intercambia este trabajo. Esto significa simplemente que el valor de cambio de una determinada cantidad de trabajo es igual a su valor de cambio, también llamado salario. Pero de ello no se deduce en absoluto que una determinada cantidad de trabajo sea igual a la cantidad de trabajo contenida en los salarios o en el dinero o las mercancías en que están representados los salarios.
Según Malthus, el valor de una mercancía es igual a la suma de dinero que el comprador tiene que pagar, y esta suma de dinero se valora por la masa de trabajo común que se puede comprar con ella. Pero no se dice por qué se determina esta suma de dinero. Es la representación vulgar de la vida común en la que precio de coste y valor son idénticos; es la imagen del valor propio del filisteo enredado en la competencia.
Sin embargo, la búsqueda de soluciones dentro de la escuela clásica a los problemas planteados por Smith y Ricardo le lleva a pasarse a la concepción vulgar. En efecto, se ve obligado a derivar la plusvalía del hecho de que el vendedor vendería la mercancía por encima de su valor, es decir, a un tiempo de trabajo superior al que contiene. De este modo, sin embargo, lo que el capitalista ganaría como vendedor de una mercancía, lo perdería como comprador de otra, en una estafa recíproca.
¿De dónde saldrían entonces los compradores que pagarían al capitalista la cantidad de trabajo equivalente al trabajo contenido en la mercancía más su ganancia? La única excepción es la clase obrera.
Dado que la ganancia se deriva precisamente del hecho de que los trabajadores sólo pueden recomprar una parte del producto, la clase capitalista nunca puede realizar su beneficio mediante la demanda de los trabajadores. Es necesaria otra demanda.
Por lo tanto, para que el capitalista pueda realizar su ganancia, se necesitan compradores que no sean vendedores. De ahí la necesidad de terratenientes, pensionistas o sinecuras, curas, etc., con la consecuencia de que Malthus defiende el máximo crecimiento posible de las clases improductivas.
Las conclusiones teóricas de Malthus están, pues, en consonancia con su papel de apologista. Ricardo representa la producción burguesa como tal, en la medida en que significa el despliegue más libre posible de las fuerzas productivas sociales. También Malthus quiere el desarrollo más libre posible de la producción capitalista, producida únicamente a partir de la miseria de quienes son sus principales creadores, las clases trabajadoras, pero que al mismo tiempo debe adaptarse a las “necesidades de consumo” de la aristocracia y sus ramas en el Estado y la Iglesia.
Surgimiento del movimiento obrero y comunista en el Imperio Otomano
Las pruebas documentales de la existencia de corrientes y partidos de izquierda se limitan a un periodo de veinticinco años, de 1909 a 1934. Pero se trata de un periodo caracterizado, en el Imperio primero y en Turquía después, por varios acontecimientos históricos decisivos: la revolución de 1908, la guerra italo-turca, las guerras de los balcanes, la Primera Guerra Mundial, el genocidio armenio, el surgimiento del movimiento de independencia nacional contra la ocupación de partes de Turquía por la Entente, la victoria de Mustafá Kemal contra la agresión de Grecia y contra los levantamientos reaccionarios internos, el intercambio y la reubicación de las poblaciones greco-turcas y, por último, la consolidación del poder kemalista y la derrota del ala izquierda del Partido Comunista.
Por este motivo, hemos entretanto clasificado los documentos por épocas, para ocuparnos más adelante de las circunstancias particulares en las que se redactaron cada uno de los documentos que presentamos.
Introducción
Es oportuno proporcionar a los acompañantes alguna información básica sobre la historia del Imperio Otomano, que se extendió por una amplia región geohistórica.
A finales del siglo XVIII, el Imperio era una monarquía feudal bien desarrollada pero estancada, que gobernaba vastos territorios. Gracias a sus relaciones con Occidente a principios del siglo XIX, el capitalismo comenzó a expandirse y desarrollarse dentro del Imperio. El grueso de la burguesía surgió de las minorías no musulmanas, extremadamente numerosas e influyentes, directamente vinculadas al capital y al comercio occidental. Anteriormente habían sido comerciantes y tenderos, y ciertamente no eran la parte más importante de sus comunidades, pero su estatus aumentó rápidamente con la expansión de sus actividades y su capital, en un Imperio donde la fuente de riqueza seguía siendo la tierra.
En las ciudades empezaron a surgir fábricas. El creciente poder de la burguesía no musulmana hizo que incluso en las aldeas más remotas se crearan escuelas para la enseñanza de las ciencias positivas. Se difundieron nuevas ideologías como el liberalismo y el nacionalismo. A su vez, los campesinos empezaron a emigrar a las ciudades, formando la mayor parte de la nueva clase obrera.
Pronto los gobernantes del Estado otomano se enfrentaron a una situación alarmante. Al principio intentaron reprimir este desarrollo indeseable de nuevas clases sociales con la represión, es decir, la burguesía y el proletariado urbano, pero esto no hizo sino avivar las llamas del nacionalismo y desembocar en guerras de liberación nacional, muchas de las cuales lograron crear nuevos Estados nacionales, como ocurrió con la independencia de Grecia en 1829, la de Bulgaria en 1876 y la de Serbia en 1878. El número de no musulmanes, como armenios, griegos y judíos, permaneció dentro de la estructura social del imperio, y sobre todo su peso relativo dentro de la naciente burguesía industrial, siguió siendo muy significativo.
El capitalismo occidental se unió a las demandas locales de reforma.
Al mismo tiempo, la burocracia otomana empezó a exigir una solución a los infructuosos intentos del imperio durante los siglos anteriores de competir con los Estados europeos: la modernización de la tecnología, los métodos comerciales, de la industria y de la ciencia. También ellos empezaron a defender la introducción del capitalismo en el imperio e incluso por reformas democrático-burguesas.
Después de la década de 1830, las industrias privadas empezaron rápidamente a sustituir a los artesanos incluso entre los musulmanes.
Ante la presión de la burguesía, los burócratas y los funcionarios, la monarquía promulgó en 1839 el Edicto Imperial de Reorganización. Se inicia así el periodo de las reformas, en turco otomano “Tanzimat”, que culmina en 1876 con la declaración del Primer Régimen Constitucional.
El surgimiento de las relaciones capitalistas tuvo como consecuencia la aparición de duras luchas entre el joven proletariado, formado con la migración de las masas campesinas a los grandes centros urbanos, y la recién surgida burguesía. Las primeras protestas en las fábricas comenzaron ya en 1800. Al principio, la acción más común del movimiento obrero en el Imperio era el sabotaje de los medios de producción, pero al cabo de algunas décadas estas acciones fueron sustituidas por las huelgas. La primera huelga registrada ocurrió en 1863, en las minas de carbón de Ereğli, pero esta arma de lucha no se extendió hasta principios de los años setenta en una oleada de descontento obrero que culminó en las huelgas de 1876. En esa época, la industria se desarrollaba rápidamente y muchos técnicos y trabajadores especializados fueron enviados a Turquía desde países como Inglaterra, Francia e Italia. Los trabajadores extranjeros no tardaron en declararse en huelga junto con los nativos. Los nativos, que aún carecían de experiencia en luchas obreras, se beneficiaron de las huelgas de los obreros europeos que trabajaban a su lado.
El sultán Abdulhamid II, que gobernaría el Imperio con mano de hierro durante décadas, respondió a las luchas de 1878 con una oleada de represión que durante un tiempo provocó una disminución de las huelgas. Sin embargo, no pudo impedir el afianzamiento del movimiento obrero a largo plazo.
La cronología elaborada por el relator evidencia las etapas de este desarrollo.
1 «La primera nación capitalista fue Italia» (Engels, Prefacio a la edición italiana del Manifiesto Comunista).
2 Luigi Einaudi, presidente de Italia 1948-55.
3 Potemkin había construido aldeas prefabricadas para mostrar a Catalina II en su gira por el campo ruso. Daban la impresión de prosperidad rural, pero después de cada visita eran desmantelados apresuradamente y luego vueltos a montar en otro lugar del recorrido.
4 A principios de 1951, Vanoni introdujo el impuesto sobre la renta de las personas físicas en Italia. Este impuesto entró en el Libro Guinness de los Récords como el ’impuesto menos pagado del mundo’. Todavía hoy la evasión fiscal está muy extendida. (cf. ll. ed., 1963, p. 107)
5 Maramaldo mató al moribundo general Ferrucci en 1530, último acto de la independencia florentina. El equivalente británico es Ivo de Ponthieu, quien atacó al moribundo rey Harold en Hastings. Pero Guillermo lo calificó de ignominia y lo expulsó del ejército» (Cesta Regum Anglorum). La caballerosidad del feudalismo naciente contrasta favorablemente con la escuálida falta de escrúpulos del capitalismo temprano.
6 Capital Vol. I P. 345
7 ibídem. pag. 289
8 Monselice: las canteras de piedra más cercanas al Po. Carrara: el principal centro de producción de mármol de Italia.
9 El artículo hace referencia al inicio de la Guerra de Corea.
10 Los dirigentes sindicales “comunistas” y “católicos” de la época respectivamente.
11 El Programa Europeo de Recuperación, el “Plan Marshall”.
12 es decir, Stalin.