Partido Comunista Internacional Indices Africa



África gigante en marcha


(Il Programma Comunista, N° 2, 1959)

Si seguimos con entusiasmo el proceso de renovación en curso en África, Asia y −bajo aspectos diferentes− en América Latina, en rebelión contra la opresión económica asfixiante de Estados Unidos, no es solo por razones de estrategia política, sino también de polémica teórica. ¿A quién puede escapársele que la rebelión de las poblaciones más atrasadas de la Tierra contra los Estados de las naciones más desarrolladas pero explotadoras confirma la justeza de la doctrina marxista del materialismo histórico y asesta un golpe formidable al idealismo burgués y a sus subproductos? El argumento fundamental de los enemigos del marxismo es que la “ignorancia” del proletariado impide, e impedirá siempre, la organización de un Partido revolucionario capaz no solo de rebelarse contra la dominación de las clases “cultas”, sino de tomar la dirección del cuerpo social. Según el filisteo burgués, la dirección de la sociedad corresponde a las clases “depositarias” de la cultura −en efecto, en el régimen capitalista, el estamento intelectual es solo el sirviente dorado de la clase capitalista−, por lo que las clases trabajadoras, excluidas de la cultura, nunca podrían esperar derrocar el poder de clase que las domina. Pues bien, lo que está ocurriendo en las ex colonias prueba precisamente la falsedad de estos razonamientos.

No es desde la cultura que se llega al poder, sino al revés. Pueblos que, a pesar de un pasado notable o incluso glorioso de civilización, permanecían confinados en un atraso espantoso, he aquí que, expulsados los opresores colonialistas, avanzan a pasos agigantados hacia los anhelados logros de la cultura y la técnica moderna. Pueblos que hasta ayer estaban anclados en formas arcaicas de convivencia se levantan orgullosamente, y no hay duda de que pronto se pondrán a la altura de las arrogantes naciones “blancas”. Esto demuestra que incluso la cultura es un hecho de fuerza social, es decir, se conquista destruyendo los obstáculos de clase que impiden la difusión de los logros del saber y la convierten en monopolio de grupos sociales privilegiados. En los países “civilizados”, ¿qué impide a la clase obrera salir del “atraso” cultural? Su condición de clase explotada. El poder burgués, apropiándose incluso de las más pequeñas moléculas de energía vital de los asalariados y malgastándolas en un régimen de producción delirante, nunca permitirá a la clase obrera “conquistar la cultura”.

Habrá que romper los ordenamientos sociales capitalistas, arrojar al basurero el Estado nacional, iniciar la producción con criterios revolucionarios que supriman la esclavitud salarial y empresarial, para que el proletariado deje de ser un autómata social encadenado día y noche a las máquinas. Solo entonces, liberado de la condena del trabajo forzado asalariado, podrá “conquistar la cultura”, romper el monopolio que la clase burguesa detenta.

Estas consideraciones nos surgieron espontáneamente al leer los informes del Congreso Pan-africano celebrado en Accra, capital de la República de Ghana, del 8 al 13 de diciembre de 1958. Mientras la “cultura” de la decadente Europa se pudre y los recursos de los “intelectuales” están al servicio de la más infame de las reacciones, impresiona ver cómo hombres surgidos de pueblos que, según el repugnante racismo blanco, nunca podrían haberse levantado de una condición de bestias de carga, se levantan, piensan como hombres, dicen cosas que nunca saldrían de las bocas de los intelectuales locales, acostumbrados a ganarse la vida prostituyéndose al capitalismo.

Más que la personalidad de Kwame N'Krumah, el viejo luchador del anticolonialismo y primer ministro de Ghana, o de otros líderes del movimiento de independencia africano, del histórico Congreso emergió la figura de Tom Mboya, un joven de 29 años que dirige la Federación del Trabajo de Kenia. Sin querer hacer retórica, la asamblea escuchó en las fieras palabras de este hombre el espíritu de rebelión y el anhelo de justicia de un continente entero que durante más de cuatro siglos ha sufrido la más infame de las opresiones. Las intervenciones de Mboya confirmaron, por otro lado, que en el movimiento anticolonialista africano existen diferencias de corrientes y métodos, de las que ya hemos informado en otras ocasiones a nuestros lectores, y que la corriente revolucionaria es insuprimible.

El hecho de que la asamblea trabajara en una sala cuyas paredes estaban decoradas con pancartas que parafraseaban pasajes inmortales de textos marxistas, inspira simpatía y solidaridad por esos valientes combatientes de una causa justa. Una inscripción decía: “Pueblos de toda África, uníos. No tenemos nada que perder excepto nuestras cadenas”. Es el cierre del Manifiesto Comunista adaptado a la revolución democrático-nacional africana. Ahora sabemos bien que esta no tiene ni puede tener como objetivo inmediato el socialismo. Pero también sabemos que las supervivientes islas de comunismo primitivo, observables en la propiedad colectiva de la tierra, aun ampliamente difundida en el continente, pueden imprimirle un curso susceptible de facilitar en el futuro la unión entre la revuelta nacional de los pueblos africanos y la revolución anticapitalista del proletariado internacional.

El Congreso representó un hito en la historia de la nueva África. Nunca antes había ocurrido un evento similar en la historia del continente. Con razón Kwame N'Krumah pudo exclamar al abrir los trabajos: «Mi orgullo de africano desborda al ver a tantos compañeros de armas que siempre han luchado por una África libre y unida, reunidos aquí, en territorio africano libre, por primera vez en la historia de nuestro continente negro».


Pasado y presente

En otras ocasiones, el movimiento independentista africano ha dado lugar a importantes conferencias. Pero ninguna había alcanzado el nivel del Congreso de Accra, que realmente asumió una representatividad continental y −hecho mucho más importante− definió claramente las posiciones políticas de las corrientes en las que se diferencia el movimiento. Participaron delegados de movimientos políticos, asociaciones sindicales y partidos de 25 países en los territorios del continente, por lo que puede decirse que la asamblea tuvo un carácter pan-africano. Este hecho muestra cómo el movimiento revolucionario africano ha hecho enormes progresos en los últimos tiempos y cómo en los pueblos del continente se hace cada vez más clara la conciencia del gran cambio histórico en curso.

Cuando Kwame N'Krumah, continuando su discurso, exaltaba el espíritu unitario de los “combatientes por la libertad” africana, no hacía retórica. Solo los ciegos pueden no ver que el colonialismo ha llegado a su agonía extrema y que pronto toda África será libre. «La unidad debe ser la piedra angular de nuestras acciones. Todas las energías deben dedicarse a la constitución de un amplio frente nacional de partidos políticos con la misma base: la pronta liberación de los países sometidos, la liquidación del colonialismo, la liquidación del imperialismo, la liquidación del racismo y de las luchas entre tribus. No permitamos que las potencias coloniales nos dividan para aprovecharse de nuestras disensiones; no olvidemos nunca que nuestro continente fue conquistado porque nuestros pueblos estaban divididos. África debe ser libre en el espacio de vida de nuestra generación. Esta década es la década de la independencia de África».

No es de hoy que repetimos que el mayor acontecimiento histórico después de la revolución socialista de 1917 es el trastorno que, al final de la segunda carnicería mundial, puso en movimiento a los pueblos afro-asiáticos. El proletariado revolucionario no puede menos que hacer suyo el deseo de que los próximos diez años vean la expulsión de los opresores colonialistas de África, herederos no degenerados de los antiguos mercaderes de esclavos que en otro tiempo zarpaban de los puertos atlánticos de Europa. Pero nadie, y los mismos delegados al Congreso lo sabían perfectamente, puede ilusionarse con que la lucha emprendida pueda desarrollarse en condiciones que no sean de extrema dureza, como lo demuestra la masacre permanente perpetrada por los franceses contra los pueblos de Argelia y Camerún, la feroz política de discriminación racial que afrikáners y colonos ingleses llevan a cabo en Sudáfrica, Rhodesia y Kenia, la ultra-reaccionaria política colonial de los fascistas portugueses de Salazar en Angola y Mozambique. Pero el peor enemigo está representado, no tanto por las tradicionales rivalidades entre tribus que retrasan la formación de grandes entidades estatales, como por las corrientes colaboracionistas que minan el movimiento, sumándose a la insidiosa política de “reformas” proclamada por los gobiernos de las metrópolis colonialistas: en resumen, por los estratos sociales, afortunadamente no determinantes, que expresan intereses particulares ligados a los monopolios colonialistas, y por los políticos insertos en la maquinaria burocrática de la administración colonial.

Ya en otra importante conferencia, el Congreso de Bamako (20-25 de septiembre de 1957), los partidarios de una acción enérgica contra el colonialismo habían logrado afirmar el principio federal frente al ala tendencialmente colaboracionista, que sostenía el principio opuesto del unionismo, es decir, de la unión de los diversos territorios, erigidos en organismos estatales autónomos, con la metrópoli colonial. Se celebraba entonces el Congreso del Rassemblement Démocratique Africain, una gran formación política que afilia a varios partidos y movimientos del África Occidental francesa. Contra las esperanzas de los representantes del ala moderada, encabezada por el presidente del RDA Houphouët-Boigny, ya ministro de Mollet y de De Gaulle, los delegados de tendencia radical se levantaron para criticar la línea política del movimiento. Mientras Houphouët-Boigny se declaraba satisfecho con la ley marco como un gran logro del movimiento, sus colaboradores (d'Arboussier, Sékou Touré) replicaban que la reforma institucional así promovida solo se justificaba si se interpretaba en sentido federalista. De hecho, en manos de sus autores, la famosa “loi-cadre”, proclamada por la socialdemocracia francesa como una panacea para las contradicciones provocadas por el colonialismo, apuntaba, incitando al particularismo local, a esa “balcanización” del África Occidental que Léopold Senghor, el líder de la Convención Africana de Senegal, fue el primero en denunciar.

Entre las tesis opuestas surgió un conflicto que pareció desembocar en una escisión, porque Houphouët-Boigny se retiró de la sala. Es cierto que luego accedió a permanecer al frente del RDA; pero se trataba de una solución artificial y esto se vio en la época del referéndum gaullista sobre la Constitución francesa. El RDA se alineó a favor de la “comunidad franco-africana”, pero no pudo evitar fracturas y, finalmente, la proclamación de la independencia de Guinea por parte de Sékou Touré.

Pocos meses antes, el 18 de febrero de 1958, los delegados de los tres principales partidos africanos, es decir, el RDA, la Convención Africana de Léopold Senghor y el “Movimiento Socialista Africano” de Lamine Guèye, firmaron en París un documento que sancionaba su fusión en un gran partido unitario, luego llamado “Partido del Reagrupamiento Africano”. Programa mínimo de la nueva formación, que cumplía un voto expresado en el Congreso de Bamako, la revisión de la ley marco y el reconocimiento de una mayor autonomía a los gobiernos de los territorios del África Occidental y Ecuatorial francesa (AOF y AEF).

Así se forjó un instrumento de lucha que satisfacía la necesidad de unidad y la necesidad de enfrentar las maniobras divisionistas de las autoridades colonialistas tendentes a perpetuar las actuales divisiones administrativas de los territorios; pero aún se recurría a fórmulas de compromiso. Prevaleció el ala conservadora del movimiento, según la cual no se debe llegar a la ruptura de los lazos con Francia, pudiéndose obtener la independencia en el marco de la “comunidad franco-africana”.

Del 25 al 28 de julio de 1958, es decir, dos meses después de la llegada al poder de De Gaulle, el frente común de los partidos nacionalistas celebró su primer Congreso en Cotonou, en Dahomey. Los 350 delegados aprobaron por unanimidad una moción que pedía a Francia el reconocimiento inmediato de la independencia de los pueblos del África Negra, pero reiteraba la vieja tesis de la indisolubilidad de los lazos entre la metrópoli y las posesiones de ultramar. Hay que tener en cuenta estos hechos para comprender cómo el régimen gaullista logró el golpe del referéndum. Es lícito pensar que Francia no habría arriesgado la carta de la “consulta” a las poblaciones africanas si la dirección conservadora y pro-francesa del partido del Reagrupamiento Africano no hubiera demostrado poder influir en el electorado. Pero el RDA parece estar en crisis, mientras se fortalecen otros partidos, como el PAI (Partido Africano de la Independencia), que se oponen a la política de colaboración.



(Il Programma Comunista, N° 3, 1959)

El Congreso de Accra coincidió con un giro importante en la historia del continente. El referéndum gaullista del 28 de septiembre no se cerró de manera del todo satisfactoria para Francia: dio lugar a transformaciones políticas que han cambiado el mapa político del continente, aunque al menos por ahora no ponen en crisis la dominación colonial.

La clamorosa secesión de Guinea, que votó contra la conservación de los vínculos con Francia y optó por la independencia, tuvo su epílogo lógico el 2 de octubre, fecha de la proclamación de la República. Otros territorios, aunque permanecieron en el ámbito de la “comunidad franco-africana”, optaron por la tercera fórmula constitucional prevista en el referéndum (statu quo, Departamento de ultramar, Estado asociado). De este modo, se formaron los nuevos “Estados” de Sudán, Senegal, Gabón, Mauritania, Chad y el Congo Medio, que del 24 al 29 de noviembre se proclamaron Repúblicas. Un poco antes, el 14 de octubre, Madagascar, que durante 62 años había sufrido una pesante dominación colonial, volvió a ser independiente, aunque de manera formal.

Ciertamente, la independencia de los nuevos “Estados asociados” no tiene nada en común con la independencia efectiva obtenida por Guinea y, antes que ella, por Ghana. Hay más. La apresurada decisión de los dirigentes locales de dar a territorios, cuyas delimitaciones fronterizas han servido hasta ahora a los intereses de la potencia dominante, la forma sospechosa de “Estados” independientes, amenaza con favorecer el proceso de “balcanización” de África, es decir, la división del continente en una pléyade de pequeños Estados débiles e indefensos, divididos además por las candentes cuestiones irredentistas que sin duda saldrían a la luz si les tocara a gobiernos “nacionales” resolver los problemas étnicos creados deliberadamente por el colonialismo.

Se sabe que, desde la época del Congreso de Berlín, se han erigido barreras políticas artificiales entre pueblo y pueblo, entre tribu y tribu, y en el seno mismo de las naciones y las variedades raciales. Evidentemente, solo un gran organismo estatal de base federal sería capaz, además de iniciar el no fácil proceso de industrialización, de asegurar la coexistencia pacífica de los pueblos y las lenguas. Muy a menudo, en el pasado, los mismos líderes que pretenden permanecer fieles a Francia han discutido la apasionante cuestión de los Estados Unidos de África. Pero el primer paso hacia esta gran meta debía ser dado por quienes han comprendido que la condición indispensable para la unificación política del continente y la constitución de grandes entidades estatales africanas es la conquista de la independencia completa.

El anuncio dado el 23 de noviembre de 1958 sobre la proclamación de la federación entre los jóvenes Estados de Ghana y Guinea marcó verdaderamente un hito en la historia moderna del continente. La iniciativa llegó en el momento oportuno. Era necesario afirmar el ideal pan-africano, mientras el colonialismo y sus acólitos amenazaban, como un último acto de venganza, infligir al continente una plaga como la fragmentación estatal, que estrangularía cualquier intento de sacar a los pueblos africanos del atraso y la terrible miseria que los aflige.

Los congresistas de Accra evitaron todo eufemismo, hablaron con franqueza revolucionaria, rechazando los chantajes y los engaños de los colonialistas. Conscientes de que la independencia por sí sola sería una conquista ilusoria si no iba acompañada de la unificación de los territorios liberados en formaciones estatales federadas, demostraron así comprender plenamente las leyes del desarrollo de la economía moderna, que tiende a superar los estrechos límites nacionales; coherentemente, aprobaron una moción en la que se afirma que el objetivo final de las naciones africanas es la creación de una comunidad de Estados independientes de África. Por lo tanto, no “comunidades” afro-europeas, es decir, la perpetuación de la inferioridad colonial africana detrás de la pantalla de falsas “uniones” con las metrópolis imperialistas, sino una Federación Africana de Estados Independientes. Era hora de denunciar de una vez por todas el engaño unionista.

La moción prevé la constitución de cinco agrupamientos federales. Una federación de los países costeros del Golfo de Guinea, desde Senegal hasta Camerún (de hecho, hasta ahora se ha constituido, bajo los auspicios de Senghor, una “Federación de Malí” que comprende solo dos Estados costeros del África Occidental francesa, es decir, Senegal y Dahomey, y dos situados en el interior y sin salida al mar, es decir, Alto Volta y el ex Sudán francés (de este organismo, que retoma el nombre del antiguo y glorioso Imperio de Malí, hablaremos en otra ocasión). Una segunda federación que incluiría Mauritania, Sudán, Alto Volta, Níger y Chad. Una tercera con Sudán Oriental, Etiopía y Somalia. Una cuarta con Kenia, Uganda y Tanganica, a la que eventualmente se uniría Nyassa. Y una federación formada por Ubangi-Shari y el Congo Medio. El futuro dirá cuánto de este grandioso programa podrá realizarse. No se puede subestimar, de hecho, la conspiración de enormes potencias en marcha contra la independencia africana y el hecho de que aún existen influyentes organismos políticos que siguen directrices que facilitan las maniobras desestabilizadoras de las autoridades colonialistas. Pero estamos seguros de que, al final, el poder colonial será completamente erradicado de la tierra africana y sobre sus ruinas surgirá una África independiente. Más que la decadencia objetiva de la dominación colonial y las contradicciones insolubles en las que está envuelta, esta certeza nos viene de la demostración de fuerza y firmeza que el Congreso ha dado al mundo.

En un punto de la declaración final se dice: «La Conferencia condena y señala con ignominia el sistema del colonialismo y del imperialismo en los territorios coloniales británicos y franceses, que ha adoptado las formas más extremas y salvajes en Argelia, Camerún, África Central, Kenia, Sudáfrica, los territorios portugueses de Angola, Mozambique, las islas de Príncipe y Santo Tomás, donde la población indígena vive bajo un régimen de fascismo colonial; denuncia el despojo de los derechos humanos y democráticos proclamados por la Carta de las Naciones Unidas; denuncia la segregación racial, el sistema de reservas y otras formas de discriminación racial y la barrera del color; denuncia el trabajo esclavista en territorios como Angola, Mozambique, el Congo Belga, África Meridional y Sudoccidental; denuncia la política llevada a cabo en territorios como África Central y la Unión Sudafricana, que basan en la doctrina racial de la discriminación la dominación de la minoría sobre la mayoría; denuncia la confiscación de las mejores tierras de los africanos en beneficio de los colonialistas europeos; denuncia la militarización de África y el uso del territorio africano para fines militares, especialmente en Argelia y Kenia».

Palabras similares nunca antes habían resonado en una asamblea africana; muestran cómo los delegados de Accra lograron superar las vacilaciones y titubeos que otras reuniones interregionales habían manifestado en cuanto a la definición de los principios y el programa del movimiento independentista. No en vano Nkrumah declaró con orgullo que, por primera vez, el estado mayor pan-africano de la “larga guerra” por la independencia y la unidad se reunía para «elaborar juntos, planificar el asalto final al imperialismo y al colonialismo y realizar los cuatro grandes objetivos pan-africanos: la libertad e independencia de todos los pueblos, la consolidación de los nuevos Estados, la unidad y la comunidad entre los Estados africanos libres, la reconstrucción económica y moral del continente».


¿Legalidad o violencia?

Pero el trabajo de la Conferencia se volvió aún más importante cuando se pasó a discutir los métodos de lucha. ¿Lucha legal o lucha armada? De este debate emergió la fuerte personalidad de Mboya, el joven sindicalista de Kenia que presidía el Congreso. No dudó en contradecir al propio Nkrumah, quien, a pesar de su compromiso con la causa de la independencia africana y el intenso trabajo político que había realizado para su triunfo, se oponía al principio de la lucha violenta. Evidentemente, en él influye la situación particular de la ex Costa de Oro, convertida en República de Ghana tras una lucha intensa marcada por huelgas y manifestaciones, y que culminó en un largo proceso de negociaciones con la potencia ocupante. Pero también es claro que la doctrina de la no violencia no puede ser aceptada por los africanos que viven bajo regímenes de represión militar abierta, y fue Mboya quien reivindicó el derecho a la acción revolucionaria. No es casualidad que la tendencia revolucionaria del movimiento estuviera representada por un delegado de un país, Kenia, que en años anteriores había librado una valiente lucha contra el colonialismo británico, particularmente opresivo y expoliador, dejando en el campo de batalla 24.000 muertos, mientras otros 160.000 negros eran arrojados a campos de concentración y prisiones.

Lamentablemente, no se dispone de las actas de la Conferencia y hay que conformarse con los informes periodísticos, pero lo que se recoge del discurso de Mboya es suficiente para dar una idea clara de las tendencias políticas del ala más radical del movimiento pan-africano. Él dijo, en polémica con Nkrumah: «Los movimientos de liberación no pueden renunciar a la lucha, incluso armada, incluso violenta, cuando es a la violencia, a la represión armada, a lo que recurren los imperialistas para frenar y destruir la lucha de los pueblos africanos por la independencia y la unidad».

Hablamos al principio de las causas que determinan el progreso cultural. La prueba indirecta de que las viejas clases dirigentes del Occidente burgués están en plena decadencia es que hay que ir a África para escuchar palabras como estas. Sin audacia y honestidad intelectual no hay progreso cultural. Pero, ¿en qué conferencia europea o americana los grandes cerebros de la “civilización blanca”, sobrecargados de cultura, son capaces de actos de coraje intelectual como los realizados por oscuros combatientes de las sabanas africanas?

«La espada flameante y la palabra envenenada de los colonialistas que en el pasado nos subyugaron –dijo Mboya– son hoy difíciles de usar. La espada flameante se ha embotado, la palabra envenenada se ha revelado falsa y los africanos han aprendido a tomar el antídoto de la verdad. Pero las potencias imperialistas no sueltan su presa y adoptan una nueva técnica. Las uniones reemplazan a los imperios y las esferas de influencia se han convertido en parte integral de las Madres Patrias, sin identidad nacional. La lógica pervertida del colonialismo quiere que los argelinos sean franceses».

El líder africano no podría haber dado en el blanco con mayor precisión. ¡La lógica pervertida del capitalismo imperialista! Es absolutamente cierto que la “civilización blanca” está podrida precisamente en aquella parte que constituía su orgullo: la capacidad intelectual. El fermento de la revolución burguesa se manifestó en Europa, en siglos pasados, en los ataques a las supersticiones y los ídolos de la cultura dominante. El hecho de que los pueblos de color sean ahora capaces de penetrar en la esencia del imperialismo, de levantarse y derribar los ídolos ideológicos de las burguesías occidentales, sin que estas puedan reaccionar de otra manera que con la represión bestial y el asesinato en masa, es otra prueba de que una gran revolución está en marcha en continentes que antes fueron sede del colonialismo más descarado.

No menos drástica fue la intervención del delegado del Frente de Liberación Argelino: «La elección de la forma de lucha contra los colonialistas no depende de los pueblos oprimidos. La violencia reside en la naturaleza misma del colonialismo y del imperialismo». A su vez, el representante de la “Unión de las Poblaciones de Camerún”, al apoyar la necesidad de respaldar la lucha de los insurgentes argelinos, afirmó: «Nuestros compatriotas continuarán luchando con las armas en la mano, y sería ridículo para nosotros hablar de no violencia, ya que el propio colonialismo se basa en la violencia y no hay más que un medio para liberarse de él».

La firme defensa del principio revolucionario frente a la corriente moderada, partidaria de la “acción pacífica”, no fue en vano. La Conferencia, al afirmar en la resolución final la tesis de que la independencia puede lograrse por medios pacíficos, aceptó incluir en el documento una frase clave redactada así: «La Conferencia otorga igualmente su apoyo a todos aquellos que se ven obligados a emplear métodos violentos para enfrentar los métodos brutales con los que son mantenidos en sujeción y explotación».

Entonces, se puede concluir reafirmando que el Congreso de Accra, al dar una medida probatoria de la madurez intelectual y política de las poblaciones africanas, del equilibrio y al mismo tiempo del gran coraje de pueblos considerados por el filisteísmo dominante como bestias, marcó un hito en el camino del continente. África era un gigante de inmensa fuerza y riquezas inagotables, que yacía abatido y hambriento. Ahora se puede decir con certeza que es un gigante en marcha.