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La Cuestión Colonial

África geofísica - Reseña de la historia de África - Estados históricos de África - El vil colonialismo belga


(“Programma Comunista”, n. 10, 1959)


Un compañero del grupo encargado de esta sección tomó la palabra después de la parte inicial de la primera sesión dedicada a la introducción general al tema ruso. En su exposición, presentó a los presentes un gran mapa del continente africano, con el objetivo, en relación con el vasto estudio que se ha llevado a cabo durante años en estas páginas sobre las grandes luchas modernas de los pueblos no europeos, de tratar de manera directa la situación general de África.

En este campo, los marxistas revolucionarios se proponen combatir, como lo han hecho durante cien años, uno de los aspectos apologéticos de la mentirosa civilización capitalista, que presenta las brutales guerras y conquistas coloniales de la raza blanca como la vía natural para hacer avanzar a la humanidad (incluso hacia el socialismo) mediante la sustitución de la forma burguesa por las formas pre-burguesas en los continentes descritos como “bárbaros”. Con este fin, la historia convencional difundida en los países y por las clases dominantes de raza blanca ha falsificado durante siglos todo lo que se sabe sobre la evolución real de los pueblos “de color”.

Desde que el marxismo reescribe la historia de las sociedades humanas, sustituyendo los lugares comunes que la tejen sobre nombres de líderes, monarcas, pueblos elegidos y milagros divinos por lo que explica la serie de formas sociales basadas en las relaciones económicas, también se desmonta la construcción de la cadena de “civilizaciones” de las que la raza europea tendría el monopolio, y aquella, aún más absurda, de la misión otorgada a esa raza de trasplantar su civilización más allá de los mares y en otros continentes, utilizando los medios que el marxismo demostró que fueron los únicos sobre los que se fundó la grandeza capitalista: saqueo, pillaje, exterminio, esclavización e intoxicación de poblaciones generosas y sanas.


África geofísica

Para demostrar que África tuvo su propia historia de formas sociales y que no esperó a que los blancos la abrieran, con el cañón o con la cruz, en los últimos siglos, es necesario estudiar las condiciones en las que estas sociedades poco conocidas surgieron y se desarrollaron.

Las condiciones primarias son las geofísicas, aunque lejanas leyendas sugerentes —muchas veces más cercanas a la ciencia que a la fantasía mítica— nos llevan a pensar que en algún momento esas condiciones fueron diferentes a las actuales y que solo su degeneración nos hace creer ingenuamente que allí no podrían haberse formado las estructuras humanas de las que disfruta Europa, y de las que nuestra crítica enseñó que, más que disfrutar, aún sufre ferozmente.

Hoy, el balance en los tiempos históricos de las condiciones geofísicas africanas las muestra en gran medida desfavorables para un buen asentamiento de la especie humana y para las comunicaciones fáciles entre los primeros grupos de la especie, que en otros lugares facilitaron lo que el lenguaje común llama con términos cómodos la cadena de difusión de la civilización.

Todas esas condiciones son, en cambio, positivas en el bloque continental euroasiático, cuya estructura siempre ha favorecido las migraciones y los desplazamientos de pueblos que, a través de las mismas conquistas e incluso las invasiones exterminadoras de razas vencidas, aceleran el desarrollo de la sucesión de formas sociales, como ocurrió con la llegada de pueblos lejanos al círculo altamente evolucionado del Imperio Romano.

La estructura física de África tiene características opuestas a las de Europa y Asia. Basta considerar la configuración y el diseño de las costas, el tipo de altimetría, y luego tener en cuenta las condiciones climáticas, debidas en primer lugar a la diferencia de latitud.

En Europa, costas recortadas, mares mediterráneos, en estos, como en las costas oceánicas, golfos de todos los tamaños, y para completar la fácil entrada desde el mar hacia la tierra (el hombre es el primer animal terrestre que cruza los mares), llanuras costeras en las que desembocan y fluyen ríos a menudo bien navegables. En estos tipos de territorios surgieron los primeros asentamientos humanos hasta los primeros Estados (Nilo, Éufrates y Tigris, Ganges e Indo, Río Amarillo y Azul, luego las series de penínsulas y golfos de toda Eurasia...). Las montañas están lejos de estas costas fáciles e invitantes al desembarco y la estancia; forman, se podría decir, una sola línea desde la roca de Gibraltar hasta el Estrecho de Bering, que en unos pocos miles de años las colectividades humanas también aprenderán a cruzar. Coronas de islas complementan estas costas y en los caprichosos mares mediterráneos y en los mismos océanos que encierran la nobilísima Eurasia.

Miremos ahora el mapa de la maciza y desgarbada África. Si se tuviera el tiempo de calcular el “radio medio”, estableciendo la relación entre el perímetro bañado y el territorio, ya dos frías cifras degradarían al difamado continente. La misteriosa África es una casa con las puertas cerradas. Frente al Estrecho de Gibraltar se levanta el macizo del Atlas, que para los antiguos sostenía el mundo. El Estrecho de Bab el Mandeb, a su vez, tiene frente a sí un país escarpado e inhóspito, entre el acrópolis etíope y el desierto somalí. No queda para los invasores más que la unión que más tarde el hombre impaciente cortará en Suez, y por allí pasaron las fuerzas que de alguna manera unieron el norte de África con la historia del resto del mundo. Pero si examinamos un poco más al sur el continente, veremos de qué obstáculos geofísicos se compone. Primero, el inmenso desierto que no se puede cruzar sin llevar agua, el primer elemento de la vida; luego, la selva de lluvias ecuatoriales, impenetrable por la excesiva humedad que enfrenta al hombre con especies vegetales y animales mucho más poderosas que él. Hay grandes ríos, pero su característica es que a poca distancia relativa de la desembocadura están interrumpidos no tanto por cascadas abruptas como por largas series de cataratas y rápidos, intransitables por agua y por las orillas escarpadas. Esto se debe a que África, en lugar de tener costas muy bajas, tiene mesetas muy altas a las que, por los motivos mencionados, los valles no dan paso. No hay cadenas montañosas como en Europa, derivadas de los primitivos plegamientos geológicos a lo largo de líneas marcadas en la corteza terrestre, sino unos pocos enormes picos volcánicos aislados como el Kenia y el Ruwenzori. En la costa hacia el Océano Índico, que tiene solo la isla de Madagascar, la meseta maciza está muy cerca y sin accesos. En el lado Atlántico, las costas parecerían más bajas, pero su linealidad, que no tiene ensenadas, se suma al obstáculo para el desembarco cercano dado por las “barras” o elevaciones longitudinales del fondo submarino que impiden acercarse. Los desembarcos en las islas desoladas y áridas del sur del Atlántico están a cientos de kilómetros de la tierra.

Si la historia está dada por la lucha de la especie humana contra la naturaleza, se explica que en África esta haya sido más dura, más larga y sin la posible ayuda de la experiencia de otros grupos venidos de otros continentes. No hay científicamente ninguna necesidad de suponer una inferioridad cualitativa de partida de la raza negra, como hace la ignorancia burguesa.


Reseña de la historia de África

Sin embargo, incluso aceptando la cronología convencional, se puede afirmar que la historia viene de África y que la primera salida de la barbarie prehistórica viene de África. Es de hecho una noción común a todos que la salida de la barbarie prehistórica está dada por la aparición de un Estado administrativo. Nosotros, los marxistas, aunque no identificamos el Estado administrativo, que es una forma social y colectiva indudable, con las primeras filas de nombres, reyes y dinastías, queremos señalar que el Estado y la civilización estatal no nos inspiran más simpatía que la barbarie pre-estatal. En cualquier caso, el ejemplo africano es el de Egipto, del que conocemos milenios antes de Cristo, que en las escuelas supera no solo a Grecia y Roma, sino también a India, China, Asiria y Persia.

No nos preocuparía la afirmación de que la raza que pobló el norte del valle del Nilo podría haber sido asiática. Las últimas investigaciones parecen mostrar que las dinastías faraónicas más antiguas fueron negras, y por lo tanto se puede negar que la casta o clase dominante fuera no africana.

Lo que interesa es el alto grado de desarrollo de esa civilización antiquísima, que en parte aún nos es desconocido, como muestran las investigaciones sobre las sugerentes medidas dadas a las Pirámides. La organización también económica del Estado fue necesaria para dominar la hidrografía del curso del Nilo y hacer fértiles y habitables sus riberas. Después de que las inundaciones periódicas dejaran su precioso limo, los cultivadores regresaban y la tierra se redistribuía en los antiguos límites. Es sabido que de esto surgió la primera agrimensura, con las ciencias que se llaman trigonometría, geometría y en general matemáticas, mucho antes de que los caldeos fundaran la astronomía. Otro elemento es el primer descubrimiento del papel (papiro), medio de producción para toda técnica y burocracia estatal. Pero las colosales obras hidráulicas y monumentales fueron aseguradas por una verdadera industria estatal, cuyos trabajadores, según la leyenda, no eran esclavos embrutecidos; eran artesanos inteligentes que la dirección debía alimentar bien, y existía una asistencia sanitaria organizada para esas masas productoras.

Hemos dicho por qué solo el norte de África estuvo expuesto a las invasiones de Asia (y desde el mar, siendo también mediterránea). Una primera vez los faraones fueron derrocados en 1788 antes de Cristo, quizás por invasiones semíticas. En 666 antes de Cristo fue el asirio Asurbanipal quien conquistó Egipto, y desde entonces se sucedieron los dominadores extranjeros: persas, macedonios y griegos, hasta los Ptolomeos sucesores de Alejandro, romanos, etc.

Sin demasiada fortuna, el norte de África no se quedó fuera de la gran historia. Tuvo una gran ciudad-Estado comercial y militar: Cartago. Pero no fue instituida quizás por una raza autóctona, porque fue fundada por navegantes y colonos fenicios, venidos de Tiro, por lo tanto asiáticos. Sin embargo, es bien sabido que Cartago rivalizó con Roma y formó un ejército terrestre que invadió y ocupó España desde el Estrecho de Gibraltar, conquistando con Aníbal la misma Italia. Si Roma —prueba de que las civilizaciones avanzan con medios atroces— destruyó Cartago demostrando que para alcanzar el fin de acabar con el enemigo estatal incluso la traición es una técnica normal, ya que aprendió de su enemigo la técnica y el equipamiento de la guerra naval, desde el tiempo de las naves rostradas de Cayo Duilio, y pudo así llevar la guerra a África.

El vencido una vez más roba y explota la sabiduría del vencedor postrado; y África sucumbió una vez más a Europa.

Que no se hable de inferioridad e incivilización e incultura lo demuestra no solo el desarrollo de las ciencias en Egipto después de que Grecia fuera vencida por Roma, sino también la importancia que el noroeste de África tuvo en los primeros siglos del cristianismo, después de que este movimiento social más que vigoroso se impusiera al Imperio Romano. La Gnosis, nueva filosofía y ciencia cristiana, que marca una época, aparte de toda crítica tonta desde el ateísmo burgués, tuvo su sede con las escuelas de Agustín y Tertuliano en Cartago reconstruida y Útica, y en ese entorno grande fue el desarrollo del norte de África, que hoy De Gaulle busca bautizar.

Tal civilización no fue borrada por la invasión de los vándalos, ni por la dominación posterior de Bizancio, que con Belisario supo expulsarlos. Desde el 700 un nuevo personaje histórico llega desde Asia, el Islam, y se instala en todo el norte de África. La población local de origen no claro, que hoy llamamos bereber, ya tenía una organización, y fiera fue su lucha contra los nuevos invasores árabes; aunque en los siglos que siguieron se produjo una fusión que tuvo primero un valor religioso y luego político. Pero también el islamismo se explica como un hecho, más que fideísta, político y social, y como una nueva forma económica, terrateniente y militar, además de comercial, mientras que la Europa de la época no tenía nada mejor en todas las esferas de la actividad humana: Tomás y Dante aprendieron a Aristóteles y la tradición grecorromana de los comentaristas alejandrinos.

No necesitaremos narrar la ulterior conquista islámica en España y Europa y el peligro corrido por Carlomagno y sus paladines, para conceder que la gran franja norte del continente africano entró con plena ciudadanía y paridad de glorias en la historia europea.


Estados históricos de África

Nos queda deshacernos del intento de expulsar de la historia todo el resto de la inmensa África, que tiene el propósito de reducir a los africanos del sur al rango de monos y bestias que sea lícito cazar como caza mayor, como los civilísimos indios de las dos Américas.

Pues bien, también estas partes de África, antes de que la bestialidad europea abriera sus infames parques de caza de carne humana, especias preciosas, marfil, oro, metales, diamantes, supieron tener una historia, tuvieron Estados organizados que con reyes y emperadores administraron territorios inmensos y gestionaron fabulosas riquezas, y que vivieron hasta la época en que en Europa se formaban las monarquías centralizadas sobre la molecularidad del feudalismo.

Las primeras de estas formaciones estatales tuvieron su sede alrededor de las costas del gran Golfo de Guinea, ángulo recto cóncavo en la masa continental, y en el valle del gran río Níger, que también tiene un curso en ángulo recto; de este a oeste y luego de norte a sur hasta el vértice del Golfo.

Ghana, del que tenemos vagas noticias de los caravaneros árabes que encontraron sus fastuosas tradiciones, era desde el 300 quizás después de Cristo una verdadera ciudad-Estado, una polis en el sentido griego. Luego la ciudad se convirtió en capital de un territorio inmenso que llegaba hasta el lago Chad, y formaba un monumental complejo urbano del que el tiempo ha erosionado las ruinas. Las ciudades más modernas son Tombuctú, Ségou y Gao, que incluso hoy están bien localizadas. Ya existía un comercio transcontinental caravanero, y las formas sociales parecen haber sido el cultivo en común de la tierra y el matriarcado. Encuentro histórico, pues, entre las bellas formas tribales primigenias, predilectas de la literatura marxista, y la moderna unidad de territorio.

El más reciente imperio de los Almorávides data de 1076, y, además de haber conquistado la antigua Ghana, se extendió hasta España. Se trataba de una potencia o dinastía islámica, es cierto, pero ya en España habían estado los “moros” con los anteriores Omeyas; y fue un negro, Tarik, quien en 711 desembarcó allí desde Gibraltar.

Desde 1230 se tienen noticias del imperio de Malí, que extendió su dominio a todo el Sudán. En 1433 tomó Tombuctú a los bereberes Tuareg. Este rico Estado dinástico estaba muy desarrollado, tenía arquitectos y poetas insignes, una universidad anexa a la gran Mezquita cerca de Tombuctú. En 1324 la pacífica caravana con la que el gran emperador Mansa Musa se dirigía a La Meca tenía un efectivo de sesenta mil personas y llevaba enormes cantidades de oro en barras y en polvo con miles de esclavos porteadores. Sale de los límites de este estudio definir la estructura social, que quizás era de tipo feudal, y fijar la relación entre razas y clases sociales y la burocracia y clero dominante.

En los últimos siglos de su historia, el gran imperio Songhai, una dinastía negra conquistadora y no árabe, tuvo como organizador del ejército y del Estado al gran emperador Askia, que era entonces uno de los más poderosos del mundo. Estábamos, con Askia el grande, en el año del descubrimiento de América.
Los piratas blancos se preparaban para saquear el mundo negro. El imperio de Gao fue derrocado por una expedición del sultanato de Marrakech, que contaba con Inglaterra como cómplice en esta empresa.
Siguió la infame historia de las invasiones europeas que encontrarían su momento. Las huellas de la civilización con barcos y armas, a la que el oportunismo socialista también ha rendido homenaje en los últimos tiempos, reviven en aquellos países afortunados cuya riqueza y fertilidad son destruidas por el avance del desierto. La forma capitalista de explotación es la deforestación; donde antes había ciudades grandiosas y campos exuberantes, vuelve la arena árida; la misma arena que tal vez un día sepultó las huellas de civilizaciones miles de años más antiguas, de las que llegó el extrañísimo eco al viejo Platón, que parafraseó la leyenda de pueblos no sólo ricos, sino buenos y sabios, y que se esconden por doquier entre las sombras insultantes de la prehistoria.


El vil colonialismo belga

Cuarenta y cinco años han pasado desde que las oleadas de retórica repugnante, que utilizaban la tortura del inocente pueblo belga para avivar las llamas del chovinismo imperialista, los marxistas de izquierda nos opusimos al argumento de las nefastas atrocidades contra los pobres negros del Congo.
Sobre este punto, un camarada belga hizo una interesante comunicación, de la que se puede hacer aquí una breve mención.

Reservando para un estudio más general, ya iniciado, el tratamiento histórico de la colonización blanca del Congo, aportó algunos datos sobre los acontecimientos que, como se recordará, tuvieron lugar en Léopoldville. Este no es tanto un centro industrial como comercial, que en el curso de 20 años ha atraído a su círculo de 40 a 150.000 negros del interior, que se hacinan en las horribles aglomeraciones periféricas −los bidonvilles−, no lejos de los confortables, limpios y ultralujosos barrios blancos, y encuentran empleo principalmente en el puerto.

Esta masa, que no puede definirse como propiamente asalariada, vive de ocupaciones ocasionales y está sometida a una explotación intensiva, sin la protección de que gozaba en mayor o menor medida en las tribus de origen; constituye, por tanto, un foco de inquietud que las autoridades belgas contemplan con gran ansiedad. A ella, el “civilismo” Belga no ha dado más que trabajo y miseria, con el apoyo providencial de las Misiones, tanto católicas como protestantes, dispensadoras de “consuelos espirituales” y, sobre todo, de invitaciones a la resignación.

Contrariamente a lo que escribió la llamada prensa informativa después de los sucesos de enero, el partido Abako, lejos de expresar los sentimientos sublevados del proletariado modesto y de las clases bajas indígenas, es en realidad una agrupación colaboracionista infiel a las Misiones Católicas, y sus exponentes han sido invitados ahora a Bélgica, donde vagan libremente para “educarse” en el manejo de la democracia, y volver luego a dispensar sus “beneficios” en la patria. Más coherente en el plano anticolonialista es el partido kibangista, que ya había surgido en 1921, y que no rehúye la lucha insurreccional, por lo que es duramente combatido y perseguido por las autoridades belgas: su estructura predominantemente clandestina lo convierte en un importante punto de apoyo para el movimiento de la gente de color, mientras que las Misiones protestantes, aliadas de los católicos en el servilismo hacia las autoridades coloniales, pero en competencia entre sí en el plano de la evangelización, intentan controlarlo a través de la ramificada red de su organización. Anti-colaboracionistas, porque no están contaminados por las corrientes y tradiciones socialdemócratas, son hasta ahora los sindicatos.

Este conjunto de elementos hace pensar que, a pesar de los esfuerzos del gobierno metropolitano, la situación congoleña tenderá a radicalizarse cada vez más: por una parte, Léopoldville actúa como un imán sobre la población negra del campo y, al centralizar masas considerables de ésta en barrios suburbanos, la empuja inexorablemente hacia formas de lucha violenta; por otra parte, la explotación ejercida por las autoridades políticas y los empresarios blancos y el trabajo de flanqueo realizado por las Misiones no pueden sino actuar en el sentido de desplazar la revuelta instintiva de los pueblos negros hacia un plano anti-colaboracionista e insurreccional.

Será tarea de los camaradas belgas proporcionar una documentación completa del presente y del pasado del colonialismo en la “perla de la corona del rey Balduino” y encuadrar la lucha de los negros super-explotados del Congo en el movimiento anti-imperialista general, aunque todavía no exista ninguna posibilidad objetiva de su conexión con los levantamientos de clase del proletariado metropolitano.