|
||||||||||||||
|
||||||||||||||
|
La crisis de las finanzas mundiales acumula día tras día nuevos records negativos para la economía capitalista. Los Estados de todos los países hacen todo lo posible para ayudar a los bancos en quiebra y aumentar la explotación de la clase que trabaja. Por la megafonía del régimen repiten continuamente que hay que tener “confianza”, que no es el fin del capitalismo. No es el fin del capitalismo, pero sí su agonía, en espera de que la revolución comunista finalmente venga a acabar con la ya insoportable carga de plomo de las relaciones de producción basadas en el beneficio, la renta y el interés.
De hecho la crisis no ha sido provocada por las fechorías de unos cuantos capitalistas sin escrúpulos, como repite la propaganda burguesa, ni por la falta de controles estatales sobre las finanzas. El régimen capitalista está en crisis a causa de sus contradicciones internas, como está previsto en el análisis de Marx. Es la caída tendencial de la tasa de ganancia la que empuja a grandes masas de capital a desplazarse de la producción de mercancías a los embrollos financieros. Es la crisis de sobreproducción la que bloquea la industria y el comercio. La crisis financiera es sólo una consecuencia de la crisis general de la economía capitalista, que ya no consigue ni siquiera garantizar la supervivencia de sus esclavos asalariados.
Si la burguesía, grande y pequeña, llora a sus capitales esfumados, el proletariado, como hace un siglo, no tiene otra cosa que perder más que sus propias cadenas. Tiene, en cambio, un mundo entero que ganar. Acosado por los despidos, por los aumentos de los horarios y la explotación, por la reducción de salarios, por el desmantelamiento del estado del bienestar, etc., no le queda otra salida más que rebelarse contra su condición y gritar: ¡VIVA EL COMUNISMO!
El capitalismo había prometido bienestar, paz, libertad, democracia; y lo que ha sembrado por todo el mundo es hambre, guerra, injusticias, feroces dictaduras contra el proletariado, aunque tuvieran a veces la careta de democracias o falso socialismo como en Rusia, China o Cuba. Las convulsiones económicas actuales, que ya han provocado un empeoramiento en las condiciones del proletariado en todos los países, no pueden hacer otra cosa más que agravarse.
El Capital ya ha demostrado a lo largo de su historia cómo hace para salir de sus crisis: con nuevas guerras que destruyan el aparato industrial, infraestructuras y mercancías, y que abran camino a una nueva división del mundo entre los nuevos imperialismos; con una guerra mundial como mundial es su crisis. El Capital buscará la manera de encaminar al proletariado de todos los países a la guerra, dirigiéndoles como rebaños de ovejas hacia una nueva matanza imperialista aún más terrible que las de 1914 y 1939, si la clase obrera no se opone a ello con su fuerza internacional y revolucionaria.
El régimen del Capital no se destruye por sí solo, sino que debe ser destruido en todo el mundo por una revolución social, una revolución de la clase obrera contra la burguesía y los terratenientes, como en la Comuna de París de 1871 y en la Rusia de 1917.
En el momento actual, los trabajadores más conscientes y combativos pueden luchar contra todo esto. Se debe oponer al exceso de poder de la burguesía y de sus funcionarios políticos y sindicales, el trabajo por el resurgimiento de organismos sindicales de clase que tiendan a organizar a los trabajadores por su defensa en los puestos de trabajo y como clase. Es necesario superar las divisiones de esta horripilante sociedad burguesa, entre sector público y privado, jóvenes y viejos, eventuales y “fijos”, nativos e inmigrantes, etc. El racismo es hoy el mejor antídoto contra la lucha de clase; y viceversa.
En esta verdadera y propia guerra social, la clase verificará
que la lucha económica no es suficiente. El proletariado para defender
la propia supervivencia deberá abatir este régimen del hambre y la guerra.
La parte más combativa de la clase, liberada de la influencia de la ideología
burguesa dominante y de todo reformismo, volverá a encontrar su verdadero
y viejo partido, en el que ver y comprender la realidad social y militar
por la revolución comunista internacional.
El pasado 27 de Diciembre misiles y bombas lanzados desde aviones F-16 y helicópteros Apache, joyas de la industria bélica estadounidense, castigaron la franja de Gaza. Los bombardeos prosiguieron durante ocho días, y en la noche del 4 de enero, tras un intenso cañoneo, comenzaron las operaciones de tierra con amplio uso de medios acorazados y artillería mecanizada. Un editorial de Le Monde del 30 de diciembre define como "inútil baño de sangre" el brutal ataque contra el gueto de Gaza. "No nos detendremos hasta haber acabado el trabajo" declara el ministro de defensa y jefe del partido laborista Ehmud Barak, alineado completamente con su colega de Asuntos Exteriores Tzipi Livni y con el jefe del Gobierno Ehoud Olmert. La acción contra Gaza no ha sido causada por la ruptura de la tregua por parte de Hamás lanzando misiles Kassam, como repite incansablemente la propaganda de los gobernantes israelíes. El lanzamiento de misiles contra territorio israelí, que provoca miedo y víctimas entre la población, ya se daban cuando la Franja estaba bajo el control directo del ejército israelí. Por tanto, el gobierno israelí sabe muy bien que la ocupación no es el mejor medio para impedirlo. Entre las motivaciones para el ataque también tienen su lugar las próximas elecciones en Israel. Para conseguir votos viene bien, en todo el mundo, aterrorizar al electorado y mostrarse dispuesto batallar. Ehmud Barak ha ganado más de 4 puntos en los sondeos después de los bombardeos de Gaza.
Gaza es una ciudad con los edificios pegados uno a otro. Los misiles y las bombas masacran milicianos y policías, pero también a civiles. Es como en Líbano apenas hace dos años y medio, pero en una situación todavía peor para la población civil que no puede huir de ninguna manera, encerrada como está en aquella cárcel de poco más de 350 km². Son muchos años los que lleva este territorio sometido al asedio con los confines cerrados. La electricidad viene de Israel, así como el carburante, los víveres y las medicinas. El desempleo ha alcanzado el 50% de la población activa; ha dejado de existir una economía como tal; la actividad de la pequeña industria que pudiera existir se ha desintegrado; y tampoco la pesca es ya posible después del bloqueo de la marina israelí, que impide a los pesqueros salir al mar.
En el atenazamiento de Gaza participa activamente el Estado egipcio, que controla la frontera sur de la Franja y que no permite que nadie salga y tampoco consiente que los asediados reciban ayuda de ningún tipo, ni alimentos ni medicinas. El Estado egipcio, golpeado fuertemente por la crisis económica, con una situación social a punto de explotar, teme que el proletariado de Gaza pueda ser la chispa que provoque el incendio en todo el país, el más poblado de la zona con un proletariado fuerte y con tradición de clase, como han demostrado las últimas huelgas contra los salarios de hambre. De esta manera el régimen egipcio refuerza sus vínculos con el imperialismo estadounidense, el cual lo aprovisiona generosamente, a la vez que colabora en la masacre del pueblo palestino.
La Liga Árabe, por otra parte, ni siquiera ha conseguido reunirse. Mientras, Europa demuestra una vez más su desinterés e impotencia. La ONU da prueba de su complicidad: en la reunión de urgencia del Consejo de Seguridad en la noche del 4 de enero los EE.UU. bloquearon una tímida declaración, presentada por Libia, que pedía un inmediato cese del fuego y expresaba preocupación por "la escalada de violencia en Gaza".
Además de las motivaciones individuales "electorales" de su personal político con las manos manchadas, el Estado de Israel ha elegido la guerra porque supone la única vía para postergar su crisis; y no lo hace porque la guerra vaya a poner fin al lanzamiento de cohetes o a los atentados suicidas – más bien sucede lo contrario – sino porque le ayuda a sobrevivir en el callejón sin salida económico y social en el que se encuentra. El régimen del capital se refuerza con la guerra. En Israel la guerra suelda la colaboración entre las clases, necesaria para que esa burguesía continúe haciendo de perro guardián del imperialismo en Oriente Medio. Por eso el proletariado de Israel debe permanecer aterrorizado, sometido y seguir siendo carne de cañón, no para defender a "los hebreos" amenazados por "el odio árabe", sino para defender los intereses estadounidenses en el área.
La guerra permite a la burguesía esconder la crisis económica, los
despidos, la miseria que cada vez aproxima más al proletariado israelí
al palestino. La guerra permite hacer olvidar al proletariado de Israel
que después de 40 años de continuo estado de guerra y colaboración con
su burguesía se encuentra sin escapatoria, empobrecido económicamente
y moralmente, privado de sus sindicatos y de su partido, esclavizado a
los intereses del más odioso militarismo.
La guerra contra Gaza es un maná para la industria de armamento, la
única que no está en crisis. Misiles y bombas modernas, lanzados por
miles, representan un negocio de millones de dólares; además la guerra
permite afinar la tecnología, probando las armas in corpore vili.
La guerra encuentra su razón de ser en la propia guerra.
Como la guerra de 1982 en Beirut, cuando las burguesías israelí y libanesa decidieron la masacre en el campo de refugiados de Sabra y Chatila, esta guerra es sobre todo una guerra social, contra el proletariado. Es contra la población civil; tiene como objetivos los proletarios mucho antes que los milicianos y las tropas de Hamás. Aterrorizar, aniquilar y destruir mercancías y personas, es el único "diseño político" que también está detrás de esta enésima masacre. La invasión por tierra, de hecho, no logrará los fines que se han declarado. Israel puede vencer, eventualmente, en el plano estrictamente militar ocupando la Franja, pero no puede controlar un territorio tan densamente poblado; por eso se retiró en el 2005 intentando cerrar Gaza detrás de un cordón sanitario.
El hecho de que para enfrentarse a la máquina de guerra del ejército de Israel sólo quede el aparato de Hamás, quizá convierta a éste en el punto de referencia del mustio, corrupto y reaccionario nacionalismo palestino, sin embargo ese partido y esa causa no puede obtener la solidaridad y el apoyo del proletariado comunista, palestino y mundial. Los dirigentes de Hamás no temen la guerra, porque saben que la guerra reforzará su movimiento y esperan que les lleve a su definitiva supremacía sobre Al Fatah y la Autoridad Nacional Palestina, como ha sucedido en el Líbano, donde el movimiento Hezbollah con la guerra ha conseguido imponerse ante todos los demás grupos, cristianos incluidos, como el portador de la bandera del nacionalismo libanés. Es probable que el proletariado de Gaza se vea empujado por el espectáculo de las masacres a cerrar filas bajo las banderas verdes del Islam, que se postula como único partido con voluntad de resistir ante los agresores. Pero el régimen de Hamás es dictadura burguesa, al igual que el de la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania, un gobierno que no sólo combate con todos los medios la perspectiva comunista revolucionaria, sino que también reprime despiadadamente a las organizaciones sindicales de clase.
El proletariado de Gaza no puede olvidar su guerra, que es contra el hambre, la miseria y las enfermedades. Como en la Comuna de París la suya es una guerra que tiene dos frentes, contra los carros de combate de Israel y contra el gobierno de Hamás, que para imponer su hegemonía sobre el territorio palestino no duda en involucrar a las masas proletarias en un enfrentamiento suicida y sin perspectiva alguna.
Las manifestaciones que se están haciendo en todo el mundo, para protestar contra la masacre pero en apoyo del nacionalismo palestino y contra el imperialismo israelí y estadounidense, manifestaciones en las que también se ha dado la participación de trabajadores inmigrantes de países árabes, lejos de contribuir a clarificar lo que debe hacer el proletariado carecen de objetivo. La guerra que se libra no es una guerra entre naciones, entre razas o religiones, sino entre clases. La clase trabajadora de Palestina, de Israel, y de todo el mundo, no tiene que alinearse con uno de los frentes imperialistas y tampoco con una causa mísera y perdida como la de la burguesía palestina. Hacerlo significaría formar parte de la propaganda belicista de la burguesía y sus juegos diplomáticos, en preparación de un más amplio enfrentamiento armado mundial, y contribuir a mantener a los trabajadores ligados al nacionalismo y al interclasismo.
La indicación del Partido Comunista revolucionario es clara: ninguna
solidaridad con el reaccionario movimiento nacional palestino, ninguna
alianza con movimientos y partidos burgueses en nombre de un genérico
antiimperialismo. El proletariado de los países árabes y de Israel debe
en primer lugar reconstruir sus propias organizaciones de defensa y de
lucha, autónomas de los partidos burgueses y oportunistas; sin éstas,
sin sus sindicatos de clase y su partido, está destinado a seguir siendo
carne de matanza al servicio de una política burguesa cada vez más militarista,
cínica y criminal.
En Grecia se encuentra activo un movimiento de masas juvenil, que ha explotado como reacción a la brutalidad de la policía. Sin embargo, en el trasfondo se encuentra la situación social del país. A pesar de la represión, durante muchos días la situación en las calles ha quedado fuera de control, con un gobierno que se ha mostrado incapaz de imponer el orden. Es la mayor rebelión desde la época de la caída de la junta de coroneles de 1974.
En el centro de Atenas las manifestaciones se han concentrado en torno a las universidades, como de costumbre (en Grecia las universidades gozan por ley del derecho de asilo político), mientras en Patras la comisaría central de la policía era asediada. Ha habido numerosas revueltas en general por todo el país, en Atenas con gran número de participantes y también en otras ciudades de Grecia, asedios y ataques contra docenas de comisarías, enfrentamientos violentos, ocupaciones de edificios públicos y cortes de carreteras. El viernes 19 de Enero hubo una manifestación de algunos miles de estudiantes que durante horas resistieron a los gases lacrimógenos y en el momento en que estas líneas eran escritas había todavía 800 escuelas y 150 facultades ocupadas. Las sedes de la Confederación sindical (Gsee) están ocupadas por grupos de izquierda, sobre todo anarquistas.
En el movimiento participan estudiantes y anarquistas, pero más que otra cosa jóvenes de corta edad enrabietados. Expresan su indignación no sólo contra el homicidio de uno de ellos, sino contra las consecuencias de la crisis social: bajo nivel en la educación, pobreza, desigualdades, corrupción, elevada tasa de desempleo juvenil, etc... Se trata de una generación que siente no tener futuro, y muchos de ellos reaccionan enfrentándose violentamente contra la policía, se cuentan por centenares los jóvenes que durante días se han enfrentado a los antidisturbios lanzando piedras y cócteles molotov.
Pero en este momento, a quince días del asesinato del joven, el movimiento ha sido aislado. Como de costumbre, una señal de este debilitamiento son las acciones desarboladas de grupos anarquistas, que se dedican a "hacer su revolución" enfrentándose con la policía y jugándosela con "ejemplares" acciones violentas. Los desórdenes son utilizados por la burguesía para desacreditar al movimiento y tener alejados a los trabajadores.
No se puede asemejar este movimiento al de la periferia de las ciudades de Francia. Obviamente hay núcleos pobres también en la periferia de Atenas, pero no son los guetos de París. Y los manifestantes no son del mismo tipo; aquí predominan los estudiantes y jóvenes en general, no los "invisibles" de los suburbios franceses.
La clase obrera, hasta el momento, no ha reaccionado y las masas del proletariado no han participado en la revuelta. El miércoles 10 hubo una huelga general, convocada ya antes de los sucesos. El primer ministro ha invitado repetidamente a los jefes de la Confederación Obrera Griega a suspenderlo, sin embargo estos se han negado. La huelga ha tenido un amplio seguimiento, sobre todo en el sector público, como suele ser habitual.
La línea del gobierno, de derechas y enfrascado en una propia crisis profunda, ha sido la "tolerancia cero". La policía ha recibido orden de ser agresiva y provocativa. Más de cien personas han sido detenidas. La oposición socialdemócrata, el Pasok, que se presenta como alternativa para el próximo gobierno, se ha distanciado de estos movimientos y evita cuidadosamente movilizar a sus seguidores. El fuerte Partido Comunista Griego, estalinista, ha asumido la vergonzosa posición de apoyar al gobierno, ha atribuido el asesinato a insuficiente preparación del agente de policía, ha condenado los enfrentamientos como provocaciones organizadas por misteriosos "centros" situados "fuera" y "dentro" del país, y denuncia a los participantes en la revuelta como agentes y miembros de la delincuencia. Mientras tanto intenta controlar a su base con reuniones de partido. Sólo la más pequeña Coalición de Izquierda, Sinaspismos, que también querría participar en el nuevo gobierno con el Pasok, ha apoyado las manifestaciones y ha participado en ellas, pero condenando los enfrentamientos y exhortando a que se aplaquen.
Los dirigentes de los sindicatos hacen todo lo posible para evitar defender al movimiento y movilizar a los trabajadores. Las únicas fuerzas organizadas que tienen un papel importante son los anarquistas y los grupos de "izquierda extrema" (trotskistas, maoístas, etc.), que presumen de un papel dirigente en el movimiento estudiantil universitario. Estas fuerzas, que se someten a la espontaneidad e idealizan la "juventud", hablan de "insurrección popular" y piden la caída del gobierno. Parte de los manifestantes se ha acercado a los anarquistas, cuya "estrategia" en la mayoría de sus grupos en Grecia se reduce a los levantamientos, lo que constituye un magnífico regalo para el estado burgués.
Es evidente que la causa de estos acontecimientos es la profunda transformación social que se ha dado en Grecia en los últimos veinte años. Según los datos oficiales el 21% de la población vive en la pobreza. Decenas de miles de jóvenes obreros y empleados ganan alrededor de 700 euros al mes. La tasa de desempleo es superior al 10%. Y eso cuando la crisis internacional de las finanzas todavía no había golpeado al país, algo que sólo es cuestión de tiempo.
El problema es que las masas trabajadoras no se han dejado involucrar, y probablemente tampoco esta vez tratarán de influir. No son pocas las razones.
Los sindicatos están completamente controlados por la burocracia sindical, ligada a los partidos burgueses de derecha y de izquierda. La clase obrera ha padecido muchas derrotas en los últimos años con el consiguiente empeoramiento de las condiciones de vida, de trabajo y de seguridad social. Gran parte de las familias están endeudadas con los bancos por las hipotecas, préstamos al consumo y tarjetas de crédito. Miles de trabajadores se encuentran con que tienen que hacer frente al peligro del desempleo y a la inseguridad en el trabajo. Los obreros se sienten individuos aislados y desilusionados que tratan de salir adelante en una situación que empeora de día en día. A pesar de los sueños del izquierdismo pequeño burgués, del anarquismo y del espontaneismo, no basta un movimiento de jóvenes, aunque sea enérgico, para poner en movimiento a la clase obrera. Otro factor muy importante es una desconfianza general en la política y la falta de perspectiva social, sentimientos estos ciertamente muy difundidos también en los otros países de Europa. De esta manera el gobierno ha podido adoptar una actitud enérgica contra los manifestantes, mientras que al mismo tiempo simplemente esperaba que el movimiento se vaciara con motivo de las vacaciones de Navidad.
Es necesario analizar todos estos datos en base a su alcance real. No es una "insurrección". Es un movimiento juvenil que, por su naturaleza, está limitado. No bastan unas decenas de miles de manifestantes en una capital de cinco millones de habitantes para poder ver una insurrección.
Ni tampoco hay insurrecciones sin la participación de la clase obrera; la única verdadera insurrección es la del proletariado y nada puede remplazar el papel histórico de la clase obrera; sólo su movilización puede representar un peligro real para el sistema capitalista. Tampoco en Grecia el movimiento puede tener una base firme sin la movilización de las grandes masas proletarias, que todavía no han levantado la cabeza. Por tanto, la preocupación principal del Estado es la represión de la clase obrera, porque la burguesía teme que estalle el movimiento de los trabajadores en el futuro, bajo el fuerte efecto de la crisis económica mundial. Lo que acontece en Grecia es el preludio de un desorden social más grande.
Obviamente, faltando el partido, el nivel de conciencia de clase tanto entre los jóvenes como entre los trabajadores es prácticamente cero. La reivindicación política predominante, adelantada por muchos grupos izquierdosos, es derrocar al gobierno de derechas, lo cual no es más que una expresión de "reformismo movimentista", típico de aquel extremismo de "izquierda" que viene en apoyo de las fuerzas de la oposición burguesa del Pasok.
Los acontecimientos subrayan en cambio la necesidad de un partido
comunista internacional, única fuerza que puede expresar los intereses
de la clase obrera, corazón, brazo y mente en cualquier cuestión.
En la fecha indicada se desarrolló con un dictamen unánime y favorable la reunión general del partido, convocada en nuestra sede de Florencia. Estuvieron presentes representantes de prácticamente todos nuestros grupos, incluidos los que vinieron desde España, Francia y Gran Bretaña.
A pesar de que la huelga general en Francia, con sus lógicas repercusiones en los medios de transporte, obligó a hacer alguna modificación en el orden de los trabajos, todas las tareas previstas pudieron desarrollarse íntegramente, también en la parte organizativa el viernes por la tarde y del sábado por la mañana. Son estos unos aspectos que no queremos llamar "técnicos" ya que en el partido nada es neutral, ó indiferente a nuestro objetivo. Medios y fines se determinan recíprocamente y el "cómo" se trabaja influye en el resultado. El fruto de nuestra milicia colectiva que hoy se presenta preponderantemente en la prensa, no merece solamente una valoración en sí misma, ya que es el resultado de un método de trabajo comunista correcto. Es evidente que el partido no quiere con esto sentirse separado del resto del mundo, en particular del suyo, es decir, el de la clase obrera. Pero estamos convencidos de que el futuro crecimiento tanto cualitativo como cuantitativo del órgano revolucionario dejará a un lado todos los instrumentos típicos del superhombre, de la polémica entre opiniones, del politiqueo y semejantes miserias burguesas.
Tras las sesiones organizativas dedicamos la tarde del sábado y la
mañana del domingo a la exposición de los trabajos. Estos no se exponen
ante los compañeros para que den su aprobación, los rechacen ó los critiquen,
pues son considerados y apreciados por todos como contribuciones parciales
de un trabajo unitario, que se desarrolla "según un plan", tendente siempre
a una mejor explicación de la ciencia histórica de clase, que posee la
sustancia y la fuerza de una masa material impersonal.
El curso de la economía capitalista
El primer informe, sobre el curso de la crisis económica, mostró una
serie de gráficos relativos a los incrementos de la producción industrial
desde 1973 a finales del 2008, incluyendo la fase inicial de la actual
crisis mundial, que había quedado postergada en la reunión precedente.
En los gráficos se tomaron en consideración los valores absolutos anuales
de la producción industrial, la duración de los ciclos breves, el crecimiento
medio de estos ciclos breves, y los valores máximos absolutos, alcanzados
antes de la terminación de cada ciclo, durante los años que van de 1929
a 2007.
Estos gráficos y tablas nos han ofrecido el desarrollo de la economía
capitalista de los siguientes países: Estados Unidos, Alemania, Japón,
Francia, Italia, Gran Bretaña, Rusia, China y la India. Todos los países
examinados salvo China y la India, cuando durante 2008
han entrado en recesión, han tenido una ralentización de la producción
industrial, que ha llegado a ser negativa, con una producción decreciente.
China y la India, por el contrario, no entraron en recesión en 2008,
pero sufrieron no obstante una clara ralentización en sus ritmos de crecimiento.
Hemos analizados singularmente cada uno de los nuevos capitalismos sobre
la base de los gráficos y de las tablas.
Nunca hemos planteado nuestro trabajo siguiendo la estela del acontecimiento específico, sino que la situación realmente excepcional de la fase actual del capitalismo, debido a su crisis general, y la terrible confusión teórica e ideológica que sobre este tema se hace por parte de todos, incluidos esos que se llaman marxistas o "revolucionarios", nos obliga a este análisis. No hay otra escuela que localice con la misma seguridad que la nuestra la verdadera y definitiva causa del colapso actual. Para nosotros está claro que la situación en el mundo de la producción tiene sus repercusiones en el mundo de las finanzas, y no viceversa. Pero esta es una lección que la presunta ciencia burguesa finge ignorar, y cuyas implicaciones no consiguen comprender hasta el fondo las burdas teorizaciones seudomarxistas de tantos izquierdosos. Este trabajo y su exposición se han desarrollado por lo tanto sobre planos distintos pero estrechamente ligados, de la crítica de la economía y del análisis, sumario, de los aspectos más significativos de la crisis financiera actual. En particular se han abordado especialmente las características del capital bancario y de su "contrario", el déficit público. El equilibrio dinámico del conjunto está asegurado solamente mientras el sistema productivo crece indefinidamente. Porque en la base real de la crisis está únicamente, y no nos cansaremos de repetirlo, la productividad decreciente del capital invertido, o sea de la "deuda": eso que nuestra doctrina llama "caída tendencial de la tasa de ganancia".
Para sostener cuanto se afirma, se presentaron a los compañeros dos gráficos referidos a las finanzas de los Estados Unidos de América. El primero mostraba la marcha en el periodo que va de 1925 a 2008 de la relación entre la "deuda total" y el "producto interior bruto", es decir, cuántos dólares de deuda han sido y son actualmente necesarios para producir un dólar de producto. Desde los años 80 en adelante las cifras se disparan, y en 2008 la relación indica que son necesarios 4 dólares de deuda para producir uno de producto interior bruto. La tendencia es inequívoca. Las crisis no pueden tener otra explicación más clara.
Evidentemente, nos adentramos en un terreno que no es el nuestro, que
pertenece totalmente a nuestros adversarios, pero si lo hacemos es para
mostrar la consistencia de nuestra doctrina, de nuestros esquemas, que
desde hace un siglo y medio, hechas las salvedades obvias relativas a la
diversidad técnica (a finales del siglo XIX no conocían la tarjeta de
crédito, ni las transacciones informáticas, etc.) explica perfectamente
la situación presente.
Historia del movimiento obrero norteamericano
La guerra civil, si bien representó un duro golpe para la lucha sindical y para las condiciones de trabajo, fue acogida favorablemente por los proletarios (incluidos los del Sur) ya que compartían los objetivos del Norte republicano. El entusiasmo antiesclavista no sólo se limitaba a los proletarios americanos; al otro lado del Atlántico la derrota del Sur era vista como un objetivo para el progreso de los trabajadores. "No ha sido la inteligencia de las clases dominantes – escribía Marx en el Discurso Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores en 1864 – sino la heroica resistencia a su locura criminal por parte de las clases trabajadoras de Inglaterra la que ha salvado a Europa occidental de lanzarse de lleno a una infame cruzada a favor de la perpetuación y de la extensión de la esclavitud al otro lado del Atlántico". Naturalmente, la clase menos patriótica es precisamente la burguesía ya que, al mismo tiempo que entona himnos a la Patria, nunca pierde de vista su objetivo primario, el de obtener beneficios a cualquier precio. Con la excusa de la guerra se endurecieron las condiciones de los trabajadores, pero pronto las huelgas comenzaron a multiplicarse, con unas tasas de éxito muy altas. Además, tras cada huelga victoriosa era normal que permaneciese una estructura sindical, y esto fue particularmente cierto para los sectores con una alta presencia femenina, como el tabaquero o el textil.
Mientras los sindicatos nacionales, con pocas excepciones, eran poco
eficientes en los años de la guerra, la clase obrera encontró su punto
de referencia y de organización de las luchas en las "Trades Assemblies",
similares a las Camere del Lavoro italianas. Nada más terminar la
guerra empezó a sentirse la necesidad de una representación política,
también gracias al ejemplo que venía de Europa. En 1866 algunos dirigentes
de grandes sindicatos organizaron una Convención. Esta Convención Nacional
se desarrolló en Baltimore y recogió todas las reivindicaciones del movimiento
obrero americano: 8 horas, organización de los no especializados, luchas
económicas, que permanecerían durante decenios. La cuestión femenina
y la de los trabajadores negros se tocarían por el nuevo organismo, la
National Labor Union, en los años siguientes, aunque no se resolvieron.
La fundación del Partido Comunista Chino
Para terminar la reunión del sábado, y como premisa a un nuevo estudio
sobre los orígenes del Partido Comunista Chino, se dio lectura a algunos
documentos relativos a las reuniones para su fundación en Shanghai y en
Pekín en 1920. El trabajo, que reproducirá estos primeros documentos,
tenderá a encuadrar la situación de la clase obrera en China y su desarrollo
organizativo por un lado, y por otro la formación de una minoría comunista
y sus relaciones con la Tercera Internacional.
Origen de los sindicatos en la segunda posguerra
En Battaglia Comunista, en aquel entonces nuestro órgano de prensa, se halla una clara visión de esta compleja cuestión. En el número 19 de noviembre de 1945 se pueden leer las "Tesis sobre la política sindical del partido", en las que se recoge que en ese momento faltaban las condiciones para un enderezamiento del sindicato por parte de la fracción comunista en su seno y que el «eventual retorno del sindicato a sus bases de clase sólo puede resultar del reflejo en su interior del resurgimiento de la lucha de clase». Se valoraba igualmente la eventualidad que los trabajadores empiecen a desertar las organizaciones sindicales para orientarse hacia otras formas de organización tales como los consejos de fábrica, recordando que al partido no le interesa tanto la forma de organización como la concentración de las luchas obreras. Se remachaba por tanto la necesaria unicidad de la organización de masas y el rechazo a todo tipo de iniciativas escisionistas. «El partido no se concentra en una acción que se formalice en la tentativa de desligar las Comisiones Internas del Consejo de Fábrica haciendo de cada una de ellas una organización particular. El partido rechaza la idea de promover o participar en bloques de "izquierdas sindicales" que no surgen de la oposición de clase del proletariado al capitalismo, sino únicamente de la oposición a la burocracia sindical». En otros artículos de finales de 1945 y comienzos de 1946 vemos cómo nuestros compañeros, algunos de ellos elegidos en las directivas de comités sindicales, eran rechazados por los reformistas, acusados de "provocadores" y "antinacionales" (siendo esto último cierto). También se denunciaba cómo los industriales habían sido convencidos por los sindicatos para despedir por etapas, para romper la unidad de clase de los trabajadores, reservando a las Comisiones Internas la tarea policíaca de efectuar estas "selecciones". Respecto a los Consejos de Gestión se señalaba que «acostumbran al obrero a mirar todos los problemas desde el ángulo visual corporativo de su empresa».
En una reunión del Sindicato de la Construcción en Genzano Laziale,
uno de nuestros compañeros defendió la necesidad de que en el Consejo
Directivo sólo hubiese obreros y no empresarios, y se le contestó desde
la CdL que también podían estar presentes empresarios "si eran honestos".
El colaboracionismo de los sindicatos confederales llegaba al punto de
enviar al ministro del Interior un telegrama para avisarle de la desesperación
de los trabajadores ante la cerrazón de los empresarios agrarios.
La guerra en la franja de Gaza
La reunión del partido se desarrolló pocos días después de concluir la operación Plomo Fundido efectuada por el ejército israelí contra la población de Gaza. El relator, utilizando también detallados mapas de la zona de guerra, intentaba reconstruir las fases de lo que hemos definido en nuestra prensa como una "operación de policía" antiproletaria, para examinar si esta intervención, por encima de la inevitable y despiadada ferocidad ínsita a toda guerra, podía tener un fundamento y alguna utilidad estratégica. El análisis ha demostrado que los destacamentos armados y los servicios de policía israelíes no han golpeado de modo decisivo la estructura militar de Hamás y que la ofensiva terrestre se dirigía sobre todo contra la población civil con el objetivo de sembrar el terror. Las fuerzas ocupantes se detuvieron en la periferia de los centros habitados para no poner a prueba a un ejército cada vez menos convencido y fiable.
El Estado de Israel no atacó Gaza para obtener algún resultado político o militar. Ha desencadenado el ataque porque la guerra representa la única vía de salida para la crisis económica, política y social que lo sacude, a él y a todos sus amigos y enemigos imperialistas de América, Europa y Asia, que necesariamente chocan en esas coordenadas geográficas donde todos tienen intereses. Nuestro compañero relator siguió con las fases fundamentales del nacimiento de la cuestión palestina, a la que se quiere dar una dignidad "nacional", que la historia no obstante la ha negado. Se expusieron las desgracias de este pueblo desde la fundación de Israel al finalizar la segunda guerra mundial hasta la situación actual, que ve cómo millones de proletarios palestinos están encerrados en Gaza y Cisjordania, como si fueran dos enormes prisiones en las que los militares israelitas son los carceleros y los gobernantes palestinos los kapos (responsables del orden interno dentro de los barracones en los campos de concentración nazis).
Gaza es el mundo, con su miseria, su estado de guerra permanente, sus
mixtificaciones religiosas y nacionales. En definitiva es cuanto puede
esperar el proletariado de cada país del régimen capitalista y de su
crisis. A diferencia del comunismo marxista, que ve en la guerra la responsabilidad
burguesa y la posibilidad de evitarla sólo mediante la destrucción de
su poder político, los movimientos del pacifismo interclasista nos muestran
su ciega impotencia al completo. También en el agitado Oriente Próximo,
sólo la clase trabajadora, unida por encima de fronteras, de los pueblos
y de la cultura de las respectivas burguesías, podrá, reconociéndose
en su partido de clase, rechazar todos los sofismas y destruir el monstruo
capitalista y sus guerras infames y reaccionarias.
El colectivismo agrario en España
Uno de los aspectos más llamativos de la historiografía al uso sobre la guerra civil española, ha sido sin duda el amplio proceso de colectivización agraria, que se dio en la zona republicana con infinidad de formas y matices. Una de las lecciones fundamentales de nuestra corriente sobre la Guerra de España es que la falta del partido de clase, y precisamente por ello, la falta de una clara y firme determinación de destruir el Estado capitalista y de implantar la dictadura revolucionaria del proletariado, ha llevado al proletariado español a una de las peores derrotas de la historia de la clase obrera mundial. Todas las organizaciones presentes en el proletariado renunciaron a la lucha de clase para acudir en defensa del capitalismo y de la democracia burguesa.
Tras estas necesarias e imprescindibles puntualizaciones continuó la exposición del trabajo haciendo mención a documentos de la antigüedad clásica en los cuales se aborda el comunismo agrario en la Península Ibérica. La conquista romana influyó enormemente en la distribución de las propiedades agrarias, pero los terrenos comunales de los núcleos de población rural, se mantendrán hasta un periodo relativamente reciente. En el siglo XIX, el proceso liberal de subasta pública de los terrenos comunales puso en el mercado una gran parte de este patrimonio ancestral de las comunidades campesinas, proceso del cual se beneficiará obviamente la burguesía en detrimento de los campesinos pobres, que tenían en estos terrenos comunales una fuente de ingresos y de medios de subsistencia. La llegada de la IIª República con sus demagógicas promesas, necesarias al capitalismo en un país predominantemente agrario y con una grave crisis económica y social, abrirá un convulso periodo de revueltas campesinas, traicionadas por sus representantes políticos en Madrid.
El estallido de la guerra civil hizo que los jornaleros y el campesinado pobre, de manera casi instintiva, colectivizase la inmensa mayoría de los terrenos propiedad de los grandes terratenientes. Esta fue la última llama que se encendió a favor del colectivismo agrario, llama que pese a todo estaba condenada a apagarse en ausencia de una perspectiva revolucionaria comunista de clase. Las colectividades agrarias, no obstante las innegables y sustanciales mejoras obtenidas en el nivel de vida de sus miembros, en su inmensa mayoría jornaleros y pequeños campesinos, estaban inevitablemente condenadas a moverse dentro de un ámbito mercantil capitalista en tanto que el poder político y económico permanecía en manos de la burguesía y de su estado. Una relevancia particular en su progresiva disolución la tuvo la política abiertamente contrarrevolucionaria del estalinismo, expresión del Estado capitalista ruso, verdadero gendarme antiproletario a nivel mundial.
En España, la correcta política proletaria y comunista, encaminada
a la dictadura del proletariado y de su único partido, habría debido
apoyar este movimiento colectivista de los campesinos en armas, (si bien
dentro de sus aspiraciones de clase, se ven obligados a conservar formas
pasadas manteniendo la gestión propietaria y de empresa propias del capitalismo
en la tierra) para unificar todas las fuerzas en el choque contra el Estado
de los capitalistas industriales y agrarios, hasta llegar a su destrucción
violenta.
La conclusión de los informes sobre los trabajos del Partido fue la cuestión militar, que en esta ocasión analizó la organización de los ejércitos franceses tras la revolución de 1789, y en particular la infantería que se convertiría en el arma principal de la expansión de la burguesía francesa ya en el poder. La base económica de la nueva e imponente maquinaria bélica seguía siendo la agricultura que, según una estadística de la época, suministraba las tres cuartas partes de la riqueza nacional. Pero el sector de las transformaciones industriales estaba en fuerte expansión y en grado de responder al gran esfuerzo militar de 1793. Sólo en los talleres de París se producían más de 700 fusiles al día además de munición y uniformes. Allí donde la producción era insuficiente llegaban los decretos de expropiación de la burguesía revolucionaria contra la nobleza reaccionaria, sobre todo de cara al abastecimiento.
Dentro de la estructura económica de la época el proletariado
estaba poco representado en el ejército, formado predominantemente por
campesinos y subproletarios. Engels en sus escritos militares explica como
tras Napoleón las tácticas militares se modificaron merced al nuevo modo
de producción, el cual hizo posibles los principios de la guerra. Las
batallas, entre los ejércitos de los Estados modernos, se llevan a cabo
según el principio napoleónico de masivos medios de ataque, artillería
y movimiento. Con Napoleón se racionalizó la "estrategia del aniquilamiento",
la destrucción en el menor tiempo posible de toda capacidad y posibilidad
de acción del enemigo. Esta estrategia ha llegado hasta el actual modo
de dirigir las guerras, con costes y devastaciones que crecen vertiginosamente,
lo cual es indicativo de la enorme disponibilidad de todo tipo de material,
también humano, puesto a disposición de la producción industrial a escala
planetaria.
En abril del año pasado moría en su casa de Cortona nuestro querido compañero Giandomenico Briganti, a la edad de 66 años. Poseía una brillante inteligencia, fuera de lo común, pero siempre guiada por intereses y sensibilidades extremas en todos los campos, y alimentada por las necesidades de los demás, y en particular de los compañeros, a los que apreciaba tanto como a su trabajo. Dedicó sus dotes y su amplia cultura a la causa del comunismo, militando en la revolución internacional de la clase obrera. Durante casi cuarenta años puso a disposición del partido su vida, dedicando su competencia y pasión al estudio metódico de la historia, de la doctrina, y en definitiva de las enseñanzas imprescindibles para la emancipación del proletariado de la esclavitud asalariada.
Desde joven había llevado la voz del partido dentro de la organización de sus compañeros trabajadores de la enseñanza. Más tarde, en su casita de Val de Chiana, desconocido para la clase trabajadora actual, esquivo y reservado, aborreciendo todo tipo de publicidad personal, se ofreció para llevar a cabo un continuo y sistemático trabajo de investigación y elaboración, incluso sobre temas poco conocidos, con unos resultados notables y originales que, puntualmente, entregaba al partido. En las reuniones exponía en términos claros, rigurosos y accesibles a todos su por otra parte elaborada dialéctica.
Los jóvenes comunistas, que mañana volverán a levantarse con una energía y una generosidad hoy impensables, encontrarán en sus afiladas palabras, elegidas como se elige un arma, fundidas en el cuerpo de la producción colectiva del partido, una denuncia de las innumerables vilezas y traiciones de nuestros enemigos y un bagaje ideal y científico indispensable para enfrentarse y derrotar sin titubeos al monstruoso enemigo que nos domina.
Giandomenico, disciplinado antes que nada consigo mismo como sólo lo saben ser los comunistas marxistas, ha afrontado cinco años de guerra contra su terrible enfermedad, acompañado del amor y de la fuerza inigualable de su esposa, con toda la determinación necesaria pero manteniendo hasta el final esa serenidad y también esa alegría individual por vivir, que proviene del sentir que nuestra persona forma parte de una clase y de un movimiento más amplio, que llevan en su regazo el futuro del hombre.
A nosotros, sus compañeros, nos ha dejado un montón de apuntes ordenados
para que demos continuidad a su militancia, robusta e intransigente y al
mismo tiempo fraternal y afectuosa.
Los orígenes: siervos y esclavos
La historia del movimiento obrero americano, ó, si queremos ser más precisos, del movimiento obrero en los Estados Unidos, comienza en el periodo colonial, contemporáneamente al nacimiento y al desarrollo de esas factorías que se convertirían en colonias emancipándose a finales del siglo XVIII de la madre patria.
No hay que olvidar que la sociedad que se fundó al otro lado del Atlántico tenía a sus espaldas una historia política, económica y social en común con los países del Viejo Mundo, y en particular con Inglaterra. Ésta, recién salida del Medievo, había creado las bases sociales y políticas para el desarrollo de la sociedad burguesa y la afirmación del sistema capitalista. Estas bases fueron la Reforma y la disolución de los monasterios y de las enclosures de los terrenos comunales, el desarrollo de la burguesía mercantil, el ascenso del país como potencia marinera y comercial. Las colonias americanas fueron pobladas por colonos que habían dejado atrás la herencia del medievo. En estas colonias se vivía una atmósfera nada medieval: sus fundadores, sobre todo los de New England, encarnaban el aspecto más genuino de la burguesía inglesa, que precisamente en esos años se preparaba para dar definitivamente la espalda al viejo régimen monárquico absolutista. Entre los motivos que empujaron a la Corona inglesa, a caballo entre los siglos XVI y XVII, para que favoreciera la colonización de Norteamérica uno principal era el de encontrar una salida a la población excedente, con objeto de diluir las tensiones sociales debidas a la pobreza y la desocupación, lo que a su vez era un subproducto del desarrollo de la sociedad en sentido burgués. Ya en 1576 Sir Humphrey Gilbert preconizaba la colonización como medio para aliviar la presión demográfica. Para otros era un medio de librarse de elementos "indeseables".
La composición de los colonos fue muy heterogénea. Además de la multitud de puritanos de los que nos hablan los libros de historia (concentrados sobre todo en New England), eran igualmente abundantes los delincuentes y todo tipo de perseguidos por la ley, a quienes se ofrecía la posibilidad de librarse de la justicia emigrando a América, imponiéndoles el pago de los costes del viaje mediante su trabajo en las nuevas tierras. Esta posibilidad de tener mano de obra casi gratuita llamó la atención de muchas familias inglesas ricas que se trasladaron a América con la intención de adquirir tierras y aprovecharse de esta mano de obra.
Pero muy pronto se hizo evidente que las riquezas que los españoles habían encontrado en Méjico y en Perú no existían en la zona que los ingleses habían ocupado. El capitán John Smith escribió: «Aquí todo lo que se pueda obtener sólo puede provenir del trabajo». Por tanto los beneficios a los que aspiraban los empresarios ingleses vendrían de la tala de bosques y del cultivo de la tierra más que de la explotación de las minas. En 1616 la Virginia Company comunicaba a sus accionistas que América era rentable en la medida en que hubiese mano de obra disponible.
Pero ¿dónde encontrar esta mano de obra? Los indios podían ser capturados y obligados a trabajar como esclavos, pero se escapaban fácilmente, y en tal caso tenían la desagradable costumbre de volver con toda la tribu y cobrarse la cabellera del patrón. Vistas las cosas, el gobierno de New Amsterdam (la ciudad fundada por los holandeses y que más tarde sería New York tras pasar a la corona inglesa) ordenó que a los nativos se les pagase un salario, cosa mal vista por quienes querían llevar a cabo grandes beneficios en poco tiempo.
Comenzó entonces una campaña de propaganda entre los trabajadores de Europa (no siendo suficientes los presidiarios), preferentemente en las Islas Británicas, pero también en Alemania, donde ejerció su apostolado William Penn, el magnate que fundó Pennsylvania. Efectivamente, había un lugar para comenzar: en la Inglaterra del siglo XVII la masa trabajadora vivía en una profunda miseria, en unas condiciones desesperadas tanto desde el punto de vista sanitario como alimentario. El obrero estaba sometido a leyes que, si no en la forma, si en sustancia lo equiparaban a un esclavo: había salarios máximos pero no mínimos, el obrero no podía abandonar al patrón a su voluntad, y existían penas terribles contra el vagabundeo, es decir, contra los campesinos expulsados del campo que no habían encontrado su sitio en las ciudades; y naturalmente, tampoco se podía "conspirar" junto a otros trabajadores para defenderse de la rapacidad de los patronos. En los demás países europeos el capitalismo estaba menos desarrollado, pero el continuo guerrear hacía la vida muy difícil en amplias zonas del continente.
Por lo tanto, había un claro interés en ir a América. El problema era que el pasaje era caro, de 6 a 10 libras esterlinas, una cifra enorme para un proletario de la época. Se desarrolló entonces la institución de la servidumbre por contrato, el llamado indentured labor. Mediante este contrato la persona que se embarcaba hacia el Nuevo Mundo se comprometía a servir a un patrón durante un cierto número de años, de dos a siete sin recibir paga alguna y con la prohibición de abandonar el puesto de trabajo; tenía derecho al alimento, a la vivienda y a una indemnización por fin de servicio que habría debido bastarle para llevar una vida independiente al final del contrato, quizás contratando con otros indentured labor. Esta era la perspectiva; pero la realidad no era tan feliz. Una investigación demostró que sólo el 20% conseguía establecerse en un pedazo de tierra o se convertía en artesano. Nadie hacía fortuna, y las riquezas iban a parar a manos de los grandes terratenientes y comerciantes, los cuales en el periodo colonial se hicieron cada vez más ricos. El 80% de los menos afortunados sucumbía, se volvía a Inglaterra, ó acababa en la masa de los poor whites que vivían al día, durmiendo donde podían, sin propiedad (y por tanto sin derecho al voto), y sin ningún tipo de perspectiva.
Los contratos, firmados en el embarque, permanecían en manos de los capitanes de los buques, y una vez llegados a América, los revendían recuperando el coste del transporte y obteniendo una buena ganancia. En torno a este negocio surgieron inmediatamente compañías comerciales con sede en los grandes asentamientos de la costa oriental: la compañía de Massachussets en Nueva Inglaterra, regida por puritanos que muy pronto se separarían de Londres, y la Compañía de Virginia, que siguió dependiendo directamente de Inglaterra. Los puritanos de Massachussets, ansiosos por preservar la pureza moral y religiosa de sus comunidades, eran sospechosos de este flujo de personas cuya moralidad no siempre resultaba ejemplar; los hombres libres que podían pagar el pasaje elegían como destino preferente Nueva Inglaterra. El indentured labor fue la principal fuente de mano de obra para el centro (New York, New Jersey y Pennsylvania) y sobre todo para el sur (inicialmente las colonias de Virginia, Maryland y más tarde las Carolinas), al menos durante todo el siglo XVII.
Otro aspecto del viaje que a menudo ignoraban los emigrantes era el mismo viaje: muchos de ellos morían durante la travesía, como sucedía con los esclavos que recorrían una ruta más larga en los mismos navíos. Las condiciones del viaje eran terribles, suciedad, excesiva promiscuidad, enfermedades, alimentos en mal estado y escasos, agua infecta. En muchas ocasiones, y según narraban los propios supervivientes, se capturaban y se vendían en los barcos roedores para no morir de inanición. En viajes demasiado largos se dieron incluso casos de canibalismo. A menudo los supervivientes eran obligados a aceptar el pago subdividido del coste del viaje de los fallecidos, que había que pagar al capitán del barco bajo la forma de sucesivos años de servidumbre.
La emigración hacia el Nuevo Mundo garantizaba un flujo constante de ingleses pobres, junto a minorías de alemanes, irlandeses y otras nacionalidades. En 1770 un cuarto de millón de siervos por contrato vivía en América, y de éstos al menos cien mil eran forzados (galeotes o secuestrados en los puertos, estos últimos a menudo niños, capturados en las ciudades inglesas al estilo de los negros en África, y que al igual que ellos morían como moscas), junto a medio millón de negros. Esto significa que en la época de la Guerra de Independencia, de 2,5 millones de habitantes, gran parte de los cuales agricultores, el trabajo obrero era en su mayor parte no libre. Pronto en el Sur los esclavos sustituyeron a los siervos blancos: no se iban al finalizar su contrato (no hubieran sabido a dónde ir) y mantenerlos costaba la mitad.
Inicialmente las cosas no eran así: pese a ser llevados a América a la fuerza, parece que los negros también eran siervos por contrato, liberados al final del mismo. Esta es la razón del alto número de negros en el Sur antes de la Guerra Civil. Sólo hacia el año 1660 comenzaron a redactarse y a promulgarse los Slaves Codes en las distintas colonias, leyes que transformaron a los siervos en esclavos: los niños que nacían eran propiedad del patrón de la madre, y durante los dos siglos siguientes los esclavos fueron privados de sus derechos de hombres libres (de reunión, voto, testimonio, libertad de movimiento, derecho a llevar armas, etc.).
Pero la situación de los siervos blancos no era mejor: hay quien sostiene que era incluso peor. De hecho, un patrón que tenía interés en conservar la salud del negro, porque constituía un capital durante toda su vida, podía desinteresarse de la salud del siervo, que antes o después se iría, y si al irse estaba cojo, ciego o enfermo, el patrón no era considerado responsable. Añadamos que este era un destino que amenazaba sobre todo a los aprendices si caían en manos de un patrón-maestro despiadado y ávido, el cual les exponía a muchos peligros, castigos, hambre y encima sin enseñarles nada. Los siervos no podían contraer matrimonio sin el permiso del patrón; si lo hacían se castigaba como adulterio, y sus posibles hijos eran considerados bastardos.
A partir del siglo XVIII Inglaterra, en plena expansión económica, redujo considerablemente la emigración, garantizando de esta manera la mano de obra necesaria para su naciente industria manufacturera, por eso durante todo el siglo XVIII y junto a los anglosajones empezaron a llegar a las costas atlánticas inmigrantes provenientes de Escocia, Irlanda, Alemania ó Suiza, entre los que había un gran número de hábiles artesanos. Para todos ellos se usó el contrato llamado de servidumbre "con rescate" (redemption) caracterizado por una duración variable del periodo de servicio según su grado de cualificación y de la función desempeñada por el siervo y dependiente igualmente del tiempo necesario para reunir la suma necesaria para librarse de la servidumbre. Estas variaciones diversificaron las figuras de los siervos y prolongaron la duración de los contratos (debido también a que muchos de ellos se trasladaban con toda su familia) pero no excluían la posibilidad, que tanto atraía a estos trabajadores, de un día tener su propio terreno o actividad. Sin el sistema de servidumbre por contrato, por muy arbitrario y duro que fuera, las Colonias del Centro y del Sur muy difícilmente hubiesen podido consolidarse.
Puesto que los siervos estaban a merced de los patronos, que podían ser muy crueles, las fugas eran frecuentes, a menudo de blancos y negros a un tiempo, y no era raro que fueran a vivir con las tribus indias más próximas. Las crónicas narran revueltas organizadas de siervos blancos, como la de 1661-62 en Virginia, y la famosa rebelión de Bacon, también en Virginia, en la década de los 70 de ese mismo siglo, cuando se levantaron siervos blancos, esclavos y esclavos emancipados, además de pequeños agricultores. Hay por lo menos 40 revueltas documentadas, solamente en el periodo colonial. Entre ellas hay que destacar la de Charleston en 1730, particularmente amplia, y otra nueve años más tarde también en esa zona de Charleston (la denominada Stono Rebellion), ambas protagonizadas por esclavos. Durante el transcurso de esta última, más de 200 esclavos quemaron casas y cosechas, matando a varios patronos esclavistas, excepto a uno que se había comportado humanamente con ellos. Consiguieron apoderarse de cierto número de armas, pero antes de concluir su marcha hacia la libertad en Florida fueron derrotados y masacrados por la milicia blanca. El recuerdo de esta rebelión permaneció durante mucho tiempo en la memoria de los esclavistas del Sur.
Pese a las leyes en su contra, son numerosas las noticias sobre huelgas de estos trabajadores para obtener condiciones de vida y de trabajo aceptables. La fuga de semiesclavos blancos era algo común; el castigo, además de los latigazos y otras penas físicas, era la ampliación de la servidumbre. En el caso de las revueltas en el Norte, en particular la de Nueva York en 1741 (de trabajadores blancos y negros), las represiones fueron despiadadas. Pero la brutalidad de los castigos y las ejecuciones ejemplares no pusieron fin al peligro de las insurrecciones, que iban madurando con las condiciones de vida de estos primeros proletarios forzados, y alguna que otra concesión les fue otorgada respecto a la alimentación, el alojamiento, etc. En el Norte, donde la esclavitud nunca había sido conveniente para los burgueses, el miedo a las revueltas de esclavos se difundió ampliamente, y empezó a proponerse la sustitución de los esclavos por trabajadores libres.
En Virginia, por el contrario, donde el trabajo forzado iba muy bien, se comenzó a ver con especial preocupación la constante fraternización de estos trabajadores por encima del color de la piel, y se pensó en una solución. En 1705 se firmó una ley que mejoraba notablemente la condición del siervo blanco, sobre todo en relación con la dotación que el patrón debía entregar al finalizar el contrato (mercancías, dinero y un fusil); esta dotación había caído mucho desde 1681: hasta esa fecha estaban previstos incluso 50 acres de tierra (unas 20 hectáreas). Es precisamente en este periodo cuando surge un fenómeno que sería hábilmente cultivado por la clase dominante en el siglo posterior, el racismo. Un sentimiento que se hizo crecer precisamente en las capas más bajas del proletariado blanco, corrompiéndolo con una serie de miserables privilegios que le hacían sentirse en algún modo superior a su compañero negro, viviendo con el temor a caer en una situación peor que la suya.
Los siervos tenían algún derecho más que los esclavos negros: tenían personalidad jurídica y podían acudir a los tribunales, además de tenerse en cuenta su testimonio como testigos. Por lo tanto, las perspectivas para poder insertarse plenamente en la sociedad eran reales. Por eso este tipo de trabajadores continuaba afluyendo hacia las Colonias, representando la mitad de los emigrantes antes de la Independencia. Los esclavos negros eran utilizados como obreros también en talleres y astilleros, a menudo cedidos temporalmente por sus respectivos propietarios a los industriales. Pero la demanda de trabajadores libres continuó creciendo, sobre todo en el Norte. Pero si el trabajo servil era conveniente en las plantaciones, donde todo el año había cosas que hacer, no sucedía lo mismo en la actividad industrial, en la cual el trabajo sufría fuertes oscilaciones estacionales. El siervo y el esclavo debían ser vestidos, alimentados y cobijados incluso cuando no había trabajo, mientras que al obrero libre se le despedía y santas pascuas.
Y, como hemos visto, los primeros podían huir, y en ese caso todo el
capital se perdía: era pues muy evidente la conveniencia del obrero libre,
tal y como recogía en 1776 Adam Smith en "La riqueza de las naciones".
El siglo XVIII. Nacimiento del proletariado urbano
Mientras las colonias del Norte iban formando una economía basada en la pequeña producción comercial, esencialmente agrícola y artesanal con alguna excepción en el sector naval y la construcción, las colonias del Sur desarrollaban el sistema de grandes plantaciones que necesitaba una masa numerosa y cada vez mayor de trabajadores. Para satisfacer las necesidades de mano de obra, ya que no eran suficientes los trabajadores que venían de Europa, fue necesario aumentar el número de inmigrantes. Junto al elemento blanco que iba afianzándose, a partir de la segunda mitad del siglo XVII aparece el siervo negro. Los aborígenes no eran muy aptos para la esclavitud por diversas razones, tal y como había sucedido en las colonias de América Latina. Esto no impedía que los indios no fueran hechos esclavos: todavía en 1730 el 25% de los esclavos eran indios.
Los siervos negros eran traídos de África a la fuerza por la Royal African Company (los primeros, unos 20, fueron desembarcados y vendidos en 1619 por una nave de guerra holandesa), y la vital exigencia del Sur de asegurarse grandes masas de mano de obra, empujó a elaborar los ya citados Slave Codes, que establecían una diferencia entre el siervo negro y el siervo blanco, de tal manera que progresivamente llegó a hacerse ilimitado el periodo de servicio de los negros. El negro, pese a todo, era un inmigrante involuntario, y no era necesario tratarlo bien; su servidumbre era permanente, no de unos pocos años; por norma general no era cristiano; era conveniente no tratarlo como a un ciudadano, con sus derechos relativos; en definitiva, el color de su piel lo distinguía y hacía muy fácil poner en marcha los Slave Codes. Nace así la esclavitud en su versión norteamericana.
La mayor concentración de esclavos negros se localizó en las plantaciones de tabaco de Virginia, de Carolina del Norte y de Maryland y en las de arroz e índigo de Carolina del Sur y Georgia. Las condiciones de trabajo eran obviamente duras para los esclavos negros, pero lo eran igualmente para los trabajadores blancos, que estaban sujetos a penosas restricciones pese a su carácter de hombres "libres". El trabajo se regulaba mediante viejas leyes inglesas, que limitaban las posibilidades de movimiento de los trabajadores, los cuales no tenían ningún poder en los contratos, y tampoco podían dejar de trabajar. Estaba previsto además el trabajo obligatorio, los precios y los salarios se fijaban por leyes locales, y cualquier tentativa de modificarlos estaba terminantemente prohibida para patronos y obreros. El aprendizaje se fijaba a los siete años, y a menudo estaba prohibido cambiar de oficio.
Pero los reglamentos pueden retrasar, no detener el desarrollo económico. En las comunidades en gran parte autosuficientes de New England la calidad de los productos del trabajo artesanal empeoraba; no obstante era fácil para los maltratados obreros dejar el oficio y convertirse en agricultores independientes, vista la abundancia de tierra. Creció por lo tanto el artesanado de aldea, con el pequeño campesino que se las ingeniaba para hacer un poco de todo en los largos inviernos tediosos de los pueblecitos puritanos.
Se dio una cierta recuperación del artesanado sólo a partir del siglo XVIII, gracias a la transformación de las aldeas en ciudades, en las que una cierta especialización del trabajo estaba justificada, favorecida por el alto nivel de escolarización. Mientras el producto europeo era cada vez más demandado, los artesanos eran más solicitados sobre todo en las ciudades del Norte y del Centro; el Sur por el contrario era más rural y autárquico.
Se reanudó la inmigración, parte de la cual estaba compuesta de artesanos que, a diferencia de los siervos por contrato, se pagaban su viaje y a menudo traían consigo una pequeña cantidad de dinero para invertir en su actividad en un ambiente que parecía más prometedor que el de su patria de origen. Naturalmente, las primeras formas de organización de estos trabajadores artesanos fueron idénticas a las dejadas en Europa, es decir, los gremios. Ya en 1648 los toneleros y zapateros de Boston se organizaron de esta manera, con el objetivo declarado de establecer reglas profesionales rígidas, y por tanto mantener un monopolio del oficio en pocas manos. Los gremios establecían normas y reglas para el aprendizaje, pero sólo se desarrollaron en las grandes ciudades del Centro Norte, y también allí se mantuvieron con alguna dificultad dada la fluidez social del Nuevo Mundo. Los panaderos acordaron no hacer pan si los precios oficiales bajaban demasiado, dado el precio de la harina; estos panaderos, en 1741, tuvieron la primera huelga de la que se tiene noticia en la historia norteamericana. No era tanto una lucha de obreros contra patronos, sino más bien una reacción de artesanos y tenderos contra la reglamentación de los precios por parte de las autoridades.
En realidad, las pocas veces en las que los obreros propiamente dichos, se movieron, al margen de los maestros artesanos y los patronos, fue casi siempre debido al deseo de eliminar la concurrencia del trabajo de los negros, esclavos o libres. El resultado que tuvieron, o que creyeron determinar, fue la abolición de la esclavitud en el Centro-Norte. En el Sur por el contrario, donde la población africana era muy numerosa, sólo consiguieron excluir a los negros de los oficios de mayor especialización.
Otra lucha que dejó su marca en las crónicas de la América colonial fue la de los deshollinadores negros de Charleston en 1761. Las crónicas de la época hablan, encolerizadas, de su «osadía, poniéndose de acuerdo entre ellos, para hacer que subieran las tarifas normales, negándose a trabajar si sus exorbitadas pretensiones no eran satisfechas». Esto, obviamente no lo podían hacer los esclavos de las plantaciones, y para ellos, al igual que para los siervos por contrato, la única forma eficaz de protesta era la rebelión colectiva, o la fuga individual. Salida ésta que está muy bien documentada por los periódicos de la época. Las rebeliones de los esclavos, por el contrario, fueron escasas antes del siglo XVIII; más tarde serían frecuentes, al aumentar el número de esclavos, y adquirir éstos una mayor confianza con el ambiente y una mayor comunicación entre ellos.
Tras estos acontecimientos, relativos al primer siglo de la esclavitud, hubo una serie de revueltas según se iba aproximando la crisis que llevaría a la rebelión de las colonias y a la independencia. Esto tuvo lugar después de 1765, siguiendo la estela de una revuelta muy dura e igualmente reprimida en 1760 en Jamaica, y de otra serie de revueltas que la siguieron en los decenios siguientes por todo el Caribe.
Los esclavos de las Colonias norteamericanas aprovecharon por
tanto las nuevas oportunidades ofrecidas por las fisuras que se abrían
entre la clase dominante imperial y la colonial, y estallaron revueltas
un poco por todas partes: en Virginia (1776), New Jersey (1772), Carolina
del Sur y Massachussets (1774), Nueva York, Maryland, Carolina del Sur
y Carolina del Norte (1775), y nuevamente en Carolina del Sur (1776).
La clase obrera antes de la Independencia
No es fácil resumir las características del proletariado en América en el periodo que precede a la independencia. Existían ciertamente enormes diferencias en las condiciones de vida si comparamos al esclavo negro de las plantaciones con el obrero especializado de las ciudades del Norte. Se trata de una diferencia que se mantendría durante largo tiempo, tanto que se convertiría en una de las características de la sociedad americana. Pero también entre los trabajadores libres existía una heterogeneidad ligada a los orígenes geográficos, a la clase de procedencia, a la raza, a la religión, de los diversos componentes del proletariado, y al desigual desarrollo económico de las diversas partes del país, que, junto a las enormes distancias entre las ciudades y las difíciles comunicaciones, hacía muy difícil el surgimiento de una conciencia de clase. Esto sucedía también en las ciudades del siglo XVIII, en las que comenzaban a concentrarse los diversos tipos de trabajadores. Una segunda característica importante de la sociedad americana era la relación con el mundo agrícola. No se trataba de un mundo donde la tierra era objeto de acaparamiento, como sucedía en Europa, sino más bien una situación de tierra disponible fácilmente para todo aquel que la quisiera.
Un tercer aspecto ligado a los precedentes, que hacía peculiar el ambiente norteamericano respecto a los europeos, era el nivel relativamente alto de los salarios correspondientes a los trabajadores libres. Pese a las repetidas tentativas de reglamentar los salarios, éstos eran superiores a los de Inglaterra en una medida que oscilaba entre el 30 y el 200 por ciento. Ya en 1639 se comentaba que si no se cambiaban los salarios "los siervos serían patronos, y los patronos siervos". Pero, más allá de los aspectos monetarios, los viajeros europeos señalaban, a veces con disgusto, la extrema familiaridad de los empleados con el patrón; esta era también una peculiaridad americana que duraría hasta el nacimiento de la gran industria, y que de algún modo ha permanecido en las costumbres yanquis hasta hoy.
Sin embargo, en la vida de los asalariados de la América colonial no era todo de color de rosa. Las mejoras señaladas anteriormente, en comparación con las terribles condiciones de los asalariados europeos de la época, existían únicamente cuando había trabajo. En el periodo de desempleo el obrero no conseguía quitar el hambre a sus hijos, y a menudo acababa en la cárcel. Los salarios reales eran frecuentemente reducidos por la alta inflación. Si los precios descendían los tribunales obligaban a los obreros a aceptar reducciones de salarios proporcionales; si subían, los mismos tribunales establecían los salarios máximos: pedir y obtener más podía ser objeto de severas multas. Esta posibilidad era muy común en los periodos de recuperación económica, o en los centros poco poblados. Si eran los patronos los que ofrecían más para atraer mano de obra, el tribunal sólo castigaba al obrero. Las asociaciones patronales, con la hipocresía que siempre ha distinguido a la burguesía americana, defendían que estas medidas servían para "salvar al trabajador americano de sí mismo", haciendo ver que con dinero en el bolsillo y con tiempo libre el obrero se habría dedicado a actividades ruinosas para su moral y para su salud.
Las huelgas y los sindicatos estaban severamente prohibidos, según leyes que se remontaban a la Inglaterra del siglo XIV. Se tendrá que llegar a los años veinte del siglo XVIII para que caigan los obstáculos legales para la lucha económica de los obreros, si bien la burguesía siempre podrá contar con el apoyo de la magistratura, policía, guardia nacional, ejército y policías privadas ante las luchas obreras, en una medida muy superior a cuanto era normal en las democracias occidentales. Esta prohibición ha sido definida por un historiador inglés como una conspiración de burgueses y poderes públicos para amarrar al proletario a su condición, manteniéndolo en una pobreza irremediable. El mismo Adam Smith afirmó que «todas las veces que el gobierno intenta resolver los conflictos entre patronos y obreros, tiene como consejeros a los patronos». Y añadía: «No hay leyes para impedir acuerdos que rebajen el precio del trabajo, pero hay un gran número de ellas para impedir exista un acuerdo para subirlo».
Se sabe muy poco de las luchas efectivas entre proletarios libres y patronos, ya sea porque eran realmente escasas, o porque las crónicas de la época son recientes. En 1636 un armador de Maine comunicó que sus obreros y marineros "se habían amotinado" porque no les pagaba el salario: la lucha consistía en el abandono en masa del puesto de trabajo. Cinco años después se tienen noticias de una "huelga blanca" de carpinteros, una vez más en Maine, protestando por la insuficiente comida. También de estos años es el primer cierre patronal de la historia americana, cuando un armador de Gloucester obligó a sus combativos obreros a abandonar el trabajo.
El primer sector de desarrollo industrial, y por tanto de una clase obrera con una cierta concentración, fue el de la construcción naval, sector en el cual la naciente burguesía norteamericana empezó a competir con la inglesa y la holandesa. Todos los oficios eran necesarios, si bien la categoría predominante eran los carpinteros. En los demás oficios y sectores productivos el trabajo asalariado tardaría en desarrollarse. La manufactura de cualquier producto de consumo estaba asignada a cada artesano individual, que trabajaba en casa y a veces vendía sus productos en los campos cercanos, frecuentemente intercambiándolos por productos agrícolas que consumían o vendían en la ciudad. No había mucho mercado: cada factoría tenía un alto grado de autosuficiencia con el campesino que también era carpintero, hilador, tejedor, cerero, zapatero, herrero, etc. Los oficios más demandados, al margen de los astilleros, eran los relativos a los molinos, fundiciones, fabricación de toneles, guarnicionería, carros, objetos metálicos y vidrio.
Al aumentar la demanda el artesano se encontró en condiciones de aumentar su producción, algo posible sólo asociando mano de obra a su actividad. Por 10 ó 20 libras esterlinas podía comprarse un siervo por contrato, que trabajase para él durante siete años a cambio de comida, alojamiento y algo de ropa. Otra posible alternativa era comprar o alquilar un negro, pero ya hemos visto que en realidad al siervo por contrato, sobre todo en el Centro-Norte, le sucedió el trabajador libre.
Dada la composición del trabajo, las agitaciones sindicales en el siglo XVIII son más que otra cosa protestas de artesanos que pedían retribuciones adecuadas a su trabajo independiente: así sucedió con los encargados de la limpieza viaria en 1684 en Nueva York, los calafateadores de Boston en 1781, los toneleros de Nueva York en 1770. Estos últimos fueron procesados y condenados a fuertes multas, y los que trabajaban para el Ayuntamiento fueron despedidos. Los historiadores hacen generalmente referencia a la huelga de los tipógrafos de Filadelfia en 1784, como la primera huelga de auténticos asalariados en Norteamérica, pero aparece otra en pleno periodo colonial, la de los sastres de Nueva York en 1768.
En este periodo todavía no se habla de sindicatos permanentes, los obreros especializados forman parte todavía de sociedades compartidas con los maestros artesanos y los pequeños patronos, sociedades de mutuo socorro que se ocupan raramente de los salarios y horarios laborales; y si lo hacen, es solamente para obtener una legislación más favorable, a menudo con intenciones corporativas. Pero había una gran necesidad de obreros, y otra señal de esto son los anuncios en los periódicos reclamando obreros especializados. Los primeros son de 1715, pero se deberá esperar a 1770 para que se funde en Nueva York la primera oficina de empleo.
De esta manera nace la clase obrera americana, alimentada por la decadencia
del indentured labor y por la llegada de trabajadores libres europeos.
Desde el principio estos trabajadores pertenecen a dos grupos bien distintos:
los obreros especializados, provistos de un oficio aprendido en un taller
artesano y con sus utensilios específicos, y los manuales, los no especializados,
aquellos que no poseían los conocimientos y las habilidades relativas
a un determinado oficio, y que por tanto sólo podían vender la fuerza
de sus brazos.
1. "La violencia es la partera de toda vieja sociedad preñada de una sociedad nueva"
El proletariado está actualmente atenazado más que nunca por la misma tenaza: por un lado, el terrorismo de los Estados burgueses y, por otro, el pacifismo de los partidos oportunistas. La finalidad suprema de este acuerdo entre las fuerzas imperialistas, de Oriente y de Occidente, tanto del Norte como del Sur en todo el mundo, es mantener desarmados a los proletarios de modo que puedan sufrir pasivamente tanto las nuevas y catastróficas guerras interestatales, como la actual paz capitalista que, con todas sus formas de opresión, no es menos odiosa y lesiva para los intereses del proletariado.
La experiencia histórica de terribles derrotas o incluso sólo el terror suscitado por las insurrecciones armadas proletarias ha abierto los ojos a la burguesía la cual, pese a su dominio total y sin oposición en todos los continentes se ve obligada a defenderse preventivamente con todos los medios disponibles.
Contra la propaganda pacifista, combinada con la del terror propia de las infernales maquinarias bélicas modernas, el partido, que es el órgano que debe dirigir el asalto a las ciudadelas burguesas, debe tomar una posición que le sea propia y que derive de su doctrina. Su función no es sólo prepararse teóricamente, sino organizarse sobre el terreno de la lucha armada y de la violencia de clase. Solamente así podrá cumplir la orden fundamental de la doctrina revolucionaria de Marx, sustituir, cuando sea posible, "el arma de la crítica por la crítica de las armas".
"La violencia es la partera de la historia", eso decía George Sorel, padre del sindicalismo revolucionario que más tarde originaría el anarcosindicalismo, en respuesta contra todos los evolucionistas contrarrevolucionarios, refiriéndose a un pasaje del Capital en el que Marx había explicado que "la violencia es la partera de toda vieja sociedad, preñada de una sociedad nueva. Y ella misma es un agente económico" (Libro I. Cap.24/6). El uso de la fuerza pertenece intrínsecamente a la esfera de los modos de producción, a la economía y no al libre albedrío de las personas, de jefes más o menos despiadados, porque, en una sociedad dividida en clases, en la que los hombres están totalmente dominados por las fuerzas productivas, no queda lugar para una libre elección de medios.
Por eso decimos que "la violencia" no existe en sí, ni es algo insito a la "naturaleza humana", como pretenden los idealistas, sino que es una manifestación necesaria del desarrollo social de la humanidad durante toda la historia vivida hasta hoy. Es consecuencia del desarrollo real de la sociedad y tiene un papel, una función bien determinada que en ciertas condiciones históricas la hacen inevitable, haciendo que tal función sea favorable al desarrollo histórico ó contraria a él. Mientras el agente, el poder político que lleva a cabo la violencia, desarrolla una función social positiva, se mantiene con vida. Cuando ya no cumple esta función está destinado a caer bajo los golpes de una violencia mayor producida por circunstancias económicas y sociales nuevas que quieren abrirse camino. Y con esto viene dicho implícitamente, de manera general, cual es la "causa" de la violencia. La clave del misterio se encuentra aquí.
Según el marxismo, la guerra nace también de determinaciones económicas y sociales cumpliendo una función que va más allá de la voluntad de los hombres en el poder que la han declarado. Pese a que la frase de Marx ha sido ocultada y censurada debido al enorme poder que encierra, el uso de la violencia es una parte esencial de nuestro programa y el marxismo es la única doctrina que la explica y la teoriza anticipando conscientemente su uso inevitable por parte de las clases revolucionarias. Esto explica la importancia dada por el partido a la cuestión de la violencia o cuestión militar, como la hemos llamado para subrayar un determinado aspecto de ella: el de su uso abierto, tanto en las guerras entre Estados, como entre las diversas clases y estratos sometidos al mismo Estado. No es nada nuevo que todos los marxistas hayan coincidido en dar la máxima importancia a esta cuestión. Mehring, por ejemplo, miembro del ala izquierda del Partido Socialdemócrata alemán, denunciaba ya el oportunismo y el pacifismo de la Segunda Internacional precisamente porque tendía a dejar de lado la cuestión militar. La historia del partido bolchevique nos muestra la gran atención que Lenin dedicó al trabajo legal e ilegal y a las organizaciones que debían llevar a cabo dicho trabajo. Basta con citar su conocida frase: "La ciencia militar es imprescindible para los proletarios".
Este trabajo del partido pretende estudiar el desarrollo de la cuestión según la sucesión de los modos de producción, es decir, la dialéctica entre el desarrollo creciente de las fuerzas productivas y la correspondiente y adecuada organización militar. Veremos que toda forma superior de producción otorga a la clase revolucionaria que le es propia una segura superioridad militar contra la forma precedente e inferior, terminando en la descripción de cuanto ha aportado el capitalismo en esta cuestión, hasta llegar a su inevitable derrota a manos de la nueva organización del proletariado revolucionario.
Empezaremos con la forma primaria del Comunismo primitivo, para pasar a la secundaria en la variante Antigua clásica y Germánica, echando una ojeada a la Asiática (el Antiguo Egipto e Imperios de Oriente Medio). A continuación seguiremos con la forma terciaria del Feudalismo y por fin la cuaternaria del Capitalismo.
Partiendo de este análisis, sacaremos la conclusión de que el proletariado,
lejos de reclamarse a los valores "superiores" de una justicia abstracta
y de una falsa moral, utilizará todos sus medios de lucha armada para
alcanzar el objetivo de la superación del modo de producción capitalista.
Esta previsión, según la cual todas las clases revolucionarias a lo largo
de la historia han utilizado y utilizarán todos los medios de lucha a
su disposición para alcanzar sus fines, no sólo la aplica el marxismo
sobre el terreno de los grandes acontecimientos periódicos, como las guerras
entre Estados y las guerras civiles revolucionarias, sino que además también
en las cotidianas, y aparentemente "pacíficas" relaciones entre las clases,
que también se basan en la violencia, abierta o potencial, pero siempre
latente. Esto lo vemos tanto en la burguesía cuando escribe sus leyes
como en la clase obrera, por ejemplo cuando se organiza en sindicato, instaurando
una relación que no se basa en el consenso sino en la fuerza. La violencia,
tanto por una parte como por la otra, latente, siempre está preparada
para hacerse inevitable y entrar en escena.
2. En el comunismo primitivo y en el tránsito a la sociedad dividida en clases
La guerra ha sido necesaria para la humanidad incluso en la fase que ha precedido a la sociedad dividida en clases: la del comunismo primitivo y su disolución. La fórmula del Manifiesto según la cual la historia ha sido hasta ahora la historia de la lucha de clases se completa por una nota, de los mismos autores, que explica cómo se trata de la historia escrita. De hecho, durante la Prehistoria, sin escritura y antes por tanto de la sociedad dividida en clases, las comunidades primitivas han conocido choques violentos hasta llegar a su disolución. Marx escribe que «la guerra ha sido una fuerza productiva esencial de las comunidades primitivas» ("Grundrisse"), y que «la guerra es por tanto la gran tarea colectiva, el gran trabajo colectivo necesario tanto para conquistar las condiciones objetivas de existencia, como para proteger o perpetuar esta conquista» ("Formaciones económicas precapitalistas").
La economía, por norma general, explica por qué la guerra ha sido un factor propio permanentemente. Si bien no existían contradicciones en su interior ni una desigualdad de posición social, salvo las inherentes a la organización de las comunidades, que por consenso espontáneo y por costumbre se delegaban en individuos determinados para la salvaguardia de ciertos intereses comunes (ver Antidühring, pág. 196), existían no obstante necesidades vitales de las diversas comunidades que hacían inevitable el choque. A veces la exigüidad misma de estos grupos humanos les empujaban a unirse entre ellos y este proceso de fusión no siempre se realizaba de manera consensuada. A veces era suficiente la fuerza unificadora de las comunidades más potentes, pero más a menudo tenía lugar la imposición mediante la guerra. Así las comunidades primitivas pudieron defender y conquistar nuevas condiciones de existencia y nuevas formas productivas. Las fuerzas de trabajo del vencedor y su técnica eran asimiladas por el vencedor, que de esta manera se fortalecía asegurándose mejores condiciones de supervivencia y desarrollo. Mediante este proceso de fusión de los clanes se formaron las tribus, y a partir de éstas los pueblos.
Primordiales razones de carácter material produjeron igualmente las migraciones de los pueblos desde una región de la Tierra a otra. En esto tuvieron mucho peso las condiciones climáticas: las tribus y los pueblos más fuertes empujaron a los más débiles militarmente (esquimales, pigmeos) a las zonas más inhóspitas, frías o calurosas. Pero, además, razas enteras sucumbieron y fueron exterminadas en estas violentas luchas de las épocas prehistóricas en las que la conciencia de la humanidad todavía estaba en su fase inicial, ignorando totalmente tanto sus propias fuerzas como las de la naturaleza que la dominaban de manera terrible.
En conclusión, la guerra y en general el uso de la violencia no eran "elegidos" libremente, sino impuestos por necesidades económico-sociales; la guerra, decíamos, «es tan antigua como la existencia simultánea de varios grupos de comunidades» (Antidühring, pág. 198) y representa un medio importante, el más importante en la defensa de las condiciones de existencia del comunismo primitivo y del desarrollo de sus fuerzas productivas, permitiendo la fusión de los pequeños grupos que por su misma exigüidad estaban condenados a una vida precaria y permanentemente amenazada.
Pero la función positiva de la guerra no termina aquí: la guerra permitirá también un acontecimiento de excepcional importancia, la disolución del comunismo primitivo y la constitución de la sociedad dividida en clases, que dura hasta hoy en día. Pero la violencia, también llevando a cabo esta función, no hay que verla como "la causa" determinante, sino sólo como efecto y complemento, producida por razones materiales y económicas. En este periodo de la historia de la humanidad, mejor que en cualquier otro, es donde se ve que «la fuerza, en lugar de dominar el orden económico, se vió obligada a servirle».
Seguimos citando a Engels para mostrar cómo surgieron y se desarrollaron las clases a partir de la sociedad sin clases. «La división natural del trabajo dentro de la familia agrícola, permitía, llegados a un cierto grado de bienestar, introducir una o más fuerzas de trabajo ajenas. Este hecho tenía lugar particularmente en países en los que la antigua posesión común del suelo ya había desaparecido o al menos el antiguo cultivo en común había cedido el puesto al cultivo separado de pequeñas parcelas por parte de cada familia. La producción se había desarrollado tanto que ahora la fuerza de trabajo del hombre permitía producir más de lo necesario para su simple manutención: los medios para mantener más fuerzas de trabajo estaban a la par que los necesarios para usarlas. La fuerza de trabajo adquirió un valor. Pero la comunidad en sí y la entidad de la que formaba parte no suministraban fuerzas de trabajo excedentes disponibles. Las suministraba la guerra y la guerra era tan antigua como la coexistencia simultánea de grupos de comunidades. Hasta ese momento no se sabía que hacer con los prisioneros de guerra y simplemente eran eliminados y, en un periodo anterior, devorados. Pero en el nivel alcanzado ahora por el orden económico, los prisioneros adquirieron un valor, conservaron sus vidas y se utilizó su trabajo (...) La esclavitud había sido descubierta (...) y debemos decir, por muy contradictorio y herético que pueda parecer, que la introducción de la esclavitud en las circunstancias de entonces fue un gran progreso (...) Y también fue un progreso para los esclavos». Como puede verse, es una visión menos unilateral que esa que describe la guerra como generadora de dolor y regresión.
Llegados a este punto urge una aclaración: «Antes de que la esclavitud
fuese posible, era necesario alcanzar un cierto nivel en la producción
y que apareciese un cierto grado de desigualdad en la distribución».
Pero, ¿cómo y por qué vía podía venir y de hecho vino esta desigualdad
en la distribución? La explicación es económica: con la especialización
de la producción (por ejemplo con la cría de ganado), favorecida por
el desigual desarrollo de las distintas comunidades por efecto de las diversas
fuerzas ambientales y naturales, surgía la necesidad del intercambio y,
con el intercambio, la desigualdad de las riquezas, la propiedad privada,
el derecho, etc. Pero junto a la vía puramente económica, que podía
ser suficiente además que necesaria, aparecía el uso de la violencia
con fines de rapiña. Hablando precisamente de la posesión patrimonial
por parte de los individuos, escribe Engels que «De cualquier
forma es cierta la posibilidad de que esto haya sido fruto de la rapiña
y que por tanto se haya apoyado en la fuerza, pero no es en absoluto necesario».
3. Desarrollo y hundimiento de la sociedad esclavista: Grecia, marco histórico-económico
La función progresiva de la guerra continúa en las primeras comunidades de los pueblos civilizados y no se limita sólo al empleo directo de las fuerzas de trabajo vencidas, hechas prisioneras y esclavizadas. El proceso de la formación de las clases – como demuestra Engels – además de darse por vía económica directa "pura" se desarrolla en el mejor de los casos a medida que la productividad del trabajo aumenta y permite la separación de algunos elementos del trabajo directamente productivo. Las comunidades pueden utilizar a estos hombres en otras funciones, muy necesarias, que son las de control y dirección para salvaguardar los intereses generales crecientes, tanto de la comunidad en su conjunto como de los individuos (aquí nace el Derecho). Y estos elementos «obviamente están dotados de cierta autonomía de poder y constituyen los primeros rudimentos de la fuerza del Estado».
No analizaremos aquí «como este hecho de hacerse independiente de la función social frente a la sociedad haya podido ir en aumento con el tiempo llegando a dominar a la sociedad». Lo importante es señalar que en aquel entonces más que nunca era necesaria y útil una clase dirigente, mientras que hoy «la clase dominante y explotadora se ha hecho superflua, y es más, se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de la sociedad y sólo entonces será inexorablemente eliminada, pese a que esté en posesión de la fuerza inmediata». Un ejemplo fue la importante función social llevada a cabo por las clases dirigentes de China, Egipto y Mesopotamia, al realizar grandes obras de irrigación mediante el dominio de las aguas de los ríos. Otra función social no menos importante que favoreció la separación de los individuos y de las familias del resto de los hombres libres y de los esclavos fue la militar, ya que, como es sabido, los guerreros constituían una de las clases dominantes de la antigua Grecia.
Como sabemos, la sociedad esclavista se movía a un ritmo bastante lento, ya que lento era el ritmo de la productividad dado el escaso desarrollo técnico del trabajo. Frecuentemente fue la guerra la que dio impulso y dinamismo a este modo de producción. Basta recordar que la protección de las fuerzas armadas necesarias para los pueblos comerciantes, debido al alto valor de las mercancías que transportaban, favoreció la especialización de los transportes y del comercio, y fue por tanto un factor de desarrollo en las relaciones entre los pueblos. De esta manera pudieron asegurarse los tráficos mercantiles entre los pueblos asiáticos y los pueblos mediterráneos a cargo de asirios, babilonios, persas y fenicios. Estos últimos se encargaron de hacer llegar los productos de Oriente – la región del mundo más avanzada – hasta las costas del Mediterráneo occidental. El despliegue militar que llevaron a cabo para defender y escoltar a las flotas mercantes, permitió la difusión de muchas plantas útiles para el hombre y de animales domésticos, junto a la escritura alfabética, con enormes ventajas para todos. Para esto se sirvieron de colonias, que de simples factorías se convirtieron en nuevos centros del comercio marítimo, siendo la más famosa de ellas Cartago. Debido al simple y elemental principio de que la victoria militar es el resultado de una superioridad de todas las fuerzas, condicionadas a su vez por la producción material, es posible afirmar en línea general, que la aparición de los diversos pueblos y Estados en el dominio político y territorial marca casi siempre un paso adelante en la historia de la humanidad.
No siempre las empresas guerreras de los pueblos antiguos trajeron consigo conquistas duraderas, y la formación y descomposición de los imperios lo testimonian. Compleja y no continua es la relación entre el uso de la fuerza, relaciones sociales que la controlan y el desarrollo de las fuerzas económicas productivas, que les sirve de base. Pero es incuestionable el hecho de que la guerra ha marcado a menudo el fin de un periodo y la aurora de un nuevo desarrollo social e histórico de una estirpe y del mundo antiguo en el que se erguía. Citemos a Engels: «Grecia en la edad heroica hace su ingreso en la historia con una organización en clases que es el producto evidente de una larga y conocida prehistoria; también en este periodo la tierra es explotada económicamente preferentemente por campesinos independientes; las grandes propiedades individuales y de los jefes tribales, constituyen la excepción y por lo demás desaparecen inmediatamente».
La guerra de Troya y la larga serie de guerras posteriores caracterizan la infancia y la adolescencia del desarrollo de las fuerzas productivas griegas. Grecia, tras conquistar la hegemonía a Egipto, se aseguró los tráficos marítimos circundantes, lo que le aportó nuevas riquezas. Nuevas clases sociales, armadores y comerciantes, se añadieron a las antiguas clases dominantes formadas por propietarios de tierras, ganado y esclavos, dando un mayor dinamismo a la política económica del Estado griego. La llegada al poder político de estas nuevas clases se conseguirá a través de luchas armadas en las cuales frecuentemente se servirán de la ayuda de las clases menos pudientes.
Tal es el sentido y el significado de la democracia griega, y de todas las futuras: no el que la mitología burguesa quiere atribuirle, realización de un ideal y perfecto ordenamiento político, al cual aspiraba fatigosamente la humanidad desde hacía milenios como solución definitiva a sus problemas. Tanto la democracia ateniense, en la que sólo 40.000 de sus 400.000 habitantes podían formar parte de la vida pública, como la de los Estados burgueses modernos, en los que rige el sufragio universal, se han aprovechado del trabajo de la clase sometida, a la cual debe toda su riqueza material y "espiritual" la minoría dominante.
La vida política de la democracia griega, cuando no fue lucha de clase entre esclavos y patronos (fue célebre la terrible revuelta de los ilotas) fue un conflicto permanente entre la aristocracia agraria y quienes se habían enriquecido con el comercio y la industria naval. Estas luchas internas se trasladaban a menudo fuera de las ciudades, convirtiéndose en causa de guerras externas. La falta de unidad política en la Grecia antigua encuentra su origen en la estructura de su economía. Ni el elemento étnico común de las tribus griegas, ni el vínculo cultural y religioso, ni los intensos tráficos comerciales estuvieron en grado de realizarla.
Fue entonces la guerra elemento aglutinador y necesario para el objetivo común de la vida económica: la defensa de los comercios y de las rutas de abastecimiento de cereales amenazadas por el imperio persa, el cual, asegurándose el dominio sobre Oriente, tendía a expandirse sobre Occidente. Por eso se llevó a cabo, si bien temporalmente, la unificación de las energías juveniles de las ciudades griegas con las clamorosas victorias de Maratón, la épica resistencia en el paso de las Termópilas, la victoria naval de Salamina y la terrestre de Platea, que decidieron la renuncia definitiva de Persia a Occidente. Tras estas pruebas militares, y las contemporáneas contra los cartagineses llevadas a cabo por la colonia de Siracusa, el pueblo griego pudo llevar a cabo la inmensa obra de colonización del Mediterráneo occidental, especialmente en la parte meridional de Italia. Con la penetración comercial los griegos difundieron asimismo su cultura y todos los productos del pensamiento y del arte, que se alimentaron de esos tráficos comerciales.
Tras la fase de expansión de la economía griega en la que la guerra desarrolló un papel de primera importancia, siguió una consolidación y un desarrollo más o menos pacífico que culminó en la llamada edad de Pericles, época en la que, según parece, un tercio de los ingresos públicos eran empleados por el Estado ateniense para favorecer la cultura. Engels, demostrando a Dühring que en la base de la esclavitud no estaba la "fuerza inmediata", es decir la pura violencia innata o voluntaria de la clase dominante, advierte: «Si en la época de las guerras persas el número de esclavos subió a 46.000 en Corinto, 47.000 en Egina, habiendo diez esclavos por cada hombre libre, esto implicaba algo más que la simple "fuerza"; implicaba una industria artística y artesana altamente desarrollada y un comercio exterior». A esta edad de oro siguió la fase de senectud y declive de un organismo económico que había agotado su empuje propulsor: un organismo en el que desde el comienzo ya estaban presentes los límites y los frenos que las luchas de clases debían aumentar.
El florecimiento intelectual de la sociedad griega no significa que en su interior no hubiese división en clases, y su ferocidad y brutalidad conocieron frecuentes episodios despiadados y sangrientos. Al declinar, todo lo positivo que había creado, tanto en el campo de la producción material como en el de la ciencia, era ya patrimonio de la humanidad y no se perdió. Primero las espadas de Alejandro y después las legiones romanas se encargaron de difundir esta herencia a Oriente y Occidente. ¿Cómo pueden juzgarse como algo no positivo las legendarias hazañas guerreras de Alejandro? El así llamado helenismo, es decir la fusión del elemento oriental y griego, heredado después por Roma, va unido indisolublemente a todas las guerras que el joven y bárbaro pueblo macedonio mantendrá y vencerá tras someter, lo primero de todo, a Grecia.
Pero no fue con Grecia con quien la sociedad esclavista alcanzó su mayor desarrollo. El último y más fuerte paso hacia delante de las fuerzas productivas vendrá dado por Roma; no por deseos del Hado o por especiales dotes de los antiguos romanos, sino por unas razones de orden económico muy precisas y determinadas, por la posición geográfica de la ciudad y por el momento histórico en el que Roma se encontró para llevar a cabo su acción.
Los límites al poderío de las polis griegas los puso su misma economía basada en una agricultura limitada (aceite y vino más que los cereales, que eran importados), razzias, tráficos marítimos, y una refinada producción artesana (es sabido que los recursos de Atenas estaban ligados íntimamente a las minas de galena argentífera del Laurión, a 50 km de la ciudad, que, explotadas con el trabajo de los esclavos, constituyeron su mayor tesoro hasta que se agotaron). Roma por el contrario se apoyó sobre la actividad primaria de la economía de la época: la agricultura; este pueblo de rudos campesinos y pastores tuvo a su disposición una sólida riqueza, y por tanto una compacta fuerza armada alimentada por ella, de la cual se servirá antes que nada para asegurar su supervivencia en las luchas contra las belicosas tribus vecinas, y después consolidar y expandir su propia riqueza agraria con la conquista de las demás regiones de la península, como sucedió con las guerras contra los Samnitas y contra las colonias griegas en Italia.
La falange hoplítica: base de la fuerza militar de las ciudades-estado griegas
Nos limitaremos a las batallas terrestres dejando a un lado las navales, si bien la importancia de éstas últimas fue enorme, tanto por el desenlace de las guerras como por el elevado grado de desarrollo de las fuerzas productivas necesarias para construir imponentes flotas con eficientes y complejos buques de guerra. Históricamente fueron famosas las flotas griegas que derrotaron a las persas, las flotas fenicias dedicadas al comercio, las cartaginesas realizadas con técnicas constructivas innovadoras basadas en barcos con secciones de casco independientes, y finalmente las flotas romanas, copia de las cartaginesas, que debido a su calidad y cantidad dominaron todo el Mediterráneo. A todo esto se podrá dedicar un capítulo específico.
La mitología homérica no ofrece informaciones particulares sobre el tipo de combates y de estrategia militar practicada en ese periodo, salvo que la lanza era un arma arrojadiza y se utilizaba en emboscadas, escaramuzas, choques rituales y duelos personales entre guerreros-héroes que a menudo debían resolver por sí solos la controversia militar entre ambos bandos. Los historiadores admiten que la época de los jinetes de la edad arcaica griega, que descendían a tierra para lanzar la jabalina y combatir cuerpo a cuerpo, abarca más o menos desde el 1200 al 800 antes de nuestra era, mientras que las batallas entre hoplitas, coincidente con el ascenso de las ciudades-estado, va desde el 650 al 338 antes de nuestra era, cuando los griegos fueron derrotados en la batalla de Keronea debido a la aparición de la falange macedónica, más innovadora y eficiente.
Llegados a un cierto punto, entre finales del siglo VIII a.C. y comienzos del VII, la organización militar evolucionó y la infantería griega tendió gradualmente a armarse con una pesada coraza, un gran escudo de madera redondo (llamado hoplon de donde deriva el nombre de hoplitas), una lanza y una espada corta, de tal manera que podían acercarse frontalmente al enemigo para atacarlo en lugar de lanzar flechas y jabalinas desde lejos, avanzando y retirándose al estilo de las mareas de guerreros indígenas que los europeos encontraron en América y África hasta el siglo XX. La guerra dejó de ser un duelo personal entre caballeros ricos, y se convirtió en un choque colectivo de comunidades enteras organizadas en las ciudades-estado. Como ciudadanos libres y dueños de tierras, aunque a menudo de poca extensión, automáticamente se convertían en soldados, desde los 18 a los 60 años, sin ninguna exclusión, incluidos zurdos, cojos y hasta ciegos, ya que la nueva organización militar necesitaba fundamentalmente una masa de empuje compacta y lo mayor posible, como si fuera un gigantesco ariete humano, más que guerreros particularmente adiestrados.
Para pasar a esta fase de organización de la batalla se hizo necesario un desarrollo ulterior de las fuerzas productivas, de manera particular la metalurgia, tanto en la calidad como en la cantidad de metal trabajado. Había que fabricar corazas, yelmos y polainas, e igualmente espadas y lanzas (la panoplia, o sea el equipo del combatiente), y no sólo para algunos centenares de reyezuelos guerreros con una corte de nobles, sino para un número mucho mayor de combatientes, del orden de varias decenas de miles por unidad. De esta manera se afirmó, en esta parte del planeta, la batalla campal organizada en la falange hoplítica. Recientes cálculos estiman el peso de todo el equipo entre 25 y 35 kilos por infante, el cual normalmente no pesaba más de setenta. Examinando tanto al soldado individual como al conjunto de tropas desplegadas en el campo de batalla, descubrimos en la falange hoplítica una organizada maquinaria bélica con la que, a través de continuas evoluciones, llegamos hasta la moderna infantería.
El escudo y la lanza son los elementos principales: el primero de madera recubierto todo lo más con ligeras placas metálicas a modo de símbolo identificativo; redondo y con un diámetro de alrededor de un metro, y ligeramente cóncavo para poderse apoyar sobre el borde superior izquierdo de la espalda donde descargaría una parte del peso, de 3 a 5 kilos, y al mismo tiempo arrimarse al cuerpo. Este escudo cubre más de la mitad del cuerpo pero deja al descubierto muslos, rodillas y parte del flanco derecho; para protegerse el hoplita debía por lo tanto juntarse lo más posible al escudo de su compañero situado a la derecha, compactando de esta manera la formación, la cual por este motivo avanzaba derivando ligeramente hacia la derecha. Además el peso y las dimensiones impedían colocarlo a la espalda en caso de fuga, cosa posible con los precedentes escudos más pequeños y ligeros, dejando de esta manera indefenso al soldado ante sus perseguidores.
La lanza era de madera dura, cornejo o fresno, con una longitud de unos dos metros, como mucho dos metros y medio, con un diámetro que no supera los tres centímetros y un peso no superior a los dos kilos; la punta era metálica y el extremo opuesto también estaba aguzado y era metálico, sirviendo como contrapeso y como empuñadura para resistir el empuje de los adversarios y para rematar a los adversarios derribados en el choque. Sujetada firmemente bajo el brazo, en el primer ataque se usaba utilizando el empuje de todo el cuerpo desde abajo hacia arriba contra los escudos en la zona situada entre los muslos y las ingles, ambos descubiertos, donde provocaba graves heridas y la caída del adversario. En una segunda fase, sujetada bajo el brazo, se usada desde arriba hacia abajo sobre el cuello del enemigo, precisamente otro punto poco protegido. Normalmente las lanzas de las primeras filas se rompían al primer choque y se echaba mano a las espadas cortas, cuyo uso no obstante resultaba dificultoso debido al apiñamiento producido por unas formaciones tan compactas; no escasean las descripciones de combates a puñetazos, mordiscos y patadas.
La coraza estaba hecha con espesas planchas de bronce, y cubría el cuerpo sobre el que se ceñía debiendo permitir la carrera y amplios movimientos de espalda durante el combate; se alargaba en los flancos asumiendo una forma característica de campana con un ancho vuelo. Su peso era variable dependiendo del coste y también por los muchos inconvenientes debidos a la escasa protección. Cuando los combates tenían lugar en el verano y en las horas centrales del día, la coraza metálica se calentaba rápidamente por lo que sólo se usaba justo antes de la batalla. Al brillar bajo los rayos del sol formaban un gran espejo deslumbrante. Por el contrario en invierno o lloviendo provocaban hipotermias. Debido a estos inconvenientes son numerosas las referencias literarias de infantes que prefieren no usarla pese a los peligros que esto entrañaba.
El yelmo corintio era de bronce y cubría la cabeza y una buena parte del cuello, se alargaba por la nuca hasta la clavícula; a menudo las placas laterales para proteger las mejillas y la nariz se proyectaban hacia delante hasta casi juntarse en el centro del rostro, defendiendo los ojos, la nariz y la boca. Ofrecía una protección muy válida pero su defecto más evidente era que caía directamente sobre la cabeza salvo una ligera embotadura para amortiguar los golpes. Además su forma obstaculizaba el habla, el oído y la vista lateral, aislando demasiado al combatiente e impidiendo cambios de estrategia durante el combate, cambios casi nunca previstos.
Las polainas eran unas finas láminas de bronce que iban desde la rodilla hasta el tobillo y estaban adaptadas a las formas del guerrero. Eran un elemento fundamental sobre todo para los hoplitas de las primeras filas, pero por su gran peso originaban no pocos problemas al correr. La falange hoplítica era una formación constituida normalmente por ocho filas de guerreros, con los escudos colocados para tener una protección recíproca. La disposición de las filas tenía en máxima consideración los vínculos familiares y las relaciones de clan con el fin de aumentar la cohesión de las formaciones mediante una protección mutua debida a los vínculos afectivos. Las primeras filas de la falange avanzaban con las lanzas en posición horizontal mientras que las de las filas sucesivas estaban en alto para no obstaculizar el avance de las primeras y para reemplazar a los caídos.
En un terreno completamente llano, sin desniveles que rompiesen las alineaciones, los dos ejércitos avanzaban a paso veloz a ritmo de flautas, y los últimos metros a la carrera para dar una mayor potencia al choque inicial. La victoria llegaba cuando se rompía la línea enemiga haciéndola retroceder ostensiblemente. Una vez rota la formación adversaria los hoplitas que habían quedado aislados eran muy vulnerables y casi no merecía la pena perseguirlos y matarlos.
Tras el primer choque en el que vasi todas las lanzas se rompían, venía el empuje de las filas posteriores sobre las anteriores mediante los escudos que presionaban sobre las corazas de sus compañeros de la fila delantera. El objetivo era avanzar siempre o por lo menos no retroceder: los últimos empujaban a los primeros sin poder ver lo que estaba sucediendo en las primeras filas. Todo esto en medio de una increíble confusión, nubes de polvo y con todo el calor de la mañana. A esto le seguía un furioso cuerpo a cuerpo sin técnica de combate precisa en un espacio cada vez más reducido y repleto de muertos y heridos, muchos de los cuales permanecían en pie debido a la fuerte presión ejercida sobre las filas delanteras por las traseras. Cuando uno de los frentes cedía el terreno de modo visible y claro para todos, se ponía fin a la carnicería y sobre el campo de batalla se levantaba el símbolo o el trofeo de los vencedores.
De este modo se resolvía mediante un único choque la guerra entre falanges hoplíticas, la cual, tanto por el esfuerzo necesario para sostener toda la armadura como por la furia desplegada, debía durar no más de una hora. Las bajas, pese a todo, según los cálculos no eran muy elevadas: del 5 al 7% en los vencedores y del 10 al 15% en los vencidos. Los supervivientes, al menos al principio, se libraban de las horrendas masacres que vendrían después de las derrotas en épocas posteriores.
Para las grandes formaciones el esquema era el mismo: el frente se podía extender algún kilómetro pero no cambiaba para nada el planteamiento de la batalla. Al combatir de este modo no eran muy importantes las brillantes demostraciones de valor individual, pues lo más importante eran la disciplina, la solidaridad, el espíritu de sacrificio, obedecer a los escasos jefes, actuar todos a una, no romper la alineación, y sobre todo no perder el escudo desguarneciendo a los compañeros. Este esquema fijo de combate no requería grandes dotes estratégicas de los generales, los cuales ocupaban el lado derecho de la primera fila, donde estaban los mejores hoplitas, incitando y combatiendo con la mayor determinación: la mayor parte de ellos sucumbía en el combate.
(Para mayores detalles puede verse V.C Hanson, "El arte occidental de la guerra").
La falange macedónica
La falange hoplítica se impuso en todo el mundo mediterráneo pero se desarrolló de manera diferente en Occidente respecto a Oriente. Las primeras modificaciones se dieron dentro del mundo griego debido a la frecuencia de los choques que allí se daban.
Inicialmente se pensó e dar remedio a la deriva hacia la derecha que tenía la formación, como ya hemos comentado antes. Durante la batalla el empuje sobre las alas derechas, opuestas a las más débiles alas izquierdas adversarias, obligaba a la rotación de las dos formaciones para evitar envolvimientos y repartir mejor las tropas. Esta deriva-rotación a veces llegaba a romper el esquema influenciando el resultado de la batalla. La solución más eficaz fue la que encontró el tebano Epaminondas contra el ejército espartano de Cleombroto en la batalla de Leutra en el año 371 a.C. Desplegó en su propia ala derecha, frente al sector enemigo más débil, fuerzas numéricamente y cualitativamente inferiores, reduciendo progresivamente las filas a partir del ala izquierda y manteniendo atrasada oblicuamente la propia línea, todo esto con el propósito de evitar lo más posible que la parte más vulnerable de su ejército entrase en contacto con el enemigo. Y en el ala izquierda hizo lo mismo, y frente a las mejores tropas espartanas, concentró una alineación masiva de unas 50 filas de sus mejores hombres acompañados de caballería. Mientras el ejército espartano intentaba sobre la marcha corregir su despliegue el eficaz empleo de la caballería tebana se lo impidió. De los 700 espartanos desplegados, 400 murieron o resultaron gravemente heridos.
Fue igualmente innovador el equipamiento: debido a una estrategia basada en la fuerza del choque sobre los escudos adversarios, habría sido más eficaz una lanza más robusta y más larga, sujetada con ambas manos, para mantener alejados a los enemigos. Por consiguiente el escudo redujo sus dimensiones notablemente, alcanzado unos 60 centímetros de diámetro, sujeto al cuello mediante una correa de cuero, y además se introdujo una armadura más ligera y práctica.
Una serie de determinaciones materiales introducirán velozmente la falange macedónica de manos de Filipo, la cual será perfeccionada más tarde por Alejandro. La falange macedónica se componía ordinariamente de 8.000 hombres alineados en 16 filas, armados de una manera menos pesada que los hoplitas y dotados de una larga lanza de 4,5 a 6 metros (llamada sarissa); las primeras cinco filas avanzaban con las sarissas a la altura de un hombre mientras las demás se levantaban oblicua o verticalmente formando un muro contra flechas y venablos. En la falange los flancos eran extremadamente vulnerables, pero ahora estaban protegidos por un cuerpo especializado de soldados del estilo de los hoplitas. La tarea de la falange no era la de llevar a cabo un ataque sino el de neutralizar el choque enemigo: se trataba más de un yunque que de un martillo. Junto a la falange estaba la caballería pesada, guiada por el soberano, la cual avanzaba velozmente por los flancos para llevar a cabo una maniobra envolvente con la misión de resolver la batalla destruyendo el centro de la formación enemiga inmovilizada por el monolítico bloque de la falange. La caballería ligera y tropas ligeras a pie dotadas de armas arrojadizas tenían la función de evitar acercamientos y crear acciones de distracción.
Mucho menos formalizadas que en otras épocas, las operaciones militares buscaban las llanuras solamente para las grandes batallas, esas que, que aunque decisivas normalmente, se hacían menos frecuentes. Los ejércitos más débiles siempre buscan la manera de aprovechar la naturaleza del terreno, buscando la manera de poner en aprietos a las grandes formaciones de infantería pesada, sobre todo en las zonas montañosas. Nace así una nueva manera de dirigir las batallas, que se irá complicando con el uso de diversos tipos de formaciones con funciones y armamentos diferenciados siguiendo un plan de batalla articulado y predispuesto, pero sobre todo con muchos más hombres desplegados, hecho que indica un crecimiento general en el desarrollo de las fuerzas productivas.
(Sobre este tema puede encontarse más información en el trabajo
de G.Brizzi "Il guerriero, l�oplita, il legionario").
La tragedia del proletariado español en el periodo comprendido
entre 1931 y 1939, tal y como ha sucedido siempre con las grandes derrotas
del proletariado internacional, es una fuente inagotable de enseñanzas
de cara al futuro. El capítulo que
abordaremos en esta ocasión ha sido, y es, materia de controversia
que incluso ha tenido trascendencia cinematográfica
(Ken Loach con Tierra y Libertad abordando, entre otras cosas,
las colectividades agrarias en tierras aragonesas). Pero no es menos cierto
que sólo a la luz del análisis marxista pueden valorarse estos
grandes acontecimientos sociales con sus puntos fuertes y sobre todo con
sus puntos débiles, aquellos que una y otra vez llevan a la clase obrera
internacional de derrota en derrota.
Como es sabido, la estructura económica de la España de 1936
era básicamente la de un país agrario, donde, según las
regiones, dominaba la gran propiedad latifundista ó la pequeña y
mediana propiedad. Es precisamente por esto por lo que el fenómeno de
las "colectividades" adquirió mucho mayor relieve en el campo, otorgando,
a simple vista, un "peculiar" sabor al movimiento campesino español. Veremos
más adelante que, pese a los generosos y entusiastas intentos iniciales,
no se superó en ningún momento la fase mercantil y de intercambio (propia
del capitalismo), realizándose en realidad un cambio en la titularidad
jurídica de la propiedad, cambio avalado y tutelado según las circunstancias
por el Estado capitalista, que, no lo olvidemos, permaneció en pie.
Resulta imposible desligar los acontecimientos de naturaleza económica
de la vital cuestión del poder estatal. Si éste
último permanece en manos de la burguesía (fascista ó democrática)
no hay ni puede haber movimiento revolucionario
alguno. En julio de 1936, tras el susto inicial por la victoriosa insurrección
proletaria en gran parte del país, el capitalismo español pudo y supo
reorganizarse orientando el afán emancipador de las masas obreras hacia
la conservación del régimen, y eso en ambos lados del frente de guerra.
Un papel inestimable y de pura traición le vino prestado por parte de
las organizaciones que se reclamaban al proletariado, que renunciaron a
la lucha de clases para apuntalar el edificio capitalista sacudido por
el empujón proletario del 19 de julio.
Tras estas necesarias puntualizaciones nos iremos adentrando,
según nos permite la documentación disponible, en el
proceso de colectivización.
Antecedentes colectivistas
No es, ni mucho menos, una peculiaridad ibérica la existencia
desde tiempos remotos de un régimen de aprovechamiento
colectivo de la tierra. Se trata de una etapa que ha podido constatarse
en casi todos los pueblos de la tierra, y tras su
desaparición se configuraría el doloroso y necesario tránsito que
desde la sociedad dividida en clases desembocará en la
forma superior de la sociedad comunista sin clases sociales, sin estado
político, sin intercambio entre equivalentes y por
tanto sin moneda.
Las fuentes clásicas nos informan de la existencia del colectivismo
agrario en la antigua Hispania. El referente más
conocido es el de los vacceos, pueblo agricultor y ganadero que habitaba
una buena parte de la meseta norte llegando hasta la Cordillera Cantábrica
por el norte y el Sistema Central por el sur. Las luchas de los vacceos
contra el pillaje de los pueblos montañeses del norte tuvieron que ser
permanentes y tan conocidas que pudieron servir de coartada perfecta para
que Roma declarase la guerra a cántabros y astures, con el pretexto de
auxiliar a sus hipotéticos aliados. Un argumento hoy por hoy discutible,
pues los vacceos fueron uno de los principales aliados que tuvieron sus
vecinos los celtíberos en sus famosas guerras contra Roma.
Según cuenta Diodoro de Sicilia hablando del comunismo agrario
entre los vacceos, éstos tenían la costumbre de dividir la tierra cada
año mediante un sorteo. Cada grupo familiar cultivaba la parte asignada
agrupándose de manera colectiva toda la cosecha y repartiendo a cada familia
cuanto le era necesario. Un aspecto muy a tener en cuenta era el rigor
con el que estas disposiciones eran mantenidas. A los que intentaban engañar
a la colectividad ocultando parte del producto se les castigaba con la
muerte, y es que para los antiguos con las cosas de comer no se jugaba.
No deja de resultar llamativo que el comunismo agrario aparezca citado
en la Antigüedad peninsular única y exclusivamente entre los vacceos.
Dicho estadio económico no es mencionado entre sus vecinos los celtíberos,
igualmente agropecuarios y muy bien conocidos por los cronistas grecolatinos
debido a la ferocidad y duración de las Guerras Celtibéricas. Ello induce
a pensar que el régimen de propiedad individual y diferenciación social
clasista estaba ya firmemente establecido entre estos últimos, teniendo
el comunismo agrario menor representación, y por tanto el colectivismo
agrario de los vacceos era un puente entre la sociedad clasista que se
extendía desde el oriente y sur peninsular y la plena barbarie con una
agricultura muy rudimentaria existente en los pueblos del norte y noroeste.
De cualquier forma la invasión romana liquidaría en gran parte estos
modelos existentes de comunismo agrario imponiendo su lex basada en la
gran propiedad territorial y el trabajo de los esclavos en ella. No obstante,
y debido a las peculiaridades del proceso hist órico español, han permanecido
hasta la época moderna residuos más ó menos consistentes de aquel comunismo
agrario primigenio que han tenido igualmente su versión ideológica a
través del tiempo. Un referente clásico para quien quiera profundizar
más en estas para nada desdeñables cuestiones es el trabajo de Joaquín
Costa, "Colectivismo Agrario en España". Su autor, con finalidades
más de reforma social que revolucionarias, realizó una exhaustiva y rigurosa
recopilación de todos los materiales teóricos y documentales que a
lo largo de los siglos se habían ocupado, de una u otra manera, de la
cuestión agraria y del comunismo ligado a ella. Dicha obra vio la luz
a finales del siglo XIX (concretamente en 1898) y desde el primer momento
sufrió el ostracismo y el boicot de los círculos científicos oficiales,
pues se la consideraba una obra filosocialista.
La propiedad comunal-municipal, remanente del colectivismo primitiv
Si bien dentro del modelo económico y social impuesto por Roma
en Iberia, predominaba la gran explotación latifundista,
no hay que olvidar que junto a él, bien mediante pactos con las tribus,
bien mediante otro tipo de transacciones, la media y
pequeña propiedad y los restos del régimen comunal entre las tribus
aliadas de Roma perdurarían en el tiempo. Este tipo de propiedad comunal,
que tras la desaparición del régimen tribal gentilicio se mantendría
con evidentes modificaciones en los núcleos de población rural, perduró
igualmente durante las invasiones germánicas y también sería respetada
por los
invasores musulmanes, al menos en el periodo en el que el Islam constituyó
un movimiento de liberación social y con
tendencias claramente comunistas inspiradas en la organización gentilicia
de los beduinos. A la luz de cuanto nos ofrece la
experiencia histórica en la Península Ibérica, las costumbres comunistas
de los pueblos invasores (bárbaros germánicos y
árabes) contribuyeron en gran medida al mantenimiento de los vestigios
del comunismo municipal, síntesis del colectivismo agrario de los primitivos
pueblos ibéricos y de la organización municipal romana. Evidentemente,
con el salto en los modos de producción, dicha propiedad comunal ha ido
sufriendo innumerables transformaciones, adaptándose a las necesidades
imperantes en cada modelo económico. Un proceso parecido, guardando las
necesarias distancias, al que han sufrido las vías pecuarias españolas,
genuino ejemplo de infraestructura comunista desde épocas remotísimas
aprovechadas indistintamente en la sucesión de los modos de producción
por los ganaderos, y sobre las que nunca nadie ha mantenido la titularidad
jurídica, ni siquiera el moderno estado capitalista, limitándose a legislar
sobre ellas para salvaguardarlas de la depredación individualista. Si
alguien, generalmente imbuido hasta la médula de prejuicios burgueses,
quiere hacerse una idea material y "real" de lo que será el programa revolucionario
de la sociedad comunista, que se asome a las vías pecuarias españolas,
ó mejor dicho a lo que queda de ellas. Tal y como apunta Marx en el tercer
tomo de El Capital, Capítulo 46, ni siquiera la sociedad, tras
la desaparición definitiva del Estado político clasista de la escena
histórica, será propietaria de la tierra, sólo habrá usufructuarios
que transmitan a las futuras generaciones un bien mejorado.
El proceso de reconquista del territorio a los moros otorgaría
por lo general a los municipios un amplio margen de
autonomía política y económica. Por eso la existencia de una serie
de terrenos comunales adscritos a los municipios (para
agricultura o pastoreo) va a ser nota común en todas las regiones
de España, si bien sometidas a fuertes presiones por parte de los señoríos
feudales y de la Iglesia, que usurparán siempre que puedan estos terrenos
comunales de los municipios para aumentar sus dominios. La documentación
existente hasta nuestros días no deja lugar a dudas y el panorama jurídico
español está plagado de litigios en los que se demuestra el afán expoliador
de los poderosos a costa de los terrenos comunales. De cualquier forma
el mayor golpe contra los restos del comunismo agrario vendrá dado por
parte del liberalismo burgués y sus procesos de desamortización, actuando
una vez más el factor dinero como agente disolvente general.
Las desamortizaciones liberales. La tierra, objeto de compra-venta sin limitaciones
Una de las aspiraciones clásicas del liberalismo era que la tierra,
como cualquier otro bien, pudiera ser comprada o
vendida al mejor postor, sin ningún género de trabas o cortapisas.
El sagrado principio de la libertad iba por tanto
indisolublemente ligado a otro principio, no menos sagrado para el
burgués, la propiedad. Era por tanto un obstáculo, y no
precisamente pequeño, para el libre comercio el mantenimiento del
orden heredado del feudalismo en materia agraria. Por
un lado el ordenamiento feudal impedía la libre compraventa de terrenos
y por otro la libre circulación de las personas
adscritas a ellos. Estos obstáculos fueron definitivamente barridos
por el triunfo del liberalismo, ya imparable en España a partir de la
muerte del ignominioso Fernando VII en 1833.
Ya desde finales del siglo XVIII una serie de políticos ilustrados
mostraron un vivo interés por la cuestión agraria,
intentando vanamente dar solución a la imparable decadencia del campo
español. No obstante, su estela teórica, fiel reflejo de las contradicciones
existentes entre el agonizante mundo feudal y el nuevo modo de producción
gestionado por la burguesía liberal, fue retomada por los sucesivos gobiernos
de ésta, y bajo la forma de leyes de desamortización, se
iniciaría un proceso que afectaría en gran medida a los terrenos
comunales ligados a los municipios.
La primera desamortización vendría de la mano del gobierno de
Juan Álvarez Mendizábal, en 1835. A través de una serie
de decretos el gobierno burgués de Álvarez Mendizábal puso en el
mercado una enorme cantidad de tierras cuyos
propietarios habían sido las órdenes religiosas. Añadamos que las
medidas más radicales, en cuanto a las propiedades del
clero se refiere, fueron adoptadas durante la invasión napoleónica
de 1808 y así el gobierno de José Bonaparte (hermano de Napoleón) suprimió
las órdenes monásticas, mendicantes y de clérigos regulares, incautándose
de todo su patrimonio en calidad de bienes de la nación. Medidas efímeras
tras la restauración borbónica pero que servirían de referente para
la
burguesía liberal más adelante. De todas formas una modificación
sustancial, y radical, de la situación de la agricultura y
del campesinado español sólo podía venir de la mano de una gran
revolución, como la de Francia, capaz de barrer del mapa histórico todos
los jirones que aún ondeaban de la condenada y condenable sociedad de
señoríos y mayorazgos, o sea, el feudalismo. La falta de esta gran
revolución, así como de una burguesía capaz de llevarla a cabo arrastrando
a las masas campesinas tras ella, haría que la instauración del capitalismo
en España, pese a las encarnizadas guerras civiles carlistas, fuese más
bien un proceso paulatino de aburguesamiento de la nobleza terrateniente
y el clero, que viendo su partida perdida irremisiblemente optaron por
la actitud más inteligente, la colaboración e integración en el engranaje
de la
explotación capitalista.
Acerca del resultado del proceso de desamortización en el siglo
XIX no hay lugar a dudas: tanto la desamortización de
1836, como la de 1855 supusieron la puesta en el mercado de gran número
de tierras y bienes inmuebles. Esto, en lugar de
beneficiar a la clase campesina en general y al campesino medio en
particular, aliado natural de la burguesía en este
proceso, benefició a la clase burguesa y a los terratenientes aburguesados,
únicos estamentos sociales capaces de disponer de la liquidez suficiente
para adquirirlos en las subastas públicas. Una vez más quedó demostrada
la incapacidad histórica de la burguesía española para dar una salida
revolucionaria a la cuestión agraria. Las desamortizaciones del siglo
XIX lejos de dar una solución al problema agrario español, lo agravaron
sin duda alguna, ya que significó un potenciamiento vertiginoso del latifundismo,
y la consiguiente proletarización y empobrecimiento de enormes masas campesinas.
La desamortización de 1855 traería consigo además la pérdida de enormes
extensiones de terrenos comunales de los municipios. Esto representó un
duro golpe para la economía de los campesinos pobres privándoles de una
serie de recursos que desde tiempo ancestral, como se ha señalado antes,
venían aprovechando de manera colectiva. Además, la instauración a la
española del régimen capitalista en el campo trajo consigo la aparición
del caciquismo como modus operandi de la burguesía agraria en España,
fenómeno éste que abarcaría por igual a todas las provincias, en las
cuales el cacique era el personaje más rico de la localidad y con capacidad
para intervenir activamente en la política local y nacional a través
de los diferentes partidos parlamentarios, que eran a su vez la expresión
política de los sectores económicos dominantes. Esta situación seguía
siendo la tónica dominante en el campo español al proclamarse la Segunda
República en 1931.
Oposición campesina a la pérdida del patrimonio cultural. Llegada de la Segunda República
Desde mediados del siglo XIX, y coincidiendo precisamente con
la desaparición de una buena parte de los terrenos
comunales adscritos desde época inmemorial a los municipios, comenzó
un proceso de agitación social en el campo
español. Sus protagonistas fueron, como no podía ser menos, los jornaleros
agrícolas, los pequeños campesinos y aparceros y los artesanos rurales,
a quienes la competencia de los productos industriales españoles o extranjeros
junto a las políticas desamortizadoras y fiscales empobrecían cada vez
más. El escaso desarrollo industrial de España impedía la absorción
de esta mano de obra sobrante que únicamente encontraba dos vías de salida:
la individualista del bandolerismo y la emigración, o la agitación
y descontento de las muchedumbres.
Ya antes de la aparición en los campos ibéricos de los emisarios
de la Internacional, se habían producido en tierras
andaluzas, el bastión del latifundismo español, ocupaciones de tierras
que habían sido comunales, en concreto en la
provincia de Málaga en 1840. Otro movimiento similar se dio en 1857
en Sevilla, donde dirigidos por un grupo de
partidarios de Fourier, los campesinos provocaron disturbios que no
llegaron a generalizarse. El más importante
levantamiento campesino de esta época sería no obstante el dirigido
en 1861 por Rafael Pérez del Álamo, un republicano
socializante que al frente de unos 10.000 hombres marchó por el valle
del Genil en Granada, asustando a los terratenientes hasta que el
ejército de O�Donnell controló la situación. Actos similares se darían
en otras regiones de España, como Castilla y Aragón.
En un terreno apropiado, las nuevas doctrinas que se reclamaban
de la clase obrera encontrarían fácil desarrollo. Así
sucedió con el anarquismo, que rápidamente ganaría adeptos, entre
los braceros agrícolas andaluces y sobre todo entre los
artesanos, cada vez más arruinados por la competencia capitalista.
Han surgido numerosas explicaciones para intentar dar
una comprensión racional al fenómeno del arraigo del anarquismo entre
el proletariado español en general, y el andaluz en
particular en este periodo. Sin necesidad de recurrir a extravagancias
como la particular idiosincrasia del proletariado
español (sabemos que el dominio del capital priva a los proletarios
de todo carácter nacional), si es cierto que la influencia en España
de la sección bakuninista de la Internacional fue, desgraciadamente,
mucho más fuerte y duradera que la del sector liderado por Marx y Engels.
Y decimos desgraciadamente no animados por un espíritu puramente partidista,
sino porque a la luz de los acontecimientos las erróneas concepciones
del anarquismo difundidas entre la clase obrera española, pese a los indudables
episodios de abierto heroísmo, compromiso militante y entrega total a
la causa del proletariado, habían de llevar a los trabajadores por un
tortuoso camino de aventurerismo empírico y levantamientos tan prematuros
e inconexos como a la larga estériles y agotadores, que tendrían su culminación
en la claudicación ante la democracia burguesa y el antifascismo en julio
de 1936.
Poniendo como parangón la situación de los braceros agrarios
italianos, la influencia del socialismo de inspiración
marxista, todavía libre del pestífero oportunismo, traería consigo
la creación de unas fuertes legas agrarias de los braccianti cuyas épicas
luchas reivindicativas forman parte del bagaje histórico del proletariado
mundial. En España la línea defendida por Marx y Engels nunca tuvo el
eco que en Italia, por la sencilla razón de que el así llamado Partido
Socialista nació sin esa base teórica y programática que era la única
que podía dar solidez, cohesión y coherencia a las organizaciones campesinas
y a sus luchas. La misión del PSOE y su filial sindical la UGT, no fue
otra que la de ser el sector izquierdista del republicanismo burgués,
yendo siempre a remolque de las luchas obreras, organizadas paradójicamente
en muchos casos por sus propias bases obreras que se saltaban a la torera
el cretinismo parlamentario y filisteo practicado por los dirigentes
del partido, intentando éstos más tarde encauzarlas dentro de la legalidad
impuesta por el orden burgués. El reformismo y el más vil oportunismo
de los dirigentes del PSOE-UGT empujarían una y otra vez a los sectores
obreros más combativos hacia las posiciones del anarcosindicalismo en
cuanto éste se dotó de una organización sindical que practicaba la lucha
de clases, la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), fundada en 1910.
Como ya se ha señalado con anterioridad, la situación del campo,
y por lo tanto del campesinado español, no había sufrido prácticamente
modificaciones hasta la llegada de la IIª República en 1931. Seguía
siendo casi la misma descrita por el ministro ilustrado Campomanes en Andalucía
allá por 1780 y ampliable a todos los dominios del latifundismo en España:
"En Andalucía, los habitantes son en su inmensa mayoría simples
labriegos que solamente tienen temporal y precaria
ocupación y viven el resto del año sumidos en la miseria y la
inacción por falta de trabajo remunerador. Sus mujeres e hijos no encuentran
tampoco trabajo y todos ellos, amontonados en las ciudades o en los pueblos
grandes, viven de la caridad pública [...] en un estado miserable de hambre;
lo cual no corresponde a la fertilidad del suelo, y no es, desde luego,motivado
por su pereza" (Cartas político-económicas. Carta III. Citado
por Gerald Brenan en El laberinto español). Noes por tanto de extrañar
la impaciencia de la masas obreras ansiosas de ver realizadas las promesas
electorales que habían acompañado el triunfo republicano en abril de
1931. Dicha impaciencia se transformó, a la vista de los resultados, en
huelgas, disturbios, ocupaciones de fincas y enfrentamientos con las fuerzas
represivas burguesas: Guardia Civil y deAsalto. La situación tomaba tal
cariz que hubo quien, como el anarquista doctor Ballina, amenazó con tomar
Madrid al frente de un ejército campesino de 100.000 hombres y disolver
el parlamento burgués a golpes de hoz.
Los distintos gobiernos republicanos, de signo republicano y "socialista" o claramente derechista, acometieron la situación del campesinado español, y la de la clase obrera en general, de la manera que corresponde clásicamente al liberalismo capitalista: leyes de defensa de la República, de vagos y maleantes, censura y represión contra los trabajadores y sus organizaciones más combativas. El episodio más conocido fue la cruel y despiadada represión de los jornaleros anarquistas del pueblecito de Casas Viejas, provincia de Cádiz, en enero de 1933, obra de los mismos que en 1936 obtenían el triunfo electoral, esta vez bajo la etiqueta del Frente Popular. Los sucesivos proyectos de "Reforma Agraria" sólo sirvieron para justificar unas cuantas horas de ocupación a los parlamentarios y a los funcionarios del Instituto de Reforma Agraria (IRA) y demás organismos oficiales implicados, unos cuantos realojos de familias campesinas y poco más. El mayor escarnio estaba representado por la financiación de la reforma, que debía ser acometida por el Banco Agrario Nacional, creado por el Estado con un capital inicial de 50 millones de pesetas. El Consejo de Administración de este banco incluía a miembros de la clásica burguesía terrateniente española: los duques de Alba, del Infantado, los marqueses de Urquijo, de Aledo, etc., por lo que estaba claro el verdadero carácter que podía tener la susodicha reforma agraria. Una vez más tuvieron que ser las masas hambrientas, enfurecidas ante la evidencia del engaño, las que tomaran el asunto en sus manos, de una manera desorganizada e inconexa, pero que llenó de espanto a los terratenientes y a sus títeres parlamentarios en Madrid.
Expresión clara de este descontento de las masas campesinas,
sobre todo en las zonas de predominio del latifundio, fue la
huelga general campesina promovida por la Federación de Trabajadores
de la Tierra (UGT) a comienzos del verano de
1934. La inmensa mayoría de los campesinos afiliados a la FTT-UGT
votaron a favor de la huelga, y esta fue casi total en
las provincias de Córdoba, Ciudad Real y Málaga, siendo parcial en
Cáceres, Badajoz, Huelva, Toledo y Jaén, todas ellas
provincias de dominio del latifundio. El gobierno derechista declaró
ilegal la huelga al considerar un "servicio público" la recogida del grano.
Hubo innumerables enfrentamientos con las fuerzas del orden burgués y
detenciones entre los
campesinos. Se suspendieron igualmente los derechos de reunión y manifestación,
se estableció la censura y se amenazó con la cárcel a los dirigentes
campesinos de cada pueblo que se negasen a desconvocar la huelga. La CNT
no convocó
oficialmente la huelga campesina de junio de 1934, pero individualmente
la mayoría de sus afiliados campesinos la
secundaron. No se explica de otra manera que, por ejemplo la
población campesina de la provincia andaluza de Málaga,
mayoritariamente anarcosindicalista, la secundase totalmente. El éxito
inicial de la huelga, con sus enfrentamientos
violentos y sus ocupaciones de fincas, unido al deseo permanente de
los bonzos "socialistas" de no alterar la ley y el orden, hicieron
que el PSOE-UGT abandonase a sus propias masas campesinas a su suerte,
negándoles todo el apoyo del
proletariado de las ciudades a través de la huelga general. La derrota
posterior del campesinado jugaría un papel de primer orden en octubre
de ese mismo año [remitimos al lector sobre este tema al número 21, Abril
de 2005 de La Izquierda Comunista].
La Guerra Civil y las colectividades agrarias
La victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936 planteó
una vez más, de manera inequívoca la alternativa:
reforma o revolución social. Los meses que van desde la constitución
del nuevo gobierno del Frente Popular hasta el
estallido de la guerra civil recogen una conflictividad social de tal
magnitud que hacía del todo inevitable el recurso al
"cuartelazo", pues la atmósfera social en la España de ese periodo
estaba altamente ionizada en sentido revolucionario.
Sirva como orientación saber que a primeros de junio de 1936
había más de un millón de huelguistas en las diferentes
regiones de España, tanto en las ciudades como en el campo. Por tanto
la clase obrera desafiaba abiertamente al poder
burgués representado por el Frente Popular, si bien es cierto, y el
posterior desarrollo de los acontecimientos así lo
demostró, que la falta de una organización revolucionaria, dispuesta
a llevar a la clase obrera a la lucha sin cuartel contra el Estado capitalista
(fascista o antifascista) impedía que este cúmulo de condiciones objetivas
sumamente favorables
desembocase en la toma del poder por parte del proletariado.
Esta ionización social no tardaría en estallar en el campo,
plasmándose en ocupaciones de fincas y revueltas campesinas,
como la de Yeste en Albacete, que se saldaría con la muerte de 23
campesinos a manos de la Guardia Civil enviada
contra ellos por el gobierno del Frente Popular, que no lo olvidemos,
gozaba del apoyo del PSOE y del PCE. Junto a este tipo de acciones por
parte de los campesinos no hay que olvidar la verdadera preguerra civil
que se libraba también en las calles de muchas ciudades y pueblos españoles
entre las escuadras de pistoleros fascistas y los obreros armados, donde
generalmente, eran los fascistas los que solían llevar la peor parte.
Los amplios movimientos huelguísticos consiguieron mejoras sustanciales
en salarios y jornadas, pero las subidas de precios que siguieron volvieron
a plantear nuevos conflictos laborales. Así estaban las cosas en julio
de 1936 cuando llegó, el tan esperado y preparado por la burguesía, golpe
militar. Golpe que, por otra parte había sido cuidadosamente urdido con
el conocimiento y apoyo tácito del gobierno del Frente Popular. La insurrección
obrera del 19 de julio como respuesta al mismo frustraría todos los planes
y ahí es donde entró en acción el antifascismo y la contrarrevolución,
en la cual el estalinismo jugaría un papel estrella.
Tras parar en seco mediante la insurrección armada el golpe fascista
en una gran parte del territorio nacional, la clase
obrera, dueña momentánea de la situación, llevó a cabo una labor,
podríamos decir casi instintiva, de ocupación de fábricas, talleres,
fincas agrarias, pero olvidando lo más importante: el poder político
seguía estando en manos de la burguesía, la cual, con ayuda de sus aliados
"obreros", poco a poco se recuperó del peligroso sobresalto del 19-20
de julio.
Fue en el campo, y necesariamente debía de ser así en un país
mayoritariamente agrario, donde de manera más entusiasta se procedió
a una inconexa pero decidida colectivización, que el estado republicano
reconocería muy a su pesar ya que se
resolvió en un par de días lo que no pudo hacerse en varios siglos.
Pero no debemos olvidar que el capitalismo no
desapareció en ningún momento de la escena socioeconómica española
en 1936, y ya a mediados de 1937 al intento de
revolución española se le podía redactar el acta de defunción.
Es indudable que perduraba en la memoria del campesinado español
la beneficiosa influencia secular de los terrenos
comunales en cada municipio; por eso las grandes fincas de los terratenientes
en territorio republicano casi
excepcionalmente fueron sometidas a repartos individuales, siendo en
su inmensa mayoría colectivizadas. El funcionamiento interno de la mayoría
de estas colectividades era en realidad, el de unas cooperativas agrarias,
perfectamente asumibles dentro del capitalismo en la medida que no alteraban
el funcionamiento del libre mercado, al renunciar, repetimos una vez más,
la clase obrera a la toma del poder por carecer de organizaciones que se
lo planteara. No obstante es indudable que la situación material de los
miembros de las colectividades mejoró ostensiblemente, pero su producción
estaba destinada al mercado, y según la lógica mercantil los precios
altos favorecen al campesino, pero repercuten en el proletariado de las
ciudades. Esta era la perspectiva planteada por las colectividades agrarias
desde el comienzo de su existencia, la de moverse dentro de un marco mercantil-capitalista
pese a los propósitos iniciales que instintivamente buscaban un nuevo
modo de producción no mercantil, no monetario y sin trabajo asalariado.
El gobierno del Frente Popular no pudo hacer otra cosa que una
política de hechos consumados, y legalizó las
colectividades dando una inteligente cobertura legal a las mismas con
el fin de ir progresivamente integrándolas bajo su
control. Este control se llevaría a cabo de dos maneras: una mediante
la ayuda financiera y de equipamiento a las
colectividades que acatasen la legalidad republicana, y por tanto capitalista,
y otra, allí donde esto no servía, la de su
disolución mediante el uso de la fuerza armada cuando la situación
fue lo suficientemente favorable.
El 8 de agosto de 1936, tras un peligroso e inquietante periodo
en el cual finalmente todas las organizaciones proletarias
decidieron colaborar y apuntalar el resquebrajado edificio capitalista,
apareció un primer decreto con el objeto de regular
la incautación de las tierras abandonadas por sus propietarios en
zona republicana tras el estallido de la guerra civil.
Dicho decreto, firmado por el entonces Ministro de Agricultura Mariano Ruiz de Funes (de Izquierda Republicana) otorgaba un poder absoluto al IRA (Instituto de Reforma Agraria) con el objetivo de reconducir hacia posiciones asumibles por la burguesía el poderoso empuje dado por las masas campesinas en su búsqueda instintiva del comunismo. Lo cierto es que no era todavía el momento de oponerse abiertamente el proceso expropiador que había surgido espontáneamente del campesinado, y el IRA prácticamente no se opondría a ninguna de las expropiaciones efectuadas contra aquellas propiedades abandonadas por sus propietarios tras el estallido de la guerra el 18 de julio de 1936.
En septiembre de 1936 se haría cargo de la cartera de Agricultura
Vicente Uribe, perteneciente al PCE (Partido Comunista de España). Siguiendo
las contrarrevolucionarias directrices emanadas desde Moscú, y enfocadas
a eliminar
progresivamente toda la obra iniciada por las masas campesinas, se
publicaría un decreto con fecha 7 de octubre de 1936, en el cual se acordaba
la expropiación sin indemnización de las fincas de aquellas personas
que hubieran intervenido
directa ó indirectamente en la insurrección contra la República.
Se complementaba por tanto el anterior decreto del 8 de agosto, añadiendo
en el papel algo que los obreros y campesinos armados habían realizado
ya meses antes. En realidad se trataba de ir poniendo bajo el control del
Estado burgués republicano todas las colectividades agrarias, y así sucedería
de hecho ya que el IRA sería el organismo encargado de controlar y vigilar
las fincas incautadas, no sólo desde el punto de vista técnico, lo cual
ya era de por sí un condicionante importante, sino además desde el punto
de vista vital del apoyo financiero para la adquisición de maquinaria,
aperos, semillas, animales, etc. Igualmente se ofrecía la posibilidad,
según el decreto, derealizar la explotación agraria de las fincas incautadas
de manera individual. El posterior desarrollo de esta política, claramente
contrarrevolucionaria, convertiría al partido estalinista en adalid de
la propiedad individual de la tierra enfrentándose abiertamente a las
colectividades agrarias, constituidas mayormente por los trabajadores afiliados
a las dos grandes centrales sindicales españolas, la CNT y la UGT. Aquellos
territorios y colectividades en los que no tenían efecto los decretos
contrarrevolucionarios del gobierno del Frente Popular, sufrirían la represión
de las fuerzas militares del gobierno burgués. Destaquemos la actuación
de las tropas comandadas por el fiel estalinista Enrique Lister y su labor
represiva por tierras aragonesas, disolviendo mediante el terror blanco
toda la obra, mejor o peor construida, de los consejos de campesinos de
Aragón. En definitiva, poco a poco la burguesía iría retomando el control
en la zona
republicana, eliminando a través de la violencia y del terror de clase,
como sucedía en el bando franquista, todas las
aspiraciones revolucionarias del proletariado. Una vez más, la falta
del partido de clase y por tanto, la renuncia a la toma
del poder por parte del proletariado, había propiciado que el capitalismo
ganase nuevamente la partida.
Constitución y funcionamiento interno de las colectividades agrícolas
Una vez aclarado el aspecto fundamental, o sea la imposibilidad
de alcanzar una sociedad igualitaria y comunista sin la
destrucción revolucionaria del aparato estatal burgués, haremos una
breve descripción del proceso de constitución y
funcionamiento de las colectividades agrarias, con el fin de aportar
a los compañeros y a los lectores más elementos de
juicio sobre esta cuestión.
Evidentes razones de seguridad y de control militar, tras el comienzo
de la guerra civil, harían que la labor de las
colectividades agrarias fuese más marcada en las zonas más alejadas
del frente de guerra. La estabilidad en los frentes
militares sería por tanto un factor clave para que la colectivización
de las labores agrícolas pudiese llevarse a cabo sin
sobresaltos. Es por eso por lo que la inmensa mayoría de las colectivizaciones
se realizaron en tierras aragonesas, Cataluña y tierras valencianas, obra
principalmente de los trabajadores afiliados a la CNT, y en tierras de
La Mancha, la Alcarria y demás comarcas del Sur de Castilla, donde predominaban
mayormente los trabajadores de la UGT.
Es cierto que el proceso colectivista agrario que se dio en España
a partir de julio de 1936 no tuvo un carácter unitario, ya que en cada
localidad aparecieron matices y modos de funcionamiento en los que influían
indudablemente la ideología de las organizaciones obreras presentes, opiniones
personales (obvias en un movimiento básicamente asambleario) y
circunstancias propias de cada localidad o núcleo de población.
En la mayoría de ellas se estableció un salario, bien individual,
bien familiar. Según las colectividades este salario se
pagaba en moneda, en vales intercambiables por productos, en especie
ó mediante fórmulas mixtas de las anteriormente
citadas. Hubo también localidades, como la manchega Membrilla (provincia
de Ciudad Real) o en Villas Viejas (provincia de Cuenca) en las que se
abolió el salario, y cada miembro de la colectividad adquiría cuanto
necesitaba de los almacenes comunes mediante la presentación de una tarjeta
o bono (recordemos el análisis de Marx en la Crítica al Programa deGotha).
En Lagunarrota (provincia de Huesca, en Aragón) se abolió igualmente
el dinero y los colectivistas poseían una libreta en donde se señalaban
los días trabajados y los artículos consumidos. En esta colectividad,
rebelde ante la presión del Estado capitalista del Frente Popular, no
se pagaron impuestos ni tasas al fisco durante su existencia. En la colectividad
de Calanda (provincia de Teruel, Bajo Aragón) igualmente se abolió el
dinero sustituyéndolo por unos vales. Sin embargo en Alcañiz, igualmente
en tierras de Teruel, si se estableció un salario por cada trabajador
individual, aunque el dinero estaba representado por unos vales.
Existieron también colectividades con su propio dinero, por ejemplo la de Montblanc (provincia de Tarragona, Cataluña), y con él los miembros de la misma podían adquirir los productos en los almacenes comunitarios. Curiosamente existía también un servicio de cambio de moneda para aquellas transacciones fuera de la colectividad, efectuándose el cambio con la peseta de la República. Hubo casos en los que fueron localidades enteras las colectivizadas, por ejemplo Amposta, localidad arrocera situada en la costa de Tarragona. En este caso se creó una cooperativa de consumo que funcionaba con el sistema monetario.
Una preocupación constante de los colectivistas fue la de mejorar
las precarias condiciones de vida que el capitalismo les había impuesto
en el campo, y de esa manera surgieron servicios médicos, farmacias, escuelas
y bibliotecas que en la
mayoría de los casos tenían un carácter gratuito para los miembros
de la colectividad y un precio asequible para el resto de los habitantes
de la localidad no adheridos a la misma. Asimismo en muchas de estas colectividades
se acogió con los
brazos abiertos a los innumerables refugiados que eran evacuados o
huían de las zonas de guerra y de la crueldad de la
represión fascista.
Toda esta ingente obra, producto de la iniciativa de las masas
trabajadoras del campo y de la ciudad, que intuitiva y
rudimentariamente buscaban la vía que les condujese a una sociedad
comunista, sería reconducida al redil del capitalismo
mediante el maniobrismo político burgués y la represión abierta.
Al finalizar la guerra el régimen franquista se encontró con casi toda
la tarea realizada gracias a las buenas artes del Frente Popular y sus
sostenedores de todo tipo. Quedaba escrita sobre el cuerpo sangrante de
la clase obrera mundial la terrible lección de la guerra de España. La
ausencia del Partido de clase había mostrado de manera harto trágica
los límites del espontaneismo, el economicismo y el localismo, obteniendo
como resultado final una de la más severas derrotas históricas del proletariado
internacional.
Utilidad o "beneficio"
- El enigma de la riqueza - Honestos, granujas y malvados actualmente -
Hiperempirismo actual - Las dichosas prisas - Moral individual y social
- La razón de estado - Bajo el yugo de la necesidad
(Continuará)
La explotación capitalista cabalga en China
Ya comentábamos en nuestro número de febrero de 2008 la dominación
formal y real del capitalismo en China, despreciando la retórica en la
que se envuelve la dictadura neoestalinista gobernante. Que el dominio
del capital no es sólo un concepto teórico lo ha demostrado el masivo
envenenamiento, a través de la leche, de decenas de miles de bebés chinos.
La melanina, usada en la industria del mueble por su alta capacidad adherente,
"engaña" a los controles de proteínas, haciendo aumentar sus niveles
aparentes. El producto se añadió en las tres principales empresas lácteas
del país, sector que ha sido definido por algún funcionario del propio
régimen como "dominado por la anarquía". Las consecuencias de la adición
de melanina a este producto, especialmente básico en la alimentación
infantil, y presente en infinidad de productos lácteos derivados, es el
daño irreversible en los riñones y en las vías urinarias. El escándalo
se hizo público unos días después del fin de las Olimpiadas, y afectaba
según diversos medios informativos a unos 53.000 niños, a mediados de
septiembre, habiéndose dado ya entonces algunas muertes. A principios
de diciembre de 2008 nuevos cálculos elevaron a 300.000 los niños afectados
de una punta a otra del país, pero para esas fechas la noticia ha dejado
de ser "interesante", y sólo sirve a efectos de ilustrar dramáticamente
el efecto de la producción orientada al beneficio, la ceguera criminal
del capital en su necesidad de plusvalía a cualquier precio, y la necesidad
de contribuir a su aniquilación.
La patronal CEOE pide "tiempo muerto"
Ceguera en la obtención de plusvalía a cualquier precio, pero claridad
en los métodos y procedimientos, sean los que sean, porque una cosa no
quita la otra. Se suelen encontrar "perlas" insertas en la avalancha informativa
de los últimos meses de 2008 (avalancha que describe en tiempo real las
aventuras y desventuras del capitalismo en su ciclo histórico de decadencia).
Perlas que sólo pueden ser efecto de la desesperación burguesa al observar,
impotente, como la tasa de beneficio desciende lentamente a lo largo de
los ejercicios económicos. Casi todas las estrategias (faltan unas pocas
muy drásticas, pero las reservan para tiempos peores) para evitar esto,
aumentando los niveles de explotación sobre los trabajadores hasta niveles
límite, se han puesto en práctica, pero ninguna evita el imparable declive.
Así que surgen genios espontáneos con brillantes ideas, que, como en
el baloncesto, piden "tiempo muerto" para que su explotación se recomponga.
Es el caso del jerifalte de los patronos españoles, Díaz Ferrán, pidiendo
al gobierno una "suspensión temporal de las leyes del libre mercado",
petición que de no estar respaldada por exigencias y chantajes siniestros
a la clase trabajadora, sería cómica. Al igual que cómica es su justificación
de que "hay coyunturas excepcionales". Pero en algo tiene razón el jefe
de la banda. Circunstancias excepcionales y positivas, porque sirven para
agravar el descontento social en cortos periodos de tiempo afectando a
millones de proletarios; excepcionales porque acercan épocas de agudización
de las luchas de clase; positivas porque, tal y como decía el comunicado
de los comités obreros tras la Revolución asturiana de octubre de 1934,
al proletariado se le puede derrotar, pero nunca vencer. Ante las complicadas
perspectivas para el capital a corto, medio y largo plazo, no es extraño
que el jefe de la patronal pida la suspensión temporal de las leyes
del libre mercado, ó, dicho de otra forma, la intervención
abierta del Estado capitalista en lo económico "socializando" las pérdidas,
de tal manera que sea la clase obrera la que pague una vez más.
La ministra socialdemócrata de la guerra y Afganistán
La chusma socialdemócrata, tal vez aprovechando la sustitución del gabinete gubernamental en Estados Unidos para que se note menos, no duda en rebozarse día tras día en la charca de las hazañas bélicas de su imperio. Tienen en donde elegir, pero parece que es Afganistán el punto débil del gobierno de Rodríguez Zapatero, a juzgar por las declaraciones de su ministra de la guerra, Carme Chacón, lanzando amenazas apocalípticas sobre el peligro del fanatismo musulmán, que esta progresista considera como un peligro real e inmediato "para las familias españolas". Es posible, pero totalmente improbable, que el extremismo religioso tenga algún interés en atacar a esas poco determinadas "familias españolas", por lo que todo hace pensar que, nuevamente, la retórica viene a justificar la acción criminal de los ejércitos extranjeros en Afganistán. Retórica que ya se conoce in extenso, desde que en 1914, la socialdemocracia, como haría posteriormente el estalinismo, lanzará a millones de proletarios contra otros, con el pretexto de la "defensa de la patria contra los bárbaros que querían mancillarla".
Ejércitos invasores en Afganistán, entre los que figura un abundante
contingente español (las tropas que Zapatero sacó de Irak). Exactamente
50.000 soldados de 41 países diferentes son las fuerzas imperialistas
en aquel torturado país, elemento estratégico clave para las vías de
transporte de recursos energéticos. Las que si tienen la seguridad de
que están amenazadas por las fuerzas terroristas extranjeras son las familias
afganas. Y no sólo sienten una amenaza retórica, sino que, frecuentemente,
son tiroteados, muertos o detenidos, y sus celebraciones familiares
masacradas por los aviones del imperio, apoyados de forma auxiliar por
fuerzas que dirige la progresista miembro de la chusma socialdemócrata,
Carme Chacón.
¡No somos cuatro, somos miles!
Contra los pronósticos de progresistas, demócratas y postmodernos
varios a lo largo de los pasados años, la solidaridad obrera sigue expresándose,
hoy como ayer, y como mañana se expresará de forma definitiva. Informábamos
en nuestro número de febrero de 2008 que durante el mes de Mayo de 2007
se produjeron en Vigo movilizaciones de trabajadores navales, y otras
del sector del metal, las cuales se distinguieron por su intensidad y capacidad
de movilización, dándose incluso un masivo asalto a la sede del gobierno
autonómico en Vigo. El pasado 6 de Noviembre de 2008 iba a celebrarse
el juicio contra cuatro trabajadores del sector naval acusados de desórdenes
en aquellos sucesos. Pero esos cuatro no estuvieron solos, sino arropados
por más de dos mil proletarios que les acompañaron al juzgado solidariamente,
entre gritos de apoyo. El juicio finalmente no tuvo lugar, y se aplazó
debido a la renuncia de uno de los acusados a su abogado, fijándose para
febrero de 2009. La UGT ya ha expresado su temor, por coincidir la fecha
del juicio con la negociación del convenio del metal (que afecta en esa
provincia a más de 40.000 obreros). Y es que los bomberos del capital
son los que mejor detectan en donde pueden prenderse los fuegos.
La normalidad democrática
La segunda mitad del pasado año 2008 ha recogido, efectivamente una
avalancha informativa basada en las noticias relacionadas con la crisis
del capital. Una profunda y extensa crisis que no se queda en lo económico,
afectando a toda la vida social que se envilece y degrada. También en
estos últimos meses han sido abundantes las muestras de la degradación
de unos soportes tan imprescindibles para el capital como son CCOO y UGT.
Ya no son noticia, por lo habitual, sus manifestaciones y expresiones de
vasallaje a ese capitalismo del que son apoyo e intermediarios, cuando
no claramente partícipes como empresarios. Pero nunca está de más reflejar
sus protestas de fidelidad al capital como sucedió, por ejemplo, con la
presencia de los secretarios regionales de ambos sindicatos, en el Congreso
Andaluz del Partido Popular, junto al representante de la organización
patronal. Según la prensa fueron muy ovacionados en sus planteamientos,
que giraron, como habrán adivinado los lectores, en torno a la crisis.
Su presencia en ese Congreso fue justificada como una muestra de "normalidad
democrática". Qué siniestra verdad encierran esas palabras.
Devastación capitalista en el campo argentino
Un nuevo ejemplo de cómo la anarquía de la producción, lejos de constituir
la panacea universal para los problemas de la humanidad, como predica el
liberalismo, se ha convertido precisamente en el principal problema para
la supervivencia de la especie humana. La aparición de la famosa "soja
transgénica" en la década de los noventa y sus aparentes ventajas (crece
en terrenos míseros, es sumamente resistente a las inclemencias climáticas,
al igual que a plagas y enfermedades) ha propiciado que una gran parte
del suelo agrario argentino (16,9 millones de hectáreas) sea un gigantesco
monocultivo de esta leguminosa, situando a Argentina en el tercer lugar
de la producción mundial, por detrás de EEUU y Brasil. La obtención
de un jugoso beneficio a corto plazo ha propiciado esto, y lo que es peor,
la devastación de una gran parte de la biodiversidad. Baste con señalar
que en el periodo que va de 2002 a 2006 más de un millón de hectáreas
de bosque nativo desaparecieron para dar paso a la rentable soja transgénica.
La caída en picado de los precios de la soja, que llegará tarde o temprano
con su sobreproducción, ofrecerá una vez más la evidencia palpable de
la incapacidad de las leyes mercantiles capitalistas para regir de manera
racional los recursos naturales y la propia alimentación de la especie
humana.
Asamblea de Caja Madrid, lucha por el reparto del pastel
El pastel no es otro que los jugosos beneficios que esta institución,
como todas las de su calaña, obtiene por la práctica social de la usura
más descarnada (y descarada). El pasado mes de noviembre se celebró la
asamblea general de los consejeros generales de esta noble institución.
Forman parte del Consejo General una serie de instituciones libres de toda
sospecha: Ayuntamiento de Madrid, CCOO (a través de su Fundación Primero
de Mayo (sic), la UGT, PSOE, PP, Fundación Regional de Asociaciones de
Vecinos, Asociación Madrileña de la Empresa Familiar..., entre otros.
Según recogió la prensa hubo "fricciones" y "luchas" entre bastidores
para el control de tan jugoso bocado. Un ejemplo más de cómo hay que
entender la "socialización" de este tipo de organismos sanguijuelas del
proletariado: reparto del botín entre todos los demócratas. Pero eso
sí, un reparto con un carácter claramente social.
Trabajar en España. Morir en la carretera
Son cientos los trabajadores portugueses que huyendo de la miseria acuden
a la vecina España en busca de algo más de los 450-500 euros de salario,
normales en las zonas rurales portuguesas. Hasta hace poco el sector de
la construcción, pujante en España, ofrecía una salida para todos estos
trabajadores, que a base de agotadoras jornadas de trabajo, podían obtener
salarios de 1.500 y hasta 2.000 euros. Es decir 3 y 4 veces más que lo
que ganan en Portugal. La estrecha vecindad de las dos naciones ibéricas
ofrece la "ventaja" de poder regresar a sus lugares de origen durante los
fines de semana, y es entonces cuando a la inseguridad cotidiana en el
tajo se une la peligrosa y frecuentemente mortal trampa de las carreteras.
El cansancio, las ganas por llegar pronto para estar con los suyos y la
peligrosidad de las carreteras hacen que los accidentes de tráfico en
los que se ven involucrados trabajadores portugueses que regresan a sus
pueblos los fines de semana estén a la orden del día. El hecho de que
viajen colectivamente en furgonetas para economizar los costes del viaje
hace que cada accidente ocasione un número elevado de víctimas. Pero
no tienen otra salida en la sociedad capitalista: o morir en la obra, en
la carrinha (furgoneta), o poco a poco en la miseria más negra.
Reaccionaria guerra de lenguas en España
Una vez más el nacionalismo periférico (Galicia, País Vasco y Cataluña) aprovechando la existencia de un idioma propio, está agitando el espantajo de la normalización lingüística para distraer la atención de la clase obrera ante la gravedad de la crisis económica y sus efectos para los proletarios. Estos reaccionarios pequeño burgueses, verdaderos agentes auxiliares de la gran burguesía capitalista, no sólo pretenden aislar lingüísticamente hablando a los proletarios de estas regiones con el resto de sus hermanos de clase españoles y de Hispanoamérica, sino que además pretenden dar marcha atrás en la rueda de la historia creando de la nada cuestiones nacional-lingüísticas puramente cerebrales. ¡Que el proletariado no preste atención a los cantos de sirena del nacionalismo y se organice bajo las banderas del comunismo revolucionario, única vía posible para su emancipación!