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La primeras víctimas de la burguesía independiente de Sudán (Il Programma Comunista, n. 5 de 1956) |
En los días en que Sudán proclamó su independencia, liberándose del yugo británico y eludiendo las expectativas del gobierno egipcio, que desde hacía tiempo esperaba anexarse el territorio del antiguo condominio anglo-egipcio, escribimos un artículo titulado “Detrás de la independencia de Sudán”. Entonces, ¿qué hay “detrás” de ella? Lo que hay es la subyugación y el sangriento exterminio del proletariado asalariado. Pero ya lo sabíamos incluso antes de que se tuvieran noticias de la masacre de Kosti.
Lo que nos distingue y nos separa de los falsos marxistas que han elevado la independencia nacional como resultado de la lucha de clases del proletariado, es que sabemos que la República burguesa independiente se funda sobre la sangre de los proletarios, los mismos que contribuyeron a su surgimiento luchando contra las fuerzas feudales. Ocurrió en Francia durante el siglo pasado; ocurre hoy que el movimiento para la fundación de repúblicas democráticas se desarrolla, en Asia y África, en formas de revuelta anti-colonial. La historia de clase no se deja desmentir: cada gobierno revolucionario burgués genera inevitablemente un Cavaignac − un asesino de proletarios que se ilusionan con obtener del gobierno burgués el reconocimiento de los sacrificios soportados por la causa de la revolución democrática nacional.
La prensa ha difundido los espeluznantes detalles del bárbaro exterminio. En Kosti, una localidad de la provincia del Nilo Azul, a unos 310 kilómetros de Jartum, la policía provocó la muerte por asfixia de 194 jornaleros agrícolas, que habían sido arrestados por el delito de resistencia a las fuerzas del orden y amontonados como bestias en angostos barracones. Un comunicado gubernamental informaba que las víctimas habían muerto “por asfixia derivada del calor y el amontonamiento excesivo”. Evidentemente, la policía sudanesa es aún joven, pero ya no tiene nada que envidiar, en cuanto a brutalidad y crueldad, a las más endurecidas policías de los países capitalistas avanzados.
¿Por qué habían sido encarcelados los trabajadores de Kosti? Para saberlo tuvimos que leer la prensa burguesa, ya que L’Unità, que suele conceder gran importancia y amplio espacio a los “servicios” provenientes de los países “liberados del yugo colonial”, nos pareció bastante escasa en detalles al respecto.
El cruel episodio ocurrió el 23 de febrero. Vino a concluir trágicamente la agitación que los campesinos de Kosti, muchos de los cuales son originarios del África Occidental Francesa, habían iniciado desde el 19 de febrero contra las sociedades agrarias de las que dependían. «Estos campesinos − leemos en Il Tempo − cultivan tierras fertilizadas y regadas, que son propiedad de sociedades agrarias. Los campesinos se negaban a entregar a los representantes de las sociedades la cosecha de algodón si no se aceptaban sus demandas formuladas ya desde hacía varios meses. La principal demanda − escribe siempre Il Tempo − era la institución de un control financiero sobre la administración de las sociedades por parte de personas cualificadas (sic), y la repartición del ingreso de la cosecha en un 60 por ciento para los campesinos y un 40 por ciento para los propietarios».
Al no obtener la aceptación de sus demandas por parte de las sociedades, los trabajadores decidieron suspender las entregas de algodón, esperando que el gobierno de Jartum interviniera como árbitro en la controversia. Pero el domingo 19 de febrero, las autoridades locales decidieron, a petición de los representantes de las sociedades, “afrontar de frente” la revuelta. En el conflicto subsiguiente, 22 trabajadores murieron por los disparos de la policía, otros 285 fueron arrestados y arrojados a los malditos barracones, donde, como se ha dicho, 194 de ellos encontraron, en la jornada del martes y doce horas después, una horrible muerte. La cifra de muertos causados por los enfrentamientos en las calles no es segura. L’Unità, que en tales casos tiende a inclinarse por la versión optimista, parecía conformarse con la cifra de 22 dada a conocer en el comunicado oficial.
En cambio, Il Tempo y otros periódicos recogen los datos proporcionados por la Unión de Campesinos del Nilo Azul, según cuya versión las personas muertas en las calles por la policía ascenderían a 150 muertos y unos 500 heridos. Evidentemente, L’Unità tendía a minimizar. De hecho, además de reducir la masacre a las dimensiones deseadas por el gobierno de Jartum, no dedicaba ni una sola palabra a atacar a las sociedades que gestionan las plantaciones de algodón sudanesas, ni siquiera las mencionaba, por lo que no se entendían las razones del conflicto y de las trágicas consecuencias al leer su servicio. Hay que deducir que los redactores del órgano del P.C.I. (partido comunista de Italia) solo se enfurecen cuando en las colonias o cripto-colonias saquean los monopolios estadounidenses del tipo de la infame “United Fruits Company”.
Está claro que la reciente novela de la amistad ruso-egipcia, consagrada por la apertura del intercambio de armas checoslovacas y rusas por algodón y arroz egipcio, aconseja a los sensibles diplomáticos de Via delle Botteghe Oscure a no ser crueles con gobiernos que, como el sudanés, Egipto intenta atraer a su órbita. No hay que olvidar que el actual régimen imperante en El Cairo lanzó en 1952 el ambicioso proyecto − ya acariciado por los gobiernos de Faruk − de un Estado unitario egipcio-sudanés, proyecto que fue apoyado por el partido unionista de Ismail al-Azhari, el actual jefe del gobierno de Jartum. Posteriormente, este partido tuvo que retractarse y convertirse en promotor, junto con otros partidos, de la independencia de Sudán.
La revuelta de Kosti, y el exterminio de trabajadores que resultó de ella, sigue de cerca la revuelta de las guarniciones militares de la provincia de Equatoria, ocurrida en agosto de 1955. Si la revuelta militar se ambientó en las regiones atrasadas del Sur, el reciente levantamiento que tuvo como epicentro Kosti − uno de los pocos centros de la incipiente industrialización y capital de una zona algodonera − se explica, y no parezca una paradoja, por el relativo grado de progreso social de la región.
El principal recurso económico de Sudán es el algodón, cuya producción en 1953 alcanzó la cifra de 870.000 quintales de fibra. El desarrollo de esta rama productiva ha sido posible gracias al riego artificial, que ha logrado grandes avances en las tierras aluviales de Gezira, que se extienden entre el Nilo Azul y el Atbara. Otros centros algodoneros son Kassala y Tokar, que se encuentran en la parte noreste del país, cerca de la frontera con Eritrea. Una tercera clase de plantaciones de menor importancia se encuentra en Kordofan y cerca de Dongola. El cultivo del algodón es la base del progreso de las regiones septentrionales del país, mientras que en las partes restantes la técnica agrícola sigue estando en niveles primitivos y se vale de medios rudimentarios. En el Sur faltan las grandes obras de la industrialización moderna, como lo son, en el Centro-Norte, la presa de Sennar, la represa del Nilo Blanco y las instalaciones hidráulicas para la canalización de las aguas de los ríos. Dicho sea de paso, la represa del Nilo Blanco fue construida con capital egipcio y la utilización de las aguas recogidas es un tema controvertido que perturba las relaciones entre El Cairo y Jartum.
El Sur, habitado principalmente por negros nilóticos y bantúes que aún siguen religiones fetichistas, condenado hasta ahora a un grave atraso económico y social, mira con recelo al Norte, habitado por árabes musulmanes, mucho más civilizados y dedicados a formas superiores de producción. Incluso, cierta prensa habla de dos Sudán: el sureño y el norteño. Que los temores de los sureños hacia los norteños, a quienes atribuyen la intención de transformar las regiones meridionales en una especie de colonia de explotación, no sean infundados se deduce de la forma en que las sociedades propietarias de las plantaciones de algodón del Centro-Norte reaccionan a las reivindicaciones salariales de sus dependientes. La asimilación de la moderna técnica productiva occidental, introducida en la agricultura y tímidamente infiltrándose en la industria − la poca que hay − no podía evidentemente dejar de acompañarse de la importación de las relaciones de producción capitalistas y de los métodos de represión social propios de la burguesía. Los trabajadores muertos asfixiados en las fétidas prisiones de Kosti son las primeras víctimas del capitalismo “republicano e independiente” de Sudán.
Los marxistas sostienen que, en las revoluciones anti-feudales − y, en su aspecto social, los movimientos anticoloniales son revoluciones anti-feudales y anti-bárbaras, al mismo tiempo que son revoluciones independentistas en su aspecto nacional − las fuerzas revolucionarias del proletariado deben, donde existan, colaborar con las fuerzas revolucionarias nacionalistas burguesas para derrocar el colonialismo extranjero y el feudalismo, en cualquier caso el pre-capitalismo local. Pero los marxistas no son en absoluto los teóricos del sacrificio de los proletarios en el altar de la república burguesa. Los revolucionarios proletarios apoyan la lucha contra el feudalismo y el pre-capitalismo en los países coloniales no en interés de la república democrática burguesa, sino, al contrario, en interés de su revolución de clase. La democracia burguesa es un paso obligado en el camino histórico del pre-capitalismo al socialismo, por lo que los comunistas marxistas consienten en pasar por ella, pero en pasar por ella, no en detenerse en ella.
El hecho que el gobierno de Jartum, que aún debe demostrar estar completamente libre de las influencias del imperialismo británico, tenga el mérito de dirigir, como puede, el movimiento de modernización de Sudán, no nos impide estar completamente del lado de los trabajadores de Kosti, tan bárbaramente suprimidos, y en contra de sus verdugos capitalistas de Jartum.