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Cuando los medios financieros internacionales elogian la aplicación de los planes de ajuste en determinados países, no cabe ninguna duda de que el grado de sobreexplotación y estrujamiento de la clase obrera avanza y da sus frutos. Es así como se realizan los milagros económicos en la sociedad capitalista, en la que los panes y los peces se multiplican, es cierto, pero también lo es que la muchedumbre no sólo no queda ahíta, sino que ni siquiera puede acercarse a contemplar el fruto de la portentosa multiplicación.
Que el plan de ajuste impuesto por el capital financiero internacional y aplicado por el gobierno burgués de turno (en este caso el presidido por el vulgar demagogo Menem), está dando sus frutos en Argentina es evidente. Sirve como prueba irrefutable la repetición cada vez más frecuente e inquietante para la burguesía, de estallidos sociales y protestas obreras que en mayor o menor intensidad están a la orden del día en la república sudamericana.
La división internacional del trabajo ha relegado a la industria argentina, que tuvo un desarrollo considerable tras la segunda guerra mundial, a unos sectores específicos (automóvil, electrodomésticos) que se ubican predominantemente en determinadas zonas del país.
La única salida para los trabajadores de las zonas marginadas por los imperativos del dios-mercado era la de conseguir un empleo público o emigrar. Por eso, Argentina, una nación tradicionalmente receptora de trabajadores extranjeros, se está convirtiendo en generadora de emigrantes. Primero, con las dictaduras militares, emigrantes fundamentalmente políticos, y ahora, nuevamente restaurada la democracia, políticos y económicos a la vez. Las paradójicas pero implacables leyes del determinismo económico que rigen el capitalismo han hecho que muchas de aquellas miradas que se dirigían esperanzadas hacia el otro lado del Atlántico provenientes de una Europa semidestruida y hambrienta, se vuelvan hoy hacia ella con la misma idea fija de hace decenios: sobrevivir.
La economía argentina, como sucede en la mayoría (por no decir todas) de las economías latinoamericanas, y sobre todo su estructura financiera se está mostrando extremadamente frágil ante las bruscas oscilaciones y sacudidas que acompañan al capitalismo desde su nacimiento... y hasta su muerte.
La pasada crisis mejicana y el "efecto Tequila" generado sobre las monedas del subcontinente, han provocado una fuga masiva de capitales. En Argentina se calcula que entre diciembre de 1994 y mayo de 1995 se han esfumado 8.000 millones de pesos-dólares (desde la puesta en marcha del "plan de convertibilidad" (1 peso = 1 dólar). Por lo tanto gran parte de los apetitosos señuelos ofrecidos por el gobierno peronista de Menem, tales como los altos tipos de interés, exenciones fiscales, precios de saldo en la venta de empresas estatales...) han mostrado su sólida base al primer estornudo monetario. Las grandes sumas de dinero que habían acudido al olor del negocio fácil y de la rentabilidad a corto plazo, han abandonado la tierra del milagro con la misma rapidez con la que acudieron.
Para evitar la bancarrota total el "plan de ajuste" (que para los proletarios de todos los países es siempre permanente) se está aplicando rigurosamente «respetando la disciplina fiscal y monetaria», como señalaba el periódico argentino Clarín (4-agosto-1995) citando a uno de los portavoces del imperialismo financiero inglés Financial Times.
Este respeto escrupuloso se traduce evidentemente en el empeoramiento brutal y ya generalizado de las condiciones de vida de la clase obrera. Los criterios de rentabilidad aplicados también a los servicios públicos (fenómeno internacional donde los haya) han hecho que la calidad de la sanidad, de la educación o del transporte caigan hasta unos niveles que nunca se habían conocido en Argentina.
Las tasas de desempleo están alcanzando cifras históricas en este país, pese a las consabidas manipulaciones estadísticas. Según el censo económico (Clarín, 15-julio-1995) en Argentina han desaparecido 20.000 pequeñas y medianas empresas desde 1989, y la tasa de desempleo (agrupando a los parados y a los que sobreviven gracias al empleo irregular y las chapuzas) alcanza a 3.600.000 personas, casi un 30% de la fuerza laboral, la mitad de ellos en Buenos Aires y su zona de influencia, según datos del mes de agosto. En materia de despidos esas mismas fuentes informan que al menos 600.000 trabajadores han perdido su empleo desde octubre de 1994 hasta mayo de 1995.
Las condiciones en las que sobreviven estos trabajadores sin empleo no pueden ser más brutales, en un país donde sólo cobran el subsidio de desempleo unas 110.000 personas (este subsidio alcanza la exorbitante cantidad de 150-300 pesos, con unos precios similares a los de España). No obstante ya están en marcha unas brillantes operaciones de cosmética demagógica, según las cuales se va a "ampliar la cobertura por desempleo" hasta alcanzar 400.000 personas. El método para conseguirlo no ha debido originar demasiados quebraderos de cabeza a sus creadores: se rebajarán esos desmesurados 150-300 pesos para que la MISERIA se distribuya uniforme y democráticamente.
La situación de los que aún conservan su puesto de trabajo no es mucho mejor. A la congelación-reducción de salarios sumemos el retraso en los pagos debido a la falta de liquidez, por lo que todos los ingredientes para el estallido social están servidos.
La última explosión obrera de importancia tuvo lugar el pasado mes de junio en la provincia de Córdoba. Es esta una provincia donde una gran parte de la fuerza de trabajo está empleada en el sector público, y los trabajadores, junto a los pensionistas, después de dos meses sin cobrar ni un peso, y arrastrando retrasos en pagos anteriores desde hacía seis meses, decidieron salir a la calle y expresar su protesta.
El gobierno provincial del radical Angeloz algo tuvo que olfatear (policía, sindicatos del régimen e iglesias están entre otras para eso), y muy previsor él ordenó pagar a ciertos funcionarios, precisamente esos que son los más necesarios en periodos de turbulencias. Así, los 12.000 policías de la provincia recibieron puntualmente sus salarios para cumplir de esta forma con estímulo y eficacia su sagrada misión.
Llegó el día 22 de junio y la legalista Coordinadora de Gremios Estatales convocó manifestaciones como medida de protesta contra el Proyecto de Emergencia Económica, que en sustancia equivalía a reducir aún más el sueldo de los empleados públicos y pensionistas (la así llamada, no sin cierto sarcasmo "contribución de emergencia") y pagar los sueldos atrasados con unos bonos que servirían para efectuar algunos pagos.
Los disturbios, muy violentos, se llevaron por delante la sede del Partido Radical en Córdoba, que resultó arrasada. Hubo por lo menos 2.000 detenidos y heridos durante las algaradas de los días 22 y 23, y en ellas participaron además de los empleados públicos, trabajadores de otras empresas y sectores en crisis, así como estudiantes y jóvenes desempleados y de los barrios.
Los trabajadores del sector privado en Córdoba están sufriendo una fuerte oleada de despidos y suspensiones de empleo. Así, en CIADEA (Renault), lleva en suspensión de empleo el 25% de la plantilla y medidas similares se esperan en General Motors y en IVECO.
En el metal unos 4.000 trabajadores están en suspensión de empleo o sufren rebajas salariales. Para el mes de julio estaban previstos 1.000 despidos al hacerse cargo Lockheed de la empresa Area Material.
Las obras públicas, ese sector que tradicionalmente constituye una relativa fuente de absorción de parte del desempleo, ante la falta de liquidez ha sufrido un parón considerable, que se va a traducir en la pérdida de 5.000 puestos de trabajo. Las cifras oficiales ofrecidas por el Ministerio de Trabajo respecto a la provincia de Córdoba hasta mediados de 1995, hablan de 930 despidos (un 78% más que en el mismo periodo de 1994) y 15.893 suspensiones (un 705% más que en el mismo periodo del año pasado). Según el ministro Cavallo, Córdoba ha acumulado un déficit de 800 millones de pesos en los últimos 4 años, ya que desde el comienzo del plan de convertibilidad la provincia de Córdoba recurrió principalmente al crédito bancario para poder efectuar sus pagos. Tras la crisis mejicana los bancos dejan de otorgarle créditos y los empleados públicos y los pensionistas se quedan sin cobrar.
Evidentemente el hecho de que la provincia esté gobernada por un radical, y el gobierno de la nación esté en manos peronistas, ha servido para ofrecer argumentos de descargo a la hora de buscar responsables. Pero por encima de la banda de delincuentes que gobierne, la condición obrera no puede sino empeorar a menos que los proletarios, rompiendo con los sindicatos del régimen burgués, se organicen para hacer frente a los feroces ataques de la patronal, el gobierno y la usura mundial.
Ante la falta de esa organización autónoma de clase, la ira proletaria se desborda en episodios fugaces, por lo demás siempre saludables, como los de Córdoba. La intensidad y la ferocidad alcanzada en los disturbios y en la consiguiente represión capitalista, es un fiel reflejo del grado de miseria y desesperación alcanzado por los trabajadores, que cada vez tienen menos que perder.
El papel de los sindicatos del régimen en Argentina es el mismo que cumplen sus compadres en todo el mundo. Intentar aislar y dividir a los trabajadores saboteando cualquier iniciativa de acción que rompa los moldes establecidos para preservar la paz social.
Tras los disturbios de Córdoba, iglesia y sindicatos se apresuraron a condenar la violencia obrera, y en previsión de nuevos incidentes violentos los bonzos tomaron la iniciativa ante la desorganización obrera. En primer lugar desconvocaron las acciones en la calle, posición que por lo visto fue duramente respondida en las asambleas, pero sin mayores consecuencias que las que trascienden de la acción de protesta puramente verbal. Así, con el aviso de la llegada de un inminente crédito concedido por una entidad bancaria americana, y la toma de la ciudad de Córdoba por los esbirros de la burguesía pudo conseguirse una relativa tregua. Pero el día 3 de julio el ansiado crédito de 150 millones del banco neoyorquino se canceló, y un informe del Bankers Truts recomendaba el saneamiento de las finanzas provinciales, ¡cómo no!, recortando el gasto salarial en empleados públicos (13.300 millones en 1994) y privatizando bancos y empresas eléctricas.
Esta noticia cayó como un jarro de agua fría entre los bonzos sindicales que, aterrorizados ante la idea de nuevos desbordamientos en la calle, intentaron sin conseguirlo: «diferir la protesta para el viernes a la espera de una definición en las gestiones que realiza el gobierno provincial en EEUU, en procura de fondos frescos para pagar sueldos. Pero la presión de las bases en las asambleas por gremio pudo más» (Clarín, 5-julio-1995). Los experimentados bonzos tomaron entonces sus precauciones a la hora de preparar las movilizaciones callejeras demandadas en las asambleas por los trabajadores: «La Coordinadora de Gremios Estatales también adoptó sus propias prevenciones. Cada columna sindical será rodeada por un cordón de seguridad para impedir que se sumen personas ajenas» (Clarín, ibídem). Por si esto resultaba insuficiente el recorrido inicial previsto se modificó y se incrementaron los refuerzos policiales. Así, y tras recibir la bendición del Sr. Arzobispo, recomendando prudencia y defensa de la paz social, tuvo lugar la temida manifestación. El resultado fue toda una lección de civismo y buenas maneras: había más policías que manifestantes.
El hecho de que la situación explosiva de Córdoba sea muy parecida a la que existe en otras zonas del país, ha llevado al gobierno a elaborar, vía policial, un informe de las zonas en conflicto que «sería actualizado con una periodicidad semanal» [cursiva nuestra] (Clarín, 6 de agosto de 1995). Lo que subyace tras esta predicción de meteorología social es la tremenda preocupación de que los meteoros obreros se precipiten inesperada y violentamente en lugares donde no se hayan tomado las oportunas medidas de prevención-represión.
Que estos paraguas no son todo lo eficaces que la burguesía quisiera lo demuestra el asalto de los empleados municipales al Ayuntamiento de la ciudad norteña de Salta en agosto pasado. Los trabajadores reclamaban entre otras cosas, el pago de sus salarios atrasados. Según la prensa argentina: «Los incidentes duraron unos diez minutos. Pero en ese tiempo los manifestantes lograron destrozar vidrios y buena parte de los muebles y bancas ante la asombrada mirada de concejales y policías.
Armados con palos y arrojando piedras, los agresores se ensañaron con los apliques de iluminación que reventaron esparciendo los vidrios sobre la cabeza de los legisladores municipales" (Clarín, 5-agosto-1995).
Cada vez con más frecuencia, desde la revuelta de Santiago del
Estero en diciembre de 1993, la crónica diaria en Argentina no hace
sino reflejar el deterioro cotidiano y cada vez más amplio en las
condiciones de vida de la clase obrera. Sin dejar de saludar estas
contundentes
respuestas obreras, que se salen del marco "racional" siempre previsto
y deseado por el bloque burgués (patronal, gobierno, iglesia,
sindicatos...)
no podemos omitir la insuficiencia de este tipo de acciones
desesperadas
si en un futuro más o menos próximo no surge un movimiento
organizado sobre unas bases clasistas que frente al localismo, el
aislamiento,
la democracia y la defensa de la Nación oponga la solidaridad de
clase, la unificación de las luchas obreras, la lucha de clase y
el internacionalismo proletario. Tendiendo a convertir esa necesaria
pero
insuficiente lucha contra los efectos en lucha emancipadora contra la
causa,
el sistema capitalista, bajo la dirección del programa único
e invariable del comunismo revolucionario.
La crisis rusa, que fue económica antes que política, crisis capitalista, marca el fin de la segunda posguerra, el fin del orden mundial surgido de la matanza imperialista, como fue diseñado en Yalta. Amenazadoras nubes, no demasiado distantes en el tiempo y en el espacio, se condensan sobre el mundo entero: un tercer conflicto mundial es inevitable desde el punto de vista capitalista en cuanto que solo este podrá suministrar al agonizante régimen las destrucciones necesarias para un nuevo desarrollo y un nuevo equilibrio.
Los últimos episodios bélicos revelan ya la colocación por parte de los diferentes imperialismos de sus piezas en las diversas zonas estratégicas del globo de cara al próximo choque armado. Los Estados Unidos, máxima potencia económica, en declive pero aún sólidamente en el primer lugar desde el punto de vista militar, ha hecho un buen juego para poner sus propias bases en Oriente Medio con la guerra iraquí, en Panamá, en el Cuerno de África con la operación "Restituir la esperanza", todo ello aprovechando la debilidad rusa y la falta de preparación europea, alemana, y japonesa.
De estas innumerables crisis, la más grave y más embrollada es ciertamente la yugoslava y de todos los Balcanes en general: el hecho de que por el momento las armas hablen solo en el ex territorio yugoslavo no significa que el conflicto no pueda extenderse a los países limítrofes.
Para una primera aproximación al problema citamos nuestro "Factores de raza y nación en la teoría marxista" aparecido en 1953 en nuestro órgano de entonces Il Programma Comunista: «El ciclo histórico de la formación de los Estados burgueses nacionales, paralelo a la difusión del industrialismo y a la formación de los grandes mercados, se extiende sin más a Inglaterra, Francia, Alemania, e Italia; otras potencias menores pueden considerarse naciones establecidas: España, Portugal, Bélgica, Holanda, Suecia, y Noruega. La reivindicación marxista se extiende típicamente a Polonia y sirve sobre todo como declarada lucha contra la "Santa Alianza" de Rusia, Austria y Prusia. Pero tal ciclo se cerrará, en la visión marxista, dejando sin resolver, entre otros, el problema de los Eslavos del este y del sureste».
Para nosotros los comunistas, la cuestión nacional se ve en términos históricos y no absolutos: si bien nuestro fin declarado es una humanidad sin más fronteras, al mismo tiempo somos partidarios, en las áreas geopolíticas que lo requieran, de la lucha por la afirmación de los Estados nacionales, natural cumplimiento de la revolución burguesa contra las reaccionarias barreras feudales de obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas, premisa necesaria para la organización comunista de la sociedad futura. El estudio de tales áreas geopolíticas es indispensable para la táctica del Partido Comunista.
La alianza burguesía-proletariado auspiciada por Marx para la Europa occidental a finales del 1870 perdió su razón de ser en toda Europa con la realización de la revolución rusa. En ese momento Europa estaba bajo el dominio de los distintos bandoleros imperialistas a quienes se unirá rápidamente la Rusia de la contrarrevolución triunfante.
La falta de desarrollo en la región balcánica de fuertes burguesías nacionales es un dato que tiene sus raíces materiales en el tejido histórico y geográfico. Anticipando el estudio en este campo nos limitamos aquí a citar algunos hechos generales como causas determinantes de la situación actual.
Las últimas grandes inmigraciones desde Asia hacia Europa, que terminaron hacia el siglo XI, vieron poblaciones indoeuropeas que presionaban sobre las marcas germánicas y el Imperio bizantino. Eslavos y Ugrofineses llegaron en oleadas sucesivas hasta la línea Oder-Neisse, a la costa adriática habitada entonces por los Ilires, los actuales Albaneses, y a los montes del Epiro alcanzando el mar Egeo. Tal difusión no tuvo lugar en unos territorios que tuvieran un asentamiento homogéneo y se resolvió con una distribución discontinua en núcleos y bolsas de población separados hasta por centenares de kilómetros. Hoy esta situación todavía continúa. Por ejemplo, la región autónoma de Voivodina comprende: un 54,4% de Serbios, un 18,9% de Húngaros, un 5,4% de Croatas, un 3,4% de Eslovacos, un 2,3% de Rumanos, un 2,1% de Montenegrinos, un 1% de Rutenos y un 12,1% de nacionalidades diversas o no declaradas.
Del siglo XIII al XV a causa de una superpoblación en Alemania se dio una colonización alemana hacia el este que concluyó con la absorción de amplios territorios más allá del Oder-Neisse y la formación en todos los Balcanes de numerosos asentamientos urbanos basados en el artesanado y el comercio. Otro elemento a tener en cuenta como causa de la falta de desarrollo de la región es su posición geográfica, alejada de las principales rutas mercantiles de la época. La potencia otomana al dominar la región durante más de cuatro siglos representó un motivo ulterior de retraso histórico.
El capitalismo se impuso en Europa rompiendo viejos equilibrios. En el transcurso del siglo XIX el Imperio turco entró en una crisis profunda perdiendo pedazo a pedazo casi todo el territorio europeo. Rusia y Austria intentaron quitarle el puesto, los primeros con la perspectiva imperial de llegar al Mediterráneo, los segundos para adquirir mercados, ya que por motivos histórico-geográficos, no tenían la posibilidad de poseer un fuerte imperio colonial. En este choque sin fin, donde junto a Austria se coloca por los mismos motivos Alemania, intervendrán las potencias de Francia e Inglaterra para impedir que se afirme un solo contendiente, apoyando a unos u otros en busca de un equilibrio que impida la victoria aplastante de uno de los bloques.
En la guerra de Crimea (1853-1856) Francia e Inglaterra, y en segundo orden Italia, intervienen contra Rusia en apoyo de Turquía con el fin de evitar su caída.
A consecuencia de la derrota francesa de 1870 Rusia obtiene como compensación por no haber intervenido, la anulación de la neutralización del Mar Negro y el acceso con naves de guerra a los Estrechos.
La victoria de Rusia en la guerra contra Turquía del 1877-78 es cercenada por el Congreso de Berlín, donde Austria, Alemania, e Inglaterra, impidieron al Zar coger los frutos conquistados en el campo, dando lugar a una primera partición provisional del área. Inglaterra se contentará con Chipre, Austria obtendrá la administración de Bosnia-Herzegovina. Nacen de esto algunos Estados formalmente independientes pero que necesitan en realidad el apoyo de los grandes para continuar existiendo. Nacen así Rumania, Bulgaria, Serbia, Montenegro. Las siguientes guerras que tendrán lugar en los Balcanes, hasta el estallido de la I guerra mundial verán a estas pequeñas naciones jugar el papel de peones en el tablero maniobrado por los bandidos imperialistas, cambiando incluso de patrón en el curso de la partida.
En un primer periodo Bulgaria y Serbia son la larga mano rusa, mientras Austria y Alemania apoyan a Rumania en clara función antirrusa; Grecia es la protegida de Su Majestad británica.
Las fuerzas de la burguesía de estas jóvenes naciones son bastante modestas y no consiguen expresar un verdadero, autónomo, y duradero movimiento nacional. Tentativas, rápidamente derrotadas, las hubo, Bulgaria probó a quitarse de encima la protección rusa, a consecuencia de la guerra contra Serbia obtuvo el reconocimiento sobre Rumelia, pero en seguida, para mantenerla, fue obligada a volver bajo el Zar. La política antiaustriaca de Serbia no fue ciertamente autónoma, fue solo gracias al sostén de los capitalistas franceses que consiguió superar el bloqueo económico decretado por Austria.
La crisis de 1912-13 con las dos guerras que se sucederían a corta distancia ponen la piedra sepulcral sobre las perspectivas progresivas de las diversas burguesías nacionales. En el enrevesado juego de equilibrios vemos a Bulgaria pasar bajo la órbita austroalemana, a Serbia convertida en fiel aliada rusa, a Rumania alejarse de la influencia alemana. Turquía, en función antiinglesa (rivalidad en el Egeo con Grecia) y antirrusa, se acerca a Alemania de la cual obtiene numerosos capitales para las construcciones ferroviarias.
Al término de estas dos guerras se realiza una nueva partición precaria de las áreas de influencia en los Balcanes con un acrecentado peso de los imperios centrales. En este juego entre las partes por encargo de los diversos imperialismos, es evidente la falta de una lucha revolucionaria nacional-popular como fue la de Francia de 1789 o la lucha de Polonia en la segunda mitad del siglo pasado. La burguesía no guía al pueblo en la lucha incondicionada por afirmar su propia identidad nacional, como mucho presta sus brazos y la sangre proletaria a las diversas potencias.
Al final de la I guerra mundial Rusia como potencia imperial salió momentáneamente de la escena, la dictadura proletaria habiendo destruido aquella "prisión de los pueblos" en la perspectiva de una revolución internacional, habría sido también de ayuda para el desarrollo de las atrasadas poblaciones del este de Europa. Aquí destacamos que un vacío de poder se abre en los Balcanes.
Alemania salió malparada de la guerra, casi incluso destruida. El tratado de Versalles anuló al Imperio Austrohúngaro y redujo el territorio de los Reich alemanes. Las pretendidas garantías de una ecuánime paz basada sobre la autodeterminación de los pueblos fue una tremenda mentira utilizada por los bandidos imperialistas vencedores para sus sucios juegos. Las fronteras fueron trazadas sin ningún respeto por los pueblos. Hungría vio más de un tercio de la población fuera de sus confines, fuertes minorías húngaras se encontraron desde entonces en Rumania, Yugoslavia, Checoslovaquia. Bulgaria perdió su salida al Egeo y se le negó la actual Macedonia habitada por eslavos de estrecha parentela con los búlgaros.
Pero fue en Yugoslavia donde se alcanzó la máxima hipocresía por parte de los aliados. Temiendo el próximo retorno a la escena de las potencias alemana y rusa, y siendo obvio que las pequeñas naciones hubieran sido una presa más fácil, los aliados crearon el reino de los Eslavos del Sur uniendo bajo la hegemonía serbia a Eslovenia, Montenegro, Croacia y Macedonia. Montenegro era la única región que, a causa de una presencia serbia secular, tenía una homogeneidad con la casa madre; los croatas, del mismo origen que los serbios, habían sufrido durante más de cinco siglos una dominación diferente que se verificaba en un alfabeto y una religión distintas. Por lo demás los eslovenos tenían poco que compartir con los macedonios o con los albaneses de Kosovo. El elemento de unión es verificable en la etimología misma del nombre Yugoslavia, es decir, eslavos del sur; ciertamente, aparte de los planes de los imperialismos, no había allí otra cosa.
En la entreguerra toda el área balcánica fue mantenida en un limbo provisional, en un equilibrio muy precario. Francia era demasiado débil y geográficamente desfavorecida para ejercer un papel de guía en la región. Las alianzas estipuladas entre varios países en función antirrusa y antialemana no resistieron mínimamente a la prueba de los hechos.
La invasión de Checoslovaquia por parte de Alemania marca el inicio de la inversión del status quo en los Balcanes, a la vuelta de poco tiempo todos los países pasan a estar bajo la hegemonía alemana. Grecia es el único bastión sólido en manos inglesas.
El paso de Yugoslavia a la órbita del Reich tiene lugar con un fuerte choque entre la componente serbia y la croata. Solo la intervención militar alemana hará inclinarse la balanza a favor de los croatas. Eslovenia será absorbida en parte por la Kunsterland y en parte por Italia, Croacia en cambio fue erigida en reino independiente así como Montenegro, bajo tutela italiana, que se anexionó buena parte de Dalmacia. Serbia fue sometida al mando directo militar de la Wermacht.
El movimiento de la resistencia se desarrolló en dos ejércitos contrapuestos, uno protegido por los aliados (Mihalovic), el otro por los rusos (Tito). Posteriormente a los acuerdos entre aliados y rusos, los aliados abandonaron al poco seguro Mihalovic reconociendo a Tito el papel de guía. Es célebre el informe de Churchill en sus memorias, donde recuerda que escribió sobre un pedazo de papel Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría: 90% para Rusia, 10% para los aliados; en el caso de Grecia se daban los mismos porcentajes pero invertidos los factores, Yugoslavia al 50%, contando con la aprobación del Bigotudo (Stalin).
En Yalta, con los porcentajes arriba citados fue repartida el área Balcánica. La ruptura "ideológica" de Tito se puede explicar muy bien con esos porcentajes del 50%. Pese a la nueva vía y a la cara humana del socialismo, lo que siempre había era la esclavitud asalariada, la economía mercantil, llamados con sustantivos diversos, tanto bajo la protección de los aliados y de Rusia como tras la primera guerra en función antialemana.
Es la crisis del capitalismo, y en particular del ruso, el motor de la guerra actual en Yugoslavia. El momentáneo vacío de poder dejado por la ex-URSS ha sido en seguida suplido, en parte, por la realzada potencia alemana. No por casualidad fueron precisamente Alemania junto a Austria (y al Vaticano) los primeros en reconocer a Eslovenia y Croacia. Las otras potencias, tras débiles intentos de convocar conferencias internacionales, han debido aceptar el hecho consumado de la disgregación yugoslava iniciando, sin embargo, los choques en el campo de batalla para establecer los confines "justos".
La historia no ha progresado ni un milímetro. Para oponerse al expansionismo alemán, que se apoya en los croatas, los EE.UU., Gran Bretaña y Francia maniobran sus propios peones para sus sucios intereses; Rusia por su parte, tras la tremenda bofetada, retoma también aunque con menor vigor su impulso hacia el Mediterráneo.
En un primer momento EE.UU. había jugado la carta serbia, enviando a un representante millonario de origen serbio, pero Rusia ha hecho oír su antigua voz y a los yanquis les ha tocado, aparentemente, desentenderse. El papel jugado por la ONU es también asqueroso, instrumento de los imperialismos vencedores de la segunda guerra mundial, en particular de Estados Unidos, quien tras mil dificultades debidas a la distancia y a la no poca tensión en la zona, intentan establecer su feudo directo, lo que no consiguió al final de la guerra mundial. Gran Bretaña, fiel aliada, está dispuesta a echar una mano. Francia querría ejercitar, tradicionalmente, una política autónoma pero tiene que disputar el puesto a las otras potencias imperialistas.
Italia, derrotada en la segunda guerra mundial y con algunas bases de la OTAN en su territorio, está obligada a servir a América aunque no despreciaría tomar un pedazo de Dalmacia o más allá: en Albania ya ha metido el pie, con respecto a lo que queda se mantiene a la expectativa en espera de un momento mejor.
Sin tener claro este cuadro histórico que el capitalismo no está en condiciones de resolver, la guerra yugoslava se hace incomprensible, las masacres, "noticias" inexplicables. Estas, conducidas a menudo por los mismos ejércitos contra la población que pretenden representar, como en el caso de las granadas disparadas sobre su propia gente, sirven para encender los ánimos, para implicar a los proletarios en una guerra que no sienten como suya.
Es significativo el hecho de que los ejércitos en el campo de batalla no son solo ejércitos nacionales constituidos por reclutamiento entre la población sino que son mercenarios en gran parte. Es también significativo que al inicio del conflicto, el ejército yugoslavo en manos de los serbios no haya sido utilizado por fenómenos de deserción, además de por las huelgas y las manifestaciones hostiles al desencadenamiento de la guerra.
La reivindicación, hoy mas que nunca, de los pueblos de los balcanes, agredidos y no agredidos, de la lucha por una identidad nacional es falsa, antihistórica y reaccionaria. Falsa porque no son los pueblos los que combaten, sino los diversos imperialismos que los utilizan como parachoques. En el crisol yugoslavo hay alianzas que duran una noche, la misma etnia se divide en frentes opuestos, como los musulmanes, encuadrada una parte de ellos con los croatas, otra parte con los serbios, y aun otra de manera autónoma.
Reaccionaria y antihistórica porque ya no hay más barreras feudales a abatir tales como para justificar una guerra nacional, por el contrario para los proletarios queda una única perspectiva, el abatimiento del monstruo capitalista. Ninguna solidaridad con los pueblos "oprimidos", la única opresión en el mundo entero es la del imperialismo con todas sus caras.
El nuevo equilibrio en los Balcanes es ultraprecario, la guerra que siembra la muerte lenta y la destrucción no está destinada a extinguirse por intervención de la virgen de Mudjgore, o de los enviados de paz. El choque interimperialista se hace cada vez más feroz; si se llega a una tregua, a un acuerdo entre los imperialismos, será sólo temporal y para preparar nuevos choques cruentos hacia la tercera guerra mundial.
Reencuentren los proletarios de los Balcanes y del mundo entero la
vía
que fue indicada por el Partido Socialista Serbio, que en los inicios
de
la I matanza mundial negó su apoyo a la ya reaccionaria burguesía
nacional, exponiendo la única vía a recorrer: la subversión
comunista del orden social.
LAS TESIS DE LA IZQUIERDA (I)
(extraído de la revista "Prometeo", núm. 5, enero-febrero
de 1947)
La elaboración contenida en este estudio que irá apareciendo
por partes en esta revista, fue el resultado de la reexaminación
efectuada por los grupos de la izquierda italiana sobre todas las
posiciones
del movimiento social y político en la situación acaecida
tras los siguientes acontecimientos fundamentales:
1) La crisis de la Internacional Comunista (constituida en Moscú
en 1919), y la del Partido Comunista de Italia (fundado en Livorno en
1921),
que conduce entre otras cosas, a la abierta ruptura desde el año
1926, de la tendencia de izquierda del P.C. de Italia con los
dirigentes
de Moscú y con la corriente centrista que los representa en Italia;
además de la crisis del Estado proletario ruso.
2) La afirmación en Italia y en otros países de las
nuevas formas totalitarias y dictatoriales del dominio burgués.
3) La segunda guerra mundial y la entrega de los partidos
socialistas
y comunistas a la propaganda bélica de las democracias capitalistas.
4) El aplastamiento militar del estado italiano, la caída
del régimen de Mussolini, la estipulación del armisticio
entre el gobierno de la coalición antifascista y las potencias
vencedoras.
El devenir de la sociedad burguesa capitalista, sus tendencias económicas mas recientes, el significado del imperialismo y de las grandes guerras mundiales, el significado de los modernos regímenes totalitarios en comparación con la democracia política burguesa, y en contraposición, las vicisitudes del movimiento de la clase proletaria, las crisis de la II y III Internacional, la suerte de las grandes batallas revolucionarias, son tratadas en este reexamen general, parte de él realizado mientras todavía duraba la guerra contra Alemania sobre el territorio italiano.
Dependiendo de una restauración de estos valores críticos,
que proyecten un haz de luz en el caos de los ideologismos vacíos
y de las falsas palabras lanzadas por todas partes a las masas
trabajadoras,
podrá determinarse la tendencia real que sirva de base a una victoriosa
reafirmación del partido de clase del proletariado, unida a la
reafirmación
de la Internacional proletaria y sobre la línea de la tradición
revolucionaria en el campo de la doctrina y de la acción.
El asalto de la duda revisionista
a los fundamentos
de la teoría revolucionaria marxista
El alcance de los más recientes acontecimientos es tan impresionante, que parece justificar un reexamen de todas las posiciones críticas acerca de la naturaleza del desarrollo del mundo moderno, incluso por parte del movimiento de vanguardia de la clase trabajadora. Basándose en esta necesidad y en el caos producido por las repercusiones de la guerra especulan los exponentes de las tendencias oportunistas -- expresión de la influencia burguesa sobre la ideología del proletariado -- con el fin de despedazar en las manos de éste, antes de las armas materiales, las de su crítica revolucionaria.
Según el planteamiento crítico formulado por el marxismo, el moderno sistema económico y de gobierno de la burguesía capitalista, describiendo en la historia una enorme parábola, surge del derrocamiento revolucionario de los regímenes feudales, efectúa la liberación de imponentes fuerzas productivas surgidas de los nuevos recursos técnicos a disposición del trabajo humano, y permite a estas, primeramente un ritmo cada vez más vasto, una expansión irresistible en todo el mundo conocido, pero, en un cierto estadio del desarrollo, no puede más contener en sus esquemas de organización social, estatal y jurídica estas enormes fuerzas, y cae en una crisis final por el revolucionario prorrumpir de la principal fuerza de producción, la clase trabajadora, que realizará un nuevo orden social.
También, según el marxismo, la vía a través de la cual esta clase alcanza su puesto de nueva protagonista de la historia es la de la organización de esa en partido político, depositario de la teoría crítica revolucionaria, que encuadra las fuerzas opuestas a la clase dominante, y las conduce en lucha contra ésta hasta la guerra civil, hasta la instauración de la dictadura del proletariado, que realizará la transformación del viejo mecanismo económico.
¿Son todavía válidos estos planteamientos? O por el contrario, como se ha sostenido desde tantas partes en todos los grandes giros de la historia comtemporánea, y como más que nunca hoy se sostiene, los eventos obligan a valorar de manera diferente estas abiertas antítesis entre fuerzas sociales y épocas históricas opuestas, e indican al proletariado, sobre todo en el cuadro de las tremendas formaciones de fuerzas materiales ofrecidas por la guerra, otras perspectivas y otras exigencias más urgentes que las de la superación definitiva del sistema burgués, perspectivas y exigencias que le inducen a asociaciones de fuerza con grupos políticos y nacionales de la clase dominante.
El interrogante, en los estadios históricos que precedieron a los colosales choques militares, estaba puesto en términos muy diversos, pero conducía siempre a apartar la orientación clasista de los estratos más resueltos de la clase trabajadora.
La sociedad burguesa parecía encaminarse, con el aumento de su riqueza y con la difusión de nuevas necesidades y de nuevos medios para satisfacerlas, hacia una forma más alta de la llamada vida civil; entonces, siempre tras una revisión de la diagnosis revolucionaria marxista, se preguntaba sugestivamente si no era posible evitando el sangriento epílogo de la guerra de clase, insertar en una placida y gradual desaparición de la sociedad burguesa el nacimiento de la nuevas fuerzas de la sociedad del trabajo.
Ante estas recientes y viejas dudas críticas, volvemos a presentar en sus términos esenciales la posición crítica propia del partido de clase del proletariado a la altura de los datos de estos nuevos tiempos.
El ciclo histórico de la economía capitalista
El modo capitalista de producción vive ya bajo los regímenes feudales, semiteocráticos y de monarquía absoluta, y tiene como característica económica el trabajo asociado, por el cual, cada obrero individualmente no puede efectuar todas las operaciones necesarias para la confección del producto y estas en cambio son confiadas sucesivamente a distintos operarios.
A este hecho técnico que deriva de los nuevos descubrimientos e invenciones, le corresponde el hecho económico de que la producción de las manufacturas y las fábricas vence por su mayor rendimiento y menor costo a la del taller del artesano, y el hecho jurídico de que el trabajador ya no es dueño del producto de su trabajo, y no puede ponerlo a la venta en el mercado. Aquel que detenta los nuevos medios técnicos y se convierte en el poseedor de los más complejos instrumentos de trabajo que permiten realizar el trabajo asociado, deviene propietario del producto, y a los colaboradores de la producción les paga una retribución en dinero.
El capitalista y el asalariado aparecen escindiéndose de la figura unitaria del artesano. Pero las leyes de la vieja sociedad feudal impiden que el proceso se generalice, inmobilizando con esquemas reaccionarios la disciplina de las artes y de los oficios, frenando el desarrollo de la industria que amenaza a la clase dominante de los propietarios terratenientes, obstaculizando el libre flujo de las mercancías dentro de las naciones y en el mundo.
La revolución burguesa nace de este contraste, y es la guerra social que los capitalistas desencadenan y dirigen para liberarse a si mismos de la servidumbre y de la dependencia de las viejas castas dominantes, para liberar las fuerzas de la producción de las viejas prohibiciones, y para liberar de las mismas servidumbres y de las mismos esquemas a las masas de artesanos y de pequeños propietarios, que deben surtir el ejército de los asalariados y que deben llegar a ser libres de llevar al mercado su fuerza de trabajo.
Es esta la primera fase de la época burguesa: la palabra del capitalismo en economía es la de la libertad ilimitada de toda actividad económica, de la abrogación de toda ley u obstáculo puesto por el poder político al derecho de producir, comprar, hacer circular y vender cualquier mercancía intercambiable por dinero, incluida la fuerza de trabajo.
En la fase librecambista, el capitalismo recorre en los diferentes países los primeros decenios de su grandioso desarrollo. Las empresas se multiplican y crecen, el ejército de trabajadores aumenta progresivamente en número, las mercancías producidas alcanzan cantidades colosales.
El análisis dado por Marx en El Capital de este clásico tipo de economía capitalista libre de cualquier vínculo estatal, y de las leyes de su desarrollo, facilita la explicación de las crisis de superproducción a las que conduce la carrera sin freno hacia el beneficio, y de las bruscas repercusiones por las cuales el exceso de los productos y la caída de su precio determinan periódicas oleadas de crisis en el sistema, cierre y quiebra de empresas, con la caída en la oscura miseria de multitud de trabajadores.
Con sus incurables contradicciones económicas, en el complicado proceso histórico lleno de multiformes aspectos locales, de avance y retroceso, de oleadas y contraoleadas, ¿tiene el capitalismo como clase social la posibilidad de reaccionar? Según la clásica critica marxista, la clase burguesa no poseerá nunca una teoría segura y un conocimiento científico del devenir económico, y debido a su propia naturaleza y a su razón de ser no podrá instaurar una disciplina sobre las potentisimas energías que ella ha suscitado, similar al clásico ejemplo del mago que no es capaz de dominar las potencias infernales evocadas por él.
Esto no hay que interpretarlo escolásticamente en el sentido de que el capitalismo carezca de toda posibilidad de prever y retardar, por lo menos, las catástrofes a que le conducen sus mismas vitales exigencias. Él no podrá renunciar a la necesidad de producir siempre más, y en su segundo estadio desarrollará sin freno su tarea de potenciar la monstruosa maquina de la producción, pero podrá luchar por la colocación de una masa cada vez mayor de productos que amenazarían ahogarlo, engrandeciendo hasta los limites del mundo conocido el mercado de su venta. Entra así en su tercera fase, la del imperialismo, que presenta nuevos fenómenos económicos y nuevos reflejos, que sirven para ofrecer ciertas soluciones a las crisis parciales y sucesivas de la economía burguesa.
Esta fase fue prevista, ciertamente, por Marx, ya que el desarrollo de la producción capitalista y la conexión de mercados lejanos son fenómenos originariamente e históricamente paralelos, y dialecticamente el propio descubrimiento de las vías de comunicación comercial ha sido uno de los factores principales del triunfo del capitalismo.
Pero el análisis de las características de esta tercera fase, en coherencia completa con el método marxista, nos lo ofrece Lenin en su ya clásico estudio sobre «El imperialismo como más reciente fase del capitalismo».
Las características de este tercer estadio capitalista, que ya eran evidentes en el período preparatorio de la primera guerra mundial, se hicieron aún más patentes después de ésta. El sistema capitalista ha sometido a una revisión importante los canones que lo inspiraban en su fase librecambista. La expansión en el mercado mundial de la masa de productos ha ido acompañada de un intento grandioso de controlar el juego desordenado de las oscilaciones de sus precios, del cual podía depender el hundimiento del colosal armazón productivo. Las empresas se sindicaron, salieron del individualismo económico, de la absoluta autonomía de la empresa burguesa típica, surgieron los carteles de producción, los «truts», se asociaron con rigurosos pactos las empresas industriales que producían las mismas mercancías, con el fin de monopolizar la distribución y fijar los precios libremente.
Y puesto que la mayoría de las mercancías constituyen al mismo tiempo el producto vendido por una industria y la materia prima adquirida por otra a continuación, surgieron los carteles verticales que controlan, por ejemplo, la producción de determinadas máquinas, fijando los precios de todos los pasos empezando por los de la originaria industria de extracción del hierro. A la vez se desarrollaron los bancos, los cuales, apoyándose en las más potentes agrupaciones capitalistas industriales de cada país, controlaron y dominaron a los productores menores, y fueron constituyendo en cada gran país capitalista, en círculos siempre restringidos, verdaderas oligarquías del capital financiero.
Esto, en la definición de Lenin, asume cada vez más un carácter parasitario.
El burgués ya no posee la clásica figura del capitán de industria, organizador y promotor de nuevas energías que utiliza los recursos y secretos de la nueva técnica con la inteligente habilidad organizativa de las modernas formas de trabajo asociado. Dios en su fábrica, como en el antiguo régimen lo era el feudatario en su tierra, romántico creador de la fusión de energías entre el mecanismo del que posee el secreto y los trabajadores, que lo ven más como a un jefe que como a un patrón.
Ahora, el director de las modernas fábricas es también un asalariado, más o menos cointeresado en las ganancias, un siervo dorado, pero aún un siervo. El burgués moderno no es un técnico de la producción, sino de la especulación, un recaudador de dividendos a través de un paquete de acciones de una fábrica que quizá no ha visto nunca, un componente de la estrecha oligarquía financiera, un exportador no ya de mercancías, sino de capitales y de títulos capitalistas, haz de papeles que pone en sus manos el control del mundo.
La clase dominante, siempre sujeta al dinamismo de la concurrencia entre las compañías emprendedoras, cuando se siente en los umbrales de la ruina halla un límite a la concurrencia con los nuevos esquemas monopolistas, y desde sus grandes centrales de especulación bancaria decreta la suerte de las empresas, fija los precios, vende a bajo precio cuando convenie a la consecución de sus fines, hace oscilar temerosamente los valores especulativos, e intenta con esfuerzos grandiosos constituir centrales de control y de contención del hecho económico, negando la incontrolada libertad, mito de las primeras teorías económicas capitalistas.
Para entender el sentido del extremo desarrollo de ésta tercera fase del capitalismo mundial, se debe, siguiendo a Lenin, relacionarla con el correspondiente desarrollo de las fuerzas políticas que la acompañan, fijando la relación entre capital financiero monopolista y estado burgués, y estableciendo sus conexiones con las tragedias de las grandes guerras imperialistas y con la tendencia histórica general hacia la opresión nacional y social.
El ciclo histórico
del dominio político de la burguesía
Paralelamente al desarrollo en el tiempo del modo de producción capitalista, hay que considerar el de las formas del poder político de la clase burguesa.
Como dice Engels, dos son los grandes descubrimientos sobre los que se asienta el comunismo científico, debidos ambos a Marx. El primero consiste en haber determinado la ley de la plusvalía, según la cual la acumulación de capital se basa en la extorsión continua de una parte de la fuerza de trabajo proletaria. La segunda es la teoría del materialismo histórico, según la cual los términos de las relaciones económicas y de producción nos suministran la causa y la explicación de los acontecimientos políticos y de toda la superestructura de opiniones e ideologías que caracterizan a las diferentes épocas y a los distintos tipos de sociedad.
Así, los fundadores de éste nuevo método teórico no aparecieron con el carácter mesiánico de puros ideólogos reveladores de nuevos principios, destinados a iluminar y arrastrar a las masas; por el contrario, son indagadores científicos de los datos ofrecidos por la historia pasada y por la estructura real de la sociedad presente, que esforzándose por liberarse en esta investigación de toda la influencia oscurantista de los prejuicios de tiempos pasados, tratan de fundar un sistema de leyes científicas capaces de representar y explicar correctamente la evolución histórica, y en el sentido científico y no místico de la palabra, prever las grandes líneas de los desarrollos futuros.
Mientras la clase burguesa se hacia grande, en una lucha de siglos, en el campo de la organización productiva y de la economía, y al mismo tiempo procuraba arrebatar a la clase feudal y teocrática su posición de fuerza en el gobierno del Estado, el reflejo de ese formidable choque de intereses, desarrollándose en un abierto conflicto de fuerzas armadas hasta el choque final revolucionario que conduce al poder a la burguesía, fue también una batalla de ideas y teorías.
Las viejas clases dominantes construían su superestructura doctrinal sobre los principios de la revelación y de la autoridad, ya que sobre tales principios se edificaba un derecho y unas costumbres sociales que facilitaban el control de las masas dominadas por parte de una oligarquía de guerreros, nobles y sacerdotes. La fuente de la verdad procedía de antiguas e inmutables tablas, dictadas por mentes y fuerzas superiores a la razón humana, normas constituyentes del vivir colectivo, y más próximo, en textos antiguos de sabios y maestros, a los cuales había que remontarse para deducir de la letra de los versículos y de los pasajes, la interpretación de toda nueva cuestión del saber y del obrar humano.
La naciente burguesía revolucionaria tuvo como arma la crítica desarrollada por el moderno pensamiento filosófico al principio de autoridad. Se lanzó audazmente y en todas direcciones a verter la duda sobre todas la concepciones tradicionales, proclamó contra el dominio de la autoridad el de la razón humana: minó el dogma religioso para poder socavar el andamiaje estatal feudal, fundado sobre la monarquía del derecho divino y sobre la solidaridad de clase entre la nobleza terrateniente y las jerarquías eclesiásticas.
Construyó así un nuevo y moderno andamiaje ideológico que quiso presentar como de alcance universal y definitivo, como triunfo de la verdad contra la mentira del oscurantismo religioso y absolutista. En efecto, este nuevo andamiaje ideológico, a la luz de la critica marxista, no es otra cosa que una nueva construcción correspondiente a las nuevas relaciones de clase y a las nuevas exigencias de la clase que asume el poder.
En el campo político, la burguesía dirigió el asalto revolucionario al poder del Estado, y se sirvió de éste para romper todas las viejas ataduras que impedían el desarrollo de las fuerzas económicas de las que era expresión.
La lucha se desarrolló como una guerra civil, una guerra de clase entre la guardia blanca del antiguo régimen feudal y las falanges revolucionarias burguesas.
En los aspectos clásicos de la revolución francesa era el Tercer Estado (la burguesía) el que primeramente reclamaba su parte en los ordenamientos públicos, que hasta entonces eran monopolio de la aristocracia y del clero, clases reaccionarias a las que muy pronto se proponía excluir radicalmente de toda influencia política.
Una nueva minoría dominante, la de los propietarios de las manufacturas y de las fábricas, y la de los grandes comerciantes sustituía a la antigua minoría privilegiada. Pero en realidad tal sustancial aspecto del traspaso no era abiertamente declarado por los pensadores y por los partidos del nuevo régimen; más bien ellos mismos no lo comprendían, aunque actuasen en el sentido de la irresistible presión de los nuevos y potentes intereses de clase.
Todo este movimiento, como en la lucha material utilizaba la fuerza de las masas de la población constituida por los pobres y los trabajadores (el Cuarto Estado), también en el planteamiento ideológico alardeaba de inspirarse en los principios correspondientes a los intereses generales; y una vez más estos principios no eran interpretados y presentados como formas transitorias superpuestas a un especial giro de las relaciones sociales, sino como valores absolutos y universales que regulan el devenir de la humanidad. La superstición de las antiguas mitologías era ridiculizada, y en nombre de la duda científica, de la libre crítica y de la razón era proclamada una nueva mitología de conceptos y de valores generales, y las declaraciones revolucionarias de los burgueses vencedores hablaban de los Derechos del hombre y del ciudadano, proclamaban el advenimiento de la Libertad, la Igualdad, y la Fraternidad como acervo de todos los hombres.
De cualquier modo, en este giro histórico, el Cuarto Estado, la gran masa de trabajadores sacrificados en viejas y nuevas formas al bienestar de las castas privilegiadas, no podía ni poseer las armas críticas para comprender el alcance real de ese traspaso, ni dudar en apoyar a la burguesía revolucionaria en su fase asaltante y heroica contra las posiciones del pasado.
En tal fase, para la política burguesa sus reivindicaciones filosóficas que piden la libertad de opinión y de acción política para todos, no entran en contradicción alguna con el uso en la lucha de todos los medios de la dictadura y del terror contra los retornos armados de las fuerzas de los viejos regímenes en la guerra civil, y en las agresiones desde más alla de sus fronteras. El burgués sans-culotte ateo y enciclopedista no encuentra contradicciones entre la Cruzada por la nueva Diosa Libertad y el empleo sistemático de la guillotina para cortar a su enemigo de clase la libertad de moverse en defensa de sus antiguos privilegios. El naciente proletariado cree en la promesa de la libertad para todos, pero ayuda a la burguesía llegada al poder en la represión despiadada de los contrarrevolucionarios.
Por lo tanto, la primera fase del dominio político burgués consiste en la lucha revolucionaria armada para conquistar el poder, y en el ejercicio de una dictadura de clase para extirpar todos los residuos de la vieja organización social y reprimir cualquier tentativa de recuperación reaccionaria.
A esta primera fase del régimen político burgués, con la complejidad de sus aspectos en los diferentes países modernos, y con una alterna sucesión de conatos de reacción absolutista y de nuevas oleadas revolucionarias que termina con el hundimiento de aquellos, le sigue generalmente en el mundo moderno y en los países con mayor desarrollo económico un segundo y largo estadio, en el cual los horrores y los excesos de la revolución aparecen relegados en la sombra, y la nueva clase dominante, asentada sólidamente en el control político de la sociedad, logra ostentar de la mejor manera la pretendida coherencia en su gestión del mundo, con todo el equipo metafísico de sus ideologismos de libertad, justicia e igualdad.
En el puro derecho ya no hay más castas separadas, todos los ciudadanos tienen teóricamente la misma relación con el Estado, y tienen la misma facultad de delegar en sus órganos a los representantes que ellos prefieren y que mejor reflejan sus opiniones y también sus intereses.
El sistema parlamentario de la democracia burguesa vive su época áurea, y proclama que después de la fundamental promulgación de la igualdad jurídica y política la vía está abierta, sin ulteriores choques revolucionarios y sin repetir ya la tragedia del terror, a todo desarrollo hacia una mejor convivencia de los hombres en un estado social mejor.
La crítica proletaria revolucionaria ya desde algunas generaciones ha desenmascarado radicalmente ésta gigantesca mentira. La libertad política y jurídica corresponde en la real valoración económica de las relaciones, a la libertad de vender el propio trabajo, lo que efectivamente es una condición de cruel necesidad para la mayoría de los hombres, no presentando otra alternativa que el hambre.
En política, el Estado no es la expresión de la voluntad mayoritaria popular, sino el comité de los intereses de la clase burguesa dominante, y el mecanismo parlamentario no puede responder más que a favor de los intereses de ésta.
En filosofía, el dominio de la razón no es más que un engaño, ya que el libre uso del cerebro humano, arrancado por lo que parece a las prohibiciones de las excomuniones de los curas y de los rigores de la policía absolutista, no es sino una ilusión, dado que lo limita bastante más despiadadamente la negada posibilidad y libertad de satisfacer las exigencias fisiológicas materiales que condicionan toda la dinámica del individuo.
Según el planteamiento romántico de la literatura burguesa de éste período arcádico, en cada pueblo había un apagavelas (el cura), y una luz (el maestro); pero la mentira del educacionismo y del culturalismo democrático está en el hecho de que no se puede esperar del hombre, que consiga primero una libre y consciente opinión y que después obtenga la posibilidad de satisfacer sus intereses y sus apetitos; porque más bien la vía científicamente lógica es la contraria, ya que el hombre deberá primero comer bien y después podrá opinar bien.
Además de la crítica de los revolucionarios proletarios, los hechos van dispersando en el limbo de los fantasmas del pasado, a este andamiaje hipócrita de la ideología democrática. Mientras los choques entre las clases, divididas en los mismos países por intereses opuestos no han callado nunca, a pesar de todas las panaceas del sistema representativo burgués, el desarrollo de las nuevas formas económicas monopolistas del capitalismo y la lucha por el predominio colonial, han precipitado a los pueblos en crisis impresionantes y en sangrientas masacres que han superado ampliamente a las de la época del avance revolucionario de la burguesía.
El capitalismo no solamente ha tenido una lógica necesidad de la violencia armada para abrir la vía del devenir histórico, sino que emplea y produce violencia en cada fase de su desarrollo.
A medida que el potencial de la producción industrial se eleva, crece en número el ejército de trabajadores, y al mismo tiempo se hace más precisa la conciencia crítica del proletariado, y se robustecen sus organizaciones, la clase burguesa dominante, paralelamente a la transformación de su praxis económica, de liberal a intervencionista, tiene la necesidad de abandonar su método de aparente tolerancia de las ideas y de las organizaciones políticas por un método de gobierno autoritario y totalitario; y en esto reside el sentido general de la época presente. La nueva dirección de la administración burguesa del mundo se sirve del hecho innegable de que todas las actividades humanas, por el mismo efecto de los progresos de la ciencia y de la técnica, se desenvuelven desde la autonomía de las iniciativas aisladas, propias de sociedades menos modernas y complejas, hacia la institución de redes cada vez más densas de relaciones y de dependencias en todos los campos que gradualmente van cubriendo el mundo entero.
La iniciativa privada ha cumplido sus prodigios y ha batido sus récord de las audacias de los primeros navegantes con sus empresas temerarias y feroces de colonización de las partes más lejanas del mundo. Pero ahora cede el paso frente al predominio de los formidables entrelazamientos de la actividad coordinada, en la producción de las mercancías, en su distribución, en la gestión de los servicios colectivos, y en la búsqueda científica en todos los campos.
No es pensable una autonomía de iniciativas en una sociedad que dispone de la navegación aérea, las radiocomunicaciones, el cine, la televisión, descubrimientos todos de aplicación exclusivamente social.
También la política de gobierno de la clase imperante, desde varios decenios a esta parte y con ritmo cada vez más decidido, evoluciona hacia formas de estrecho control, de dirección unitaria, de estructura jerárquica fuertemente centralizada.
Este estadio y ésta forma política moderna, superestructura que nace del fenómeno económico monopolista e imperialista, previsto por Lenin desde el año 1916 al decir que las formas políticas de la más reciente fase capitalista solo pueden ser de tiranía y de opresión, esta fase que tiende a sustituir generalmente en el mundo moderno a la del liberalismo democrático clásico, no es otra que el fascismo.
Enorme error político e histórico es confundir este surgir de una nueva forma política impuesta por los tiempos, consecuencia y condición inevitable del sobrevivir del sistema capitalista de opresión, con la erosión de sus contrastes internos, con un retorno reaccionario de las fuerzas sociales de las clases feudales, las cuales amenazan con sustituir las formas democráticas burguesas por medio de una restauración de los despotismos del «antiguo régimen»; mientras que la burguesía ya desde hace siglos ha puesto fuera de combate y ha aniquilado en la mayor parte del mundo a estas fuerzas sociales feudales.
El que sienta mínimamente el efecto de esta interpretación y siga mínimamente las preocupaciones y sugestiones de ésta, queda fuera del campo y de la política comunista.
La nueva forma con la que el capitalismo burgués administrará el mundo, hasta que no lo derribe la revolución del proletariado, va haciendo su aparición con un proceso que no es descifrado con los banales y escolásticos métodos del crítico filisteo.
Por parte marxista no se ha tenido nunca en cuenta la objeción de que el primer ejemplo de poder proletario debiera haberse dado en un país industrial adelantado, y no en la Rusia zarista y feudal, en cuanto que la sucesión de los ciclos de clase es un hecho internacional y un juego de fuerzas a escala mundial, que localmente se manifiesta donde concurren la condiciones históricas favorables (guerra, derrota, supervivencia excesiva de regímenes decrépitos, buena organización del partido revolucionario, etc..)
Menos todavía nos debemos sorprender si las manifestaciones del paso del liberalismo al fascismo pueden presentar dialécticamente entre los distintos pueblos las más variadas sucesiones, ya que se trata de un paso menos radical, en el cual no es la clase dominante la que cambia, sino solo la forma de su dominio.
El fascismo puede definirse desde el punto de vista económico como un intento de autocontrol y de autolimitación del capitalismo tendente a frenar con una disciplina centralizada los aspectos más alarmantes de los fenómenos económicos que conducen a volver incurables las contradicciones del sistema.
Desde el punto de vista social puede definirse como el intento por parte de la burguesía, nacida con la filosofía y la psicología de la absoluta autonomía e individualismo, de darse una conciencia colectiva de clase, y de contraponer sus propias formaciones y encuadramientos políticos y militares, a las fuerzas de clase que se determinan amenazadoramente en la clase proletaria.
Políticamente, el fascismo constituye el estadio en el cual la clase dominante denuncia como inútiles los esquemas de la tolerancia liberal, proclama el método de gobierno de un solo partido, y liquida las viejas jerarquías de sirvientes del capital, demasiado cangrenadas en el uso de los métodos del engaño democrático.
Ideológicamente, en suma, el fascismo (y con ello revela que no solo no es una revolución, sino que ni siquiera es un seguro y universal recurso histórico de la contrarrevolución burguesa) no renuncia, porque no puede hacerlo, a ostentar una mitología de valores universales, y a pesar de ello habiéndolos invertido dialécticamente, hace suyos los postulados liberales de la colaboración entre las clases, habla de naciones y no de clase, proclama la equivalencia jurídica de los individuos, hace pasar siempre su propio andamiaje estatal como reposante en toda la colectividad social entera.
Los puntos de apoyo de la nueva mitología burguesa no serán más la Libertad, la Igualdad, sino la Nación, la Patria, la Raza, y el Estado mismo casi deificado.
En cada obstáculo teórico y filosófico, servirán los mismos recursos con que el filisteo burgués buscaba evitar el desenmascaramiento realista y científico de su aparato ideológico, los insuprimibles y sobrehumanos valores del espíritu, que se supone ínsito en la mente del hombre, o producido por una divinidad complaciente siempre por las recetas farisaicas de todos los parásitos y de todos los opresores.
De toda formas, economicamemte con el monopolismo y el capitalismo de Estado, socialmente con el abierto asalto blanco a las formaciones de clase del proletariado revolucionario, políticamente con la supresión más o menos acelerada del bufonesco griterío de los múltiples partidos, y de los multicolores escribas del ambiente parlamentario, ideológicamente con el empleo de todo el bagaje embaucador de las supuestas ideas universales y de las investiduras de misiones supremas, el capitalismo pasará en cualquier parte a través de esta fase, sabiendo que se encuentra ante la alternativa de dispersar e impedir el avance de la clase revolucionaria, o tener que caer en la catástrofe final.
Una primera manifestación histórica de esta tercera fase se ha dado en Italia, no ciertamente por las especiales características del desarrollo del capitalismo italiano, sino por la concurrencia de condiciones de la historia internacional que ha influido sobre las vicisitudes italianas; una guerra victoriosa pero con consecuencias similares a las de una derrota, una crisis económica causada por la alta densidad de población y la falta de mercados donde dar salida a las mercancías y a la fuerza de trabajo, un impulso hacia delante intencionado de una política autónoma y extremista de la clase explotada, una inestabilidad histórica relativa del aparato estatal, etc...
Una manifestación de alcance distinto ha tenido lugar en Alemania, donde el capitalismo, sobre la trama de una potente estructura productiva que queda intacta tras perder la guerra, ha intentado acelerar el proceso para igualarse con los capitalismos rivales, cuando estos lo han estrechado en un cerco de acero, dentro del cual la presión de las fuerzas sociales contrastantes ha alcanzado la máxima exasperación; donde se había puesto del modo más inexorable el dilema histórico mostrado por Lenin al mundo en 1919: organización mundial de la economía por parte del capitalismo o por parte del trabajo -- dictadura despiadada de la burguesía o dictadura del proletariado.
Lenin estableció que es un reaccionario quien, en la diagnosis económica, se ilusiona con que el capitalismo monopolista y estatalista pueda retroceder al capitalismo liberal de la primera forma clásica. De la misma manera, hoy podemos afirmar claramente que también lo es, quien persigue el milagro de una reafirmación del método político liberal democrático contrapuesto al de la dictadura fascista, con la que en un cierto punto de la evolución, las fuerzas burguesas aplastan con una táctica frontal las autónomas organizaciones de clase del proletariado.
La doctrina del partido proletario debe colocar en sus cimientos la condena de la tesis que afirma que, ante la fase política fascista del dominio burgués, deba darse la consigna del retorno al sistema parlamentario democrático de gobierno, mientras por el contrario la perspectiva revolucionaria es que la fase totalitaria burguesa finaliza rápidamente su tarea y se somete al prorrumpir revolucionario de la clase obrera, la cual, lejos de llorar el fin sin remedio de la mentirosa libertad burguesa, pasa a triturar con su fuerza la Libertad de poseer, de oprimir y de explotar, bandera del mundo burgués desde su nacimiento heroico entre las llamas de la revolución antifeudal, hasta su devenir en la fase pacifista de la tolerancia liberal, y hasta su despiadado revelarse en la batalla final por la defensa de las instituciones, del privilegio y de la explotación patronal.
La guerra en curso la han perdido los fascistas, pero ha sido ganada por el fascismo. A pesar del empleo a gran escala de la propaganda democrática, el mundo capitalista, habiendo salvado, también en esta tremenda crisis, la integridad y la continuidad histórica de sus poderosas unidades estatales, realizará un grandioso esfuerzo ulterior por dominar las fuerzas que lo amenazan, y actualizará un sistema cada vez más cerrado de control de los procesos económicos y de inmovilización de la autonomía de cualquier movimiento social y político que amenace con perturbar el orden constituido. Igual que los vencedores legitimistas de Napoleón debieron heredar el andamiaje social y jurídico del nuevo régimen francés, los vencedores de los fascistas y de los nazis, en un proceso más o menos breve, o más o menos claro, reconocieron con sus actos, aunque lo nieguen con vacías proclamaciones ideológicas, la necesidad de administrar el mundo, tremendamente alterado por la segunda guerra imperialista, con los métodos autoritarios y totalitarios que fueron primeramente experimentados en los estados vencidos.
Esta verdad fundamental, más que ser el resultado de difíciles y aparentemente paradójicos análisis críticos, cada día más se manifiesta en el trabajo de organización por el control económico, social, y político del mundo.
La burguesía, que en el pasado fue individualista, nacional, librecambista, aislacionista, hoy tiene sus congresos mundiales, y al igual que la Santa Alianza intentó detener la revolución burguesa con una internacional del absolutismo, así hoy el mundo capitalista intenta fundar su Internacional, que no podrá ser más que centralista y totalitaria.
¿Logrará esta su cometido histórico esencial, que
bajo la consigna de la represión del resurgir del fascismo, es en
cambio, de hecho y cada vez más manifiestamente, la de reprimir
y hacer añicos la fuerza revolucionaria de la Internacional del
proletariado?
(1ª parte) [ 2 ]
En el transcurso de este siglo, pero sobre todo en las últimas décadas, una nueva y original interpretación (los modernos inquisidores eluden el uso del término herejía, demasiado hiriente, que no encaja bien en esta era en la que los nuevos valores eternos de la democracia son ensalzados también por ellos como lex populorum suprema) del evangelio está originando una especial perturbación dentro del mundo católico.
La nueva interpretación posee dos elementos que la diferencian de cuantas la han precedido. En primer lugar, y éste es el origen de la discrepancia con Roma, pretende adaptar aquellas "partes más accesibles" del marxismo con la finalidad de hacerlas compatibles con la doctrina de la Iglesia. Y en segundo lugar no se manifiesta bajo la forma de un ataque frontal y abierto hacia los dogmas y la jerarquía de la Iglesia. Es el primer aspecto el que nos interesa a nosotros, en cuanto que afecta directamente a los pilares de nuestra doctrina.
Actualmente, los exponentes del Mysterium Liberationis, la
enésima
herejía, en su intento por conjugar el marxismo y el mensaje,
han encontrado la firme oposición de Roma (y la nuestra, y esta
coincidencia
no
hace sino remarcar con nitidez aún mayor el profundo e insalvable
foso existente entre las dos escuelas adversarias): para Roma (y para
nosotros)
marxismo y cristianismo son IRRECONCILIABLES.
El curso pasado - De la subversión social a la religión estatal
La crítica vulgar de la religión (utilizamos aquí el término religión en un sentido genérico) se caracteriza por su intento de explicar este fenómeno social como la obra de impostores que, con sus absurdidades se han aprovechado de la ingenuidad de sus semejantes, con el objetivo de vivir a su costa sin trabajar. Esto, como mucho, no deja de ser en último término más que una constatación, una mera presentación de los efectos del fenómeno, que pasa por alto la necesaria búsqueda y el necesario análisis de las causas. Solo el materialismo histórico puede realizar tal tarea, y así lo ha hecho, presentando las causas, que por muy distorsionadas que aparezcan, siempre hunden sus raíces en las condiciones económicas y sociales del periodo en estudio. Tal metodología liquida y hace desaparecer para siempre, dentro del campo de la polémica científica e histórica, el banal recurso a la intrínseca maldad del ser humano, simpleza que si todavía hoy domina poderosamente la mentalidad de las grandes masas, lo hace atizada con intereses de conservación social por la clase capitalista dominante.
Una religión de la importancia y trascendencia histórica del cristianismo solo se liquida científicamente con la aplicación del método marxista. Solo «cuando se sabe explicar su origen y su desarrollo en las condiciones históricas de las cuales ha surgido y que llega a dominar. Esto es válido de modo especial para el cristianismo» (Engels, Bruno Bauer y el cristianismo primitivo, Sozialdemokrat. nº 19-20, 4-11 de mayo de 1882).
* * *
En el momento de la aparición del cristianismo grandes virajes históricos se estaban gestando dentro de la sociedad imperial romana. La, en otros tiempos, vigorosa república campesina, que había extendido sus dominios por todo el Mediterráneo tras larga y feroz disputa con su gran rival Cartago, se hallaba en el siglo I en plena crisis social.
Varios siglos de incesantes guerras de conquista trajeron consigo la ruina del campesino libre romano y la acumulación de vastas propiedades agrarias en manos de unas cuantas familias patricias. Roma no solo adoptó de Cartago, entre otras cosas, su arte de la construcción naval sino también los métodos de la agricultura extensiva, aplicables solo con el empleo de grandes masas de trabajadores esclavos. Esta forma de agricultura trajo consigo el desarrollo de las técnicas agrarias (1). Pero como contrapartida, en un cierto grado de su desarrollo, el rendimiento económico dejó de estar en consonancia con los adelantos técnicos. La causa de este fenómeno se halla en el odio del esclavo, atormentado por el trabajo, la fatiga y los malos tratos (esto último sobre todo mientras fue una mercancía barata), hacia su explotador. Este odio se materializaba en un trato descuidado del ganado, aperos e instalaciones. La consecuencia directa de esto era que los propietarios, pese a la brutalidad de sus castigos, al no poder desterrar tales prácticas de autodefensa por parte de los esclavos, se veían obligados más tarde o más temprano a emplear medios rudimentarios de producción.
Mientras que estos campesinos libres romanos abundaron, constituyeron la base de reclutamiento del ejército. Pero a medida que las guerras, la gran propiedad y los usureros los hacían desaparecer se hizo necesaria la incorporación de elementos extranjeros mercenarios. Cuando esto se generalizó las conquistas romanas se detuvieron pues mantener un ejército de estas características resultaba demasiado caro. El siguiente elemento de esta cadena de causas-efectos fue la escasez de esclavos y su encarecimiento debido a que las guerras y sus rapiñas ya no los suministraban en el número adecuado. Todo esto repercutió directamente en la gran producción agraria y en la extracción de mineral. Se estaban sentando por consiguiente las sólidas bases que llevarían al Imperio de la decadencia a la destrucción.
Cuando una forma social entra en su fase agónica, que puede incluso prolongarse durante un periodo más o menos largo, debe exteriorizar los síntomas de esa agonía abarcando todos los aspectos de la vida cotidiana. Esto se manifiesta de manera particularmente evidente en las sociedades divididas en clases sociales con intereses antagónicos, y la romana del siglo I y posteriores es un claro ejemplo de ello.
Kautsky, en su libro Orígenes y fundamentos del cristianismo (escrito en 1908, cuando aún era marxista, parafraseando a Lenin) hace una completa descripción del ambiente social que reinaba en el Imperio en el periodo de la aparición del cristianismo. Lo resumiremos con una cita breve pero sustanciosa: «En la Era Imperial todas las organizaciones sociales antiguas están desintegrándose; no solamente los clanes, sino también las casas de las grandes familias. Cada hombre piensa solamente en sí mismo, los lazos familiares se disuelven, lo mismo que los políticos». Es esta la época de la gran difusión del estoicismo como conjunto de normas éticas y morales, de la credulidad y la milagrería, de la prédica regeneracionista y de la búsqueda de un redentor capaz de poner las cosas en su sitio, restableciendo las antiguas costumbres tan añoradas (en una cierta medida el cesarismo expresaba perfectamente este anhelo de la sociedad).
Todas estas corrientes de pensamiento y de opinión encontrarán un formidable medio de difusión en la red viaria romana, que abarcaba todo el imperio. No solo viajarán por ella los esclavos que en las terribles condiciones descritas por Plinio trabajarán y morirán en las minas astures, o las sedas y perfumes orientales que adornarán la licenciosa vida de los patricios romanos, sino también una peligrosa doctrina subversiva fruto de este flujo recíproco entre occidente y oriente. De cómo se originó esta doctrina hablaremos a continuación.
La Palestina romana del siglo I no se substrae en absoluto al ambiente de plena descomposición social reinante en la mayoría del Imperio. Kautsky, en su obra antes citada, se sirve del historiador Flavio Josefo (La guerra de los judíos) como fuente de primer orden al vivir directamente los acontecimientos que se dieron en Palestina en aquellos años turbulentos (2).
Josefo nos ofrece una visión más o menos pormenorizada del ambiente de confusión y efervescencia social reinante en Judea por aquel entonces. Las agitaciones y los tumultos callejeros estaban a la orden del día, y evidentemente no son más que el reflejo de los conflictos de clase existentes entre los judíos, agudizados por la opresión romana.
La sociedad judía de la época ofrece un panorama social y político bastante bien definido. Por un lado el alto clero y los ricos estaban representados por el partido de los saduceos; el clero medio y los intelectuales por los fariseos y los elementos proletarios más combativos por los celotes, que daban a sus acciones conspirativas un marcado carácter antirromano.
Aparte de una infinidad de campesinos y pescadores pobres, en el medio rural encontramos a la secta de los esenios, practicantes de un comunismo de consumo en sus colonias agro-pecuarias, que en cierta forma serán los precursores de las comunidades monásticas que surgirán siglos más tarde. Las relaciones políticas entre el campo y la ciudad debieron ser frecuentes, y en ocasiones bastante estrechas, pues no es raro encontrar a numerosos esenios participando en los tumultos de Jerusalén, de tal forma que muchos de ellos sellarían su suerte con la del resto de los judíos tras la destrucción de Jerusalén en el año 70 dC.
En el periodo que nos ocupa asistimos a una doble opresión de las masas pobres judías, por un lado la del clero (3) y los saduceos, y por otra la del invasor romano con sus rapiñas. Será la agudización de esta doble opresión lo que determine una progresiva influencia de los celotes sobre las masas del pueblo y su alejamiento de los fariseos, más proclives al compromiso que a la lucha.
Así, tras numerosos intentos insurreccionales conducidos por mesías y visionarios de todo tipo, llegamos a la gran insurrección del año 66 dC. Las masas pobres de Jerusalén se sublevarán contra el gobernador romano Floro, extendiéndose la insurrección por toda Judea. La oposición de los saduceos y de gran parte de los fariseos a secundarla generó una guerra civil abierta entre los judíos.
En esta atmósfera tan cargada de espiritualidad es donde surgió la primitiva congregación cristiana. En un principio la nueva secta representó la fusión en Jerusalén de los elementos revolucionarios del judaísmo (celotes y esenios) con un específico carácter proletario. Sumemos a esto los elementos suministrados por las corrientes ideológicas predominantes en la época: el estoicismo de Filón de Alejandría y Séneca, tal y como puso de manifiesto la crítica científica alemana de la Biblia, con Bruno Bauer al frente.
La unidad estatal romana, con sus vías de comunicación tanto terrestres como marítimas, imprimió a todos los grandes acontecimientos de la época, ya fuesen políticos, religiosos, culturales o puramente técnicos, un sello internacional. El mismo que distinguió a un sector de la primitiva congregación cristiana que, a diferencia del sector judaizante, se mostraba más abierto hacia los paganos, negando la necesidad de profesar la fe judía para ingresar en la congregación. La destrucción de Jerusalén, principal baluarte del judaísmo, por las tropas de Tito marcó el inicio del predominio de los cristianos paganos sobre los cristianos judíos, contribuyendo a una difusión aún mayor del cristianismo por todo el mundo romano (4), aunque ya fuera de su marco natural de nacimiento perdería una parte de su contenido original (5).
Pero de lo que no cabe ninguna duda es de que la primitiva congregación cristiana profesaba un verdadero odio de clase. Y esto es algo que ni siquiera las posteriores falsificaciones, efectuadas para suavizarlo en los textos evangélicos y en los epistolarios han podido borrar totalmente. El desprecio hacia las riquezas y hacia quienes las detentaban; el comunismo como división de bienes; el rechazo de la esclavitud; considerar a la familia tradicional como un elemento perturbador; la negación de toda autoridad terrenal; y presumiblemente el uso de la violencia, eran elementos suficientes como para declarar al cristianismo "superstición nueva y dañina" (Suetonio), y a sus seguidores exponentes del "odium generis humanis" (Tácito, Plinio, Celso).
¿No hay en todo esto algo que nos recuerde en cierta medida, las objeciones de la burguesía hacia el comunismo, tal y como aparecen reflejadas en el Manifiesto Comunista?
No pasaremos por alto otro de los aspectos que llamaría poderosamente la atención de los decadentes romanos paganos, y éste era el particular culto de los cristianos, que prescindía por completo de templos, altares, imágenes y sacrificios (6). Precisamente los elementos que progresivamente, adoptará la Iglesia del paganismo en su curso degenerativo hasta llegar a la actual cota de sobresaturación.
Pero si queremos hacernos una idea más o menos fidedigna de lo que tuvo que ser el cristianismo en sus primerísimos años no hay más que leer el llamado Apocalipsis de Juan. Este texto, que dadas las condiciones de persecución de la época debía adoptar necesariamente este carácter de texto cifrado, pertenece a los primeros años del cristianismo. Gracias a la crítica alemana, sobre todo con Ewald Lücke y Ferdinand Benary, se pudo interpretar científicamente en el siglo pasado esta profecía, situando con exactitud la fecha en que fue escrita (7).
La nueva doctrina sacudió fuertemente los cada vez más débiles cimientos de la decadente sociedad imperial romana, y las sangrientas persecuciones decretadas contra ella y sus adeptos corroboran el contenido subversivo que la acompañó, al menos en una primera fase. Este mensaje revolucionario y desestabilizador del cristianismo se irá debilitando hasta desaparecer por completo, circunstancia que le abrirá las puertas del reconocimiento legal primero y del palacio imperial como religión estatal después.
El desarrollo de las comunidades cristianas en un medio esencialmente urbano, y su carácter clandestino llevaron necesariamente a un alejamiento progresivo del comunismo originario. Éste se limitó finalmente a la comida en común y a la ayuda mutua entre los miembros de la congregación, que poco a poco iría creciendo en número. Este crecimiento llevaría también el germen de la disgregación, pues a medida que las funciones de administración se hacían más complicadas, se hizo necesario instaurar un cargo administrativo retribuido por los adeptos, el obispo. A él se sumaron otra serie de cargos para atender las distintas necesidades. Cómo este clero llega a dominar a la congregación se explica por razones históricas materiales, y no recurriendo a la corruptibilidad intrínseca del hombre (concepto muy en boga por todas partes actualmente).
El mismo concepto de la ayuda mutua, en una organización de pobres
y desposeídos, llevaría necesariamente a buscar la manera
de poder satisfacer esa necesidad. De ahí que la congregación
comenzase a poseer propiedades y bienes, abriéndose un proceso de
aproximación hacia los ricos, que poco a poco verían con
buenos ojos la nueva doctrina a medida que perdía su contenido clasista
original. Hasta que finalmente la ideología sucumbió ante
las condiciones económicas que la llevarían a convertirse
en religión oficial del imperio. Por lo tanto, y para decirlo de
una manera un tanto formularia, la declaración del cristianismo
como religión oficial del estado romano equivale a su muerte
escriturada
y definitiva como doctrina de los pobres y oprimidos. La imposibilidad
de retornar a ese comunismo, y a esa fraternidad originales acompañará
a todos los intentos que instintivamente se lo propusieron. Ese comunismo
y
esa fraternidad, como producto que fueron de las condiciones
históricas
de su época, desaparecieron inevitablemente con ellas, y sin
posibilidad
de retorno bajo las formas con las que se revistieron.
Reseña de las primeras escisiones
El carácter proletario de los primitivos cristianos ayuda a comprender también la facilidad con la que se iría tergiversando el contenido original de la nueva doctrina.
En aquella época, la existencia de una inmensa mayoría de la población forzosamente analfabeta e inculta, hizo que la transmisión oral fuera el medio más utilizado para conservar las enseñanzas del Maestro (8). Esto facilitaría enormemente el posterior trabajo de falsificación, añadidos y rectificaciones, muchas veces burdamente contradictorias, que aparecen en el Nuevo Testamento. De ahí que nos hayan llegado muy pocos documentos realmente originales del cristianismo primitivo, y que el actual bloque doctrinal (agrupando a las numerosas ramas en las que se presenta hoy dividido) sea el resultado de todo un proceso histórico en el que como religión universal, surgida sobre el tejido imperial romano, y de las ideologías de los pueblos que lo componían (9), la transformación doctrinal se ha ido modificando más o menos aceleradamente con el cambio en los modos de producción.
Hasta donde nos permiten remontarnos las fuentes documentales, la primera escisión surgiría entre los adeptos paganos y los judíos, de lo que ya se ha hablado con anterioridad. Pero del carácter multiforme y variopinto de las primeras congregaciones dan fe las llamadas cartas de San Pablo contenidas en el Nuevo Testamento, así como los escritos de autores cristianos de esos primeros siglos. La lista de las corrientes heréticas de cuya existencia tenemos noticias es amplia: gnósticos, marcionistas, montanistas, etc. No obstante en casi todas ellas se deduce un elemento común: su autoproclamación como restauradores del evangelio original, por lo que queda claro que en muchos casos se trataría de movimientos de oposición al curso degenerativo de la Iglesia oficial. Acerca del contenido de las discrepancias teológicas deben adoptarse ciertas precauciones, pues las fuentes que han llegado hasta nosotros son precisamente las de los vencedores en la contienda. En cierta manera es como si se quisiese comprender el verdadero carácter de la Oposición rusa al estalinismo utilizando exclusivamente las Obras Completas de Stalin.
Kautsky (op. cit.) toca de pasada este periodo haciendo mención únicamente a la secta de los circunceliones y a los donatistas, que en el siglo IV, tras el reconocimiento de la Iglesia por Constantino, predicaban una hostilidad abierta contra los ricos y los poderosos, llegando incluso a la resistencia armada contra el clero corrompido y el Estado romano. Añadiremos a cuanto dice Kautsky sobre este particular que este movimiento tomó tal magnitud que Constantino convocó un sínodo, de obispos, en Roma en el año 313 para condenar el donatismo (10). Lo que se ha presentado como un "milagro", es decir la conversión de Constantino, tiene unas raíces tan sobrenaturales como lo es el apoyo financiero que recibió de la Iglesia en las guerras civiles que por entonces sacudían el Imperio. El año 313 en realidad, marca el comienzo de una nueva era para el cristianismo, pues el poder estatal romano toma ya partido abiertamente por la jerarquía eclesiástica, y el Edicto de Milán reconoce la libertad de culto para los católicos, dispensando al clero de la carga fiscal de los munera civilia.
Volviendo al donatismo, no deja de llamar la atención uno de los argumentos teológicos que se le atribuyen: "la validez de los sacramentos depende del estado del alma del ministro de Dios". Esto en términos más terrenales equivaldría a generalizar la duda sobre el clero, y sería el claro reflejo del grado de corrupción y degeneración alcanzado. De ahí la insistencia de los donatistas por no aceptar "pecadores" en su congregación. En este sentido cabe interpretar también la herejía del monje británico Pelagio, un verdadero asceta, que en su desconfianza más que fundada hacia la jerarquía eclesiástica llegó a afirmar que "el hombre por ser naturalmente bueno, puede salvarse por sí solo". Este precursor místico de Rousseau, recibió el anatema de la Iglesia, como sucedió con Donato, a través del célebre San Agustín (Obispo de Hipona del 396 al 430 dC).
Como se ve el proceso degenerativo del cristianismo que le llevó a convertirse en puntal del orden establecido, no fue precisamente armónico y encontraría por doquier resistencias, a veces de gran envergadura. Una de ellas sería precisamente el arrianismo, herejía que llevaría a convocar el Concilio de Nicea (11) en el año 325, primera gran reunión mundial de obispos de la Iglesia. Detrás de la condena a las teorías heréticas de Arrio y sus seguidores, se encontraba la imperiosa necesidad de fijar dogmáticamente los fundamentos de la doctrina, liquidando para ello cualquier disensión interna. De esta forma quedaba preparado el terreno para hacer que el cristianismo, o mejor dicho lo que quedaba de él, se convirtiera en religión oficial del imperio.
De la crisis arrianista conocemos la versión de los victoriosos detractores de Arrio. Éste desarrolló su actividad eclesiástica en Alejandría (Egipto), que en aquel entonces era el centro científico y cultural del Imperio Romano. Esto puede servirnos de indicio para creer que por encima de la disputa puramente teológica y doctrinal, se daba una verdadera pugna por la hegemonía entre las principales sedes episcopales. De cualquier forma, si hemos de creer a sus acusadores, parece que el arrianismo se acercaba más a la ortodoxia primitiva, tal y como se desprende del argumento empleado para condenarlo: "negar la divinidad de Jesús y la Trinidad".
Sobre la necesidad de convocar periódicamente concilios generales de obispos no encontramos ninguna mención en el Nuevo Testamento ni en la tradición cristiana primitiva. Esta necesidad seguramente, surgirá a medida que el clero se vaya separando progresivamente del resto de la congregación, dominándola. Probablemente estos concilios surgirían sobre la base de los Comitia romanos, que en la etapa final del Imperio no tenían ya nada que ver con las asambleas abiertas de los tiempos republicanos. Con la aparición de estos concilios presididos por el emperador romano ya solo quedará la proclamación formal del cristianismo como religión estatal, paso que se dará con Teodosio. Así, siguiendo las caprichosas leyes de la dialéctica histórica el comunismo cristiano se transformó en su contrario. De teoría emancipadora y liberadora se convirtió en instrumento de opresión y dominio, función que ha cumplido, impecablemente por cierto, hasta nuestros días.
Los acontecimientos acaecidos en el siglo IV marcaron de manera
determinante
las líneas maestras de la Iglesia en los siglos venideros. Así,
tras el éxito parcial del Concilio de Nicea, se decidió convocar
otro en Constantinopla en el año 381 para combatir no solo al
arrianismo
superviviente,
sino también a otras voces disidentes. Previamente a dicho Concilio,
Teodosio firmó un edicto en el cual se declaraban heréticas
las doctrinas de Arrio. Pero el Concilio de Constantinopla no solo
serviría
para condenar nuevamente al recalcitrante arrianismo, ya que una serie
variopinta de heterodoxos figuraron también como inculpados:
euromianos, sobelianos, marcelianos, fotinianos, apolinaristas,
prisciliaristas...
Todos ellos fueron condenados sin apelación, de tal forma que un
año después del Concilio se promulgaron leyes prohibiendo
las reuniones de los herejes. En lo que se refiere a cuestiones de organización
interna, es interesante señalar que se estableció que
cada obispo "no puede intervenir fuera de su demarcación". Así
se paralizaban las pretensiones hegemónicas de Alejandría,
en beneficio del obispado de Constantinopla, que adquirió un gran
poder. Posteriores concilios como el de Efeso12 en el año 431 o
Calcedonia (13) en el 451 servirán para apagar con medidas
disciplinarias
la llama de la disensión, como será la norma hasta nuestros
días.
El refugio monacal
El decadente espíritu del primitivo comunismo cristiano encontró una nueva base en los monasterios. Estos, al no presentarse como una oposición herética ante la jerarquía eclesiástico-estatal, pudieron desarrollarse con relativa facilidad.
El movimiento monástico nace en Egipto en el siglo IV. No es casual su aparición precisamente allí, ya que al ser Egipto uno de los graneros del Imperio y el depositario de gran parte del saber de la Antigüedad, era el lugar donde las técnicas agrícolas (base de la economía monástica) se encontrarían más desarrolladas. El establecimiento de los monasterios, tal y como demuestra su misma etimología (del griego monakhós: solitario), no planteó problemas de orden público para la Iglesia y el Estado romanos, y en cierta medida sería una válvula de escape que permitiría desviar parte de la tensión social de una manera discreta y silenciosa.
El monasterio mostraría muy pronto su relativa superioridad técnica y productiva. La razón se encuentra en que los monasterios acumularon el saber científico y técnico de la época empleando el trabajo de sus propios miembros libres, aplicándolo no exclusivamente con fines a una comunidad de consumo, sino a una comunidad de producción. Esta es una de las diferencias fundamentales con las comunidades de los esenios, de los que ya se ha hablado con anterioridad.
Pero fatalmente, a medida que el monasterio crecía económicamente, se iba desarrollando el germen de su propia disolución como organización comunista, proceso que se daría igualmente tanto en oriente como en occidente.
Si bien el fenómeno monástico ya estaba presente en Europa, será en el año 529 cuando aparezca la primera orden monástica europea de renombre, los benedictinos, fundada en Italia por Benito bajo la divisa del ora et labora, a la que seguiría la creación de la orden de Cluny en Borgoña en el año 910. En ambos casos se trata, como sucedió en oriente, de un intento de retorno al mensaje de pobreza y austeridad de la primitiva congregación cristiana.
Ni los benedictinos, ni los cluniacenses, ni ninguno de sus numerosos sucesores podrán escapar a las implacables leyes de la dialéctica histórica (14). El caso franciscano es paradigmático a este respecto.
Después de que los bernardos o cistercienses hayan cumplido su ciclo transformándose en verdaderos señores feudales, aparecerán los franciscanos, una nueva orden de frailes mendicantes, que originariamente renunciaban a todo tipo de propiedad. Su particular visión de la Ecclesiae primitivae forma fue utilizada hábilmente por la jerarquía romana. El rigorismo ascético de los franciscanos, al presentarse como un movimiento de reforma, pero no de oposición abierta a Roma, servirá como eficaz reclamo propagandístico para la corrompida jerarquía eclesiástica, contribuyendo a lavar la mala imagen que presentaba ante las masas del pueblo. Esta utilización de los dóciles y ambulantes franciscanos se hizo particularmente evidente en las pugnas entre el papado y los gibelinos (partidarios del emperador Federico II de Alemania) por el control feudal de Italia, y sobre todo para combatir a la herejía de los cátaros. No obstante el proceso degenerativo de los Menores no se produjo sin resistencias internas (15). La aparición de los fraticelli, derivación de los espirituales es en cierta medida la respuesta a esta degeneración, como lo será más tarde la creación de la orden de los capuchinos.
Con cuanto se ha dicho acerca de las órdenes religiosas no queda
ni mucho menos agotada la cuestión, por lo demás demasiado
amplia para ser tratada con detalle aquí, al igual que sucede con
las herejías. Si nos servimos de estos ejemplos históricos
es para mostrar cómo por encima de los voluntarismos más
fanáticos, se hallan las infranqueables leyes del determinismo
económico,
que las mentes más potentes pueden a lo sumo comprender y
codificar,
pero nunca modificar.
Herejías abiertas en la Edad Media.
La Reforma: significado y derivaciones
Mucho antes de que la Reforma protestante burguesa de Lutero se presentara en la escena histórica, las luchas y los conflictos de clase del Medievo también se desenvolvieron bajo innumerables banderas religiosas. Engels nos explica las causas de este fenómeno: «El Medievo se desarrolló partiendo de una base primitiva. Barrió la antigua civilización, las viejas filosofía, política y jurisprudencia para comenzar todo desde el principio mismo. Lo único que tomó del viejo mundo aniquilado fue el cristianismo y varias ciudades semidestruidas que habían perdido toda su civilización. En consecuencia, como ocurre en todas las fases tempranas del desarrollo, el monopolio sobre la educación intelectual les tocó a los curas y la propia educación adoptó así un carácter preferentemente teológico. En las manos de los curas, la política y la jurisprudencia, al igual que todas las demás ciencias, no eran más que ramas de la teología y se les aplicaron los mismos principios que dominaban en ella. Los dogmas de la Iglesia pasaron a ser, a la vez axiomas políticos, y los textos de la Biblia obtuvieron en todo tribunal fuerza de ley. Incluso cuando se formó el estamento especial de los juristas, la jurisprudencia estuvo todavía mucho tiempo bajo la tutela de la teología. Y esa supremacía de la teología en todas las esferas de la actividad intelectual era, al propio tiempo, una consecuencia inevitable del lugar que ocupaba la Iglesia como síntesis y sanción más generales del régimen feudal existente». (Engels, La guerra campesina en Alemania).
Consiguientemente encontramos que según las condiciones de la época la oposición revolucionaria al feudalismo adoptará la forma de misticismo, de herejía abierta o de insurrección armada. Pero Engels señala que las herejías que tenían como base las ciudades tenían un carácter distinto de las herejías de los campesinos y plebeyos. Así, la herejía de las ciudades: «que es auténticamente la herejía oficial de la Edad Media, iba dirigida más que nada contra los curas, atacando su riqueza y su postura política» (Engels, op. cit.). Pero esta herejía no iba más allá, mostrando claramente sus limitaciones: «Reaccionaria por su forma, lo mismo que toda herejía, que ve en el sucesivo desarrollo de la Iglesia y de los dogmas nada más que una degeneración, la de los burgueses demandaba el restablecimiento de la simple constitución de la Iglesia cristiana primitiva y la supresión del estamento cerrado de los sacerdotes. Esa institución barata [algo muy importante para cualquier burgués que se precie, ndr] suprimía a los monjes, prelados y la curia romana, en una palabra, todo lo que era caro en la Iglesia» (Ibídem).
Una fuerte carga anticlerical es evidente en todas las herejías medievales, desde los patarinos a los cátaros. Engels explica también la participación de la baja nobleza en la lucha de las ciudades, indicando que esto sería un exponente de la dependencia de la primera respecto a las segundas, y de la comunidad de intereses entre ambas contra los príncipes y los prelados. Este fenómeno es constatable en el movimiento de los cátaros o albigenses (16), y posteriormente se repetirá en la gran guerra campesina alemana del siglo XVI.
Pero el carácter de las herejías con base campesina y plebeya será distinto al de las ciudades, y casi siempre irá ligada a la insurrección. Sobre este tipo de herejía indica Engels: «Aunque compartía todas las demandas de la herejía de los burgueses en lo concerniente a los curas, el papado y el restablecimiento de la organización de la Iglesia cristiana primitiva, iba incomparablemente más lejos. Exigía la restauración de la igualdad cristiana primitiva en las relaciones entre los miembros de la comunidad religiosa, como igualmente el reconocimiento de esa igualdad como norma también para las relaciones civiles» (Engels, op. cit.).
La Iglesia y las clases dominantes reaccionarán con la instauración del terror de clase a través de su específica policía política, la temible Inquisición (17), que entrará en acción de manos de la orden dominica, en primer lugar para combatir a los albigenses, ampliando su campo de acción más tarde a cualquier tipo de heterodoxia y a la llamada brujería, que en gran número de casos no era más que la pervivencia de antiguos ritos precristianos e incluso prerromanos que, lógicamente deformados, se habían conservado a pesar de la influencia del cristianismo.
Como nos ha explicado Engels, la herejía de las ciudades revistió un carácter diferente a la de los campesinos y plebeyos. En el primer tipo, junto a los albigenses, hay que englobar los intentos del inglés Wycliffe, del nacionalista antialemán bohemio Hus y los calistinos, y a Arnaldo de Brescia en Italia y Alemania. Estos movimientos contenían embrionariamente los fundamentos de lo que más tarde constituirá la reforma de Lutero. La herejía del segundo tipo, la de los campesinos y sobre todo la de los plebeyos carentes de todo tipo de propiedad debía: «poner en tela de juicio las instituciones, las ideas y las concepciones propias de todas las formas sociales asentadas en los antagonismos de clase» (Engels, op. cit.). A su vez esta herejía campesina y plebeya encuentra en Münzer (18) la primera formulación más o menos definida de sus aspiraciones comunistas, y después de Münzer: «las volvemos a encontrar en toda gran conmoción popular hasta que se funden gradualmente con el movimiento proletario moderno, tal y como en la Edad Media se funde la lucha de los campesinos libres contra la creciente dominación feudal con la lucha de los campesinos siervos y pecheros por la supresión total del yugo feudal» (Engels, op. cit.).
El triunfo de Lutero y su partido y la derrota de los revolucionarios de Münzer se explica por el apoyo que la reforma burguesa moderada luterana encontró entre los burgueses y los príncipes alemanes. En primer lugar para cerrar el paso a Münzer y a sus campesinos y plebeyos revolucionarios y a los anabaptistas que combatieron con ellos, y en segundo lugar para ver colmadas sus aspiraciones de librarse del clero para apoderarse de sus extensas posesiones y riquezas.
La Reforma produjo una conmoción total en Europa y en la Iglesia que la condenaría abiertamente en el Concilio de Trento. Siguiendo la regla acerca de las órdenes religiosas, este periodo tan agitado asistirá también al nacimiento de la orden de los jesuitas, verdadera fuerza de choque del papado contra el protestantismo y los disidentes a la Iglesia oficial. Y también siguiendo esa regla, los jesuitas, que saltarán a la palestra blandiendo como divisa los tres votos monásticos de pobreza, castidad y obediencia, no tardarán mucho en abandonar los dos primeros conservando solamente el último.
Todos los intentos de la Iglesia y de los poderes temporales a ella aliados, por acabar con el protestantismo resultaron infructuosos. La vitalidad manifestada por la Reforma se correspondía plenamente con el empuje irresistible de una nueva clase social, la burguesía, en fase socialmente ascendente. No obstante esta vitalidad de la Reforma se reflejará de manera diversa y con unos específicos caracteres distintivos en las zonas donde arraigó. Todo esto en función del grado de desarrollo y madurez de las nuevas fuerzas sociales y económicas emergentes.
Así los caracteres de la Reforma emprendida por el burgués Calvino ofrecieron marcados contrastes comparados con la Reforma luterana. Como explica Engels, el calvinismo: «hizo pasar a primer plano el carácter burgués de la Reforma y republicanizó y democratizó la Iglesia» (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana). De los límites forzosamente teológicos con que se manifestó el calvinismo podemos hacernos una idea a través de dos episodios significativos: el primero la ignominiosa muerte de Miguel Servet acusado por Calvino de hereje y librepensador (precisamente las mismas acusaciones que le obligaron a huir de la católica Inquisición española), y el segundo la apología y el elogio de la usura que realizó Calvino amparándose en los textos bíblicos (19).
El pacto de la burguesía luterana con los príncipes en Alemania provocaría en este país un acentuado estancamiento histórico. El calvinismo por el contrario sirvió como «bandera a los republicanos de Ginebra, de Holanda, de Escocia» e igualmente emancipó «a Holanda de España y del Imperio Alemán y suministraba el ropaje ideológico para el segundo acto de la revolución burguesa que se desarrolló en Inglaterra» (Engels, ibídem.).
Las persecuciones que sufrió el calvinismo en Francia propiciaron que la burguesía francesa tuviese «la posibilidad de hacer su revolución bajo formas irreligiosas y exclusivamente políticas, las únicas que cuadran a la burguesía avanzada» (Engels, ibídem.). Estas formas irreligiosas, expresión del cada vez mayor poder económico y social de la burguesía, ya empezaron a tomar riguroso cuerpo teórico a través de Pierre Bayle y Voltaire, entre otros, y culminaron en la obra de los Enciclopedistas. Quedaba así preparado el terreno para pasar del arma de la crítica a la crítica de las armas: « (...) en el siglo XVIII cuando la burguesía fue ya lo bastante fuerte para tener también una ideología propia, acomodada a su posición de clase, hizo su gran y definitiva revolución, la revolución francesa, bajo la bandera exclusiva de ideas jurídicas y políticas, sin preocuparse de la religión más que en la medida en que le estorbaba» (Engels, ibídem.).
La Iglesia católica representaba uno de los pílares fundamentales del viejo y moribundo régimen feudal y señorial. De ahí que la revolucionaria burguesía jacobina no escatimase ataques contra este poderoso y resistente pilar contrarrevolucionario. Pero el intento de sustituir las viejas creencias por el culto a las nuevas deidades burguesas (la diosa Razón o el Ser Supremo) fracasó estrepitosamente. Esto ha servido a la Iglesia como prueba testimonial de su carácter eterno y verdadero, que sobrevive a pesar de la impiedad moderna. Pero lo que este hecho prueba científicamente es que la etapa histórica del capitalismo, última fase de la división en clases de la sociedad humana, es igualmente la última fase del cristianismo a lo largo de su existencia histórica. Y de la misma forma que tras la derrota y desaparición del mensaje subversivo original de los primeros tiempos, el cristianismo se convirtió en bastión del orden establecido, tras la llegada de la burguesía al poder: «Se fue convirtiendo cada vez más en patrimonio privativo de las clases dominantes, quienes lo emplean como mero instrumento de gobierno para tener a raya a las clases inferiores» (Engels, ibídem.).
De cómo se sirve la burguesía de este instrumento gracias a la iglesia católica hablaremos en la segunda parte de este artículo.
5. IMPOTENCIA DEL PROLETARIADO ESPAÑOL DE CONSTITUIRSE EN PARTIDO EN LA POCA DE LA I INTERNACIONAL
Este capítulo está dedicado al modo en que actuaron y se desenvolvieron las secciones de la I Internacional, la A.I.T. (Asociación Internacional de los Trabajadores), en España. A Engels le tocó seguir de cerca este tema, ya que durante algún tiempo fue secretario para España de esta organización.
La historia de la AIT en España se desarrolla paralelamente a la historia de la Alianza de la Democracia Socialista bakuninista, ya que en 1869 cuando entran las primeras secciones españolas en la Internacional se introduce la Alianza en España, a manos del italiano Fanelli, cuyas convicciones anarquistas no le fueron impedimento para llegar a ser miembro del parlamento italiano; en aquel año llegó a Madrid portando recomendaciones de Bakunin. De esta manera fue como prácticamente todos los dirigentes obreros de la Internacional en España al principio pertenecían al mismo tiempo a la Alianza de la Democracia Socialista, cosa no permitida por el reglamento y el Consejo General de la Internacional, del que formaban parte Marx y Engels. De cómo llegó a ocurrir esto lo veremos enseguida, pero antes señalar que es así como el anarquismo empieza a echar sus raíces en España, con organización jerarquizada y disciplinada, y que influirá en el proletariado español y lo rendirá desorganizado e indefenso en la batalla por el poder político contra la burguesía, especialmente en la Primera y Segunda República, pues en nombre de la libertad del individuo, del autonomismo, del abstencionismo político, etc, se renunciaba a la autonomía de la acción de la clase obrera, a la que la historia le ha asignado el papel de gobernar y acabar con el capital, instaurando su dictadura y sometiendo a las clases que se opongan, como ha hecho toda clase que ha tenido el poder político alguna vez en la historia.
A falta de partidos políticos obreros, los obreros en España habían apoyado en distintas ocasiones al partido republicano, sobre todo al ala más radical de este partido, que en los levantamientos republicanos en distintos puntos de España de 1869 contó con el apoyo de los proletarios. Pero estos se veían defraudados en el apoyo que prestaban a movimientos políticos que no eran el suyo. Aun cuando la facción burguesa a la que apoyaban, en alguna de las insurrecciones que tenían lugar en España, llegó a alcanzar alguna cuota de poder, los obreros eran decepcionados en estas luchas políticas. Por esto entre otras cosas no es de extrañar que el anarquismo, que predicaba el rechazo a todo poder político se abriera paso entre los proletarios.
«La Alianza de la Democracia Socialista (1) fue fundada por M. Bakunin a fines del año 1868. Era una sociedad internacional que pretendía funcionar al mismo tiempo dentro y fuera de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Se componía de miembros de esta última que reclamaban el derecho de participar en todas las reuniones internacionales, pero queriendo reservarse, no obstante, el derecho de poseer sus grupos locales, sus federaciones nacionales y sus congresos aparte y al lado de los de la Internacional. La Alianza, pues, pretendía constituir desde su comienzo una especie de aristocracia en medio de nuestra Asociación, un grupo de elegidos con un programa propio y privilegios especiales (...)
El Consejo General negó la admisión a la Alianza en tanto que conservara su carácter internacional distinto; no prometió admitirla sino a condición de que disolviera su organización internacional especial, de que sus secciones se convirtieran en simples secciones de nuestra Asociación y de que el Consejo recibiera datos del lugar y fuerza numérica de cada nueva sección.
He aquí lo que el 22 de junio de 1869 respondió a estas exigencias el Comité Central de la Alianza: "Conforme a lo convenido entre vuestro Consejo y el Comité Central de la Alianza de la Democracia Socialista, hemos sometido a los diferentes grupos de la Alianza la cuestión de su disolución como organización distinta de la Asociación Internacional de los Trabajadores... Tenemos el placer de anunciaros que la gran mayoría de los grupos ha compartido la opinión del Comité Central tendente a pronunciar la disolución de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista. Hoy se ha pronunciado la decisión sobre esta disolución. Y al notificarla a los diferentes grupos de la Alianza, los hemos invitado a constituirse, siguiendo nuestro ejemplo, en secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores y hacerse reconocer como tales por vosotros o por el Consejo Federal de esta Asociación en sus países respectivos. Como confirmación de la carta que nos habéis dirigido al ex Comité Central de la Alianza, venimos hoy, al someteros los estatutos de nuestra sección, a rogaros que la reconozcáis oficialmente como sección de la Asociación Internacional de los Trabajadores…"
La sección de Ginebra fue la única que pidió su afiliación. No se oyó hablar más de las otras presuntas secciones de la Alianza. Sin embargo, a despecho de las continuas intrigas de los aliancistas, tendentes a imponer su programa especial a toda la Internacional y apoderarse de la dirección de nuestra Asociación, se debía creer que ella había cumplido su palabra y se había disuelto. Pero después, el Consejo General recibió datos muy precisos, por los que hubo de concluir que la Alianza no se disolvió nunca, que, a despecho de la palabra empleada solemnemente, había existido y seguía existiendo en forma de sociedad secreta y utilizaba esta organización clandestina para perseguir como antes su objetivo primero de dominación. En España era donde su existencia se venía haciendo más evidente cada día debido a las disensiones en el seno mismo de la Alianza(...)
La buena fe del Consejo General y de toda la Internacional, a la que se había sometido la correspondencia, fue burlada sin decoro. Habiendo comenzado por una falsedad semejante, estos hombres ya no tenían ninguna razón más de sentir escrúpulos en sus maquinaciones para supeditar la Internacional a su dominio o, caso de no conseguirlo, desorganizarla (...)
Es claro que nadie tendría a mal a los aliancistas que hiciesen la propaganda de su programa. La Internacional se compone de socialistas de los matices más variados. Su programa es lo bastante amplio para dar cabida a todos; la secta bakuninista ha sido admitida en ella en las mismas condiciones que los otros. Lo que se le reprocha es precisamente haber violado estas condiciones» (Informe sobre la Alianza de la Democracia Socialista).
El primer intento de creación de un partido obrero internacional, que fue la AIT, tuvo que pasar por esta fase en la que en el partido internacional convivían tendencias heterogéneas dentro del movimiento obrero, cuyo modo de funcionar era el centralismo democrático, y a pesar de esta heterogeneidad Marx y Engels siempre pretendieron que la Internacional funcionara con el mayor centralismo posible, condición indispensable para el éxito revolucionario.
«La organización de una sociedad secreta como ésa es una violación flagrante no solo del compromiso contraído con la Internacional, sino también de la letra y el espíritu de nuestros Estatutos Generales. Nuestros Estatutos no conocen más que una sola clase de miembros de la Internacional con derechos y deberes iguales; la Alianza los divide en dos castas: iniciados y profanos, aristócratas y plebeyos, destinados estos últimos a ser manejados por los primeros por medio de una organización de la cual ellos ignoran hasta la existencia (...)
Los fundadores de la Alianza sabían perfectamente que la gran masa de internacionales profanos jamás se sometería conscientemente a una organización como la de ellos en cuanto conociera su existencia. Por eso la hicieron "eminentemente secreta". Es, pues, una verdadera conspiración contra la Internacional. Nos encontramos por primera vez en la historia de las luchas de la clase obrera con una conspiración secreta urdida en el seno mismo de esta clase y destinada a minar no el régimen explotador existente, sino la Asociación misma que lo combate con la mayor energía». (Ibídem).
Esto lo escribía Engels en 1872, una vez que se había descubierto la trama aliancista y después de haberse dado la escisión en España entre los defensores de la Alianza y los partidarios del Consejo General de la Internacional, cuyo proceso veremos ahora un poco más de cerca.
«En España, la Internacional se fundó primero como simple apéndice de la sociedad secreta de Bakunin, la Alianza, a la que debía servir de una especie de base de reclutamiento y, a la vez, de palanca para manipular en todo el movimiento proletario. Vais a ver ahora que la Alianza también intenta hoy abiertamente volver a colocar la Internacional en España en la misma posición subordinada en que la tenía antes.
Debido a esa dependencia, las doctrinas peculiares de la Alianza: la abolición inmediata del Estado, la anarquía, el antiautoritarismo, la abstención de todo acto político, etc., se predicaban en España como doctrinas de la Internacional. Al mismo tiempo, cada miembro destacado de la Internacional era incluido de golpe en la organización secreta e imbuído en la creencia de que este sistema de dirección de la asociación pública por la sociedad secreta existía en todas partes y era de cajón (...)
En junio de 1870 se celebró el primer Congreso de la Internacional española en Barcelona, donde se adoptó el plan de organización que luego se desplegó por completo en la Conferencia de Valencia (septiembre de 1871), que está en vigor actualmente y que ha dado ya los mejores resultados.
Lo mismo que en todos los demás sitios la participación que nuestra Asociación tuvo (a la par con la que se le achacó) en la revolución de la Comuna de París, dio también en España preponderancia a la Internacional. Esta preponderancia y las primeras persecuciones gubernamentales, que siguieron inmediatamente después, acrecentaron muchísimo nuestras filas en España. Sin embargo, en el momento de convocarse la Conferencia de Valencia no existían en el país más que trece federaciones locales, aparte de algunas secciones aisladas en varios lugares (...)
Inmediatamente después de la Conferencia de Valencia se celebró la de Londres (2) (septiembre de 1871). Los españoles enviaron a un delegado, Anselmo Lorenzo, y él fue el primero que llevó a España la noticia de que la Alianza secreta era inconcebible en nuestra Asociación, y que, todo lo contrario, el Consejo General y la mayoría de las federaciones estaban decididamente en contra de la Alianza, pues su existencia ya se conocía entonces» (Informe del Consejo General sobre la situación en España, Portugal e Italia).
A pesar de que fue a raíz de la Conferencia de Londres que algunos miembros de la Internacional como Anselmo Lorenzo se enteraron realmente de lo que era la Alianza, a la cual pertenecían engañados, a finales del año 1869 «Fanelli envió desde Ginebra carnés de filiación a la Alianza para Morago (3), Córdova y López (republicano que aspira a ser diputado y es el redactor de El Combate, periódico burgués) y Rubau Donadeu (desafortunado candidato de Barcelona y fundador de un partido seudosocialista). Cuando se supo que habían llegado estos carnés, se armó un revuelo en la joven sección de Madrid de la Internacional; el presidente, Jalvo, se retiró por no querer pertenecer a una asociación que toleraba en su seno una sociedad secreta compuesta de burgueses y se dejaba dirigir por ella. (...)
Después del Congreso de Barcelona de los internacionales españoles (julio de 1870), la Alianza se estableció en Palma, Valencia, Málaga y Cádiz. En 1871 se fundaron secciones en Sevilla y Córdoba. A comienzos de 1871, Morago y Viñas, delegados de la Alianza de Barcelona, propusieron a los miembros del Consejo Federal (Francisco Mora, Ángel Mora, Anselmo Lorenzo, Borrel, etc.)... fundar una sección de la Alianza en Madrid; pero estos se opusieron, alegando que la Alianza era una sociedad peligrosa si era secreta e inútil si era pública. La sola mención de este nombre bastó para echar por segunda vez la semilla de la discordia en el seno del Consejo Federal, hasta el punto de pronunciar Borrel estas palabras proféticas: "Desde hoy ha muerto toda la confianza entre nosotros". Pero las persecuciones gubernamentales obligaron a los miembros del Consejo Federal a emigrar a Portugal, y allí fue donde Morago logró convencerlos de la utilidad de esta asociación secreta y donde, a iniciativa suya, se fundó la sección aliancista de Madrid. En Lisboa, algunos portugueses, miembros de la Internacional, fueron afiliados a la Alianza por Morago. Pero como estos nuevos militantes no le ofrecían suficientes garantías, fundo a espaldas suyas otro grupo aliancista compuesto de los peores elementos burgueses y obreros reclutados de entre las filas de los francmasones. Este nuevo grupo, del que formaba parte un cura que había colgado los hábitos, Bonança, intentó organizar la Internacional por secciones de diez miembros que debían, bajo su dirección, servir a los proyectos del conde de Peniche y a los cuales este intrigante político logró embarcar en una empresa descabellada que tenía el único fin de encaramarlo al poder. En vista de las intrigas aliancistas en Portugal y España, los internacionales portugueses se salieron de esta sociedad secreta y reclamaron en el Congreso de La Haya, como medida de salud pública, que fuera expulsada de la Internacional.
En la Conferencia que la Federación Española de la Internacional celebró en Valencia (septiembre de 1871), los delegados aliancistas, como siempre delegados de la Internacional también, dieron a su sociedad secreta una organización completa para toda la península Ibérica. La mayoría de ellos creyendo que el programa de la Alianza era idéntico al de la Internacional, que esta organización secreta existía por doquier, que era punto menos que un deber militar en ella y que la Alianza tendía a desarrollar y no a dominar la Internacional, decidió que todos los miembros del Consejo Federal debían ser iniciados. En cuanto Morago, que hasta entonces no se había atrevido a volver a España, se enteró del caso, fue a toda prisa a Madrid y acusó a Mora de "querer subordinar la Alianza a la Internacional", lo que era contrario a los fines de la Alianza. Y para dar peso a esta opinión, hizo leer a Mesa, en enero siguiente, una carta de Bakunin en la que éste desplegaba un plan maquiavélico de dominación sobre la clase obrera. Este plan era el siguiente: "La Alianza debe existir aparentemente dentro de la Internacional, pero realmente a cierta distancia de ella, para observarla y dirigirla mejor. Por esta razón, los miembros que pertenecen a los Consejos y Comités de las secciones internacionales deben estar siempre en minoría dentro de las secciones de la Alianza" (Declaración de José Mesa al Congreso de La Haya el 1 de septiembre de 1872.)
En una reunión de la Alianza, Morago acusó a Mesa de haber traicionado a la sociedad de Bakunin al poner en antecedentes a todos los miembros del Consejo Federal, lo que les daba la mayoría en la sección aliancista y establecía de hecho la dominación de la Internacional sobre la Alianza. Y justamente para evitar esta dominación es por lo que las instrucciones secretas prescriben que solo uno o dos aliancistas deben penetrar en los Consejos o Comités de la Internacional y conducirlos bajo la dirección y con el apoyo de la sección de la Alianza, donde se toman de antemano todos los acuerdos que deba adoptar la Internacional. A partir de este momento, Morago declaró la guerra al Consejo Federal y, lo mismo que en Portugal, fundó una nueva sección aliancista desconocida de quienes no le merecían confianza. Los iniciados de los diferentes puntos de España lo secundaron y comenzaron a acusar al Consejo Federal de negligencia para con sus deberes aliancistas (...)
La resolución de la Conferencia de Londres sobre la política de la clase obrera forzó a la Alianza a manifestar abiertamente su hostilidad a la Internacional y brindó al Consejo Federal (español) la ocasión de comprobar su perfecta concordia con la gran mayoría de los internacionales. Además, le sugirió la idea de constituir en España un gran partido obrero. Para conseguirlo, se necesitaba primero aislar por completo a la clase obrera de todos los partidos burgueses, sobre todo del partido republicano, que reclutaba entre los obreros a la masa de sus electores y de sus militantes. El Consejo Federal aconsejó la abstención en todas las elecciones de diputados tanto monárquicos como republicanos: para quitar al pueblo toda ilusión en las frases seudosocialistas de los republicanos, los redactores de La Emancipación, dirigieron a los representantes del Partido Republicano Federal, reunidos en Congreso en Madrid, una carta en la que les pedían medidas prácticas y los incitaban a pronunciarse sobre el programa de la Internacional. Fue un golpe terrible para el partido republicano; la Alianza se encargó de atenuarlo ya que ella, por el contrario, estaba ligada con los republicanos. Fundó en Madrid un periódico, El Condenado, que tomó por programa las tres virtudes cardinales de la Alianza: Ateísmo, Anarquía y Colectivismo, pero que predicaba a los obreros no reclamar la reducción de las horas de trabajo. Al lado del "hermano" Morago, escribían en él Estévanez, uno de los tres miembros del Comité dirigente del partido republicano, últimamente gobernador de Madrid y ministro de la Guerra (...) Y para tener también a su Fanelli en las Cortes españolas, la Alianza propuso presentar la candidatura de Morago.
... después de la actitud que el Consejo Federal adoptó frente al partido republicano, actitud que desbarató los planes de la Alianza, ésta resolvió hundirlo. Recibió la carta dirigida al Congreso republicano como una declaración de guerra. La Igualdad, el órgano más influyente de dicho partido, atacó violentamente a los redactores de La Emancipación y los acusó de estar vendidos a Sagasta (4). El Condenado fomentó esta infamia con su silencio obstinado. La Alianza hizo más aún por el partido republicano. Con motivo de esa carta, hizo expulsar de la Federación madrileña de la Internacional, dominada por ella, a los redactores de La Emancipación.
Durante una gestión de seis meses, que siguieron a la Conferencia de Valencia, el Consejo Federal, pese a las persecuciones del Gobierno, elevó de trece a setenta el número de federaciones locales; en otras cien localidades preparó la formación de federaciones locales y organizó a los obreros de ocho oficios en sociedades nacionales de resistencia; además, bajo sus auspicios se constituyó la gran asociación de obreros fabriles catalanes. Estos servicios dieron a los miembros del Consejo tanta influencia moral que Bakunin sintió la necesidad de volverlos a la senda de los justos con una larga amonestación paternal dirigida a Mora, secretario general del Consejo, el 5 de abril de 1872. El Congreso de Zaragoza (4-11 de abril de 1872), a pesar de los esfuerzos de la Alianza, representada en él por doce delegados a lo menos, anuló la expulsión y eligió a dos de los expulsados al nuevo Consejo Federal, no obstante su reiterada negativa a aceptar que se presentaran sus candidaturas.
Simultáneamente al Congreso de Zaragoza se celebraron, como siempre, los conciliábulos secretos de la Alianza. Los miembros del Consejo Federal propusieron al Congreso disolverla, pero la propuesta fue eludida por no rechazarla. Dos meses después, el 2 de junio, estos mismos ciudadanos, en calidad de dirigentes de la Alianza española y en nombre de la sección madrileña de la misma, enviaron a las otras secciones una circular en la que reanudaban su propuesta, dando la razón siguiente: "La Alianza se ha desviado del camino en que nosotros habíamos creído verla desde sus primeros pasos en nuestra región; ha falseado el pensamiento que entre nosotros le dio vida y, en vez de ser una parte íntima de nuestra gran Asociación, un elemento activo que impulse a los diferentes organismos de la Internacional, ayudándolos y favoreciendo en su desarrollo, se ha separado en el fondo del resto de la Asociación, ha venido a ser una organización aparte, casi superior y con tendencias dominadoras, introduciendo de este modo la desconfianza, la discordia y la división en nuestro seno... En Zaragoza, no aportando a él ninguna solución, ninguna idea, antes por el contrario, sirviendo de rémora y obstáculo a los importantes trabajos encomendados al Congreso".
De todas las secciones españolas de la Alianza, solo la de Cádiz respondió, anunciando su disolución. Al otro día, la Alianza hizo expulsar de nuevo de la Federación Madrileña de la Internacional a los signatarios de la circular del 2 de junio. Tomó por pretexto un artículo de La Emancipación del 1 de junio en el que se pedía una información "acerca de los bienes que actualmente posee cada hombre político... como ministros, generales, consejeros, directores, administradores de aduanas, alcaldes, regidores, etc.... y todos los hombres políticos que, no habiendo ejercido funciones públicas, han vivido a la sombra de los gobiernos, prestándoles su apoyo en las Cortes o encubriendo sus iniquidades bajo la máscara de una falsa oposición... y cuando la revolución triunfante destruya el viejo edificio social... todos los datos...reunidos en manos del poder revolucionario... servirían para decretar la confiscación, o sea, la restitución de todos los bienes robados".
La Alianza, que vio en este artículo un ataque directo a uno de sus amigos del partido republicano, acusó a los redactores de La Emancipación de haber traicionado la causa proletaria al reconocer implícitamente la propiedad individual so pretexto de exigir la confiscación de los bienes de los malversadores de fondos públicos. Nada mostraría mejor el espíritu reaccionario que se oculta tras el charlatanismo revolucionario de la Alianza y que ella querría infundir en el seno de la clase obrera. Y nada mejor para probar la mala fe de los aliancistas que la expulsión, acusando de defender la propiedad individual, a los mismos a los que antes anatematizaban por sus ideas comunistas.
Esta nueva expulsión fue una violación de los reglamentos vigentes que prescriben la formación de un tribunal de honor, en el que el acusado nombra a dos jurados de siete y aún puede apelar contra su fallo a la asamblea general de la sección. En lugar de todo eso, y para no sentirse coartada en su autonomía, la Alianza hizo dictaminar la expulsión en la misma asamblea donde imputó los cargos. De los ciento treinta miembros que constituían la sección, asistieron solo quince compadres. Los expulsados apelaron al Consejo Federal.
Gracias a las maniobras de la Alianza, este Consejo se trasladó a Valencia. De los dos miembros del Consejo Federal anterior, reelegidos en el Congreso de Zaragoza, Mora no había aceptado, y Lorenzo presentó la dimisión poco después. Desde este momento, el Consejo Federal se entregó en cuerpo y alma a la Alianza. Por eso respondió a la apelación de los expulsados con una declaración de incompetencia, si bien el artículo 7 de los reglamentos de la Federación Española le imponía el deber de suspender, sin menoscabo del derecho de apelación al próximo Congreso, a toda federación local que violase los Estatutos. Entonces los expulsados se constituyeron en "nueva federación" y pidieron al Consejo que la reconociera, el cual se negó rotundamente en virtud de la autonomía de las secciones. La Nueva Federación de Madrid recurrió entonces al Consejo General, y este la admitió conforme el art. 7 del cap. II y al art. 4 del cap. IV de los Reglamentos Generales. El Congreso general de La Haya aprobó este acto y admitió por unanimidad al delegado de la Nueva Federación de Madrid» (La Alianza de la Democracia Socialista y la Asociación Internacional de los Trabajadores).
Según se iba acercando el Congreso de La Haya, la Alianza, a través de sus típicas artimañas e intrigas, pretendía que los delegados de la representación española fueran miembros aliancistas de su confianza, cuyos gastos correrían a cargo de la Internacional. Con este fin el Consejo Federal, ya en manos de los conspiradores aliancistas, envió una circular secreta que ocultó a la Nueva Federación de Madrid y al Consejo General.
«Esta circular llegó, no obstante, a la Nueva Federación de Madrid y fue enviada al Consejo General que, conociendo la subordinación del Consejo Federal a la Alianza, vio que había llegado el momento de actuar y remitió a éste una carta en la que se dice: "Ciudadanos: En nuestro poder obran pruebas de que en el seno de la Internacional, y concretamente en España, existe una sociedad secreta que se llama la Alianza de la Democracia Socialista. Esta sociedad, cuyo centro se encuentra en Suiza, tiene por misión especial dirigir, en el sentido de sus tendencias particulares, nuestra gran Asociación y encauzarla hacia fines ignorados por la inmensa mayoría de los internacionales. Sabemos, además, por La Razón de Sevilla, que tres miembros, por lo menos, de vuestro Consejo pertenecen a la Alianza...
Si el carácter y la organización de esta sociedad, cuando aún era pública y reconocida, estaban ya en contradicción con el espíritu y la letra de nuestros Estatutos, su existencia secreta en el seno de la Internacional, a despecho de la palabra empeñada, constituyen una verdadera traición a nuestra Asociación" (...)
El Consejo General les pidió, además, algunos datos para el informe sobre la investigación sobre la Alianza que iba a presentar al Congreso de La Haya y una explicación de cómo conciliaban con sus deberes ante la Internacional la presencia de tres miembros conocidos, por lo menos, de la Alianza en el seno del Consejo Federal. El Consejo Federal respondió con una carta evasiva en la que, sin embargo, confesaba la existencia de la Alianza». (Ibídem).
Al Congreso de La Haya la Alianza pretendía llevar con su juego sucio y secreto los máximos delegados posibles que le fueran fieles de la representación de los distintos países, y así tener la suficiente fuerza como para hacerse con el Congreso y la dirección de la Internacional. Los representantes de la Federación Española llevaban un mandato imperativo, que les ordenaba pedir en el mismo Congreso cambiar el reglamento de las votaciones, para que de esta manera las propuestas aliancistas tuvieran más posibilidades de éxito, de lo contrario, amenazaron con que participarían en las discusiones pero se abstendrían de votar.
Pero el mandato que expresaba mejor el espíritu de la Alianza era el que llevaron los delegados de la federación suiza del Jura, cuartel general de la Alianza, y en el que se decía: "Los delegados de la Federación del Jura reciben mandato imperativo de presentar al Congreso de La Haya los principios siguientes como base de la organización de la Internacional: Es de pleno derecho sección de la Internacional todo grupo de trabajadores que acepte el programa de la Internacional, tal como ha sido determinado por el preámbulo de los Estatutos Generales votados en el Congreso de Ginebra, y que se comprometa a observar la solidaridad económica con respecto a todos los trabajadores y grupos de trabajadores en la lucha contra el capital monopolizado".
He aquí ya los Estatutos y Reglamentos Generales abolidos. Si
se dejan subsistir los considerandos es porque, no yendo a parar en
nada,
no tienen sentido común. "Siendo el principio federativo (continúa)
la base de la organización de la Internacional, las secciones se
federan libremente entre sí, y las federaciones se federan también
libremente entre sí, en la plenitud de su autonomía, creando,
según sus necesidades, todos los órganos de correspondencias,
oficinas estadísticas, etc., que juzguen convenientes.
Como consecuencia de los principios arriba mencionados, la
Federación
del Jura opina por la supresión del Consejo General y la supresión
de toda autoridad en la Internacional".
Quedan, pues, abolidos el Consejo General, los Consejos Federales, los Consejos Locales y todo género de Estatutos y reglamentos que tengan "autoridad". Cada cual obrará como mejor le plazca "en la plenitud de su autonomía". "Los delegados del Jura deben obrar en solidaridad completa con los delegados españoles, italianos, franceses y todos aquellos que protesten francamente contra el principio autoritario. En su consecuencia, la negativa de admisión de un delegado de estas federaciones deberá producir la retirada inmediata de los delegados del Jura. Del mismo modo, si el Congreso no acepta las bases de organización de la Internacional enunciadas más arriba, los delegados deberán retirarse, de acuerdo con los delegados de las federaciones antiautoritarias".
El mandato jurasiano da lugar a otras reflexiones más. Este mandato descubre el conjunto de acción que reina en la Alianza, donde, a despecho de todas las frases sobre la anarquía, la autonomía, la libre federación, etc., no hay en realidad más que dos cosas: la autoridad y la obediencia» (Los mandatos imperativos en el Congreso de La Haya).
Aunque el Congreso rechazó una por una todas las propuestas que los representantes de las federaciones dominadas por la Alianza llevaban en sus mandatos imperativos, estos delegados no vieron oportuno el retirarse y siguieron sin moverse tras cada una de las negativas. Ni siquiera los delegados del Jura se retiraron cuando el Congreso, no solo rechazó sus propuestas sino que, además, resolvió reforzar la organización, es decir, según ellos la autoridad, y tan solo se limitaron a abstenerse de votar.
«Consignemos antes que hay dos fases bien distintas en la actividad de la Alianza. Durante la primera creía poder adueñarse del Consejo General y, por lo mismo, de la dirección suprema de nuestra Asociación. Entonces fue cuando pidió a sus adherentes que apoyaran la "fuerte organización" de la Internacional y, en primer orden, "los poderes del Consejo General, así como los del Consejo Federal y del Comité Central";
entonces fue cuando los hombres de la Alianza reclamaron en el Congreso de Basilea para el Consejo General todos esos poderes extensos que más tarde han rechazado con tanto horror por autoritarios.
El Congreso de Basilea (5) defraudó, al menos por algún tiempo, las esperanzas de la Alianza. Luego ésta urdió los manejos de que se habla en Las supuestas divisiones; en el Jura, en Italia y en España no cesaba de sustituir el programa de la Internacional con su programa especial. La Conferencia de Londres puso fin a este qui pro quo (6) internacional con sus resoluciones sobre la política de la clase obrera y sobre las secciones sectarias. La Alianza no tardó en moverse de nuevo. La federación jurasiana, que constituye la fuerza de la Alianza en Suiza, lanzó contra el Consejo General su circular de Sonvillier en la que la fuerte organización, los poderes del Consejo General y las resoluciones de Basilea, propuestas y votadas por los signatarios de esta misma circular, eran declaradas autoritarias...» (Informe sobre la alianza de la Democracia Socialista...)
«Como se ve, los hombres de la Alianza obran siempre obedeciendo a órdenes secretas y uniformes. A esas mismas órdenes secretas obedecía, sin duda, La Federación, de Barcelona, al predicar de repente la desorganización de la Internacional: pues la fuerte organización de nuestra Asociación en España ha empezado a ser un peligro para los dirigentes secretos de la Alianza. Esta organización da demasiada pujanza a la clase obrera, y por eso crea dificultades al gobierno secreto de los señores aliancistas, que saben perfectamente aquello de que, a río revuelto, ganancia de pescadores.
Destruid la organización y tendréis el río tan revuelto como queráis. Destruid sobre todo las uniones de oficios, declarad la guerra a las huelgas, reducid la solidaridad obrera a una palabra vana y tendréis el campo libre para vuestras frases pomposas, huecas y doctrinarias. Pero eso será si los obreros de nuestra región os dejan destruir la obra que les ha costado cuatro años de afanes y que es,sin duda, la mejor organización de toda la Internacional.
Volviendo a los mandatos imperativos, nos queda una cuestión por resolver: ¿por qué los aliancistas, enemigos encarnizados de todo principio de autoridad, insisten con tal obstinación sobre la autoridad de los mandatos imperativos? Pues porque, para una sociedad secreta como la de ellos, que existe en el seno de una sociedad pública como la Internacional, no hay nada tan cómodo como el mandato imperativo. Los mandatos de los aliancistas serán todos idénticos; los de las secciones sustraídas a la influencia aliancista, o rebeldes contra ella, serán contradictorios entre sí: de suerte que muchas veces la mayoría absoluta, y siempre la mayoría relativa, será de la sociedad secreta» (Los mandatos imperativos en el Congreso de La Haya).
«Luego de haberse entendido en Bruselas con los belgas acerca de las bases de una acción común contra el nuevo Consejo General, los jurasianos y los españoles partieron para Saint Imier, en Suiza, a fin de celebrar el congreso antiautoritario que la Alianza había hecho convocar por sus acólitos de Rimini.
Este congreso fue precedido del de la Federación del Jura, que repudió las resoluciones de La Haya, sobre todo la de expulsión de Bakunin y Guillaume; en consecuencia esta federación fue suspendida por el Consejo General (...)
Vueltos a España, los cuatro hijos de Amón de la Alianza española publicaron un manifiesto repleto de calumnias contra el Congreso de La Haya y de elogios para el de Saint Imier. El Consejo Federal patrocinó este libelo y, obedeciendo las órdenes del centro suizo, convocó en Córdoba, para el 25 de diciembre de 1872, el Congreso nacional que no debía celebrarse hasta abril de 1873. El centro suizo, por su parte, se apresuró a exponer a la vista de todos la supeditación en que tenía a este Consejo: el Comité del Jura envió a todas las federaciones locales de España, por encima del Consejo español, las resoluciones de Saint Imier.
De las ciento una federaciones existentes (cifra oficial dada por el Consejo Federal), en el Congreso de Córdoba no estuvieron representadas más que treinta y seis: era, pues, un congreso minoritario, si es que fue congreso en general» (La Alianza de la Democracia Socialista...).
De todas maneras, esto no quiere decir que el resto de federaciones locales españolas estuvieran de parte del Consejo General y respetara las resoluciones de La Haya, como lo hizo la Nueva Federación de Madrid, cuyos miembros se salieron de la Alianza incluso antes del Congreso de La Haya, sino que después de la escisión que tuvo lugar en este Congreso se abrió un proceso de confusión en las distintas federaciones de la Internacional en España, que si bien es verdad que no fue el único país donde se abrió, en España fue lo bastante agudo como para abortar el intento de que cuajaran las ideas del socialismo científico. El anarquismo fue un verdadero muro de contención para la penetración del marxismo en España. A pesar de que algunos miembros de la Nueva Federación de Madrid siguieron contando con la confianza de Engels, por ejemplo José Mesa, que tradujo Miseria de la Filosofía y lo publicó en 1891, y a pesar de comentarios de Engels como el que sigue, en España no llegó a cuajar nunca realmente un partido político marxista y el intento de la Internacional de formar un partido obrero se desvaneció.
«El órgano de la Nueva Federación Madrileña, La Emancipación, quizás el mejor periódico que la Internacional posee actualmente en sitio alguno, denuncia a la Alianza todas las semanas, y por los números que he enviado al ciudadano Sorge, el Consejo General puede convencerse de la energía, el sentido común y el discernimiento teórico de los principios de nuestra Asociación que pone en la lucha. Su actual director, José Mesa, es sin duda el hombre más destacado que tenemos en España tanto por su carácter como por su talento e, indiscutiblemente, uno de los mejores que tenemos en parte alguna» (Informe del Consejo General...).
Y siguen Marx y Engels refiriéndose al Congreso de Córdoba: «Segura de la mayoría que había amañado, la Alianza se sintió en él a sus anchas. Anuló los Estatutos de la Federación española, redactados en la Conferencia de Valencia y aprobados en el Congreso de Zaragoza, decapitó a esta Federación y reemplazó su Consejo federal con una simple comisión de correspondencia y estadística a la que no dejó siquiera la función de enviar al Consejo General las cotizaciones españolas; por último, rompió con la Internacional, ya que repudió las resoluciones de La Haya y adoptó el pacto de Saint Imier» (La Alianza de la Democracia Socialista y la Asociación Internacional de los Trabajadores).
«En España existen solo dos federaciones locales: La Nueva Federación Madrileña y la Federación de Alcalá de Henares, que reconocen abierta y totalmente las resoluciones del Congreso de La Haya y al nuevo Consejo General. A menos que estas federaciones logren atraer a su lado al grueso de la Internacional en España, formarán el núcleo de una nueva federación española» (Informe del Consejo General...).
«La Alianza ha conseguido provocar en el seno de la Internacional
una lucha sorda que durante dos años ha dificultado la actividad
de nuestra Asociación y que ha culminado en la separación
de una parte de las secciones y federaciones. Por eso, las resoluciones
aprobadas por el Congreso de la Haya contra la Alianza eran un deber
estricto.
El Congreso no podía dejar que la Internacional, esta gran creación
del proletariado, cayera en las redes tendidas por los detritos de las
clases explotadoras. En cuanto a quienes desean despojar al Consejo
General
de atribuciones sin las cuales la Internacional no sería más
que una masa confusa, dispersa y, para decirlo en el lenguaje de la
Alianza,
"amorfa", solo podemos ver en ellos traidores o majaderos» (La
Alianza...).
6. LOS ANARQUISTAS EN ACCIÓN
En Febrero de 1873 era proclamada la 1ª República tras abdicar Amadeo I. En junio se proclamó la República Federal y se encargó a una comisión de la que fueron excluidos los republicanos extremistas llamados intransigentes, la redacción del proyecto de la nueva Constitución. Cuando en julio se proclamó la nueva Constitución, ésta no iba tan lejos como los intransigentes pretendían en cuanto a la desmembración de España en "cantones independientes". Así pues, los intransigentes organizaron al momento alzamientos en provincias. Del 5 al 11 de julio, los intransigentes triunfaron en Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, Cádiz, Alcoy, Murcia, Cartagena, Valencia, etc, e instauraron en cada una de estas ciudades un gobierno cantonal independiente. En el mismo mes fueron sometidos todos los insurrectos en las diferentes localidades, tan solo Valencia luchó con algo de energía. Y únicamente Cartagena resistió, ya que era el mayor puerto militar de España y con él había caído en poder de los insurrectos la Marina de Guerra, el gobierno se guardó mucho de destruir su propia base naval, además de que estaba bien defendida. El "Cantón soberano de Cartagena" vivió hasta el 11 de enero de 1874, día en que capituló, porque, en realidad, ya no tenía en este mundo nada más que hacer.
De esta ignominiosa acción lo que más nos interesa son las hazañas, todavía más ignominiosas, de los anarquistas de Bakunin y que relatamos a continuación.
«Además de la información de los periódicos sobre los acontecimientos en España, tenemos a la vista el informe enviado al Congreso de Ginebra por la Nueva Federación Madrileña de la Internacional.
Es sabido que, en España, al producirse la escisión de
la Internacional, sacaron ventaja los miembros de la Alianza secreta;
la
gran mayoría de los obreros españoles se adhirió a
ellos. Al ser proclamada la República, en febrero de 1873, los
aliancistas
españoles se vieron en un trance muy difícil. España
es un país muy atrasado industrialmente y, por lo tanto, no puede
hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de
la clase obrera. Antes de eso, España tiene que pasar por varias
etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de
obstáculos.
La República brindaba la ocasión para acortar en lo posible
estas etapas y para barrer rápidamente estos obstáculos.
Pero esta ocasión solo podía aprovecharse mediante la intervención
política activa de la clase obrera española. La masa obrera
lo sentía así; en todas partes presionaba para que se interviniese
en los acontecimientos, para que se aprovechase la ocasión de actuar,
en vez de dejar a las clases poseedoras el campo libre para la acción
y para las intrigas, como se había hecho hasta entonces. El gobierno
había convocado elecciones a Cortes Constituyentes. ¿Qué
posición debía adoptar la Internacional? Los jefes bakuninistas
estaban sumidos en la mayor perplejidad. La prolongación de la
inactividad
política hacíase más ridícula y más
insostenible cada día; los obreros querían "hechos". Y, por
otra parte, los aliancistas llevaban años predicando que no se debía
intervenir en ninguna revolución que no fuese encaminada a la
emancipación
inmediata y completa de la clase obrera; que el emprender cualquier
acción
política implicaba el reconocimiento del Estado, el gran principio
del mal; y que, por lo tanto, y muy especialmente, la participación
en cualquier clase de elecciones era un crimen que merecía la muerte.
El citado informe de Madrid nos dice como salieron del aprieto: "Las
mismas gentes que rechazaron la decisión del Congreso de la Haya
sobre la actitud política de la clase obrera y pisotearon los Estatutos
de la Asociación, introduciendo así la escisión, la
lucha y el desorden en la Internacional española; las mismas gentes
que tuvieron la desvergüenza de presentarnos a los trabajadores como
arribistas ambiciosos y que, con el pretexto de llevar la clase obrera
al poder lo buscan para sí mismos; los mismos que se llaman autónomos,
revolucionarios, anarquistas, etc., se lanzaron en esta ocasión
con todo celo a hacer política, pero de la peor: política
burguesa. En vez de luchar por conseguir el poder político para
la clase obrera -- cosa que precisamente les repugna -- han ayudado a
conseguirlo
a una fracción de la burguesía compuesta de aventureros,
ambiciosos y ansiosos de cargos que se dan a sí mismos el nombre
de republicanos intransigentes.
Ya la víspera de las elecciones generales para las Constituyentes,
los trabajadores de Barcelona, Alcoy y otros lugares quisieron saber
qué
política debían realizar los obreros tanto en la campaña
electoral y parlamentaria como después. Se organizaron por ello
dos grandes reuniones, una en Barcelona y otra en Alcoy; en ambas se
opusieron
los anarquistas con todas sus fuerzas a que se decidiera la política
que debía seguir la Internacional (¡la suya, nótese
bien!). Se decidió consecuentemente que la Internacional no
tenía que seguir política alguna en tanto que Asociación,
y que cada uno de sus militantes podía obrar como mejor le
pareciera,
y sumarse según su gusto a cualquier partido -- ¡en razón
de su famosa autonomía! --. ¿Cuál fue el resultado
de doctrina tan poco sabrosa? Que la gran masa de la Internacional,
incluidos
los anarquistas, tomó parte en las elecciones sin programa, sin
bandera, sin candidatos propios, contribuyendo así a que los elegidos
fueran casi exclusivamente republicanos burgueses".
A esto conduce el "abstencionismo político" bakuninista (...)»
Téngase en cuenta que los marxistas, ya entonces hacíamos distinción entre abstencionismo político por un lado y abstencionismo electoral por otro, y que Engels critica ambos a los anarquistas. Para los marxistas el parlamentarismo revolucionario tuvo sentido en la medida que el Parlamento burgués no era dominado, monopolizado por una única fracción de la burguesía, que como hemos leído más arriba sucedía en España. En estas condiciones los diputados comunistas podían influir en las decisiones del Parlamento a favor de una fracción de la burguesía o de otra, según cuales fueran los intereses del proletariado y en un país atrasado como era España. Sin embargo esta participación en el Parlamento ha sido defendida hasta nuestros días por los falsificadores del marxismo, ignorando que en nuestros días ya no hay más que una burguesía, la imperialista financiera, que domina todos los parlamentos y ha fascistizado las democracias. Además, nótese, que los marxistas, aún cuando no éramos abstencionistas, jamás vimos en la participación en las elecciones el medio para que los obreros consiguieran el poder, sino en la revolución armada.
«Pero, tan pronto como los mismos acontecimientos empujan al proletariado y lo colocan en primer plano, el abstencionismo se convierte en una majadería palpable, y la intervención activa de la clase obrera es una necesidad inexcusable. Y este fue el caso en España (...) Dada la enorme fascinación que el nombre de la Internacional ejercía aún por aquel entonces sobre los obreros de España y dada la excelente organización que, al menos para los fines prácticos, conserva aún su Sección española, era seguro que en los distritos fabriles de Cataluña, en Valencia, en las ciudades de Andalucía, etc., triunfasen brillantemente todos los candidatos presentados y apoyados por la Internacional, llevando a las Cortes una minoría lo bastante fuerte para decidir en las votaciones entre los dos bandos republicanos. Los obreros sentían esto; sentían que había llegado la hora de poner en juego su potente organización, pues por aquel entonces todavía lo era. Pero los señores jefes de la escuela bakuninista habían predicado durante tanto tiempo el evangelio del abstencionismo incondicional que no podían dar marcha atrás repentinamente; y así inventaron aquella lamentable salida, consistente en hacer que la Internacional se abstuviese como colectividad, pero dejando a sus miembros en libertad para votar individualmente como se les antojase. La consecuencia de esta declaración en quiebra política fue que los obreros, como ocurre siempre en tales casos, votaron a la gente que se las daba de más radical, a los intransigentes, y que, sintiéndose con esto más o menos responsables de los pasos dados posteriormente por sus elegidos, acabaran por verse envueltos en su actuación.
Los aliancistas en la ridícula situación en que se habían colocado con su astuta política electoral, a menos de querer dar al traste con su dominio sobre la Internacional en España, tenían que aparentar, por lo menos, que hacían algo. Y su tabla de salvación fue la huelga general.
En el programa bakuninista la huelga general es la palanca de que hay que valerse para desencadenar la revolución social. Una buena mañana, los obreros de todos los gremios de un país y hasta del mundo entero dejan el trabajo y, en cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a darse por vencidas o a lanzarse contra los obreros, con lo cual dan a éstos el derecho a defenderse y a derribar, aprovechando la ocasión, toda la vieja organización social (...) Y aquí precisamente está la dificultad del asunto. De una parte, los gobiernos, sobre todo si se les deja envalentonarse con el abstencionismo político, jamás permitirán que ni la organización ni las cajas de los obreros lleguen tan lejos; y, por otra parte, los acontecimientos políticos y los abusos de las clases gobernantes facilitarán la emancipación de los obreros mucho antes de que el proletariado llegue a reunir esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero, si dispusiese de ambas cosas, no necesitaría dar el rodeo de la huelga general para llegar a la meta.
Para nadie que conozca un poco el engranaje oculto de la Alianza puede caber duda de que la propuesta de aplicar este bien experimentado procedimiento partió del centro suizo. El caso es que los dirigentes españoles encontraron de este modo una salida para hacer algo sin volverse de una vez "políticos"; y se lanzaron encantados a ella. Por todas partes se predicaron los efectos milagrosos de la huelga general y en seguida se preparó todo para comenzarla en Barcelona y en Alcoy.
Entretanto, la situación política iba acercándose cada vez más a una crisis(...)
Las negociaciones de Pi con los intransigentes se dilataban. Los intransigentes empezaron a perder la paciencia; los más fogosos de ellos comenzaron en Andalucía el levantamiento cantonal. Había llegado la hora de que los jefes de la Alianza actuaran también, sino querían seguir marchando a remolque de los intransigentes burgueses. En vista de lo cual, ordenaron la huelga general:
En Barcelona se pegó, entre otros, este pasquín: "¡Obreros! Declaramos la huelga general para mostrar la profunda repugnancia que sentimos al ver que el Gobierno saca a la calle el ejército para luchar contra nuestros hermanos trabajadores, mientras descuida la guerra contra los carlistas", etc.
Es decir, que se invitaba a los obreros de Barcelona -- el centro fabril más importante de España, que tiene en su haber histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad del mundo -- a enfrentarse con el poder público armados, pero no con las armas que ellos tenían también en sus manos, sino... con un paro general, con una medida que solo afecta directamente a los burgueses individuales, pero que no va contra su representación colectiva, contra el poder del Estado. Los obreros barceloneses habían podido, en la inactividad de los tiempos de paz, prestar oído a las frases violentas de hombres tan mansos como Alerini, Farga Pellicer y Viñas; pero cuando llegó la hora de actuar, cuando Alerini, Farga Pellicer y Viñas lanzaron, primero, su famoso programa electoral, luego se dedicaron constantemente a calmar los ánimos y, por último, en vez de llamar a las armas, declararon la huelga general, acabaron por ganarse el desprecio de los obreros. El más débil de los intransigentes revelaba, con todo, más energía que el más enérgico de los aliancistas. La Alianza y la Internacional mangoneada por ella perdieron toda su influencia y, cuando estos caballeros proclamaron la huelga general, so pretexto de paralizar con ello la acción del Gobierno, los obreros se echaron sencillamente a reír. Pero la actividad de la falsa Internacional había conseguido, por lo menos, que Barcelona se mantuviera al margen del alzamiento cantonal. Y Barcelona era la única ciudad cuya incorporación podía respaldar de un modo firme el elemento obrero -- que desempeñaba en todas partes un papel importante dentro del alzamiento -- y darle la perspectiva de hacerse dueño, en fin de cuentas, de todo el movimiento. Además, la incorporación de Barcelona puede decirse que habría decidido el triunfo. Pero Barcelona no movió un dedo; los obreros barceloneses, que sabían de qué pie cojeaban los intransigentes y habían sido engañados por los aliancistas, se cruzaron de brazos y dieron con ello el triunfo final al Gobierno de Madrid (...)
La huelga general se había puesto al orden del día al mismo tiempo en Alcoy. Alcoy es un centro fabril de reciente creación que cuenta actualmente unos 30.000 habitantes y en el que la Internacional, en forma bakuninista, solo logró penetrar hace un año, desarrollándose luego con gran rapidez(...) Alcoy fue elegido, por tanto, para sede de la Comisión federal bakuninista española; y esta Comisión federal es, precisamente, la que vamos a ver aquí actuar.
El 7 de julio, una asamblea obrera toma el acuerdo de huelga general; y al día siguiente manda una comisión a entrevistarse con el alcalde, requiriéndole para que reúna en el término de 24 horas a los patronos y les presente las reivindicaciones de los obreros. El alcalde, Albors, un republicano burgués, entretiene a los obreros, pide tropas a Alicante y aconseja a los patronos que no cedan, sino que se parapeten en sus casas. En cuanto a él, estará en su puesto. Después de celebrar una entrevista con los patronos -- estamos siguiendo el informe oficial de la Comisión federal aliancista, que lleva fecha de 14 de julio de 1873, el alcalde, que en un principio había prometido a los obreros guardar la neutralidad, lanza una proclama en la que "calumnia e insulta a los trabajadores, toma partido por los fabricantes y destruye así el derecho y la libertad de los huelguistas, provocándolos a la lucha". Cómo los piadosos deseos de un alcalde podían destruir el derecho a la libertad de los huelguistas, es cosa que no se aclara en el informe. El caso es que los obreros, dirigidos por la Alianza, hicieron saber al Cabildo, por medio de una comisión, que, si no estaba dispuesto a mantener en la huelga la neutralidad prometida, lo mejor que podía hacer era dimitir para evitar un conflicto. La comisión no fue recibida y, cuando salía del Ayuntamiento, la fuerza pública disparó contra el pueblo, congregado en la plaza en actitud pacífica y sin armas. Así comenzó la lucha, según el informe aliancista. El pueblo se armó y comenzó la batalla, que había de durar "veinte horas". (...)
Esta fue la primera batalla callejera de la Alianza. Al frente de cinco mil hombres se batió durante veinte horas contra treinta y dos guardias y algunos burgueses armados; los venció, después que ellos hubieron agotado las municiones y perdió, en total, diez hombres. Se conoce que la Alianza inculca a sus iniciados aquella sabia sentencia de Falstaff de que "lo mejor de la valentía es la prudencia".
Huelga decir que todas las noticias terroríficas de los periódicos burgueses, que hablan de fábricas incendiadas sin objeto alguno, de guardias fusilados en masa, de personas rociadas con petróleo y luego quemadas, son puras invenciones. Los obreros vencedores, aunque estén dirigidos por aliancistas, cuyo lema es: "No hay que reparar en nada", son siempre demasiado generosos con el enemigo vencido para obrar así, y éste les imputa todas las atrocidades que él no deja de cometer nunca cuando vence(...)
Al llegar aquí, el informe de la Alianza y el periódico aliancista nos dejan en la estacada; hemos de contentarnos con la información general de la prensa. Por ésta, nos enteramos de que en Alcoy se constituyó inmediatamente un "Comité de Salud Pública". es decir, un gobierno revolucionario. Es cierto que en el Congreso celebrado por ellos en Saint Imier (Suiza) el 15 de septiembre de 1872, los aliancistas habían acordado que "toda organización de un poder político, del poder llamado provisional o revolucionario, no puede ser más que un nuevo engaño y resultaría tan peligrosa para el proletariado como todos los gobiernos que existen actualmente". Además, los miembros de la Comisión federal de España, residente en Alcoy, habían hecho lo indecible para conseguir que el congreso de la Sección española de la Internacional hiciese suyo este acuerdo. Pero, a pesar de todo esto, nos encontramos con que Severino Albarracín, miembro de aquella Comisión, y, según ciertos informes, también Francisco Tomás, su secretario, forman parte de ese gobierno provisional y revolucionario que era el Comité de Salud Pública de Alcoy.
¿Y qué hizo este Comité de Salud Pública? ¿cuáles fueron sus medidas para lograr la "emancipación inmediata y completa de los obreros"? Prohibir que ningún hombre saliese de la villa, autorizando, en cambio, a las mujeres, siempre y cuando... ¡tuviesen salvoconducto! ¡Los enemigos de la autoridad restableciendo el régimen de los salvoconductos! En lo restante, la más completa confusión, la más completa inactividad, la más completa ineptitud».
En Sanlucar de Barrameda, junto a Cádiz, según relatan los aliancistas -- el cierre del local de la Internacional por parte del alcalde desata la cólera de los trabajadores. "el alcalde -- relata el informe aliancista -- cierra el local de la Internacional y provoca la cólera de los trabajadores con sus amenazas y constantes lesiones de los derechos personales de los ciudadanos (...) los obreros se dan cuenta de que el Gobierno se prepara sistemáticamente a declarar su Asociación fuera de la ley; deponen a las autoridades locales y nombran en su lugar otras que vuelven a abrir el local de la Asociación".
"¡En Sanlucar... el pueblo domina la situación!", exclama triunfal Solidarité révolutionnaire (7). Los aliancistas, que también aquí, en contra de sus principios anarquistas, formaron un gobierno revolucionario, no supieron por donde empezar a servirse del poder. Perdieron el tiempo en debates vacuos y acuerdos sobre el papel, y el 5 de agosto, después de ocupar las ciudades de Sevilla y Cádiz, el general Pavía destacó a unas cuantas compañías de la Brigada de Soria para tomar Sanlúcar y... no encontró la menor resistencia.
Esas son las hazañas heroicas llevadas a cabo por la Alianza donde nadie le hacía la competencia.
Inmediatamente después de la batalla librada en las calles de Alcoy, se levantaron los intransigentes en Andalucía. (...) Ni que decir tiene que los obreros bakuninistas se tragaron el anzuelo y sacaron las castañas del fuego a los intransigentes, para luego verse recompensados por sus aliados, como siempre, con puntapiés y balas de fusil.
Veamos cuál fue la posición de los internacionales bakuninistas en todo este movimiento. Ayudaron a imprimirle el sello de la atomización federalista y realizaron su ideal de la anarquía en la medida de lo posible. Los mismos bakuninistas que, pocos meses antes, en Córdoba, habían anatematizado como una traición y una añagaza contra los obreros la instauración de gobiernos revolucionarios, formaban ahora parte de todos los gobiernos municipales revolucionarios de Andalucía, pero siempre en minoría, de modo que los intransigentes podían hacer cuanto les viniera en gana. Mientras éstos monopolizaban la dirección política y militar del movimiento, a los obreros se les despachaba con unos cuantos tópicos brillantes o con unos acuerdos sobre supuestas reformas sociales del carácter más tosco y absurdo y que, además, sólo existían sobre el papel.
Así sucedió que, en el transcurso de pocos días, toda Andalucía estuvo en manos de los intransigentes armados. Sevilla, Málaga, Granada, Cádiz, etc. cayeron en su poder casi sin resistencia. Cada ciudad se declaró cantón independiente y nombró una Junta revolucionaria de gobierno. Lo mismo hicieron después Murcia, Cartagena y Valencia (...)
No obstante, esta insurrección, aunque iniciada de un modo descabellado, tenía aún grandes perspectivas de éxito si se la hubiera dirigido con un poco de inteligencia, siquiera hubiese sido al modo de los pronunciamientos militares españoles, en que la guarnición de una plaza se subleva, va sobre la plaza más cercana, arrastra consigo a su guarnición, preparada de antemano, y, creciendo como un alud, avanza sobre la capital hasta que una batalla afortunada o el paso a su campo de las tropas enviadas contra ella decide el triunfo (...)
Pero, no. El federalismo de los intransigentes y de su apéndice bakuninista consistía, precisamente, en dejar que cada ciudad actuase por su cuenta y declaraba esencial, no su cooperación con las otras ciudades, sino su separación de ellas, con lo cual cerraba el paso a toda posibilidad de una ofensiva general (...)
Entretanto, la puñalada trapera de este levantamiento, organizado sin pretexto alguno, imposibilitó a Pi y Margall para seguir negociando con los intransigentes. Tuvo que dimitir; le sustituyeron en el poder los republicanos puros del tipo de Castelar, burgueses sin disfraz, cuyo primer designio era dar al traste con el movimiento obrero, del que antes se habían servido, pero que ahora les estorbaba. A las órdenes del general Pavía se formó una división para mandarla contra Andalucía, y otra a las órdenes de Martínez Campos para enviarla contra Valencia y Cartagena (...)
El 26 de julio inició Martínez Campos el ataque contra Valencia. Aquí, la insurrección había partido de los obreros. Al escindirse en España la Internacional, en Valencia obtuvieron la mayoría los internacionales auténticos y el nuevo Consejo federal español fue trasladado a esta ciudad. A poco de proclamarse la República, cuando ya se vislumbraba la inminencia de combates revolucionarios, los obreros bakuninistas de Valencia, desconfiando de los líderes barceloneses, que disfrazaban su táctica de apaciguamiento con frases ultrarrevolucionarias, prometieron a los auténticos internacionales que harían causa común con ellos en todos los movimientos locales. Nada más estallar el movimiento cantonal ambos bandos se lanzaron a la calle, utilizando a los intransigentes, y desalojaron a las tropas. No se ha sabido cuál era la composición de la Junta de Valencia; sin embargo, de los informes de los corresponsales de la prensa inglesa se desprende que en ella, al igual que entre los voluntarios valencianos, tenían los obreros preponderancia decisiva. Estos mismos corresponsales hablaban de los insurrectos de Valencia con un respeto que distaban mucho de dispensar a los otros rebeldes, en su mayoría intransigentes; ensalzaban su disciplina y el orden reinante en la ciudad y pronosticaban una larga resistencia y una lucha enconada. No se equivocaron. Valencia, ciudad abierta, se sostuvo contra los ataques de la división de Martínez Campos desde el 26 de julio hasta el 8 de agosto, es decir, más tiempo que toda Andalucía junta.
Examinemos, pues, el resultado de toda nuestra investigación:
1. En cuanto se enfrentaron con una situación revolucionaria seria, los bakuninistas se vieron obligados a echar por la borda todo el programa que hasta entonces habían mantenido. En primer lugar, sacrificaron su doctrina del abstencionismo político y, sobre todo, del abstencionismo electoral. Luego, le llegó el turno a la anarquía, a la abolición del Estado; en vez de abolir el Estado, lo que hicieron fue intentar erigir una serie de pequeños Estados nuevos. A continuación, abandonaron su principio de que los obreros no debían participar en ninguna revolución que no persiguiese la inmediata y completa emancipación del proletariado, y participaron en un movimiento cuyo carácter puramente burgués era evidente. Finalmente, pisotearon el principio que acababan de proclamar ellos mismos, principio según el cual la instauración de un gobierno revolucionario no es más que un nuevo engaño y una nueva traición a la clase obrera, instalándose cómodamente en las juntas gubernamentales de las distintas ciudades, y además, casi siempre como una minoría impotente, neutralizada y políticamente explotada por los burgueses.
2. Al renegar de los principios que habían venido predicando siempre, lo hicieron de la manera más cobarde y embustera bajo la presión de una conciencia culpable, sin que los propios bakuninistas ni las masas acaudilladas por ellos se lanzasen al movimiento con ningún programa ni supiesen remotamente lo que querían. ¿Cuál fue la consecuencia natural de esto? Que los bakuninistas entorpecían todo movimiento, como en Barcelona, o se veían arrastrados a levantamientos aislados, irreflexivos y estúpidos, como en Alcoy y Sanlucar de Barrameda, o bien, que la dirección de la insurrección caía en manos de los burgueses intransigentes, como ocurrió en la mayoría de los casos. Así pues, al pasar a los hechos, los gritos ultrarrevolucionarios de los bakuninistas se tradujeron en medidas para calmar los ánimos, en levantamientos condenados de antemano al fracaso o en la adhesión a un partido burgués, que, además de explotar ignominiosamente a los obreros para sus fines políticos, los trataba a patadas.
3. Lo único que ha quedado en pie de los llamados principios de la anarquía, de la federación libre de grupos independientes, etc., ha sido la dispersión sin tasa y sin sentido de los medios revolucionarios de lucha que permitió al Gobierno dominar una ciudad tras otra con un puñado de tropas y sin encontrar apenas resistencia.
4. Fin de fiesta: No sólo la Sección española de la Internacional -- lo mismo la falsa que la auténtica, antes numerosa y bien organizada -- se ha visto envuelta en el derrumbamiento de los intransigentes, y está hoy de hecho disuelta, sino que, además, se le atribuye todo el cúmulo de excesos imaginarios sin el cual los filisteos de todos los países no pueden concebir un levantamiento obrero; con lo que se ha hecho imposible, acaso por muchos años, la reorganización internacional del proletariado español (8).
5. En una palabra, los bakuninistas españoles nos han dado un ejemplo insuperable de como no debe hacerse una revolución» (Los bakuninistas en acción).
El balance de la Izquierda Comunista en el terreno sindical durante la segunda posguerra siguiendo el hilo rojo del marxismo revolucionario
La parábola precisa de esta involución debería estudiarse haciendo referencia a cada uno de los países avanzados desde el punto de vista capitalista, de la misma forma que, en general, la cuestión sindical debería afrontarse, a escala mundial, analizando las características de los sindicatos actuales en cada país, o al menos en cada una de las áreas geopolíticas en las que se puede subdividir el planeta, y de esta manera llegar a una solución táctica que no puede dejar de diferenciarse según las situaciones particulares de cada país. Un análisis de este tipo hoy es imposible dadas nuestras exiguas fuerzas, ya que no podemos basarnos exclusivamente en los materiales escritos existentes al faltar la presencia directa del Partido en los distintos países. La táctica para intervenir es también el resultado de la experiencia directa del trabajo práctico o al menos de la posibilidad de vivir directamente la situación para poder percibir sus caracteres fundamentales que son, además de la naturaleza y de las características específicas de las organizaciones sindicales con las que se debe operar, la actitud de los proletarios en sus luchas y en general su actitud y su predisposición a la lucha, que sólo puede ser percibida correctamente con la presencia física de los militantes del Partido.
No obstante esto no excluye la posibilidad de delinear las tendencias generales válidas particularmente para el conjunto de los países capitalistas desarrollados que, si bien no permiten delinear una táctica específica válida por doquier, si permiten poner en relieve las perspectivas clásicas del marxismo revolucionario y permiten igualmente excluir que la dinámica del futuro incendio de clase mundial pueda recorrer caminos originales y desconocidos por nosotros, y que puedan modificar la praxis general de los conflictos de clase tal y como la describe el marxismo. No por casualidad nuestro texto clásico Partido revolucionario y acción económica afirma claramente:
"Por encima del problema contingente de la participación --
o de la no participación -- del partido comunista revolucionario
en el trabajo en determinados tipos de sindicatos de un país dado,
los elementos de la cuestión resumida hasta aquí conducen
a la conclusión de que en toda perspectiva de todo movimiento
revolucionario
general no pueden dejar de estar presentes estos factores
fundamentales:
1) un amplio y numeroso proletariado de asalariados puros; 2) un gran
movimiento
de asociaciones con contenido económico que abrace una parte imponente
del proletariado, 3) un fuerte partido de clase, revolucionario, en el
que milite una minoría de los trabajadores, pero al cual el desarrollo
de la lucha haya permitido contraponer válida y extensamente su
influencia en el movimiento sindical a la de la clase obrera y del
poder
burgués.
Los factores que han conducido a establecer la necesidad de todas
y cada una de estas tres condiciones, de cuya eficiente combinación
dependerá el resultado de la lucha, han sido dados: por el correcto
planteamiento de la teoría del materialismo histórico que
conecta la primitiva necesidad económica del individuo a la dinámica
de las grandes revoluciones sociales; por la correcta perspectiva de la
revolución proletaria en relación con los problemas de la
economía, de la política y del Estado; por las enseñanzas
de la historia de todos los movimientos asociativos de la clase
trabajadora,
tanto en su pleno desarrollo y en sus victorias, como en sus
corrupciones
y en sus derrotas.
Las líneas generales de la perspectiva desarrollada aquí
no excluyen que puedan verificarse las coyunturas más diversas tocantes
a la modificación, la disolución, y la reconstitución
de asociaciones de tipo sindical, siendo esto válido para todas
aquellas que en los diversos países se presentan, ya conectadas
con las organizaciones tradicionales que pretendían fundarse sobre
el método de la lucha de clase, ya relacionadas más o menos
con los más diversos métodos y orientaciones sociales, incluso
conservadores".
Por esto el Partido, reconstituyéndose sobre unas bases correctamente marxistas nada más terminar la segunda guerra mundial, no tuvo que exponer nuevas posiciones en el campo de su comportamiento respecto a las luchas proletarias y a las organizaciones económicas, ni dicta nuevas normas. El problema de las relaciones entre el partido y la clase proletaria, entre lucha revolucionaria política de clase y luchas económicas inmediatas, entre el organismo político revolucionario y las organizaciones de defensa económica, entre el partido comunista y otros partidos y tendencias con raíces entre las masas obreras, puede considerarse como completa y definitivamente resuelto por la tradición marxista en un arco de 70 años de luchas y experiencias mundiales, partiendo del Manifiesto de 1848 para llegar hasta las ya citadas tesis del II Congreso mundial de la tercera Internacional en 1920, y las tesis de Roma de 1922 y las de Lyon de 1926.
Se trataba, nada más terminar la segunda guerra mundial, de sacar un balance de la tragedia que se había abatido sobre el proletariado mundial también a nivel sindical; de valorar con rigor marxista el significado y la naturaleza de las organizaciones sindicales surgidas tras la segunda matanza imperialista y, volviendo a proponer la clásica solución del marxismo acerca de la relación entre Partido-clase-organismos intermedios en la perspectiva de la futura reanudación del movimiento de clase, que como ya se sabía, no podía tener lugar más que a largo plazo, de lo que se trataba era de indicar una solución táctica válida para la intervención de los comunistas en las luchas proletarias en aquellos países en los que el Partido disponía de efectivos, si bien extremadamente reducidos, en Italia y Francia, en particular en Italia.
Desde 1945, la Plataforma política del Partido, enunció en términos clásicos las tareas de los comunistas ante el movimiento sindical:
"Dentro de las tareas políticas del partido ocupa un lugar
de primerísima importancia el trabajo en la organización
económica de los trabajadores, para desarrollarla y reforzarla.
Se debe combatir el hecho, por lo demás común de la política
sindical tanto fascista como democrática, de insertar al sindicato
obrero dentro de los organismos estatales, teniendo en cuenta las
distintas
formas de ponerlo en práctica en ayuda de todo un entramado jurídico.
El partido aspira a la reconstrucción de la Confederación
sindical unitaria, con una dirección autónoma con respecto
a los organismos estatales, actuando con los métodos de la lucha
de clase y de la acción directa contra la patronal, partiendo de
las reivindicaciones locales particulares y de categoría hasta las
reivindicaciones generales.
En el sindicato obrero se agrupan los trabajadores que
individualmente
pueden pertenecer a diversos partidos o bien a ningún partido; los
comunistas no proponen ni provocan la escisión de los sindicatos
bajo el pretexto de que están dirigidos por otros partidos, sino
que proclaman de la manera más abierta posible que la función
sindical se completa y se integra solamente cuando la dirección
de los organismos económicos está en manos del partido de
clase del proletariado. Cualquier influencia distinta sobre los
organismos
sindicales proletarios no sólo le priva de su carácter fundamental
de órgano revolucionario tal y como muestra toda la historia de
la lucha de clase, sino que lo convierte en algo estéril incluso
para conseguir mejoras económicas inmediatas y en un instrumento
pasivo de los intereses patronales. La solución que se ha dado en
Italia ante la formación de la central sindical, como un compromiso,
no entre tres partidos proletarios de masas, que no existen, sino entre
tres grupos jerárquicos de pandillas extraproletarias como sucesores
del régimen fascista, debe ser combatida invitando a los trabajadores
a que derriben esos entramados oportunistas formados por
contrarrevolucionarios
profesionales".
Está claro pues que la Izquierda sitúa al sindicalismo nacido de la resistencia y del "antifascismo" democrático en una posición antibélica a la del período de la primera posguerra y, como veremos, identifica la raíz de este fenómeno en la tendencia del imperialismo al monopolio de los medios de producción y de la fuerza de trabajo. Este argumento aparece repetido en numerosos escritos de este período, en particular en los "Hilos del tiempo" que empiezan a publicarse en 1949. Retomemos de nuevo el texto ya citado, Movimiento obrero e Internacionales sindicales donde se lee: "Los sindicatos se reagrupan en congresos y consejos en los que no pueden demostrar ningún vínculo con la clase obrera y, según todas las evidencias, muestran que su presencia está apoyada por un grupo gubernamental u otro. La defensa de la clase obrera, su nueva ascensión histórica, tras luchas y adversidades terribles, no son asumidas por ninguno de estos organismos" (Battaglia Comunista, nº 21/1949).
El sindicalismo tricolor era el digno heredero del sindicalismo fascista, de la misma manera que la democracia "restablecida" por los bombarderos y los cañones aliados no podía ser otra cosa que la continuación del reformismo totalitario fascista. Y ciertamente la reanudación de clase no podía avanzar a través de ella. En esta afirmación se encuentra ya de manera implícita la afirmación de que, incluso colocándonos desde un punto de vista táctico a este respecto, trabajando dentro o fuera de estos organismos sindicales, está claro que esta toma de posición no podía ser la misma que la adoptada por los comunistas ante los sindicatos de la primera posguerra: la táctica que se debía adoptar sobre este particular no podía ser la repetición mecánica de la que adoptó el Partido Comunista de Italia ante la Confederación General del Trabajo (CGL). Forzosamente habrían debido tener en cuenta la diferencia sustancial entre los dos períodos y sobre todo la tendencia irreversible del Estado burgués para someter las centrales sindicales y, dialécticamente, la tendencia de éstas a reclamar la institucionalización formal y sustancial de su función; esta última tendencia aparecerá claramente en todos los acontecimientos de carácter sindical de la segunda posguerra y atravesará por etapas cada vez más decisivas en este sentido, la primera de ellas la participación directa de los sindicatos en los órganos institucionales destinados a controlar la economía capitalista, además de dejar en manos patronales su organización financiera y operativa, introduciendo el método de la inscripción al sindicato, pagando la cuota sindical a la dirección empresarial, es decir los sindicatos obtienen el reconocimiento gubernamental como contrapartida activa ante la elaboración de los programas económicos de los distintos ministerios con el objetivo de empeorar las condiciones de vida de la clase obrera dentro del esfuerzo nacional para "salir de la crisis", llegando a formular recientemente entre sus adherentes que son delegados sindicales, bajo el pretexto de "lucha contra el terrorismo", una declaración explícita de rechazo a la violencia en la lucha de clase, jurando fidelidad incondicional a los "valores democráticos" y Constitucionales, paso éste que suprime la última característica formal de estos organismos como sindicatos libres.
El claro posicionamiento del sindicalismo tricolor dentro del bando
burgués e imperialista viene recogido con extrema claridad en un
Hilo del tiempo, Las escisiones sindicales en Italia (Battaglia
Comunista nº 21, 1949): "Los sindicatos fascistas aparecen
con la etiqueta tricolor dentro de la amplia gama de etiquetas
sindicales,
en oposición a las rojas, amarillas y blancas, pero el mundo
capitalista
ya era el mundo del monopolio, y esos sindicatos fascistas desarrollan
su tarea como sindicato estatal, forzoso, encuadrando a los
trabajadores
dentro de las estructuras del régimen dominante y destruyendo de
hecho y de derecho cualquier otra organización.
Este gran acontecimiento, nuevo en la época contemporáneo,
no era, reversible, y es la base del desarrollo sindical en todos los
países
capitalistas. Las parlamentarias Inglaterra y América son
monosindicales
y las jerarquías sindicales están al servicio de sus respectivos
gobiernos, como sucede en Rusia. La victoria de las Democracias y el
retorno
a Italia de personajes que habían derramado más aceite de
ricino que el que habían bebido1, no es una reversión del
fascismo, que era mucho menos regresivo que ellos.
Si la situación italiana hubiese sido reversible, o sea si
hubiese tenido alguna base era insulsa la posición que reivindicaba
un segundo Risorgimento y una nueva lucha por la Nación y la
Independencia,
conceptos usados por los estalinistas más que por ningún
otro, no habría tenido ni un minuto de existencia la táctica
de fundar una confederación única de rojos y amarillos, de
blancos y negros; y sin la influencia de factores de fuerza histórica,
que por tomar un nombre puede tomar el de Mussolini, las masas no
habrían
sufrido este orden bestial contenido en la encíclica moscovita en
la Pascua de 1944.
Las sucesivas escisiones que se han producido en la Confederación
Italiana General del Trabajo (GIGL), al irse los democristianos y más
tarde los republicanos y los socialistas de derecha, aunque hoy lleguen
a formar otras confederaciones distintas, e incluso aunque la
constitución
admita la libertad de organización sindical, no van a interrumpir
el proceso social de la sujeción del sindicato al Estado burgués,
y no son más que una fase de la lucha capitalista para privar a
los futuros movimientos revolucionarios de clase de una base sólida
para organizar un encuadramiento sindical obrero verdaderamente
autónomo.
Los efectos, en un país vencido y privado de la autonomía
estatal de la burguesía local, de las influencias de los grandes
complejos estatales extranjeros que rivalizan entre sí por estas
tierras de nadie, no pueden ocultar el hecho de que también la
Confederación
que sigue en manos de los socialcomunistas de Nenni y Togliatti no
tiene
como base una autonomía de clase. No se trata de una organización
roja, ya que es una organización tricolor según el modelo
de Mussolini.
La historia del "risorgimento" sindical de 1944 se escribe, con
las escarapelas tricolores y las gotas de agua bendita en las banderas
obreras, con las infames consignas de Unión Nacional de la guerra
antialemana, del nuevo Risorgimento Liberal, con la
reivindicación
de un ministerio de Concordia Nacional, consignas que harían vomitar
a cualquier organizador rojo -- aunque fuese un reformista manifiesto".
Los sindicatos rojos tradicionales, antítesis de los sindicatos tricolores
¿Cuál es la gran y sustancial diferencia entre los sindicatos rojos del primer período del imperialismo, el de la primera posguerra y los actuales? Los primeros, al estar dirigidos por el oportunismo reformista, eran sindicatos que se habían forjado en el proceso de organizar progresivamente al proletariado como clase en lucha contra el capitalismo, intentando superar las divisiones por fábrica, territorio y categoría. Estos sindicatos surgieron en los primeros años del siglo bajo el estímulo de poderosos movimientos de clase, y en ellos tenían cabida con pleno derecho de organización autónoma, aunque fueran contrapuestas, todas las formaciones políticas que se reclamaban a la clase obrera y que tenían sólidas raíces en ella. La misma naturaleza de la organización fundada sobre el principio de la lucha de clase y de la inconciliabilidad de intereses entre capital y fuerza de trabajo, además de su independencia y autonomía con respecto al Estado, hacía que ni siquiera los dirigentes reformistas más derechistas pudiesen considerarla nunca como un organismo que aspiráse a la integración dentro de los engranajes institucionales y empresariales de la economía capitalista. Los jefes oportunistas en aquel entonces estaban obligados a limitarse a la acción apagafuegos en los conflictos obreros para evitar que la acción anticapitalista de las masas proletarias llegase hasta sus consecuencias más extremas. No puede decirse precisamente que la obra del reformismo y su tendencia al colaboracionismo con la patronal y las instituciones del Estado fuese sustancialmente distinta. Desde el punto de vista político hemos demostrado mil veces la perfecta continuidad histórica entre el reformismo socialdemócrata, el fascismo y el reformismo democrático estalinista y postestalinista moderno. Pero la acción del primero, aún situándose plenamente en el sentido de la conservación capitalista, se llevaba a cabo dentro de una organización clasista, que se apoyaba sobre masas proletarias en las que estaba vivo el verdadero concepto de la lucha de clase, atizado continuamente por la propaganda y la acción de los comunistas y de las fuerzas que se situaban correctamente sobre el terreno de la lucha de clase. La CGL (Confederazione Generale del Lavoro) reflejaba exactamente esta situación y era definida correctamente como "roja" por los mismos comunistas, en oposición al sindicalismo blanco o amarillo emanado directamente de la patronal o subvencionado por los Estados capitalistas.
La CGIL unitaria creada en 1945 no tiene nada en común con esas características, salvo la forma organizativa. En lugar de ser una organización de clase controlada por el oportunismo es un sindicato puesto en pie por un bloque de fuerzas políticas agrupadas por la unidad nacional, a la cual pertenecen indiferentemente partidos abiertamente burgueses y partidos sedicentemente "obreros", todo ello bajo la égida del imperialismo americano y la bendición de la Iglesia. Basta con la constatación de este agrupamiento y de sus patrones, que habría resultado imposible si hubiesen permanecido las características de la organización de la primera posguerra, para designar el carácter abiertamente burgués y, como se afirma en el "Hilo del tiempo" ya citado, la salida de la CGIL de entre las fuerzas sindicales inspiradas por los partidos burgueses y abiertamente oportunistas, no cambiará nada. La lógica de estas escisiones no estará guiada por consideraciones de clase, sino por choques interimperialistas entre las naciones vencedoras en la masacre recién terminada.
Esta profunda diferencia se refleja también en los estatutos de las dos confederaciones. Comparemos brevemente los pasajes más significativos.
Del estatuto de la CGL del 10-12-1924: "Art. 1.-Queda constituida en Italia la Confederación General del Trabajo para organizar y disciplinar la lucha de la clase trabajadora contra la explotación capitalista de la producción y el trabajo; y para desarrollar en la misma clase las capacidades morales, técnicas y políticas que deben conducirla al gobierno de la producción socialmente ordenada y a la administración de los intereses públicos generales" Veamos ahora la parte final del artículo 31: "(...) organiza (la CGL) el movimiento proletario en el campo de la resistencia, de tal modo que las luchas de categoría vayan siendo sustituidas por luchas conjuntas tendentes a elevar el tenor de vida de toda la clase trabajadora y dar a ésta la convicción de que toda mejora conseguida en materia salarial mediante la lucha de categoría, a largo plazo está destinada a ser en vano allí donde la clase trabajadora no proceda más estrictamente contra el poder político y económico, para transformar radicalmente la institución de la propiedad privada".
Por encima de las consideraciones que se puedan hacer desde el punto de vista teórico marxista sobre la tendencia implícita al educacionismo tecnicista como premisa a la conquista del poder político -- no olvidemos que nos hallamos frente al estatuto de un sindicato, no frente al programa político del partido -- es evidente que la finalidad de la organización es la de agrupar las luchas por encima de las categorías, en guerra abierta contra la opresión capitalista, hacia la emancipación completa de la clase trabajadora del yugo del trabajo asalariado. Veamos, por el contrario, la perla que recoge el estatuto de la CGIL de 1965: "La CGIL coloca en la base de su programa y de su acción la constitución de la república italiana y persigue su aplicación integral particularmente en lo que se refiere a los derechos que en ella se recogen y a las reformas económicas y sociales que en ella se dictan. La CGIL considera que la paz entre los pueblos es un bien supremo de la humanidad y una condición indispensable para el progreso civil, económico y social".
Este es el estatuto de un sindicato que se considera ya irreversiblemente parte integrante de la sociedad a la que pertenece y del régimen político que la defiende, y dispuesto por lo tanto a sacrificar cualquier interés incluido el de la clase que pretende representar oficialmente, en defensa de las instituciones estatales y de la economía nacional por cualquier medio. En lo que hemos definido como un sindicato del régimen, es decir un sindicato que representa la voz y la ideología de la clase dominante en el reino de la clase obrera. Todavía no se trata de un sindicato del Estado, sólo lo es formalmente, pero ya posee todos los ingredientes programáticos para serlo también jurídicamente.
En el estudio sobre los sindicatos fascistas aparecido en los números 4, 6 de esta revista2 hemos puesto en evidencia precisamente esta continuidad, incluso jurídica, entre el sindicalismo fascista y el sindicalismo tricolor democrático, en el sentido de que tanto bajo la jurisdicción fascista como bajo la democrática, el sindicato es visto como un "órgano indirecto" del Estado, o sea una organización que lleva a cabo una objetiva actividad de apoyo y revitalización de las instituciones estatales, aunque no pertenezca orgánicamente a ellas, es decir, no siendo un verdadero órgano del Estado, como eran por ejemplo las Corporaciones.
Este concepto corresponde a la dinámica propia del imperialismo
y constituye un hecho característico de todas las naciones, si bien
presenta aspectos formales distintos según los países.
La dinámica de la lucha sindical en la época del imperialismo
Retomemos nuevamente algunas largas citas del informe de 1977 "Bases de acción del Partido…":
"¿Qué es lo que ha cambiado en la dinámica sindical de la época imperialista? La época imperialista se distingue por la concentración extrema de la producción y del capital financiero, pero también por una ingerencia intensificada del Estado en todos los aspectos de la vida económica y social. El Estado no sólo se manifiesta cada vez más como el "comité de administración de la clase dominante", su aparato de dominio, la concentración de su fuerza armada contra el proletariado, sino que se convierte también en el garante de la economía capitalista, obedeciendo cada vez más a las necesidades de su funcionamiento y encargándose en primera persona de la gestión del mecanismo productivo de la economía capitalista.
Esta acentuación de las funciones del Estado se refleja necesariamente también en los organismos proletarios a los que no se les permite desarrollarse libremente salvo que no se inscriban dentro de una perspectiva revolucionaria y de esta manera caen bajo control en su misma acción reivindicativa y económica. La clase burguesa no ha olvidado la lección de 1917-26, cuando los sindicatos obreros, pese a estar dirigidas por oportunistas y reformistas declarados, habían llegado a un punto tal que podían desencadenar la lucha revolucionaria entre las clases y ser conquistados por el partido de clase".
Como hemos visto, las tesis de la Internacional ya señalaban esta situación e indicaban que "en la época imperialista la lucha económica se transforma en lucha política revolucionaria mucho más rápidamente que en la época precedente de desarrollo pacífico del capitalismo".
En la época imperialista el capitalismo no puede permitir más el libre desarrollo de la lucha económica, ni de la organización obrera, porque ha experimentado históricamente que la aparición de luchas económicas generalizadas en un período crítico de la economía capitalista puede conducir de forma peligrosa hasta la lucha política, hasta el asalto del poder político: o sea que la lucha de los proletarios en el terreno económico es, debido a las condiciones en las que se lleva a cabo, susceptible de ser influenciada mucho más fácilmente por el partido revolucionario.
Después de haberse salvado por los pelos del peligro revolucionario en 1919-1926, el Estado capitalista ya no permite ningún desarrollo libre de los conflictos sociales, ya que sabe muy bien que este "libre desarrollo" puede producir efectos desastrosos para la conservación del régimen. El Estado capitalista no suprime la organización obrera económica, pero se esfuerza por todos los medios en controlarla sometiendo su acción a unos límites bien precisos, en integrarla con todo tipo de vínculos, haciendo de ella un apéndice suyo hasta tal punto que, en los momentos críticos de la lucha de clase, la transforma abiertamente en un engranaje de la máquina estatal. El hecho de poder controlar el movimiento obrero económico en los períodos inevitables de desorden productivo y crisis económica es esencial para la supervivencia del régimen capitalista, porque es el único elemento que puede impedir que de la crisis económica se pase a la crisis social y política.
El capitalismo en la época imperialista intenta, debido al agravamiento de sus contradicciones internas, controlar a escala social el anárquico desarrollo del proceso económico y productivo, del que se derivan las crecientes tensiones sociales. Por esto el Estado es consciente de la necesidad de controlar directamente los sindicatos obreros, lo cual prueba la extrema debilidad y la vulnerabilidad del capitalismo en la fase imperialista. Este control puede asumir diversas formas, de las cuales la más adecuada y perfecta es la de incorporar al sindicato obrero dentro de las estructuras estatales, para lo cual el Estado busca la forma de hacer compatibles los niveles salariales y los beneficios, el coste del trabajo con los rendimientos económicos e igualmente busca la forma de hacer tolerables para el sistema capitalista las insuprimibles diferencias entre las necesidades de los asalariados y las de las empresas; resumiendo: intenta reglamentar las relaciones entre obreros y patronos en el marco de la conservación del régimen. De la misma forma que el sindicato deja de ser libre para estar sometido, se transforma de órgano de la clase obrera en órgano del Estado burgués, y de la defensa de los proletarios pasa a la defensa de la economía nacional.
La época imperialista se caracteriza por esta necesidad: o el movimiento obrero se somete a los intereses de la nación u objetiva y materialmente se convierte en revolucionario. Un sindicalismo de clase solo es posible en la medida que ataca las bases mismas de supervivencia del régimen golpeándolas inevitablemente. Esto viene explicado en las tesis de la Internacional Comunista: la imposibilidad del capitalismo para reorganizar la economía tras la guerra si no aplasta al movimiento obrero.
El capitalismo internacional, por lo tanto, no habría podido salir de su crisis y no habría podido reorganizar su economía sin aplastar las luchas económicas y sociales del proletariado, y no podía permitirse en la práctica mantener las condiciones económicas del proletariado al nivel anterior a la guerra.
Por consiguiente las luchas económicas proletarias asumían un aspecto objetivamente revolucionario y constituían la base para la movilización del partido.
La lucha económica del proletariado no podía permanecer sobre un terreno neutral en el conflicto entre proletarios y capitalistas, ya que socavaba las bases mismas del régimen, y por consiguiente se transformaba en lucha contra el Estado.
Los sindicatos de clase o bien habrían debido limitar la defensa de las condiciones de vida en función de las necesidades burguesas o por el contrario habrían debido convertirse en sindicatos rojos dirigidos hacia el ataque revolucionario.
En la época imperialista se modifican por esto las bases de la acción sindical que, en períodos críticos, se transforma rápidamente en lucha insurreccional o en sacrificio total de las condiciones obreras.
Pero esto significa también que un sindicato dirigido por cualquier partido que no sea el partido revolucionario de clase no puede conducir la lucha económica de manera consecuente en estos períodos críticos, cosa que por el contrario era posible en la época de desarrollo "pacífico" del capital. En esta época las luchas económicas del proletariado podían incluso contraponerse a la lucha revolucionaria, como lo pueden hacer actualmente en épocas que no son críticas, pero en la época imperialista el vínculo es más estrecho.
De esto se derivan el valor y la inmensa importancia que asumen los movimientos básicos del proletariado destinados a defender el pan y el trabajo. Muy lejos de negar su valor esencial, el hecho de que estos movimientos pasen fácilmente al terreno político, hace que el partido subraye su necesidad. Es precisamente esta situación la que coloca al partido de clase sobre el terreno de la defensa proletaria, mientras que contra esta elemental exigencia obrera coloca a todos los partidos de la burguesía y a todas sus fuerzas estatales. Todas las fuerzas de la conservación social están alineadas para impedir la libre y abierta manifestación de la lucha económica, manteniendo las ataduras legales que hoy la caracterizan. Sólo las fuerzas del partido se alinean para defender el libre desarrollo de las luchas obreras. El capitalismo ya no permitirá más la aparición de sindicatos libres: y mucho menos lo favorecerá como sucedía en la época precedente. Y se acabó la época en la que podía permitir la libre organización de los obreros y de esa manera oponerse a la revolución en el campo sindical.
De esta dinámica sindical de la época imperialista algunos pseudorrevolucionarios más o menos pistoleriles deducen que ya se acabó el tiempo de las reivindicaciones sindicales y de los organismos obreros de defensa y que ya no se puede concebir nada, en términos de "lucha contra el sistema", que no sea inmediata y exquisitamente político, denunciando las luchas de defensa económica como "atrasadas", "integrantes del sistema" o bien "reaccionarias" o "corporativas", uniéndose en esto a los oportunistas oficiales. Otros, que incluso pretenden reclamarse a la Izquierda Comunista, deducen que el resurgimiento de organismos intermedios entre el Partido y la clase, podrá configurarse según un proceso original, no previsto en nuestros cuerpos de tesis, ya que estos organismos podrán tener incluso contenidos inmediatamente políticos, saltando la fase económica. Tal concepción pone automáticamente a quien la defiende fuera del campo del marxismo revolucionario y del materialismo histórico, y lo sitúa dentro del idealismo, según el cual los hombres no actuarían empujados por condiciones económicas inmediatas, sino por conceptos ideológicos y políticos, que como mucho se adquirirían en el terreno de la lucha de clase.
La constatación de que en el régimen imperialista la defensa consecuente de los intereses económicos de clase plantea de modo drástico y categórico la incompatibilidad de las exigencias más elementales de vida del proletariado respecto a la estabilidad del sistema capitalista asumiendo por lo tanto inmediatamente un contenido eversivo intolerable para las instituciones burguesas, lleva a confirmar que las futuras organizaciones de clase sólo podrán surgir de la batalla por la defensa desesperada de las exigencias de vida y de trabajo de las masas obreras, y por lo tanto sólo podrán tener un contenido inmediato esencialmente económico.
Esta alineación de fuerzas que, de un modo u otro niegan la validez marxista de la perspectiva del resurgimiento de los organismos económicos inmediatos de clase, hace más difícil la reconstitución de una red organizativa económica de clase sometiéndola a mil insidias, pero al mismo tiempo hace que la obra y la dirección del Partido en este sentido sean netos e insustituibles. No es poco constatar que, respecto a todas las organizaciones que bajo diversas etiquetas, pretenden reclamarse a la Izquierda Comunista, nosotros nos distinguimos claramente también en esto, ya que somos los únicos que defendemos la perspectiva del renacimiento de las organizaciones económicas clasistas.
Es importante sobre estas cuestiones, resaltar el análisis de Trotski acerca de los sindicatos en la época del imperialismo que, aunque fue escrito en un período (3) en el que sus posiciones políticas se separaban cada vez más de las nuestras, resulta idéntico al análisis efectuado por la Izquierda y por esto hay que considerarlo como un pilar fundamental para comprender la dinámica sindical que caracterizará la futura reanudación del movimiento de clase.
"Hay una línea común -- escribe Trotski -- en el desarrollo o más exactamente en la degeneración de las modernas organizaciones sindicales en todo el mundo. Ésta línea común consiste en su tendencia constante hacia el Estado uniéndose a él. Este proceso es igualmente característico en los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y "anarquistas". Este hecho solamente muestra que la tendencia hacia la "unión con el Estado" es intrínseca no a esta o aquella doctrina como tal, sino que deriva de las condiciones sociales comunes a todos los tipos de sindicatos.
El capitalismo monopolista no se apoya en la concurrencia o en la libre iniciativa privada, sino en la centralización. Los grupos capitalistas que están a la cabeza de los poderosos trust, sindicatos industriales, consorcios bancarios, etc., controlan la vida económica desde una altura muy similar a la del Estado, y a cada momento necesitan la colaboración de éste último.
A su vez los sindicatos obreros de las más importantes ramas industriales están privados de la posibilidad de aprovechar la competencia entre diversas empresas. Los sindicatos obreros deben enfrentarse a un enemigo capitalista centralizado, ligado íntimamente al Estado. De aquí deriva la exigencia para los sindicatos obreros -- en la medida en que se apoyan sobre una posición reformista y por tanto sobre una posición de adaptación al régimen de la propiedad privada -- de adaptarse al Estado capitalista y luchar por una cooperación con él. A los ojos de la burocracia del movimiento sindical la tarea principal consiste en "liberar" al Estado del abrazo del capitalismo, en debilitar su dependencia de los trust, en ponerlo de su parte. Esta posición está en completa armonía con la posición social de la aristocracia y de la burocracia laborales, que luchan por las migajas que sobran del reparto de los sobrebeneficios del capitalismo imperialista. Los burócratas sindicales lanzan consignas y acciones para demostrar al Estado "democrático" lo útiles e indispensables que son en tiempos de paz y especialmente en tiempos de guerra. Al transformar en órganos del Estado a los sindicatos, el fascismo no ha inventado nada nuevo; simplemente lleva hasta sus últimas consecuencias las tendencias implícitas en el imperialismo".
Más adelante continúa: "El capitalismo monopolista está destinado a reconciliarse cada vez menos con la independencia de los sindicatos. Su deseo es que la burocracia reformista y la aristocracia obrera, que son quienes recogen las migajas de sus banquetes, se vayan transformando en su policía política ante la clase trabajadora. Si esto no se consigue la burocracia sindical es suprimida y la sustituyen los fascistas. Pero pese a todos sus esfuerzos, la aristocracia laboral al servicio del imperialismo, a la larga no puede salvarse de la destrucción.
La intensificación del choque entre las clases dentro de cada país y los antagonismos entre las naciones, producen una situación por la cual el capitalismo imperialista puede tolerar, naturalmente durante un cierto tiempo, una burocracia reformista sólo si ésta sirve directamente como una pequeña pero activa accionista a sus empresas imperialistas, a sus planes y programas tanto dentro del país como en la escena internacional. El social-reformismo debe transformarse poco a poco en social-imperialismo para prolongar su existencia, pero sólo para prolongarla y nada más. No tiene otra salida".
Volveremos al final de este trabajo a ver los aspectos tácticos
y estratégicos que Trotski indica en su artículo. Por otra
parte no tenemos que modificar nada a su análisis que discurre
paralelamente
con cuanto delineó la Izquierda al término de la segunda
guerra mundial.
La táctica del Partido en las dos primeras décadas de la segunda posguerra
Aunque la tendencia al abrazo entre el sindicato y el Estado burgués es un proceso irreversible, no por esto la Izquierda, como Trotski, niega la necesidad del trabajo de los comunistas dentro del sindicato, en particular -- para volver a la situación real que examinamos aquí, o sea la segunda posguerra en Italia -- la necesidad de trabajar dentro de la CGIL, que había surgido como prolongación del CLN (4) y que fue abandonada sucesivamente por los demócratas cristianos, los socialdemócratas y los republicanos debido a la oposición a escala mundial entre los bloques imperialistas, oposición que se reflejaba en los componentes políticos de la Confederación unitaria, a pesar de esa autonomía suya tan proclamada.
La Izquierda, como punto cardinal de toda acción táctica en materia sindical, siempre ha señalado la necesidad de no separar nunca a los comunistas del resto de la masa de los trabajadores. En otros términos, acerca del trabajo en los sindicatos existentes, la Izquierda nunca ha sido escisionista por principio. Por ejemplo, la Izquierda ha combatido enérgicamente la tendencia típica de los kapedistas (KAPD) de la primera posguerra a separarse de los sindicatos existentes para dar vida a nuevas organizaciones de clase, creando pequeños sindicatillos "revolucionarios" controlados por el Partido, y de hecho formados sólo por comunistas o por obreros fuertemente politizados en sentido "revolucionario". Hacer esto habría significado aislar a los comunistas del resto de los trabajadores, o sea hacer lo inverso de lo que deben hacer siempre los comunistas.
Para decidir si se trabaja o no en un sindicato no basta con analizar las tendencias históricas de la forma sindicato verificando si estas tendencias son atribuibles al sindicato en cuestión. No basta pues con deducir la táctica de la naturaleza política de este organismo, sino que es necesario ante todo tener en cuenta la actitud de los obreros hacia él. Puesto que somos materialistas no podemos atribuir a los trabajadores inscritos en un sindicato la conciencia de lo que representa para nosotros. Si los trabajadores, o la mayor parte de ellos, o la más combativa, ve en este sindicato a su representante a su única vía defensiva junto a la que luchar, nuestro puesto de combate no puede estar más que en este sindicato. Esta era precisamente la actitud de las masas obreras más combativas en Italia en los años de la posguerra y el Partido decidió militar en la CGIL. No obstante lo hizo planteándose el problema del futuro desarrollo de la verdadera lucha de clase libre de la influencia del oportunismo, futuro que no podía en aquel entonces más que vislumbrarse a muy largo plazo. Esta cuestión aparece planteada de un modo extremadamente sintético y claro en un documento de 1951:
"La situación sindical actual difiere de la de 1921 no sólo por la ausencia de un fuerte Partido Comunista, sino también por la progresiva eliminación del contenido de la acción sindical sustituyendo la acción de base por funciones burocráticas: asambleas, elecciones, fracciones de partidos en los sindicatos y cosas así han sido sustituidas por funcionarios de oficio para ser elegidas en los cargos dirigentes, etc. Esta eliminación, defendida en interés propio por la clase capitalista va acompañada de los siguientes factores que actúan en la misma línea histórica: corporativismo tipo CLN, sindicalismo tipo Di Vittorio o Pastore. Este proceso no puede definirse como irreversible. Si la ofensiva capitalista es afrontada por un Partido Comunista fuerte, si al proletariado se le sustrae de esta táctica (sindicalista) del CLN, si se le sustrae de la influencia de la actual política rusa, en un período X o en el país X pueden resurgir los sindicatos clasistas o bien ex-novo o bien conquistando incluso a estacazos, los sindicatos actuales. Esto no se puede excluir históricamente. Estos sindicatos se formarían en una situación de ataque o de conquista del poder. La diferencia entre ambas situaciones hace pasar a un segundo plano la cuestión de la dirección de D’Aragona, que no excluye nuestra acción de fracción en la CGL, o la dirección de Di Vittorio".
Es importante subrayar con rigor cuanto se dice en este pasaje y seguir atentamente esas partes que tras una lectura poco atenta podrían parecer contradictorias. En primer lugar se aborda, respecto a la organización sindical, la diferencia sustancial entre 1921 y 1951, que se caracteriza por "la eliminación del contenido de la acción sindical sustituyendo la acción de base por funciones burocráticas". Ya no hay jefes obreros elegidos libremente y revocables en cualquier momento, sino "funcionarios de oficio" los cuales habían recibido del poder central y de los partidos de la coalición CLN la misión de representar oficialmente los intereses de los trabajadores. Pero "este proceso no puede definirse como irreversible" La inversión de esta tendencia que, como hemos visto es irreversible desde el punto de vista del proceso de centralización imperialista, sólo puede venir del retorno del proletariado a la lucha de clase anticapitalista y antioportunista, bajo la influencia del partido revolucionario. Si las premisas para que esta tendencia se invirtiese existían, históricamente no había que excluir el resurgimiento de los sindicatos clasistas. Hay que señalar que por sindicatos clasistas no se entiende una organización económica necesariamente controlada por el Partido, sino un organismo en el que existe una plena libertad de acción y de movimiento para una fracción organizada dentro del mismo. El resurgimiento de los sindicatos clasistas está ligado por tanto a la reanudación de la lucha de clase y no podría darse más que "en una situación de ataque" o directamente "de conquista del poder". La dinámica de los acontecimientos y no unos aprioristas ejercicios voluntaristas, resolvería la alternativa, el famoso dilema, conquista "incluso a estacazos" de los sindicatos actuales o bien "renacimiento ex-novo".
Al plantearse la alternativa en estos términos el Partido no podía asumir una actitud de cautela expectante, esperando que los acontecimientos resolviesen la cuestión, y decidió tomar el camino de la "conquista a estacazos" y organizarse allí donde sus debilísimos efectivos obreros lo permitían, en fracción interna en la CGIL. En este sentido hay que entender la última expresión: "La diferencia entre ambas situaciones (la de 1921 y la de 1951) hace pasar a un segundo plano la cuestión de la dirección de D’Aragona, que no excluye nuestra acción de fracción en la CGL, o la dirección de Di Vittorio". Decíamos que esto podría parecer contradictorio con la afirmación inicial acerca de la diferencia neta entre las dos organizaciones sindicales de la primera y de la segunda posguerra.Pero la cuestión hay que afrontarla en sentido dialéctico, precisamente en el sentido de la reversibilidad del proceso por parte del movimiento de clase, proceso que el Partido habría debido y podido favorecer (obsérvese la expresión "si se le sustrae…") mediante la conquista del sindicato existente.
Si la tendencia irreversible del capitalismo es la de encerrar al proletariado dentro de los sindicatos del régimen o en los del Estado, la tendencia irreversible del proletariado es la de reconstituir sus organismos de batalla, los sindicatos de clase. En la "Plataforma política" de 1945 el Partido reconoce que:
"Debe combatirse el criterio común tanto de la política fascista como de la democrática, de atraer al sindicato obrero dentro de los órganos estatales, bajo las distintas formas de su sometimiento a través de sistemas jurídicos. El Partido aspira a la reconstrucción de la Confederación sindical unitaria, autónoma respecto al Estado y que actúe con los métodos de la lucha de clase y de la acción directa contra la patronal, llegando desde las reivindicaciones locales y de categoría hasta las reivindicaciones generales y de clase".
La Izquierda, nada más terminar la guerra, nunca ha tenido ninguna duda acerca de la naturaleza de la CGIL "creada según el modelo de Mussolini", y la táctica adoptada para militar en sus filas para luchar contra las cúpulas oportunistas, no se apoya precisamente en considerar que se trata de un sindicato clasista controlado por el oportunismo. Una vez sentada y deducida para la historia según el método marxista la naturaleza de este sindicato, el Partido, reconstituido sobre unas bases revolucionarias precisas y correctas, no puede dejar a un lado la actitud que hay que mantener a este respecto, y en general, con organizaciones análogas.
En las "tesis características" de 1951, año en que el Partido supera numerosas incertidumbres y una cierta confusión que se dio en los primeros años de la segunda posguerra, se dice tal y como se repetirá en todos los cuerpos de Tesis sucesivos que:
"El partido no oculta que en las fases de reanudación no se reforzará de manera autónoma si no surge una forma de asociacionismo económico sindical de las masas". Y continúa: "El sindicato (...) es objeto de interés para el partido el cual no renuncia voluntariamente a trabajar en su interior, distinguiéndose netamente de todas las otras agrupaciones políticas. El Partido reconoce que hoy puede hacer un trabajo sindical sólo de manera esporádica, y en el momento en que la relación numérica concreta entre sus miembros, los simpatizantes, y los organizados en un cuerpo sindical dado resulte apreciable y tal organismo no haya excluido la última posibilidad virtual y estatutaria de actividad autónoma clasista, el partido efectuará la penetración e intentará la conquista de la dirección del mismo".
¿Cuál era pues la tarea del pequeño partido de la segunda posguerra frente a los sindicatos tricolores y su tendencial fascistización? El desarrollo de este proceso en un sentido u otro no es indiferente para los fines de la futura reanudación de clase y ésta será más difícil y fatigosa si la burguesía lleva a cabo la integración del sindicato en las instituciones del régimen burgués sin violencia, sin tener que recurrir al encuadramiento abierto y feroz del proletariado en los sindicatos estatales de tipo fascista.
No obstante debemos oponernos con todas nuestras fuerzas a este proceso incluso previendo que, en ausencia de un fuerte empujón proletario, seremos derrotados con facilidad. Esta batalla la desarrollamos entre los obreros en nombre del renacimiento de los sindicatos de clase, contra las direcciones sindicales oportunistas, denunciando continuamente su trabajo derrotista y antiproletario. Denunciando igualmente el carácter de las tres centrales sindicales que, según la actuación de sus dirigentes, según su política según su estructura interna, actúan siempre de común acuerdo contra los intereses generales del proletariado y en defensa del régimen capitalista; en este sentido siempre hemos sido muy claros. ninguno de los tres sindicatos tenía la apariencia de un sindicato de clase.
No obstante percibimos una diferencia entre CISL y UIL por una parte y CGIL por otra. Las dos primeras eran organizaciones abiertamente patronales crecidas al amparo del imperialismo americano y de amplios sectores de la burguesía italiana, y con el único objetivo de dividir a la masa trabajadora y como tales eran reconocidas por todos los obreros combativos; el "cislino"5 generalmente era el beato, el esquirol, el recomendado por el cura, el vendido abiertamente al patrón; la UIL organizaba predominantemente a los que hoy se llaman "cuadros intermedios". En la CGIL estaba la parte más combativa del proletariado italiano, que veía en ella al sindicato "rojo", una sigla, el símbolo de una tradición aún viva. Para poder controlar y encuadrar a los obreros italianos, los oportunistas se vieron obligados a reclamarse verbalmente a las gloriosas tradiciones de las luchas proletarias pasadas, agitando de vez en cuando la bandera roja. Nosotros vemos en esto un elemento positivo: para engañar a los obreros italianos era necesario agitar la bandera roja: los obreros italianos todavía se emocionaban con la bandera roja. La CGIL representó para una buena parte del proletariado italiano una enseña, un símbolo. Bajo esta enseña los obreros hicieron grandes huelgas, escapando alguna vez de las directrices impartidas por las cúpulas oportunistas, chocando con una formidable valentía contra las fuerzas policiales que a menudo fueron incapaces de contener su furia, afrontando los despidos, los palos, la cárcel, y dejando por las calles y plazas centenares de caídos.
Fue este estado de ánimo del proletariado italiano -- y no otra cosa -- lo que nos llevó a no excluir la posibilidad de una reconquista "a estacazos" de la CGIL para una dirección clasista. Esta reconquista no podía ser gradual, pero sólo era posible si se verificaba un potente movimiento proletario que quitase de en medio a las direcciones oportunistas haciendo añicos su estructura.
La CGIL representaba para los obreros el símbolo de una tradición que los dirigentes trataban de quitarse de encima a toda costa para acabar con este punto de referencia, con este finísimo hilo que los unía con un glorioso pasado.
Con nuestra acción en la CGIL buscamos siempre la defensa y valorización de esta tradición -- fuerza material de primera importancia -- en lucha abierta y feroz contra las directivas, en nombre del renacimiento del sindicato de clase.
Por eso no se ha tratado, como se dijo banalizando la cuestión, de retomar mecanicamente las posiciones tácticas de 1921 en materia sindical trasladándolas íntegramente a la situación de la segunda posguerra. Hemos demostrado suficientemente que el Partido era plenamente consciente de la diferencia de ambas situaciones, particularmente con respecto a la distinta naturaleza de las organizaciones sindicales en las que debía combatir. Por consiguiente no podía valorar con el espíritu de entonces la indicación de la conquista interna de la CGIL. No habría podido tratarse de una "conquista" en el sentido de una simple sustitución colocando a la corriente, a la fracción comunista en la dirección del sindicato a través de una batalla que se expresase a través de métodos congresuales, incluso entendidos como expresión formal y estatutaria de grandiosas batallas proletarias de clase conducidas físicamente en las calles y plazas, con el ánimo de conquistar un sindicato "libre" de los condicionantes del Estado burgués y de la patronal y por esto abierto al libre choque interno de las fuerzas políticas que se reclaman a la clase obrera. La "conquista", en plena fase avanzada del imperialismo, no podía entenderse más que como la destrucción de toda la estructura organizativa de un sindicato ya vinculado a través de mil hilos con las instituciones del enemigo de clase, bajo el empuje de la acción de una clase que había retomado el camino de la verdadera lucha social anticapitalista y antioportunista.
La eventual CGIL "roja" futura sólo habría podido resurgir sobre las ruinas de la que los comunistas tenian enfrente y que toleraba su presencia interna sólo porque estaba reducida a fuerzas insignificantes en el plano de la influencia sobre la clase.
Al plantear su táctica "entrista" de cara a la CGIL, el partido en 1951 se reclamaba en un cierto sentido a la "memoria histórica" del proletariado, del mismo modo con que el estalinismo imperante se reclamaba a esta "memoria" que persistía en las generaciones obreras que habían vivido los años del fascismo y los que inmediatamente le sucedieron, y organizaba el sindicato tricolor unitario volviendo a copiar esquemas organizativos de la vieja CGL: centros de reparto, cámaras del trabajo, etc., y reclamándose al carácter clasista del sindicalismo, en aquel entonces muy vivo en las mentes y en los corazones de los proletarios, tras los sufrimientos de una reconstrucción hecha de miseria, bajos salarios y ritmos de trabajo al límite de la resistencia física.
Como ya hemos dicho, el eje central de la batalla del Partido dentro de la CGIL es la reivindicación del retorno al sindicalismo de clase, contra la política de renuncias de las direcciones sindicales al servicio de los intereses del capital nacional e internacional, y fue el caballo de batalla de toda la acción del Partido hasta comienzos de los años 70, y no sólo se expresó con declaraciones verbales y escritas, sino en "cualquier resquicio" que, en materia sindical, se prestaba a la posibilidad de intervención activa, los militantes comunistas no cesaron de intervenir llevando la voz del Partido, participando en las luchas obreras y en las tentativas de organización de los obreros más combativos. Nuestra acción se apoyaba constantemente en una táctica ligada a los principios generales del partido y adaptada a las situaciones particulares: ninguna acción de sabotaje o boicot de las luchas sindicales y de las huelgas organizadas y controladas por los sindicatos, participando en ellas con un trabajo constante de denuncia activa de la política antiobrera de las centrales sindicales, indicando a los proletarios los objetivos generales de clase por los que luchar para tender a la unión de todas las categorías obreras, e indicando igualmente los métodos clasistas de lucha, el primero de todos la huelga general indefinida y sin preaviso, ligando constantemente estas indicaciones inmediatas de objetivos de lucha al objetivo político último de la acción del Partido.
Una síntesis orgánica muy significativa de las posiciones
del Partido en todo este período, que reivindicamos plenamente en
todas las manifestaciones teóricas y prácticas en las que
se expresa, aparece en las "tesis sobre el balance desastroso de la
política contrarrevolucionaria de las centrales sindicales y la
línea programática y táctica del Partido Comunista
Internacional" redactadas para ser presentadas en el VII Congreso
de
la CGIL y que apareció en el nº 25 de febrero de 1965 en "Spartaco"
que en aquel entonces era la página sindical de nuestro quincenal
"Programma Comunista". Reproducimos la conclusión que tenía
el siguiente título: "Por una dirección revolucionaria
del sindicato":
"El bache económico ha puesto en evidencia la incapacidad
de los jefes sindicales para proponer al proletariado soluciones
eficientes
en defensa del salario y del puesto de trabajo; al igual que ha
demostrado
claramente la imposibilidad absoluta del capitalismo para evitar
desastres
económicos, y la consecución de una armónica evolución
de la economía. Nuevas y más profundas crisis pondrán
sobre el tapete el ineluctable choque directo entre el proletariado y
el
Estado capitalista para poner fin a esta alocada carrera hacia la
destrucción
de hombres, medios y energía.
Los comunistas revolucionarios, siguiendo la secular experiencia de las luchas proletarias, constatan que los actuales jefes infieles de los sindicatos no abandonarán sus puestos directivos si no son echados por los obreros tras una no breve lucha que tienda a eliminar de entre sus propias filas a los traidores y a los vendidos a la burguesía. Esta lucha que es una forma evolucionada de la lucha de clase, se llevará a cabo en la medida en que los proletarios decidan pasar de una supina aquiescencia de las influencias oportunistas, a la firme determinación de defender con todos los medios su existencia, sus salarios, el puesto de trabajo, rechazando la defensa de los intereses nacionales, patrióticos, republicanos, constitucionales, tras los cuales se esconden los privilegios capitalistas; rechazando la subordinación de sus luchas económicas a la demogógica lucha por las reformas estructurales.
Esta lucha será posible en la medida en que el proletariado haga suyo el programa revolucionario comunista; y triunfará con la condición de que sea dirigida por su partido de clase, el Partido Comunista Internacional. Por esto los comunistas revolucionarios no se proponen la creación de nuevos sindicatos mientras sea posible llevar a cabo un trabajo revolucionario en los sindicatos actualmente existentes, mientras la CGIL no renuncie incluso formalmente a los atributos clasistas a los que se reclama, y no prohíba la constitución de corrientes en su seno. Los comunistas auspician la creación de grupos comunistas revolucionarios, a través de los cuales se difunda el programa revolucionario del partido de clase procediendo a la conquista de los puestos directivos en los sindicatos.
El afianzamiento en los sindicatos del programa revolucionario garantizará el desarrollo revolucionario de la lucha de las masas, premisa esencial para que los sindicatos no sean captados por el Estado capitalista y puedan formar la organización unitaria del proletariado en defensa de sus intereses económicos con vistas al asalto del poder.
A medida que se agudizan los choques entre las masas desheredadas por una parte y las clases privilegiadas y su Estado por otra, se hace cada vez más imposible continuar con una política así llamada neutral, equidistante de los partidos y del Estado, tal y como proclaman jactanciosamente los bonzos de la CGIL. En realidad al declararse fieles custodios del método democrático, los bonzos se colocan objetivamente al servicio del régimen capitalista y ligan el futuro y las condiciones del proletariado a las del Estado capitalista. Según las enseñanzas de Lenin y de la Izquierda los sindicatos no pueden perseguir una política independiente de los partidos; o bien están bajo la influencia de partidos oportunistas, o sea de agentes del capitalismo, o bien están guiados por el partido revolucionario.
El trabajo de los comunistas revolucionarios dentro de las organizaciones de masa del proletariado es pues esencial, porque sirve para desenmascarar la política contrarrevolucionaria de los dirigentes, e incita a los proletarios a exigir una mayor resolución al conducir las luchas y al fijar los objetivos contingentes, e igualmente a vigilar para que no se verifiquen acuerdos entre los jefes sindicales y las direcciones empresariales. Al constituir las Secciones Sindicales de Empresa, las Centrales tienden a aislar cada vez más a los proletarios en sus lugares de trabajo restringiendo la posibilidad de una acción general de las masas.
La primera tarea de los comunistas es precisamente la de luchar contra el corporativismo generado por el aislamiento por empresas y dar a todo el proletariado una visión general de los problemas económicos y políticos, imprimiendo a las luchas una visión de clase que rompa no sólo los estrechos límites de la empresa, sino también los de categoría y sector, de la región y de la nación, reafirmando que la lucha del proletariado es internacional contra un régimen, el capitalista, que extiende su dominio por todo el mundo.
Los comunistas revolucionarios llaman al proletariado para que acabe con la práctica ignominiosa de las huelgas cronometradas, con preaviso a la dirección de las empresas, al gobierno y a la policía, huelgas que no causan ningún temor a la burguesía y cuando, debido a la iniciativa espontánea de los obreros, asumen una imprevista consistencia de clase, sirven como reclamo y vía de escape al odio de la clase patronal, odio que se concreta en vejaciones, detenciones y condenas a los proletarios. La huelga tal y como es usada hoy por las Centrales contrarrevolucionarias es un arma sin filo y contraproducente. Sólo la huelga sin preaviso y con la mayor extensión posible golpea verdaderamente los intereses económicos del capitalismo, impidiéndole de esta forma disponer eficazmente sus medios defensivos para organizar un contraataque inmediato.
Los comunistas revolucionarios no pretenden poseer una fórmula mágica con la cual garanticen, una vez que dirijan los Sindicatos, un pleno y continuo éxito en las luchas reivindicativas. Ellos, por la conciencia que poseen al militar en el partido de clase, saben bien que cualquier conquista en el capitalismo es caduca y efímera y que la toma de conciencia por parte de las masas acerca de la ineluctabilidad de la victoria del comunismo sobre el capitalismo constituye la premisa indispensable y necesaria también para las luchas reivindicativas inmediatas. Por eso los comunistas siempre propondrán objetivos inmediatos que integren elementos que unan y no dividan a las múltiples categorías en las que el capitalismo ha separado a los trabajadores para dominar mejor sus fuerzas y sus intereses; elementos que generalicen las luchas obreras para elevarlas a la forma política superior de combates de clase, objetivos cuya consecución, o incluso la lucha consecuente por alcanzarlos, afecte a los intereses capitalistas y obligue al Estado capitalista a quitarse la infame máscara de la Nación o del pueblo, allí donde se presente bajo una forma democrática, presentando su verdadera faz de instrumento de la dictadura del capital. Los objetivos característicos de este método comunista revolucionario son la reivindicación de la reducción de la jornada de trabajo con paridad de salario, aumento generalizado y sustancial de salarios, cobro del salario también por parte de los desocupados, sustitución de la limosna de los subsidios, de las primas e incentivos y horas extras, por un aumento general de salarios.
El mito del convenio colectivo nacional de trabajo como sucede con cualquier tipo de convenio, traslada la importancia de la lucha sobre el terreno social y de clase al terreno jurídico y formal. Sobre esta práctica leguleya las Centrales sindicales hacen creer a los asalariados que todo se puede resolver consiguiendo un convenio; cuando los empresarios se ponen duros, canalizan las controversias por los pasillos ministeriales para llegar a ajustes formales o compromisos equívocos, con el único objetivo de distraer la atención de los trabajadores acerca de la importancia política y de clase de las luchas reivindicativas, descargando de esta manera la cólera proletaria en espera de una solución jurídica al conflicto. Los convenios laborales se firman a través de la lucha en la calle y no representan ninguna garantía para los proletarios si no son defendidos con luchas cotidianas que pongan en aprietos a la clase burguesa.
Con el fin de juntar las fuerzas proletarias, de unificar sus esfuerzos y sus luchas, los comunistas revolucionarios defienden el retorno a la función tradicional de las Cámaras del Trabajo en las cuales confluyen todos los proletarios por encima de las categorías y de los sectores y de los respectivos centros de trabajo, para tener un contacto físico recíproco y natural que infunda confianza en sus propias fuerzas, rompiendo el aislamiento al que están sometidos los proletarios en sus centros de trabajo, despertando en los proletarios la conciencia de ser una clase y no simples agregados o apéndices productivos de la sociedad capitalista. Reivindicamos por tanto las asambleas y los encuentros frecuentes entre los proletarios del barrio y no como sucede casi exclusivamente, reuniones de un restringido número de dirigentes dedicados, en sus despachos, a defender en primer lugar sus burocráticas posiciones directivas pagadas con las nada desdeñables cuotas de los asalariados.
En la lucha que inevitablemente llegará, el proletariado tiene ante sí un frente doble. por un lado debe enfrentarse a las clases privilegiadas y a su Estado central y por otro a los partidos y jefes sindicales oportunistas. A esta lucha son llamados todos los trabajadores y el Partido Comunista Internacional pone especial hincapié en la parte del proletariado peor retribuida y más explotada, para suscitar los necesarios fermentos para la lucha revolucionaria de clase.
El proletariado debe proponerse, dentro y fuera de los sindicatos, -- al contrario de cuanto propugna el programa de la CGIL -- la destrucción del actual sistema social, si no quiere perpetuar sus condiciones de esclavo moderno, obligado periódicamente a derramar su propia sangre, después de haber derramado durante toda la vida su sudor, ante el altar de la defensa de la patria y de la economía nacional".
Como puede observarse, la actividad del Partido dentro de la CGIL estaba enfocada, a pesar de nuestras exiguas fuerzas, a resaltar la función del partido, de los comunistas en el sindicato, ante el proletariado. El Partido, incluso en períodos tan asquerosos como este, nunca ha ocultado sus finalidades últimas en materia de acción práctica; por el contrario las ha resaltado y colocado constantemente en el centro de su propaganda y agitación.
NOTAS:Entre el 26 y 28 de mayo se ha tenido en Turín la reunión general del partido, en la que han participado representantes de las secciones francesa, española, inglesa y, de Italia, piamontesa, napolitana, genovesa, de Spezia, florentina y aretina, además de algunos jóvenes que se han acercado recientemente.
La organización logística para la acogida y la hospitalidad no ha hecho disminuir la ya tradicional eficiencia de nuestro grupo turinés que, junto a la adquirida puntualidad y disciplina de los mismos, ha permitido un óptimo desenvolvimiento de las intensas sesiones. Había sido prevista, como de costumbre, una parte organizativa y preparatoria, el viernes por la tarde y el sábado por la mañana, y una parte de exposición de las relaciones el sábado por la tarde y el domingo.
Nos enterábamos con satisfacción de la aparición oportuna de las publicaciones periódicas del partido Comunismo y del segundo número de la Izquierda Comunista, mientras está en la fase final de la preparación la Communist Left.
Del modo consolidado, que evitan todo formalismo democrático
como el culto necio a la jerarquía y al orador facundo, nos
concentramos
en el trabajo de preparación revolucionaria, que no espera éxitos
a corto plazo histórico, sino que es consciente, de que la solución
a los sufrimientos presentes de la clase trabajadora, cuando para ello
se presente la maduración social, requerirá una fase de Estado
proletario dictatorial, del cual será la espina dorsal un partido
preparado con tiempo, que quiere por sí solo tomar el poder
en nombre del proletariado, que lo declara y conoce las
condiciones
para hacerlo. El partido, aun si hoy por las adversas relaciones de
fuerza,
se dedica prevalecientemente al estudio y a volver a presentar siempre
mejor su secular doctrina a sí mismo, no por esto se reduce
a una Academia que huye, se protege y se considera separable de la
aspereza
de la primordial e incesante lucha de clase. El partido, con los
límites
de sus fuerzas, se empeña en intervenir con su propaganda y con
su enfoque de la acción también contingente, dondequiera
que los proletarios se encuentren contrastando la fuerza burguesa.
LA CUESTIÓN MILITAR
Los trabajos se empezaban con el estudio de la llamada cuestión militar: relativa a la Europa post-Comuna, con la aportación de los escritos de Engels, se resumía la posición del partido frente a la guerra.
Las cuestiones que Engels pone se pueden incluir en cuatro puntos: A) qué tipo de guerra tenemos enfrente; B) cuál es la fuerza del partido de clase; C) cuál es la fuerza del proletariado y de sus organizaciones; D) qué efectos determinará un cierto resultado u otro en el transcurrir revolucionario.
La táctica del partido debía tener en cuenta el eje central entonces de la reacción en Europa: Rusia. Las posiciones de partido muestran una visión dialéctica de la situación, negando cualquier apoyo a priori entre proletariado y la propia burguesía.
En la hipótesis de una guerra limitada a Rusia y Alemania Engels auspicia la derrota de ambos contendientes; en el caso de que la guerra implicara también a Francia la posición es diferente: derrota de Rusia y «en la frontera francesa dejar que transcurran las cosas (...) con 5 millones de alemanes llamados a las armas por motivos que no les interesan, Bismarck no sería ya el dueño».
El estudio proseguía señalando los caracteres fundamentales
del Imperialismo, en su despliegue hacia la preparación de la Primera
Guerra Mundial. Anticipando los ulteriores desarrollos del trabajo se
mencionaban
las crisis más importantes que la precedieron, la balcánica,
la anglo -- bóer y la hispano -- americana.
LA HISTORIA DE LA IZQUIERDA
El informe sobre la Historia de la Izquierda concluía la serie de las relaciones, ya publicadas en Comunismo, sobre el «Decenio de preparación de la Segunda Guerra Imperialista».
El argumento que se ha tratado principalmente en la exposición ha sido la rapidísima evolución de Alemania, de nación sujeta a las estranguladoras sanciones de Versalles, a imperialismo de primer orden y por tanto a quebrantar violentamente el status quo impuesto por los vencedores de la Primera Guerra Mundial.
El camino de su prorrumpir impetuoso en la escena europea y mundial pasa a través de etapas significativas y bastante aproximadas en el tiempo, que van del plebiscito de enero de 1935, gracias al cual el Sarre volvía bajo soberanía alemana; al rearme y al restablecimiento del reclutamiento forzoso; a la ocupación militar de Renania, en 1936; a la absorción de Austria en 1938; a la incorporación de los Sudetes, en el mismo año; para llegar después, en 1939, primero a la ocupación del Estado Checo y después del de Polonia.
La relación evidenciaba cómo todas las consecuciones de la Alemania nazi no fueran más que la puesta en práctica de los programas ya emprendidos por la República de Weimar. Si estos programas tuvieron durante el período hitleriano una velocidad de ejecución mucho más acelerada, dependió sobre todo del cambio radical de la situación interna (aniquilamiento del movimiento proletario) e internacional, con el agigantamiento de la crisis económica mundial y la consiguiente agudización de las contradicciones interimperialistas que rompieron el frente de los antiguos vencedores.
Frente a estos hechos convulsivos el resto del mundo no permanecía como pasivo espectador, como podría parecer aparentemente. Antes de nada recordamos, que contemporáneamente a los acontecimientos arriba indicados, en extremo Oriente desde hace años se estaba combatiendo la guerra Chino-japonesa, en África la de Etiopía y en Europa la larga y cruenta guerra de España.
La profunda crisis económica empujaba a los países capitalistas a embocar la solución de la guerra, pero el período de preparación de ésta volvía a dar aliento a la producción y a los pacíficos intercambios de capitales y mercancías (aun cuando estas mercancías fueran cañones). Las naciones volvían a restablecer sus relaciones interrumpidas y por todos sitios se ensalzaban himnos a la paz y a la voluntad de colaboración. Tomaba fuerza la teoría de la posibilidad de la paz armada, fundada sobre un equilibrio tal de los armamentos como para disuadir a cualquiera de emprender una guerra que, se decía, habría sido desastrosa para todos. ¡Como se ve los flácidos argumentos del pacifismo no cambian nunca!
La diplomacia internacional probaba frenéticamente cualquier camino y posibilidad de pacto sin preocuparse de si los interlocutores eran antiguos aliados o acérrimos enemigos. Con la misma velocidad con la que se firmaban tratados de paz y no agresión, estos mismos se denunciaban aún antes de que la tinta se hubiera secado o, a veces, aún antes de ser ratificados. Significativo es el caso de Inglaterra que no interrumpió nunca sus contactos con Alemania e Italia. Italia continuaba tranquilamente sus tráficos con Francia y con la misma Unión Soviética, mientras, al mismo tiempo, buscaba por todos los medios desengancharse de la opresora tutela alemana, sin embargo era rechazada por las potencias democráticas. Rusia, paladina de la democracia y baluarte avanzado de la lucha contra el fascismo, no dudaba en volver la espalda a Francia e Inglaterra para firmar, en 1939, los vergonzosos tratados.
Por tanto, si el mundo democrático dio vía libre al expansionismo alemán, lo hizo con un fin muy preciso: esperar a que todas las condiciones favorables para la guerra estuviesen maduras.
La principal de estas condiciones era el total sometimiento del movimiento proletario internacional a los intereses de los imperialismos de cada país. Y, con este objetivo, por encima de las fronteras y de las irreconciliables ideologías, todos los Estados colaboraron activamente por la consecución de tal objetivo.
Alcanzado el objetivo ya no era importante saber qué camino cogería cada país individualmente, si se adheriría a una o a otra constelación imperialista; esto sólo dependería de relaciones internacionales o de valoraciones del botín, que dependiendo de las formaciones, habría sido posible obtener.
Pero, más allá de estas valoraciones contingentes,
el objetivo principal había sido conseguido: fuera como fuera la
guerra el modo de producción capitalista vencería porque
el proletariado, la única fuerza histórica revolucionaria,
ya había sido batido.
LA PRODUCCIÓN Y LAS MONEDAS
La exposición de la actualización de diagramas y gráficos sobre la marcha de la economía capitalista, estaba constituida por una primera parte, tendente a encuadrar la evolución más reciente del ciclo capitalista y una segunda parte, que volvía a exponer algunos de los puntos fijados por el marxismo sobre las crisis monetarias.
Considerando la marcha de la producción industrial, en este flojo ciclo inscrito en el estancamiento más general de la acumulación del capital, se notaban señales de un cambio en el sentido de un pasaje del empuje creciente a la ralentización del crecimiento de la producción capitalista. Son los primeros síntomas, relativos no obstante al imperialismo más fuerte y a algunos países de Asia y América Latina, ya en crecimiento acelerado. Actúan en contraposición las recuperaciones en Alemania y Europa occidental y centro oriental, y la de Japón, enfrascada, no obstante, con la contienda comercial con los Estados Unidos; a éstas podría unirse la superación de la crisis en la producción capitalista en Rusia.
Se tomaba ejemplo de la situación americana para remachar algunos clavos de la doctrina proletaria. Allí los burgueses, bien satisfechos, con la Bolsa eufórica, se preguntan sobre la duración de la estación buena con la perspectiva de viejos expedientes, pero con nombres nuevos, como «aterrizaje suave» o «evitar el recalentamiento» de la economía. Se trataría de una operación de balance entre el Estado y el Banco Central para un crecimiento controlado y duradero, que sin reducir demasiado la expansión y tasa de beneficio evite el aumento de los precios, de la ocupación, de los salarios, de los tipos de interés, reduciendo el consumo proletario y aumentando necesariamente la exportación de una producción cada vez más en crecimiento; por lo tanto un paso más en la necesidad, determinado por la ralentización de dos décadas, de reducir el Estado asistencial y ampliar las presiones políticas y militares en la concurrencia comercial.
Como antítesis se remachaba la característica de reproducción periódica del ciclo industrial, la inevitabilidad de la crisis, la imposibilidad del desarrollo pacífico del comercio mundial y la confirmación de la creciente miseria proletaria. Se señalaba la desmentida de las esperanzas burguesas, que se leen en los gráficos de la producción industrial, paralelos a los de la tasa de beneficio, que no registran nunca «aterrizajes suaves», muestran una duración de la última expansión ya próxima a los valores, en serie menguante, de los recientes intervalos de crecimiento, indicando ya malos tiempos para la tasa de acumulación.
El proceder del ciclo breve del capital se verificaba en la marcha de la desocupación, de los precios, de los intercambios comerciales, de los tipos de interés, de los cambios, todo confirmando las interconexiones descubiertas por el marxismo, la ley general de la acumulación capitalista sobre la población obrera relativa, el crecimiento de la renta diferencial y de los precios de las materias primas, en fase expansiva industrial y conexa tendencia a la reducción de las tasas de beneficio y crecimiento, la fase de competencia en la relativa estabilidad de los poderes de adquisición de las monedas principales y de general baja inflación, los inevitables desequilibrios y enfrentamientos comerciales en la crisis mundial de sobreproducción del capitalismo decadente, la determinación de los tipos de interés no en las cabezas de los gobernantes de los bancos centrales, sino en el movimiento del capital industrial.
Examinando el curso de los cambios y las crisis monetarias se partía de la depreciación del dólar, acentuada recientemente, que ha agitado todas las relaciones de cambio, no obstante sin llegar al gran terremoto monetario, enfangado el movimiento de los capitales-mercancías y monetarios y, de paso, la misma producción capitalista.
Sobre la base de los artículos que la prensa de partido ha dedicado a las cuestiones monetarias, desde las primeras dificultades de la libra esterlina y del dólar a mediados de los sesenta, se ratificaban algunos puntos firmes de la teoría marxista sobre las crisis monetarias. Así pues, siguiendo algunos pasajes del libro III del Capital, se veía cómo las crisis monetarias tienen su causa determinante en las crisis del comercio y de la producción, en el consiguiente estancamiento del crédito, en la búsqueda y escasez del dinero seguro: o sea, no son reducibles a un problema técnico resoluble en el plano monetario. En uno de esos pasajes Marx analiza como en una determinada situación de sobreproducción y crisis del ciclo industrial, una crisis de la Bolsa y de la Hacienda Pública puede alimentar una crisis crediticia y monetaria, y acelerar la productiva, ese nexo causa-efecto que los burgueses establecen al revés para sus fines de propaganda de clase.
El marxismo muestra cómo el crédito no elimina el contraste entre carácter social de la producción y apropiación individual del producto, contraste que lleva a la crisis, al crédito empantanado. La economía fundada en el crédito da muestras entonces claramente de no poder pasar sin depender de su base monetaria; las monedas, para desenvolver establemente todas las funciones del dinero, no pueden librarse de su base real, el oro; la producción mundial de oro es una base demasiado restringida para la producción capitalista; la relación social del dinero es un contraste con la potencia de las fuerzas productivas.
Las crisis monetarias se difunden como crisis circulares por demasiada expansión del crédito y de la producción; es sólo el peligro de contagio de una crisis local financiera y monetaria (ver Méjico) lo que explica las apresuradas reuniones de los representantes de los grandes imperialismos movidos por los intereses comunes de clase. Pero cuando se aproxime la verdadera crisis general de sobreproducción no prevalecerá la colaboración entre los centros nacionales del capital, sino la guerra mundial, único medio para la salvación precisamente de los intereses generales capitalistas, con la destrucción de fuerzas productivas y de los capitales que sobreabundan, que no permite más que una nueva carrera loca hacia la acumulación, a condición de que no intervenga la revolución proletaria.
El proceso casi ya de tres décadas del declive del dólar, más como moneda de las reservas oficiales que como medio de circulación mundial, los ritmos más rápidos de acumulación, de crecimiento de la productividad del trabajo y del potencia económica de los imperialismos japonés y alemán, no serán suficientes para destronar pacíficamente al dólar del papel privilegiado conquistado con dos guerras mundiales. La supremacía de la potencia militar de los Estados Unidos, para uso externo e interno, forma parte del crédito que está detrás del dólar, garantizándole un privilegio que es el necesario, pero en sí contradictorio, de una precaria circulación mundial de un papel moneda nacional.
La debilidad de una moneda, la fuga de los capitales monetarios,
pueden
dar lugar a una fase importante de lucha obrera; por el contrario, los
llamamientos patrióticos a la solidaridad nacional, siendo los
sindicatos
de régimen cómplices, frente a la desvalorización
o al fuerte empréstito internacional por evitarla, son de apoyo
al contraataque burgués, señalando la inestabilidad de la
moneda el inicio de una nueva fase de lucha de clase. El mismo pregón
charlatán chovinista toma fuerza en el país con la moneda
demasiado fuerte y riesgo de pérdidas de porciones del mercado mundial.
Los terremotos monetarios son las manifestaciones de los desequilibrios
y de las nuevas reparticiones de la producción entre los varios
centros nacionales del capital: las modificaciones relativas y
nominales
de los precios provocan alteraciones en la repartición, entre los
imperialismos y las clases, de la riqueza producida por el trabajo. Las
guerras monetarias, manifestaciones visibles de la guerras comerciales,
son la desmentida práctica del desarrollo pacífico del capitalismo,
los pródromos de la guerra que volverá obsesivas y trastornadoras
aquellas apelaciones patrióticas y chovinistas, negadoras de los
valores clasistas y del internacinalismo proletario.
REPRESENTACIÓN GRÁFICA DE LAS TABLAS DEL CURSO
El informe sobre la crisis monetaria concluía los trabajos del sábado, pero la cuestión económica se retomaba al día siguiente con el primer informe, por otro relator que mostraba a la audiencia siete gráficos, que traducían las tablas del voluminoso estudio sobre el curso histórico del capitalismo, que hemos actualizado recientemente con ocasión de su nueva publicación en volumen, texto que consideramos fundamental para futuros estudios de nuestra escuela, tema que por su extensión y complejidad llama a todos los compañeros a colaborar con el hallazgo, la reordenación y elaboración de datos.
Esta vez se ha afrontado el «Sector USA» del volumen, representando
algunas de sus columnas de su «Tabla histórica» general:
1ª Territorio, 2ª Población, 3ª Densidad, 4ª
Población Urbana, 5ª Inmigración, 7ª Fuerza de
Trabajo Civil, 13ª Salarios en dólares constantes, 11ª
Desocupación porcentual, 14ª Producción Industrial,
24ª Precios al Consumo. Muchas de estas curvas de estos fenómenos
tan diversos, denotan en 1970 un punto de inflexión, es decir primero
dibujan la concavidad hacia arriba y sucesivamente hacia abajo,
denotando
no sólo un dato matemático sobre el cual será útil
indagar, sino simplemente un irreversible viraje del ciclo vital del
capitalismo
estadounidense que confirma que ha entrado en su fase más que senil,
y ha sobrevivido más allá de la expansión de sus fuerzas
productivas.
LA AFLICCIÓN DEL C.P.G.B. EN EL PARTIDO LABORISTA
Seguía la traducción al italiano de un informe, preparado por nuestros militantes de lengua inglesa, como ilustración de las condiciones que dieron origen, en el Segundo Congreso de la Internacional, a la consigna dada al nacido como nuevo Communist Party of Great Britain de pedir la afiliación al Partido Laborista. La relación documentaba ampliamente las consideraciones de Lenin, que fue en aquella sede defensor de la afiliación, rumbo que después prevaleció, y las contraargumentaciones, frecuentemente bastante parecidas y expresadas explícitamente ya en el curso del Congreso de Moscú, tanto de la Izquierda italiana como de numerosos comunistas ingleses. Es verdad que en el Reino Unido faltaba una sólida tradición marxista, pero ésta aún menos se podía encontrar en el Partido Laborista desde los orígenes ni marxistas ni comunistas. Por lo tanto la afiliación al Partido Laborista no sería más que para reforzar al joven partido, si acaso, numéricamente.
Al final se mostraba el paralelo con la cuestión parlamentaria,
por la cual también disentimos con la directriz internacional así
como disentían muchos de los compañeros ingleses, aunque
con preparación marxista menos sólida. Lenin preconizaba
tales tácticas de forzamiento en una tentativa extrema de reavivar
la llama de la revolución europea que, con su calor, se esperaba,
hubiera incinerado todas las escorias que estorbaban a los partidos
comunistas.
Desgraciadamente la revolución no triunfó y aquellas tácticas,
que hoy podemos excluir con toda seguridad de nuestro programa, serán
deshonestamente hechas propias y absolutizadas por los estalinistas,
que
utilizan el nombre de Lenin con el fin opuesto de destruir el partido y
alejar la revolución.
RECIENTES EVOLUCIONES DEL MAQUINISMO
Sobre lo que dicen algunos autores de la enorme montaña de bobadas que viene diariamente volcada sobre la clase obrera por la prensa, el compañero demostraba brevemente como todavía se busca convencer de que el Dios Progreso Técnico liberará pronto a la humanidad de la esclavitud del trabajo; aunque asalariado permanecería para siempre. Recorriendo después a nuestro viejo y «no actualizado» Engels se confirmaba como el problema está en la base misma de la crítica marxista del capitalismo, que empieza por reconocer en la máquina «el medio más potente de guerra del Capital contra la Clase obrera».
Con numerosos ejemplos de la condición actual de la clase obrera se demostraba como, a pesar de la «revolución tecnológica», no sólo la desocupación no cesa de crecer en todos los países, sino que crecen también la duración e intensidad del trabajo, el capital multiplica las ganancias, por el trabajo potenciado con las máquinas y por la mayor fatiga del trabajador. Incluso, precisamente donde más modernas son las instalaciones peores son las condiciones de trabajo.
Verdaderamente, las máquinas ponen las condiciones materiales
para la reducción de las jornada de trabajo, pero ésta será
sólo el resultado de una guerra de clase, dirigida por organizaciones
de clase y con medios de clase. Y mientras exista el capitalismo, aun
obtenida
la reducción de la jornada de trabajo, no cambiará la condición
general del asalariado, individual y de clase, la de vendedor de
todas
sus energías vitales al monstruo social que se le opone
como un gigante, esté él materializado en una máquina
a vapor o en un ordenador: el Capital.
SUEÑO Y NECESIDAD DEL COMUNISMO
Proseguía por tanto lo expuesto sobre el tema programático-conocible que hemos denominado Sueño y Necesidad del Comunismo. Nuestra moral y nuestro concepto de «útil» está desde siempre contrapuesto al beneficio de tipo capitalista. Nosotros reivindicamos que sólo nuestra teoría y nuestro programa son capaces de «concebir» y de traducir en acción un auténtico «plan de especie», capaz de resolver dialécticamente la contradicción entre «género» e «individuo» propia de diversos modos de producción y de vida social que se han sucedido en la historia.
De esto se deriva que reivindiquemos nuestra visión que nunca como hoy está en disposición de responder a la trágica condición en la que a caído el universo burgués, producto de la decadencia capitalista, que ha agravado hasta las náuseas la inconciliabilidad entre individuo y género, porque el ser humano, más que nada el proletario, ha sido desligado de su vínculo de afectos y de relaciones con el conjunto de la comunidad.
La proyección en el futuro histórico de la actual, pero también pasada necesidad de comunismo, no constituye, como se nos objeta, un «sueño» de visionarios, relegables en la especulación metafísica, sino una necesidad que es y será mucho más real, y por lo tanto inevitable, es decir, para deberse realizar, sopena la ruina de todas las clases, y por tanto también del Individuo, convertido en fetiche, abstracción, ídolo insulso y condenado a la desesperación.
Concluía los trabajos el resumen de nuestras recientes intervenciones en las luchas y en las manifestaciones obreras, de nuevo traicionadas en Italia por medio del éxito del litigio pensiones.
Establecidos los últimos acuerdos y plazos de trabajo la reunión
se cerraba con empeño renovado de todos por defender nuestra gran
causa.
En un período como el actual en el que se agrava el empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores, con la aplicación de medidas antiobreras como la Reforma laboral, la congelación y rebaja de los salarios, los despidos y reconversiones etc..., vemos que a pesar de ello, los trabajadores permanecen sin apenas reaccionar maniatados por la influencia de los sindicatos del régimen que una y otra vez les traicionan y les venden, sometiéndoles a las necesidades económicas del capital.
Al contrario que el resto de los trabajadores que aguanta subidas salariales irrisorias, congelación de salario e incluso la reducción de este, los médicos, rompiendo esta tendencia de moderación salarial, en el mes de mayo convocaban valientemente una huelga indefinida que exigía una subida lineal de 100.000 pesetas al mes. Este hecho hay que valorarlo muy positivamente, esperando que cunda el ejemplo entre los trabajadores.
Los médicos del Insalud (Instituto Nacional de Salud), representados por la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) reivindicaban la equiparación salarial con los médicos dependientes de otras Comunidades Autónomas (Cataluña, País Vasco, Navarra), que equivalía a esas 100.000 pesetas mensuales.
Después de 24 días de huelga, el día 30 de mayo y en medio de una gran euforia los médicos conseguían un preacuerdo que recogía una subida salarial para 1995 de 30.000 ptas mensuales, y cantidades equivalentes o superiores para 1996 y 1997 hasta alcanzar las 100.000 ptas. A cambio los médicos solo se comprometían vagamente a mejorar la calidad asistencial, favoreciendo la libre elección de especialista, o prestándose de forma voluntaria a trabajar por la tarde.
Sin embargo, al día siguiente el Ministerio de Sanidad se echaba atrás y se negaba a firmar lo que pocas horas antes había aceptado aduciendo hipócritamente que se había malinterpretado el contenido del preacuerdo, presentando un nuevo documento en el que la subida se aplicaría en concepto de "productividad vinculada a objetivos concretos", como la reorganización de las horas de las consultas externas y la disminución de los tiempos de espera. Es decir, aumentar el volumen de trabajo de cada médico, repercutiendo en una peor atención al paciente. Esta es la manera que tienen de eliminar las listas de espera, en vez de contratar más personal médico, pretenden que cada médico absorba mayor cantidad de pacientes. Y para que no hubiera ninguna duda, la directora general del Insalud, Martínez Aguayo afirmaba categóricamente que: «evidentemente los facultativos que no se vinculasen a la realización de estos objetivos no cobrarían».
Aun admitiendo que se produjese un error de redacción, la verdadera causa de esta negativa la explicaba muy claramente el editorial del diario El País (2-6-95): «El Gobierno ha dado marcha atrás por el efecto de contagio que un acuerdo de este tipo puede tener en el resto de los funcionarios del Estado, sometidos desde hace varios años a una virtual congelación salarial».
La Ministra de Sanidad, Ángeles Amador, lo corroboraba: «Se me han tirado encima las Consejerias (de las Comunidades Autónomas) y si hacemos esto el resto de los sindicatos de la función pública van a amenazar con huelga indefinida». (El País, 1-6-95). Como vemos el motivo principal ha sido el miedo de que esta victoria sirviera de ejemplo para toda la clase obrera, y desbordase a los sindicatos del régimen, que de esta manera quedaban al descubierto delante de los trabajadores. Estos sindicatos son los que principalmente han presionado al Gobierno para que no se firmase el preacuerdo y se cediera lo más mínimo a los huelguistas, y los que han luchado con todas sus fuerzas para que la huelga fuese derrotada. Aunque la prensa los llame "sindicatos de clase", su papel ha sido el de fieles lacayos del gobierno burgués, que en su defensa del régimen capitalista no han dudado en comportarse descaradamente como lo haría la patronal más dura.
Su postura ante esta huelga la recogía El País del 9 de junio del 1995: «Los representantes de salud de CCOO y UGT recalcaron que no están dispuestos a aceptar ninguna subida lineal de las retribuciones de los médicos, que "además la Administración no esta en condiciones de dar" dijo Fernando Puig de CCOO. En su opinión todas tendrán que ir ligadas a productividad (...) Los sindicatos pusieron en guardia al Insalud al advertir que un acuerdo unilateral de subida lineal podría crear grave malestar en el resto de los sectores (...) Consideramos que tanto las organizaciones convocantes, como los profesionales que se han sumado al conflicto, están actuando con un enorme grado de irresponsabilidad».
También criticaban a los gerentes de hospitales y a la Administración por su falta de dureza: «"constatamos una vez más la total ineficacia de las gerencias de los hospitales, que están actuando en este conflicto como convidados de piedra" dice UGT, que también culpa a la Administración de "haber favorecido la situación al acceder a negociar con la CESM"». Y aun más: «Antonio Gutiérrez, secretario general de CCOO, exigió el fin inmediato de la huelga, que calificó de "absolutamente irresponsable». (El País, 19-6-95).
Como se puede observar, la huelga indefinida de los médicos del Insalud ha puesto de manifiesto una vez más el carácter antiobrero y burgués de los sindicatos del régimen (CCOO-UGT), y la necesidad que tienen los trabajadores de organizarse fuera del control de estos sindicatos.
Los sindicatos médicos han presentado grandes insuficiencias a la hora de plantear la huelga. Si bien han acertado al convocarla con carácter indefinido, su falta de visión les ha impedido comprender la importancia de tratar de extender la huelga dentro del sector sanitario, y de buscar la solidaridad de todos de los trabajadores.
Deberían haber denunciado el estado de la sanidad pública, las interminables listas de espera, la falta de medios materiales en los hospitales, los planes para "racionalizar" el gasto con recortes en la prescripción de medicamentos, en la realización de pruebas etc.., tratando con ello de contrarrestar las campañas de los medios de comunicación que intentaban poner a los trabajadores en contra de la huelga. Campañas en las que han colaborado las organizaciones de consumidores, como la CAVE-CECU (Confederación de Asociaciones de Vecinos del Estado Español-Confederación Española de Consumidores y Usuarios), demostrando su carácter reaccionario y pequeño-burgués.
Estas organizaciones, presentándose como defensoras de los derechos de los usuarios, se indignaban por las penosas condiciones que han tenido que soportar los pacientes por culpa de la huelga. Sin embargo, no hemos visto nunca que estas organizaciones se hayan movilizado para protestar por las penosas condiciones sanitarias que tiene que soportar a diario la clase obrera en los hospitales y ambulatorios. No las hemos visto luchar por acabar con las listas de espera, que al retrasar el diagnóstico de las enfermedades, traen consigo que el enfermo empeore o se haga crónico por falta de tratamiento, conduciendo en muchos casos a la muerte.
Estos errores, unidos al aislamiento y al desgaste por la larga duración del conflicto condujeron finalmente a la huelga a un callejón sin salida. Tras 48 días, la CESM se vio abocada a finalizar la huelga y llegar a un acuerdo. Con él han conseguido una subida de 30.000 mensuales que si bien no puede considerarse una derrota total, tampoco es una victoria ya que va ligada a un aumento de la productividad. Por otro lado, lo que van a ganar en 1995 va a suponer muy poco, eso si no salen perdiendo, si tenemos en cuenta que las 30.000 las han empezado a cobrar a partir de septiembre u octubre, y si a esto le añadimos el dinero perdido por los descuentos.
De cualquier forma, y a pesar de sus insuficiencias, esta huelga ha
demostrado, como ya lo hizo la huelga de los conductores de autobuses
de
la EMT (Madrid) en 1990, que rompiendo el control que los sindicatos
del
régimen ejercen, los trabajadores pueden organizarse fuera de estos,
y luchar por la mejora de la condiciones de trabajo y por unas subidas
de sueldo que merezcan la pena. Esto es lo que debe aprender la clase
obrera,
la necesidad de trabajar por el resurgimiento del verdadero sindicato
de
clase, que rompiendo con los límites de categoría, empresa,
y rama unifique las luchas y sea el instrumento para permita la defensa
intransigente de las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Dentro de los altos organismos oficiales que pretenden regir, las relaciones interimperialistas, así como con los países atrasados, léase FMI, BM, etc, se ha dicho en bastantes ocasiones que cunde la decepción, sobre todo de los países atrasados, pues las perspectivas de desarrollo y de mejora de las condiciones de vida, están desde siempre truncadas.
Cuando decimos países atrasados, entendemos los países que se encuentran más atrás, en las distintas etapas del capitalismo, comparados con los que se encuentran más adelante. Estos, son los viejos países imperialistas que viven parásitos de los atrasados. Quede claro pues, que el capitalismo ha triunfado en toda la Tierra y sería reaccionario, querer hacer un campo de batalla en el que una parte, los países oprimidos y atrasados, cuya burguesía y proletariado (la una explotadora y el otro explotado hasta la muerte), se enfrentaran a la otra, los países financieros granimperialistas, los malos de la película dirigida y producida por los "progres" de todo cuño llamados también de izquierda.
Lo demuestra el hecho de que, la burguesía de los países atrasados, incluidos sus Gobiernos (en estos países la modalidad de capitalismo que se da con frecuencia es la de capitalismo de Estado), sea el partner más idóneo para la burguesía financiera de las grandes metrópolis imperialistas, en el objetivo de exprimir plusvalía al proletariado de los países atrasados. Por lo tanto, el campo de batalla hay que hacerlo entre proletariado y burguesía. Ésta, demuestra su unidad supranacional día a día con sus múltiples acuerdos de todo tipo; al proletariado no le quedará más remedio que hacerlo cuando los proletarios de los países imperialistas se sientan identificados con sus hermanos del resto del mundo, y dejen de recibir, porque la economía no lo permita, las migajas que su burguesía le adjudica del gran pastel obtenido de la explotación de todo el mundo.
Actualmente, China es un candidato firme a romper los equilibrios imperialistas a escala internacional, si se diera el caso de que el capitalismo, una vez desarrollado en el interior y con una productividad aceptable de su economía, se tuviera que lanzar a la exportación de capitales, y no sólo de mercancías, como única vía de seguir acumulándose. Esto significaría que el capitalismo chino pasaría a ser un país imperialista en el sentido moderno de la palabra, y no sería lo mismo hacer hueco en el mundo a las empresas coreanas, que a un mastodonte como China, si bien incluso el gran salto de países como Corea del Sur o Taiwan está todavía por confirmarse, pues no está claro que se vayan a zafar de las garras de los imperialismos más viejos.
Los cuatro dragones han servido en no pocas ocasiones, en los organismos multilaterales tipo FMI y BM, para que los representantes de los países financieramente imperialistas se los muestren como ejemplo a seguir a los malhumorados representantes de los países pobres, a los cuales, a modo de válvula de escape, se les permite hablar y criticar, para después pasar por ventanilla y firmar otros cuantos empréstitos concedidos tanto por instituciones públicas como privadas. El tándem FMI-BM, dominado por los países imperialistas, principalmente USA, constituyen una especie de Ministerio de Hacienda internacional, que da la calificación de solvente, con riesgo, o no solvente, de los distintos países que son blanco de los grandes bancos occidentales, según se sometan aquellos a las medidas económicas dictadas por el FMI y BM. Entre los bancos occidentales, la calificación que den estos organismos es muy respetada, ya que así la autoridad del FMI y BM se ve fortalecida y los países atrasados tienen que ceder.
Además, el FMI y BM, como no podía ser menos en la época en que el fascismo ha triunfado y el intervencionismo del Estado en la economía es inexorable, cuando la devolución de los empréstitos corre peligro, aquellos acaban asumiendo la deuda de los países endeudados, haciéndoles préstamos en condiciones más ventajosas para que salden las deudas con los bancos privados, no sin antes imponerles las condiciones más duras. Así ocurrió en Zaire a mediados de los 70, o en América Latina con el Plan Brady, etc, a semejanza de la intervención del Ministerio de Hacienda de un determinado Estado cuando quiebra un banco, que normalmente se hace cargo de él para que los circuitos de circulación del dinero no se interrumpan y no cunda el pánico. Los bancos privados prestan y vuelven a prestar para cobrar sus propios préstamos, y así hasta que la bola de nieve crece tanto que los organismos oficiales, unilaterales o multilaterales, intervienen. Recientemente hemos asistido a un caso de intervención unilateral de USA en Méjico. Las famosas Ayudas al Tercer Mundo más que ayudar a los países endeudados tienen como misión ayudar al sistema financiero internacional, para que el ciclo de circulación del capital no se vea interrumpido.
Este momentáneo seguro de vida del sistema bancario, perdurará mientras a la clase obrera mundial se le pueda seguir rebajando sus condiciones de vida, haciéndole pagar los capitales que se invirtieron y se perdieron por la crisis. En este sentido los Estados, cada vez más endeudados, llegarán a un punto en el que no tengan capacidad financiera y el pánico y el caos recorrerán el mundo a mucha mayor escala que con la crisis de 1929.
Hay otro hecho, ya explicado por Lenin en el Imperialismo, que nos permite juzgar como reaccionario un enfrentamiento Sur contra Norte, países pobres contra países ricos, etc, en pos de un mundo sin monopolios multinacionales todopoderosos, sin unos cuantos países rentistas que monopolizan el capital y la tecnología y sumen al resto de países en la miseria y en la explotación, en fin de cuentas, en pos de un capitalismo reformado.
«La ciencia oficial intentó aniquilar mediante la conspiración del silencio la obra de Marx, el cual había demostrado, con un análisis teórico e histórico del capitalismo, que la libre competencia origina la concentración de la producción, y que dicha concentración, en un cierto grado de su desarrollo, conduce al monopolio. (...) los carteles se convierten en una de las bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo. (...) Admitamos que sí, que la libre competencia, sin monopolios de ninguna especie, podría desarrollar el capitalismo y el comercio con mayor rapidez. Pero cuanto más rápido es el desarrollo del comercio y del capitalismo, tanto más intensa es la concentración de la producción y del capital que engendra el monopolio. ¡Y los monopolios han nacido ya precisamente de la libre competencia!» (El Imperialismo...)
Nosotros, comunistas marxistas, consecuentes con el desarrollo de la
historia de la humanidad, vemos en la revolución comunista que dé
paso a un nuevo modo de producción, el comunista, la única
solución satisfactoria a las horribles condiciones de vida, a las
guerras, a los desastres ecológicos, y demás calamidades
en las que el capitalismo, en su fase imperialista, está obligado
a desenvolverse. No excluimos por tanto, la posibilidad de que en el
futuro,
los centros de poder de los grandes bancos y demás monopolios, se
desplacen geográficamente, lo que si excluimos es que se pueda hacer
capitalismo sin explotar y llevar a la miseria a la inmensa mayoría
del planeta.
SECTOR NAVAL EN ESPAÑA
Pese a la generosa oposición inicial de los trabajadores (especialmente en Cádiz), una vez más se ha cerrado un proceso de reconversión-despidos en el sector naval. El acuerdo firmado por los sindicatos del régimen (con la excepción de la CIG gallega) tiene como objetivo alcanzar en 1998 la rentabilidad y supone la prejubilación-despido de 3.850 trabajadores. En poco más de diez años el sector naval español ha perdido gran parte de sus plantillas (sólo en Astilleros Españoles, una empresa estatal, se han perdido estos años más de diez mil puestos de trabajo). La competencia de Corea y Japón obliga a la industria naval europea a librarse de mano de obra excedente apretando aún más las tuercas a quienes siguen trabajando. !Qué superado estás viejo Marx¡
BOMBAS ATÓMICAS EN EL PACÍFICO
Con la aquiescencia del resto de los gobiernos occidentales (las declaraciones ambiguas o incluso en contra y las "notas de protesta" no reflejan en realidad otro estado de ánimo) el imperialismo francés continúa con sus pruebas nucleares en el cada vez menos Pacífico Océano. Estos «ensayos» no esconden otro objetivo que la intimidación ante las proporciones cada vez más alarmantes para occidente del potencial militar chino, de la misma manera que constituyen toda una advertencia para los posibles rivales del bloque euro-alemán en la futura guerra imperialista. De las proporciones apocalípticas que puede adquirir el tercer conflicto mundial podemos hacernos una idea teniendo en cuenta la capacidad destructiva de los nuevos ingenios nucleares, al lado de la cual los horrores de Hirosima y Nagasaki se transforman en una pesadilla más fácilmente asimilable.
LA PERTINAZ SEQUÍA IBÉRICA
Los defensores de la sociedad capitalista siempre intentan minimizar
los efectos devastadores que produce el mejor de los sistemas
posibles,
atribuyendo dichos efectos a causas naturales.
Es cierto que el capitalismo no ha inventado las sequías y las
inundaciones, pero que regiones enteras sean desforestadas y
esquilmadas
por monocultivos mercantiles, que el agua se derroche allí donde
la climatología niega su abundancia, o que las inundaciones se
transformen
en verdaderas catástrofes por falta de infraestructuras adecuadas,
no se explica más que por causas sociales ligadas al modo
de producción capitalista.
Gran parte de la Península Ibérica está atravesando
un periodo de sequía severa en el que a los factores antes señalados
hay que añadir la negra perspectiva de enfrentamientos interregionales
o internacionales por el reparto del agua (no olvidemos las últimas
polémicas sobre el trasvase Tajo-Segura o el contencioso
hispano-portugués
sobre los ríos comunes a ambas naciones).
ACEITE ENVENENADO
Han pasado catorce años desde que se produjo el mayor envenenamiento
alimentario conocido hasta ahora en la reciente historia de
España.
Alrededor de 1.200 muertos, 4.000 inválidos y más de 300.000
afectados en mayor o menor grado, son el trágico balance de la
aplicación
consecuente del laissez faire, laissez passer, una de las
divisas
máximas del mercantilismo capitalista. Como exponía Marx
en Miseria de la Filosofía los productos más miserables
tienen la prerrogativa fatal de servir de alimento a las grandes masas,
y así sucedió en España con un aceite comestible barato,
adulterado por los capitalistas con aditivos químicos para incrementar
así sus ganancias.
El "síndrome tóxico", la "colza" están nuevamente
de actualidad pese al ostracismo oficial al que habían sido condenadas
las víctimas. Sus asociaciones reclaman al Estado burgués
600.000 millones de pesetas en concepto de indemnizaciones como
responsable
civil subsidiario. Sólo con el apoyo activo del resto de la clase
trabajadora podrán los afectados presionar a las instituciones
burguesas
para que su larga y casi olvidada lucha pueda dar algún fruto.
HUELGAS EN PANAMÁ Y COSTA RICA
Durante el pasado mes de agosto tanto en Panamá como en Costa Rica tuvieron lugar huelgas de envergadura. En Panamá contra la reforma laboral (de la que no conocemos sus pormenores, pero que no debe caracterizarse precisamente por su sensibilidad obrera). En Costa Rica los empleados públicos y los maestros llevaban casi un mes de huelga contra una ley de pensiones y la política económica del gobierno. En ambos casos los trabajadores fueron ferozmente reprimidos por los esbirros del capital produciendose numerosos heridos.
INFANCIA Y MERCADO
No es ninguna novedad afirmar que la irracional lucha por la
vida
impuesta
por el capitalismo a la humanidad encuentra su escalón más
bajo en los sectores más desprotegidos e indefensos. Y uno de estos,
por obvias razones biológicas es la infancia. A los malos tratos
cada vez más frecuentes en occidente, hay que añadir los
escalofriantes casos de las niñas chinas abandonadas o sometidas
en los horfanatos a un cruel e inhumano encierro obedeciendo los
dictados
del dios mercado y sus profetas del FMI y del Banco Mundial. Sumemos
esto
a los millones de criaturas que son utilizados como mano de obra
prácticamente
esclava, o incluso como juguetes sexuales, siendo esta la otra cara del
exotismo
oriental con que se bombardea a los potenciales turistas en
occidente.
Con gran clamor las trompetas de la propaganda burguesa han celebrado el final de la II guerra mundial renovando el mito bastardo de la resistencia. Los vencedores, ayer igual que hoy, descargan sobre los vencidos las pretendidas causas y golpes de la carnicería más grande de la historia, causas que habría que buscar o bien en la innata agresividad del pueblo alemán o bien en la barbarie de la dictadura contra la sociedad civil y democrática. Mientras la cínica y monstruosa aberración del nazismo culminaba en las atrocidades de los campos de concentración y de exterminio, ¿cómo podían los aliados permanecer sordos al grito desesperado de los millones de personas bajo el yugo hitleriano?
Desde los parvulitos hasta la escuela primaria el adoctrinamiento de los jóvenes se basaba en estos puntos, las fotos de los horrores de la guerra presentan sólo al soldado alemán como carnicero, mientras las lecturas cuentan las sufridas y heroicas gestas de los liberadores contra un enemigo despiadado. La relación podría no tener fin, recordamos solamente los vomitivos y falsos productos cinematográficos, expresión de la martilleante propaganda burguesa. Si a algún joven le surgen dudas, es utilizada enseguida la engañosa tesis que presenta a la democracia como "mal menor" respecto al fascismo.
Desgraciadamente la II guerra mundial no fue más que un monstruoso y continuo "exceso" de ambos frentes. Los terroríficos bombardeos llevados a cabo por los aliados sobre las ciudades de Alemania causaron millones de muertos. Más de 150.000 fueron las víctimas del bombardeo que sufrió la ciudad de Dresde el 13 de febrero de 1945, los testimonios de aquella tragedia hablan de la autocombustión a causa del enorme calor despedido por las toneladas de bombas con fósforo, de los más sólidos refugios antiaéreos de los civiles derrumbados por la furia destructiva de los libertadores. La célebre guerra submarina mostrada siempre para deshonra de Alemania fue utilizada con igual ferocidad por todos los bandos beligerantes, el trofeo del número más alto de víctimas civiles a causa de un torpedeo es de la Royal Navy que en el mar Báltico a inicios del 1945 torpedeó al transatlántico Bremen sobrecargado de civiles que huían de Prusia Oriental, las víctimas fueron 7.000.
Las bombas atómicas lanzadas sobre los inermes habitantes jamás podrán ser justificadas como "excesos" necesarios, sino que remachan una vez más la tesis comunista que niega ya a esta sociedad algo progresivo atribuyéndole solamente muerte y destrucción. Las enormes carnicerías son funcionales y necesarias a este modo de producción, la carrera continua de acumulación de capital lleva a la crisis de superproducción que sólo la guerra puede interrumpir.
Como última carta los defensores y apologistas de la guerra por la democracia contra la violencia nazifascista, desenfundan las macabras y repugnantes imágenes de los campos de exterminio atribuyendo la culpa a la fiera nazi y a sus aliados. Nunca negamos su existencia, pero como ya escribimos y demostramos toda la burguesía mundial fue cómplice y sacó ventajas de la "solución final". No estamos aquí para volver a plantear nuestro estudio sobre tal cuestión, recordamos solamente a modo de prueba que ningún país ni antes del inicio del conflicto ni durante el mismo, permitió acoger a los prófugos hebreos de la Alemania nazi, por el contrario todos los países levantaron potentes barreras contra tal inmigración, y solo unos pocos, de nombre famoso o con la cartera bien repleta, consiguieron superar tales barreras.
Los campos de concentración y exterminio no fueron solamente alemanes sino de todos los países beligerantes. Incluso si la verdad oficial la escriben los vencedores, la verdad histórica antes o después hace su aparición. El fin reservado a los soldados del derrotado ejército alemán fue siempre silenciado y ocultado; como mucho, en la contraposición entre los bloques ruso y estadounidense se intercambiaban acusaciones de haber engullido los restos de la Wermacht y no haber devuelto a casa a los prisioneros. La realidad fue tremenda, comparable a la ferocidad nazi. Rusia envió a todos los prisioneros capacitados a las regiones más perdidas e inhóspitas de su inmenso territorio a realizar los trabajos más insanos y duros en condiciones bestiales; poquísimos volvieron. La sangría, en términos de vidas humanas, por parte de la URSS fue espantosa, más de 25 millones de muertos, la mano de obra escaseaba, de aquí la magnanimidad del capitalismo al conceder temporalmente a los prisioneros salvar la vida a cambio de la esclavitud.
Distinta suerte corrieron los prisioneros alemanes en manos de los aliados: no fueron considerados POW, o sea prisioneros de guerra, sino que fueron degradados a la condición de DEF, es decir fuerzas enemigas desarmadas, traicionando por tanto las convenciones de Ginebra. El racionamiento alimenticio redujo hasta los huesos a los prisioneros literalmente dejados morir de hambre y enfermedades en campos de prisioneros que no eran más que desnudos trozos de terreno rodeados por alambre de espinos. Según los cálculos realizados sobre las cifras suministradas por los departamentos americanos y franceses, recogidos en el libro "los otros Lager" de J. Bacque, aproximadamente 1,7 millones de prisioneros alemanes no regresaron a casa.
No es difícil advertir la confirmación de nuestras tesis fundamentales también en estos episodios. Las carnicerías, la tremenda sangría proletaria, o sea del capital variable, alejó ciertamente el espectro de una posible agitación social en el corazón de Europa y al mismo tiempo retrasó en gran medida el retorno de la potencia alemana sobre el escenario de la contienda imperialista.
Recordamos algunas matanzas por las que están manchados los aliados, no por ser partidarios del imperialismo alemán, sino para repetir, incluso con esta apocalíptica contabilidad y contra la mentirosa propaganda de los vencedores, que la guerra fue guerra burguesa e imperialista desde todos los frentes. Y las causas materiales de la guerra imperialista las hemos visto siempre en la estructura económico social de esta sociedad, sin dejarnos engañar por las pretendidas "víctimas" y "agredidos". Con Marx demostramos que el fin último del capitalismo es la carrera desenfrenada por la acumulación de capital por el beneficio, pero tal línea de desarrollo es negada por la estructura misma de este modo de producción, por la caída de la tasa de ganancia inducida por la superproducción de capital, hasta la crisis estructural de esta sociedad. Sólo la destrucción masiva de capital puede permitir a esta sociedad un nuevo impulso vital. Cuando hablamos de capital no entendemos solo el capital monetario, sino todo el capital, constituido por los medios de producción, la fuerza de trabajo y el trabajo muerto acumulado.
La posición de los comunistas frente a la guerra imperialista no puede ser otra que el sabotaje, el derrotismo. La traición a los principios del comunismo por parte del estalinismo y del actual oportunismo en expansión obliga a nuestro partido a remachar los puntos cardinales de la doctrina marxista. El órgano de la revolución, el partido político no es sólo organización sino ante todo un programa, un método de trabajo, una doctrina; la historia por el momento nos obliga a utilizar solamente las armas de la crítica. A lo largo de todo el arco del siglo XX nuestro partido, en la línea de Marx, de Lenin, de la Internacional y de la Izquierda Comunista Italiana, es el único que no ha traicionado el internacionalismo, el único, por tanto, en condiciones de guiar en un futuro próximo el asalto proletario al monstruo capitalista. 1914: La socialdemocracia encuadra en los contrapuestos frentes de guerra al proletariado de las distintas naciones involucradas, las motivaciones hablan de atrocidad de los enemigos, de agredidos y de agresores, de tierras irredentas... 1917: El Octubre rojo desgarra como un rayo el régimen burgués, una verdad histórica se confirma, sólo con el abatimiento violento del Estado burgués se puede poner fin a la guerra imperialista. 1918: El miedo a que el incendio revolucionario se difunda en toda Europa obliga a las distintas burguesías a interrumpir a toda prisa el conflicto llevando a cabo esa asociación antiproletaria ya descrita por Marx para la Comuna de París. 1926: Se cumple el fin de la parábola revolucionaria, la ausencia de la revolución internacional es la causa de la derrota de Octubre, los intereses del Estado ruso pasan a ocupar el primer lugar, la Internacional, de ser instrumento de subversión mundial del orden constituido se convierte en instrumento de la política diplomática del naciente capitalismo ruso. 1939: Sanción última de la contrarrevolución, el pacto ruso-alemán. 1939-45: Como en la primera, con mayores dimensiones, la guerra arrecia en todo el mundo. La clase obrera, privada como en la primera de una guía revolucionaria, su partido de clase, es sometida a los intereses del capital. Como en la primera guerra mundial, los partidos falsamente obreros llaman a los trabajadores a desangrarse en los distintos frentes en nombre de la civilización, contra la barbarie del enemigo: la patria en peligro, el vergonzoso grito de los socialchovinistas de la primera guerra mundial, se escucha nuevamente.
En toda la Europa bajo ocupación alemana surge el movimiento de resistencia. La historiografía oficial lo exaltará y desnaturalizará completamente su naturaleza y acciones. En Francia solo cuando estuvo claro el rumbo de la guerra y con los importantes fondos de la inteligencia aliada se formaron grupos de resistencia. En el Este europeo, sobre todo en Rusia, la guerrilla partisana tendría, precisamente por la naturaleza del terreno, un papel no marginal. Tanto en Yugoslavia como en la URSS, la II guerra mundial será después llamada patriótica para demostrar su naturaleza nacional.
En Italia el discurso es ligeramente más complejo en cuanto que la burguesía del país no fue capaz de regir militar, política y socialmente los destinos del conflicto como protagonista y reconociendo su incapacidad se puso bajo la protección del imperialismo alemán y del aliado. Para la burguesía la situación social no era de las más confortables, habían estallado potentes huelgas en marzo de 1943 con las clásicas reivindicaciones proletarias: pan y paz.
En julio de 1943 a continuación del desembarco de los aliados en Sicilia hubo un intento de "revuelta": Después del 8 de septiembre Italia queda dividida en dos. Tanto en el Sur como en el Norte las masas proletarias están poco dispuestas a dejarse masacrar en nombre de los intereses de la sagrada patria; el fenómeno de la resistencia asume dimensiones enormes. Los fugados para evitar su captura se refugian en los montes dando vida a las primeras formaciones partisanas que de partisano tenían solo el objetivo de salvar el pellejo. El estalinismo y toda la propaganda burguesa, fascistas incluidos, intervinieron con todos los medios para dirigir al proletariado en la lucha contra el invasor. En el Norte la RSI llamaba a los jóvenes de las quintas 22-23 y 24 a luchar contra la traición del Rey y de Badoglio, que habían vendido Italia a los invasores extranjeros, a las democracias plutocráticas; en el Sur el gobierno Badoglio llamaba a las quintas 22-23 y 24 a la lucha contra el invasor alemán y contra el fascio.
El partido comunista nacional, expresión de la contrarrevolución estalinista triunfante, no se dirigió a la clase obrera reivindicando una sociedad sin más guerras, sin más miseria, por el fin de la esclavitud del trabajo asalariado, sino que con la peor de las infamias, como los socialchovinistas en 1914, pidió la sangre de los trabajadores para uno de los frentes de la guerra imperialista. La libertad de la patria, archiconocida traición del oportunismo, era condición indispensable para cualquier reivindicación posterior.
Las fuerzas en el campo de batalla eran tales que se hacía muy difícil, si no imposible una transformación revolucionaria de la guerra imperialista: el proletariado como clase histórica, para sí, estaba completamente o casi ausente; su partido internacional destruido hasta sus fundamentos; las organizaciones de defensa económica, los sindicatos, habían sido destruidos; en todos los países los sindicatos estaban abiertamente o de forma enmascarada bajo control estatal. Luchas espontáneas, incluso potentes y violentas como la Comuna de Varsovia se dieron en toda Europa, pero privados de sus instrumentos, de su Partido, de sus organizaciones económicas. La clase obrera estaba condenada a la matanza. Además «la larga guerra no favorece a la revolución: la guerra que no haya atraído a su comienzo o en sus primeros desarrollos el incendio de la revolución victoriosa, podrá desarrollarse más fácilmente y llegar a su fin dando nuevo vigor al capitalismo agonizante: al cadáver, el sistema capitalista, que todavía camina, hay que asestarle el golpe definitivo antes de que le sea transferida sangre nueva de las venas proletarias, es decir, antes de que encuentre nueva juventud en las enormes destrucciones de la guerra y en la consiguiente reanudación económica de la reconstrucción» (Tesis y valoración clásicas del partido frente a las guerras imperialistas).
La situación objetiva no era favorable, pero no por esto se debía abandonar toda perspectiva clasista y saltar sobre el carro del previsible vencedor. El precio pagado a posteriori sería, como después fue, mucho más alto. Nuestra corriente, la Izquierda Comunista, organizada en Partido Comunista Internacionalista hacia finales de 1942, fue la única en el panorama de los pretendidos revolucionarios (con buena fe o sin ella), que mantuvo en alto la bandera del internacionalismo proletario, fue la única en remachar las tesis comunistas, confirmadas por la revolución rusa, del derrotismo revolucionario, del sabotaje de la guerra imperialista. Nuestro Partido de entonces, frente a miles de dificultades y peligros, con sus modestas, pero no totalmente despreciables fuerzas negó todo frente único político de defensa nacional y antifascista y se dirigió a la clase obrera por el frente único proletario que: "reagrupa y cimenta las fuerzas destinadas a batirse en las barricadas de clase contra la guerra y las fuerzas políticas que la dirigen, tanto fascistas como democráticas. Su tarea principal y más urgente es impedir que los obreros se contagien con la propaganda belicista: desenmascarar a los agentes camuflados de revolucionarios y evitar que el espíritu de lucha y de sacrificio que anima al proletariado sea explotado en todas partes en beneficio de la guerra y su continuación, incluso bajo las banderas de las libertades democráticas" (Prometeo, n.4, febrero 1944). A cincuenta años del final de la mayor matanza de la historia las celebraciones tienen un sabor a tenebroso presagio: como ha sido preanunciado por los comunistas revolucionarios y negado por todos los traidores, el final de la segunda guerra mundial no significó, en absoluto, el fin de las guerras imperialistas y la tercera guerra está ya en preparación. El relativo y efímero bienestar que el proletariado occidental ha gozado es el fruto envenenado de aquella enorme masacre, el capitalismo moribundo ha podido regenerar una nueva vida, relanzar la acumulación de capital, concediendo a los trabajadores, no sin duras y sangrientas luchas, las migajas de su codicioso banquete. De tal relanzamiento hoy queda poco y sólo la inmensa rapiña en los países del "tercer mundo", solo la masacrante y bestial explotación del proletariado mantiene a un cadáver que todavía camina.
En el 50 aniversario de la enorme carnicería queremos recordar
a todos los caídos que se levantaron contra la bestialidad del capital
rechazando toda cesión y alianza con los frentes imperialistas.
Queremos recordar aquí a nuestros compañeros de Partido caídos
bajo el plomo fascista, encarcelados y deportados por ser
internacionalistas:
Giuseppe Biscuola, fusilado en Génova el 13 de enero de 1945, Espartaco
Ferradini, fusilado en Génova el 24 de abril de 1945; Capellini,
Bergomi y Porta, trabajadores de la Falk y de la Breda deportados a
Alemania
y desaparecidos; Mantovani, obrero turinés deportado y muerto en
un campo de concentración; Angelo Garrota de Ponte Lambro, fusilado
el 25 de abril de 1945; Luigi Garotta, deportado en Alemania. Queremos
recordar a nuestros compañeros de Partido asesinados por el
estalinismo,
por el PCI, por ser internacionalistas, porque jamás abjuraron de
los principios del comunismo: Fausto Atti, asesinado cerca de Bolonia
el
27 de marzo de 1945, Mario Acquaviva, asesinado en Asti el 11 de julio
de 1945. La bandera que nos han consignado estos compañeros está
en nuestras manos. En el modesto pero grandioso trabajo colectivo e
impersonal
de partido se transmite toda la llama revolucionaria, capaz mañana
de incendiar a la sociedad entera. Una nueva era se abrirá: el
comunismo.
Cuando en todos los medios de comunicación se oye hablar de las altas cotas alcanzadas por el estado del bienestar, por los grandes avances tecnológicos y por la calidad de vida de finales del siglo XX, la realidad y las cifras se encargan de mostrarnos cómo las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera empeoran vertiginosamente, teniéndoselas que ver cotidianamente con problemas de desempleo, inseguridad laboral, aumentos de ritmos de trabajo y productividad, contratos de hambre, salarios congelados o reducidos, aumentos de jornada, etc. Al mismo tiempo, y siempre con la intención del Estado de reducir el déficit público, se reducen drásticamente los gastos destinados a servicios sociales, así los trabajadores se juegan la vida esperando las largas listas para ser atendidos en la Seguridad Social, las reducciones en el transporte público hacen que las jornadas de trabajo se vean ampliadas por las interminables esperas; la Enseñanza Pública alcanza cifras astronómicas de fracaso escolar y analfabetismo funcional, sucediendo así con todos los servicios públicos.
La competitividad, la inseguridad, la impotencia y la insolidaridad, resultado de esta situación de crisis del capitalismo y de la política económica defendida por los sindicatos del régimen, llevan a los trabajadores a aceptar las condiciones de trabajo que van pareciéndose a las del siglo pasado, siempre bajo la amenaza del cierre de la empresa y del despido. Empresas y sindicatos se ponen como objetivo prioritario hacer más competitivos los productos. ¿Cómo se consigue este objetivo? Reduciendo plantillas, aumentando la productividad y ahorrando en medidas de seguridad. Tres medidas fundamentales que en general son negociadas, aceptadas y a menudo propuestas por los mismos sindicatos.
En lo que se refiere a reducción de plantillas, entre 1976 y 1994, se han perdido en España segun datos oficiales 730.000 empleos. Se ve que para los plumíferos del capital estas cifras no repercuten en la calidad de vida de las familias que dependían de esos empleos. En cuanto a los aumentos de productividad, no hay más que darse una vuelta por las industrias reconvertidas donde con la plantilla muy reducida la producción se ha multiplicado, sin olvidar los riesgos que entraña el aumento de ritmos de trabajo si no se aumentan las medidas de seguridad. Veamos la tercera medida que hace que los productos sean más competitivos: el ahorro en el gasto de medios de prevención de accidentes laborales. Según el diario "El Mundo", 20-4-95 "6 trabajadores mueren cada día por accidentes de trabajo". El sector de la construcción se ha llevado la vida de muchos proletarios, pero es la minería la mayor responsable de muertes de trabajadores. Por ejemplo en Asturias sólo entre agosto y octubre han muerto 18 mineros.
En toda la minería, pero especialmente en Asturias, se habla de cuantiosas pérdidas, precisando para seguir adelante de ingentes subvenciones públicas y de una progresiva mecanización de las explotaciones para mejorar su productividad. Esto ha permitido la introducción de subcontratas de trabajadores de la Europa del Este, obreros cualificados pero que han de trabajar en condiciones insoportables, a destajo para hacer menos miserable su salario. En la medida en que el nuevo sistema de avance de galerias, de gran riesgo, es preparado por estas subcontratas, las posibilidades de que se produzcan accidentes han aumentado. La minería es la principal actividad económica en el área central de Asturias, esto hace que ante la falta de perspectivas laborales los trabajadores quieran continuar en sus puestos a pesar de los riesgos. Desde la creación de Hunosa en 1968, el número de muertos se eleva a 434. En un principio la plantilla era de 26.000 trabajadores, actualmente es de 10.650 y está en proyecto el despido de 2.250 en los próximos dos años ya que los costes de producción por tonelada siguen siendo muy superiores a la media europea. Siete planes de ajuste y racionalización, con total participación de los sindicatos, en quienes los mineros van dejando de confiar, son los responsables de la actual situación.
La catástrofe ocurrida el 31 de agosto que se llevó 14
vidas recordó otra que se vivió hace 46 años. Tal
es para los proletarios el estado del bienestar y la calidad de vida en
vísperas del siglo XXI. Tal el optimismo de los mineros que día
a día tienen que volver a la mina para llevar a casa un salario,
si es que la silicosis o los accidentes se lo permiten. Los
trabajadores
reconocen que incluso si los sistemas de detección de grisú
fuesen los mejores, que no lo son, las exigencias de productividad les
obliga a trabajar en un estado de alto riesgo, pasando por alto los
avisos
de los grisómetros hasta el límite de peligro absoluto. Hay
que decir que los grisómetros de que disponen actualmente las minas
de Asturias para detectar altas concentraciones de metano son manuales
y ese sistema puede ser manipulado. Ante la magnitud del accidente de
agosto,
gobierno, oposición y sindicatos se apresuraron a dar el pésame
a los familiares, llenándose la boca de buenas intenciones para
evitar que desastres así vuelvan a producirse, a continuación
unos días de "huelga", es decir de que cada uno esté en su
casa hasta que pase el cabreo, y después vuelta a la explotación
sin que una sola medida de seguridad se haya introducido. Por esto, dos
meses más tarde mueren otros 4 mineros en Hunosa. Para los mineros
esto supone más rabia, más odio, pero todavía los
sindicatos del régimen, cómplices de estos asesinatos por
su propia política de defensa de la economía nacional y de
la empresa, son un muro de contención para que esa rabia se desborde
y sirva, primero, para luchar por un verdadero sindicato de clase
imponiendo
unas condiciones de trabajo mejores y después, con su partido, el
partido comunista, para la destrucción de este sistema sanguinario
que es el sistema mercantil-capitalista, verdadero asesino del
proletariado.