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"La Izquierda Comunista" n° 13 - noviembre 2000
– LAS TESIS DE LA IZQUIERDA (XI): Proyecto de tesis presentado por la Izquierda al III congreso del P.C. de Italia, Lyon, 1926 (2a parte)
– LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES: [ 1 - 2 - 3 - 4 ] Colosal Confluencia de las luchas del proletariado y de su constitución en partido revolucionario (Primera parte, 1864-1866 - Una joven Clase Obrera que se abre paso desafiando a las Burguesías viejas o impotentes).
– ¿ES POSIBLE LA BALCANIZACIÓN EN LA UE?
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: Conflicto imperialista en ambos frentes contra el proletariado y la revolución (I) [ 1 - 2 - 3 - 4 - 5 ]
Noticiario
– FRUCTÍFERA REUNIÓN DE TRABAJO DEL PARTIDO EN NÁPOLES

 
 
 
 
 
 
 
 



LAS TESIS DE LA IZQUIERDA (XI)
Proyecto de Tesis presentado por la Izquierda
al III congreso del P.Comunista de Italia
(Tesis de Lyon, enero-1926)
(2a Parte)
 
 
 
 
 



LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES COLOSAL CONFLUENCIA DE LAS LUCHAS DEL PROLETARIADO Y DE SU CONSTITUCIÓN EN PARTIDO REVOLUCIONARIO
[ 1 - 2 - 3 - 4 ]












Primera Parte (1864-1866) - Una joven Clase Obrera que se abre paso desafiando a las Burguesías viejas o impotentes

1. Repetita iuvant; 2. Su Majestad Inglaterra; 3. La cuestión alemana; 4. El lassalleanismo en Alemania; 5. Una clase internacional en formación; 6. Origen de la Asociación; 7. Lo que la Internacional quería ser; 8. El sufragio universal; 9. La Guerra de Secesión Norteamericana; 10. Importancia de las luchas económicas; 11. Desarrollo en Europa; 12. Marx, el marxismo, la Asociación; 13. La Asociación y las luchas obreras; 14. Imperialismo en Europa; 15. La guerra austro-prusiana.
 
 

1. Repetita iuvant

Este trabajo no pretende reescribir una historia orgánica de la Primera Internacional a la manera historiográfica; nuestra intención por el contrario es la de señalar las etapas de la constitución de la clase obrera en partido político ya que consideramos que cualquier avance del proletariado hacia su emancipación puede dar al futuro partido revolucionario mundial ejemplos históricos y lecciones fundamentales, confirmaciones y puestas a punto doctrinales. Por eso en este trabajo incorporamos intencionadamente citas de Marx y Engels, tanto de sus escritos de aquella época como de su correspondencia, puesto que en ellos se identifica la tradición del Partido Comunista de entonces y de hoy y la crítica revolucionaria de las mismas relaciones capitalistas que queremos sepultar históricamente.

El marxismo es la doctrina IMPERSONAL de una clase y no el producto del cerebro de un individuo genial o iluminado. Escribíamos en 1952: «La historia la hacen los hombres, pero ellos saben muy poco porqué la hacen y cómo la hacen. Pero por lo general todos los "fanáticos" de la acción humana, y los que se burlan de un cierto automatismo fatalista, por una parte son quienes acarician – en su propio foro interno – la idea de tener dentro de su cuerpo al HOMBRE predestinado, y por otra parte además de no entender nada no pueden comprender que a la historia no le afecta lo más mínimo el que ellos duerman o se agiten como obsesos» ("Las patas a los perros", en Battaglia Comunista n° 11).

El hecho de que volvamos a repetir cosas ya repetidas cien veces, tanto respecto a la Asociación Internacional como a sus enemigos, no se debe a que no tengamos otra cosa que hacer en este negro periodo, sino simplemente porque, según el marxismo, la teoría es la primera de las armas que hay que usar para destruir esta infame sociedad. Las armas verdaderas y propias vendrán después y sólo sirven cuando existe una teoría que las sepa dirigir. El mismo Marx consideraba que El Capital era el mejor proyectil dirigido hasta entonces por el proletariado contra la respetable normalidad burguesa.

La repetición de la "lección habitual" sobre la Primera Internacional no es para el partido una operación ritual ni casual. El partido tiene la tarea primaria de entregar al proletariado, en un mañana nuevamente iluminado por el resplandor de la revolución, todo el corpus de su doctrina histórica, la única que puede guiar a la clase trabajadora en ese difícil tránsito, intentando evitar los deletéreos y trágicos errores del pasado. Que el partido dedique una parte considerable de sus fuerzas a la precisación teórica está determinado por factores muy superiores al partido y está perfectamente en línea con la tradición de la Izquierda revolucionaria. El partido defiende hoy el programa, latente en la especie humana, de una futura sociedad comunista, necesidad que hoy, después de ochenta años de contrarrevolución triunfante, es tanto más fuerte cuanto más lejano se presenta. El partido para su trabajo utiliza la potente lente del materialismo histórico, mediante la cual puede conocer la sociedad actual y el camino para poderla abatir.

Esta relación es el resultado de una voluntad y un trabajo colectivos, no pretende "descubrir" nada clamoroso u original; su único objetivo es el de aportar a la conciencia operante del partido las numerosas y significativas enseñanzas de un ciclo fundamental de luchas proletarias y de afirmaciones doctrinarias como el que trazó durante su breve existencia la Asociación Internacional de los Trabajadores.
 

2. Su Majestad Inglaterra

Cuando Marx escribió en 1850 Las luchas de clase en Francia de 1848 a 1850, partió en su análisis de las relaciones sociales y de producción de la Francia de la época, de la crisis económica hasta las diversas formaciones de clase presentes en el país. Puesto que no es nuestra costumbre dejar en el aire los argumentos tratados demos comienzo a esta novela de clase haciendo especial hincapie en las relaciones económicas, sociales y políticas de la época, así como en el ambiente en el que se movió la Asociación durante sus casi diez años de existencia.

El año de la fundación de la Asociación, en 1864, el capitalismo había alcanzado su madurez en Europa y en Estados Unidos, y había puesto las bases para su negación dialéctica. El incremento mundial de la producción industrial alcanzaba una velocidad media del 5,4% anual. Inglaterra destacaba sobre todos los demás, alcanzando el grado de industrialización más alto de todo el globo así como el más amplio imperio colonial, gracias al cual obtenía todas las materias primas indispensables para su propia maquinaria productiva. La intensidad cualitativa de la industrialización inglesa, o sea la relación entre producción industrial y población (ver Il corso del capitalismo mondiale nella esperienza storica e nella dottrina di Marx 1750-1990) alcanzó en 1870 la respetable cifra del 1878%, es decir tres veces superior a la estadounidense, alemana o francesa.

La madurez capitalista de Inglaterra se encuentra también en el hecho de que la actividad agrícola era, ya en aquella época, relativamente poca cosa en comparación con la industria: puede constatarse, por ejemplo, que entre 1841 y 1861 la población activa en la agricultura descendió del 28 al 24 por ciento. Inglaterra era el país en el que la mayoría de la población pertenecía al proletariado. Al ser la nación más fuerte y sólida, Inglaterra tenía una concentración de capitales mucho mayor que en los demás países. En el formidable Mensaje Inaugural de la Asociación redactado por Marx se indica que «3.000 personas más o menos, reparten entre sí una renta anual de cerca de 25 millones de libras esterlinas, suma mayor que la total distribuida anualmente entre todos los trabajadores de Inglaterra y Gales».

Pero Inglaterra, al mismo tiempo que era la vanguardia burguesa del mundo, era la autora de una política internacional tendente a alianzas con las viejas potencias feudales, con el fin de frenar a las nuevas fuerzas concurrentes del naciente capitalismo: un ejemplo lo tenemos en el apoyo inglés a los estados del Sur en la Guerra de Secesión Americana. En nuestra revista en lengua italiana Comunismo n° 35, señalábamos que: «Inglaterra estaba llevando a cabo un papel revolucionario desde el punto de vista económico, y un papel conservador desde un punto de vista político» (Orígenes e historia de la clase obrera inglesa).

La expansión económica de 1864, impulsada entre otras cosas por el descubrimiento de oro en California y Australia, y el sucesivo ciclo de expansión relativa no podían cancelar el recuerdo de las crisis sufridas veinte años antes con recesiones periódicas que quitaban a la burguesía la máscara de la invencibilidad. Marx tenía ya muy clara la fragilidad económica que se halla en la base del capitalismo.

Una crisis especialmente aguda explotará en 1866, dos años después de fundarse la Asociación, para ampliarse más tarde en 1870. En 1866 Inglaterra tendrá un incremento productivo nulo, cifra que bajará incluso al -3,1% el año siguiente. Francia, también en una fase recesiva, alcanzará en 1870 un decrecimiento productivo del 6,9% (todos estos datos están recogidos en el Corso...).

Por lo tanto si bien estos años no son aún los de un capitalismo en declive, ya muestran sus taras y la incapacidad de poder progresar hasta el infinito. La relativa efervescencia se encuentra en el hecho de que todavía no había completado su difusión por todo el planeta ni tan siquiera en Europa.

Veamos las condiciones generales de otros Estados europeos. Prusia, pese al desarrollo constante de sus fuerzas productivas, presentaba un carácter feudal en muchos aspectos. Desde 1859 había iniciado su camino hacia el capitalismo, el cual se verá definitivamente facilitado por la unificación alemana finalizada en 1871. Mucho más fuerte desde el punto de vista capitalista era la Francia de Napoleón III, que poseía además un proletariado urbano muy combativo.

Rusia estaba entre las naciones aún feudales y el capitalismo allí tenía un carácter embrional; no obstante resultaba decisiva a nivel internacional debido a su condición de baluarte de la reacción. De allí emanaba el falso ideal del paneslavismo y en su nombre Rusia había ahogado en sangre en 1863 la revolución por la independencia polaca. No obstante hay que señalar que desde la década de los 60 del siglo pasado el capitalismo estaba penetrando en la sociedad rusa, si bien no gracias a la clase burguesa, como en Prusia, sino por intervención directa del estado zarista.

El comunismo marxista apoya los movimientos de liberación nacional y las revoluciones burguesas en tanto que no han conseguido los objetivos que les son propios: de esta forma la AIT, desde su fundación, apoyará tanto a la Unión de los Estados del Norte presididos por Lincoln, como la insurrección polaca contra Rusia, así como a la burguesía alemana en su lucha contra la aristocracia a favor de la unidad nacional o las luchas por la unificación italiana. Los comunistas apoyarán todo esto, pero no en aplicación de un principio patriótico o cosas por el estilo, sino porque consideran que la victoria burguesa sobre el feudalismo es el resultado indispensable para poner las bases del progreso de las fuerzas productivas que deberá preparar el terreno a la toma del poder por parte del proletariado a nivel internacional.
 

3. La cuestión alemana

En la primera mitad del siglo XIX Alemania estaba dividida en multitud de pequeños estados. En 1859 Prusia, el más grande y poderoso de todos ellos, iniciaba una política de expansión en la región con el objetivo de constituir una nueva gran nación en contraposición al Imperio Austrohúngaro, Francia y Rusia.

En la visión marxista la unificación alemana habría constituido un factor positivo para la revolución ya que habría permitido a Alemania desarrollar su potencialidad capitalista, lo cual habría barrido inexorablemente todo el viejo orden feudal. Alemania no había tenido una revolución burguesa como Francia o Inglaterra: la clase burguesa había entrado en escena de un modo servil y poco decidido contra la aristocracia terrateniente y militar, los junkers. Cuando intentó la acción revolucionaria para abatir el antiguo orden feudal, pronto se retractó de sus belicosos propósitos iniciales, debido al temor hacia la clase proletaria y los campesinos a los que había incitado a la insurrección.

La esperanza de nuestros maestros era que el proletariado consiguiese expresar una fuerza tal como para impulsar a fondo la revolución burguesa dando de este modo un empuje radical a la estructura económica y social alemana, independientemente de la capacidad de la burguesía.

No obstante será el aristócrata Bismarck quien guie el proceso que, entre 1859 y 1871, haga entrar a Alemania en la liza capitalista. Al igual que en Rusia el capitalismo penetrará en Alemania sin el concurso de una verdadera y propia clase burguesa, apoyándose directamente en el aparato del estado, todavía formalmente feudal y reaccionario.

En 1864, por lo tanto, Alemania no era todavía un país completamente capitalista: la clase aristocrática estaba todavía en el poder y, si bien se orientaba hacia los intereses burgueses, seguía siendo el elemento reaccionario que frenaba el libre desarrollo social y económico. El problema a afrontar por lo tanto era cómo se debía comportar la clase obrera alemana ante el choque aristocracia-burguesía. Los marxistas han tenido desde siempre una posición muy clara a este respecto, pero en Alemania las influencias lassalleanas y sindicalistas creaban la confusión entre los proletarios ante la pregunta ¿aristocracia o burguesía?.

Engels había intervenido en esta cuestión con su trabajo La cuestión militar prusiana y el partido obrero alemán, escrito al calor de la discusión en Prusia sobre la reforma del ejército. Sobre la cuestión burguesía-aristocracia Engels afirma claramente que el proletariado alemán debe apoyar a la burguesía para que esta última pueda ser abatida un día por el proletariado. «Para el partido reaccionario la existencia de burguesía y proletariado es una espina clavada en el costado. Su existencia se basa en el hecho de que el moderno desarrollo social se vea de nuevo anulado o al menos frenado. En caso contrario todas las clases superiores se irán transformando gradualmente en capitalistas, todas las clases oprimidas en proletarios, y así irá desapareciendo el partido reaccionario (...) La máquina de vapor, los telares mecánicos, la maquinaria agrícola, los ferrocarriles y los telégrafos eléctricos (...) destruyen progresiva e inexorablemente todo residuo de situaciones feudales y corporativas, y sustituyen todos los pequeños choques sociales heredados del pasado por uno solo, de alcance histórico universal, entre capital y trabajo (...) En la medida en que tiene lugar esta simplificación de los contrastes entre las clases sociales aumenta el poder de la burguesía pero aumenta en una medida todavía mayor el poder, la conciencia de clase, la capacidad de victoria del proletariado».

De esta estupenda cita se deduce la correcta táctica marxista: puesto que la revolución proletaria es más fácil tras una revolución burguesa victoriosa sobre el feudalismo, al proletariado le interesa apoyar la emancipación burguesa, allí donde sea posible. Afirmar esto era en aquel entonces importante ya que la burguesía luchaba por su emancipación en muchas naciones: Alemania, Rusia, España y Europa sudoriental. Pero esta táctica hay que situarla en su contexto histórico: basta con pensar, por ejemplo, que en Italia el ordinovismo de Gramsci propuganaba un frente único contra Mussolini considerando su despotismo como una tentativa de restauración feudal, tesis que la Izquierda liquidó fácilmente: el último baluarte del feudalismo en Europa había sucumbido en 1917 en Rusia.

Engels insiste en su escrito acerca de la necesidad de que el proletariado alemán sea totalmente autónomo de la burguesía radical constituyendose en partido propio: «El proletariado se convierte en una potencia desde el momento en que se forma un partido obrero autónomo, una potencia a la que hay que tener en cuenta». Un proletariado es efectivamente fuerte cuando lucha por la defensa de sus propias condiciones de vida, sin aceptar los falsos dones que los gobernantes le prometen: "los dones se aceptan con la espada en la mano".

Entre los objetivos contingentes que el proletariado alemán habría debido obtener mediante una lucha de clase abierta, estaba la obligación del servicio militar, genuina reivindicación revolucionaria burguesa.

Según Marx y Engels el proletariado alemán debía fijarse como objetivo inmediato en Alemania la aprobación del derecho de coalición. Escribe Marx en una carta a Schweitzer del 13 de febrero de 1865: «En Prusia, y en general en Alemania, el derecho de coalición es una grieta dentro del dominio policial y el burocratismo, hace pedazos el ordenamiento servil y la economía feudal en el campo (...) Está fuera de toda duda que caerá la funesta ilusión de Lassalle acerca de una intervención socialista por parte del gobierno. Hablará la lógica de las cosas. Pero el honor del partido exige el rechazo a tales quimeras, antes incluso de que se demuestre su vacuidad».
 

4. El lassalleanismo en Alemania

Las simpatías del proletariado alemán se dividían entre el comunismo científico de Marx y el socialismo reaccionario de Lassalle, gradualista y oportunista. Pese a su largo exilio en Inglaterra, entre los obreros alemanes Marx era considerado fundamental para el movimiento: a la muerte de Lassalle, en 1864, le propusieron que aceptara la dirección de la Asociación Alemana de los Obreros y en noviembre de 1864 la Asociación General de los Obreros Alemanes propone a Marx y a Engels colaborar en su órgano oficial Der Sozial-Demokrat. Aceptaron ya que el periódico berlinés todavía no estaba permeado totalmente por el lassalleanismo y podía ser recuperado para una línea revolucionaria.

En diciembre, antes de que el Sozial-Demokrat fuese confiscado por la policía, fueron muy frecuentes los artículos de Marx contra Lassalle, acusándole de colaborar con Bismarck. En la corrupción pequeño burguesa de muchos miembros de la Asociación residirá uno de los motivos de las dificultades de la Asociación Internacional para desarrollarse en Alemania. Según Marx solamente en Renania la Asociación podía encontrar unas bases sólidas y revolucionarias. En febrero Marx y Engels cortaron cualquier tipo de relación con Sozial-Demokrat.

La influencia de las tesis lassalleanas, tan criticadas por Marx y Engels, sobre los obreros planteará serios problemas hasta el final. Ferdinand Lassalle en realidad había muerto un mes antes de la fundación de la Asociación, pero los errores asociados a su nombre le sobrevivieron, determinando durante muchos años algunas graves escisiones y degeneraciones dentro del movimiento alemán.

La primera ruptura seria entre los nuestros y Lassalle tuvo lugar a finales de los años cincuenta del siglo XIX y tuvo como origen la actitud a tomar ante la guerra entre Francia y Austria, guerra en la que los dos Estados se jugaban la suerte de la unificación italiana. Marx y Engels afirmaban que la victoria austriaca reforzaría la reacción bloqueando la progresiva unidad de Italia; pero, al mismo tiempo, una victoria de Napoleón III permitiría una futura guerra contra Rusia: por lo tanto los comunistas no deberían apoyar a ninguno de los contendientes. Para Lassalle, que razonaba desde un punto de vista prusiano y no internacionalista, Francia representaba en el conflicto al liberalismo, el progreso y la civilización moderna, al contrario que Austria, feudal y reaccionaria.

Pero sobre todo el error de Lassalle residía en la afirmación de que en la Alemania de entonces, "frente al proletariado" todas las demás clases formaban "una sola masa reaccionaria", situando así al mismo nivel a la aristocracia feudal, a la burguesía y a las clases medias. El marxismo respondía asegurando que la victoria de la burguesía sobre la aristocracia era un paso fundamental hacia la revolución proletaria, como se afirmaba claramente en el Manifiesto de 1848. Una vez que la burguesía ha tomado el poder y puede de esa manera perseguir sus propios intereses, se convierte en una clase reaccionaria que debe ser abatida.

Fuera de toda dialéctica histórica, Lassalle consideraba al Estado como un ente autónomo de toda relación social y de producción: en lugar de aceptar los nuevos descubrimientos de la teoría proletaria, retrocedía decenios enteros rescatando del olvido el pensamiento idealista de Hegel y Fichte. El Estado, entidad por encima de las leyes sociales, debería, según Lassalle, intervenir directamente en la liberación del "pueblo" mediante la instauración de cooperativas de producción (de las cuales nacería después la sociedad socialista) y de una escuela popular y gratuita para todos. Marx respondía que el Estado de Lassalle no era otra cosa que el Estado democrático burgués que siempre se ha presentado como el defensor del así llamado pueblo. La misma palabra "pueblo" no es un término usado en el lenguaje comunista revolucionario ya que el comunismo pone en evidencia las diversas clases que lo componen y sólo defiende a una parte del mismo, la clase proletaria, contra la otra.

Marx, en 1875 en la Crítica al programa de Gotha, afirmará sarcasticamente: «Y si no se tenía el valor de pedir la república democrática no se debería haber recurrido al ardid, que ni es "honesto" ni "digno", de exigir cosas a un Estado que no es otra cosa que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía; y encima asegurar a este Estado que uno se imagina poder conseguir eso de él por "medios legales".

Nuestra despiadada doctrina opone tanto a la dictadura como a la democracia burguesas la violencia subversiva contra el Estado, destruyéndolo y sustituyéndolo con la dictadura proletaria: la dictadura burguesa y la democracia son para los marxistas dos formas distintas de gobierno, ambas emanan de los intereses burgueses y deben ser destruidas. Este programa de Lassalle sobre el uso del Estado burgués como vía pacífica al socialismo no quedará olvidada en las estanterías de las bibliotecas, ya que será en primer lugar la bandera del revisionismo de la Segunda Internacional, y después de los partidos nacional-comunistas en el siglo XX, tanto estalinistas como, y peor aún, antiestalinistas.

Lassalle además colocaba la lucha de clase sobre un exclusivo plano nacional, mientras el marxismo siempre ha declarado que el proletariado tiene una naturaleza y un horizonte internacionales.

La culminación de todas las falsas interpretaciones lassalleanas es su escasa visión acerca de la sociedad socialista. Los lassalleanos consideraban el socialismo como "la organización colectiva del trabajo social con un justo reparto del fruto del trabajo". El socialismo desde el punto de vista marxista es otra cosa muy distinta. Nuevamente en la Crítica del Programa de Gotha, Marx pone en evidencia la pobreza de contenido del concepto "reparto justo": ¿no es cierto que muchos partidos burgueses luchan por un reparto de la riqueza menos injusto? El socialismo no se reduce a un reparto justo del producto en partes iguales para todos. El socialismo es sobre todo un nuevo modo de producir, significa la abolición del trabajo asalariado, se distingue cualitativamente y no cuantitativamente del capitalismo y su salario "más justo".
 

5. Una clase internacional en formación

En los distintos países europeos la estructura social influenciaba de manera determinante las ideologías y los programas políticos.

Dado que en la visión marxista precisamente el país más fuerte desde el punto de vista capitalista lleva en su seno en mayor medida el germen de la futura sociedad socialista, en 1864 Inglaterra podía ser considerada como la base principal para la vanguardia proletaria. En El Capital Marx escribirá: «En Inglaterra el proceso de subversión se puede tocar con la mano. Una vez alcanzado un cierto nivel, no podrá dejar de influenciar al resto del continente, y su desarrollo adoptará formas más brutales o más humanas según el grado de madurez de la misma clase obrera». Más tarde añadirá: «Si la gran propiedad terrateniente y el capitalismo son características clásicas de Inglaterra, por otra parte, las condiciones materiales para su destrucción son aquí las más maduras» (El Consejo General al Consejo Federal de la Suiza Francesa, 1870).

Aunque era numéricamente más fuerte, Marx y Engels consideraban que el proletariado inglés era menos combativo que el francés. Continúa: «Los ingleses tienen todo el material necesario para la revolución social. Lo que les falta es el espíritu de generalización y el ardor revolucionario. Solo el Consejo General (de la AIT) está en grado de suministrarselo, acelerando de este modo el movimiento verdaderamente revolucionario en este país, y en consecuencia por todas partes (...) Inglaterra no puede ser tratada como un país más. Debe ser tratada como la metrópoli del Capital».

El interés que Marx dedicó al proletariado inglés se debía principalmente al hecho de que, aparte de ser el capitalismo inglés el más desarrollado, era el proletariado más alejado de las sugestiones de las ideologías pequeño burguesas. El proletariado francés, más combativo, por el contrario conservaba en su seno posiciones proudhonianas, reflejo del menor progreso alcanzado por el capitalismo francés y de su composición social, que comprendía a una extensa pequeña burguesía.

Pero la AIT nacerá como un movimiento abiertamente supranacional, que no se limitaba exclusivamente a Francia y a Inglaterra. En Alemania, dividida en aquella época en diversos estadillos el mayor de los cuales era Prusia, el proletariado era numéricamente exiguo respecto a los demás componentes sociales; y junto a las clases del naciente capitalismo aparecían con prepoderancia y sólidas raices las viejas y reaccionarias estructuras feudales. Esto determinaba desviaciones del proletariado según las ideas de Lassalle, reaccionarias pese a ir teñidas de socialismo.

Italia, respecto a Alemania, presentaba una situación diversa. La escasísima difusión numérica de la clase proletaria no facilitaba la aceptación del programa marxista. Por el contrario la existencia de una miriada de componentes sociales muy distintos (nobles, burgueses, pequeños burgueses, artesanos, asalariados, campesinos propietarios, aparceros, jornaleros, estudiantes, intelectuales, artistas, etc) facilitaba la difusión de las ideas anarquistas de Bakunin que, a diferencia del marxismo, se dirigían indistintamente a todas las clases y sectores sociales.

Este complejo cuadro, junto a la inmadurez teórica del movimiento, explica las diferencias ideológicas dentro de la AIT. La línea marxista coexistirá con otras tendencias, primero de todo porque no había podido demostrar a través de la experiencia histórica viva su relación con los acontecimientos; segundo porque las distintas escuelas justificaban su presencia en representación de sectores de la clase obrera que todavía no estaban proletarizados, y todo ello era el reflejo de las diversas situaciones económico-sociales en la Europa de la época.

Las luchas de clase se reanudaron en 1862, tras un largo reflujo desde 1848. Inglaterra obviamente fue la más involucrada: de manera resuelta se opuso el proletariado inglés, en la primera mitad de los años 60 al apoyo militar de Inglaterra a los Estados del Sur en la guerra de secesión norteamericana. La intención del gobierno inglés de apoyar militarmente a los propietarios de esclavos, fue respondida por el proletariado con su solidaridad con los estados antiesclavistas del Norte. Desde 1863, con la explosión de la revolución en Polonia, sofocada sangrientamente por el ejército zarista, el proletariado inglés había intentado colaborar con los revolucionarios polacos. Además se mostraba muy activo respecto a la cuestión irlandesa y se oponía ferozmente a los métodos terroristas utilizados por el imperialismo británico contra los movimientos de liberación irlandeses. Tenemos por tanto un periodo agitado de luchas contra Su Majestad Inglaterra en el bienio anterior a la Primera Internacional, con un proletariado que había demostrado feacientemente estar en grado de oponer a la burguesía sus razones de clase.

En los quince años precedentes el proletariado inglés había vencido en la dura batalla por la conquista de la ley de la jornada de 10 horas. A pesar de la ley, y no solo en Inglaterra, las condiciones de los obreros estaban al límite de lo soportable, y la misma jornada legal de 10 horas era papel mojado ya que no la respetaban los capitalistas. A este respecto Marx añadirá a El Capital el testimonio de un inspector de fábrica de la época: «El beneficio extra que se puede realizar parece una tentación demasiado fuerte para que muchos fabricantes lo puedan resistir. Cuentan con la posibilidad de no ser descubiertos, y calculan que, aunque lo fuesen, dada la escasa cuantía de las multas y los gastos de los juicios, siempre saldrían ganando». La explicación de Marx a "esta anomalía de una ley no respetada" es muy clara: «Estas leyes moderan el impulso del Capital a exprimir la fuerza de trabajo sin miramientos ni medida, mediante la limitación obligatoria de la jornada de trabajo por parte del Estado; pero este Estado está dominado conjuntamente por los capitalistas y los terratenientes». Marx demostrará la falsedad de las leyes burguesas a través de numerosos ejemplos en los cuales la jornada laboral superaba las 10 horas, alcanzando las 16,18,20 e incluso, en algunos casos ¡las 24 horas continuas! Y todo esto se hacía incluso con las mujeres y los niños.

Hoy, en el año 2000, seguimos constatando que la masacre continúa realizándose con los mismos sistemas y con la misma intensidad feroz, y además con una productividad inmensamente superior a la de entonces, por parte de una burguesía decidida a no permitir que su propia crisis desemboque en la reanudación revolucionaria.

Contra todo esto, en 1862, el proletariado se enfrentó mediante la lucha de clase: para ello necesitaba una organización internacional que unificase sus luchas aisladas. Un burguesucho de aquella época, un tal Charles de Remusat, contemplando el desastre de su mundo, debía admitir en 1863 en la "Revue des Deux Mondes": "Parece que sólo se salvará la clase obrera".
 

6. Origen de la Asociación

La ocasión para fundar la Asociación fue la derrota de la revolución polaca y la consiguiente voluntad del proletariado inglés de defender a los insurgentes de las persecuciones zaristas. Los trabajadores londinenses se dirigieron en primer lugar al primer ministro Lord Palmerston con una petición de apoyo incluso militar a la causa polaca, a lo que siguió un llamamiento a los trabajadores de París pidiéndoles una acción común.

Fundada oficialmente el 28 de septiembre de 1864, la Asociación Internacional de los Trabajadores se planteó como misión unificar las luchas obreras que surgían por toda Europa, por encima de razas y naciones, con vistas a una posible y próxima toma del poder por parte de la clase obrera.

La Asociación agrupaba a organizaciones de defensa obrera de Europa y América. Estas estaban inspiradas y dirigidas por trabajadores de diversos credos políticos: marxistas, tradeunionistas, proudhonianos, lassalleanos, mazzinianos, anarquistas.

Al nacer la Asociación fue nombrado inmediatamente un Comité, provisional, en el cual fue elegido Marx. El 5 de octubre, en su primera sesión, se encargó al Comité la redacción de un programa político para la Asociación. Redactado en ausencia de Marx, que no pudo participar, el programa presentaba claras influencias mazzinianas y patrióticas, de matriz extra-proletaria. El 18 de octubre, en una posterior sesión del Comité, Marx sometió el programa a una severa crítica y propuso un borrador redactado por él del Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, aprobado por unanimidad.

En ese Manifiesto Marx hace un recorrido en primer lugar a través de la historia de las luchas obreras desarrolladas desde 1848 a 1864, poniendo de manifiesto que las condiciones objetivas de los trabajadores han ido empeorando con el paso de los años. El Manifiesto es lapidario acerca del progresismo burgués: «Ni el perfecionamiento de las máquinas, ni la aplicación de la ciencia en la producción, ni el descubrimiento de nuevas comunicaciones, ni las nuevas colonias, ni la creación de nuevos mercados, ni el libre cambio, ni todas estas cosas juntas están en grado de suprimir la miseria de las clases trabajadoras».

A pesar de la relativa calma social impuesta en ese último ventenio del siglo, el Manifiesto pone en relieve las dos significativas conquistas obtenidas por el proletariado inglés. La clase obrera había obtenido la ley de las 10 horas laborables: Marx señala acerca de esta gran victoria del proletariado: «por vez primera la economía de la clase media sucumbió completamente frente a la economía de la clase obrera». La otra gran conquista del proletariado había sido el experimento de las cooperativas teorizadas por Owen: su utilidad no consistía en dar un paso hacia la economía socialista ni mucho menos hacia la Revolución, pero demostraron que era posible la producción a gran escala sin la presencia de un patrón burgués. Su fracaso dió nuevos argumentos a favor del materialismo histórico liquidando como utopías las teorías que preveían una transformación gradual de la economía capitalista hacia el socialismo.

En el Manifiesto Inaugural Marx debió, como indica en una carta a Engels, exponer el punto de vista comunista en modo tal que pudiese ser aceptado. «Era imposible – comentará Riazanov en Marx y Engels – usar el lenguaje enérgico y revolucionario del Manifiesto Comunista (...) El Manifiesto Comunista se escribió en nombre de un pequeño grupo de revolucionarios y de comunistas destinado a un movimiento obrero todavía demasiado joven. Ya entonces los comunistas subrayaban que no colocaban ningún principio particular con la intención de imponerlo al movimiento obrero, sino que se esforzaban únicamente en aclarar dentro del movimiento los intereses del proletariado de todos los países, independientemente de la nacionalidad. En 1864 el movimiento obrero había crecido notablemente, adquiriendo un carácter de masas, pero desde el punto de vista de la conciencia de clase estaba claramente rezagado respecto a la vanguardia revolucionaria de 1848. Su nuevo estado mayor, en nombre del cual escribía Marx, estaba igualmente rezagado con respecto a aquella vanguardia».

Marx además fue el encargado de escribir los Estatutos. En ellos la Asociación se proclama como «centro de coordinación y cooperación entre las sociedades obreras existentes en los diversos países» declarando que su único objetivo «la emancipación de la clase obrera no debe tender a constituir nuevos privilegios y monopolios de clase, sino a establecer para todos derechos y deberes iguales acabando con todo predominio de clase». Además los Estatutos afirman que «el dominio económico sobre el trabajador por parte de quienes detentan los medios de trabajo, o sea las fuentes de vida, es la primera causa de la esclavitud en todas sus formas, de toda la miseria social, de todo prejuicio espiritual y de toda dependencia política», estableciendo finalmente que «la emancipación económica de la clase obrera es por consiguiente el gran objetivo al que debe subordinarse como medio todo movimiento político».

El órgano representativo era el Consejo General, elegido en el seno de la Asociación. Estaba compuesto de elementos en su mayor parte proletarios. Hermann Jung escribirá, respecto al Consejo, que está formado por compañeros «habituados a manejar el martillo y la lima, y que solamente a base de sacrificios personales habían conseguido sustituirlos por la pluma» (Carta a "L’Echo de Verviers", 20 de febrero de 1866).
 

7. Lo que la Internacional quería ser

La Asociación constaba de la adhesión de diversas sociedades obreras con un único centro dirigente. Expresaba tanto la conciencia de la necesidad de una disciplina única internacional de la lucha proletaria contra el capital, como la búsqueda de una unitaria doctrina que pueda dar forma a un partido internacional que la dirija. Todo el desarrollo histórico de la Internacional recogerá el empeño, en particular de Marx y Engels, en defensa de esta necesidad constitutiva, contra los pasos atrás y las infiltraciones autonomistas y localistas.

No hay que atribuir el nacimiento de la Asociación a la voluntad de ciertos individuos, ni a Marx ni a nadie. El mismo Marx escribiría en el "World" del 13 de octubre de 1871: «El gran éxito que hasta ahora ha coronado nuestros esfuerzos se ha debido a circunstancias que escapan al poder de sus miembros. La misma fundación de la Asociación ha sido el resultado de estas circunstancias, y no hay que atribuir dicho mérito a los hombres que se consagraron a esa misión. No ha sido la obra de un puñado de hombres hábiles; todos los políticos del mundo juntos no habrían podido crear ni las condiciones ni las circunstancias que fueron necesarias para el éxito de la Asociación».

Las luchas más generosas del proletariado, que culminaron con la toma del poder en la Comune de París, otorgan un honor imperecedero a la Primera Internacional, a una clase aún joven en cuanto a experiencia y doctrina pero que ya manifestaba plenamente su abnegación y coraje, físico e intelectual, en un tiempo en el que la organización sindical a menudo sólo era posible clandestinamente y bajo la amenaza del despido, y quien hacia huelga corría el riesgo de ir a la cárcel o caer bajo los disparos de las tropas. El proletariado de hoy día, corrompido y saturado de cultura burguesa, tiene mucho que aprender de aquellos antepasados suyos, ciertamente ignorantes pero plenos de sanos sentimientos e instintos de clase. Aquellos valerosos antepasados, dada su exigua experiencia en la lucha, no podían reconocer todavía que el marxismo era su doctrina. Pero tenían muy claro donde estaba el enemigo a abatir: los burgueses de todos los países atrincherados en sus instituciones estatales y eclesiásticas.

Las disputas entre las corrientes más variadas dentro de la Asociación no negaron al proletariado europeo el grado de madurez de clase que les permitiría lanzarse al asalto del cielo en 1871.

Marx y Engels, en 1872, en Las así llamadas escisiones en la Internacional, escribían: «En oposición a las organizaciones fantasiosas y antagonistas de las sectas, la Internacional es la organización real y militante de la clase proletaria en todos los países, solidaria en la lucha común contra los capitalistas, los terratenientes y su poder de clase organizado en el Estado. Por eso los Estatutos de la Internacional solamente reconocen a las organizaciones obreras que persiguen el mismo objetivo y aceptan el mismo programa, un programa que se limita a trazar las grandes líneas del movimiento proletario dejando su elaboración teórica al impulso dado por la necesidad misma de la lucha práctica, además del intercambio de ideas que tiene lugar entre las secciones, admitiendo en sus órganos y en sus congresos todas las convicciones socialistas». Escribía Engels a Paul Lafargue el 19 de enero de 1872: «Dentro de esta gran Asociación están representadas las concepciones más diversas no sólo de la organización futura de la sociedad, sino incluso de la acción en el presente. La Internacional discute de estas cuestiones en sus congresos generales, pero no impone en ningún parágrafo de sus Estatutos ningún sistema, ningún criterio imperativo para las secciones. Solamente es vinculante el principio de fondo: la liberación de la clase obrera como obra de los mismos obreros (...) Comunistas e individualistas trabajan codo con codo y puede decirse perfectamente: no hay ninguna concepción económico-social que no esté representada en la Internacional (...) a pesar de que la Internacional presente siempre un cuerpo compacto frente a sus enemigos externos».

Con sus Estatutos la Asociación se presenta como partido formal del proletariado, si bien todavía carece de un planteamiento único sobre los medios para conseguir el fin. El comunismo nace y combate antes que el marxismo. La sangre derramada por los proletarios de París de todas las tendencias, ninguna de las cuales se echó atrás, hizo que la Internacional asumiera una plena dignidad de clase y de pertenencia a nuestro partido. La Asociación fue un partido comunista y revolucionario, exclusivamente de la clase obrera, que en ese ciclo histórico tendía a un programa y a una disciplina única e internacional, y no fue un frente interclasista de fuerzas de izquierda.

La militancia de los afiliados se documentaba a través de una ficha de afiliación. Dicha ficha servía también como "pasaporte": cualquier afiliado que se veía obligado a emigrar debido a las persecuciones burguesas, era ayudado en lo que podían, por sus compañeros en el extranjero. En el vértice de la Asociación estaba el Presidente del Consejo General, cargo que será abolido en septiembre de 1867 a propuesta de Marx.

Ya en sus primeros meses la Asociación obtiene un gran éxito y algunos sindicatos de categoría al completo, como el de los mineros, albañiles y tipógrafos, se adhirieron en masa a la Asociación. El punto fuerte de la Primera Internacional era Inglaterra donde todo iba viento en popa para el movimiento proletario. A las secciones inglesa, francesa y alemana se uniría después la suiza, que pocos meses después se hará muy activa.

La Asociación en mayo de 1866 solamente en Inglaterra contaba con 12.000 afiliados. En Francia, a pesar de algún que otro problema serio, era muy activa gracias a las continuas luchas obreras en las fábricas. El 1ero de mayo de 1865 Marx escribía con satisfacción a Engels: «Todas las tentativas de los burgueses para alejar la atención de los obreros han fracasado». Y Engels responderá: «La Asociación internacional ha conquistado un terreno amplísimo en muy poco tiempo».

Los choques ciertamente no faltaron, como sucedió en una sesión cuando el representante de la Liga por la Independencia de Polonia afirmó que Polonia debía pedir la intervención en su favor de Francia, ya que ésta era la única nación históricamente benévola con su lucha. Marx respondería a estas pretensiones de manera dura desde el Consejo General, demostrando como históricamente Francia, como todos los demás estados burgueses, había utilizado a los polacos como carne de cañón en beneficio propio.
 

8. El sufragio universal

Una discusión fundamental en la Primera Internacional, desde sus inicios, fue la de la cuestión del sufragio universal, pilar básico táctico del marxismo hasta la Primera Guerra Mundial. Marx en primera persona contribuyó activamente en 1865 a la creación en Inglaterra de la Reform League, Liga para la Reforma de la ley electoral, principal organización nacional inglesa del proletariado que presentaba como programa la obtención del sufragio universal.

Para el marxismo el sufragio universal era una cuestión táctica de principio: cuando la burguesía niega a los proletarios los derechos políticos, el partido revolucionario los reivindica como reconocimiento de la madurez política de la clase y como desafio social. Coherentemente más tarde, y hoy, cuando la burguesía ofrece amigable la papelata de voto a los trabajadores, con la misma intención de impedir su afirmación política, los comunistas responden con la consigna de desertar las elecciones y los parlamentos.

Pero el marxismo, además de rechazar el principio democrático burgués en todas sus premisas y consecuencias, vió siempre en el sufragio universal y en la presencia obrera en los parlamentos burgueses poco más que un medio para poder hacer propaganda sobre la destrucción de los parlamentos y del Estado burgués y sobre la necesidad de la dictadura del proletariado. Dirá Marx en 1871 en la Conferencia de Londres, contra quienes, como los anarquistas, no querían que por principio se utilizase el parlamento para nuestros fines: «No se debe creer que el hecho de que haya obreros en el parlamento sea irrelevante. Si se sofoca su voz como en el caso de De Potter y Casteau, o si se les detiene como a Manuel, estas represalias y esta represión ejercen una profunda influencia sobre el pueblo. Si por el contrario, como en el caso de Bebel y Liebknecht, pueden hablar desde la tribuna del parlamento, todo el mundo les oye. Tanto en un caso como en otro esto asegura una amplia propaganda de nuestros principios». Está clarísimo: lo mejor que nos puede suceder es que seamos perseguidos para demostrar al proletariado lo que sucede en realidad. No hay por tanto ninguna concesión hacia una actividad parlamentaria "en favor del proletariado", como difundió el oportunismo; como mucho el parlamento puede servir como megáfono para difundir el programa revolucionario.

En este periodo la visión marxista de la toma violenta del poder y de la dictadura proletaria todavía convivía con la perspectiva que postulaba una vía pacífica al socialismo porque la historia todavía no había demostrado la imposibilidad de la segunda hipótesis. Por todo ello el Consejo General y el mismo Marx dieron un fuerte apoyo a la constitución de la Reform League: ésta se proponía como tarea primaria la ampliación del derecho de voto a toda la población adulta masculina sin distinción de clase o capa social. A esto se oponían algunas organizaciones entre las que estaba la Unión Nacional para la Reforma que, de claro signo pequeño-burgués, pedía la ampliación del sufragio solo a la pequeña burguesía y a los estratos mejor situados del proletariado. No obstante, si bien los comunistas colocaban el sufragio como un objetivo primario del movimiento en Inglaterra, por el contrario en Prusia no lo consideraban útil para los fines revolucionarios. Los alemanes sin embargo si luchaban en el parlamento, y allí la propaganda de Liebknecht y Bebel no era para nada democrática ya que planteaba como orden del día las consignas internacionalistas.

En definitiva, se tomaba en cuenta el sufragio universal sólo si era útil a la propaganda proletaria: la democracia no ha sido considerada nunca por el marxismo como un bien superior común a todas las clases. Parlamentos y democracia han sido medios, no el fin, que era y será antidemocrático y antiparlamentario. Incluso como tribuna el parlamento también será considerado como no utilizable por la Izquierda Comunista desde los años 20 del este siglo. Los parlamentos del XIX, aunque eran burgueses, todavía eran elementos no desdeñables del choque político entre las clases, no se habían convertido en las malsanas cloacas de nuestro siglo. Señalemos a este respecto que la consigna de la utilización de la actividad parlamentaria por parte de los partidos comunistas ha llevado a equívocos graves dentro del partido y del proletariado al sobrevalorar en mucho su utilidad en el plano de la propaganda.
 

9. La Guerra de Secesión Norteamericana

La cuestión de las nacionalidades y de las reivindicaciones burguesas en algunas naciones todavía en fase de ajuste revolucionario, se imponían como temáticas fundamentales entre las secciones de la Asociación debido a que influenciaban sus posicionamientos cotidianos.

A pesar de la distancia geográfica de los Estados Unidos de América el proletariado europeo sintió la exigencia de apoyar con todas sus fuerzas a los estados burgueses del Norte contra los reaccionarios estados sudistas.

Solo la victoria de la Unión en la Guerra de Secesión permitiría un desarrollo pleno del capitalismo. Dicha guerra fue el último acto que permitió acabar con las estructuras precapitalistas en Norteamérica abriendo paso libre a las infames, pero en aquel entonces nacientes, fuerzas productivas burguesas. El grado de violencia revolucionaria decidió la futura configuración estructural de los Estados Unidos.

La guerra marcó al mismo tiempo la consagración definitiva de la autonomía de los EEUU de la madrepatria inglesa. Inglaterra basaba su potencial industrial textil en el algodón proveniente de los cultivos de las plantaciones del Sur, producido a un coste reducidísimo. La guerra provocó en primer lugar la derrota de los intereses económicos ingleses, que eran los más potentes del planeta, y que convergían con los del esclavismo y los terratenientes del Sur. De aquí la importancia del gesto del proletariado inglés apoyando a los nordistas, a pesar de la machacona campaña en favor del Sur dirigida por los periódicos burgueses de Inglaterra. Como sucede en cualquier propaganda burguesa sobre una guerra, en 1861 los periódicos bombardearon al proletariado con las "atrocidades" perpetradas por los nordistas contra el Sur. Esta campaña propagandística estaba dirigida al proletariado para provocar un estado de ánimo favorable a una intervención de Inglaterra contra el Norte. Contribuyeron a impedirlo las luchas del proletariado inglés, lo que constituyó un clásico y verdadero ejemplo de derrotismo de clase.

Inglaterra, al no poder intervenir directamente a nivel militar debido a la oposición proletaria, empujó a Francia y a España a una expedición común a Méjico, situando de esa manera un baluarte frente al Norte. Pero la situación en 1863 era ya desfavorable para ella, ya que las continuas victorias de los nordistas hacían prever la derrota total de los confederados.

Marx y Engels escribieron numerosos artículos sobre la Guerra de Secesión, estudiandola atentamente ya que constituía el nacimiento de una gran potencia capitalista y, en consecuencia, de un inmenso proletariado que podría situarse en plena vanguardia internacional. Marx había identificado en sus artículos el objetivo fundamental de los ingleses, que no era la victoria del Sur sobre el Norte, sino más bien la perpetuación de la guerra durante el mayor tiempo posible. "Para Inglaterra, escribía Marx en el New York Daily Tribune del 18 de septiembre de 1861, lo que se juzga, en el fondo, como más favorable dentro del actual conflicto, el cual podría restablecer una nueva y más potente unidad política, es la alternativa de un gran número de conflictos y de un continente dividido y debilitado al cual Inglaterra no debería temer más».

Coherente con esta línea la Primera Internacional desde su nacimiento había postulado el apoyo incondicional a los nordistas y como tarea la deserción de cualquier apoyo inglés a los pro-esclavistas.

La Guerra de Secesión acabó en 1865 con la derrota total de los sudistas. Marx hablará de ella como "la primera guerra conducida con modernos medios capitalistas". Fue una movilización de masas que, además de enriquecer a las nacientes industrias, sacudió e hirió profundamente todo el panorama social, tanto en el Norte como en el Sur.

Tal y como estaba previsto la guerra determinó la reorganización del proletariado estadounidense, que en poco tiempo se convertirá en uno de los más combativos del mundo. En agosto de 1866 se fundará la National Labor Union que inmediatamente se planterá como objetivo, por primera vez en el mundo, la conquista de la jornada de ocho horas.
 

10. Importancia de las luchas económicas

En el mes de mayo de 1865, un carpintero oweniano, John Weston, presentó en el "The Bee-Hive Newspaper", órgano oficial de las Trade Unions y de la Asociación, dos tesis que originaron muchas discusiones. En ellas se afirmaba que: 1) un aumento general de salarios no traería consigo una mejoría en las condiciones de vida de los obreros ya que provocaría la correspondiente inflación, y 2), las Trade Unions, al luchar por estos aumentos, perjudicaban al proletariado. El Consejo General encargó a Marx la redacción de una respuesta a las tesis de Weston. El informe, nada simple dado los temas afrontados, fue leido por Marx en dos sesiones, el 20 y el 27 de junio, siendo publicado postumamente con el conocido título de Salario, precio y ganancia. En dicho informe Marx anticipó los contenidos de El Capital, que estaba terminando en aquel periodo, y en el que las cuestiones descritas en el informe serán analizadas de manera mucho más profunda.

Mediante el análisis de las leyes de la economía y de la historia, Marx confutó todas las tesis de Weston, insistiendo con claridad en la importancia para los obreros de la lucha económica de las Trade Unions. Marx tuvo que partir en su demostración de las teorías del valor y de la plusvalía, de difícil comprensión ya que se trataba de destruir mitos con profundas raices.

Marx presentó al Consejo una sólida crítica de la sociedad burguesa superando la fórmula de Proudhon "la propiedad es un robo": «Al esforzarse por reducir la jornada de trabajo a su antigua duración razonable, o allí donde no pueden arrancar una fijación legal de la jornada normal de trabajo, por contrarrestar el trabajo excesivo mediante una subida de salarios – subida que no basta con que esté en proporción con el tiempo adicional que se les estruja, sino que debe estar en una proporción mayor –, los obreros no hacen más que cumplir con un deber para consigo mismos y para con su raza. Se limitan a refrenar las usurpaciones tiránicas del capital. El tiempo es el espacio en que se desarrolla el hombre. El hombre que no dispone de ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de las interrupciones puramente físicas del sueño, las comidas, etc, está toda ella absorbida por su trabajo para el capitalista, es menos todavía que una bestia de carga. Físicamente destrozado y espiritualmente embrutecido, es una simple máquina para producir riqueza ajena. Y, sin embargo, toda la historia de la moderna industria demuestra que el capital, si no se le pone un freno, laborará siempre, implacablemente y sin miramientos, por reducir a toda la clase obrera a este nivel de la más baja degradación».

Marx explicaba más adelante que la lucha entre el capital y el trabajo resulta incesante ya que: «el capitalista pugna constantemente por reducir los salarios a su mínimo físico y prolongar la jornada de trabajo hasta su máximo físico, mientras que el obrero presiona constantemente en el sentido contrario».

En la conclusión del informe Marx advertirá que las conquistas cotidianas son fundamentales para el movimiento, pero los obreros no deben descuidarse ya que siempre se verán más obligados a luchar contra el capital hasta que éste no sea aniquilado por la lucha política general. «Por eso la clase obrera no debe entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado. Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelve sobre ella, engendrá simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad».
 

11. Desarrollo en Europa

En junio de 1866 se le encomendó a Paul Lafargue la tarea de redactar un informe al Consejo sobre la situación de las secciones en Europa y sobre los progresos de la Asociación. Lafargue pudo concluir felizmente que el resultado de estos primeros dos años debía considerarse como altamente satisfactorio.

En Inglaterra la Asociación había adquirido un gran prestigio gracias sobre todo a su decidida intervención en las luchas de clase. Había más de 14.000 afiliados a la Asociación en Inglaterra. Lafargue escribía: «El movimiento para la Reforma ha absorbido durante algún tiempo la atención de la clase obrera y toda la actividad del Consejo central. Pero, desde un tiempo a esta parte, han sido enviadas delegaciones del Consejo central a todas las sociedades obreras para que conozcan sus principios y para solicitar su adhesión. Estas delegaciones han sido acogidas calurosamente por todas partes».

El 12 de diciembre de 1865 se había organizado un acto público de la Reform League. El gran éxito que se obtuvo puede leerse en el siguiente comentario de Marx a Engels del 26 de diciembre de 1865: «La Liga por la Reforma ha conseguido un enorme triunfo con el acto de St. Martin’s Hall, la mayor reunión y la más genuinamente obrera que ha tenido lugar en Londres desde que llegué. Las personas de nuestro comité estuvieron en cabeza y hablaron en sentido nuestro». Pero este movimiento no durará mucho tiempo: el 12 de marzo de 1866 el gobierno Gladstone presentó un proyecto de ley sobre la reforma electoral que preveía una insignificante modificación. Ante esto, la Reform League aceptará completamente el compromiso con el gobierno. Marx escribirá a Engels el día 6 de abril: «En Inglaterra el movimiento para la reforma, al cual habíamos dado vida, casi acaba con nosotros».

Como consecuencia de las divergencias entre el Consejo General y los directores del órgano oficial de la Asociación, el "The Bee-Hive Newspaper", el Consejo decidió elegir otro periódico como portavoz de sus decisiones: el "The Workman’s Advocate", denominado más tarde "The Commonwealth". El periódico era financiado por la Compañía Periodística Industrial, en cuyo consejo de administración figuraba también Marx. Con esto se daba respuesta a la necesidad cada vez más acuciante de tener una prensa obrera independiente de la burguesía, también desde el punto de vista financiero. Se establecía que «debemos poner la obra de nuestra emancipación en nuestras propias manos, y esto puede darse solamente adquiriendo una posición más importante en la prensa y sobre la base de la plataforma que nos hemos propuesto hasta ahora. Además de podernos proteger contra falsos amigos, tenemos necesidad de una prensa independiente» (A los trabajadores de Gran Bretaña e Irlanda).

Junto a los logros en Inglaterra había que sumar otros que la Asociación obtenía en la joven sección suiza. A comienzos de 1866 había 250 inscritos en Ginebra, 150 en Lausana y 150 en Vevey, junto a otros muchos dispersos por otras ciudades. Entre los tres periódicos que se publicaban en Suiza, hubo uno que adquirió en poco tiempo un gran prestigio, el "Vorbote": al cabo de poco más de un año alcanzó las 1.300 copias y se vendía, además de en Suiza, en Alemania, en Austria, en Hungría, en París, en Londres, en Nueva York, en Chicago, y en otras ciudades. El trabajo desarrollado por esta sección en defensa de las condiciones de los trabajadores era impecable: la Asociación se encargaba en Suiza de distribuir el trabajo entre los socios en los periodos malos, había creado un banco denominado Caisse de Credit Mutuel, además de un fondo para la construcción de casas para los obreros. Dado el óptimo funcionamiento de esa sección el Consejo General transfirió al Comité Central ginebrino, sección alemana, la dirección de la sección y de los socios alemanes, por lo menos mientras este país no consiguiese crear un fuerte centro nacional.

Alemania no gozaba de igual suerte, si bien finalmente parecía que algo se estaba moviendo. La situación era aún más difícil debido a la represión policial y a la dura legislación que prohibía, entre otras cosas, la legalización de asociaciones extranjeras. Wilhelm Liebknecht, corresponsal de Marx, no conseguía crear una sólida sección que diese finalmente a Alemania una dirección revolucionaria segura.

Un punto a favor de la Asociación, por lo que respecta a Alemania, fue que la situación de los partidarios de Lassalle y de su periódico "Social-Demokrat" se hacía cada vez más difícil. Dicho periódico «cuenta sólo con 300 abonados y los lassalleanos se reducen solo a unos pocos centenares de personas sin ilusión y desengañados, divididos en dos facciones que se combaten entre sí de una manera tan penosa como ridícula", escribía Liebknecht. Bismarck había ordenado el procesamiento de Johann Schweitzer, director del periódico lassalleano, mientras que Bernhard Becker, sucesor de Lassalle, tuvo que exiliarse dadas las circunstancias. Escribía con satisfacción Engels a Marx con fecha 2 de diciembre de 1865: «No ha sido nuestra intromisión, sino la falta de ella, la que ha hecho saltar por los aires todo ese tinglado. Con esto el "lassalleanismo" ha alcanzado oficialmente su meta extrema».

En la Francia de Napoleón III la legislación era todavía más restrictiva que en Alemania para el proletariado, y estaban absolutamente prohibidas muchas asociaciones obreras. No obstante resultaba positivo que a pesar de la represión, en Francia la Asociación contaba con miles de obreros afiliados (de ellos 2.000 sólo en París). Como ya se ha dicho Marx veía al proletariado francés mucho más combativo que el inglés, como se demostrará en 1871 con la Comune. Pero lo que permanecía en Francia como embarazosa herencia era la difusión dentro de las filas obreras de las ideas proudhonianas, contra las que Marx había polemizado años antes con su Miseria de la Filosofía en respuesta a la Filosofía de la Miseria de Proudhon.

Una buena sección estaba presente en Bélgica, mientras hubo serias dificultades para el proselitismo en países como España e Italia. En esta última tardaba en sacudirse la ideología mazziniana, y cuando lo hizo la sustituyó por el anarquismo.

En septiembre de 1865, a un año de su fundación, tuvo lugar una reunión internacional preliminar en la que participaron 9 delegados extranjeros más los miembros del Consejo central. En esa reunión se decidieron los órdenes del día del Congreso de Ginebra, que se celebró en septiembre del año siguiente. Los órdenes del día fueron: la reducción del horario de trabajo, el trabajo femenino e infantil, la cuestión polaca y finalmente la cuestión de los ejércitos permanentes y su influencia sobre la clase obrera. Tras analizar en qué punto estaba la situación, se constató que, por ejemplo, en Inglaterra era la «primera vez que una asociación con implicaciones políticas es aceptada por los sindicatos».
 

12. Marx, el marxismo, la Asociación

El centralismo correspondía a la necesidad objetiva del proletariado mundial de tender a una única doctrina, a una única batalla y a un único órgano dirigente, teniendo muy claro cual era el fin último supremo, la revolución comunista.

Nos vemos obligados en este trabajo, a citar a menudo el nombre de Marx. Como bien sabemos no es por idolatría hacia el "gran jefe" al que haya que alabar como a un ser extraterrestre. Nada de esto pertenece a nuestro método y a nuestra visión del mundo. El partido, en determinados periodos históricos, ha tenido hombres de gran valía que han desarrollado la función de jefes. Productos de la historia y del ambiente, estos compañeros mejor y antes que otros, han sabido representar a la clase. Pero que el programa de clase deba ser "revelado" por un hombre excepcional no está en ningún modo previsto, sino todo lo contrario, a medida que se perfecciona y consolida la doctrina de partido, accesible a todos. Así el compañero Marx, no por habilidad de politicastro trepa, sino de manera orgánica, debido a sus capacidades, de hecho, aunque no oficialmente, fue el centro dirigente y organizativo de la Primera Internacional.

Ya desde la fundación de la Internacional Marx era reconocido como el mayor teórico de la causa proletaria ya que era el único de los viejos dirigentes que no se había pasado al otro lado de la barricada con el correr de los años. Escribía Marx a Kugelmann con fecha 13 de octubre de 1866: «De hecho tengo que dirigir toda la Asociación». Pero el partido, de manera determinista, elige a Marx no sólo por sus excepcionales cualidades personales, desinterés, disponibilidad, generosidad y capacidad de trabajo, o sea por su "estilo" proletario y comunista, sino porque instintivamente reconoce al marxismo como su doctrina. El marxismo, como ya se sabía desde el Manifiesto, no es una teoría particular como las demás del proletariado, es la teoría del proletariado, la única que contiene todas las demás, parciales, ingenuas, utópicas.

Marx era consciente del poder de la teoría del materialismo dialéctico frente a las frágiles e infantiles teorías proudhonianas y anarquistas. Y su combate constante dentro de la Asociación no era para hacer triunfar a cualquier precio "sus" tesis, que sabía que el partido abría abrazado espontáneamente en su proceso de maduración, sino para impedir que tomase caminos sin salida, que habrían impedido o retardado esta maduración. Teniendo en cuenta que el crecimiento político del proletariado sólo es posible superando los particularismos y localismos y en el intercambio de experiencias entre los diversos países, podemos definir la Primera Internacional como una constante lucha de Marx para defender la disciplina internacional del movimiento. Es una resistencia incesante contra las ideologías particulares o superadas que poco a poco pretendían imponerse, incluso con métodos tramposos, dentro de la Asociación. Por ejemplo, eran continuos los riesgos de ceder a las tesis proudhonianas.

Entre diciembre de 1865 y comienzos de 1866 el Consejo central, y de manera particular Marx, sufrieron públicamente duras calumnias por parte de la sección francesa de Londres, de carácter proudhoniano. Fueron particularmente violentos los ataques de Pierre Vesinier quien acusó al Consejo y a Marx de comportarse como "bonapartistas" en la cuestión polaca. Además Vesinier afirmaba que se había dado "demasiada importancia" a la cuestión nacional en perjuicio de la cuestión social y de la emancipación proletaria. Las acusaciones de Vesinier fueron respondidas por el Consejo central con una carta a "L’Echo de Verviers".

Engels asumiría después la tarea, a invitación de Marx, de responder en profundidad a los proudhonianos respecto a la cuestión polaca con una serie de artículos titulada Qué tiene que hacer la clase obrera alemana con Polonia. En esos artículos se afirmaba que «los obreros europeos se muestran de acuerdo con que la reconstitución de Polonia es un componente esencial de su programa político, expresión de su política exterior». En su coherente y lúcido juicio sobre las guerras progresistas de la burguesía de entonces, se dice entre otras cosas que «la clase obrera quiere la injerencia, y no la no-injerencia; quiere la guerra contra Rusia en tanto Rusia no deje en paz a Polonia; y lo ha demostrado cada vez que Polonia se ha levantado contra sus opresores». Estas no son tesis liberales, son tesis revolucionarias: Marx y Engels veían en Rusia el bastión principal de la contrarrevolución y consideraban su hundimiento como un paso favorable para el proletariado.

La sana autoridad de Marx y del Consejo era induscutible dentro de la Asociación, pero tendencias particulares tendían con frecuencia a utilizar métodos para nada limpios, favorecidos en ocasiones por debilidades teóricas de los componentes del mismo Consejo. En otro orden de cosas Marx no abandonó el trabajo sobre la economía y continuaba con un fuerte ritmo la definición final del primer volumen de El Capital: muchas veces había manifestado Marx su deseo de salir del Consejo central para dedicarse plenamente a esta tarea fundamental, pero era consciente de que, en una situación decididamente favorable para el movimiento proletario como era esa, había que evitar que pasase a manos de intrigantes o incapaces.

Un "golpe bajo" a la Asociación lo propinó Mazzini. Éste, aprovechando la ausencia de Marx por enfermedad, envió a su representante Ludwig Wolf al Consejo para criticar la conducta de Marx, apoyándose en el reciente caso Vesinier. Con su intervención Wolf convenció a los frágiles compañeros de la Asociación para que retirasen todas las acusaciones públicas que el Consejo había hecho a Vesinier, consiguiendo además que el Consejo presentase públicamente sus excusas a los proudhonianos londinenses. En esta ocasión Wolf consiguió publicar, con la firma a pie de página del Consejo, tesis de sabor puramente mazziniano. Marx comentó en una carta a Engels con fecha 24 de marzo de 1866: «Mazzini pretendía ser reconocido por los ingleses como el jefe de la democracia continental, ¡como si los señores ingleses tuviesen que nombrar a nuestros jefes!». Inmediatamente los secretarios extranjeros del Consejo, también ausentes durante la intervención de Wolf, pidieron la intervención de Marx contra las tesis mazzinianas hechas públicas por el Consejo. Marx intervino criticando ásperamente todo el programa "patriótico y teológico" de Mazzini, concluyendo que nada podía hacerse con este movimiento ya que el proletariado, en su praxis cotidiana, estaba ya muy alejado de ciertas tesis.
 

13. La Asociación y las luchas obreras

La reanudación de las luchas de clase había determinado en el proletariado europeo la necesidad de un organismo supranacional, precisamente la Asociación. Esta necesidad tenía su origen de modo particular en Inglaterra y Francia, vanguardias del movimiento obrero, pero también en países como Polonia, Bélgica y Suiza, estando presente también en Alemania e Italia, aunque faltará en Estados Unidos, donde muy poco después, surgirá espontáneamente un fortísimo movimiento obrero. La Asociación tenía como finalidad coordinar en un único movimiento disciplinado estos fermentos, tanto si se mantenían en el plano defensivo como si se situaban en el terreno político y revolucionario.

En Francia eran numerosas las agitaciones en las fábricas y el proletariado demostraba continuamente su propia combatividad incluso en las situaciones más difíciles. El gobierno francés debió también sufrir, además de las luchas obreras, las deserciones de los soldados obligados a partir hacia Méjico en una guerra de rapiña. También tuvo un gran eco la explosión de movimientos estudiantiles en París, indicio de que también entre la pequeña burguesía había rebeldía. A estos movimientos estudiantiles les siguió una dura represión que traería consigo arrestos y expulsiones de sus mayores representantes. Fueron importantes los choques entre Marx y los proudhonianos en torno a la cuestión estudiantil: mientras que estos últimos apoyaban incondicionalmente los movimientos aplaudiendolos en toda Europa, Marx (y nosotros con él) mostró siempre una clara desconfianza hacia las reivindicaciones estudiantiles.

Pero fue en Inglaterra, donde mayor era su fuerza en cuanto a número y capacidad de intervención, el país en que la Asociación demostró su propia voluntad unitaria de defender la causa proletaria. Puede recordarse por ejemplo una gloriosa lucha proletaria de la época, que triunfó gracias a la intervención directa del Consejo general. En marzo de 1866 estallaba en Londres la huelga de los sastres con reivindicaciones salariales: la respuesta de la burguesía fue la de contratar esquiroles en el continente con objeto de romper la huelga. Este auténtico tráfico de proletarios motivó el lapidario juicio de Marx: «El fin de esta importación es análogo a la importación de los braceros indios en Jamaica: la perpetuación de la esclavitud». La contraofensiva patronal fue contestada por la Asociación de tal manera que los sastres obtuvieron el aumento salarial que pedían. Esta intervención victoriosa le procuró a la Asociación un gran prestigio entre la clase obrera, tanto que todo el sindicato de sastres se afilió a la Asociación.

El ejemplo de la lucha de los sastres londinenses se repetiría poco después en Escocia. En Edimburgo los sastres se pusieron en huelga y los empresarios también respondieron contratando esquiroles desde Alemania. Desde Londres intervino nuevamente el Consejo general, apoyado por la Asociación londinense de sastres, intentando hacer fracasar el plan de los empresarios como había hecho con anterioridad. Los obreros escoceses resistieron esa larga huelga gracias sobre todo a una providencial colecta hecha por los obreros de Londres. Algunos enviados del Consejo consiguieron convencer a los obreros alemanes en Edimburgo para que rompiesen sus contratos y volviesen a Alemania.

No obstante también el oportunismo obtendría alguna victoria. Fue el caso de otra lucha que explotó a finales de julio. A causa de la crisis de gobierno y de la posible llegada de los conservadores al gobierno, estallaron "espectaculares" manifestaciones obreras en Londres dirigidas por la Asociación mediante sus miembros en la Reform League. La tensión alcanzó su punto máximo cuando el día 23 de julio la Liga organizó un acto en Hide Park en Londres, a pesar de la prohibición gubernativa. La policía atacó a los manifestantes y arrestó a unos 50. Como respuesta durante los dos días siguientes decenas de miles de manifestantes se concentraron nuevamente y muchos de ellos iban armados. Para evitar enfrentamientos el gobierno optó por el alejamiento de la policía y de las tropas y utilizó a algunos jefes sindicales "derechistas" para que convencieran a los obreros desistiendo de sus propósitos. Con fecha 27 de julio comentará Marx a Engels que los obreros «no concluirán nada sin un verdadero choque sangriento con la clase dominante».
 

14. Imperialismo en Europa

Los comunistas situamos habitualmente en 1871 la línea divisoria de dos diferentes fases históricas del poder burgués: mientras que hasta esa fecha las guerras burguesas fueron consideradas generalmente progresistas contra los reaccionarios sistemas feudales, desde 1871 en adelante afirmamos que la burguesía entra en Europa en la fase imperialista, alcanzando posteriormente el punto máximo de crueldad exterminadora de trabajadores de todos los países en la guerra mundial de 1914. Pero ya en 1871 la burguesía lanzaba todo su aparato represivo contra los Comunards de París demostrando que, en el momento del peligro revolucionario, superaba cualquier división nacional e interés parcial para unirse en defensa de sus privilegios comunes.

En el decenio precedente a 1871 muchas naciones se habían liberado de los viejos sistemas feudales sucumbiendo ante el torbellino burgués que sacudía el mundo. Desde 1859 Prusia había comenzado una larga guerra en pro de la unificación de la futura Alemania, y por lo tanto estaba en grado de llegar a ser una potencia capitalista a todos los efectos. En 1861 Italia, con su unificación, eliminaba los residuos pre-burgueses de sus instituciones. En ese mismo año también Rusia, con la abolición de la servidumbre de la gleba, se abría al capitalismo, si bien dentro del régimen autocrático. En 1865 los Estados Unidos se podían preparar para llegar a convertirse en una gran potencia imperialista. Ante estas transformaciones radicales y revolucionarias el proletariado no podía dejar de reivindicar su propia revolución.

Inglaterra, muy madura en mercancías y capitales, se ocupaba constantemente en el control de su gran imperio colonial. A finales de 1865 explotó en Jamaica la revuelta contra los colonialistas. Los ingleses sofocaron sangrientamente la revuelta: cerca de 2.000 negros fueron ahorcados, fusilados o azotados, y numerosas aldeas arrasadas. Marx comentaba a Engels con fecha 20 de noviembre: «Los revoltosos negros disfrutaban de la libertad, entre otras cosas, de ser masacrados para que de esta forma los plantadores se procuraran los medios para importar siervos, rebajando de esta manera su propio mercado de trabajo por debajo del mínimo». En septiembre de ese mismo año el gobierno inglés protagonizó arrestos y torturas contra los principales jefes de la Fraternidad Irlandesa Republicana, grupo ligado a la Asociación y partidario de la autodeterminación de Irlanda. Fueron numerosas en toda Inglaterra las huelgas obreras contra esta represión.

Mientras en París se extendían las luchas estudiantiles, Francia continuaba su guerra en Méjico con el objetivo de transformar la república mejicana en una colonia de las grandes potencias y en una base segura para poder apoyar a los Estados del Sur en la Guerra de Secesión. Las mayores dificultades de Francia en esta expedición fueron las continuas deserciones entre sus tropas. Marx escribía a Engels con fecha 26 de diciembre: «Bonaparte me parece más vacilante que nunca. El asunto de los estudiantes ofrece indicios de una oposición dentro del ejército, pero sobre todo la cuestión mejicana es el reflejo del pecado original del bajo Imperio, ¡las deudas! Durante todo el año ese bribón no ha conseguido ni un éxito».

Pero era en Europa donde la mecha de la guerra iba a estallar de un momento a otro. Los intereses entre las diversas naciones iban a chocar precisamente en el centro del continente. La Prusia de Bismarck, recien terminada su guerra contra Dinamarca por la región de Schleswig-Holstein, dirigía sus miradas hacia otros pequeños estados de la región alemana, pero sobre todo contra el suprapoder de Austria. Tras la fachada absolutista, aristocrática y feudal, del gobierno Bismarck, se movía en realidad la compleja y poderosa maquinaria del régimen burgués, o sea bancos, gran industria, aparato militar. Por su parte Rusia estaba interesada en las maniobras de Bismarck ya que de esta forma se alejaban sus miras expansionistas hacia Polonia. Austria, temerosa de una guerra contra Prusia, buscaba el apoyo de Napoleón III. Escribía Engels a Marx con fecha 13 de abril: «La burguesía no tiene capacidad para poder dominar directamente, y por tanto allí donde una oligarquía no puede, como sucede aquí en Inglaterra, asumir la dirección del Estado y de la sociedad, eso si bien pagada, la forma normal que se da en interés de la propia burguesía es una semi-dictadura bonapartista; ésta defiende los intereses de la burguesía incluso contra la burguesía, y no le deja ninguna participación en el poder».
 

15. La guerra austro-prusiana

En mayo de 1866 la guerra austro-prusiana estaba cada vez más cerca. Entre las diversas cartas en su haber Bismarck utilizó las de Italia, que quería arrebatar el Veneto a los austriacos. Ante estos movimientos bélicos nace en Engels una esperanza que expresa de la siguiente manera en una carta a Marx con fecha 1 de mayo: «Espero que, si lo consiguen, los berlineses se subleven. Si proclaman la república, entonces toda Europa puede ser subvertida en 15 días».

Por otra parte el ejército prusiano estaba en pésimas condiciones, la moral no era alta y Marx y Engels consideraban que Prusia podía vencer la guerra solamente si Austria atacaba primero. Escribía Engels con fecha 11 de junio: «Si esta ocasión pasa sin que se obtenga provecho de ella, y si la gente se adapta a ello, entonces podemos tranquilamente meter en el baúl todos nuestros trapos revolucionarios y arrojarnos sobre la sublime teoría».

La guerra contra Austria se desarrolló entre junio y julio de 1866. Engels analizó puntualmente sus vicisitudes partiendo de los pequeños detalles de las operaciones bélicas. El objetivo de este trabajo fue el de «indagar su presumible influencia en futuras operaciones militares». Engels atribuía a los austriacos una cierta superioridad en diversos aspectos, entre ellos el número y la mejor organización del ejército. Pero los prusianos, pese a su déficit organizativo consecuencia de sus cincuenta años de paz, tenían de su parte un armamento más moderno y funcional. Será esta técnica superior la que les dé la victoria el día 3 de julio en la decisiva batalla de Konniggratz.

Pero éste no fue el único frente en el que Prusia resultó vencedora: en poco tiempo las tropas de Bismarck ocuparon los estados de Hannover, Hesse y Sajonia. Las consecuencias de estas sorprendentes victorias estaban claras para Engels: «En una sola semana el ejército prusiano ha conquistado la mejor posición que haya tenido nunca. Ahora puede estar seguro de su propia superioridad sobre cualquier otro enemigo». Y añade: «La historia es simplemente esta: Prusia tiene 500.000 fusiles de aguja y el resto del mundo sólo tiene 500» (Carta a Marx del 9 de julio).

Engels, mediante sus continuos y profundos análisis de la cuestión militar alemana, llegó a la conclusión de que el conflicto no había terminado, sino sólo comenzado. Intuyó muy bien que Rusia, temerosa del poderio prusiano, se vería obligada a aliarse con Austria. Pero sobre todo comprenderá que el futuro gran conflicto que llevará a cabo Prusia será contra Francia. También sobre todo esto Marx y Engels tendrán posiciones precisas y sólidas, como tesis de partido: Prusia miraba hacia la unificación de una futura nación alemana y este era un factor decididamente progresista en cuanto que traía la victoria de la burguesía sobre las diferentes aristocracias de los pequeños estados alemanes. Continúa Engels: «Bismarck, que, para poder gobernar algunos meses con apariencias feudales y absolutistas, desarrolla de cara al exterior furiosamente la política de la burguesía, prepara el poder a ésta, encaminándose sobre una vía sobre la cual sólo se puede proceder con medios liberales, más aún revolucionarios». Prosigue escribiendo a Marx el 25 de julio: «Bismarck se verá obligado a apoyarse en la burguesía, ya que la necesita contra los príncipes del Imperio. Por eso para asegurarse del parlamento las condiciones necesarias para el poder central, debe conceder algo a los burgueses, y el curso natural de las cosas le obligará a él y a sus sucesores a recurrir nuevamente a los burgueses; pero, aunque es posible que Bismarck ahora no conceda a los burgueses nada más que lo que les corresponda, deberá caminar cada vez más hacia ellos».

En agosto de ese mismo año se firmaba la paz en Praga. Prusia obtenía una buena parte del

norte de Alemania, así como el control militar de los pequeños estados del sur. Austria, junto a esto, perdía el Veneto que pasaba al Reino de Italia. Además los acontecimientos ponían en evidencia que Napoleón III era impotente para conducir una guerra victoriosa y que Rusia debería cambiar radicalmente su relación amistosa con Prusia.

(Continuará en el próximo número)
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¿ES POSIBLE LA BALCANIZACIÓN EN LA UE?

Para el marxismo la construcción del estado nacional burgués ha constituido siempre un paso adelante en un contexto histórico de lucha contra formas sociales reaccionarias y caducas precapitalistas, o contra el colonialismo imperialista por la creación de un estado nacional en las colonias como futura plataforma de lucha del proletariado contra su propia burguesía. Este es nuestro ABC sobre esta cuestión. No obstante, y merced a las buenas artes del estalinismo en todas sus versiones, la genuina posición marxista ha sido distorsionada de tal forma que, confundiendo los términos de la cuestión, se equipara el socialismo a la "construcción" del estado nacional.

Estamos asistiendo en el último decenio del siglo y del milenio, al "resurgimiento" de los nacionalismos, pero estos ya no juegan el papel revolucionario que jugaron en el siglo XIX. Se han convertido, siguiendo una implacable dialéctica, en fuerzas reaccionarias que tratan de impedir el avance histórico. Su función sólo puede ser ya contrarrevolucionaria, tal y como se ha demostrado con la tragedia yugoslava y en otras zonas del mundo como Africa, donde el imperialismo ha atizado el odio étnico, siempre con intenciones de dominio de mercados y materias primas o defensa de intereses geoestratégicos. Idéntica misión cumplen en la renqueante Unión Europea, donde al sentimiento reaccionario de la pequeña y media burguesía ante la crisis capitalista, se unen los intereses de las grandes potencias por desestabilizar o sacar provecho de sus rivales.

En el caso de la "Unión" Europea es evidente que la eclosión de los nacionalismos no ayuda para nada en su tarea de construcción. Puede intuirse de ello la sutil influencia del "aliado" americano en muchas de las así llamadas cuestiones nacionales europeas. Pero también son la vía de escape de importantes sectores pequeño burgueses aterrorizados ante su inminente tránsito al proletariado, como consecuencia de las despiadadas leyes del sistema capitalista. El País Vasco ofrece uno de los casos más elocuentes de esto.

En el trabajo publicado en la prensa del partido dedicado al nacionalismo vasco, señalábamos que desde sus orígenes este movimiento surge como reaccionario sin apelación posible, modificando su inicial anticapitalismo filocarlista-clerical a medida que el reparto de la plusvalía arrancada al proletariado empezaba a alcanzar también a las clases y estratos que constituían su base social. La misión actual de dicho movimiento, según sus propias palabras, sería la "construcción nacional" de Euskalerria (neologismo usado desde los tiempos de Sabino Arana para designar al territorio considerado como vasco).

Es tesis clásica del marxismo, y por tanto de nuestra corriente, que en el área europea occidental, desde 1871, pueden darse por cerradas las unificaciones nacionales en pugna abierta contra la opresión feudal y retardatoria. Quedará en pie el caso de Irlanda, la primera colonia inglesa, cerrado en falso a comienzos de este siglo y con la herida sangrante del Ulster siempre presente. Desde aquel momento, y tras la colaboración de los enemigos burgueses franceses y prusianos para aplastar a la Comune proletaria, cualquier reivindicación de tipo nacional en este área no será sino la manifestación de intereses burgueses que intentarán arrastrar al proletariado detrás suyo como carne de cañón. Si en 1871 estas tesis nacionalistas ya podían ser consideradas como reaccionarias, hoy día, 130 años después, son además de archirreaccionarias, abiertamente contrarrevolucionarias, pese a la parafernalia de actos violentos que las acompañan en muchos casos y que llegan a confundir a más de uno. Aunque el recurso a la lucha armada no es hoy en día la nota dominante, sí caracteriza a todos los movimientos nacionalistas europeos el añadir ciertos elementos socializantes, que no socialistas, con el objeto de enmascarar ante la clase obrera unos objetivos plenamente burgueses y de conservación social del sistema de esclavitud asalariada.

Se podrá objetar que la fuerza del nacionalismo es ahora mayor que nunca como demuestran las recientes guerras balcánicas, o la "construcción nacional" que se ha dado en las antiguas repúblicas de la URSS. Esto no es más que la apariencia del fenómeno, ya que todo este maremagnum nacionalista no ha supuesto en ningún caso un paso hacia adelante. Las relaciones económicas y sociales eran ya plenamente capitalistas y burguesas, por lo que esas tendencias centrífugas no han sido sino la válvula de escape de la terrible crisis económica que ha sacudido el bloque capitalista del Este, y un diversivo ante las luchas obreras para evitar su generalización y extensión internacional. Por el momento la burguesía sigue ganando la partida, y la balcanización del Este se ha mostrado como un buen antídoto contra la revolución anticapitalista y antimercantil. No se puede excluir para aquellas zonas más vulnerables dentro de la Unión Europea una solución burguesa similar a la balcánica, en condiciones de crisis económica y social similares, que aunque todavía lejanas se perfilan en el horizonte.

Europa es una jungla de nacionalismos que puede estallar en cuanto las necesidades del capitalismo así lo exijan. En manos del proletariado estará, una vez más, la última palabra.
 
 










SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: CONFLICTO IMPERIALISTA EN AMBOS FRENTES CONTRA EL PROLETARIADO Y CONTRA LA REVOLUCIÓN

Trabajo expuesto en las reuniones de Partido de setiembre 1995, enero y mayo 1996







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A continuación publicamos la primera parte de la traducción de un trabajo de partido originalmente elaborado en italiano, y que se publicó en esta lengua en junio de 1996 como opúsculo ocupando por entero el número 40 de nuestra revista semestral en dicha lengua Comunismo. Cuando se hace mención a la Izquierda normalmente se refiere a la italiana, ya que el trabajo hace especial referencia a la situación en Italia, aunque esto no quiere decir que tal situación no pueda trasladarse a otros países.
 
 

Introducción

Desde el final oficial del segundo conflicto mundial la guerra no ha decaído nunca: Corea, Medio Oriente, India, Vietnam, Irak... la lista sería interminable. Desde hace cinco años las armas disparan también en Europa en el enfrentamiento de la ex Yugoslavia, y que querrían hacer pasar por local, mientras en la realidad se demuestra que es querido, llevado y controlado por las grandes potencias, en un área donde se ha abierto un vacío o se han sobrepuesto las influencias y pretensiones contrapuestas de Alemania, Rusia, USA y otras potencias europeas menores. Los grandes y potentes Estados capitalistas no quieren, aparte de que tampoco podrían, frenar a las formaciones más o menos regulares que se masacran recíprocamente y sobre todo masacran población civil. Son estos Estados, todos indistintamente interesados en la inestabilidad de la región, los que suministran las armas a los contendientes, cuidando de mantener ese equilibrio de fuerzas que asegure que ninguna prevalece. Se reparten las cuotas de control de la por fuerza difunta Yugoslavia como acostumbran a hacer con las cuotas de los paquetes de acciones de sus sociedades anónimas. Para la burguesía la guerra es una inversión como otra.

En este opúsculo exponemos nuestra original lectura de la Segunda Guerra Mundial, que para nosotros no fue nazi-fascista de un lado y antifascista del otro, sino imperialista y antiproletaria en ambos y como tal en ambos lados a combatir por parte de las sanas fuerzas proletarias y comunistas. Esta condena nuestra tiene 50 años de antigüedad, como documentamos en el apéndice, y no tiene nada que ver con los revisionismos no definitorios o partisanos de moda. La guerra balcánica actual reproduce, a escala reducida, de momento, la misma criminal falsificación para las clases sometidas, que tras una silenciada pero valiente y prolongada oposición, han sido encaminadas a la masacre bajo falsas banderas por los intereses de sus propios negreros.

Hoy, en la ex Yugoslavia y en todos los países, como antes y durante la Segunda Guerra, al proletariado todavía le falta su propio partido comunista, el único, por determinativos históricos materiales, que puede recoger y coherentemente dirigir el instintivo rechazo de los trabajadores a la guerra de los patronos, hacia la destrucción revolucionaria de la sociedad capitalista y sus guerras a la misma vez.

El comunismo revolucionario marxista, que se remonta en su coherencia de doctrina y de partido hasta mediados del siglo XIX, pasando por encima de la sarta de corrupciones, inserta el fenómeno de las guerras dentro de la dinámica general de la lucha histórica entre las clases. La guerra no es, para Marx y para nosotros, el producto de particulares crueldades o actitudes de líderes, pueblos o naciones que serían responsables de lacerar la continuidad de un desarrollo pacífico y progresivo de la humanidad, sino expresión de fuerzas económicas que se deben juzgar analizando las fuerzas históricas reales que las determinan, el sentido de las cuales es lo único que explica y da fundamento a las posturas que el partido comunista asume al respecto.

Ha habido guerras revolucionarias, recientemente las de independencia, que se pueden inscribir en el ciclo de luchas de burgueses y proletarios unidos contra las reaccionarias autocracias imperiales. Esa fase se cierra en Europa en 1871 cuando, formados y consolidados ya todos los mayores Estados nacionales, es decir burgueses, del viejo continente, la Comuna de París, primera expresión de dictadura estatal del proletariado contra la ya unida burguesía, ve, como cuenta Marx, a todos los países burgueses confederados contra la clase obrera. Desde ese momento en Europa ya no se asiste a guerras entre Naciones, con objetivos de formación y consolidación nacionales, sino a guerras entre Estados sin más objetivo que arrebatarse unos a otros los mercados y la sumisión militar y financiera de amplias regiones; el fin no es el de liberar energías de ataduras ancestrales, por el contrario es impedir o retardar el progreso económico y social.

Las burguesías de todos los países no tienen ya ningún objetivo histórico, su acción política, en la paz y en la guerra, además de carecer de cualquier principio también carece de un plan estratégico: el capitalismo mundial ya no tiene más que una estrategia, la defensa del estado de cosas actual. Al ser la única amenaza para la conservación del beneficio y del dinero la que proviene de la aparición del proletariado en el terreno revolucionario, amenaza actualmente solo potencial pero no por ello menos real, la estrategia de todos los Estados se reduce, en la paz y en la guerra, a una sistemática guerra permanente contra el proletariado.

Las guerras imperialistas, inevitables para la destrucción de la acumulación de demasiada riqueza generada por el anárquico modo de producción de mercancías y su loco crecimiento exponencial, se llevan a cabo pues entre opuestos frentes de Estados, modernos propietarios de esclavos, para repartirse entre ellos, usando la fuerza, el producto de esos esclavos; pero un obvio interés común de los contendientes es que los esclavos no se rebelen, ni siquiera los del enemigo, ya que se podrían contagiar los propios. Las guerras contemporáneas por tanto se llevan a cabo con el fin económico de masacrar fuerza de trabajo excedente – que para el capital es solamente un coste y que podría ir a parar a las filas del comunismo – ya sea en el frente o enmascarando fácilmente como acciones militares contra el enemigo bombardeos despiadados sobre barrios obreros; seguro es también el fin político de desbaratar las filas proletarias, emborracharlas con la propaganda belicista y patriotera, romper la solidaridad internacional del proletariado, y someter al partido comunista y las organizaciones de los trabajadores a las leyes de excepción de tiempos de guerra.

Ya dos guerras han dado prueba de la brutalidad burguesa, persiguiendo el fin de la propia conservación a precio de sangre de decenas de millones de proletarios, una hecatombe llevada a cabo siguiendo un plan, como demostramos en este opúsculo sobre el teatro italiano de la Segunda Guerra, bastando los documentos que lentamente han escapado durante cincuenta años de la censura de vencidos y vencedores: permanente acuerdo éste entre las cancillerías de Berlín, Roma, Londres, Washington, Moscú...

La vía a seguir por el partido comunista frente a las guerras imperialistas es unívoca y se ha recopilado de innumerables batallas contra el enemigo y contra los traidores de nuestro movimiento, que tanto en la primera como en la segunda guerra pisotearon todo principio de clase, haciéndose voluntariamente propagandistas de la carnicería y reclutadores ideológicos de los obreros, empujándoles a los trenes militares, a la disciplina de las trincheras y a disparar contra los hermanos de clase al otro lado del frente. Para el comunismo incorrupto, como afirmaron Lenin y las Izquierdas de la Segunda Internacional contra el social-chovinismo en la Primera Guerra, y como repitieron nuestros compañeros de la Izquierda italiana contra el mito filoaliado de la guerra de liberación y antifascista en la segunda, las guerras imperialistas son inevitables, una necesidad económica del capitalismo: quien acepta el capitalismo debe aceptar también sus guerras.

Llega un momento, en que todos los variopintos componentes de la grande y pequeña burguesía más o menos condescendiente, son inexorablemente atraídos por la guerra, y la apoyan sabiendo bien que solo arrojando a la hornaza del conflicto también a alguno de sus propios hijos puede sobrevivir su clase. Y sus cuentas bancarias. Confirmaciones históricas no faltan. Quien, como el movimiento pacifista burgués, invita por tanto a los trabajadores a unirse a una parte de los burgueses "por la paz", les encamina a una derrota segura aunque solo sea en el objetivo de evitar el horror de la guerra moderna. La consigna que le ha faltado demasiadas veces al proletariado es GUERRA A LA GUERRA – CONTRA LA GUERRA ENTRE ESTADOS GUERRA ENTRE LAS CLASES – CONTRA LA GUERRA, REVOLUCIÓN. El proletariado es la única clase que puede impedir o hacer que cese la guerra, abatiendo el poder de los Estados capitalistas e iniciando su propia guerra por la república mundial de los trabajadores.

Este enfoque revolucionario, único emancipador de una humanidad transformada en objeto de compraventa por parte de las incontrolables fuerzas del Capital, presupone que el proletariado escape a la sobredosis de drogas que le vienen suministradas por los falsos partidos obreros y comunistas y por los sindicatos del régimen, que han hecho del pacifismo interclasista, de la democracia y de la fidelidad a la patria sus leyes sagradas, y se reorganice en verdaderos sindicatos combativos y fieles a la clase, y que vuelva a su originario programa internacionalista y al partido comunista revolucionario. Primer paso en este camino será desenmascarar el deshonesto mito de la Resistencia y denunciar que el estalinismo aportó la colaboración de clase en la guerra imperialista que transcurrió.
 
 
 
 
 

La Izquierda comunista contra la Primera y Segunda Guerra imperialista

Las premisas para el desencadenamiento de la segunda carnicería imperialista estaban puestas ya desde el final de la Primera Guerra Mundial. Los tratados estranguladores de Versalles y S. Germain, con la desmenbración de los Imperios Centrales y con las condiciones económicas y militares impuestas a los derrotados, por fuerza tenían que volverse a poner en discusión cuando el capitalismo de estos Estados, de modo particular el alemán, apenas retomase su vertiginoso ritmo de acumulación, y como consecuencia tuviera la necesidad de romper los angostos límites dentro de los cuales las potencias vencedoras lo habían encerrado a la fuerza.

Volver a poner en discusión estos tratados no podía hacerse sin embargo de manera pacífica, sino solo a través de una nueva, más sangrienta, matanza del proletariado.

Mientras el capitalismo, ya antes de que las armas cesasen de tronar, organizaba el siguiente enfrentamiento armado, en el otro lado de la barricada de clase, el proletariado intentaba poner fin a toda guerra lanzando la consigna de la confraternización proletaria entre los ejércitos enfrentados y de la transformación de la guerra entre Estados en guerra de clase.

La revolución victoriosa en Rusia impuso a los Estados burgueses el cese del conflicto, acortando lo que de otra manera hubiera debido durar mucho más tiempo según sus planes y sus necesidades destructivas. Ya que el peligro que ahora corrían no era el de ver a los ejércitos enemigos marchando sobre las distintas capitales, algo que hubiese podido hacer daño a las Casas reales, a las castas militares, a los aparatos políticos, pero ciertamente no al modo de producción capitalista; el verdadero peligro que se cernía sobre el horizonte burgués era la revolución proletaria. Frente a este peligro los burgueses inmediatamente redescubrieron su solidaridad de clase y la ayuda recíproca para sofocar la insurrección proletaria allí donde ella se diese.

No obstante, el capitalismo, además de su aparato represivo, además de la ayuda que las varias burguesías, "amigas" y "enemigas", estaban dispuestas a concederse en pos de la salvación común, el capitalismo internacional poseía un arma más, la más refinada y por tanto la más mortífera: el arma de la traición llevada a cabo por el oportunismo socialdemócrata.

La importancia determinante de la socialdemocracia ya había sido probada en el transcurso de la primera masacre imperialista, cuando la Segunda Internacional cambió completamente su plan político, según el cual el estallido de la guerra entre los Estados sería el mejor momento para desencadenar en todos los países la insurrección de clase, e interpretó por el contrario, que no era cierto que el proletariado no tuviese nada que perder excepto sus propias cadenas, como se dice en el Manifiesto, sino grandes "patrimonios" a salvar: la libertad e independencia de la patria, y el contenido democrático de la revolución burguesa, amenazados por un retorno a la Edad Media despótico, absolutista, teocrático y feudal.

A pesar de ello el oportunismo de la Segunda Internacional cuando arrojó al proletariado a la carnicería de 1914-1918, de palabra no renegó de las finalidades socialistas, solo dijo que estos objetivos debían dejarse temporalmente a un lado, ya que en ese momento había compromisos más urgentes; a la burguesía solo se le habría concedido una tregua temporal y, acabada la guerra (que Mussolini había definido incluso "revolucionaria") la lucha de clase y el internacionalismo volverían a tomar su lugar en la consecución de la emancipación proletaria.

Pero esto era imposible, ya que no se puede pasar con la máxima indiferencia del terreno de una clase al de la otra, de hecho no tendría que haber razón para ayudar a la burguesía a sobrevivir cuando después se la quiere estrangular. Está claro que los "decididos socialistas" formaban parte del aparato de mistificación sin el cual no hubiera sido posible buscar apoyo dentro de la clase obrera.

Apenas acabó la guerra el retorno a los principios del "internacionalismo socialista" tomaron expresión, según los casos y necesidades de la burguesía, o a través de la feroz represión del proletariado, o entregando a éste, desarmado, en manos de la reacción legal e ilegal del Estado.

La degeneración de la revolución rusa y de la Internacional Comunista, acaecida a la muerte de Lenin, supone otro elemento más de desorientación en las manos de la contrarrevolución.

La Fracción de la Izquierda comunista, en la emigración, desde que surgió en 1928, puso la máxima atención en el problema de la guerra y en la necesidad de la reconstrucción de la organización política revolucionaria del proletariado, para oponerse al que sería el segundo enfrentamiento mundial armado. Movilización antimilitarista que habría debido proceder junto a la preparación de la insurrección revolucionaria para la toma del poder: único medio de prevenir y evitar la guerra.

Por tanto la Fracción, a la luz de la teoría marxista y de la confirmación de los hechos, denunció incansablemente el verdadero significado militarista y belicista de cualquier movimiento "pacifista": ya sean los promovidos por los socialdemócratas y estalinistas, o los promovidos por los Estados democráticos, fascistas y soviéticos que, con sus acuerdos de paz, con sus conferencias para el desarme, con la Sociedad de las Naciones (a la cual la Unión Soviética degenerada se apresuró a adherirse) no hacen más que preparar las tomas de posición, los términos y los plazos del nuevo baño de sangre proletaria.

La revolución proletaria que, a despecho de la traición socialdemócrata, no obstante estalló, y que fue revolución internacional aunque solo en Rusia fue posible mantener el poder conquistado, dio una sacudida tan fuerte a toda la estructura política burguesa que la obligó a organizar formas nuevas de dominio y de desviación del movimiento revolucionario de clase.

Los partidos de la Segunda Internacional acabaron por atrasar el movimiento insurreccional por el tiempo necesario para que la burguesía se recuperase del espanto y reforzar su poder; sin embargo, a estos partidos les llegó la hora al igual que a los ordenamientos políticos del liberalismo democrático.

En los focos donde más aguda se hacía la lucha social, la democracia parlamentaria y socialistizante pasó a la acción directa sin tener cuidado de fruslerías legales y, desembarazándose de los incordiantes e inutiles parlamentos, pasó democráticamente (recuérdese este aspecto característico tanto del fascismo como del nazismo) a la dictadura de clase. Y el fascismo, en sus contenidos y en sus métodos, aunque fuesen pocos los países en los que se llevaron sus camisas negras o pardas, fue adoptado unánimemente por todas las naciones civiles e industrializadas: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, etc.

Si los Estados capitalistas tenían que asumir una vestidura distinta de la usual también el oportunismo debió adaptarse a las nuevas exigencias, y el estalinismo no se limitó a desarmar moralmente y materialmente a la clase obrera para que fuese dócilmente encuadrada en los ejércitos burgueses, el estalinismo hizo algo más: organizó los ejércitos "proletarios" bajo la bandera roja para que degollasen a otros proletarios y alejasen el peligro de la revolución. El primer experimento en este sentido se consumó en China en 1927 y años sucesivos, para perfeccionarse después durante la guerra en España.

Con el movimiento de clase brutalmente reprimido en los países con régimen fascista y uncido a los intereses burgueses en nombre del antifascismo en los de aspecto democrático, el partido revolucionario disperso y sus jefes más representativos exterminados por obra del estalinismo, y la ex Internacional Comunista sometida a los intereses del Estado ruso, el imperialismo internacional ya tenía vía libre para desencadenar un nuevo baño de sangre regenerador tras el cual todos, indistintamente, resultarían vencedores, ya que el único perdedor era, una vez más, el proletariado mundial.

Frente a este enorme desastre solo la pequeña organización de la Izquierda mantuvo en alto el estandarte del comunismo revolucionario, el de Marx, Lenin y otros innumerables anónimos compañeros, y si no pudo influir en el curso de los acontecimientos, no se cansó de llamar al proletariado a su verdadero programa de emancipación y de paz que puede ser sintetizado en: lucha contra la solidaridad nacional por la solidaridad de clase; contra todas las guerras, por la revolución social y la instauración de la dictadura del proletariado.

Nuestra "esquemática" posición basada en la lucha de clase, la intransigencia revolucionaria y el rechazo de todo tipo de colaboración, sin dejarnos desviar por las situaciones contingentes, frecuentemente es acusada de ser una estéril y negativa indiferencia teórica y práctica. En "Prometeo" del 3 de octubre 1946 escribimos: «¿Cómo se puede afirmar a marxistas, es decir, defensores del análisis científico más carente de prejuicios y libre de dogmas aplicado a los fenómenos sociales e históricos, que sea precisamente indiferente en todo el desarrollo del proceso que llevará del régimen capitalista al socialista la victoria o la derrota, ayer de los Imperios Centrales, hoy del nazi-fascismo, mañana de la plutocracia americana o del totalitarismo seudosoviético?. Con esta tesis insinuante el oportunismo siempre ha iniciado sus batallas y hasta ahora las ha vencido. Efectivamente, actualmente no se puede decir que a los comunistas de la izquierda les caracterice la ignorancia voluntaria de tales alternativas, así como el rechazo del más sutil análisis de las complicadas vicisitudes posteriores y de las relaciones de la crisis capitalista (...) Nosotros afirmamos sin más que a las distintas soluciones, no solo de las guerras que involucran al mundo entero sino de cualquier guerra aunque sea más limitada, correspondieron y corresponderán efectos muy diversos en las relaciones de las fuerzas sociales en ciertos aspectos en el mundo entero, así como en las posibilidades de desarrollo de las acciones de clase. Marx, Engels y Lenin han mostrado la aplicación de esto a muy diferentes momentos históricos, y en la elaboración de la Plataforma de nuestro movimiento se debe seguir aplicando y demostrando (...) Cuando además las dos soluciones del conflicto aporten diversas posibilidades, seguramente previsibles y calculables por el movimiento, la propia utilización de estas posibilidades no puede ser asegurada más que evitando comprometer en la política de dominio oportunista, las principales energías de clase y las posibilidades de acción del Partido (...) En conclusión, admitiendo por un momento que "las Cartas", los parlamentos, las leyes liberales y demás equipamiento similar (que en la historia más moderna aparecen como palabras vacías, ya no solo para el marxista consciente sino para el más ingenuo observador) puedan por ventura en ciertos sectores de tiempo y de espacio venir bien, dejaremos dialécticamente que otras fuerzas y otros partidos luchen por ello, y nos dedicaremos incesantemente a desenmascarar y sabotear tales finalidades y sus paladines».

El texto que se publica en este número de la revista es la continuación de los estudios aparecidos con anterioridad por capítulos bajo el título "Decennio di preparazione della seconda guerra mondiale", a los cuales enviamos al lector interesado. El hecho de haber limitado el presente estudio solo a algunos aspectos de la campaña en Italia es debido simplemente a no disponer, por lo menos por ahora, de suficiente material de propaganda, agitación y trabajos teóricos producidos por la Izquierda en otros países europeos. El único documento completo que poseemos y solo de segunda mano, el Manifiesto al proletariado de Europa, se reproduce como apéndice. No obstante podemos afirmar con toda certeza que todo lo escrito y demostrado por el escenario de la guerra en Italia puede ser extendido a todas las zonas en que se desarrolló la guerra, es decir: coalición interimperialista contra la clase trabajadora mundial como su esencia principal. Esta tesis histórica general nuestra se ve completada con la reedición aquí del trabajo de partido que apareció por capítulos en nuestro periódico de entonces, Battaglia Comunista, entre finales de 1947 y principios de 1948 y que se debe considerar parte integrante del presente estudio.

La relectura del texto de 1947 demuestra una vez más la valiente posición de la Izquierda, que por cierto no ha esperado a los años del revisionismo histórico, sino que en plena borrachera de democracia y resistencia ponía la cuestión de la guerra con toda su cruda verdad de clase sin hacer ninguna concesión, ni siquiera mínima, que, sin salir de los límites de la ortodoxia, habría podido darnos más simpatizantes y quizá haber hecho afluir a nuestras filas un número mayor de elementos, pero debilitando la eficacia del ya previsto bastante largo en el tiempo trabajo de partido.
 
 

Las organizaciones de la Izquierda dispersas pero no vencida durante la Segunda Guerra

A finales de 1943, en la moribunda República Social Italiana, se crea una "Secretaria Especial" que, entre otras funciones, tenía la de recoger, catalogar y estudiar toda la prensa clandestina. Periódicamente se redactaban informes por materias. En el primero de estos informes, que data del 9 de marzo 1944, podemos leer: «"PROMETEO- Órgano del Partido Comunista Internacionalista". En la cabecera pone. "Año 22, serie III: Por la Vía de la Izquierda". Único periódico independiente: Ideológicamente el más interesante y preparado. Contra todo compromiso predica un comunismo puro, indudablemente trotskista (...) Combate la guerra bajo cualquier aspecto, democrático, fascista o estalinista (...) Esta actitud se expone claramente en el artículo de apertura del 1 de noviembre 1943, ’Nuestra Vía’, en el que profundizaba, a la luz de la doctrina leninista, sobre la naturaleza del conflicto actual, y definía la posición de ambos grupos beligerantes como ’distintas caras de una misma realidad burguesa’ (...) Tal postura de Prometeo no podía dejar de suscitar la violenta reacción del Partido Comunista Italiano y de modo particular la de Ercoli...»

En un informe a continuación el anónimo relator escribía: La prensa subversiva clandestina prefiere limitarse a una postura de baja inventiva, salvo raras excepciones (por ejemplo ’Prometeo’), no siendo demasiado de su gusto la polémica doctrinal". En el informe n° 3 de mayo 1944, además se lee: «"PROMETEO" (...) como ya se dijo es el más independiente de los periódicos que han llegado a nuestras manos, a pesar de las acusaciones de los escritos inspirados por Togliatti (...) Sería interesante conocer el seguimiento efectivo que pueda tener el movimiento de ’Prometeo’. Se puede considerar que sea escaso, por su posición intransigente demasiado en contraste con el extendido oportunismo de las masas antifascistas, fruto de la cobardía moral y física de la que los acontecimientos de julio y setiembre no fueron más que las manifestaciones más llamativas».

A nosotros no nos interesan de hecho los reconocimientos por parte del enemigo, no obstante es muy significativo que, en sus informes secretos, se arriesgue a individuar el partido de clase. Por otra parte los mismos carroñeros estalinistas, que se ensañaban tan ferozmente con los compañeros de la Izquierda, tenían la misma preocupación, y, precisamente porque conocían exactamente nuestras posiciones y nuestro peligro, aunque no fuera inmediato, colaboraban con el "odiado fascista" para eliminar tanto nuestra influencia como a nuestros compañeros.

En los numerosos y detallados informes expuestos en las reuniones generales del partido hemos demostrado como la Fracción de la Izquierda Italiana declaró inmediatamente la inevitabilidad de la futura guerra interimperialista y, a través de los análisis económicos, políticos, sociales e históricos, prevería incluso con gran precisión cuáles serían las futuras formaciones bélicas.

Nunca hemos pretendido atribuir testificaciones de infalibilidad a la Fracción (la infalibilidad no la reivindicamos ni siquiera para el Partido, no somos papistas). Pero reconocemos continuidad en la dirección revolucionaria, ya sea para la Fracción, para los varios grupos o para compañeros individuales que, frente a la tragedia de la contrarrevolución estalinista, del nazi-fascismo, de la borrachera democrática y de la guerra imperialista supieron mantener como punto de referencia la Revolución de Octubre, Lenin, el partido de Livorno y la Izquierda Comunista italiana. Quien venga a hablarnos de las previsiones erradas, de las disputas internas, de las rendijas tácticas y de los errores cometidos tan solo nos hace sonreír.

Hay quien por ejemplo, nos acusa de habernos disuelto de hecho desde el inicio de la guerra, mientras teníamos «amplios medios para asegurar (nuestra) continuidad política». Quizá estos señores que tienen una concepción muy teatral de la revolución, sueñan con banderas rojas que ondean en los campos de batalla y heroicos internacionalistas que ofrecen su pecho desdeñosamente a los pelotones de ejecución. No, quien esperara teatralidad de los compañeros de Izquierda se equivocó de mucho, ellos habrían comprometido el futuro de la organización si se hubiesen abandonado a similares comportamientos. No obstante, apenas las condiciones lo permitieron, nuestros compañeros reanudaron inmediatamente los contactos y, jugándose el pellejo, expusieron a los proletarios en condiciones de escuchar su voz las posiciones típicas del comunismo revolucionario, de la aversión a la guerra, de la confraternización entre proletarios uniformados y de la necesidad de transformar en guerra entre las clases la guerra entre los Estados.

En 1942 en Francia, se formó un "Núcleo de la Izquierda Comunista" con estas características precisas: 1) Rechazo a la defensa de la URSS. «El Estado soviético, instrumento de la burguesía internacional, ejercita una función contrarrevolucionaria. La defensa de la URSS en nombre de lo que queda de las conquistas de Octubre, debe ser por tanto rechazada para dejar lugar a la lucha sin compromisos contra los agentes estalinistas de la burguesía». 2) Equiparación de los bloques democrático y fascista. «La democracia y el fascismo son dos aspectos de la dictadura de la burguesía que corresponden a las necesidades económicas y políticas de la burguesía en fases determinadas». De ello se deriva, por tanto, que la adhesión a la guerra imperialista representaba «Una frontera de clase que separa ahora ya claramente la Fracción de todos los demás partidos o grupos que representan de diverso modo los diferentes intereses capitalistas contrarrevolucionarios».

Casi al mismo tiempo, en el norte de Italia, se constituía el Partido Comunista Internacionalista sobre la base de una pequeña plataforma pero en la que estaban fijadas las siguientes líneas características: 1) Denuncia de la guerra como cruzada ideológica; 2) Denuncia de la degeneración del Estado Obrero y de la Internacional, lo cual bastaba para volver a las posiciones del partido de Livorno y de la Izquierda. La conexión con Livorno 1921 y con la Izquierda se podía identificar también por el nombre elegido para su periódico: "PROMETEO".

En el segundo número de la publicación se afirma: «Prometeo, que en su primera edición fue el portavoz de la Izquierda italiana en el seno del joven Partido Comunista de Italia como revista teórica de educación marxista, bajo la guía del grupo de vanguardia que ese partido creó, manteniéndose en su dirección por algunos años y defendiendo la pureza ideológica contra el oportunismo de las fracciones de derecha; que en su segunda edición fue el órgano de la fracción de izquierda del PCI, constituida en Pantin (Francia) en 1928 para continuar desde el exterior la obra de elaboración teórica, partiendo de los errores cometidos y de las derrotas sufridas por el proletariado de todo el mundo; ahora sale como órgano del Partido Comunista Internacionalista, heredero directo de esa tradición y reivindicatorio de Ímola y Livorno. Su objetivo es introducirse en la espantosa crisis que sacude al mundo capitalista, con el intento concreto de llevar hasta el final la tarea confiada al proletariado italiano, de ser un guía seguro en las batallas sociales que se avecinan, por la revolución proletaria y comunista en Italia y en el mundo. "PROMETEO", en cuyo nombre revive el héroe mitológico encadenado a las rocas del Caucaso por haber robado a los dioses y dado a los hombres el fuego, representa toda una tradición y todo un programa: es el órgano de la revolución que se aproxima, el periódico que los proletarios italianos considerarán como suyo» ("Prometeo", n° 2, diciembre 1943).
 
 

25 de julio 1943
La burguesía echa a Mussolini
y ametralla a los obreros en huelga

El 25 de julio de 1943 con la reunión del Gran Consejo Fascista y la aprobación del o.d.g. Grandi, la burguesía italiana, por medio del mismo fascismo, decretaba el fin del régimen mussoliniano y la vuelta a la burguesa legalidad democrática.

El Partido Comunista Internacionalista intervino inmediatamente para poner en guardia al proletariado sobre el peligro de abandonarse a entusiasmos demasiado fáciles y, en un documento suyo, desenmascaraba la maniobra burguesa del gobierno Badoglio: «El gobierno Badoglio se puede definir como una tentativa burguesa, apoyada en la base conservadora de la monarquía, para resolver el problema del fascismo y de una guerra en sumo grado impopular, parando al mismo tiempo la amenaza de un asalto al poder del proletariado con la ilusión de un retorno a las legalidades constitucionales. Se trataba de escindir las responsabilidades del conjunto de la burguesía y sus varias instituciones de las de un presunto ’gobierno por encima de las clases’, de montar el escándalo en torno a un grupo restringido de hombres, con el fin de que la indignación de las masas se concentrase en ellos y nada más que en ellos, y no incidiese sobre la majestuosidad inviolable de las instituciones burguesas. Mussolini fue arrojado como pasto a las masas, después, en pequeñas dosis, el partido y los principales jerarcas, precisamente para que, cada día, la gente tuviese delante un nuevo blanco al que dar y no se encontrase cara a cara con el enemigo fundamental. Con la misma astucia se dosificaron poco a poco las reivindicaciones y las promesas, para que al alcanzarse de golpe un régimen de libertades constitucionales, el proletariado no estuviese tentado a suplantarlo. La gran burguesía cambiaba de camisa pero seguía siendo la misma. Volviendo a hacer el experimento de 1922 pero al contrario, la burguesía, que impotente para contener en el marco de las instituciones la oleada revolucionaria desencadenada por la crisis de la otra posguerra había creado el fascismo, lo liquidaba, de acuerdo con la monarquía una vez más, por las mismas razones. La maniobra tuvo tanto más el efecto deseado al prepararle el terreno entre las masas la degeneración del mayor partido obrero, el Partido Comunista Italiano, así como su ferviente campaña a favor del frente nacional. La burguesía no tenía más que hacer suyos los lemas de unión antifascista lanzados por el centrismo y así obtener un consenso popular para la dictadura militar monárquica. Es verdad que la guerra continuaba y el Eje seguía intacto, es verdad que la obra de saneamiento constitucional procedía con extrema lentitud, pero para justificar este retraso en las decisiones supremas, se tenía el espantajo de la invasión alemana, a la cual, por otra parte, no se ponía ninguna resistencia seria».

Manlio Morgani, el presidente de la agencia Stefani, enterado del arresto de Mussolini, corrió a casa y se disparó en la sien. El duce, de hecho había enseñado a los fascistas que «quien no está preparado para morir por su fe no es digno de profesarla». No sabemos si clasificar a Morgani como el único fascista "digno" o como el único fascista tonto, el hecho es que todos los demás se dieron cuenta, de repente, de haber sido, siempre, antifascistas viscerales y, desde el principio de la OBRA, se pusieron a disposición del gobierno Badoglio. Sintomático ejemplo del chaquetismo itálico fue la edición del "Popolo d’Italia" del 26 de julio. Este número del periódico, aunque se imprimió y paginó no fue distribuido, se quedó en los locales de la imprenta. Pues bien, este periódico que debajo de la cabecera tenía escrito "fundador Benito Mussolini", que era propiedad de Benito Mussolini, que lo dirigía Vito Mussolini, este periódico, el 26 de julio, el día después del arresto de Benito Mussolini, llevaba a toda página el título siguiente: EN LA HORA SOLEMNE QUE INCUMBE A LOS DESTINOS DE LA PATRIA BADOGLIO ES NOMBRADO JEFE DEL GOBIERNO ¡MANIFESTACIONES PATRIÓTICAS EN TODA ITALIA VIVA ITALIA! No hace falta subrayar que las "manifestaciones patrióticas" no eran más que manifestaciones antifascistas. En el artículo se leía, entre otras cosas: «Hoy más que nunca hace falta firmeza de espíritu, armonía de sentimientos y cada vez más voluntad tenaz de combatir. Ninguna palabra, ningún gesto de disensión, abnegación absoluta, colaboración completa con las autoridades. Esta es la consigna para todos nosotros».

El coronel de las SS Dollmann relata como la comandancia alemana esperaba que algunos fascistas se pusieran a la cabeza de una sublevación filomussoliniana. «Hasta las 9 de la noche von Mackensen (el embajador - n.d.r.) y yo esperamos en vano que los fascistas entusiastas acudiesen a la embajada para ser aconsejados y proceder a conquistar Roma a la cabeza de la División ’M’. No se dejó ver ni un solo mosquetón, comisario, o agente de policía: no se dejaron ver ni Vidussoni, ni Muti, ni Scorza».

Carlo Scorza, secretario del PNF (Partito Nazionale Fascista), sobre la falsilla de Mussolini había proclamado que «quien no está dispuesto y preparado para el sacrificio supremo no tiene derecho de ciudadanía espiritual en el partido. Si logra permanecer con hipocresía y simulando, es un traidor». Apenas dos meses antes solemnemente había jurado: «pase lo que pase, en cualquier lugar, nosotros combatiremos con decisión, encarnizadamente, con furor (...) Si debemos caer, juramos caer con categoría, con dignidad, con honor». Scorza, ya el 26 de julio, para caer con categoría, con dignidad, con honor, se puso a disposición de Badoglio y, con una carta escrita, pidió un cargo. «Testa, el ex prefecto de Fiume y último fiduciario especial para Sicilia (...) no se alejaba de la antesala de Badoglio y pedía urgentemente un puesto. Hasta ahora Testa era considerado (...) un fascista fanático y un pilar del partido» (F.K. von Plehwe, El Pacto de Acero).

A las 22:15 – relata Dollmann – ante la verja de la embajada alemana se presento «Farinacci, el personaje que, según las previsiones, tendría que haberse opuesto a las decisiones del rey. (Pero) las preocupaciones del héroe de Cremona no eran respecto al destino del pobre Duce (...) Con la cara pálida y temblando del miedo él no deseaba otra cosa que tomar el primer avión para Alemania (...) Ni una palabra sobre el Duce, ni una palabra sobre la división "M", ni una alusión a los intentos de liberación». Disfrazado de aviador alemán, a Farinacci se le lleva a Frascati desde donde tomó un avión para Munich. Después de esto los vuelos en masa de fascistas se sucedieron a ritmo incesante, Dollmann apunta que la embajada alemana parecía haberse convertido en una agencia de viajes. La tarde del 26 de julio, el embajador alemán von Mackensen, a las 23:30, cerraba su informe telegráfico a Berlín con la siguiente consideración: «Que el decaimiento interno del partido fascista estaba verdaderamente avanzado, me parece demostrado por el hecho de que ha desaparecido de la escena sin cantos ni ruido, como se ha podido ver en el transcurso de la jornada de hoy».

Cerca de Roma había sido organizada una división acorazada de la milicia: se adornaba con una "M" roja (la división M a la que aludía Dollmann) y estaba formada por legionarios veteranos, provenientes de varios frentes. Había sido dotada, por parte de Himmler, de 36 gigantescos tanques de asalto "Tigre IV" y de 24 piezas de artillería; además de esto, como señal de fraternidad de armas y objetivos entre las SS nazis y la MVSN fascista, había sido enviado un gran número de instructores militares. Pero la división "M" no se movió. Scorza además había constituido una formación armada, una especie de anticipación de las futuras Brigadas Negras, con la función de defender la revolución y el partido fascista, en caso de un eventual peligro de crisis política, esta formación fue denominada "La Guardia de los Lábaros". Pero tampoco la Guardia de los Lábaros se movió. Por fin, para salvaguardar la incolumidad física de Mussolini y su familia habían sido constituidas unidades especiales de oficiales de la milicia para la defensa de Palazzo Venezia y Villa Torlonia. La función de este cuerpo especial era la de vigilar, y, fiel a las órdenes recibidas, vigilando se quedo. Por su parte el general Badoglio anunciaba al pueblo en fiesta que la guerra al lado de Alemania continuaba y que el gobierno militar promulgaba directivas clarísimas con el fin de prevenir y acallar con sangre cualquier manifestación popular. Inmediatamente fue promulgada una prohibición de reunión de más de tres personas, fue impuesta para todos la prohibición de salir por la noche después de las 21 horas. Restaurantes, teatros y cines fueron cerrados. La división entró en Roma, ocupó los puntos de tránsito de la ciudad «Los miembros de la embajada alemana recibieron mientras tanto carnés especiales para poder circular libremente durante la noche» (F.K. von Plehwe, El pacto de Acero).

La que ha pasado a la historia con el nombre de Circular Roatta, pero que en realidad fue firmada por Badoglio, ordenaba textualmente: «1)En la situación actual, con el enemigo que empuja, cualquier perturbación del orden público, aunque sea mínimo, y de cualquier tipo, constituye traición y puede llevar, si no es reprimido a consecuencias gravísimas; cualquier piedad y cualquier miramiento en la represión sería por tanto delito. 2) Una poca sangre derramada al principio evita ríos de sangre posteriormente. Por eso todo movimiento debe ser inexorablemente cortado de raíz. 3) Que se abandonen totalmente los sistemas antidiluvianos, como cordones, sirenas, intimidaciones y persuasiones y que no se tolere que los civiles se aproximen a las tropas cerca de las armas. 4) Las unidades deben adoptar y mantener ceño duro y actitud extremadamente resuelta (...) 5) Cuando se proceda contra grupos de individuos que perturben el orden o no se atengan a prescripciones de autoridad militar, se proceda en formación de combate y se abra fuego a distancia, incluso con morteros y artillería, sin preaviso de ningún tipo, como si se procediese contra tropas enemigas (...) 6) No se admite el tiro al aire; se tira siempre a dar, como en combate (...) 7) Los cabecillas e instigadores de los desórdenes, que se reconozcan como tal, que sean fusilados sin más si se les coge infraganti, si no, que sean juzgados inmediatamente por el tribunal de guerra reunido en sesión extraordinaria. 8) Todo el que lleve a cabo actos de violencia y rebelión contra las fuerzas armadas y de policía, o que insulte a las mismas y a las instituciones, aunque sea aisladamente, se le pase inmediatamente por las armas (...) se trata de imponerse rápido con rigor inflexible».

Así que, pocas horas después de la caída de Mussolini y tras breves instantes de falsas ilusiones, los trabajadores fueron masacrados con ametralladoras y carros armados. Las cifras oficiales sobre las víctimas del "gobierno de los 45 días" (del 25 de julio al 8 de setiembre), ciertamente inferiores a las reales, hablan de 93 muertos, 536 heridos y de 2276 detenidos. Por fin el estalinista histórico Ernesto Ragionieri se ve obligado a admitir que «en el transcurso de veinte años de fascismo nunca se había enviado al ejército a ametrallar a las masas».

Por si la circular Roatta no hubiese sido suficiente clara, el nuevo ministro de Interior, enviaba a los prefectos la siguiente orden: «Es necesario actuar con la máxima energía para que la actual agitación no degenere en movimiento comunista o subversivo». Los resultados de tales directivas no se hicieron esperar: 26 de julio - 11 muertos, 83 heridos, 494 detenidos; 27 de julio - 11 muertos, 42 heridos, 388 detenidos; 28 de julio - 43 muertos, 144 heridos, 413 detenidos; 29 de julio - 12 muertos, 38 heridos, 160 detenidos; 30 de julio - 6 muertos, 1 herido, 109 detenidos; 31 de julio - 9 heridos, 39 detenidos; 1 de agosto - 3 muertos, 12 heridos, 51 detenidos...

Esto nada más empezar la "liberación" de la dictadura fascista. Pero mejor que el número de muertos y heridos son las directivas de los jefes militares que nos dan una visión auténtica de la brutalidad antiobrera del gobierno Badoglio. El ministro de la guerra Sorice, en un telegrama a la Presidencia del Consejo de Ministros, escribía «En Turín, cerca de dos instalaciones de la Fiat, se inicia huelga de celo. Detenidos agitadores y deferidos tribunal militar para procedimiento inmediato. Está preparada intervención con artillería contra la fábrica mencionada si obreros no obedecen los llamamientos a volver al trabajo» (29 de julio).

El mismo día el general Adami Rossi, imparte las siguientes órdenes a sus tropas: «Que se hagan llamamientos a la vuelta inmediata al trabajo dando cinco minutos de tiempo, advirtiendo que, si no se retoma el trabajo, se impondrá por la fuerza. Si cuando acabe el quinto minuto continúa la abstención se abra fuego con alguna ráfaga breve, y no disparando al aire o a tierra, sino sobre los reacios. Después de la ráfaga, repetir una vez el llamamiento y, si no se consigue el objetivo, disparar ráfagas seguidas hasta conseguir el objetivo, es decir la ejecución de la orden».

En los astilleros S. Marco de Trieste, trece de los obreros huelguistas fueron detenidos, se amenazó con matar a dos de ellos, cogidos aleatoriamente, y deferir todos los demás al tribunal militar si el trabajo no se retomaba inmediatamente. En su historia del PCI, Spriano, comenta: «A primeros de agosto la calma había vuelto. El puño de hierro ha servido, aun cuando nadie quería empujar a una acción insurreccional, ni los comunistas, ni los activistas, ni los del MUP (Movimento di Unità Proletaria)». Así es, los cómplices miembros del PCI habían cuidado bien de no indicar a la clase obrera el camino de la acción revolucionaria, pero, incluso, lo veremos a continuación, se prestarán (o mejor, se propondrán) a la colaboración con el gobierno terrorista de Badoglio.
 

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NOTICIARIO

Paz imposible en Palestina

Las masas proletarias palestinas, explotadas por su propia burguesía con Arafat a la cabeza, y por la de Israel, han visto en la provocación de Shaaron la gota que colma el vaso. La calculada "peregrinación" de uno de los carniceros de Sabra y Shatila ha obtenido el resultado esperado: el petróleo ha visto como se disparaban nuevamente sus precios. Y todo con el beneplácito del gran gendarme mundial USA, que tiene en el mercado petrolífero una de sus armas más potentes para torpedear económicamente a sus rivales. Sirva como muestra el continuo hundimiento del euro que no logra encontrar su línea de flotación pese a los desesperados intentos de sus creadores.

Protestas obreras en Irán

A finales del pasado mes de junio se tenían noticias de una serie de protestas "ciudadanas" en las que los manifestantes se quejaban de la falta de servicios básicos tales como agua potable, electricidad y gas. Pese a que este tipo de noticias se filtran hacia occidente con cuentagotas, no es difícil imaginar que las protestas deben estar más generalizadas de cuanto nos hacen creer, poniendo de manifiesto el verdadero carácter de la "revolución" islámica: dictadura capitalista sobre la clase obrera.

Huelga del transporte en Madrid

La negativa a respetar los servicios "mínimos" durante la huelga a nivel provincial del pasado mes de junio ocasionó unos 800 expedientes disciplinarios. Los sindicatos del régimen burgués se vieron desbordados por los trabajadores que, saltándose los acuerdos bonzos-empresas-administración, impusieron un paro total en el sector. Las reivindicaciones de los trabajadores abarcaban aspectos salariales y de reducción de jornada. Y esto días después de que el Gobierno regional de Madrid aprobase una subida de sueldo, para ellos solos del 30 y el 50 por ciento. Unas minucias de 3 o 4 millones de pesetas más al año. Y todo esto sin hacer huelga, sin perturbar a los ciudadanos ni privarles de sus derechos fundamentales, como debe ser.

Tablero de ajedrez internacional

Las piezas se mueven con cautela pero con un objetivo claro: disputarle la supremacia mundial al supergendarme americano. El movimiento de la diplomacia rusa hacia China y Corea del Norte con el objetivo de crear un "frente euroasiático" contra la amenaza misilística "de algunos países" va en esa dirección. Conscientes de ello, los USA han contraatacado, y para ello han enviado recientemente una delegación de alto nivel a Corea del Norte. Una vez más la clásica táctica imperialista del palo y la zanahoria. Queda por ver quién conseguirá atraerse al régimen estalinista de Pyongyang, que no hay que olvidar, posee un importante arsenal nuclear capaz de inquietar a los americanos y a sus aliados en Oriente.

Derechos humanos

De los archivos del ínclito Kissinger, hechos públicos ahora en sus partes menos escabrosas, conocemos su opinión sobre los derechos humanos. Este premio Nobel de la Paz los calificaba, en privado, de estupideces sentimentales, lo cual no le impedía hacer grandes declaraciones públicas en pro de los mismos. Sin hacer gala de la hipocresía propia de los esbirros de la burguesía tipo Kissinger, nosotros declaramos, al igual que Trotski en "Terrorismo y Comunismo", que mientras persista la esclavitud asalariada, los derechos humanos serán una solemne mentira destinada a sujetar aún más al yugo a los esclavos.

¡Oligarcas, temblad!

La terrible proclama del demagogo Chávez tiene por destinataria a la masa electoral venezolana que cree ver en el "bolivarismo" del partido de Chávez la solución a sus graves problemas de subsistencia cotidiana. De momento el temblor de los "oligarcas" parece que va para largo, pues Chávez reconocía que "en diez u once años tendremos una Venezuela bonita". Mientras el feliz desenlace llega, los que sí que deberán temblar son los trabajadores venezolanos, sobre quienes recaerán todas las medidas de ajuste económico.

El banco de los pobres

Presentado como la panacea contra la pobreza, el Grameen Bank, también conocido en Bangladesh e internacionalmente como el Banco de los pobres, nos aclara, en boca de su máximo representante Muhammad Yunus su modus operandi:"Los bancos deberían saber que prestar dinero a los pobres es rentable. Yo no les pido avales, sino simplemente me baso en la confianza mutua. En mi banco los prestatarios son tambíen accionistas". Este modelo bancario, de sabor proudhoniano, no esconde otra cosa que la coacción económica, eso sí, sutilmente disimulada. Resulta que los préstamos se conceden a título individual, pero en grupos de cinco. Si uno de los prestatarios incumple el pago queda cancelado el crédito a todo el grupo. ¿Bonito, verdad? Pues no nos perdamos la guinda que es el tipo de interés medio establecido en los préstamos, un 15% anual, exactamente el mismo que el resto de los bancos. Decididamente, en estas condiciones, prestar dinero a los pobres es RENTABLE.

Argentina: duras medidas contra la clase obrera

El estado de ánimo de los trabajadores argentinos se hizo notar durante la huelga general el pasado mes de junio. La reforma de la legislación laboral y las reducciones de salarios de los empleados públicos (entre un 12 y un 15 por ciento) encontró una respuesta apropiada por parte de los asalariados que impusieron el paro casi total en el transporte y otros servicios.
La represión burguesa no se hizo esperar contabilizándose más de 50 detenidos. Pese a todos los certificados de defunción, el gigante proletario mundial sigue vivo y bien vivo.

España: Más poder para las Mutuas Laborales

Mediante el Real Decreto 6/2000 se amplian los poderes de decisión de las Mutuas privadas sobre la salud de los trabajadores. Estas Mutuas patronales estarán capacitadas para otorgar el alta médica a cualquier trabajador enfermo, pese al dictamen en contra del médico de cabecera. Al ser dado de alta dejará de percibir las prestaciones propias de su situación de baja, y si informes posteriores de la Seguridad Social confirmasen su enfermedad, el dinero de esas prestaciones lo perdería. A esto hay que añadir la más que dudosa confidencialidad que estas Mutuas patronales hacen de los datos médicos de sus pacientes. Datos que podrán ofrecerse de manera oficiosa a las empresas y que serán utilizadas por ellas en beneficio propio.

Protestas en Praga

Como sucedió en Seattle, la clase obrera ha sido la gran ausente. Este tipo de protestas, enarbolando un confuso anticapitalismo, no son más que un aviso de las verdaderas reacciones de clase que inevitablemente se darán en el futuro. Hoy se trata de la pequeña burguesía sin rumbo ni futuro. Mañana, cuando sean los trabajadores los que enarbolen la bandera anticapitalista el trato será muy distinto. La brutalidad puesta de manifiesto contra los manifestantes de Seattle y Praga se convertirá en represión abierta sangrienta y despiadada contra el movimiento obrero en cuanto este globalice sus manifestaciones y sus huelgas.

Las mentiras de la OTAN

Como sucediera en la Guerra del Golfo, el alto mando de la OTAN mintió a la hora de ofrecer el balance destructor de sus ataques contra Yugoslavia. Según informaciones de la revista estadounidense Newsweek los aviones de la OTAN destruyeron muchos menos objetivos de los ofrecidos al gran público. Así, de 744 blancos declarados por los pilotos de la Alianza sólo se confirmaron oficialmente 58. Parece ser que como sucediera en Irak, el ejército yugoslavo disponía también de un importante arsenal de blancos de pega construidos en cartón piedra sobre los que afinaron su puntería los mercenarios de la OTAN.

Revolución de terciopelo en Yugoslavia

La visita de unos emisarios de la Unión Europea semanas atrás pareció precipitar los acontecimientos que han llevado a la caida del régimen personificado interesadamente con Milosevic. Para los proletarios poco o nada va a cambiar. El peso de la reconstrucción del país lo cargará de nuevo la clase obrera yugoslava que a este respecto ya tiene sobre sus espaldas la experiencia del capitalismo "autogestionario" de Tito tras las devastaciones de la Segunda Guerra Mundial. La "apertura" a la Europa democrática mostrará a los trabajadores de Yugoslavia que el cambio de dirección política en el estado capitalista no soluciona ninguno de sus graves problemas cotidianos. Es de esperar la aparición de fuertes movimientos huelguísticos ante los cuales el nuevo gobierno de compromiso, mostrará su verdadero rostro antiobrero.

Los ferrocarriles británicos bajo sospecha

El último accidente ferroviario producido en Londres ha disipado ya las pocas dudas que quedaban al respecto. Los trenes británicos, antaño modélicos, no inspiran confianza a los viajeros. La nueva gestora de los ferrocarriles, la empresa Railtrack ha reconocido el mal estado de las vías, las cuales habrían debido sustituirse hacía ya tiempo. De la misma forma reconoce que el sistema de señalización y protección existente no es el mejor pero es el más barato. Una vez más, y siempre con muerte y tragedia por medio, se confirma la incompatibilidad entre seguridad y rentabilidad en el capitalismo.

Despido más barato en España

Con el pretexto de acabar con la temporalidad en los contratos se pretende ahora reducir a 33 días por año trabajado la indemnización pagada al despedir a un trabajador. La fórmula no deja de asombrar por la desfachatez con la que se afirma que se hará fijos a los trabajadores para poder despedirlos a placer pagándoles 33 días por año, en vez de los 45 actuales. Realmente lo que se hace es ir allanando el camino hacia el despido gratuito (libre ya lo es desde hace mucho), y parte de la próxima reforma laboral irá enfocada en ese sentido. Para eso contarán con la colaboración de los sindicatos del régimen burgués al igual que en la firma de los convenios y las rebajas de salarios que pactan con la patronal y el estado.

Represión en el democrático Brasil

Las cifras de los proletarios agrícolas asesinados en Brasil por los sicarios de los terratenientes son elocuentes. Desde la llegada de la democracia hace quince años los asesinatos se han cuadruplicado con respecto a la época de la dictadura militar. Tal es así que las empresas de asesinos a sueldo son actualmente un floreciente negocio, teniendo como víctimas a los proletarios que entorpecen la brutal explotación de la patronal agraria y su estado.

Tragedia en el Báltico

El hundimiento por razones "desconocidas" del submarino ruso Kursk ha puesto una vez más de manifiesto el alcance de la crisis capitalista que sacude Rusia y que lógicamente se tiene que reflejar de manera inevitable en el ejército y la marina. El hecho de que muchos de los ocupantes del sumergible fuesen marineros empujados por el estado burgués ruso a embarcarse y morir en aquellas oscuras y gélidas aguas, confiere a este episodio el carácter de un verdadero crimen contra nuestra clase. Uno más a sumar en la ya interminable lista de este sistema asesino, expresión última de la infame sucesión de las sociedades divididas en clases.
 
 









FRUCTÍFERA REUNIÓN DE TRABAJO EN NÁPOLES

La reunión del partido en el mes de mayo, del 6 al 7, se celebró, tras 35 años de ausencia, en la bella ciudad de Nápoles. Todos los compañeros que acudieron desde otros puntos reconocieron la calurosa acogida ofrecida por los compañeros locales, viejos y jóvenes. Dentro de una perfecta organización, los trabajos se desarrollaron con la máxima tranquilidad en la amplia sala de un edificio monumental situado en la muy céntrica Via dei Tribunali, que alberga actualmente a una editorial. Estaban presentes representantes de todos nuestros grupos.

Dada la lejanía de algunas secciones, muchos habían llegado a Nápoles el viernes. El sábado por la mañana se celebró la reunión organizativa y preparatoria; por la tarde y durante la mañana del domingo se escucharon las numerosas y preparadas relaciones de los grupos de estudio.

Abrió los trabajos una breve introducción del centro del partido que, recordando los artículos que hemos dedicado en el periódico a este nuevo siglo que va a comenzar y la octavilla del Primero de Mayo (¡En el nuevo siglo venceremos¡), comentaba que esta espera podía parecer demasiado larga. La historia tiene sus fases propias, y los periodos de respiro deben ser aprovechados por el partido. Cada siglo tiene su propia alma marcada por el ascenso, la caida y la victoria de las clases en lucha. Con respecto a este siglo que se va no se trata de juzgar o emitir condenas o absoluciones, sino de comprender que ha sucedido y porqué.

En nuestra perspectiva histórica, que pasa por encima de individuos y generaciones – como se refleja muy bien en el conjunto del partido – repetimos siempre que los verdaderos revolucionarios se reconocen porque no tienen prisa, a diferencia de la burguesía que es necesariamente inmediatista, tanto que confunde la new economy con lo que para nosotros es old economy hace cien años (la destrucción de la propiedad privada, la desmaterialización del capital, la generalización de las relaciones mercantiles, etc, o sea nuestro ABC). No tenemos prisa porque nos subordinamos – colectiva e individualmente – a las necesidades más generales de nuestra clase.

Nuestro determinismo no significa indiferencia con respecto a lo que le sucede hoy a la clase obrera: el partido sufre junto a ella los dolores del parto de la sociedad futura. Nuestro determinismo no nos hace insensibles al pensamiento, a la previsión del número de guerras mundiales que deberá sufrir el proletariado antes de que pueda cortar la cabeza al monstruo inmundo.

Pero el proceso revolucionario no puede acelerarse. El partido no es el acelerador de la Revolución, y tampoco es muy apropiado el parangón con un catalizador, en su sentido químico, o sea una sustancia que se echa en el cazo. El partido es la revolución, es el órgano consciente y dirigente de la revolución, es una condición orgánica de la misma.

Nuestra tarea y ambición es preparar, a través de un duro trabajo, como se escribe bajo el título de nuestros periódicos, esa condición indispensable para la Revolución, que precisamente en la actual new economy está madurando hasta que estalle. Esta es nuestra única prisa como militantes.
 

Curso de la crisis económica

Como es habitual comenzaron los trabajos con el informe sobre la economía capitalista ilustrada con datos y gráficos actuales y la inserción de su marcha contingente dentro de las tendencias históricas.

Desde hace cerca de un año la producción de capital se refuerza de un modo difuso en el mundo; los recientes aflojamientos, las recesiones locales, las crisis financieras y monetarias han sido superadas temporalmente. Japón está saliendo de su larga crisis; Rusia intenta una dura recuperación; en Europa el crecimiento relativo de la producción aumenta con paso regular, pero con menor fuerza que la americana.

En los Estados Unidos el crecimiento de la producción parece muy fuerte, propiciada por una mayor presencia en nuevas ramas de la producción, pero está basada en un cúmulo creciente de debilidades financieras. El centro de acumulación del capital en América desde hace tiempo compra más mercancías que las que vende y, como causa y efecto de la fuerte expansión y del déficit del intercambio comercial, recibe capitales monetarios del resto del mundo, potencialmente inestables, en busca de intereses y ganancias bursátiles. Estas masas monetarias sobrepasan regularmente a las que salen en forma de capitales activos invertidos de manera estable en el extranjero. A esto hay que añadir una gran euforia bursatil por una riqueza imaginaria que induce a endeudarse en inversiones y consumos personales. Esto fuerza la producción, el consumo y la deuda externa, que es lo que necesita una moneda ahora fuerte para aumentar sus beneficios, pese a que sea puramente papel moneda. Maduran de esta forma los elementos que llevarán a su apogeo a la crisis, crisis que causarán las contradicciones de la producción y el consumo capitalistas.

El aflojamiento histórico del aumento relativo del capital mundial en los últimos 25 años es una tendencia concordante que no puede detenerse. Un boom mundial que llegue en una fase de expansión viciada sólo puede desembocar en una crisis desastrosa.

A la vista de esto se expusieron algunas de las consideraciones deducidas de nuestra teoría sobre la productividad del trabajo. El crecimiento de la misma, según la propaganda burguesa, estaría llevando al capitalismo a una nueva era de crecimiento ilimitado, que ya se estaría dando en los Estados Unidos.

Tras remachar que siempre ha sido una característica del capital la de tender al desarrollo de las fuerzas productivas convirtiéndose así en la premisa de un nuevo modo de producción, y tras remachar igualmente que el desarrollo de la productividad del trabajo no ofrece la vida eterna al capital, sino su condena a muerte, se recordaron todos los efectos temporales de los aumentos de productividad del trabajo favorables a la acumulación del capital. Se mostraba como la burguesía, al considerar la productividad del trabajo, debe ingeniarselas para ocultar que todo aumento de producción de capital proviene únicamente del trabajo empleado en la producción de mercancías. Se señalaba que los burgueses, mientras calculan la productividad del trabajo se olvidan de la producción agrícola, pero insisten, aun admitiendo sus dificultades contables, en querer calcular la productividad del trabajo en sectores de la circulación del capital que no producen valor y plusvalía, sectores que desaparecerán en la sociedad no mercantil, liberando tiempo disponible para el hombre social.

Se mostraron los resultados del cálculo de la productividad del trabajo en la industria americana en el ciclo en curso en este decenio, comparada con la del ciclo más vigoroso de 1957-69 y la del periodo 1973-89 que incluía dos ciclos débiles: de ello resultaba que el crecimiento de la productividad de los años 90 es sólo una recuperación hacia la más elevada de los años 60, tras los valores reducidos de los dos ciclos que han precedido al actual. Por tanto se remitía la exposición de los sucesivos argumentos sobre el tema de la productividad y catástrofe del capitalismo a la futura prensa del partido.
 

Movimiento obrero en los Estados Unidos de América

Sobre esta cuestión el relator inició la exposición de la segunda parte del informe señalando cómo la Guerra de Secesión representó para el movimiento sindical americano una recesión con respecto al nivel organizativo obtenido en la anteguerra. Todas las Unions nacionales se disolvieron, a menudo porque la mayoría de sus miembros acabaron en el frente.

Los obreros se unieron a la causa antiesclavista alistándose frecuentemente como voluntarios, pero a partir de 1863, al instituir la Unión la incorporación obligatoria a filas, debido a los reveses militares cuyas bajas no podían cubrir sólo los voluntarios, estallaron revueltas de soldados, sobre todo entre los irlandeses.

Durante este conflicto el capitalismo americano alcanzó su plena madurez, teniendo una impetuosa evolución, una expansión rapidísima; bajo el fecundo empuje de la guerra generó y desarrolló inmensas y potentes fuerzas productivas, que abarcaron con su vitalidad ese inmenso país, cambiando su aspecto en pocos años.

Este formidable cambio y crecimiento de la economía coincidiría con un drástico empeoramiento de las condiciones de vida de las masas trabajadoras, sobre cuyas espaldas se había construido el "milagro". Durante los años de la guerra los precios de los bienes de consumo crecieron mucho y los salarios reales descendieron brutalmente empujando a los estratos más pobres de la población a la miseria más completa.

Llegado a este punto el relator describió cómo, en una situación tan grave, la rabia obrera resurgió de sus cenizas transformándose en lucha. En plena guerra estallaron huelgas por doquier, dirigidas con extrema decisión y que concluyeron con la victoria de los obreros y con la formación de numerosas ligas o Unions. El número de afiliados a ellas pasó rápidamente de pocos miles en 1861 a 200.000 en 1864.

La burguesía, una vez terminada la guerra, pasó inmediatamente al contraataque. Aprovechando la crisis coyuntural posbélica debido al cese de los suministros militares y a la reconversión de las instalaciones dedicadas a tal menester, consiguió derrotar las huelgas que se oponían a los recortes salariales y al desempleo formando asociaciones patronales territoriales que acordaron cierres patronales en las empresas donde eran más fuertes las Unions, trasladando la producción allí donde no existía o donde era mínima la penetración sindical, utilizando en dicha operación en beneficio propio la competencia y la escasa coexión existente entre las Unions.

La derrota hará surgir entre el proletariado la exigencia de dotarse de una confederación unitaria que coordinara la acción de las trade unions. Este organismo surgirá en Baltimore en 1866 con el nombre de National Labor Union (NLU).

La exposición terminó indicando que el desarrollo de la gran industria y la utilización masiva de maquinaria cada vez más moderna, que tuvo su inicio con la guerra de secesión, determinó una progresiva, y por así decir lenta, pero inexorable simplificación de los procesos productivos, y esto trajo consigo una mayor pérdida de cualquier distinción sustancial entre obreros skilled (cualificados) y unskilled (no cualificados). La consecuencia de este proceso, que se prolongará al menos durante un treintenio antes de consumarse asumiendo diversas velocidades y ritmos en las diversas ramas de la industria, fue la aparición, como reflejo del cambio material en curso, de un dualismo dentro del movimiento sindical americano entre la forma craft-unionist (basados en los oficios) y la industrial-unionist (basados en cada industria).

Será bajo el empuje de este cambio material como se abra camino, primero tímidamente en la NLU y después más masiva y ampliamente, la necesidad de extender la organización sindical a todos los asalariados sin distinción alguna entre oficios, sexo, razas, etc, en contraposición a las trade que tendían a transformarse gradualmente, a medida que los cambios operados en las fábricas se extendían y generalizaban, de instrumentos útiles a frenos reaccionarios del desarrollo ulterior del movimiento.
 

Sobre el materialismo histórico

Al día siguiente, se iniciaban los trabajos con el informe sobre el materialismo dialéctico que perseguía volver a exponer sintéticamente las líneas principales de nuestro método, cuya construcción completa se debe a Marx y Engels.

La primera parte del trabajo hacía una síntesis rápida del recorrido teórico de la filosofía y de la ciencia desde el siglo XIV al XIX, declarando ante todo que las ideologías de un período determinado son para nosotros el reflejo de las relaciones de producción. Así se recordaba que para el marxismo la religión tuvo, por ejemplo, el mismo fin que las más desarrollada ciencia, es decir la explicación de determinados fenómenos naturales e históricos.

La segunda parte intentaba principalmente explicar nuestro método materialista. Éste, sobre todo puso las bases del análisis de cualquier factor histórico en las condiciones económico-sociales en las que el hombre se encuentra para vivir, en la forma de producción de una época determinada y en diversos factores del mismo género tales como el nivel alcanzado por las relaciones de producción y la mayor o menor intensidad de la lucha entre las clases. Se recordaban al respecto diversas citas, particularmente de La Ideología Alemana, de las Tesis de Feuerbach, del Antidühring y de algunas cartas de Engels. Se aclaraba que nuestro materialismo, a diferencia del burgués de los siglos XVII y XVIII, no analiza un fenómeno manteniéndolo aislado en el espacio y estático en el tiempo, sino en sus diversas correlaciones con el exterior y en su evolución lógica y natural. La estructura económica es la base para todo análisis, pero también las diversas y complejas superestructuras ideológicas actúan sobre el fenómeno, aun siendo determinaciones de la estructura.

Se comparaba así nuestro esquema materialista con el de otras ideologías, tales como las voluntaristas-inmediatistas (tipo Gramsci), estalinista y fascista, observando que si bien estas hacen determinar un fenómeno por la estructura económica, para ellas esta estructura actúa directamente sobre la Voluntad y la Consciencia de las clases y de los individuos. Para nosotros en cambio esta estructura actúa antes sobre la Praxis, o bien como actividad, acción, y solo después de esta Praxis el proletariado se puede elevar a la Consciencia y a la Voluntad, y por consiguiente a su Partido histórico.

Nuestro materialismo no es finalista; prevé que el agudizamiento de los choques de clase determinará el reforzamiento del Partido Comunista Mundial y que este último intervendrá invirtiendo el esquema, sobreponiendo su Voluntad anónima y consciente al movimiento revolucionario haciendo posible el parto de la sociedad futura. Inmediatismo y voluntarismo estan excluídos: el esquema es invertible solo en los raros momentos en que, por las condiciones materiales, el mundo de los hombres está en equilibrio entre pasado y futuro.

La tercera parte, que se ha debido resumir mucho para respetar los horarios preestablecidos por los numerosos informes de la Reunión, ilustraba las leyes de la dialéctica con la ayuda de citas sobre todo de la Dialéctica de la naturaleza de Engels y de los Cuadernos filosóficos de Lenin. La dialéctica, cuyo uso no es separable del materialismo, es ante todo la ciencia "de la interdependencia universal" y del "movimiento de la materia". Todo es movimiento y la quietud – desde Galileo – no es más que un estado particular del movimiento. Todo está ligado al resto, a los otros fenómenos, y el método dialéctico prevé el abatimiento de toda barrera puesta entre las diversas disciplinas del conocimiento, tanto naturales como históricas.

Los elementos que hacen constante el movimiento de la materia y que permiten a ésta, en determinadas condiciones, hacer saltos y transformaciones radicales e imprevistas, son las contradicciones que todo ser y todo fenómeno contiene en su explicación. Lo que, por ejemplo, en astronomía es la contradicción entre atracción y repulsión de los planetas, es en la ciencia histórica la contradicción, el choque, entre las clases, debido a los intereses económicos opuestos. Las leyes que regulan este choque entre polos opuestos, este desarrollo de las contradicciones, se deben estudiar en la causalidad interna y externa de un fenómeno.
 

Biología y capital

La burguesía procede en todo el mundo a quitar lo que tiene como sagrado. Las noticias se amontonan y todas desconciertan y asustan a la llamada opinión pública, en particular en la medida en que no son comprendidas. Las últimas se refieren a la concesión de la patente para aislar, seleccionar y producir células provenientes de animales transgénicos; la autorización por parte del gobierno Blair para la producción de células de tejido humano para utilizarlas en trasplantes de tejidos en pacientes humanos; la determinación de la secuencia genética de un individuo de homo sapiens por parte de una sociedad privada.

Estas noticias y otras no menos importantes aparecidas en la prensa cotidiana se insertan en un proceso histórico que es definido por los mismos burgueses "patente y comercio de la vida humana" y que nosotros, con palabras de Marx definiremos "valor de cambio a la cuarta potencia", ligándolo a una cita profética de la Miseria de la filosofía. Este valor de cambio esta apenas en sus inicios pero se anuncia de extrema peculiaridad para la misma supervivencia de la especie humana. Se funda sobre el monopolio de las últimas fuerzas productivas de potencia "divina" y que, si son controladas por la especie, prodrían transformar verdaderamente al hombre en Dios, entendido desde el punto de vista materialista como naturaleza que se conoce y se transforma segun un plan, y no casualmente.

El comunismo tiene su posicionamiento acerca de los gravísimos problemas planteados por la llamada revolución biológica, contenido ya, en definitiva, en viejos fundamentos ya establecidos por el abuelo Marx. El Partido en el campo de la biología molecular, de las biotecnologías, de la experimentación y comercio de embriones humanos, del trasplante y comercio de órganos humanos tiene su posición peculiar, que se deduce de sus tesis programáticas, en oposición frontal tanto a las religiosas, como a la gran burguesas laicas, como a las de la chusma filistea pequeño burguesa que ha tenido su "jornada radiante" en Seattle.

Nuestra tesis, en extrema síntesis, es esta: proceda la burguesía a convertir al hombre en mercancía también en su carne viviente, eso no será más que una extensión de la universal prostitución mercantil de la relación salarial. Convierta la burguesía toda la vida orgánica en objeto de mercado. Envilezca y aliene al individuo, para terror y escándalo de los reaccionarios: trabaja para la Revolución. Hará posible que el Hombre, tras la revolución y la cancelación de toda "patente" y monopolio, pueda reemprender el estudio, sin la pesadilla que las malignas soterradas fuerzas del mercado sustraigan las mágicas criaturas de su trabajo y de su pensamiento. Podrá entonces volver a pensar en sí, discutir antes, consciente de no saber, para después cauta y lentísimamente extender a si mismo su milenario modelar de la vida de la especies vegetales y animales, esta vez con medios más potentes y segun un plan finalmente de especie.
 

El "proceso de paz" en Irlanda

El tercer ponente habló sobre lo que actualmente se viene en llamar "proceso de paz en Irlanda". Las negociaciones, que, con sus altibajos, ya llevan celebrándose más de dos años, no son la consecuencia de los buenos sentimientos de los dos responsables, premiados con el Nobel de la paz, y ni siquiera de la mediación de los gobiernos americano y británico, sino de la desaparición del contraste económico entre la burguesía unionista del norte y la nacionalista del sur tras el reciente desarrollo del sur, más pobre, impulsado además de por las inversiones angloamericanas y europeas, por el estancamiento del norte, que actualmente ha perdido la primacía en el desarrollo capitalista del país.

La unión de la isla a Gran Bretaña siguió a la derrota de las sublevaciones jacobinas hacia finales del siglo XVIII, permitiendo el triunfo de la contrarrevolución británica.

Los intentos nacionalistas perduraron hasta la independencia parcial de 1922, pero ni la burguesía nacionalista ni el proletariado supieron ir más allá de una soberanía limitada.

En los últimos 10-15 años el sur ha sido recolonizado económicamente por los imperialismos que ahora dominan la economía, cerrando todo espacio a la vieja diatriba unionista-nacionalista. Así es cómo los politicastros locales han podido enfocar el "proceso de paz" en el norte, extendiendo la dominación del capital sobre el proletariado del sur también al del norte.

Por eso se hallan en el momento del abandono de los distintos fanatismos y el apaciguamiento de los elementos más violentos, con el fin de poner al proletariado en manos de dos burguesías ahora ya en decadencia.
 

El curso del capitalismo japonés

(Se retoma el estudio que lleva por título "Del aislamiento de los orígenes a la plena madurez capitalista").

Japón se ha sumó tarde al desarrollo capitalista de la economía. A mediados del siglo XIX, cuando muchos países europeos ya habían pasado la fase de la revolución industrial y presentaban un discreto aparato productivo y de infraestructuras (ferrocarriles, puertos, carreteras), el archipiélago japonés todavía estaba cerrado en su aislamiento: una ley imperial prohibía con la muerte las relaciones con el extranjero.

Las décadas sucesivas fueron decisivas. Obligado con la fuerza a abrir sus puertos, amenazado en su integridad territorial e independencia política por la presión del imperialismo occidental, el Estado Japonés fue obligado a reaccionar; las fuerzas burguesas que ya se agitaban en una sociedad feudal en grave crisis, se aprovecharon del generalizado sentimiento antioccidental para derrocar la ya desgastada dinastía de los Tokugawa, restableciendo el poder del Emperador, símbolo de la unidad nacional. Fue el inicio de la era Meiji, caracterizada por una serie de importantes reformas económicas y sociales, una verdadera "revolución desde arriba" que permitió a la economía del país emprender, a costa sobretodo de los campesinos, un rápido proceso de desarrollo. Con el fértil impulso dado por tres guerras ganadas en pocos decenios (en 1895 contra China, en 1905 contra Rusia y en 1915 la participación en la primera guerra mundial al lado de las potencias vencedoras), Japón consiguió en poco más de medio siglo alcanzar un nivel de desarrollo parangonable al de los mayores países capitalistas, dotarse de un formidable ejército y conquistar una serie de posesiones coloniales, entre ellas la península coreana.

El vertiginoso desarrollo económico y militar fue pagado muy caro por el proletariado del campo y de las ciudades, obligado a condiciones de vida y de trabajo quizá todavía peores que las soportadas por la clase obrera inglesa un siglo antes: jornadas diarias de catorce horas, explotación inhumana de mujeres y niños y salarios de hambre. La clase trabajadora buscó varias veces organizarse a nivel sindical para defender su supervivencia, pero la burguesía japonesa, puesta en antecedentes por la experiencia de los otros estados burgueses, se dotó desde finales del siglo XIX de una serie de leyes restrictivas de las libertades sindicales y políticas, y persiguió al movimiento obrero desde su surgimiento.

Esta primera aportación, que pretende continuar un trabajo de partido iniciado y publicado en el n° 198 de "Il Partito Comunista" y que se quedó en su análisis por mediados del siglo XIX, describió a grandes líneas la implantación del capitalismo en Japón, las condiciones de la clase obrera en las primeras manufacturas, el surgimiento de las organizaciones sindicales y de los primeros partidos políticos proletarios, hasta la guerra de 1914.
 

Historia de la Izquierda

Concluía la intensa sesión del sábado el trabajo sobre la historia de la Izquierda. Se empezó con una rapidísima ilustración de las "Tesis Características" de 1951 que, con razón, constituyen la base programática de nuestro partido actual. En aquel entonces se trató de un parto doloroso para nuestro conjunto, tanto, que determinó una importante separación, con el abandono voluntario de aquellos que no estuvieron en disposición de comprender su gran valor. Podemos afirmar que las organizaciones políticas que hoy se presentan como descendientes directos de la escuela de la Izquierda comunista italiana, en realidad son todos ellos grupos pre-1951, es decir, que no han asimilado esos principios fundamentales, y no han sabido extraer hasta el fondo las lecciones de la contrarrevolución. A pesar de ello las "Tesis Características" no constituyeron ni un viraje ni un ajuste de ruta, reafirmaron puntualmente los fundamentos doctrinarios y programáticos del marxismo revolucionario, tal y como los había formulado y aplicado siempre la Izquierda comunista de italia. Sin embargo constituyeron un salto de calidad, en el sentido de que con ellas finalmente se codificó la solución a todas las cuestiones surgidas en el tercer proceso degenerativo de su historia iniciado en 1926.

Partiendo de las tesis de Lyon el ponente hizo un recorrido por las razones que determinaron la degeneración de Moscú. Si la revolución rusa había demostrado, tanto desde el punto de vista teórico como práctico, la validez del programa marxista revolucionario, y en el plano doctrinal había limpiado el campo de la lucha de clase del reformismo socialdemocrático; en el plano organizativo y táctico la nueva organización internacional cometió múltiples errores en la esperanza de poder forzar, a nivel internacional, las relaciones de fuerza entre las clases y exportar en brevísimo espacio de tiempo la revolución allende las fronteras rusas hasta el corazón de Europa.

Por parte de los dirigentes de la Internacional se creyó necesario tener la adhesión de consistentes masas de proletarios que a continuación serían templadas en el fuego de la lucha revolucionaria. Para conseguir esto se fueron aflojando progresivamente los vínculos de adhesión, englobando sin tener cuidado a personas y partes de organizaciones claramente oportunistas cuando no incluso chovinistas. Al mismo tiempo, se echaba mano de la mayor elasticidad táctica, que pasaba desde el electoralismo y los frentes únicos, a las consignas de "gobierno obrero" y "gobierno obrero y campesino", en suma, toda una serie de reivindicaciones de carácter provisional que habrían debido servir para conquistar la mayoría de la clase obrera para los partidos comunistas. La tercera Internacional se identificó de tal manera con esta práctica, que el tacticismo se convirtió de medio en fin, hasta que al proletariado internacional no le quedó más función que ser la masa a utilizar a favor de los intereses contingentes y variables del Estado ruso.

En las relaciones entre los órganos del movimiento comunista prevaleció muchas veces la política de doble aspecto, una subordinación de las motivaciones teóricas a los móviles ocasionales. En las grandes y fundamentales decisiones de la Internacional entraba demasiado fácilmente el elemento de la improvisación, de la sorpresa y del cambio de escenario, desorientando a los compañeros y a los proletarios.

Sin embargo la izquierda italiana, la primera que había puesto en guardia al movimiento revolucionario internacional de los peligros de degeneración, se demostró muy cauta cuando un poco por todas partes comenzaron a nacer "oposiciones de izquierda". Frente a la ya evidente, aunque entonces no irreversible, degeneración de la Internacional comunista, nosotros rechazamos llevar una lucha política de tipo parlamentarista y de bloques con los varios grupos que, dado su extremo confusionismo teórico, de vez en cuando nacían y morían oscilando como péndulos entre la más fiel ortodoxia estalinista y la oposición de ultra izquierda.

Nuestra corriente condujo por tanto su batalla dentro del partido hasta que le quitaron toda posibilidad de acción, tragándoselas como puños en lo referente a la disciplina formal, pero sin ceder nunca un palmo en las cuestiones de principio y de doctrina, y al mismo tiempo no cesó un solo instante en su compromiso con la tarea de la elaboración teórica, mirando sobre todo a la construcción de una línea de izquierda verdaderamente general y no ocasional.

Nosotros fuimos entonces, como por lo demás lo somos hoy, tachados de alejarnos de las luchas de clase para encerrarnos voluntariamente en una torre de marfil de la teoría, sin embargo muy al contrario, no se comprendió y no se comprende hoy que las relaciones de fuerza entre las clases no se pueden alterar con actos voluntarios. Quien tuvo prisa en hacer la revolución, bien pronto se olvidó de la necesidad de la revolución y cayó inexorablemente en los brazos de la defensa de la democracia y del antifascismo, es decir, de la traición socialdemócrata y estalinista.

El proceso de elaboración teórica y de balance de los acontecimientos internacionales, en particular de la guerra imperialista y de la participación de Rusia al lado de la coalición vencedora, determinó una selección natural de las distintas agrupaciones internacionales de izquierda, surgidas en oposición a la dirección oficial de Moscú. Así que, cuando en 1949, lanzamos nuestro "Llamamiento para la reorganización internacional del movimiento", más allá de genéricas manifestaciones de intolerancia en las confrontaciones con el oportunismo estalinista, ninguna organización supo responder a aquellos mínimos requisitos para una mínima reorganización marxista revolucionaria.
 

Trabajo y técnica

Frente a la "new economy" se situan apocalípticos e integrados, apologetas y reformistas que se preocupan en hacer previsiones y en poner en marcha proyectos que no duran más de un día. Nuestro conocimiento de la naturaleza de la Técnica no necesita revisiones. Y eso es lo que pretendemos demostrar con este trabajo.

Una de las fábulas más extrañas que se cuentan acerca de los comunistas es que estaríamos atados a un "modelo de lucha" ya obsoleto contra el capitalismo, debido a las profundas "revoluciones" que éste habría sufrido particularmente en los últimos años. Según estos analistas, habría pasado a una "reducción progresiva" de los productos del trabajo humano: «de los materiales usados en el taller artesano, a las mercancías estandarizadas de la fábrica fordista, a los actuales materiales "zelig", ligeros, sin identidad, dispuestos a asumir cualquier forma en cuanto que están reducidos a meras superficies comunicativas, a pantallas construidas por la electrónica».

Se dice de todo menos que estos nuevos productos siguen siendo mercancías y que, mientras sean eso, por mucho que sean ligeras, etéreas, desmaterializadas, continuarán siendo trabajo arrancado al proletariado, machacado por todas partes tanto en las fábricas metropolitanas como en los invisibles y mefíticos hangares del tercer mundo, que tal y como ponen de manifiesto los lamentos del humanitarismo hipócrita, utilizan el trabajo infantil.

Según esto parece que Marx no lo hubiese previsto claramente describiendo científicamente la inevitabilidad de la formación de la así llamada "inteligencia conexiva", que no es otra cosa que el general intelect del que habla Marx.

De esta manera, en relación a la transformación forzada de las fuerzas productivas, las viejas relaciones de producción, que forman el viejo capitalismo de impronta imperialista, se muestran cada vez más incapaces de contenerlas, siendo sometidas a una dura prueba por las tensiones, las turbulencias no solo finacieras sino estructurales, hasta tal punto que sin la guerra no son capaces de recrear las condiciones para retomar su vigor y un nuevo aliento.
 

Actividad Sindical

El penúltimo relator trató la actualmente, debido a las circunstancias, reducida actividad sindical, la cual es de suma importancia ya que constituye la explicación del enorme trabajo teórico sobre este tema y de la batalla práctica del Partido en la segunda posguerra.

El partido siempre ha saludado con entusiasmo y ha puesto sus fuerzas a disposición de todo grupo de trabajadores que luche contra el capital y su régimen. Nuestra tarea no se limita ni se centra en la propaganda con el fin de atraer nuevos militantes al partido, sino que trata de indicar el camino correcto al movimiento defensivo obrero advirtiendole de las insidias y peligros generales que lo amenazan.

Animamos por débil que sea cualquier indicio de revuelta y de no sometimiento al régimen del capital porque así está escrito en el proceso que culmina en la revolución. Puede suceder, como ha sucedido mil veces en el pasado, que estas fuerzas, menores o mayores, deserten del terreno de clase buscando refugio en las instituciones burguesas o confluyendo con los sindicatos del régimen. Pero cada vez que se expresan energías de clase nuestro trabajo debe estar allí para defenderlo de los enemigos, lo que a fin de cuentas no significa otra cosa que acompañarlas en su organización y en la lucha defensiva general, y sin contradicciones, en la toma del poder por parte del partido hacia el comunismo.

El Partido es externo a la acción económica en el sentido de que sigue una ruta inmutable, un programa político de emancipación social que no cambia o se adapta a las variaciones de las relaciones de fuerza entre las clases: ayer, hoy y mañana repetiremos siempre: dictadura del proletariado. La lucha económica, que por sí sola es insuficiente para alcanzar la revolución, es no obstante una palestra, mediante la cual el proletariado, dando y recibiendo estacazos, teje su red de asociaciones económicas.

En medio de esta batalla, en el terreno de la acción sindical, es donde el proletariado reconoce a su partido entre tantos otros. Los militantes sindicales comunistas, aunque admitan por disciplina acciones de clase dirigidas con métodos que no coinciden con los suyos, siempre han sabido anticipar la actitud correcta de cara a la defensa de la clase, ligando la batalla defensiva económica con la más general de la emancipación de la esclavitud asalariada. Esta es la razón por la que hoy estamos junto a esos grupos de trabajadores que han decidido combatir al capital, por mucho que partan de posiciones ingenuas y hasta peligrosas que puedan llevar a errores sin retorno.

Respecto a nuestra consigna de fuera y contra los sindicatos del régimen, se hizo una valoración de la actual galaxia de mini siglas sindicales, ya que no se les puede llamar sindicatos dado el escaso número de adherentes: como mucho son embriones de sindicatos. Algunos no son ni eso, ya que no se proponen la defensa económica de la clase, sino un reclutamiento obrero sobre una base política; otros esperan convertirse en puntos de referencia de los trabajadores en lucha; otros tienen un seguimiento notable y una tradición no despreciable.

Hay una serie de cuestiones que son motivo de largas discusiones en su seno, con planteamientos y soluciones distintas como por ejemplo el pago de las cuotas sindicales a través de la nómina, o sea ofreciendo a la patronal y al Estado la lista de los afiliados, para que de esta manera sea "reconocida" la organización asegurándose unos relativos "derechos sindicales". Otros motivos de polémica son la participación o no en las elecciones sindicales y la aceptación de la autorregulación de las huelgas.

Nuestro trabajo sindical, tal y como se recordó en la reunión, necesita dos únicas condiciones: el carácter de clase del movimiento, o sea que sea independiente del enemigo, y la posibilidad de su conquista por parte de la dirección comunista. Por eso el partido no debe dudar en apoyar dando su dirección inmediata a cualquier grupo de trabajadores, por pequeño que sea, que se rebele y luche contra el capital.

Es fundamental tener clara la perspectiva necesaria del renacimiento sindical por la defensa incondicional de los intereses inmediatos de la clase obrera. En este camino, la clase en su conjunto, cuando retome el movimiento, con una velocidad que hoy no podemos prever, chocará contra todas las ilusiones democráticas. Ante la primera huelga prohibida por ley deberá saltar por encima de las leyes de autorregulación. Cuando se dé la primera petición de aumentos superiores a la tasa de inflación programada deberá dar la espalda al sindicalismo institucional. Como somos materialistas no esperamos lo contrario: que antes se clarifiquen en las mentes de los proletarios todas las insidias y los errores y después comience la lucha es una visión idealista, que desgraciadamente aparece en esas organizaciones que teorizan el híbrido del sindicato-partido (Slai-Cobas y otros).

Actualmente un movimiento obrero que ha olvidado toda su tradición, su métodos y su experiencia, y que debe partir debido a ese espantoso retroceso de posiciones muy ingenuas, deberá aprender materialmente de la experiencia de la lucha. Sabemos que están al acecho las formas de control y de corrupción de la clase, corruptelas que tienden a envenenar mortalmente a estos embriones de sindicatos. Pero allí donde esto no haya sucedido todavía, nuestro deber es intentar mostrarles, en el curso de la lucha y tras las necesarias experiencias, que la acción más eficaz es la que preconizan los comunistas.

De manera muy distinta se planteaban las cosas cuando el partido podía lanzar todavía la consigna de la Defensa del sindicato rojo. En el caso italiano, la introducción en la CGIL en 1969 del pago de la cuota sindical a través de la nómina era la sanción de su proceso de encuadramiento dentro del estado burgués, hecho irreversible tal y como señalamos en su día. Para los embriones de sindicatos actuales esto, por el contrario, es un derecho que se les niega y por el que deben luchar. Hoy la lucha de clase debe redescubrir el viejo y óptimo sistema del pago de las cuotas a través de una red de activistas, siendo ésta la primera organización de base y de relación continua entre los afiliados y la organización manteniendo la discrección necesaria para proteger a los afiliados de la represión patronal y estatal.
 

Irreformabilidad del salario

La última exposición fue una crítica de las actuales invenciones de la economía profesoral y de la sociología de ex-sindicalistas del régimen, obligados siempre a inventar nuevos engaños para asegurarse el sueldo que les paga la clase dominante. Se tomaron como modelos dos de los tantos inventos recientes, que teorizan gracias a la Santa Informática, la superación de las relaciones laborales tradicionales del capitalismo clásico, cayendo en las posibilidades utópicas del "trabajar menos para trabajar todos" dentro del modo de producción basado en el trabajo asalariado.

Tras una brevísima lectura de un ejemplo de esta indecente literatura, se demostraba la vigencia de las aseveraciones fundamentales de Marx y Engels acerca de las relaciones vigentes en la sociedad capitalista clásica del siglo XIX, siendo típicas e invariantes durante todas las fases del ciclo vital burgués. Solamente la ley del valor descubierta por Marx puede explicar la diferencia entre coste de producción y valor de producción, mediante el plustrabajo del proletariado, siendo la única que ha podido prever toda la evolución posterior del capitalismo, hasta sus formas extremas y ultramaduras actuales. El proletariado actualmente se encuentra frente al mismo enemigo de ayer, por desgracia protegido por esbirros y curas cada vez más camuflados.

* * *

Estos informes fueron escuchados atentamente por los presentes, con la conciencia y la experiencia, por un lado, de que lo que se expone no hay que considerarlo como formulaciones definitivas ya que no son otra cosa que el punto de partida de un trabajo que viene de muy atrás, y por otro por la coherente profundización que excluye la posibilidad y la utilidad de intempestivos comentarios "a cuento" o como "toma y daca", sobre lo que se expone, ya que por el contrario se requiere su tiempo para la asimilación, elaboración y reflexión, individuales y colectivas del partido.

La reunión, que como sucede siempre atrae todas las energías de los grupos, tanto de los que organizan como de los que escuchan o exponen, concluyó con una satisfacción unánime.