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Las sociedades divididas en clases – esclavitud, feudalismo, capitalismo, que se han sucedido hasta hoy después del arco histórico mucho más largo del comunismo primitivo – fueron un paso inevitable en la historia de la humanidad que, si por un lado permitió el desarrollo de las fuerzas productivas, por el otro el otro ha distanciado y mortificado temporalmente el instinto social de los hombres de unirse y trabajar en común, para asegurar la feliz perpetuación y mejora de la especie.
La mujer, a la que se daba la máxima consideración en las sociedades comunistas preclasistas, fue esclavizada en el orden patriarcal establecido con el desarrollo de la propiedad privada, la familia y el Estado.
El desarrollo de la producción industrial, con el capitalismo, si por un lado ha mejorado parcialmente la condición de las mujeres, por el otro no permite su emancipación del patriarcado, ya que éste está indisolublemente ligado a la propiedad privada: mientras exista un patrimonio para transmitirse por herencia o el mercado de la fuerza de trabajo, el patriarcado no podrá ser eliminado.
Cuando los engranajes de la máquina capitalista empezaron a girar, a la mujer proletaria, aplastada durante siglos en las sociedades antiguas, se le concedió la falsa emancipación del trabajo remunerado, es decir, la suma de dos condiciones de explotación: la de mujer, con el trabajo doméstico, y el de proletaria.
La emancipación de la mujer coincide en parte con las que son resultado de la revolución burguesa, el trabajo asalariado y la igualdad de derechos civiles, y con las reivindicaciones de la clase proletaria, como la reducción de la jornada laboral. Pero sigue siendo incompleta sin la supresión del trabajo doméstico, convirtiéndolo en un servicio público gratuito – restaurantes y lavanderías colectivas – y sin reconocer en la maternidad su función primaria de especie – exención del trabajo, guarderías y escuelas para los niños, y también pleno derecho a la elección reproductiva.
La lucha por estos objetivos comienza con la de la clase obrera contra la explotación capitalista – por fuertes aumentos salariales, contra los despidos, por salarios completos para los desempleados, por la reducción de la jornada y de la vida laboral (rebaja de la edad de jubilación) – y sólo se completa con el derrocamiento del capitalismo, ¡porque la satisfacción de las necesidades de los trabajadores es incompatible con la ley de la ganancia!
Por el bien de las ganancias – que llaman “el bien del país” o “de la nación”, según se trate de políticos burgueses de izquierda o de derecha-, el capitalismo amenaza ahora la supervivencia misma de la especie humana. Mientras innumerables trabajadores mueren en el trabajo cada día, la guerra imperialista madura a nivel mundial y los proletarios son enviados al matadero detrás de las banderas nacionales, por los intereses de las respectivas burguesías.
Si bien la aparición de la agricultura – la base económica de la división en clases de la sociedad, de la propiedad privada y de la familia, de la afirmación del patriarcado – marcó el fin del comunismo primitivo, el desarrollo de la industria dentro del capitalismo, con su abrumador progreso histórico, hace posible nuevamente el comunismo moderno: la sociedad hoy tiene todos los medios materiales para el bienestar real de todos sus miembros, pero se ve impedida de producir para satisfacer las necesidades humanas porque está sujeta a las leyes económicas del Capital, defendidas por las máquinas estatales y políticas burguesas.
Sólo la revolución internacional de la clase obrera, organizada en fuertes sindicatos de clase y dirigida por el auténtico partido comunista, puede derribar los regímenes políticos burgueses que impiden esta transición histórica, que mantienen a la humanidad encadenada a la prisión antihistórica de una sociedad desgarrada por el egoísmo individual y familiar, por el odio étnico, xenófobo y religioso, del cual la opresión de la mujer es pilar y producto necesario.
Sólo
en una sociedad liberada de la última forma de esclavitud, la del
trabajo asalariado, se superará el patriarcado, se dará
finalmente el último golpe a la ya moribunda familia fundada en el
matrimonio monogámico, las mujeres volverán al centro de la
consideración social y de la humanidad. se reconciliará con su
instinto natural de vivir socialmente, con el sueño-necesidad
del comunismo.
El Territorio del Esequibo es una región del Escudo guayanés comprendida entre el oeste del río Esequibo hasta el hito en la cima del monte Roraima en América del Sur. Tiene una extensión de 159.542 km² que la República Cooperativa de Guyana administra como propio, pero cuya soberanía es reclamada por la República Bolivariana de Venezuela basándose en el Acuerdo de Ginebra del 17 de febrero de 1966.
Dentro de sus estrategias para afrontar las elecciones presidenciales del 2024, el gobierno venezolano y los partidos que lo respaldan cerraron el año 2023 reavivando la controversia con el gobierno de Guyana por la disputa del Territorio Esequibo. El gobierno venezolano lanzó una amplia campaña publicitaria llamando a “defender el Esequibo”, que generó mucho ruido en los escenarios internacionales y cerró con un Referéndum Consultivo sobre el Esequibo, en gran medida simbólico. Se intensificaron las tensiones entre Caracas y Georgetown y además de las jugadas mediáticas, no faltaron los movimientos militares, a los cuales se sumó momentáneamente alguna potencia imperialista.
El movimiento burgués de los chavistas y bolivarianos en el gobierno venezolano, abrió de esta manera una línea discursiva de carácter “nacionalista” que le permitió retomar la iniciativa electoral, además del objetivo permanente de distraer la opinión de las masas asalariadas de sus luchas reivindicativas. Con esta iniciativa política los partidos opositores al gobierno se vieron obligados a caer en la trampa de la “unidad nacional” para la defensa de la patria y la confrontación con Guyana y las potencias que la apoyan. Los opositores en este terreno no pudieron confrontar al gobierno o diferenciarse de éste: todos confluyeron en el discurso de la defensa de la patria. Este inesperado nacionalismo de los chavistas, en vísperas de las elecciones presidenciales, no convence mucho a las masas – cada vez más atormentadas por la crisis y los bajos salarios – que ya no sienten la misma confianza en su sinceridad, que la que tenían hace 14 años. Pero para el chavismo la estrategia es sostener una constante ofensiva política y mediática que les permita mantener el control del gobierno por un período más.
Destaca el hecho de que luego de cumplirse el Referendum Consultivo y salir aprobadas las 5 preguntas formuladas, el mandato de crear el estado de la “Guayana Esequiba”, condujo a un proyecto de Ley cuya discusión y aprobación fue congelado en el parlamento venezolano hasta marzo, cuando finalmente se aprobó la Ley Orgánica para la Defensa del Esequibo. Mientras tanto ambos gobiernos han estado negociando y parecen avanzar acuerdos en las sombras, con las trasnacionales, que apuntarían a una administración compartida de la fachada atlántica del territorio Esequibo, donde el petróleo y el gas fluyen con menor esfuerzo y costos, pues ninguna de las partes está dispuesta a quedar fuera de este lucrativo negocio.
- El Esequibo: la patria es el espacio para los negocios del capital
Apenas surge el divorcio con la petrolera venezolana PDVSA, ExxonMobil se hizo presente en Guyana. Fue precisamente durante 2008 cuando la transnacional inició actividades de prospección y estudios sísmicos en las aguas en conflicto y en el 2015 firmaron el acuerdo de producción que luego arrojaría su primer barril el 20 de Diciembre de 2019.
Hoy Exxon-Guyana produce cerca de 390.000 barriles de petróleo que le han generado un ingreso bruto de unos 27.000 millones de dólares. Para el 2024, cuando la tercera plataforma que acaba de comisionarse en Payara esté produciendo a total capacidad, Exxon superará los 600.000 barriles de petróleo y sus ingresos brutos se ubicarían cerca de 18.000 millones de dólares por año. Con estos resultados difícilmente Exxon-Guyana paralizará sus operaciones. Adicionalmente, en marzo de 2024 ExxonMobil anunció un nuevo hallazgo de petróleo en el bloque Stabroek, específicamente en el pozo Bluefin, situado en la costa del Esequibo. El descubrimiento, reportado como el primero del año 2024, reveló aproximadamente 197 pies (60 metros) de arenisca con hidrocarburos a una profundidad de 1.294 metros. Es poco probable que Exxon salga de los activos ubicados en las aguas en conflicto.
Es muy poco probable que los intereses trasnacionales e imperialistas en torno al Esequibo detengan el impulso de la inversión de capitales en el negocio del petróleo y el gas. Y esto lo saben los que controlan Miraflores y también sus oponentes electorales. Pero es un hecho que, más allá de la legitimidad de la propiedad de Venezuela sobre el Esequibo, es Guyana la que ha estado ejerciendo la posesión de este territorio, con particular énfasis desde el 2008, cuando la ExxonMobil rompió con PDVSA y comenzó a invertir allí, apoyándose por cierto, en estudios desarrollados y pagados por el gobierno venezolano.
En el subsuelo de la plataforma Deltana del Orinoco, frente al Esequibo, es donde las rocas sedimentarias hicieron posibles bloques petroleros que Guyana ofrece a las empresas petroleras transnacionales y a los gobiernos de EEUU e Inglaterra. Las compañías Total, Repsol, Anadarko ya han obtenido derechos de prospección, siendo el Bloque Stabroek, explotado por Exxon (45%), Hess (30%) y la china CNOOC (25%), el primero que comenzó a producir en 2020.
Guyana declaró a los medios de comunicación en febrero que no dará luz verde a la empresa petrolera estadounidense ExxonMobil para que realice perforaciones en aguas cercanas a Venezuela, hasta que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) se pronuncie sobre el conflicto territorial que enfrenta a ambos países por el Esequibo. Sin embargo el gobierno venezolano ha realizado reiteradamente señalamientos a Guyana por violaciones e incumplimiento de sus “obligaciones” establecidas en el Acuerdo de Ginebra.
Para el chavismo esta controversia con Guyana fue subordinada a su interés de construir alianzas en Centroamérica y el Caribe. Y conscientemente se dejó avanzar a Guyana, que se apoyó en las trasnacionales. Ahora para el gobierno venezolano es difícil echar atrás una situación de hecho que dejó prosperar en los últimos 20 años. Ahora las aguas se agitan y un cardumen de tiburones trasnacionales merodea la fachada marítima y tierra firme en el Esequibo, convirtiéndose este territorio en un teatro de confrontación imperialista y pasando los gobiernos de Guyana y Venezuela a ser peones de un juego de ajedrez.
Dada la deuda que tiene Venezuela por préstamos recibidos de China, la anexión del Esequibo a Venezuela sería conveniente para China. El Esequibo no solo cuenta con petróleo, sino con su riqueza hídrica, las minas de oro, bauxita, aluminio, uranio y coltán, así como su gran diversidad forestal. De esta manera el control del Esequibo podría ser un medio para cubrir la deuda venezolana con China a través de la figura del “canje de Naturaleza”.
Por otro lado, China podría tener intereses en el Esequibo más allá de los bienes naturales, ya que una base naval le permitiría ampliar su “Collar de Perlas” y además le daría el ingreso hacia el Amazonas, que podría ser mucho más estratégico, especialmente al tener en cuenta los enormes intereses que Estados Unidos tiene sobre este ecosistema. Sin embargo, China tiene considerables intereses económicos en Guyana relacionados con el petróleo y la minería y, por tanto, no tendrá ningún inconveniente en ponerse del lado de Guyana para no quedar fuera de los lucrativos negocios que se desarrollarían en el territorio Esequibo.
Brasil hace su movimiento
El gobierno de Brasil ha estado muy activo, promoviendo una diplomacia de apoyo a soluciones negociadas entre Venezuela y Guyana, pero encubriendo sus verdaderos intereses. Más allá de la afinidad política del gobierno de Brasil con el “chavismo”, la afinidad económica con Guyana lo lleva a apoyar a este país en su disputa con Venezuela. Ya en el 2015, en la ceremonia para conmemorar la independencia número 193 de Brasil; el representante diplomático de Brasil en Guyana aseveró: “Yo creo firmemente que en el siglo XXI no hay lugar para viejas disputas territoriales. Guyana tiene el derecho -y yo estoy de acuerdo- y su Gobierno la responsabilidad de buscar el desarrollo de su país”. De manera que ha sido evidente el apoyo del Gobierno brasileño a Guyana en la explotación de crudo y minerales en el Esequibo, territorio considerado como “Zona en Reclamación” desde la firma del Acuerdo de Ginebra en 1966 bajo la mediación de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
A finales de enero de este año el Ejército brasileño completó el envío de 28 vehículos blindados al estado de Roraima con el objetivo de reforzar la seguridad en la frontera con Venezuela y Guyana tras el aumento de la tensión entre ambos países por el diferendo sobre la región del Esequibo.
Brasil y Guayana comparten una frontera de 1.605 km con una conexión terrestre por el puente sobre el río Tacutu, inaugurado en 2009, y que es clave para la comunicación entre los dos países. Las relaciones entre Brasil y Guyana se profundizaron a partir de los años noventa con el creciente número de brasileños que fijaron su residencia en el país vecino. Brasil calcula que unas 300.000 personas viven en Esequibo y que un conflicto en la zona podría tener repercusiones económicas y sociales en las regiones brasileñas cercanas.
A finales de febrero, Brasil, Guyana y Surinam alcanzaron un acuerdo para profundizar las discusiones sobre cooperación en el sector de petróleo y gas, incluidas la exploración y producción, según un comunicado conjunto difundido por los países luego de una reunión del presidente Luiz Inácio Lula da Silva con los líderes de los dos vecinos. El presidente de Guyana, Irfaan Ali, dijo que espera que Petrobras se involucre más en la exploración en su país, según un comunicado del gobierno brasileño. Y no faltó la perorata sobre el compromiso por mantener la paz en la región, en clara alusión a las tensiones entre Guyana y Venezuela.
Destaca además que Brasil tiene el proyecto de construcción de plantas hidroeléctricas en el río Mazaruni, en Guyana, cuyo objetivo es generar energía para exportar a Brasil. El río Mazaruni está en la región del Esequibo. Aunque es un proyecto a largo plazo difícilmente será eliminado de la agenda política. Brasil mantiene este tema en su agenda tanto con Venezuela como con Guyana. Los apagones son comunes en los estados de Amapá, Roraima, norte de Amazonas y Pará, y extender la red energética hacia estos territorios es un viejo objetivo de la burguesía brasileña.
El Gobierno brasileño quiere su “pedazo de pastel” en una parte al sur del
Esequibo, específicamente en la Amazonía, pues espera obtener acuerdos
bilaterales con Guyana para obtener recursos en esa zona. Brasil aspira recibir
algún tipo de beneficio una vez que Guyana maneje ese territorio en detrimento
de Venezuela. Este “golpe bajo” de Brasil contra Venezuela, obedece a sus
intereses. El gobierno brasileño, como todos los gobiernos burgueses, se mueve
como representante de los intereses de los capitales y las trasnacionales
vinculados a la economía de Brasil y, por lo tanto, no se trata de un actor
diplomático imparcial ante la controversia entre Guyana y Venezuela.
- La región oriental de Venezuela se integra al Esequibo como un amplio territorio
para la inversión de capital y los negocios asociados al petróleo y el gas
La plataforma Deltana es una zona marítima venezolana que se encuentra costa afuera, en la plataforma del delta del Orinoco aproximadamente a 90 km al noreste de la isla Tobejuba en el estado Delta Amacuro, y aproximadamente a 233 km al sureste de Güiria, estado Sucre, Venezuela. Ocupa un área de 90.300 km² perteneciente a la Fachada Atlántica venezolana, es la parte de las áreas marinas y submarinas donde el territorio venezolano se proyecta hacia el océano Atlántico. Ésta aún no está definida completamente por estar pendiente la solución de la controversia del Esequibo y la delimitación con Grenada y Guyana.
Si se asume como una sola gran región el extremo nororiental de Venezuela, particularmente los estados Sucre, Anzoátegui y Delta Amacuro, y su fachada marítima e insular, integrada al vecino Territorio Esequibo, se puede entender el alto interés de las trasnacionales y su pugna por hacer presencia en ese territorio y producir y comercializar petróleo, gas y otras materias primas.
El Desarrollo del Proyecto “Mariscal Sucre”, impulsado por el fallecido presidente Chávez, donde PDVSA desarrollaría los Campos del Norte de Paria (Dragón, Mejillones, Patao y Río Caribe) para producir y llevar este gas a tierra firme, a Güiria y de allí al resto del territorio nacional, no se concretó en su momento. El proyecto partía de un enfoque nacionalista que, en principio, dejaba por fuera a trasnacionales como la ENRON (empresa norteamericana que luego quebraría), la ExxonMobil y la Shell, desatando con esto contradicciones interimperialistas, considerando la política del gobierno burgués venezolano de acercarse a China y a Rusia, entre otros.
El proyecto “Mariscal Sucre” terminaría funcionando como el contrapeso económico e industrial a las pretensiones de las trasnacionales de penetrar en la región a través del Territorio Esequibo y también como un punto de apoyo para frenar las aspiraciones de Guyana de controlar el Esequibo. El proyecto “Mariscal Sucre” contemplaba la construcción de Complejos Industriales, desarrollos petroquímicos y redes de distribución del Gas en el territorio venezolano, en los que prácticamente no se avanzó. Los capitales trasnacionales se reorganizaron y retomaron su penetración en esta región a través del Territorio Esequibo, con el apoyo del gobierno de Guyana. De allí que el gobierno actual de Venezuela, justificando su accionar en los efectos de las sanciones económicas promovidas por EEUU, decidiera abandonar las pretensiones de un desarrollo autónomo de la producción de petróleo y gas en esa región y volviera a retomar las alianzas con el capital trasnacional al que tanto objetó en la narrativa nacionalista de sus discursos. En ese contexto se concretó la entrega del campo Dragón a la “NGC Exploration and Production Limited” (Compañía Nacional del Gas de Trinidad y Tobago) y la Shell, transnacional que controla la producción de Gas Natural Licuado en Trinidad y Tobago. Y esta concesión contempla la siguiente distribución del gas extraído: toda la producción en Campo Dragón va a Trinidad y Tobago, el 70% para que la Shell lo exporte como GNL y el 30 % para la NGC y sus instalaciones petroquímicas en Trinidad y Tobago. Se abandonó la estrategia de usar parte de ese gas para el desarrollo petroquímico en territorio venezolano, lo cual pone en tela de juicio los alardes nacionalistas del gobierno venezolano. Ahora, luego de 20 años, las trasnacionales han avanzado con el apoyo del gobierno de Guyana, pero también con el regreso del gobierno de Venezuela como socio de negocios. Los negocios y los intereses imperialistas marcan la pauta en el manejo de las disputas territoriales y por mercados. Y en este contexto los diferentes gobiernos se ocupan de administrar los intereses de la burguesía y el imperialismo.
Por supuesto que tanto el gobierno de Guyana como el de Venezuela agitan las banderas nacionalistas y patrióticas, con discursos que tratan de ocultar los verdaderos intereses económicos de la burguesía y el imperialismo, asociados al control del Territorio Esequibo y las regiones de Guyana y Venezuela donde hay riquezas por explotar. El proletariado debe estar alineado con la fórmula de Lenin: “Las naciones son un producto y una forma inevitable de la época burguesa de la evolución de las sociedades (…) el desarrollo del capitalismo (…) sustituye los antagonismos nacionales por los antagonismos de clase. Por esto en los países capitalistas desarrollados es perfectamente cierto que los obreros no tienen patria”.
Ya sea que en Venezuela se desarrollen proyectos de explotación del petróleo y el gas controlados por la petrolera estatal PDVSA o que, bajo las figuras de alianzas y concesiones, se entregue directamente a las trasnacionales la explotación de los territorios con reservas de petróleo y gas, será la burguesía y el imperialismo la que se apropie de las ganancias y la clase obrera, se integrará solo como proveedora de fuerza de trabajo, como clase explotada de la cual se extraerá la plusvalía que abultará las cuentas bancarias de los capitalistas. El hecho es que quien sabe, quien puede, quien cuenta con el capital para invertir, quien está equipado para extraer y explotar técnicamente el petróleo y el gas, se instalará en cualquiera de los territorios en el mundo donde se le presente la oportunidad de operar. El derecho de las trasnacionales de explotar el gas y el petróleo en el Territorio Esequibo, incluso si se escudan detrás de determinados gobiernos e instituciones que les sirven de fachada, como todos los derechos, se deriva de la fuerza y el capital del que disponen, y no atiende a viejas resoluciones que se ventilan en las cortes internacionales sobre los dictámenes de hace 200 años de la corona española o el imperio británico.
Ya sea que la explotación de los territorios con petróleo y gas, adscritos a Venezuela o a Guyana, sea asumida por una banda u otra de capitalistas dotados de la tecnología y la infraestructura necesarias, no se puede esperar que esto sacará a las amplias masas pobres de su miseria. El único camino para superar la explotación capitalista es la lucha internacional del proletariado contra la burguesía y el imperialismo, lo cual pasa inevitablemente por la lucha contra los gobiernos nacionales que administran los intereses del capital. A los llamamientos a la defensa de la patria opongamos el llamamiento a la lucha de clases por el socialismo, a la unidad y fraternidad del proletariado de Guyana, de Venezuela y de todos los países, que solo deberán empuñar las armas contra la burguesía.
- 5 de enero de 1951
(...)
La situación sindical actual difiere de la de 1921 no sólo por la falta de un partido comunista fuerte, sino por la progresiva eliminación del contenido de la acción sindical con la sustitución de funciones burocráticas por la acción de base: asambleas, elecciones, fracciones de partidos en los sindicatos y así sucesivamente de funcionarios profesionales a jefes electos, etc. Esta eliminación, defendida en sus intereses por la clase capitalista, ve los factores en la misma línea histórica: el corporativismo tipo CLN, el sindicalismo tipo Di Vittorio o Pastore.
Este proceso no puede ser declarado irreversible. Si la ofensiva capitalista la enfrenta un partido comunista fuerte, si el proletariado es arrancado de la táctica (sindicalista) del CLN frente a ella, si es arrancado de la influencia de la política rusa actual, en el momento X o en país X pueden resurgir los sindicatos clasistas desde cero o de la conquista de los actuales, tal vez a leñazos. Esto no es históricamente descartable. Ciertamente que esos sindicatos se formarían en una situación de avanzada o de conquista de poder.
Las diferencias entre las dos situaciones hacen que sea secundaria existente entre la dirección de D’Aragona, que no excluyó nuestra acción de fracción en la CGL, y la de Vittorio.
Dada la falta de fuerza del partido, y hasta que ésta sea mucho mayor, lo que no se sabe si sucederá antes o después del resurgimiento de grandes organizaciones de clase no políticas, el partido no puede ni debe proclamar el boicot a los sindicatos, organismos de empresas y agitación obrera; ni proclamar la presencia siempre y en todas partes en las elecciones de fábrica de los sindicatos, etc., con listas propias; ni, cuando exista un predominio de fuerzas locales, utilizar la consigna del boicot en una agitación abierta, invitando a no votar, no afiliarse al sindicato, no hacer huelga o algo similar.
En sentido positivo: en la mayoría de los casos abstención práctica y no boicot.
En los casos especiales, donde exista una buena relación de fuerzas, nunca una consigna de boicot, cualquier decisión ya sea por falta de interés en presentar listas o por la presentación, según las consecuencias prácticas previsibles, en cualquier caso con el trabajo de difundir nuestros principios a través del grupo de fábrica de afiliados, surgido del partido, subordinado a él.
Es necesario hacer propaganda de la historia sindical, especialmente para explicar las tácticas de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de Italia en la fase favorable de la primera posguerra, las tesis de Moscú y Roma, etc. etc., historia de la fracción sindical comunista de la CGL, sindicato de trabajadores ferroviarios, etc. Principio: sin órganos obreros intermedios entre partido y clase no hay posibilidad revolucionaria; el partido no abandona estos órganos por el simple hecho de ser minoría. Mucho menos somete sus principios u orientaciones a la voluntad de esas mayorías bajo el pretexto de que son “obreras”. Esto también se aplica para los soviéticos (ver Lenin, Zinoviev, etc.).
- 1 de febrero de 1951
(...)
De manera más o menos explícita, existe la orientación que afirma que ya no hay ninguna posibilidad para el partido marxista revolucionario de realizar trabajo útil en los sindicatos, en los organismos de fábrica y similares: por lo tanto, es necesario desinteresarse de la participación en los sindicatos y en elecciones de comités y cargos, así como de los consejos de fábrica y comisiones internas. No se debe participar en agitaciones convocadas con contenido económico o con reivindicaciones políticas oportunistas por parte de los sindicatos existentes.
Si esta orientación quiere expresar una situación histórica y un método irrevocable, es sin duda simplista y errónea.
Lo que se puede decir en sentido concreto (...): hoy en Italia con el pequeño partido que existe no es posible plantear consignas de conquista de esos órganos y de participación en todas partes en esas elecciones; pero tampoco puede ni debe plantearse una consigna general de boicot. Nueve de cada diez veces y quizás noventa y nueve de cada cien, la relación numérica de fuerzas es tal que el problema no se plantea: cuando se plantea, podemos pensar en campañas de participación, en algunos casos con listas y generalmente sin aceptar eventuales cargos, siempre con difusión de nuestras críticas y propaganda. La base de este trabajo son los grupos en las empresas y otras agrupaciones de militantes del partido: en ellos se mueven del partido al lugar de trabajo, no al revés, no son células de base sino instrumentos del partido, organizados por secciones territoriales (izquierda 1926).
La izquierda italiana nunca ha asimilado las muy diferentes cuestiones parlamentaria y sindical: en la segunda siempre ha sido participacionista y no boicotista ni divisionista. Respecto a los consejos de fábrica, siempre ha negado que en ellos se haya encontrado la inexistente receta antioportunista y que sean menos permeables a la influencia burguesa que los sindicatos. De hecho, desde cierto punto de vista, el consejo de fábrica es más que el sindicato, particularista, minimalista y alejado de la universalidad clasista.
Sin embargo, este problema es fundamental, ya que, actualizado todo su marco
hasta el día de hoy, el negativismo puro no sólo sería insuficiente sino incapaz
de responder a esto: ¿cómo sustituir estas tesis fundamentales de Marx, Engels,
Lenin, Zinoviev, que la izquierda italiana tantas veces afirmó contra
anarquistas, reformistas, sindicalistas y ordinovistas?: el partido comprende
sólo una parte de la clase obrera; el partido guía a la clase obrera no sólo con
propaganda de doctrinas y proselitismo para su propia organización y preparación
de acciones armadas, sino con la participación en organismos obreros que son más
amplios que el partido y accesibles a todos los que componen la clase. Es decir,
debe haber (y de manera muy evidente en vísperas de avanzadas) tres etapas:
-
partido, para la izquierda no pletórico
-
organismos proletarios por constitución en los que sólo se integran
trabajadores, pero independientemente de confesiones ideológicas
-
clase, que abarca a todos, incluso a los no organizados.
La inserción entonces para formar otros “espacios” de conexión en otros organismos donde “constitucionalmente” no sólo están los proletarios sino también otras clases (parlamentos etc. etc.) es una cuestión DIFERENTE, de pura maniobra. La primera, ya zanjada, es una cuestión de centro, sin resolver la cual no hay clase revolucionaria ni partido de clase, antes, después y durante la revolución.
Participar en parlamentos democráticos, en elecciones, antes y ahora, incluso en gobiernos, ve a la izquierda marxista tanto más [negativa] cuanto más expansiva es la situación, la revolución se avecina y es posible su victoria.
Las dos cuestiones y la solución táctica están históricamente en relación inversa, generalmente.
Como la cuestión no es de táctica sino de principio: todos los comunistas querrían salvar o rehacer los sindicatos, derribar los parlamentos. ¿Cuál es el medio? Ese es el punto.
Dejemos ahora la cuestión parlamentaria, está acordado que Onorato abordará la cuestión sindical en una serie de escritos para el periódico y la revista.
O debe plantearse como un tratado para establecer que el partido ha cometido errores en su corto pasado, ni debe tratar sobre los errores de comités o de hombres ni las oportunidades perdidas. Son discusiones siempre inútiles, a veces tendenciosas. Debe tratar:
El punto económico. Con el desarrollo del reformismo, aparte de la estrategia general de clase que lo impulsó, la relación de cambio entre fuerza de trabajo y salarios ha cambiado técnicamente: además del puñado de dinero por un tiempo de trabajo, un intercambio que lo agotaba todo con el consumo inmediato de las pocas monedas para su existencia sin más derechos de “reservas”, existen muchas otras relaciones de seguro y asistenciales. Mostrar cómo estos valen una cierta socialización cuantitativa del capital, y al mismo tiempo no impiden que la explotación de clase sobre clase aumente y la brecha social se profundice. Sin embargo, no podemos ignorar el efecto determinista de que los proletarios que tienen una cierta “reserva” en las leyes reformistas, similar a la que para la pequeña burguesía es la posesión mínima, el pequeño negocio, etc., son alejados del alineamiento revolucionario y sobre ellos el oportunismo tiene mejor control.
El punto histórico. El sindicato inicialmente es prohibido porque quiere luchar contra la molecularidad del intercambio aislado intentando oponer monopolio a monopolio; reserva a reserva (fondos de huelga, etc.). En una segunda fase es tolerado, legalizando el principio de que el asalariado puro y sin propiedad tiene una reserva, pero bajo el control del capital y su Estado. En una tercera etapa el sindicato es absorbido por el Estado y por lo tanto las agitaciones son prohibidas y reemplazadas por prácticas burocráticas, etc. La menor determinación en el sentido revolucionario va acompañada de la privación del partido revolucionario de su atmósfera vital.
El punto político: cómo reaccionaron los partidos obreros en estas distintas fases: oportunismos apolíticos, oportunismos de colaboración entre las clases, formar filas con la clase burguesa. Oportunismo de las masas de los partidos de los jefes. Polémicas italianas e internacionales con reformistas, sindicalistas sorelianos, etc.
Tratamiento similar debe resolver los puntos de las características modificadas de la economía capitalista, captando el juego de la relación económica individual a la general, como una relación: entre patrón y patrón, patrón y obrero, obrero y obrero. Debe responder, por ejemplo, al enfoque de Ottorino, pasando entre la cuestión cuantitativa de la tasa de plusvalía en una sola actuación y la cuestión cualitativa del antagonismo de clases a escala mundial, mostrando que las teorías de Marx sobre el creciente antagonismo social y la plusvalía siempre son válidos, pero no se pasa automáticamente de los hechos de la técnica productiva al antagonismo sin pasar por el obrero, los obreros, el partido y, en este camino, en cierto punto, el movimiento sindical. Se trata de explicar el secreto de la praxis.
(...)
- 19 de marzo de 1951
(...)
He aquí los puntos coherentes con un análisis bastante implacable que tenemos aquí de Tarsia sobre los documentos del congreso de Florencia (...)
Es falso que el capitalismo de hoy sea algo diferente al de ayer y que aquella fuera su fase ascendente y esta descendente.
Es falso que el proletariado como clase esté destruido, cesado el hecho económico de la lucha suscitada por el conflicto de intereses.
Es falso que no sean posibles reivindicaciones de mejora sino sólo la defensa del nivel de vida y de las “conquistas”.
Es falso que las reivindicaciones no puedan injertarse en la lucha política por los fines generales que trascienden el lugar, el tiempo y la categoría o la empresa.
Es falso que se pueda llamar a los sindicatos órganos del Estado burgués cuando se quiere definir tanto la nueva legislación burguesa sobre los sindicatos como la nueva situación política de los partidos que realizan el trabajo sindical y sus métodos.
El centro de la posición de la izquierda no es que desde 1939 las luchas económicas hayan sido imposibles, sino que desde 1871 las luchas para ayudar a la burguesía a escapar del feudalismo y evitar volver a caer en él han sido impensables, es decir, luchas que tienen como tema objetivos interclasistas y a través de alianzas interclasistas.
Recibí el informe del ampliado de 1926 del que extraigo el último paso de mi discurso sobre el tema sindical. Observo que en aquella época Italia estaba en pleno totalitarismo, y que hoy por ejemplo en Inglaterra, Francia y América ninguna ley o gran campaña burguesa ha cambiado la técnica de esos sindicatos: Trade Unions, A.F. of Labor, C.G.T.…
«En Italia se proponen dos fórmulas... Según la organización central de fábrica, bajo el nombre de comités de agitación que agruparían también a los trabajadores no sindicalizados, comités que existirían permanentemente fuera de los cuadros sindicales... La Izquierda considera que esta táctica conduce a la escisión y se ve afectada por las desviaciones ordinovistas que oponen los comités de fábrica a los sindicatos (resumiré para abreviar) y propone la fórmula de la Sección Sindical de fábrica que agrupa también a los trabajadores de los sindicatos dirigidos por reformistas». «Incluso en la situación de opresión fascista, las consignas de los sindicatos rojos y de la Confederación General del Trabajo tienen gran fuerza y deben ser agitadas por el partido». «El peligro es que cuando la acción proletaria pueda ampliarse nos encerremos en organismos minoritarios y los oportunistas tendrán la posibilidad de reorganizar la Confederación y las Cámaras del Trabajo fuera de los talleres, atrayendo a la mayoría del proletariado». Naturalmente se produjo el peligro que indiqué, pero no porque el capitalismo hubiera cambiado y terminara la lucha de clases, sino porque los traidores con la política interclasista del CLN le dieron a los burgueses la consigna del sindicato rojo.
(...)
- 15 de abril de 1951
(...)
Sobre los sindicatos llego a esta conclusión: el órgano de asociación de intereses como tejido conectivo entre el centro vital del partido y los músculos periféricos de la clase no puede faltar sin hacer imposible la revolución: debe resurgir de forma independiente fuera de la influencia de la clase dominante, en una forma nueva.
Yo estaría a favor de la fórmula de Onorato de desbloquear el movimiento sindical de la opresión burguesa, pero en contra de su propensión a recurrir para este fin a órganos de la empresa y no a órganos de asociación económica “externos”. El sindicato es de afiliación voluntaria no constitucional: esta forma la burguesía tiende a destruirla. Pero, ustedes gritan, la ha destruido: bueno digo yo y por el momento nos ha jodido. Momento que puede valer generaciones
(...)
Puntos sumarios que resumen la visión del partido marxista sobre las luchas económicas y las organizaciones de defensa inmediata de la clase obrera
1) - Necesidad imperativa de la acción y organización de los trabajadores en el terreno económico: la acción defensiva de los obreros en el terreno económico y la consiguiente organización son datos objetivos, no surgen de la voluntad sino de las condiciones mismas en que los obreros se encuentran para vivir. Esta necesidad objetiva de la lucha y de la organización económica proletaria ha sido reconocida históricamente por la propia burguesía que, después de un período inicial, consideró inevitable el movimiento económico del proletariado y se esforzó, por el contrario, por controlarlo de mil maneras.
2) - La lucha económica de los obreros, es decir, la lucha en el terreno de la defensa de las condiciones de vida en sus diversos aspectos, proporciona la base real de la lucha de clases y de la lucha revolucionaria. Según la teoría marxista, la movilización revolucionaria de la clase proletaria siempre se ha producido en el terreno de las reivindicaciones y de las luchas inmediatas que los grupos proletarios libran por sus intereses contingentes y que el partido tiene la tarea de dirigir hacia el choque revolucionario contra el Estado burgués y por la dictadura, no negándolos, sino alentándolos, extendiéndolos, fortaleciéndolos y demostrando su inevitable resultado revolucionario. La lucha de clases revolucionaria, la lucha política, no es otra cosa que la lucha por las condiciones materiales que ha alcanzado un cierto nivel de intensidad que la hace objetivamente incompatible con la permanencia del régimen burgués y está influenciada por el partido de clase.
3) - El hecho de que la lucha económica de los trabajadores se vuelva objetivamente revolucionaria en un momento dado, es decir, que choque objetivamente con los fundamentos mismos del régimen capitalista, no implica la conciencia subjetiva de este hecho en los participantes individuales en la lucha y mucho menos su conciencia política global. Sólo crea el terreno favorable para la afirmación de la dirección política del partido en las organizaciones económicas de clase, el terreno favorable para la conquista de éstas por el partido y para el paso a su organización de proletarios individuales que, en el curso de la lucha misma, han tomado conciencia de la necesidad del ataque político y del partido.
4) - En nuestra visión marxista los organismos inmediatos de la clase trabajadora nunca expresan en sí mismos (mucho menos debido a su forma estructural) la conciencia revolucionaria. Expresan las necesidades de la acción proletaria, mientras que la conciencia está representada sólo por el órgano específico del partido. Al expresar las necesidades inmediatas de la clase trabajadora, estas organizaciones no pueden dejar de expresar el grado de conciencia que se deriva de la acción misma: la conciencia de la necesidad de que la unión de todos los obreros reaccione al aplastamiento capitalista. La conexión de la acción proletaria con el propósito general e histórico de la revolución sólo puede provenir del partido.
5) - De ello se deduce que los organismos obreros inmediatos tienen su propia función y pueden llevarla a cabo no porque expresen una determinada orientación política sino porque están abiertas a todos los obreros, y sólo a ellos, independientemente de sus convicciones ideológicas, religiosas y políticas. Los sindicatos económicos, por ejemplo, deben poder reunir a todos los trabajadores dispuestos a conducir la lucha para defender sus condiciones materiales de existencia contra la presión capitalista; los organismos soviéticos deben reunir a todos los obreros que sienten la necesidad de organizar el poder de la clase trabajadora; los consejos de fábrica surgieron, como recuerdan las tesis del segundo Congreso, cuando el proletariado se enfrentaba materialmente a la necesidad de superar la división profesional en cada fábrica individual y de controlar la producción. En los organismos obreros inmediatos, el elemento de clase se presenta no como un elemento de conciencia, sino como un elemento físico: organización de elementos provenientes de una única clase social, los trabajadores asalariados. Pero la conexión entre estas acciones y estas organizaciones obreras y el objetivo revolucionario es asunto del partido político de clase, sin cuya intervención continúan teniendo lugar dentro del marco de las relaciones burguesas de producción y dominación burguesa.
6) - Esta es la base del materialismo marxista según el cual la acción precede a la conciencia, la conciencia se refleja, se retrasa, se anticipa sólo en el partido de clase que es su único custodio antes, durante y después de la revolución. En los organismos inmediatos la acción de clase se desarrolla de manera inconsciente y esto se aplica a cualquier acción de clase: el proletariado sigue al partido en la lucha por la conquista del poder, violenta y armada, no porque haya conquistado racionalmente las nociones de violencia y dictadura de clase. Las conquista inmediatamente, instintivamente; es decir, se le presentan como un requisito inmediato y obligatorio para defender sus condiciones de vida. Incluso la transición de la lucha de fábricas y categorías individuales por intereses limitados a una lucha defensiva generalizada se presenta al proletariado como una necesidad práctica, no como un hecho de conciencia racional. El partido, que posee esta conciencia en términos generales y teóricos, impulsa la acción proletaria hacia estos objetivos finales, explicándolos e instándolos como una necesidad de los obreros mismos para el buen resultado de sus luchas inmediatas.
7) - Es sobre la base de esta visión que el marxismo juzga el carácter de clase de las organizaciones obreras inmediatas. No los evalúa por su “conciencia de sí mismos”, sino por sus características: reúnen a grandes masas de trabajadores, los organizan sin ninguna exclusión ideológica o política, reúnen sólo a elementos de la clase obrera, son estructuralmente independientes del Estado y los partidos burgueses. Así como al partido y a la revolución le interesa que las luchas inmediatas de los trabajadores sean lo más vastas y extensas posibles, también le interesa al partido que las organizaciones obreras estén abiertas al mayor número posible de proletarios. Si bien apoyamos la necesidad del máximo cierre del partido, apoyamos la necesidad de una apertura máxima de los organismos obreros inmediatos.
8)- La organización obrera inmediata no puede coincidir con la organización del partido, ni el partido tiene interés alguno en que esto suceda ni siquiera en manifestaciones parciales y locales. La conquista de una organización obrera inmediata a la dirección política del partido no significa, nunca y en ningún momento, su transformación en un organismo cerrado accesible sólo a aquellos proletarios que comparten su orientación predominante. Esta tesis es válida para todo el curso revolucionario y plantea correctamente el problema del necesario resurgimiento de los sindicatos rojos dirigidos por el partido. Su formación no corresponde a una forma sindical especial, ni mucho menos a la creación de sindicatos de partidos, ni a organismos en los que sólo sean admitidos aquellos proletarios que comparten ciertos principios, sino a un nivel muy avanzado de desarrollo de la lucha de clase y de la influencia del partido, que consigue someter a su orientación a las asociaciones económicas de los obreros sin que pierdan por ello su carácter y su función obrera y económica.
9) - La absoluta necesidad de las organizaciones obreras para los fines de acción de clase y ataque revolucionario deriva de su carácter inmediato y no consciente, ya que el partido nunca podrá incluir a la mayoría de la clase obrera organizada en sus filas. Para llevar esta mayoría a la batalla, el partido de clase debe conquistar las organizaciones obreras. Es decir, serán conquistados para una orientación política colaboracionista, burguesa e incluso reaccionaria y contrarrevolucionaria. En las luchas económicas que los trabajadores libran en y dentro de sus organizaciones, hay por lo tanto una lucha constante por su influencia en un sentido revolucionario o conservador.
Es evidente que el predominio de la orientación revolucionaria conduce a la culminación, profundización y ampliación de la función sindical de defensa y de la lucha económica; mientras que el predominio de orientaciones burguesas y conservadoras sólo puede, a largo plazo, distorsionar la propia función defensiva de los organismos obreros. La misma influencia de las orientaciones burguesas es posible para los organismos de tipo soviético.
10) - La realidad de los organismos económicos inmediatos de los obreros no puede entenderse en clave formalista entregándose a definiciones y estudios estáticos de su estructura y de sus estatutos, que son en sí mismos el resultado de este enfrentamiento histórico por la influencia sobre el movimiento obrero económico. Mucho menos se puede deducir de su orientación política. La política, la práctica, la estructura y la capacidad de los organismos económicos inmediatos para llevar a cabo sus tareas son comprensibles sólo en una lectura dinámica e histórica de la lucha de clases que ve en su base una necesidad objetiva e ineliminable (la de la organización de los obreros para la defensa de sus condiciones de vida y de trabajo) y la intervención, a partir de ella, de diversos factores: tendencia del modo de producción capitalista, Estado y partidos burgueses, partido comunista, etc. La intersección de estos diversos factores y su acción determina el destino de las luchas y organizaciones de los obreros, destino que se refleja en su política y en su estructura misma en un momento dado.
11) - En los grandes ciclos históricos de la lucha de clases, la dinámica de las formas sindicales ha pasado por diversas vicisitudes que han llevado a resultados diferentes por la acción de los factores antes mencionados.
En resumen, el primer gran impulso proletario (1848-71) vio el empuje obrero para organizarse en el terreno de la defensa económica en plena era liberal y parlamentaria de la burguesía. Las organizaciones y luchas obreras son prohibidas por la ley y esto les da una característica revolucionaria inmediata (es decir, inconscientemente). El hecho económico y el hecho político están inmediatamente unidos en la represión armada de los movimientos económicos y esto conecta favorablemente con mil hilos al partido proletario con las organizaciones económicas. Al final del ciclo está la represión armada del proletariado francés, la escisión de la Internacional, el abandono de la misma por parte de los poderosos sindicatos ingleses, que ya presagian una tendencia hacia el cierre corporativo y la subordinación a orientaciones burguesas conservadoras.
Al final del ciclo se produce un resultado para el proletariado europeo: el movimiento económico y la organización económica de los obreros parecen ahora inevitables. La burguesía ya no se propondrá su destrucción sino su influencia y su distanciamiento del partido político. Por lo tanto, el segundo ciclo (1871-1914) ve crecer y extenderse el movimiento y la organización obrera en el terreno económico. El partido proletario interviene activamente para alentar y fortalecer las luchas y organizaciones económicas. La burguesía tiende a influir en ellos con todas las armas a su alcance: contra los sindicatos “rojos”, es decir, influenciados y conectados al partido, crea las organizaciones blancas y amarillas. A través de la derecha reformista, introduce la tesis de la neutralidad sindical en los propios sindicatos rojos; aprovechando el período de expansión de su economía, tiende a conceder toda una serie de beneficios inmediatos a grupos del proletariado, basando en esta realidad la tendencia a sobrevalorar la acción económica, a orientarla por la vía de la negociación pacífica y jurídica, a separarlo de la acción política contra el Estado.
Es la época en la que, en el partido proletario, el ala revolucionaria marxista lucha contra la neutralidad de los sindicatos, contra su intento de imponerse, junto con el grupo parlamentario, al propio partido. El ciclo termina con la unión de los sindicatos obreros al carro de la defensa de la patria. Es la mayor victoria de la clase burguesa sobre la clase obrera.
El tercer ciclo se abre con el fin de la primera guerra. El proletariado lanza una poderosa ola de luchas y acude en masa a los sindicatos existentes tratando de arrebatárselos de manos de los dirigentes oportunistas. En todos los países hay un inmenso aumento de afiliados a los sindicatos, mientras que las necesidades mismas de la lucha crean nuevos órganos económicos (comités de empresa, etc.). La práctica legalista de la burocracia sindical es quebrantada por el impulso proletario, se impone la eliminación de todas las cláusulas restrictivas en el ámbito organizativo que impedían el acceso a los peor pagados, etc.
Los sindicatos, que durante la guerra se habían subyugado completamente a sus respectivas burguesías y se habían convertido en instrumentos del esfuerzo bélico, ahora, bajo la presión de las masas en lucha, se convirtieron rápidamente en cuerpos de batalla de clases. La situación económica y la influencia del partido revolucionario convergen en la elevación de las luchas económicas a luchas políticas por la conquista del poder y, a medida que la lucha se radicaliza, una parte cada vez mayor de los órganos sindicales queda bajo la influencia de la dirección revolucionaria.
Se crean dos centros internacionales del movimiento sindical: Moscú versus Ámsterdam. El lema de la Internacional Comunista y de la Internacional de Sindicatos Rojos es “¡Conquistar los sindicatos!”. Se combate la consigna de la falsa izquierda: “¡Destrucción de los sindicatos! ¡Su sustitución por sindicatos de trabajadores revolucionarios! Es la época del frente sindical único: el partido “construye en los sindicatos el mecanismo seguro de su influencia sobre la clase”. Es la época en la que el partido lucha contra las tendencias kaapedistas, por la apertura de los organismos económicos a todos y cada uno de los obreros y contra su cierre por motivos ideológicos.
En 1926 el ciclo terminó con la derrota más colosal que haya sufrido el movimiento proletario en su historia. Se abre el ciclo que llamamos contrarrevolución, que aún continúa. Ya en el ciclo anterior se habían esbozado métodos y conceptos que se expresarán plenamente en la época actual: la tendencia a cerrar las organizaciones sindicales a la influencia del partido y a los proletarios peor pagados, es decir, a restricciones organizativas, la tendencia llevar los sindicatos al ámbito nacional, sometiéndolos a una política de reconstrucción de la economía nacional. Contra esta política de los oportunistas, el partido hizo, por ejemplo en Italia en 1922, un llamamiento a la “defensa de los sindicatos rojos tradicionales”. Paralelamente a esta tendencia se produjo la destrucción física de los sindicatos en Italia y en Alemania y el encuadramiento del proletariado en organismos coercitivos estrictamente dependientes del aparato estatal.
El ciclo de la contrarrevolución se abre con un reflujo de la lucha obrera no sólo en el terreno revolucionario sino en el terreno económico mismo. Por primera vez en la historia, la burguesía después de 1926 tuvo total libertad para influir en el movimiento sindical obrero. Pero el capitalismo mismo tiene lugar en el sentido de centralización económica monopolística e intervencionismo estatal, en todos los países “democráticos” y fascistas.
El Estado se convierte en protagonista del desarrollo capitalista y tiende a controlar no sólo la economía sino el propio movimiento sindical que, por su parte, en ausencia de cualquier influencia revolucionaria tiende a someterse al Estado, a ser reconocido legalmente, etc. Este “gran hecho nuevo de la era contemporánea” ha sido reconocido por el partido y “marca el desarrollo de los sindicatos en todos los países”. La primera característica de este desarrollo fue la desaparición histórica de la diferenciación entre sindicatos blancos, amarillos y rojos. Esto ha sido sustituido en todos los países por el monosindicalismo, es decir, la existencia de una central sindical única, estrictamente vinculada a una política legalista y de defensa de los “intereses nacionales”. En este sentido, es interesante la transformación de los antiguos sindicatos cristianos sobre bases no confesionales, lo que indica que el método utilizado por la burguesía para influir en el movimiento obrero en el período “pacífico”, contraponiendo a los sindicatos rojos los sindicatos “escisionistas” blancos y amarillos, ya tuvo su momento, siendo reemplazado por la conexión directa entre los sindicatos y el Estado en todos los países.
La escisión sindical de 1949 en Italia y Francia puede explicarse, por tanto, no como un retorno a la antigua diferenciación sindical, sino como un factor de política exterior, por un lado, y de debilitamiento y desorientación del proletariado, por el otro. No centrales blancas y amarillas frente a una central roja, sino tres centrales tricolores con las mismas características y la misma política. El resultado de este ciclo fue la afirmación de la unión tricolor.
12) - Es importante entender que fue y es resultado del choque de fuerzas históricas claramente desfavorables a la clase proletaria y al partido revolucionario y no una nueva forma o una nueva receta que el capitalismo habría inventado. El sindicalismo tricolor, es decir, la sumisión de la política sindical a la suerte de la economía nacional, los mil vínculos que unen a los sindicatos actuales con la patronal y el Estado, su práctica opuesta al uso de métodos de lucha directa y contraria a las mismas demandas económicas en la medida en que chocan con las necesidades de conservación social y política, no son más que el resultado de un ciclo que vio al proletariado como una clase revolucionaria completamente ausente de la escena histórica y que, por tanto, permitió al capitalismo desarrollarse “libremente” según sus necesidades y sus leyes, con la complicidad del monopolio oportunista sobre la clase obrera.
En este sentido, el sindicalismo tricolor es, por extraño que parezca, la forma en que el proletariado de Europa se organizó para conducir sus luchas económicas, derrotado física y moralmente en una larga y general batalla en la que había intentado el asalto al poder burgués, privado de su partido de clase por la contrarrevolución estalinista, corrompido por las migajas de las ganancias obtenidas por las burguesías europea y americana en la explotación del resto del mundo y, finalmente, en presencia de un desarrollo que tiende a la concentración y monopolio estatal de toda la vida social y económica.
Por esta razón, el partido nunca ha abogado por abandonar los sindicatos existentes o su boicot, siempre y cuando mantuvieran el carácter de membresía libre y permitieran efectivamente a los comunistas trabajar dentro de ellos. Porque la existencia de estos sindicatos expresa un estado real de la clase obrera del que sólo saldrá mediante la reanudación de las luchas económicas, tras una crisis capitalista que hará que los proletarios europeos pierdan sus reservas, sus privilegios de aristocracia.
13) - En el resurgimiento de un ciclo crítico global de la economía capitalista, el partido ha previsto la inevitable reanudación de la acción sindical por parte de las masas, oponiéndose directamente a todas las predicciones aberrantes y antimarxistas que verían superada la acción y la organización sindical, es decir, la lucha y organización de los proletarios en el terreno económico. La lucha se librará nuevamente entre las necesidades inmediatas de los trabajadores y aquellas organizaciones sindicales que son producto del ciclo contrarrevolucionario. De esta lucha renacerán los organismos económicos de clase, los sindicatos de clase. Las formas que adoptarán estas organizaciones podrán variar, pero sus características y funciones serán las mismas: serán organizaciones de trabajadores abiertas y de carácter económico.
14) - En este proceso de reconstitución de los sindicatos de clase hay que tener en cuenta varios factores. En primer lugar, el argumento correcto de Trotsky (“Los sindicatos en la era imperialista”) según el cual las distancias entre la lucha económica y la lucha política en la era del imperialismo avanzado se acortan. Esto no significa que los organismos económicos de clase resucitarán sólo bajo el impulso del partido que por algún milagro ha vuelto a ser una fuerza operativa, ni que serán organismos partidistas o de base ideológica. Nuestra perspectiva es la contraria y afirma que sólo del renacimiento de la red de asociaciones económicas de clase el partido sacará los elementos para su fortalecimiento en modo autónomo. Además, nuestra perspectiva describe un curso complejo de lucha que tendrá que darle al partido influencia sobre estos nuevos organismos, que por lo tanto pueden (y hasta cierto punto deben) ser influenciados inicialmente por tendencias no revolucionarias que son preponderantes sobre las nuestras.
La tesis de Trotsky y la nuestra es que estos organismos tendrán un ciclo de vida “autónomo” que es extremadamente más corto del que podrían haber tenido en la era progresista del capitalismo. Después de eso, caerán bajo la égida del Estado burgués o caerán bajo la influencia de la dirección revolucionaria. Esta perspectiva es consistente con el papel preponderante que asume el Estado, no sólo como organismo político, sino también como gestor de la economía. El resultado es el estrecho choque de las luchas económicas proletarias contra el aparato estatal y, por tanto, su rápida transformación en luchas políticas.
La cuestión de la dirección política que debe influir en los órganos económicos y de su conquista por el partido será, por tanto, más inmediata y apremiante, porque constituirá la garantía de su permanencia sobre bases clasistas, aunque sea sólo en la acción económica.
15) - Los organismos económicos de clase resurgirán a partir de la reanudación de la lucha de clases que chocará contra el Estado por un lado y contra el oportunismo italiano por el otro. Por lo tanto, el partido no reemplaza este proceso proponiendo la fundación de sindicatos, que para existir requieren la colaboración de grandes masas de proletarios. Esto no significa que el partido no indique a la clase esta necesidad obligatoria y aliente con todas sus fuerzas su realización. En la medida en que logra hablar con los trabajadores, les indica la necesidad de organizarse en el terreno sindical económico contra la política sindical oficial con vista al resurgimiento de los sindicatos de clase.
Incluso ante luchas episódicas, episodios de insubordinación a la política sindical oficial, brotes de acciones económicas “salvajes” incluso limitadas a una fábrica o a un pequeño grupo de proletarios, el partido debe indicar la necesidad de que los esfuerzos de incluso unos pocos trabajadores no desperdiciarse y agotarse dentro de los límites de la acción contingente, sino recurrir a la organización de una oposición sindical que de mil maneras podrá favorecer el resurgimiento, en giros favorables, de luchas amplias y generales de los organismos económicos de clase.
En esta predicción y en esta acción el partido, a diferencia de todas las demás agrupaciones, propondrá una oposición global a la política oportunista, reconociendo que en cincuenta años ésta ha llegado no sólo a subordinar los intereses del proletariado al Estado burgués, sino también a una distorsión de los métodos de la lucha de clases y a una deformación de la propia organización sindical.
En contraposición a todas las demás formaciones políticas que tienden a orientar los esfuerzos de los pocos obreros dispuestos a luchar contra la política tricolor hacia formas de organización espurias y “populares”, por un lado, hacia formas intermedias entre partido y sindicato, por el otro, cerrando dentro de límites ideológicos y políticos a los primeros grupos obreros, el partido reivindicará que la oposición debe realizarse en el terreno económico sindical y que las organizaciones obreras que puedan surgir no deben cerrarse a presuntos programas políticos, sino abrirse a todos los trabajadores independientemente de sus convicciones políticas en una plataforma de defensa de las condiciones económicas.
Por lo tanto, el partido exigirá la constitución, en contra de la política
tricolor, de organizaciones que incluyan sólo a los trabajadores y a las que
puedan afiliarse sin ningún tipo de exclusión. El partido, en la correcta
comprensión materialista del proceso revolucionario, será, por tanto, como en la
primera posguerra, garante de la apertura indiscriminada de las organizaciones
económicas obreras, lo que le permitirá en la práctica ser el más ferviente
defensor, hoy como entonces, del “cierre” absoluto del partido.
La política que los sindicatos obreros llevan a cabo desde hace medio siglo ha llegado a tal punto que suscita en los trabajadores disgusto e incluso repulsión hacia la organización de clase, hasta el punto de dificultar el renacimiento de organismos económicos proletarios, capaces de defender y organizar a la clase obrera contra la codicia de las clases poseedoras y de sus aparatos productivos económicos y sociales.
Si desde un punto de vista psicológico esto es comprensible, no es justificable desde el punto de vista de los intereses materiales inmediatos y del encuadramiento clasista del proletariado. El odio contra los enemigos y los traidores, factor de primer orden para combatirlos, no puede inducirlos a negar la irreprimible necesidad de la función de defensa económica que los asalariados, especialmente los organizados, deben realizar.
Actualmente estamos en presencia de organismos económicos que controlan a gran parte de los trabajadores, que dictan a toda la clase su infame política de colaboración con el enemigo. Es verdad. Y aún más trágico es que esta política postra a la clase obrera y fortalece el poder de las clases patronales y su Estado político. El problema, entonces, es que la clase arrebate la gestión de esta función vital de manos de los traidores, y sería ilusorio y desastroso si, para deshacerse de una dirección traidora, se negara esas mismas funciones o se confundiera con las funciones del Partido.
Una organización de defensa económica del proletariado, adecuada para este fin, que coordina y atrae exclusivamente las fuerzas de la clase obrera en la incesante lucha diaria por el pan y el trabajo, obtiene su fuerza, como organización, del número de sus afiliados. Los sindicatos actuales influyen y dirigen la actividad de las masas trabajadoras porque organizan y disciplinan a millones de trabajadores. Si no fuera así, su influencia sería insignificante o nula. A diferencia de los partidos que pueden influir en el movimiento sindical, a pesar de no tener fuerzas igualmente numerosas. Esta capacidad de organización de masas se basa en el principio de que el sindicato está abierto a todos los trabajadores, sin exclusiones políticas e ideológicas;principio que aún rige a los sindicatos tricolores, aunque expulsen a los raros o pocos trabajadores que no tienen intención de someterse, pero que los propios sindicatos repudiarán cuando el conflicto de clases asuma un peligro visible. Este principio no puede ser abandonado por ninguna organización de clase, cualquiera que sea la forma y el nombre que adopte.
El reclutamiento de trabajadores asalariados en la organización de defensa económica no se realiza sobre la base de partido, ideología, sexo, edad y nacionalidad, sino exclusivamente sobre una base de clase, es decir, de trabajadores asalariados únicamente.
Cualquier otra base de reclutamiento sería engañosa o ilusoria, coaccionada en el caso de que pertenecer a la organización significara el derecho al trabajo, “tarjeta de pan”, como en el caso de los sindicatos fascistas, y coaccionada también en el caso de limitaciones y exclusiones para aquellos trabajadores que se quedaron fuera. Por ejemplo, incluso sería una limitación grave y debilitante el encuadramiento de únicamente trabajadores “revolucionarios”, porque la organización se limitaría a una estrecha minoría, perdiendo eficiencia y dejando a la gran mayoría de la clase en manos del enemigo. Estas exclusiones o limitaciones contribuyen a la fragmentación de las fuerzas obreras, impidiendo el resultado principal al que debe aspirar la organización de clase, la atracción y el disciplinamiento de las fuerzas proletarias, para convertirlas en un ejército de clase.
Estas consideraciones se derivan de la experiencia práctica de las luchas de la clase trabajadora y confirman que el partido político de clase no tiene objetivos particulares en materia de organización de clase y no pretende explotarla. El Partido tiende hacia la dirección de la acción de clase ganando influencia decisiva en sus organizaciones económicas a través de la libre adhesión de los proletarios dentro de él a su política revolucionaria, y no por medio de la coerción o el engaño, aunque sólo sea porque el Partido no dispone de estos medio.
El concepto de “sindicato correa de transmisión” del Partido se basa precisamente, a este respecto, en la subordinación voluntaria de la organización de clase a la orientación política y a la dirección del Partido Comunista, y no en la coincidencia de la organización económica con el Partido, ni mucho menos a la alianza entre éste y el Partido. Por esta razón el Partido no crea sindicatos a su imagen y semejanza, que incluyan sólo a sus afiliados o sólo a los trabajadores que acepten su programa.
Esta posición no es el fruto de una actitud táctica, de una astucia política, sino que traduce la consideración realista de que sin un vasto y poderoso encuadramiento económico de clase, que en principio organice a todos y sólo a los proletarios, la acción revolucionaria victoriosa no es posible. De lo cual se puede deducir que la reanudación de la lucha de clases a escala global no es resultado de acuerdos, elecciones o disputas entre grupos o partidos “obreros” o “revolucionarios”.
Ni siquiera la reestructuración de la organización de clases puede resultar de tal acuerdo.
En conclusión, si el objetivo del conflicto de clases es el poder político, la premisa para lograr este objetivo es la lucha para apartar las fuerzas proletarias de la dirección del enemigo y moverlas al campo revolucionario, aprovechando las condiciones materiales comunes a todos los proletarios. Cualquier obstáculo al logro de este objetivo, a la reorganización de la clase trabajadora en el terreno de clase, impide o retrasa la creación de una red asociativa de defensa económica de clase.
Aquellos grupos o partidos que se autodenominan “revolucionarios” o “de izquierda” y que plantean condiciones políticas o incluso partidistas peores, bajo las cuales esconden ambiciones de grupo, o que reivindican conexiones partidistas o asociaciones de dudoso sabor popular, no han comprendido que La condición económica de los trabajadores es el terreno de la organización de clase, en el que todos los proletarios se reconocen iguales entre sí y diferentes de los demás ciudadanos. Desatendiendo esta constatación elemental, harían, si estuviera en su poder, más doloroso e incluso imposible el proceso de reforma de la organización de clases y, al mismo tiempo, admitiendo y no concediendo su carácter “revolucionario”, excluirían la posibilidad del triunfo de su revolucionarismo. Pero ese es su asunto.
El hecho es que los comunistas revolucionarios no imponen prejuicios partidistas a aquellas organizaciones que actúan en defensa de las condiciones económicas de clase con el método de la lucha de clases, porque ven en ellas el embrión de una red económica proletaria y las instan a unirse en una vasta escala, para ganar en organización y eficiencia, para transformarse de precursores de la organización de clases en una organización de clases extensa y poderosa. La confirmación práctica es cotidiana.
Cada vez que un grupo de trabajadores se rebela contra el patrón contradiciendo la práctica sindical oficial, se ven obligados a ceder porque no disponen de una fuerza igual o mayor que la que controlan los bonzos sindicales. La falta de números no puede ser reemplazada por un ímpetu heroico. Es necesario traer a la lucha fuerzas que sean capaces de superar la resistencia del enemigo en una acción que involucre a las masas de trabajadores. De modo que la organización se fortalecerá y expandirá, incluso si el resultado económico directo de la lucha emprendida no es positivo, porque las masas verán el poder de los números y serán exaltadas por él.
No está en el poder de nadie crear condiciones favorables para el retorno a una organización proletaria clasista, pero este retorno puede acelerarse, retrasarse o incluso impedirse dependiendo de si el movimiento de lucha se extiende o no a las masas trabajadoras, que las moviliza y las encuadra sobre la base de intereses materiales inmediatos.
El grave estado de postración de la clase ante la dominación capitalista no
puede ser superado “con la cabeza”, ni siquiera por el Partido; así como la
dictadura del oportunismo sobre el movimiento obrero no se puede superar “con la
cabeza”. La superación de estos terribles obstáculos está condicionada por la
reanudación de la lucha obrera y por la experiencia que, en el curso de la
lucha, los trabajadores tendrán del carácter reaccionario y traidor de la
dirección oficial de sus organizaciones y de su movimiento. Por lo tanto, es
vano pretender que la “conciencia” de unos pocos asalariados, organizándose en
grupos de aquellos elegidos por la Historia, trastoque el actual equilibrio de
poder entre las clases. Estos cambiarán a favor de la clase trabajadora bajo la
creciente presión de las masas proletarias en lucha, organizadas para sus
necesidades contingentes, y con la dirección que el Partido político de clase
habrá podido conquistar.
Uno de los mayores peligros que enfrentan los grupos de proletarios decididos a moverse contra la política sindical actual se encuentra en querer trascender el terreno de las luchas y de las reivindicaciones económicas para dedicarse al análisis político del mundo y de la sociedad. Este peligro es tanto mayor cuanto más limitado en número de efectivos y en su influencia está el partido político de clase y no puede presentarse ante los proletarios como un punto de atracción claro y automático.
Hace cincuenta años, el obrero que, en el fragor de la lucha y de la organización económica, llegó a la conclusión de que incluso los problemas económicos de su clase no podían resolverse si no sobre el plano de la lucha política, de la lucha por el poder, tenía ante sí una vía muy clara: siendo militante del sindicato de clase, se unía a una de las grandes organizaciones que le parecían la guía política de la clase. Hoy las grandes organizaciones políticas de los obreros (el PC de Italia a la cabeza) parecen abiertamente opuestas no sólo a la emancipación general de la clase, sino también a la defensa de sus necesidades mínimas, por lo que el obrero decidido a defender sus condiciones de vida no encuentra en ellos un punto de referencia.
Sin embargo, se da cuenta de que el problema a resolver es precisamente un problema político; de hecho, al plantear la defensa incondicional de sus condiciones económicas, ya está planteando un problema político. Por lo tanto, el impulso para definir teóricamente una perspectiva política es muy fuerte y explica por qué muchos grupos de proletarios sinceros terminan en la periferia del grupismo extraparlamentario. Este impulso por darse una “fisonomía política” naturalmente sofoca a estos grupos, impidiéndoles establecer el relacionamiento con otros obreros de la misma categoría, adherentes a posiciones políticas o ideológicas diferentes, conexión que sólo sería posible en el nivel de la acción material para defender las condiciones de todos los proletarios. Crea muchos “partidos pequeños”, cada uno celoso de sus propios análisis e ideas, cada uno aislado del grueso de sus compañeros de trabajo.
No sólo eso, sino que la visión política que surge en estos grupos sólo puede ser deformada e imperfecta: así se convierten en “semi-sindicatos” y “minipartidos”, organismos impotentes para llevar a cabo la acción sindical y todavía impotentes para conducir la acción política.
Por otra parte, nuestra posición se define como sindicalista, tendiendo a hacer que estos organismos se muevan sobre el terreno puramente reivindicativo y a reiterar su necesaria “neutralidad política”. Por tanto, examinemos más de cerca la realidad de las cosas.
El problema de los marxistas siempre se ha planteado en estos términos: los trabajadores sólo pueden unirse en el plano de las luchas físicas por la defensa de sus condiciones económicas. Si bien esta defensa une a todos los proletarios sobre la base de una exigencia material, desde el punto de vista ideológico siguen divididos y seguirán así durante mucho tiempo, incluso después de la victoria revolucionaria y la dictadura (Tesis del II Congreso de la Internacional Comunista). Por tanto, el partido político se presenta como un elemento distinto y especial en el proceso revolucionario. No coincide ni puede coincidir con el sindicato, es decir, con los órganos en los que se reúnen los obreros para la lucha cotidiana. Al preparar el ataque revolucionario, el Partido logra influir en el movimiento económico obrero con su propia orientación y con sus propios órganos específicos, no con una unificación ideológica. Con su orientación de acción propia, es decir, proponiendo dentro del movimiento general de todos los obreros aquellos objetivos y métodos de lucha que están en el camino de la revolución, que extienden y potencian la lucha misma, llevándola al máximo de violencia y de fuerza.
Pero los objetivos que el Partido establezca deben ser objetivos prácticos de acción, objetivos y métodos que a los obreros en lucha les parezcan necesarios para la lucha misma, para su mejor desempeño, para su éxito, y que, al mismo tiempo, no contradigan el paso de la lucha defensiva a la ofensiva y revolucionaria.
Al mismo tiempo, el Partido trabaja por el fortalecimiento de la conciencia política de clase y de la organización política del único modo posible: reclutando, mediante su propaganda y su acción autónoma, en las filas del Partido a los elementos que en la lucha económica misma han hecho la experiencia y han constatado la necesidad de pasar de la defensiva a la ofensiva.
No hay otra conciencia política que la del Partido y no hay otra manera para que el obrero adquiera conciencia política que adherirse al Partido. A medida que se amplían así las filas del Partido político, se multiplican los vínculos entre la organización del Partido y los órganos sindicales. En consecuencia, estos últimos se vuelven cada vez más susceptibles de adquirir no la ideología del Partido y la perspectiva política, sino la orientación práctica de acción que el Partido propone, y que es otra cosa. La orientación del Partido es adquirida por los organismos obreros no como una aceptación de ideas, sino como un plan práctico, necesario para conducir las luchas obreras por sus objetivos.
Lenin luchó contra el economicismo en este sentido.
Hoy los términos de la relación entre el Partido y los organismos económicos y sindicales del proletariado están distorsionados: es el efecto de la contrarrevolución y es inevitable que así sea; pero también es inevitable que vuelvan a plantearse como hace medio siglo. Ahora el Partido de clase tiene una única función, aquella muy especial de representar de manera completa y total la conciencia política de la clase, lo cual sólo es posible apoyándonos en una teoría (el marxismo revolucionario) que nos permita interpretar todos los aspectos, conexiones y correlaciones de la sociedad y basar en esta conciencia la selección de métodos de acción de clase, cuya fuerza organizada sirva para dirigir a la clase hacia aquellos métodos y objetivos que están en la línea de la emancipación proletaria. Por lo tanto, no puede coincidir ni con la totalidad ni con la mayoría de los proletarios en movimiento: está constituido por esa minoría de proletarios que llega a darse cuenta de la necesidad de esta conciencia global de la lucha de clases.
Los organismos económicos proletarios tienen otra y muy diferente función: deben organizar a todos los proletarios dispuestos a moverse por la defensa de sus intereses inmediatos, e impulsados a hacerlo por esta necesidad práctica, independientemente de la conciencia que cada uno tenga de las causas, del proceso, de los propósitos de la lucha. Su función se realiza no cuando poseen suficiente conciencia de los términos de la lucha (conciencia que sólo el Partido puede introducir en ellas), sino cuando materialmente logran desplegar en la batalla el mayor número posible de proletarios. Y sólo pueden hacerlo a partir del supuesto que une a todos los proletarios, un supuesto material: la constatación de que el patrón golpea las condiciones materiales de existencia y que a estos golpes deben reaccionar, porque la clase obrera debe vivir. No se hace huelga en una fábrica de mil obreros pidiéndoles que se pongan de acuerdo sobre una evaluación general de la crisis, de la función del capitalismo, del Estado o del oportunismo: se hace pidiendo que todos estén de acuerdo sobre el hecho de que a la ofensiva del patrón, inmediatamente identificable por todos, se responda con una acción adecuada para defender a los trabajadores, necesaria para defender el nivel de vida, para impedir la intensificación de los ritmos de trabajo o del despotismo de fábrica.
Por lo tanto, un organismo obrero debe comenzar y permanecer fiel en su acción al punto de vista de todos y cada uno de los trabajadores, intensificando su acción en el terreno práctico reivindicativo y prohibiendo cualquier tendencia a la elaboración de una visión teórica general, que es patrimonio sólo del Partido político de clase.
La conciencia política de la clase no puede ser desarrollada por ningún grupo de trabajadores en lucha, ni siquiera por todos los trabajadores en lucha contra los patrones. Es Lenin quien habla: a lo sumo la lucha entre trabajadores y patrones puede producir una conciencia tradeunionista (sindicalista) que no es, en sí misma, revolucionaria. La conciencia política de la clase se ha elaborado en el curso de un siglo y medio de luchas del proletariado mundial, evaluadas a la luz de una doctrina única e invariable, la del marxismo revolucionario, y ha producido un conjunto, un bloque monolítico de posiciones que por sí solas representan la conciencia exacta de las relaciones entre las clases. No existe otra conciencia que ésta, no existe otro Partido que este.
Los inevitables intentos de los grupos proletarios, que salen al campo a defender sus condiciones, para darse una “perspectiva política”, sólo pueden llevar a un doble resultado negativo: el de limitar sus posibilidades de acción práctica y de organización de las masas proletarias por un lado, y, por el otro, el de degradar y deformar la conciencia política.
De hecho, están atrapados entre dos fuegos: o restringen sus efectivos sólo a aquellos proletarios que aceptan la visión global e integral del marxismo revolucionario, acompañada por la experiencia de las luchas de clase de un siglo y la de medio siglo de contrarrevolución, es decir, o adhieren al partido político que existe en esta globalidad de posiciones, o se ven obligados, para mantener contacto con el mayor número de proletarios, a diluir y aguar esta visión coherente hasta convertirla en algo aceptable para las ideas de un gran número de trabajadores hoy, es decir, algo reformista, oportunista, populista porque esas son hoy las ideas predominantes entre la masa de los trabajadores.
Esta tendencia, decíamos, no es nada nueva: se ha manifestado en el proletariado todas las veces en la historia que una cierta reanudación de la lucha de clases no ha ido acompañada de una adecuada presencia del Partido Comunista y de su capacidad para atraer las energías que la lucha liberaba. El economicismo atacado por Lenin tenía estas mismas características, aunque nació sobre la base de luchas mucho más profundas del proletariado ruso: el proletariado que se esforzaba por encontrar una “conciencia política” a partir de sus luchas cotidianas y que, incluso entonces, con la ayuda entusiasta de estudiantes e intelectuales de cuatro centavos, muy bien podría dar lugar a las deformaciones más extrañas.
El anarco-sindicalismo, ayudado por Sorel y otros “teóricos”, también intentó hacer parir una “conciencia política” de los propios trabajadores organizados en sindicatos. El ordinovismo de Gramsci, etc., quería ver en el surgimiento de los Consejos de Fábrica en Turín en 1919-20 una nueva forma «a través de la cual la clase obrera toma conciencia». El kapedeísmo alemán (KAPD) fundó las “Uniones revolucionarias” de obreros, que no eran sindicatos porque basaban su afiliación en la aceptación de determinados principios y métodos de acción y no eran el Partido porque no se adherían a la globalidad de las posiciones políticas expresadas en la III Internacional. También en la base de este último fenómeno estaba la habitual tesis antimarxista: los obreros a través de sus propias luchas se organizan y toman conciencia de la necesidad de derrocar al capitalismo. Estamos con Kautsky, con Lenin y con las huestes de marxistas que han demostrado que esto es falso.
Hoy la situación es mucho peor que en los ejemplos citados: el proletariado sólo se mueve en pequeños grupos alejados unos de otros. La influencia de los estudiantes y de la inteligencia pequeñoburguesa empuja a los grupos obreros a “no limitarse a la acción reivindicativa”, sino a “darse una perspectiva política” y, por tanto, aún más pestilente.
Por otro lado, el instinto de los obreros más combativos les advierte que “la cuestión es política” no encuentra al Partido de clase fácilmente reconocible e identificable frente a él, por lo que se hace inevitable el peligro de una deformación anarco-sindicalista del resurgimiento del movimiento proletario.
El Partido de clase, que existe, aunque sea de forma apenas visible -en el conjunto de posiciones que caracterizaron a la Izquierda italiana después de 1926 y su balance global del fracaso de la III Internacional y a las pocas fuerzas que adhieren a estas posiciones, reunidas en torno a al periódico mensual “Il Partito Comunista”- tiene la importante tarea de dirigir los primeros intentos de los trabajadores de reaccionar contra la dictadura oportunista.
Su tarea es precisamente lo que a los idiotas de turno les gusta llamar “sindicalismo”: es decir, el Partido indica a los grupos obreros en movimiento la necesidad de que su acción esté encaminada a establecer todas las conexiones posibles con el grueso de los trabajadores, actuando no sobre el terreno de las ideas, de los análisis, de las perspectivas políticas, sino sobre el terreno de la defensa de las necesidades materiales, de las necesidades elementales de cada trabajador. El Partido indica que precisamente hoy y en la situación actual, los millones de obreros están ideológicamente influenciados por las mil variantes del oportunismo, por ideologías incluso burguesas, por miedos y complejos que en 1921-22 parecían superados incluso para el último proletario y que hoy, al contrario, vuelven a estar arraigados en la mente incluso de los más combativos.
Si bien ésta es la situación “ideal” de los proletarios, su situación “material”
los empuja a pasar al nivel de la lucha práctica por las reivindicaciones
económicas. Es en el curso de esta lucha material que los proletarios romperán
las “ideas” más absurdas que ahora los mantienen prisioneros y alcanzarán una
vez más el nivel “ideal” de la clase de hace cincuenta años, mientras que los
elementos más inteligentes de la clase obrera adherirán al Partido y ampliarán
sus filas accediendo individualmente a la única “perspectiva política” de la
clase obrera: la marxista revolucionaria de siempre.
Los comunistas revolucionarios siempre han dado gran importancia a las luchas a las que los obreros se ven obligados, por las condiciones económicas y sociales, a participar para defender su posición como asalariados de la presión patronal y capitalista. Quieren ser la vanguardia de los trabajadores en estas luchas, para conquistar su confianza, para demostrarles que los métodos comunistas son más eficaces en la defensa obrera que los propuestos por otros partidos o grupos políticos.
Pero, dada la inestabilidad natural del terreno económico y social en el que se libran estas luchas y la precariedad de las “conquistas” dentro del perímetro de una sociedad que vive de la explotación del trabajo asalariado, las luchas por reivindicaciones ni siquiera afectan las relaciones sociales, no ponen en discusión el poder político de las clases propietarias, del régimen capitalista.
Los proletarios, sin embargo, aunque quisieran, no podrían desertar de las luchas en defensa de sus intereses inmediatos, porque la simple renuncia a defenderse de la codicia del capitalismo los reduciría a un estado de bestialidad cada vez peor. Ni siquiera serviría al capitalismo una clase obrera “pobre”, es decir, incapaz de participar en el consumo de las mercancías que se producen a un ritmo creciente de la máquina de productiva. El capitalismo tiene interés de que los trabajadores perciban un “ingreso” lo más capaz posible de ser “consumido” en el mercado capitalista, para mantenerlos vivos y operativos, para perpetuar el infernal mecanismo de explotación de los asalariados.
De aquí surge la razón de los sindicatos “capitalistas”, es decir, de sindicatos que el régimen tiene interés en construir, ya sea en oposición a los de clase, ya sea totalitarios en ausencia de una organización de clase, a su servicio, conforme a las necesidades de la economía mercantil y la estabilidad social y política del régimen capitalista.
Dadas estas premisas, en el campo de la “oposición” al capitalismo surgen dos tendencias que se desvían del marxismo revolucionario y representan un obstáculo serio que retrasa el duro y penoso proceso de reconstrucción de la organización proletaria. La primera, que podríamos definir como “sindicalismo puro”, sostiene que los sindicatos actuales no defienden la condición obrera porque están contaminados por la “política”, y que, en consecuencia, los verdaderos sindicatos de clase no podrán resucitar hasta prohibir en su seno la existencia de grupos organizados de Partido. Esta posición se remonta al anarquismo, que ve en la lucha política dentro de la clase obrera un “mal” que genera divisiones que laceran la unidad de acción del proletariado. Es una visión que ignora el estado real de agregación social y política de las clases, por lo que de manera muy simplista se dividiría a los hombres en dos porciones claras y distintas, los explotados y los explotadores, omitiendo que los términos explotado y explotador son “relativos” y no absolutos. La única clase social que tiene esta característica es el proletariado, por definición sin reservas ni recursos, aparte de la capacidad de crear otros proletarios.
Así que, en estas dos categorías-especies podemos incluir, entre los explotados, junto con el proletariado, también al lumpenproletariado, que ve al proletariado con trabajo como “privilegiado”, al pequeño burgués que ve a la media burguesía como su explotador, esta, a su vez, que reconoce como patrón al gran burgués. No es coincidencia que esta concepción se exprese en términos de “el pueblo” en contraposición al capitalismo, una concepción que también es común al oportunismo.
En realidad las fronteras entre clases sociales no son fijas y sobre todo no identificables en cada persona, de modo que, a diferencia de las sociedades precapitalistas en las que las clases eran rígidas, con compartimentos estancos, en la sociedad capitalista las clases son “abiertas”, por lo que los individuos en el curso de sus vidas pueden cruzar fronteras de clase y transmigrar de una a otra indiferentemente. De ello se deduce que un trabajador de una fábrica que posee una casa no es un proletario; por el contrario, un intelectual que escribe libros para un patrón editor y no posee nada, apenas escapa con vida, es un proletario. En el sindicato obrero están organizados tanto trabajadores proletarios como no proletarios, incluidos los desempleados, en su mayoría proletarios puros, los estratos superiores de trabajadores de “cuello blanco”, en gran parte no proletarios, la llamada “aristocracia del trabajo”, y así sucesivamente.
La clase obrera, como podemos ver, no es homogénea. Dividida en estratos, cada uno con sus propios intereses, se manifiesta con orientaciones políticas y se organiza en partidos. Si la base de agregación sindical es común a todos los asalariados, por el hecho de ser asalariados, precisamente, existen diferentes intereses que empujan a los diferentes estratos de trabajadores a organizarse y, por tanto, cada grupo político en el que se expresan los diferentes intereses se compromete a conquistar la dirección de la organización para convertirla en palanca en defensa de sus intereses.
En la historia del sindicato obrero se expresa claramente esta dialéctica inevitable, que va desde las primeras asociaciones obreras de asalariados puros hasta el sindicato unionista anglosajón, que sólo acepta la afiliación de obreros calificados, del sindicato “libre”, hasta la victoria del fascismo, que encuadra a todos los trabajadores afiliados o no a partidos, al sindicato fascista, forzado, totalitario. La división de las clases sociales en partidos políticos es, por tanto, irreprimible, del mismo modo que la división política de la clase trabajadora es inevitable.
Contrariamente a lo que postula la orientación “sindicalista pura”, la “política” es el único medio por el cual el proletariado puro puede hacer prevalecer en la organización de clase los intereses inmediatos y generales de toda la clase asalariada. No cualquier “política”, sino una y única “política”, que surge del programa marxista revolucionario, representado por el Partido político de clase, único instrumento a través del cual los proletarios se presentan como clase histórica, con principios definidos, táctica pre-ordenada, organización sólida y coherente.
Por otro lado, desafiamos a cualquiera a dar un solo ejemplo que acredite la neutralidad del sindicato frente a los partidos políticos y el Estado. E incluso la neutralidad política del sindicato constituiría, en medio del choque entre partidos, una “política” particular y distinta. Los actuales sindicatos del régimen no son producto de la “política”, sino de una política precisa, la expresada comúnmente por todos los partidos, basada en la defensa del régimen capitalista.
La segunda tendencia, aparentemente opuesta a la anterior, sostiene que el sindicato es una forma superada, que el proletariado debe abandonarla, que las reivindicaciones económicas son efímeras y que todo debe resolverse en “política”. Los partidarios de esta tendencia no niegan la “realidad” de las necesidades económicas del proletariado, pero sostienen que estas necesidades “vulgares” deben ser consideradas un “pretexto”, un desagradable y antiestético “accidente” que debe ser explotado maquiavélicamente para “elevar” a los miserables obreros a la “altura” de la visión política superior. Una especie de “politique d’abord” actualizada con tintes “revolucionarios”, que debería hacer temblar a la burguesía ante un proletariado tan heroico y generoso como para luchar por un ideal abstracto, al que se reduciría el socialismo. El socialismo es una necesidad social material con la que satisfacer todas las demás necesidades, en resumen, necesidades espirituales, culturales y cognitivas, no una necesidad incomprensible y sectaria.
La educación política o es educación revolucionaria o, de lo contrario, pedestre acostumbramiento del proletariado a las mentiras que las clases altas usan para mantener unida a la clase asalariada. La educación revolucionaria es la que pone de relieve el chantaje económico y social del capitalismo para inducir a los asalariados a hacer “sacrificios”, es decir, a renunciar a las luchas económicas y sociales, a defender salarios que se devalúan y empleos cada vez más precarios, de la vida cada vez más en suspenso entre ser consumida en la fábrica o ser violentamente cortada en los campos de una guerra imperialista ya dominante. Es la educación nihilista, es decir, pequeñoburguesa, que no emana de nuestra clase proletaria, la que invita a los obreros a abandonar las “vulgares” luchas por el pan, el salario, el trabajo, la casa. Esta es más bien el camino para que el proletariado se acostumbre al régimen, que no pide nada mejor a los obreros que “dejar” la preocupación por sus necesidades en manos de los sindicatos y los partidos del régimen.
La ausencia, total hasta ahora, del proletariado en el conflicto de clases, no autoriza a nadie a postular la sustitución de la “economía” por la “política”, el abandono de la organización de clases prefiriendo otros “organismos políticos”, quizás “tipo Soviet”. Por el contrario, el actual estado de subyugación del proletariado al régimen indica que debemos luchar para arrebatar de manos del régimen la iniciativa económica de sus sindicatos, iniciativa que se debilita cada vez más cuanto más la crisis capitalista abruma a las “reservas” con a las que hasta ahora la clase obrera ha estado ligada al régimen actual.
Pero al abordar esta perspectiva, las dos desviaciones son engañosas. El primero, porque niega el significado político de las luchas económicas, el segundo porque niega los intereses económicos inmediatos de los obreros.
Los comunistas no niegan ni consideran engañosas las luchas económicas proletarias pero, en la correcta consideración de que son necesarias, útiles e inevitables, trabajan entre el proletariado para convencerlo de que no hay “conquistas” sin lucha de clases, sin organización de clase, que estas “conquistas” son anuladas por el régimen capitalista si el proletariado no lo derroca violentamente y basa su dictadura de clase en esta victoria.
Este es el programa político que los comunistas aportan a la clase y a sus
luchas reivindicativas y sociales.
Argentina:
El nuevo gobierno burgues impulsa cambios que ponen al descubierto la traicion de las directivas de centrales y federaciones sindicales
El nuevo gobierno burgués está adelantando un paquete de ajuste económico y de reforma del Estado, bajo un enfoque de “shock”. Básicamente el gobierno pretende pasar todas las cargas del Estado al sector privado y quitar las restricciones al libre mercado. Este paquete es impulsado con un discurso manipulador de una supuesta lucha contra las “castas” políticas y sus privilegios. Por supuesto que, como todo programa burgués, se soporta en el aumento de la taza de explotación de los trabajadores asalariados. Se ha disparado la inflación y una devaluación del peso frente al dólar y no hay aumentos salariales o estos no compensan la inflación. Argentina terminó el 2023 con un 211,4% de inflación interanual y ha superado a Venezuela (193%) como el país con los precios que más rápido escalaron en Latinoamérica. Además el gobierno anunció despidos en la administración pública. Y así vemos como el plan burgués de recuperación de la economía va directamente contra los intereses inmediatos de la clase obrera. Estimaciones de entes financieros indican que la situación económica de Argentina empeorará en 2024, con una caída en el Producto Bruto Interno (PBI), una inflación estimada en torno al 280%, y un dólar oficial que podría alcanzar los 1.700 pesos.
En el parlamento, incluso las fracciones opositoras al gobierno coinciden con el paquete y solo tienen diferencias de forma y en cuanto a la manera de implementar el llamado Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU), que presentó el gobierno para su aprobación. De esta manera, los críticos hipócritas del gobierno, lo acusan de tener inclinaciones fascistas, pero están dispuestos a apoyar el paquete de medidas planteado en el DNU, siempre y cuando el gobierno modifique algunos matices.
En enero la CGT realizó una masiva marcha a Tribunales, donde presentó un amparo contra el DNU, y anunció un paro general para el 24 de enero. Pero en principio el Paro del 24 ni fue general, ni fue indefinido (solo de 12 horas), ni paralizó la producción o los servicios mínimos, tratándose por lo tanto de una de las cartas usadas los bonzos sindicales para abrirse espacio en las negociaciones que cumplen los diferentes factores políticos en los conciliábulos del parlamento. Aunque el Gobierno argentino amenazó con descontar un día de salario a quienes participaran en el Paro, esto no parece haber afectado la participación de los trabajadores del sector público. El Paro se limitó a concentraciones, que en caso de Buenos Aires podrían haber sumado entre 40 mil y 130 mil participantes. La Centrales Sindicales ni siquiera impulsaron una tibia movilización y en el resto de la ciudad las actividades se cumplieron casi en normalidad. Las Centrales Sindicales no anunciaron ni la extensión de la duración del “Paro”, ni nuevas movilizaciones, ni una Huelga General. Solo pequeñas fracciones del sindicalismo plantearon la prolongación de las movilizaciones y el avance hacia una Huelga General. Sin embargo todo el movimiento que se levanta en oposición a la política del gobierno se mueve bajo consignas oportunistas como “La Patria no se vende” o con acusaciones a los parlamentarios de “traidores a la Patria”, con lo cual difícilmente podrá levantarse una lucha reivindicativa consecuente de los trabajadores.
Para el 31 de marzo se estima la finalización de 70 mil contratos laborales en la administración pública. En el ámbito privado, en la industria se preparan también miles de despidos.
Pero luego del artificioso Paro de enero, las centrales sindicales se han limitado a declaraciones ente los medios de comunicación y negociaciones con las bancadas parlamentarias. Mientras tanto los trabajadores han realizado protestas aisladas. Hasta ahora no se han realizado acciones contundentes de lucha contra los despidos y en defensa del salario.
Esta coyuntura ha dejado al descubierto el papel traidor de las centrales y federaciones sindicales argentinas. Necesariamente los trabajadores asalariados se verán en la necesidad de organizarse por la base para retomar la unidad de clase en la lucha por aumento salarial y contra los despidos, sobre la base de la huelga, indefinida, sin servicios minimos e integradora de las energías de trabajadores de la administración pública y empresas privadas.
Italia:
Sólo la lucha, la organización y la unidad de acción del sindicalismo de clase pueden defender la vida de los trabajadores.
Finalizando febrero, cinco muertos y tres heridos graves fue el saldo de esta enésima masacre de trabajadores -sepultados bajo los escombros de una construcción que se vino abajo en un Centro Comercial en Florencia- un nuevo sacrificio de sangre derramada por la clase obrera en el altar de la Ganancia, una masacre que ciertamente podría haberse evitado si no se hubiera aplicado la regla de ahorrar en todo, especialmente en la seguridad.
Siete de los ocho trabajadores involucrados en el colapso eran inmigrantes, lo que confirma cómo los proletarios son una clase internacional y, al mismo tiempo, cuán útil es para la clase dominante dividir y contraponer a los trabajadores italianos y extranjeros para explotar mejor a toda la clase trabajadora.
A diferencia del goteo constante de proletarios que mueren en el trabajo a diario -al menos tres al día- esta masacre podría haber conmovido y movilizado a las masas, reducidas a la resignación y la indiferencia por décadas de derrotas, fruto de la política renunciante y traidora de los sindicatos del régimen (CGIL, CISL, UIL). Por eso la prensa, en manos de los grandes grupos industriales, ha llevado a cabo una infame desinformación, intentando ocultar y minimizar el número de trabajadores involucrados y de víctimas el mayor tiempo posible.
Ante esta tragedia, los sindicatos del régimen han actuado una vez más para calmar la ira de los trabajadores. No fueron más allá de la huelga ritual, evitando cualquier manifestación en la que trabajadores de diferentes categorías pudieran reunirse en las horas inmediatamente posteriores a la masacre de trabajadores.
Una actitud muy diferente fue la del sindicalismo de base florentino, que reaccionó de la mejor manera ante esta nueva manifestación dramática de la explotación y opresión de la clase obrera, proclamando conjuntamente una huelga general provincial de 24 horas y una manifestación frente a la Prefectura de Florencia.
Esta acción del sindicalismo de base y combativo debe ser fortalecida porque es el camino necesario para restaurar la confianza de los trabajadores en su capacidad de luchar y defenderse colectivamente, para poner nuevamente de pie al movimiento obrero y reconstruir un verdadero sindicato de clase, que en Italia sólo puede suceder fuera y contra los sindicatos del régimen, que desde hace décadas han sometido su política a las necesidades de la economía capitalista y a las compatibilidades impuestas por este régimen económico.
Esta unidad de acción de los sindicatos de base es uno de los factores que ha permitido los recientes éxitos de la huelga nacional de los conductores de carreteras y tranvías del 24 de enero, la de los ferroviarios del 12 de febrero y la huelga indefinida de cinco días de los más de 200 trabajadores de MLE en todo el aeropuerto de Malpensa, quienes lograron imponerles la suspensión de cualquier sanción contra ellos por violar la ley antihuelga.
Los sindicatos denunciaron el sistema de adquisiciones y subcontratas y pidieron leyes más estrictas para castigar a los directivos culpables de las empresas, así como mayores controles por parte de los organismos de seguridad. Pero el problema no se resuelve a nivel judicial, ya que los patrones pueden desplegar multitudes de abogados sobrepagados y un sistema que va intrínsecamente en contra de los trabajadores. El efecto disuasorio de una legislación más severa, si tal vez pueda ayudar, no es decisivo cuando el régimen político, con su maquinaria estatal, sólo enmascara su naturaleza de instrumento de los patrones con la democracia: muy eficiente a la hora de enviar a la policía contra los piquetes de huelguistas, así como ineficientes en la realización de controles de seguridad en las empresas.
Es en el lugar de trabajo, en las relaciones entre los obreros y los jefes, y por lo tanto en las relaciones de fuerza generales entre las clases, donde está el meollo del problema. Es en un clima de paz social, es decir, de opresión de la clase trabajadora, de resignación, de individualismo, que los obreros se ven obligados a aceptar cualquier condición laboral, o peor aún, piensan que se están protegiendo a sí mismos, trabajando más y poniendo en riesgo su propia vida y salud.
Los sindicatos del régimen se limitan a denunciar hipócritamente una nueva masacre, sin organizar jamás una lucha decisiva en defensa de las condiciones de trabajo, como es el caso de la huelga nacional convocada, limitada a dos horas y sólo para las categorías de constructores y metalúrgicos.
Sólo extendiendo la lucha a todas las categorías, públicas y privadas, sólo reapropiándose de los métodos de la lucha de clases, de la huelga general, sólo rechazando la maldita regulación de la huelga, podrán los trabajadores redescubrir su fuerza y su unidad, es decir, condiciones indispensables para poner un freno a la explotación capitalista.
Pero para evitar que sigan por ese camino, a menudo se encuentran con que son precisamente esos dirigentes sindicales los que los frenan, cuando deberían estar guiándolos y protegiéndolos.
¡Sólo con el fortalecimiento de la lucha de clases, con el fortalecimiento del sindicalismo combativo, los trabajadores podrán encontrar las herramientas y el coraje para anteponer sus vidas a las demandas de ganancias contra la arrogancia de los empleadores y del Estado!
Y de estas luchas, cada vez más fuertes y más amplias, también surgirá la protección real de la vida y la salud, posible sólo con la liberación del trabajo de las leyes económicas de la ganancia, con el derrocamiento revolucionario del capitalismo.