Partido Comunista Internacional

El Partido Comunista
N.27 - Julio de 2022

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actualizado el 1de julio de 2022
órgano del partido comunista internacional
Lo que distingue a nuestro partido: – la línea de Marx a Lenin a la fundación de la III Internacional y del Partido Comunista de Italia a Livorno 1921, a la lucha de la Izquierda Comunista Italiana contra la degeneración de Moscú, al rechazo de los Frentes Populares y de los bloques partisanos – la dura obra de restauración de la doctrina y del órgano revolucionario, en contacto con la clase obrera, fuera del politiqueo personal y electorero

Contenido:

– Italia, viernes 20 mayo - Después de la huelga

Colombia: cambia el gobierno y se mantiene la dictadura de clase de la burguesía

– Paro nacional en Ecuador

Venezuela: las luchas obreras surgen pese a la traicion de los sindicatos y la represion del gobierno

– El llamado conflicto mapuche en Chile: La economía - La era colonial - La era republicana - Este es el conflicto mapuche actual - Movimiento político mapuche - El único camino es la lucha de clases del proletariado

Vida de Partido:
Reunión Internacional del Partido (en video-conferencia del 28 al 30 de enero 2022). Orígenes del Partido Comunista de China. La línea de Maring - El Profintern entre el primero y el segundo congreso - La crisis en Venezuela - La cuestión kurda - Historia de Baluchistán

Siguiendo el hilo del tiempo:
Guerra y revolución (Battaglia Comunista, n.10, 1950)

 


Italia, viernes 20 mayo
Después de la huelga

La huelga general "contra la guerra y la economía de guerra" – como titularon la jornada de lucha los sindicatos promotores – fue una pequeña pero cumplida acción de condena de la guerra por parte de la clase obrera, de hecho representada en Italia exclusivamente por el sindicalismo combativo.

De hecho, actualmente es la única organizada por los sindicatos en Europa, lo que aumenta su importancia, convirtiéndola en un ejemplo para los trabajadores y el sindicalismo de clase en todos los países.

No pudo ser una verdadera huelga general – es decir, una movilización de las amplias masas de trabajadores capaz de bloquear la producción y la circulación de bienes y servicios – debido a la debilidad del sindicalismo independiente y combativo y a la inercia de décadas de pasividad impuesta a las masas trabajadoras.

Este conflicto – aunque sigue siendo una guerra de poder imperialista, como las del pasado más o menos reciente en Irak, los Balcanes, Afganistán, Siria – marca un paso decisivo hacia un tercer conflicto mundial, en el que las potencias imperialistas se enfrentarán directamente, involucrando a los trabajadores de todos los países del mundo.

Esta terrible perspectiva es cuidadosamente ocultada a los trabajadores por los regímenes políticos de la clase dominante, con el objetivo de que ellos lleguen a la víspera de la guerra, engañados, sin estar preparados y creyendo que este funesto hecho no puede ocurrir. En esta acción la burguesía es asistida, de manera vital para ella, por los sindicatos del régimen (en Italia CGIL, CISL y UIL) quienes mantienen a la clase obrera inmóvil, adormeciéndola con la ilusión de que nada tan malo puede suceder realmente.

En cambio, los efectos económicos que está produciendo la guerra, y que ya han empezado a afectar a los trabajadores, están en marcha y se desarrollarán plenamente en los próximos meses.

En segundo lugar, la propaganda del régimen burgués italiano, que se pone del lado del imperialismo estadounidense, se esfuerza por hacer creer a los trabajadores que el agresor de turno – en este caso el imperialismo ruso – es el culpable de la guerra, quedándose así en la superficialidad del conflicto y no reconocer que este hecho es un enfrentamiento entre imperialismos, que se libra hoy en el territorio ucraniano a costa de su población, y ocultar cómo la guerra madura desde lo más profundo de las contradicciones de la economía capitalista y no es provocada por el Estado que primero decide actuar militarmente.

Esta creencia errónea también es apuntalada entre los trabajadores por la izquierda burguesa y el oportunismo, que comparten la ideología mentirosa de la clase dominante sobre la posibilidad de la coexistencia pacífica entre los Estados, según la cual el curso natural del capitalismo sería el de la paz, sancionado por normas de convivencia entre países, que sólo las políticas reaccionarias y los hombres insensatos vendrían a interrumpir. Así que para "prevenir la guerra" habría que luchar contra ella y ganar los países en los que prevalece una política de paz.

Esta convicción errónea es compartida por todos los que toman partido en la guerra entre Estados capitalistas, ya sean antiestadounidenses o anti rusos: para ellos siempre sería sólo un Estado o un frente de Estados la causa de la guerra, no el propio capitalismo.

Por último, un tercer elemento que hoy frena a los trabajadores a la hora de sumarse a una huelga antibélica, es la mentira difundida por todos los burgueses y oportunistas, de su supuesta debilidad como clase en la disputa social y en particular ante un problema de tal envergadura.

Dicho esto, justamente por eso, era y es necesario y obligatorio por parte del sindicalismo combativo, promover la acción sindical contra la guerra imperialista, para combatir todos estos factores que dejan indefensos a los trabajadores frente a su maduración y avance bélico, y dar fuerza al rechazo instintivo a la guerra por parte de la clase obrera, siguiendo esa parte de ella que ya ha madurado la conciencia por la gravedad de esta guerra y de cómo el verdadero atacado no es el Estado que sufre el ataque militar del otro Estado, sino el conjunto de la clase obrera internacional y como solo su lucha puede prevenir o detener la carnicería imperialista.

Por lo tanto, el hecho de que todo el sindicalismo de base resolviera finalmente sumarse a la jornada de huelga y movilización fue un resultado muy positivo.

Sin embargo, en la preparación de la huelga, además de las dificultades antes mencionadas y ya gravosas de por sí, estaban las deficiencias producidas por el oportunismo de las direcciones de los sindicatos de base.

La primera acción pública para preparar la huelga fue la asamblea nacional celebrada en Milán el 9 de abril del 2022, promovida por CUB, SGB, ADL Varese, USI CIT, Unicobas. En ella, el SI Cobas había declarado su adhesión a la huelga, pero no la USB ni la Confederación Cobas. La falta de adhesión del sindicalismo de base a la huelga tuvo repercusiones en su preparación.

Además, de esa asamblea salió la decisión de celebrar manifestaciones unitarias el Primero de Mayo, centrándolas en la propaganda de la huelga del 20 de mayo. Pero en Milán, la ciudad donde el sindicalismo de base es capaz de movilizar a más trabajadores, la dirección de SI Cobas hizo que sus miembros marcharan en una procesión separada, de la promovida por los otros sindicatos de base. Por otra parte, en las diversas reuniones celebradas para preparar la huelga, la dirección de SI Cobas nunca participó.

Por otro lado, en estas reuniones uno de nuestros compañeros, hablando en nombre de la Coordinamento Lavoratori Autoconvocati (CLA), argumentó la necesidad de redactar una carta de invitación pública y formal a todos los organismos del sindicalismo combativo que aún no se habían sumado a la huelga. Así, no sólo los sindicatos de base – como USB, Confederazione Cobas, ADL Cobas y otros – sino también las áreas combativas de la CGIL – "Riconquistiamo tutto", "Le giornate di marzo" y "Democrazia e lavoro" – y el antiguo colectivo de la fábrica GKN. Esta acción no tenía un sentido formal sino eminentemente práctico. Habría servido como argumento para liderar la batalla por la afiliación dentro de los sindicatos que aún no se habían afiliado. Pero la mayoría de los dirigentes de los sindicatos que organizan la huelga se pronuncian en contra.

La adhesión de USB finalmente llegó, pero sólo el 6 de mayo. La de la Confederación Cobas el 11 de mayo. El 15 de mayo, el área de oposición de la CGIL "Reconquistiamo tutto" emitió un comunicado de apoyo a la huelga.

Estas divisiones y adhesiones tardías no permitieron preparar adecuadamente la huelga, seria, decidida y unida.

Teniendo en cuenta estos elementos – tanto los objetivos como los derivados del oportunismo de las direcciones sindicales – fue un resultado apreciable la realización de las pequeñas procesiones unitarias celebradas en varias ciudades – Roma, Florencia, Génova, Milán, Venecia – confirmación de la convicción y determinación de los militantes sindicales y de los trabajadores que sienten la necesidad de oponerse a la guerra imperialista.

Ahora la acción a realizar dentro del combativo movimiento sindical, es luchar para que todas las organizaciones sindicales, que participaron en esta primera jornada de movilización contra la guerra, inicien un camino para la construcción seria y unitaria de una verdadera huelga general, para las primeras semanas después del verano, con manifestaciones y asambleas dentro y fuera de los centros de trabajo, lo que ampliaría la unidad de acción del sindicalismo combativo más allá del perímetro del sindicalismo de base, involucrando a los grupos de trabajadores combativos aún encuadrados en los sindicatos del régimen y en las áreas combativas de la CGIL y permitiendo una participación más amplia de los trabajadores, tanto afiliados como no afiliados.


Colombia: cambia el gobierno y  se mantiene la dictadura de clase de la burguesía

Un nuevo administrador de los intereses de la burguesía toma las riendas de la presidencia de Colombia. El 7 de agosto entrará en funciones como presidente de Colombia Gustavo Petro, que se apresuró a anunciar, al ganar las elecciones, que la columna vertebral de su programa de gobierno será “el desarrollo del capitalismo”.

Cada vez que las masas asalariadas y desposeídas se han agitado, aún confundidas y desorientadas por el oportunismo, aún influenciadas por la pequeña burguesía que quiere reformas sociales, políticas y económicas que no atenten contra la propiedad privada y la ganancia empresarial, cada vez que el subsuelo social se sacude y no es controlado plenamente por los partidos tradicionales, entonces la burguesía abre espacios para que nuevas caras y nuevos partidos administren sus intereses y canalicen las inquietudes y descontentos que inquietan a las masas. El llamado “cambio histórico”, como se cataloga la elección de Gustavo Petro como presidente y de una afrodescendiente como vicepresidenta de Colombia, es un cambio para que nada cambie, como todo cambio resultante del mecanismo electoral en la democracia burguesa.

Por supuesto que las nuevas caras que hoy llegan a la presidencia de Colombia no son simpáticas a sectores de la burguesía y de la rancia oligarquía, principalmente a los terratenientes, ni tampoco son las caras deseadas por la mayoría de las fuerzas políticas que controlan el gobierno norteamericano, pero son las caras necesarias luego de las importantes revueltas callejeras ocurridas desde el 2019. Es lo mismo que ha ocurrido en Chile donde igualmente la situación exigía a la burguesía hacer cambios en los conductores de su gobierno. La mayor parte de la burguesía preferiría que su gobierno siguiera bajo la administración de los partidos tradicionales y con ellos ejecutar un programa de reformas populistas y demagógicas similares a las que asumirán Petro y Francia. Ya en el pasado quedaron en el camino liberales y conservadores y partidos como el Centro Democrático asumieron su relevo. La burguesía tiene que abrir espacio a la nueva versión política del liberalismo colombiano para que administre sus intereses en el contexto de agitación social que no han podido controlar los partidos tradicionales.

Ahora, desde el gobierno, los oportunistas en Colombia profundizarán su trabajo anti-obrero y contrarrevolucionario, llenando a las masas de expectativas demagógicas y con los intereses de la clase obrera sepultados ante una miríada de reivindicaciones policlasistas, nacionalistas y de la pequeña y la mediana empresa. La única paz que persiguen los oportunistas que ahora controlan el gobierno en Colombia es la que se traduce en la pacificación de la clase obrera, a la que seguirán desmovilizando, desorganizando, dividiendo y reprimiendo. Exactamente la misma función que cumplen hoy los oportunistas del llamado “progresismo” o de “la izquierda” que gobiernan en Venezuela, Nicaragua, Cuba, Argentina, Bolivia, México, etc., o de aspirantes a presidente como Lula y su PT en Brasil. La misma función contrarrevolucionaria que cumplen en todo el mundo.

La clase obrera colombiana deberá desechar las ilusiones de que algún gobierno surgido de la democracia burguesa atenderá sus demandas. Los trabajadores deberán organizarse fuera y contra los sindicatos actuales y deberán unirse en la lucha por aumento de salarios y reducción de la jornada de trabajo y por hacer confluir sus energías en una huelga general, indefinida, sin servicios mínimos, con proyección internacional, que doblegue a los capitalistas. En este proceso las organizaciones obreras deberán dar la espalda a los llamados al voto y a la defensa de la economía nacional y deberán reanudar la lucha de clase en Colombia con una visión internacionalista.


Paro nacional en Euador

El movimiento indígena ecuatoriano se levantó en masa contra el gobierno. Con una importante capacidad de movilización, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), en conjunto con otras organizaciones indígenas como ECUARUNARI, CONFENIAE, FEINE y FENOCIN, impulsó un paro nacional contra el aumento de la gasolina y el diesel (que históricamente han tenido un precio subsidiado) y presentó un pliego de 10 exigencias. A las protestas, que empezaron el 13 de junio y que incluyeron el cierre intermitente de carreteras en más de la mitad de las 24 provincias del Ecuador y en por lo menos 6 sectores de la capital, se sumaron estudiantes y trabajadores que realizaron marchas en Quito y chocaron con la policía. La represión y el toque de queda fue la respuesta del gobierno y comenzaron a registrarse las estadísticas de detenciones, heridos y muertos.

El brazo político de la Conaie, Pachakutik, es la segunda fuerza en la Asamblea Nacional, contando con 18 de los 137 curules. Los indígenas representan más de un millón de los 17,7 millones de habitantes de Ecuador. La Conaie y el Pachakutik son movimientos tan oportunistas y demócrata burgueses como los partidos que controlan el gobierno o como los partidos de la oposición dentro de los que destaca el llamado “correismo”. Son movimientos incapaces de brindar una dirección proletaria al paro nacional.

El pliego de reivindicaciones de la Conaie se enfocó principalmente en reclamos de la pequeña y mediana empresa y la producción agrícola, minimizando las exigencias de los asalariados. Sin embargo las masas se fueron sumando con el rechazo al alto costo de la vida o, lo que es lo mismo, a los bajos salarios de los trabajadores. Las centrales sindicales y sindicatos en general no se hicieron sentir ni impulsaron la agitación y la movilización obrera. Los trabajadores se fueron incorporando espontáneamente, sin un pliego reivindicativo propio.

Pero los resortes de la lucha de clase están allí, tensados por los bajos salarios, por el desempleo, por las extenuantes jornadas de trabajo, por la deficiente higiene y seguridad en los puestos de trabajo; y entonces, los promotores del paro nacional en Ecuador pueden terminar despertando al gigante dormido: el proletariado, los trabajadores asalariados. Precisamente ante el temor de que la agitación social termine despertando a los trabajadores, ya la burguesía prepara no solo el accionar demagogo y conciliador de los partidos oportunistas, sino que ha dejado sonar el ruido de sables como una carta bajo la manga si las cosas se salen de control.

Los trabajadores asalariados ecuatorianos deberán avanzar hacia la organización y la movilización fuera y contra los sindicatos actuales y reanudar la lucha de clase por aumento salarial y por la reducción de la jornada de trabajo, haciendo confluir todas sus fuerzas en una verdadera Huelga General, que paralice la producción y los servicios y que obligue a los capitalistas y su gobierno a dar un paso atrás en sus políticas anti-obreras. Solo así la lucha de clases en Ecuador podrá dar un salto cualitativo y se liberará de la camisa de fuerza que actualmente imponen los diferentes partidos oportunistas, ya sea que se declaren de derecha, de centro o de izquierda.

Cualquiera de los partidos que propiciaron el Paro en Ecuador solo pueden llevar al movimiento hasta el cambio de un gobierno burgués por otro. Si bien el movimiento llegó a tomar visos insurreccionales y en algunas provincias llegó a tomar el control de gobiernos regionales, el proletariado ecuatoriano no tiene nada que esperar de un nuevo gobierno controlado por los partidos y movimientos que coordinaron el Paro, que rápidamente demostrarán que no serán otra cosa que nuevos administradores de los intereses de la burguesía. Guillermo Lasso, Presidente de Ecuador, anunció el domingo 26 de junio la reducción en diez centavos de dólar de los precios de los combustibles que ya estaban congelados, para tratar de responder a una de las principales demandas de las protestas; sin embargo esta reducción fue considerada insuficiente por parte del movimiento indígena. Mientras por un lado el movimiento indígena comenzó a dialogar y negociar con el gobierno, en el parlamento diputados partidarios del ex-presidente Rafael Correa solicitaron la destitución del presidente Lasso. Aunque el diálogo con el gobierno se inició el lunes 27 de junio sin detener el Paro, fue evidente que el ritmo de las protestas comenzó a bajar.

Para la transformación de toda la energía social en un movimiento revolucionario anti-capitalista es imprescindible la constitución de una sección del partido comunista internacional, que inicie un trabajo serio de organización y orientación política de las luchas de la clase obrera.


Venezuela
Las luchas obreras surgen pese a la traicion de los sindicatos y la represion del gobierno

Se han venido observando varias huelgas, paralizaciones parciales y movilizaciones de trabajadores, que se han zafado, aunque sea brevemente, del control de las corporaciones sindicales, principalmente de la gobiernera Central Socialista Bolivariana de Trabajadores (CSBT). Aunque en el movimiento obrero venezolano domina la confusión política, hay sectores que se han llenado de indignación y descontento, ya que a los bajos salarios se sumó el incumplimiento de varios ofrecimientos del gobierno y los patronos públicos y privados.

En la empresa siderúrgica Sidor los trabajadores han venido realizando paralizaciones conducidas por asambleas. Inicialmente los trabajadores retomaron sus labores cuando el gobierno y los sindicaleros los convencieron de sentarse en las ya conocidas mesas de diálogo. Pero al notar que no se daba respuesta a sus reclamos, los trabajadores volvieron a activar la paralización de la producción. La alta gerencia de Sidor hizo presencia en las plantas, acompañada de la Guardia Nacional y un representante de la Fiscalía y elaboraron una lista de trabajadores que debían presentarse a la Fiscalía y los amenazaron de despedirlos si no retomaban sus labores.

La lista de los citados por la Fiscalía alcanzó los 50 nombres (básicamente de Planta de Pellas) y se levantó un acta de citación para estos obreros, quienes, además, fueron amenazados con perder sus puestos de trabajo. Pese a que la Planta de Pellas retomó sus labores forzosamente, las áreas de “Planchas y Palanquillas”, igual que las de “Alambrón” y “Laminación en caliente”, continuaron paralizadas.

A esto se suma la protesta de una importante parte de los trabajadores llamados “no requeridos” que exigen reincorporarse en sus puestos laborales, tras casi dos años bajo esta figura que recorta su sueldo al 30% y que han venido protestando frente al portón III de la fábrica.

En toda la región de Guayana los trabajadores han estado agitados con reclamos salariales y por el incumplimiento de los contratos colectivos. En esa zona de Venezuela existe un amplio parque industrial y una importante concentración de obreros fabriles ocupados en las actividades de extracción de minerales y en el procesamiento del hierro, el acero y el aluminio, entre otros. Las protestas más recientes han tenido como característica principal que se han desarrollado fuera o con bajo control de los sindicatos y coordinadas por asambleas de trabajadores.

El salario mínimo en Venezuela apenas cubre el 5% del costo de la Canasta Alimentaria, que al cierre de mayo estaba en 477,52 dólares mensuales. Es decir, al cierre de mayo se requerían 18,99 salarios mínimos (y pensiones) mensuales para adquirir una Canasta Alimentaria de 60 productos para atender el consumo de una familia de 5 integrantes. En muchos casos los conflictos que han asumido algunos grupos de trabajadores se han limitado solo a pedir que se cumpla con el pago de los 130 bolívares mensuales, que en su momento representaban 30 dólares y que en junio representaban menos de 28 dólares. Un pequeño sector de los sindicatos y de los movimientos de jubilados y pensionados viene llamando a la movilización para exigir un salario equivalente al monto de la Canasta Básica.

Un grupo importante de trabajadores de PDVSA de la refinería “El Palito” (estado Carabobo) fueron mandados a sus casas como antesala de lo que puede convertirse en un despido masivo. Pero también una ola de represión y terrorismo patronal ha conducido a detenciones y expulsiones de trabajadores acusados de negligencia y boicot de operaciones de la PDVSA Industrial. Entre los trabajadores se acumula un descontento que es contenido con la represión, la demagogia politiquera y el servilismo y traición de las directivas sindicales. Aun así algunos grupos de trabajadores han escapado al control de los sindicatos y el patrón y han protagonizado algunas acciones de protesta en las que ha sido importante la participación de jubilados y pensionados.

Diferentes sectores de los trabajadores también se han venido movilizando contra las tablas salariales impuestas por gobierno, que terminaron conduciendo a una rebaja salarial principalmente entre los trabajadores del sector público. Así mismo hay muchos conflictos por incumplimientos de contratos colectivos y despidos en empresas públicas y privadas. En estas movilizaciones han venido coincidiendo trabajadores activos, jubilados y pensionados.

Como era de esperarse, la ofensiva anti-obrera del gobierno no ha encontrado resistencia entre las corporaciones sindicales, que desorganizan, dividen, desmovilizan y desorientan a los trabajadores que declaran defender.


El llamado conflicto mapuche en Chile

Los Mapuches son el pueblo indígena más numeroso de Chile. Casi un millón de personas se consideran miembros de esa cultura. La historia del país es inseparable de la historia mapuche. Los españoles los denominaron araucanos y la voz se hizo famosa en el poema “La Araucana”, del poeta Alonso de Ercilla y Zúñiga.

Habitaban a la llegada de los españoles un enorme territorio desde los valles al norte de lo que hoy es la capital de Chile, Santiago, hasta donde comienzan las islas del Sur, el Archipiélago de Chiloé. Hoy, habitan en comunidades rurales en el sur de Chile y en menor medida en el sur de Argentina y muchos han migrado a las ciudades. Es un pueblo con una fuerte identidad y que mantiene vivas la mayor parte de sus tradiciones y su lengua.

Los mapuches son considerados descendientes directos de las culturas arqueológicas prehispánicas Pitrén (100 – 1100 años d.C.) y El Vergel (1100 – 1450 años d.C.), que se desarrollaron en la región, entre el río Bío Bío y el seno de Reloncaví. No obstante, a la llegada de los españoles, su lengua, el mapudungun, estaba difundida desde el Río Choapa hasta Chiloé, lo que no significa una homogeneidad cultural de los diferentes grupos que habitaban este extenso territorio.

La llegada hispana en el siglo XVI fue aparentemente el elemento detonante para que poblaciones distintas se agruparan y estrecharan sus lazos sociales y culturales, formándose la identidad mapuche conocida históricamente. De modo genérico se denomina mapuches a todos los pueblos que hablaban o hablan la lengua mapuche o mapudungún, expandida hacia el este de la cordillera de los Andes, actual Argentina.

A la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI, habitaban entre el valle de Aconcagua y el centro de la isla Grande de Chiloé, en el actual territorio chileno.

Los grupos septentrionales, llamados picunches por los historiadores, se hallaban parcialmente bajo el dominio o influidos por el Imperio Inca. La invasión del Inca Huáscar al territorio mapuche en 1480, frenada por la tenaz resistencia en el río Bío-Bío, posibilitó que el pueblo mapuche asimilara rasgos culturales de los “hijos del sol”, incorporando entre otros elementos, prendas de vestir como camisas, ponchos, fajas de cintura y vinchas. Los Incas usaban el Punchan Paccu, un poncho de color verde parduzco, similar al adoptado más tarde por los carabineros de Chile y que les valió el apodo de Paco.

Los picunches fueron en su mayoría sometidos a los españoles. Pero los que vivían en el territorio al sur del río Maule tuvieron una tradición militar y se enfrentaron con éxito a los incas en la batalla del Maule y luego a los españoles en la Guerra de Arauco, donde mostraron un destacado dominio del caballo, que fue un importante factor en el desarrollo de su cultura. Desde mediados del siglo XVII se establecieron fronteras y periódicos acuerdos de paz refrendados en “parlamentos”.


La economía

La economía mapuche ha variado en el tiempo. Hasta el siglo XVI ésta se centraba en la caza y recolección, complementándose con la semi-domesticación de camélidos y una producción hortícola no intensiva, que consistía principalmente en el despeje de campos mediante quema de bosques para alternar terrenos cultivables (lo que se conoce como “conuco” hacia el norte de Latinoamérica). Su economía era de subsistencia, es decir, con escasa acumulación productiva. La mujer estaba a cargo de las labores domésticas y de la manufactura cerámica y textil (düwekafe/tejedora).

La Guerra de Arauco, sostenida durante la Colonia, determinó una economía propia de la guerra, en que los asaltos y “malocas” (asalto sorpresivo a poblados y casas) eran una fuente de ingresos. En esta misma época se produce la incorporación del caballo, sin el cual no se entiende la economía mapuche tradicional.

Para el trueque o intercambio convencional, los mapuches elaboraban platería, cerámica, trabajos en cuero y en telar, en especial ponchos y matras (tejido o tela a base de lana). Desde más allá de la cordillera los Ranqueles o Pampas aportaban sal, plumas de ñandú y ganado equino o bovino. Una matra se cambiaba por una docena de caballos y un poncho llegaba a valer dieciséis.

En la segunda mitad del siglo XVI el lienzo de algodón reemplazó a la moneda en el Río de la Plata, Paraguay, Tucumán y Chile. Se pagaba con varas de esta tela el trabajo de los aborígenes y peones criollos, el arriendo de tierras, las faenas, los diezmos de la Iglesia, compra de propiedades y el salario de los gobernadores. El intercambio comercial incluía también a los colorantes, por ejemplo el añil.

En las Pampas del lado atlántico de la Cordillera de los Andes, se había multiplicado una masa gigantesca de animales vacunos y caballares en estado salvaje. El tráfico de animales, vacunos y caballos desde las Pampas Argentinas, transformó a los mapuches en comerciantes no solo entre Argentina y Chile sino hacia otras partes del mundo. Arreaban miles de animales hasta las ferias que se habían establecido en la frontera del Bio Bio. Estos animales convertidos en carne seca, “charqui”, eran embarcados de modo de abastecer los mercados del Pacífico y luego a la reciente California, la Polinesia francesa, Australia y el resto del Océano Pacífico.

De este período “mercantil globalizado”, es la enorme y hermosa “platería araucana”, expresión de la riqueza que alcanzó esta sociedad indígena. También se incrementó la textilería, tanto para uso como para venta, igual la cestería, la cerámica y en especial, la platería, una ocupación masculina (ngutrafe o retrafe/joyero), que alcanzó en el siglo XIX su mayor desarrollo.


La era colonial

Todo cambió radicalmente con la Conquista. Los conquistadores españoles demostraron un ímpetu vertiginoso. En unas pocas décadas cruzaron desde el mar Caribe hasta el estrecho de Magallanes en el extremo sur americano. En el sur de Chile vivía una población cercana al millón de personas. En menos de cuarenta años los mapuches fueron diezmados y reducidos a menos de doscientas mil. No se levantará de esa cifra hasta fines del siglo veinte.

Las pérdidas por el lado hispánico no fueron pocas y entre ellos sucumbió el Gobernador y Conquistador de Chile, Pedro de Valdivia. El joven guerrero, conocido como Lautaro, lo venció en Tucapel, en el sur del territorio. La historia de guerras y batallas es interminable. Pasa un siglo y un nuevo gobernador cabalga hasta los llanos de Quilín en 1641 y por primera vez firma un tratado de paz, en el que el Rey de España reconoce las fronteras y respeta la vida independiente de la sociedad indígena. La colonia española no logró penetrar ni con la cruz ni con la espada los territorios ocupados por los pueblos mapuches.

La paz refrendada en los Parlamentos significó un período muy largo de independencia de los mapuches. Desde 1598 hasta 1881 van a vivir sin estar dominados a gobierno externo y se regirán por sus propias normas y leyes. Su territorio se extendió desde el río Bío Bío por el norte, hasta las islas de Chiloé por el sur y cruzando la Cordillera por las pampas argentinas dominaron un territorio que se extendía hasta el Océano Atlántico.


La era republicana

Los mapuches, ganaderos y comerciantes, fueron en general muy ricos hasta el surgimiento y consolidación de los estados republicanos de Chile y Argentina. Entre 1881 y 1927 las tierras indígenas fueron expropiadas y se crearon las “reducciones”, equivalentes a las reservaciones para los indígenas en Norte América.

La década de 1950 vio el movimiento mapuche más importante tendiente a la integración a la sociedad chilena. Venancio Coñoepán, un líder indigenista, se convirtió en ministro del presidente Carlos Ibáñez del Campo y numerosos exponentes mapuches fueron elegidos para el Congreso Nacional. Este movimiento se uniría a la derecha política chilena. No se logrará mucho. Tampoco podrá frenar el despojo de tierras, las llamadas “usurpaciones”, ni el empobrecimiento de las comunidades.

A fines de la década de 1960 y en los años de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende, hubo una ocupación masiva de latifundios por parte de las comunidades, tierras que les habían sido arrebatadas cuarenta años antes. En ese momento, especialmente en 1971, se produjo una insurrección de las comunidades mapuche en el sur de Chile, que vieron en la llamada “izquierda” un aliado y en el gobierno de Allende una posibilidad de concretar sus históricas reivindicaciones territoriales.

El golpe militar de 1973 fue extremadamente duro para el mundo mapuche, muchos fueron detenidos, desaparecidos o exiliados. Luego de un período de brutal represión, en 1978 la dictadura procedió al reparto de los bienes comunes indígenas. Todas las tierras comunales fueron divididas y asignadas a familias con un certificado de "propiedad privada". Se pensó que con la liquidación de las comunidades y la introducción de la propiedad privada, la sociedad mapuche se debilitaría y perdería su energía y combatividad. Pero sucedió exactamente lo contrario. En la década de 1980, en plena dictadura, nacieron nuevas organizaciones y una corriente política que afirmó la identidad mapuche sobre la base de su etnia y cultura, separada de la chilena.

La transición a la democracia en el sector indígena se dio en el marco político del Acuerdo entre la Concertación de Partidos por la Democracia y las organizaciones representativas de los pueblos indígenas, firmado solemnemente en 1989 en Nueva Imperial, un pequeño pueblo en medio del territorio mapuche, por el entonces candidato presidencial Patricio Aylwin, el primer presidente del período post-Pinochet. Con el Acuerdo, los pueblos indígenas aceptaron someterse a los ritos de la democracia, que se estaba “reconstruyendo”, es decir, encauzar sus demandas por cauces institucionales, y no de facto, como la ocupación de tierras; el nuevo gobierno se comprometió a reformar la Constitución de la República para reconocer la existencia de los Pueblos Indígenas de Chile y aprobar nueva legislación.

A partir de 1990 había muchas expectativas entre los mapuche de que el retorno de los gobiernos democráticos a Chile abriría un espacio para los reclamos indígenas y para una nueva relación entre los mapuche y el Estado. En 1993 se aprobó la nueva ley indígena, pero la reforma constitucional fue rechazada por el Congreso Nacional.

Se produjo una amarga batalla a raíz de la construcción de una represa hidroeléctrica en Ralco por la cual cientos de familias mapuche fueron desalojadas de sus tierras. La expansión de las empresas forestales en los territorios habitados por las comunidades abrió otro conflicto que llevó en 1997 a una ruptura drástica en la “ruta institucional” acordada en Nueva Imperial, numerosas organizaciones indígenas nuevas salieron de la institucionalidad prevista por el Acuerdo y inició un período de movilizaciones, enfrentamientos y represión estatal.


Este es el conflicto mapuche actual

Transformaciones de la sociedad mapuche

Las relaciones sociales se basaban en la familia, en un sistema de parentesco preferentemente endogámico con matrimonio entre primos.

En el siglo XIX las uniones matrimoniales entre familias habían hecho emerger ricos (ulmenes), caciques (loncos) y capitanes (nidol-loncos) que constituían identidades territoriales y que jugaban en su equilibrio político. Cuanto más extensa era la red de parentesco y mayor el número de relaciones que se formaban dentro de ella, más era posible mantener guerreros (conas) que defendían el territorio y formaban ejércitos siguiendo a los distintos jefes tribales. Así, el patriarcado y el patrilinaje (un grupo de filiación unilineal en el que todos los miembros son considerados descendientes, por línea masculina, de un mismo ancestro, real o mítico) formaron agrupaciones sociales que respondieron a las agresiones externas y aseguraron el control y la dominación del territorio y de su recurso ganadero.

Con la expansión de las relaciones de producción capitalistas, especialmente en la época poscolonial y republicana, la población mapuche se campesinizó o se proletarizó, como expresión concreta de su “inclusión” en la sociedad chilena, manteniendo su propia identidad étnica y cultural. Fue un cambio forzoso que chocó con la cultura mapuche, estrechamente asociada al control de un territorio específico; control de la tierra que había perdido y pasado a manos de los terratenientes.

El proceso de campesinización llevó a la transformación de la unidad económica doméstica campesina en un sistema familiar nuclear, incapaz de mantener a sus miembros dentro del reducido espacio territorial. Asimismo, a medida que las familias perdían su influencia como unidad económica y política, la autoridad patriarcal se debilitaba, incapaz de cumplir con sus funciones políticas y sociales. Esto ha provocado el empobrecimiento, la migración y el envejecimiento de las comunidades, acentuado por la subdivisión de la propiedad de las tierras comunales con el decreto 2.568 del gobierno militar.

Como última consecuencia, los hombres que no disponían de un patrimonio de tierras en las que asentar a sus familias se vieron obligados a emigrar a la ciudad para unirse a la fuerza de trabajo, o permanecer en la comunidad dependiente de la familia en celibato de por vida. Por lo tanto, la dominación masculina sobre la sociedad y la familia se ha debilitado fuertemente. La pobreza imposibilita el cumplimiento de los roles asignados al género masculino normalmente exigidos por la tradición y las costumbres. La unidad familiar también se ve alterada por la migración de mujeres a la ciudad, produciendo inestabilidad en las comunidades de hombres ancianos y solitarios, incapaces de alimentar a la familia.


Movimiento político mapuche

Los jóvenes intelectuales comienzan a retomar viejas ideas con nuevas palabras, autogobierno, autonomía y autodeterminación para los pueblos indígenas. Los conflictos propios de la tierra y las reivindicaciones territoriales se mezclan confusamente con propuestas de autonomía que surgen de las más diversas fuentes, tanto del pasado como de otras experiencias ahora presentes en todas partes.

Se abre un enfrentamiento con el Estado burgués chileno basado en la defensa y reivindicación de sus territorios, ligado al de la recuperación de una estructura social y familiar perdida, y con ello del rol político y jerárquico de los varones y figuras como el lonco, en el contexto de la nostalgia por su riqueza pre-republicana.

Los movimientos políticos que se levantan contra el Estado chileno, ya sea por medios pacíficos y legales o armados e ilegales, se aferran a su condición étnica y cultural, para mantenerse integrados y ser reivindicados sobre el resto de la sociedad chilena.

La “cuestión mapuche” es el término utilizado para indicar el conflicto étnico entre el Estado chileno y la comunidad mapuche, descrito como una lucha por la tierra y contra el empobrecimiento, al que se suma la restitución de los territorios y la autonomía.

Por tanto, la lucha del movimiento mapuche, surgido en las primeras décadas del siglo XX, como expresión de una acción organizada de esa etnia dentro de Chile, es una lucha política. Forma parte de los llamados “movimientos sociales”, un movimiento que tiene una identidad de ideas propia, que reúne a campesinos, proletarios y pequeñoburgueses, en su mayoría empobrecidos, que reivindican un pasado que ya no se corresponde con el desarrollo histórico de Sociedad capitalista chilena y mundial.

El choque de los mapuches con el Estado burgués chileno no surge de la contradicción capital – trabajo ni de la lucha de clase del proletariado.

Dentro de este movimiento coexisten diversas organizaciones, una especie de corporación o asociación de carácter étnico y campesino, agrupadas por comunidad. Algunas de las organizaciones que la componen nacen como respuesta a un problema concreto y no perduran en el tiempo. En general, las organizaciones mapuches mantienen su autonomía, incluso oponiéndose entre sí: algunas actúan sin pedir el apoyo de las otras, otras tienen sólo un alcance local y otras están por constitución en conflicto abierto con otras.

En su conjunto, el movimiento busca resolver la miseria material y la marginación social del pueblo mapuche en Chile mediante la obtención de derechos políticos especiales para su minoría étnica. En su mayoría las diversas organizaciones se han limitado a actuar como grupos de presión, buscando la mediación de instituciones estatales, partidos e iglesias para interceder ante los gobiernos a fin de obtener una legislación para proteger a los indígenas.

Entre los objetivos perseguidos enumeramos: 1. El derecho a la libre determinación, una legislación autónoma sobre el régimen de propiedad de la tierra, el territorio y sus recursos. 2. El reconocimiento constitucional de la pre-existencia de la “nación” mapuche a la creación del Estado y su derecho a la libre determinación, a la tierra y al territorio (incluido el uso de la tierra y el subsuelo). 3. El derecho a la participación democrática, una discriminación positiva en el congreso que garantiza dos parlamentarios mapuches por cámara. 4. Reconocimiento de un parlamento mapuche autónomo integrado por representantes elegidos de acuerdo a su propia cultura. 5. Restitución de tierras ancestrales, reservas y ancestrales. 6. Ratificación de los convenios internacionales aplicables a los pueblos indígenas, en particular el Convenio 169 de la OIT. 7. Respeto al ordenamiento jurídico mapuche a través de una reforma del código procesal penal que incluya los aspectos sustanciales de la cultura mapuche. 8. Reconocimiento de la soberanía y las estructuras culturales Mapuche.

Los antecedentes de esta organización se encuentran en 1996 cuando, en medio de luchas territoriales, mapuche de varias comunidades de la zona de Arauco conformaron la Coordinadora Territorial Lafkenche como alternativa a las organizaciones entonces existentes.

Por primera vez, la tradicional solicitud de restitución de tierras, abandonando el criterio de los Títulos de Merced, se hace a partir de la memoria de los ancianos, de lo que recordaban como perteneciente a tal o cual familia.

Además, a partir de este momento, “la elaboración de la demanda territorial y la lucha en torno a ello superará la legalidad existente, no sólo por la demanda que allí se hacía o por los contenidos políticos expresados, además implicará una movilización de mayor calidad y decisión, más confrontacional” (Weftun 2001).

La ruptura con el orden institucional se materializa con el incendio de los camiones de una empresa forestal (1 de diciembre de 1997).

En el encuentro de Tranakepe, en febrero de 1998, se llegó a unos primeros acuerdos entre todas las organizaciones mapuche. En la segunda reunión, también en 1998, se confrontan dos visiones, una más “autónoma”, liderada por el Comité de Coordinación de Lafkenche, y otra más “oficial”, liderada por el alcalde de Tirua, Adolfo Millabur, dando lugar a una fractura dentro del movimiento.

De una nueva reunión en Tranakepe solo con las comunidades mapuche en conflicto, se conforma la Coordinadora Mapuche de las Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco (CAM), con el apoyo de las dos organizaciones de la capital, Meli Wixan Mapu y la Coordinadora Mapuche de Santiago. Al momento de su constitución se asume el compromiso de apoyar a todas las comunidades en conflicto e incorporarlas a la CAM si la comunidad y su lonko así lo desean. La primera reunión de trabajo de la Coordinadora se realizó en 1999 en la ciudad de Concepción, en el sindicato de trabajadores forestales.

Una de las acciones iniciales de la CAM fue buscar un enfoque unificado dentro del movimiento mapuche, para ello se realizaron encuentros a los que se invita a las comunidades.

La CAM intenta difundir el concepto de “nación mapuche”: “hacia allá apunta nuestra meta, a que en un año o dos hagamos práctica y elaboración con este concepto de Nación... lo que llevará en algún momento a la etapa que nosotros llamamos de rebelión, una vez que tengamos masificado el concepto. Es por eso que nosotros reivindicamos nuestras formas ancestrales de organización, donde las autoridades tengan la capacidad de actuar y pensar de forma autónoma, ejerciendo poder real en sus propios territorios” (Antileo 1999).

Junto a todo esto, la CAM expone su utopía: “Se busca la reestructuración de todos los aspectos propios del Pueblo Mapuche, de orden filosófico-religioso, ideario, valores, hasta reconstruirlo ideológica y políticamente... para sostener nuestro propio sistema de vida como Pueblo Nación Mapuche” lo que “...implica el ejercicio de prácticas comunitarias, ceremoniales y organizacionales como el mingako, guillanmawun, guillatun, machitun, palin, trawun, kamarikun, nutram, entre otros, y sobre todo el mapudugun como expresión concreta de nuestra identidad y proyecto de vida propios”. Entrando también en los detalles de la sociedad que intentan construir: “a la vez ir rescatando y fortaleciendo nuestra estructura organizacional tradicional y los roles que cumplen determinadas personas dentro del mundo mapuche como los lonko, werken, machi, weupive, kona, dugumachife, genpin, entre otros” (Coordinadora Arauco-Malleco, 2000).

Le dan a su lucha la definición de “liberación nacional”, “anticolonial” y reivindican la llamada autodeterminación de los pueblos. Este conflicto se da por dos caminos: el institucional, que busca lograr reformas en la Constitución chilena y leyes favorables al pueblo mapuche, que se representa con la participación en la Asamblea Constituyente en curso en Chile; y el de algunas organizaciones que han conformado grupos armados con el reclamo de la recuperación de las tierras mapuche y su autonomía territorial frente al Estado chileno.

En el marco del curso de lucha armada emprendido por un sector del movimiento mapuche, recientemente, el 3 de abril de 2022, la CAM emitió un comunicado en el que rechaza “las nuevas tácticas asimilacionistas e indigenistas de las elites y del presidente chileno Gabriel Boric” y condena la presencia indígena en la Asamblea Constituyente. “Lo que busca el Gobierno no es avanzar en la resolución del conflicto, sino legitimar su aparataje asimilacionista a toda costa, principalmente con sectores mapuche cooptados y serviles”. Llama a la lucha por la “la liberación nacional Mapuche”. “Es por algo que nos hemos definido como Mapuche revolucionario y hemos combatido por años las expresiones territoriales del Estado capitalista y colonial. Es por lo mismo que nuestras acciones seguirán golpeando la reproducción del gran capital que opera a sangre y fuego en nuestro Wallmapu y fortaleceremos el control territorial como la plataforma básica y única para transformar la realidad creada por el extractivismo genocida. Como CAM, no vamos a dialogar con quienes tienen como fin último el aniquilamiento de nuestra gente, como Monsalve y compañía”. “En medio de tanta confusión, reafirmamos nuestro camino político militar del weychan tal como lo hicieron en su momento Leftraru, Pelontraro y nuestros weychafe caídos en combate, el cual no se centra en obtener migajas burocráticas del enemigo sino en sentar las bases de nuestra propuesta de liberación nacional mapuche, para lo cual es necesaria la expulsión de toda expresión capitalista y colonial del Wallmapu”.


El único camino es la lucha de clases del proletariado

Los guerrilleros mapuche adoptan un enfoque en sí mismo contradictorio, declara que lucha contra el capitalismo y terminan reivindicando la utopía de un Estado mapuche autónomo, que de todos modos terminaría asumiendo la producción y comercialización de bienes, como en el pasado que pretenderían revivir.

La sociedad comunista no será “la sociedad de las naciones”. La reivindicación nacional es una transición histórica exclusivamente burguesa.

El proletariado tendrá que acometer la tarea de destruir el dominio burgués y conquistar el poder político en cada país en el que logre acumular las fuerzas para lograrlo. Y “A partir de este punto, bajo el aspecto contingente formal y constitucional-jurídico, el proletariado, al constituirse en Estado de clase (dictadura), debe constituirse en Estado nacional; y todo esto con carácter transitorio” (Factores de Raza y Nación en la Teoría Marxista, 1953).

No hay otro estado a constituir en la lucha contra el capitalismo que el Estado de la Dictadura del Proletariado, y sólo en forma transitoria, para la implementación del programa comunista y para avanzar hacia la extinción de las clases y de toda forma de Estado.

Y en este contexto no hay espacio histórico para la lucha por un Estado Mapuche.

El programa del socialismo proletario supera a la nación, no la organiza en formas nuevas. La supervivencia de las diferencias étnicas y culturales en un mismo territorio no puede ser motivo para reclamar un retorno a fases del desarrollo histórico ya superadas por el capitalismo, lo que alejaría al proletariado de la lucha por el comunismo.

El proletariado chileno -si bien no permanece indiferente a la resistencia armada de los mapuche y ciertamente no tomando partido en solidaridad con su Estado burgués- debe concentrar sus energías en la lucha contra la explotación capitalista, con reivindicaciones como el aumento de salarios y la reducción de la jornada de trabajo, organizando sindicatos de clases y enfrentando cualquier división artificial basada en la etnia o la nacionalidad.

En la práctica de la huelga general, los trabajadores también tendrán que enfrentarse a los capitalistas del campo y de las empresas madereras, pero con reivindicaciones proletarias.

En Chile, la de los mapuches no es una lucha de liberación nacional: las diferencias étnicas y culturales no bastan para justificarla. La lucha que impone la historia en todo Chile es ahora sólo la lucha revolucionaria, por el derrocamiento del régimen burgués, la instauración de la dictadura del proletariado, la implementación del programa comunista.

Los trabajadores de origen mapuche deberán integrarse a las luchas de la clase obrera y eliminar de sus reivindicaciones aquellas basadas en reminiscencias del pasado ancestral.

Las clases medias de origen indígena, aplastadas y empobrecidas por el avance del capitalismo, sólo tienen dos caminos por delante: o unirse al proletariado en la lucha por la revolución comunista, o ponerse del lado de la gran burguesía y los terratenientes como fuerzas que luchan por preservar el régimen de capital. La lucha de clases hoy no presenta otras opciones.


VIDA DE PARTIDO
Reunión Internacional del Partido
(En video-conferencia, del 28 al 30 de enero 2022)


Orígenes del Partido Comunista de China
La línea de Maring

Un papel determinante en la imposición de la colaboración entre el Partido Comunista de China y el Kuomintang fue el desempeñado por Henk Sneevliet, conocido bajo el seudónimo de Maring, quien desde junio de 1921 fue el enviado de la Internacional a China. Después de aproximadamente un año, Maring regresó a Rusia donde en julio de 1922 presentó al C.E. de la Internacional un informe que hacía referencia a su actividad en China durante un período comprendido entre el 10 de diciembre de 1921 y finales de abril de 1922.

Una parte muy importante del informe de Maring se refería a la naturaleza del Kuomintang. En la fantasiosa y ciertamente no marxista descripción de este partido, Maring se detuvo en la composición de sus miembros. De ahí habría surgido una especie de “bloque de diferentes clases” integrado por los siguientes elementos: 1) los intelectuales, en su mayoría hombres que habían tomado parte en la revolución de 1911, algunos de los cuales se definían como socialistas; 2) los elementos burgueses, identificados en los capitalistas chinos de ultramar; 3) los soldados del ejército del sur; 4) los trabajadores.

Maring distinguía a los capitalistas chinos de ultramar de la burguesía local. Los capitalistas locales habrían estado estrechamente ligados al capital extranjero e influenciados por éste. En cambio, los capitalistas de ultramar, en una situación diferente, habrían apoyado a los intelectuales radicales del Sur, a quienes ayudaban económicamente. Así, mientras que la burguesía local debía ser colocada en la misma categoría que los capitalistas extranjeros, los capitalistas de ultramar podían ser considerados amigos de la revolución nacional.

Con esta construcción sociológica y acientífica, que debe basarse en las clases, Maring excluyó a la burguesía “local” de las filas del Kuomintang, pintando un cuadro que no se correspondía con la realidad pero que era funcional para fundamentar su propuesta política.

Otro gravísimo error del esquema de Maring era la ausencia del elemento campesino. No es que la cuestión agraria escapara a su atención, pero los campesinos no encajaban en su esquema de “bloque de clases diversas” por el simple motivo de que, justamente, los campesinos no eran partidarios del Kuomintang. De por sí los campesinos, por su naturaleza pequeñoburguesa, no habían llegado a madurar una hostilidad hacia el partido de Sun Yat-Sen y simplemente se mantenían indiferentes a él.

Pero las grandes masas campesinas eran precisamente la fuerza social que se necesitaba hacer levantar para el desarrollo de un movimiento revolucionario en países atrasados ​​como China.

La cuestión campesina debió haber estado bien presente en la Internacional, que había repetidamente sostenido que el principal aliado en los países donde estaba a la orden del día la revolución doble eran precisamente las exterminadas y miserables masas campesinas. Las Tesis sobre la cuestión nacional y colonial esperaban «establecer un vínculo lo más estrecho posible entre el proletariado comunista de Europa Occidental y el movimiento revolucionario campesino del Este, de las colonias y de los países atrasados».

Un disparate, además, era el vínculo del Kuomintang con la clase obrera. La misma huelga victoriosa de los marinos de Hong Kong, apoyada por los obreros de Cantón, había llevado a Maring a sobrevalorar la relación del Kuomintang con el proletariado. Maring informó que los jefes del Kuomintang habían apoyado la organización sindical en Cantón y se habían puesto del lado de los trabajadores durante las huelgas, como, por ejemplo, en la importante huelga de los trabajadores marítimos. De hecho, era cierto que el Kuomintang había establecido vínculos con sectores obreros, pero su éxito en el área cantonesa se refería al control de las fuertes organizaciones de las viejas tradiciones corporativas. En el momento en el cual proletariado comenzó a dotarse de modernos sindicatos clasistas, ya en el primer congreso de sindicatos chinos en mayo de 1922 las consignas de los comunistas habían superado el corporativismo de los partidarios del Kuomintang.

En cualquier caso, si bien Maring negaba que el Kuomintang fuera el partido de la burguesía china sino un “bloque de clases diversas”, su programa, tal como lo describe el propio Maring, no dejaba dudas sobre su naturaleza liberal-burguesa: «Su carácter es nacionalista. Tiene tres principios: se opone a la dominación extranjera; está por la democracia; y está por una vida digna para todos los ciudadanos».

Finalmente, en su informe, Maring menospreciaba al joven Partido Comunista de China, estando los comunistas lejos de poder hacer contacto con las masas trabajadoras. Creía que había una situación más favorable en el Sur y en Cantón en particular, no por la fuerza del Partido Comunista sino por la presencia del Kuomintang.

Si Shanghái, el centro chino más avanzado desde el punto de vista industrial, donde estaba presente un numeroso y concentrado proletariado, había sido el centro de difusión del comunismo entre el joven proletariado chino, desde el momento en que la Internacional decidió centrarse en el Kuomintang para la dirección de la revolución china, los dirigentes soviéticos comenzaron a considerar a Cantón como el “laboratorio político” donde dar vida a la unión entre los comunistas y los nacionalistas.

Maring escribió en su informe a la Internacional: «He sugerido a nuestros camaradas que renuncien a su actitud elitista hacia el KMT y que comiencen a desarrollar actividades dentro del KMT, a través de las cuales se puede acceder mucho más fácilmente a los trabajadores y a los soldados del Sur. El pequeño grupo no debe renunciar a su independencia; por el contrario, los camaradas deben decidir juntos cuales tácticas deben seguir dentro del KMT. Los líderes del KMT me han dicho que permitirán a los comunistas la propaganda dentro de su partido».

Pero desde el principio se levantaron protestas dentro del Partido Comunista de China contra la táctica de unirse al Kuomintang. No está claro cuándo y bajo qué circunstancias Maring presentó esta propuesta a los comunistas chinos. Probablemente fue entre marzo y abril de 1922, a su regreso a Shanghai tras su viaje al sur de China. En todo caso la cuestión de la adhesión de los comunistas al Kuomintang fue el tema de la carta que Chen Duxiu envió a Voitinsky el 6 de abril de 1922, de la cual emerge claramente la resistencia de los comunistas chinos a la propuesta de Maring, considerada totalmente inaceptable.

La presión de Maring sobre el Partido Comunista de China para la colaboración con el Kuomintang llegó al ámbito internacional. La adhesión de los comunistas al Kuomintang era justificada por Maring con el hecho de que no era un partido burgués. En la práctica se hacía la distinción habitual entre una burguesía de derecha y una de izquierda, útil para sostener la táctica del frente único y del noyautage. La táctica del ingreso en el Kuomintang infundía en los partidos jóvenes la esperanza de que la burguesía liberal pudiera moverse más hacia la izquierda.

Se pedía a los comunistas que entraran en el Kuomintang para alentar la formación de un ala izquierda, pero lo que sucedió, y no podía ser de otra manera, fue que todas las alas de izquierda del Kuomintang identificadas de vez en cuando terminaron por ahogar en sangre a la revolución proletaria en China.

Sin embargo era posible preverlo. Bastaba mirar las experiencias pasadas de las luchas entre las clases en la transición a la sociedad burguesa, cuando el proletariado lucha junto a los burgueses por el derrocamiento del antiguo régimen, pero ya sabemos, como había sucedido por ejemplo en Francia en ’48, que los aliados del momento serán los enemigos desde la primera hora después de la victoria y dispuestos a hacer masacres entre los proletarios. Trotski diría sucintamente: «El Kuomintang es el partido de la burguesía liberal durante la revolución, de la burguesía liberal que arrastra consigo a los obreros y campesinos y luego los traiciona».

Lo que necesitaba decir entonces era que obligando a los comunistas a someterse al Kuomintang, se fortalecería a la burguesía y a los terratenientes y se frenaría a las masas y a la propia revolución burguesa radical, para no estropear las buenas relaciones con la burguesía liberal; que haciendo entrar al Partido Comunista en el Kuomintang, sería inevitablemente sometido a una disciplina y dirección burguesas, y la joven fuerza revolucionaria del proletariado sería puesta a las órdenes de la burguesía; que el ingreso de los comunistas en el Kuomintang habría arrojado confusión en las filas del partido y entre los proletarios, habría confundido la organización de clase y habría destruido la independencia política del partido, condición indispensable para la victoria revolucionaria.

 


El Profintern entre el primero y el segundo congreso

El informe comenzaba exponiendo cómo la Internacional Sindical de Ámsterdam, para mantener el movimiento proletario en colaboración de clase, con persistencia continuaba la feroz campaña anticomunista, sea con la expulsión de individuos y grupos de los sindicatos, como con la escisión sindical cada vez que los proletarios demostraban la precisa y determinada voluntad de lucha sobre el terreno de clase.

La exposición se centró entonces sobre los acontecimientos internacionales de los primeros meses de 1922, entre el primero y el segundo congreso de la Internacional Sindical de Moscú, de no menor importancia para la continuación del movimiento proletario internacional, tanto a nivel político como sindical.

Entre febrero y abril de 1922 se celebraron: en Moscú, el Consejo Central ampliado de la Profintern; en Berlín, la Conferencia de las Tres Internacionales Políticas; en Génova, la Conferencia de los Estados Capitalistas; en Roma, el Congreso de la Internacional de Ámsterdam.

Consejo Central Ampliado del Profintern - febrero / marzo de 1922. Allí asistieron delegaciones de más de veinte naciones, así como delegados del lejano oriente presentes en calidad de invitados.

El Partido Obrero Noruego, habiendo declarado que aceptaba las 21 condiciones de Moscú, sin congreso ni escisión, había entrado en bloque en la III Internacional. Al contrario la Confederación de Sindicatos de Noruega permaneció en la Internacional amarilla, no obstante la abrumadora mayoría de los proletarios se sintió solidario con la roja de Moscú. Una extraña posición que recordaba a la italiana del 1919/20.

Entre tanto, los jefes sindicales de Noruega habían propuesto a las dos Internacionales (la roja y la amarilla) una común acción contra la ofensiva capitalista.

La primera resolución adoptada por el Consejo Central de Profintern se inspiró en la iniciativa noruega, considerada un intento práctico de realización, a nivel internacional, de un frente único del proletariado, de acuerdo con «los pasos dados por la Oficina Ejecutiva de la ISR que ya había invitado, en varias ocasiones, al Comité Directivo de Amsterdam, a emprender una acción común sobre algunas cuestiones actuales, sin que, embargo, estas solicitudes fueran comprendidas y aceptadas». A pesar de esto, el Profintern se declaró disponible a participar en una conferencia conjunta de las dos Internacionales y encomendó a los noruegos la tarea de elaborar un proyecto base para acciones comunes.

La segunda resolución consideró la unidad del frente proletario en respuesta a la ofensiva capitalista. El Profintern se puso el objetivo de «actuar en concierto con todas las organizaciones obreras, cualesquiera que sean sus opiniones políticas» para realizar «un frente único sobre el terreno de la defensa de los intereses económicos de la clase obrera», por objetivos compartidos por todos: lucha contra la reducción de los salarios, contra la prolongación de la jornada trabajo, contra la intensificación de la explotación de mujeres y niños, etc. Pero también, estos elementales objetivos de lucha encontraron la enérgica oposición de Amsterdam que negaba su apoyo a todo lo que pudiera comprometer la salida de la crisis del capitalismo.

La tercera resolución consideraba “El Trabajo de escisión de Amsterdam”.

Uno de los efectos del comportamiento de Amsterdam y de las confederaciones nacionales adheridas a ella, tendiente a la esclavización total del proletariado a las necesidades del capitalismo, fue el abandono de los sindicatos por parte de millones de trabajadores exasperados. Por el contrario, el Profintern incitaba a los proletarios a ingresar y permanecer en los sindicatos, y combatir incansablemente por su transformación en organizaciones revolucionarias.

La cuarta resolución acogía en examen el informe entre la ISR y los anarco-sindicalistas. Se precisó que la ISR reunió bajo su bandera trabajadores anarco-sindicalistas, comunistas o políticamente neutrales y advirtió que la formación de una internacional anarco-sindicalista sería de hecho un atentado a la unidad proletaria.

La quinta resolución se refería a los “Comités de propaganda internacionales”. A ellos les fue encomendada la tarea de «hacer todo lo que [estuviera] en su poder para salvaguardar la unidad de organización de las Federaciones internacionales y para la admisión en ellas de todas las organizaciones sindicales sin excepción».

La sexta y última resolución consideraba “los informes del Comité Ejecutivo”. Fueron: aprobadas todas las medidas tomadas por la C.E. para el frente único proletario; reconoció la necesidad de un órgano central de la ISR, indispensable arma de organización y propaganda; se presenta una intensificada actividad entre las masas proletarias del Lejano Oriente y la enérgica defensa de los intereses de la juventud obrera.

Conferencia de Berlín de las Tres Internacionales Políticas.

Retomando la propuesta planteada por el KPD con la famosa carta de diciembre de 1921, Federico Adler, líder de la Internacional Dos y Media de Viena, invitó la II y la III Internacionales a un encuentro preliminar basado en un orden del día formulado en dos puntos: 1) Situación económica en Europa y acción de clase; 2) lucha del proletariado contra la reacción.

En las confrontaciones de esta iniciativa, el PCd’I expresó inmediatamente su propia opinión claramente negativa, tanto por escrito como dando precisas instrucciones a los delegados italianos al Ejecutivo Ampliado, proponiendo en su lugar la reunión de las centrales sindicales de cualquier tendencia con representación proporcional de las diversas fracciones políticas militantes en su interior.

Sin embargo, ni el Komintern ni Lenin fueron de nuestra opinión y la III Internacional se adhirió a la invitación de Viena. El 1 de abril de 1922 se celebró en Berlín la primera sesión de las tres Internacionales, con la incorporación del Partido Socialista Italiano, no perteneciente a ninguna de las tres.

Federico Adler abrió el trabajo con un acostumbrado discurso bueno para todas las ocasiones y propio de todo oportunismo. Habló de la necesidad de la unión del proletariado internacional. En el fondo -afirmó- las tres Internacionales descansaban sobre un terreno común y tenían un fin común: la defensa del proletariado.

Clara Zetkin, en nombre de la III Internacional leyó la declaración, muy blanda y complaciente. Fue el propio Lenin quien aconsejó moderación. «Es absolutamente irracional -escribía- arriesgarse a hacer fallar una obra práctica de enorme importancia por tenerse el placer de insultar una vez más a los sinvergüenzas que insultamos e insultaremos mil veces más en otros lugares».

El Komintern, para la realización del frente único proletario, propuso un congreso pansocialista extendido a los sindicatos internacionales de Moscú y Amsterdam, y abierto a todas las organizaciones de clase, basado sobre siguiente orden del día:

1. Defensa contra la ofensiva patronal; 2. Lucha contra la reacción; 3. Luchar contra nuevas guerras; 4. Ayuda para la reconstrucción de la República soviética rusa; 5. Abolición del Tratado de Versalles y reconstrucción de países devastados por la guerra.

Si la intervención de la Internacional de Viena fue oportunista y la del Komintern extremadamente moderada, Vandervelde, representante de la II Internacional no dejó de escupir todo su veneno contra el comunismo, la III Internacional y la República soviética. No sólo rechazó todas las propuestas de los delegados de la III Internacional, Vandervelde no atacó al capitalismo, atacó a la Rusia soviética y la Internacional comunista. Consideró la necesidad de un frente único de obreros para la lucha contra la reacción, afirmó que no puede marchar codo a codo por el mismo fin perseguidos y perseguidores. Naturalmente los perseguidores fueron los bolcheviques, culpables de no garantizar, en la república de los soviets, “los más elementales derechos”.

Expuso por lo tanto, estas perentorias condiciones a la III Internacional: 1. Renuncia a la táctica de establecer fracciones sindicales; 2. Designación de una comisión para examinar la situación en Georgia; 3. Liberación de los presos políticos y realización de un juicio contra los detenidos acordando el derecho de defensa y de control al socialismo internacional. Recordemos que el proceso a que se hizo referencia fue el de los terroristas socialistas- revolucionarios.

Radek reaccionó con una intervención puntual y bien preparada, que en la redacción definitiva de este informe tendremos que volver ampliamente a republicar.

Sin embargo, en un intento de no romper un imposible frente único de las tres Internacionales, los delegados de Moscú aceptaron someterse a los dictados de la Internacional de Londres y yendo más allá de sus poderes, aseguraron que en el juicio de Moscú contra los 47 socialistas revolucionarios habría admitido a todos los defensores que el imputado hubiera solicitado y que, en todo caso, habrían sido excluidas de las condenas de muerte. Considerando además a Georgia se garantizó que el caso sería examinado en una futura conferencia internacional.

Congreso de la Internacional Sindical Amarilla - Roma 20 de abril.

Todo el aparato organizativo de la CGL se puso en marcha para recibir dignamente a sus dignos invitados. El Partido Socialista no dejó de expresar su benévolo saludo. El “Avanti!” titulaba: “La solemne inauguración del congreso internacional de los sindicatos de Amsterdam”, por otro lado, en el “Comunista” del mismo día, en primera página, destacaba: “Abajo los traidores del proletariado”.

Esta fue la bienvenida que nuestro partido reservó a los congresistas: «Los comunistas italianos tienen el deber de expresar todo su desprecio por los participantes, responsables de las más grandes traiciones contra la clase obrera».

El PCd’I había preparado para la difusión un manifiesto en el que se denunciaba al proletariado la labor de la Internacional amarilla, poniendo a la luz como ella continuaba realizando una política de convivencia con la clase burguesa-patronal y de complicidad con el imperialismo mundial; cómo fue responsable del sabotaje a la unidad de acción del proletariado; cómo defendió y apoyó el objetivo de la reconstrucción capitalista y cómo trabajó por la derrota de las acciones de masas opuestas a la ofensiva política y económica del capital.

Confirmando su estrecha afinidad con la diplomacia de los Estados capitalistas, los congresistas antes de reunirse en Roma, pasaron por Génova, donde se desarrollaba la famosa Conferencia, para ofrecer su disposición a la colaboración de clases.

En Roma los congresistas no se perdieron en formular y organizar proyectos de defensa proletaria de los ataques patronales y de la reacción violenta de los Estados y las guardias blancas: la mayor parte de su tiempo fue empleado a los ataques contra el comunismo y sus organizaciones. Hubo quienes incluso defendieron la liberación del proletariado ruso de la explotación del Estado soviético-bolchevique; quien, como el suizo Dürr, se jactaba de haber liberado al sindicato metalúrgico de los comunistas; quien, como el polaco Zuawsky, afirmó que el militarismo ruso, no menos que el burgués, constituía una gran amenaza para la paz mundial y que los trabajadores de todo el mundo debían combatirlo con extrema energía.

Pero la parte mejor fue interpretada por D’Aragona según el cual, si en Italia se desató una despiadada reacción, se debió a los comunistas, que desanimaron a las masas sembrando divisiones y difundiendo la desconfianza entre los trabajadores. En cambio, para salvar al proletariado italiano de la violenta represión, D’Aragona invocó la ayuda de Amsterdam: pidió a la Internacional amarilla que enviara al gobierno italiano... una carta.

No hay duda, tenía mil veces razón Lozovsky cuando afirmaba que «la diferencia entre Amsterdam y la Internacional Sindical Roja estaba en esto: que nuestros adversarios se esfuerzan por dar un nuevo vigor a la vieja sociedad explotadora basada en los salarios, mientras que nosotros nos esforzamos de destruir las últimas energías vitales del capitalismo [...] De manera que, en ningún punto los sindicatos reformistas y revolucionarios tengan en común la opinión o la táctica».

Es una lástima que, por parte de la Internacional, estas justas palabras no fueran siempre seguidas de una acción práctica correspondiente.


La crisis en Venezuela

Venezuela perdió alrededor del 75% de su PIB entre 2013 y 2020. En 2021 hubo una ligera recuperación de la actividad económica. El aumento de los precios del petróleo, la flexibilización de las medidas de cuarentena, la reactivación de las remesas enviadas por los venezolanos en el exterior, la activación de algunas exportaciones no petroleras, la desaceleración de la inflación tras la inyección de dólares en el circulante por parte del Banco Central y, finalmente, las facilidades brindadas por parte del gobierno para la circulación del dólar como moneda de pago en el comercio, todos estos han sido factores que han incidido, principalmente en el comercio y los servicios.

Sin embargo, mientras los ingresos petroleros siguen bajos, el gobierno ha perdido gran parte de su capacidad de influir en la economía y las empresas privadas centralizan gran parte de las actividades económicas. El gobierno mantiene políticas arancelarias típicas de los ingresos petroleros y favorece a la industria extranjera. Los importadores se benefician enormemente de esto.

El intercambio está sobrevalorado y se volverá insostenible. Se estima que debería rondar los 28 o 30 bolívares por dólar pero en los últimos meses se ha fijado entre 4 y 5.

Aunque la producción de petróleo creció en 2021, todavía está por debajo del promedio de 2019, que ya era un tercio de la producción en 2013. Sin embargo, la producción en noviembre de 2021 aumentó un 25% con respecto a 2020. Pero importamos combustible debido a la parálisis de la refinerías El precio del petróleo aumentó un 170% en 2021 respecto a 2020, ubicándose en US$ 72,82/barril. Las exportaciones de petróleo cayeron un 91% entre 2013 y 2020.

La desregulación y liberalización de los precios de los bienes y servicios ha permitido aumentar los márgenes comerciales, pero el mercado se ha contraído por el bajo poder adquisitivo de los asalariados y el desempleo.

El drama de los bajos salarios y el alto desempleo continúa y empuja a los trabajadores hacia la lucha, que hasta ahora ha sido contenida por los sindicatos y los partidos de “izquierda” y de derecha. El salario mínimo oficial está en el orden de los 7 Bs mensuales (¡US$ 1,75!).

A pesar de los discursos demagógicos del gobierno, son el libre mercado y el sector privado los que determinan la dinámica salarial. Una recuperación de los ingresos petroleros no conducirá a aumentos salariales significativos, pero le dará al gobierno la oportunidad de expandir la política populista de los bonos.

El insignificante salario mínimo oficial, que se aplica a 2,8 millones de trabajadores públicos en el país, el 26,5% del total de los ocupados, se compensa con bonos emitidos por el Estado a través del “Sistema Patria”, mientras que el salario global se mantiene más allá de la pobreza extrema. Incluso para los trabajadores universitarios, los “mejor pagados”, el salario máximo ronda los 11 dólares mensuales. Por supuesto, las pensiones del sector público se rigen por el monto del salario mínimo oficial.

Además del sector público, el 25% de los empleados están en el sector privado y el 47% son trabajadores por cuenta propia. En el sector privado, se estima que los ingresos de facto de los trabajadores fluctúan entre $ 40 y $ 150 mensuales.

Por otro lado, la canasta de consumo familiar ronda los 800 dólares mensuales y sólo para el consumo de alimentos 340. Los salarios más aguinaldos que se pagan en el sector privado son insuficientes incluso solo para el gasto en alimentación.

8,1 millones de venezolanos están desempleados, el 58% en 2020. En el transcurso de 2021 esta tasa disminuyó levemente para mantenerse en torno al 50%. No se contabilizan los emigrantes y el trabajo ocasional e ilegal, del que no hay datos oficiales.

Debido a la dispersión y desorganización de los trabajadores, no surgieron conflictos significativos. Los trabajadores del sector público y los jubilados y pensionados son los protagonistas de las pocas iniciativas de protesta.

Ha habido agitación entre los trabajadores petroquímicos y empresas afines, entre los trabajadores universitarios, de la salud, de escuelas, de tribunales, del servicio postal, etc. Algunas categorías han realizado exigencias de pago de bonos complementarios al salario o su incremento. Este tipo de reclamos no ha sido rechazado por las Centrales y Federaciones sindicales, que prefieren que los trabajadores se centren en este tipo de reclamos y no en un aumento generalizado de salarios y la conversión de las primas en salarios.

Algunos sectores sindicales han reclamado la indexación salarial, lo cual, sin embargo, carece de sentido si partimos de los bajísimos niveles actuales. Estas agrupaciones políticas y corrientes sindicales le hacen el juego a la patronal y a las Federaciones y Centrales que alejan al movimiento de la lucha por la reivindicación principal: aumentos salariales generalizados que cubran los gastos de alimentación, salud y servicios básicos. Otros grupos sindicales y activistas planean luchar por estos objetivos, pero aún no tienen fuerzas suficientes y no proponen un camino unitario hacia una huelga general.


La cuestión kurda

Este primer informe sobre la historia de la cuestión kurda, presentado en la última reunión general del partido, estaba compuesto por tres partes.

La primera parte, sobre los supuestos históricos del área en la cual se asentó el pueblo kurdo, recorre el tercer y segundo milenio antes de Cristo. Mencionamos los pueblos que habitaron esa área como los Gutei, los Hurritas y los Medos y sus relaciones con los otros pueblos vecinos, como los Asirios, los Persas. Luego hablamos de los Bizantinos. Esta parte terminó con el examen de los kurdos en la época medieval, en particular observando la definitiva división de las tierras kurdas entre el Imperio Otomano e Irán.

Los asirios llamaban a los Gutei con el adjetivo Kurti, que significa “poderoso”, “heroico”. Este término vino a describir los diversos pueblos que habitaban la zona. Uno de ellos fueron los Hurritas, que se extendieron alrededor al lago de Van y casi todo el Kurdistán moderno desde el 2000 a.C.

Finalmente los Medos marcharon sobre Nínive y derrotaron a los Asirios. El dominio de los Medos y la consolidación de su poder trajeron una homogeneización étnica y cultural. Ciro heredó el reino de los Medos.

Con el surgimiento del Islam los kurdos se dividieron entre los imperios Sassanide y Romano de Oriente. Inicialmente las tribus kurdas dieron un fuerte apoyo a los Sassanides para resistir a los ejércitos musulmanes. Pero cuando quedó claro que los Sassanide caerían, los señores kurdos, uno tras otro, se sometieron a los árabes y a la nueva religión.

Los kurdos siguieron desempeñando un papel importante en la civilización islámica. La dinastía kurda de los Ayyubìes guió la defensa del Medio Oriente de los cruzados. En el pasado fueron los bizantinos cristianos quienes obligaron a retroceder a los kurdos musulmanes en sus fronteras, considerados aliados de los Sassanidas. Por lo tanto, fueron los Safavidi chiìtas a suplantar con la fuerza a los kurdos sunitas en sus fronteras, considerados, no sin razón, más fieles a los otomanos, sunitas. Como consecuencia, con la ayuda de los señores kurdos, los otomanos terminaron por conquistar la mayor parte del Kurdistán e instalaron generosamente a sus aliados como gobernantes hereditarios locales. Hasta el siglo XIX eran los señores feudales quienes recaudaban los impuestos agrícolas en Kurdistán y la cuota del Imperio de estos impuestos era bastante pequeña. Mientras que el Imperio Otomano avanzaba hacia la supresión de la autonomía del Kurdistán, los señores feudales comenzaron uno tras otro a rebelarse.

La segunda parte del informe, que cubre el período de la Rebelión kurda por el jeque Ubeydullah (1879) hasta la masacre de Dersim (1937-1938), aborda el nacimiento del nacionalismo kurdo siguiendo el fin del feudalismo. De los diversos movimientos – la rebelión del jeque Ubeydullah, de Koçgiri, de Simko, del jeque Said, la República de Ararat y la considerada rebelión de Dersim – algunos pueden ser considerados tímidos intentos revolucionarios nacionales, otros reaccionarios, otros reformistas nacionales. Algunos se opusieron a Turquía y otros a Irán.

Con la derrota de los principados kurdos en la segunda mitad del siglo XIX, el Estado otomano redistribuyó sus tierras entre ricos comerciantes, burócratas y jeques locales o estudiosos religiosos con autoridad política. Estos últimos se convirtieron pronto en los terratenientes más ricos, gradualmente, al recibir las tierras de sus seguidores como donación. Haciendose muy poderosos, algunos de ellos usaron su influencia para dirigir ideas nacionalistas, en contraste con los aristócratas que los precedieron. Para el jeque Ubeydullah Nehrri, el más importante de ellos, los gobiernos iraní y otomano eran sanguijuelas que impedían el desarrollo de los kurdos y creían que la única vía para los kurdos era la creación de un Kurdistán unido, obtenido mediante la fusión de las tierras kurdas en Irán y del Imperio Otomano.

Pero el movimiento nacional kurdo tomó una forma moderna solo al inicio del siglo XX. El centro del nuevo movimiento debería ser Estambul en lugar que el Kurdistán y sus líderes tendrían que transcurrir los años del reinado opresivo, del sultán Abdul Hamid II, unidos a los revolucionarios burgueses y a los reformadores Jóvenes Turcos. Después de la revolución de 1908, cuando fue declarada una monarquía constitucional y ascendió al poder la Sociedad de la Unión del Progreso, los nacionalistas kurdos pasaron a formar numerosas organizaciones: Sociedad para el Avance y el Progreso, Sociedad para la Difusión de la Cultura Kurda y el órgano estudiantil. La Sociedad de la esperanza kurda, fundada en 1908, seguida en 1910 de la Sociedad para la Independencia kurda, a la cual pertenecían todos los dirigentes kurdos.

La nueva ola de nacionalismo kurdo, explícitamente politizada, decidió por lo tanto de expandirse en Kurdistán. El sultán Abdul Hamid II en 1890 había alistado a un número significativo de kurdos, junto con turcos, circasianos y árabes, en los regimientos de caballería de hamidiana, cerca de una década después de la represión de la revuelta del jeque Ubeydullah. Este regimiento fue particularmente determinante en las masacres de armenios y otros cristianos durante el reinado de Abdul Hamid II y en la primera guerra mundial y sirvió para crear potentes vínculos entre el Estado y una parte de la población kurda y otras poblaciones musulmanas.

Después de la Primera Guerra Mundial, varias partes de Anatolia fueron ocupadas por la Entente y el Imperio Otomano fue reducido a un gobierno títere en Estambul dirigido por el partido liberal Libertad y Acuerdo, enfrentado en Ankara al gobierno revolucionario nacional de Mustafa Kemal.

A pesar que la Constitución de 1924 declaraba que «en Turquía todo el mundo es llamado ciudadano “turco” independientemente de la religión y de la raza», por un tiempo los jefes kurdos estuvieron divididos entre los gobiernos de Estambul y Ankara. En 1927 surgió una nueva organización nacionalista llamada Comité Xoybûn (“En sí mismo”), formada por ex miembros de varios otros grupos nacionalistas kurdos. Xoybûn se distingue de las organizaciones nacionalistas anteriores en Kurdistán del Norte por no mostrar rastro de retórica religiosa en su propaganda.

La tercera parte del estudio está dedicada al Partido Democrático del Kurdistán - PDK (en 1946), a la Unión Patriótica del Kurdistán - UPK (en 1975) y a la revuelta de 1991. Trata la historia del nacionalismo kurdo en Irán e Irak a partir de la formación y del colapso de la República de Kurdistán en Mahabad, con el surgimiento y desarrollo de dos partidos que aún dominan la política en el oeste del Kurdistán y sobre todo en el sur. Se concluye con la masacre de Halabja, el genocidio de Al-Anfal y la revuelta de 1991 en el sur de Kurdistán.

En este período el proletariado kurdo sube al escenario de la historia, aunque ocasionalmente y sin éxito.

En 1941 la Unión Soviética y Gran Bretaña invaden Irán. El primero, que ocupaba la parte noroeste del país, encontró ventajoso apoyar las aspiraciones nacionalistas kurdas. Así en Mahabad se formó una administración kurda, que inicialmente miraba solo a la autonomía dentro de las fronteras del Estado iraní. Su gobierno fue dirigido por la recién nacida Sociedad para el renacimiento del Kurdistán, una organización secreta dirigida por Qazi Muhammad. Era apoyada por los terratenientes y la burguesía. El Partido Democrático del Kurdistán (PDK) fue fundado en Mahabad en el verano de 1945 como partido de gobierno.

En 1946 Mustafa Barzani, del sur de Kurdistán, que había liderado la rebelión de 1931, fue nombrado ministro de la Defensa y comandante del ejército kurdo. Barzani organizó también el PDK en el sur de Kurdistán, logró obtener el apoyo de una parte considerable de la sección kurda del Partido Comunista Iraquí y fue elegido líder en el exilio.

En 1974 el gobierno iraquí inició una nueva ofensiva contra los rebeldes kurdos, empujándolos cerca de la frontera con Irán. Irak ofreció a Teherán de satisfacer las demandas iraníes a cambio del fin de su ayuda a los kurdos. En 1975, con la mediación del presidente argelino Houari Boumédiènne, Irak e Irán firmaron el Acuerdo de Argel.

Después de la derrota de la rebelión de Barzani, los disidentes de izquierda del PDK en Irak liderados por Jalal Talabani decidieron abandonar el antiguo partido y a mediados de 1975 formaron la Unión Patriótica de Kurdistán (UPK). El UPK en el momento de su establecimiento fue apoyado por las clases intelectuales urbanas del sur de Kurdistán.

Las fuerzas de UPK comenzaron a enfrentarse con el ejército iraquí después de la segunda guerra iraquí-kurda y continuaron hasta 1976.

Antes de pasar a sofocar las rebeliones kurdas de la década de 1980, Saddam Hussein había negociado un acuerdo que prometía a la UPK la autonomía de los kurdos.

En 1986 Irán negoció un acuerdo entre el PDK en Irak y la UPK, mientras el gobierno baathista lanzó la infame campaña de Al Anfal para acabar con los asentamientos kurdos. Después de esa brutal guerra de exterminio en Halabja y el resto del sur de Kurdistán, el UPK y el PKD quedaron tan desacreditados que decidieron formar juntos el Frente del Kurdistán.

La ola espontánea de levantamientos comenzó en el sur de Kurdistán a principios de 1991 y adquirió rápidamente un contenido de clase.

La exposición continuará en la próxima reunión general


Historia de Baluchistán

El compañero hizo un primer informe describiendo algunas fases históricas de Baluchistán, la provincia más grande de Pakistán, con especial atención a los movimientos separatistas Baluchi.

Es un área de 350.000 kilómetros cuadrados, cerca del 48% de la superficie de Pakistán, es rica en minerales y existen algunas reservas de petróleo y gas. Es una tierra árida, mayoritariamente montañosa y con grandes extensiones desérticas, escasamente poblada con poco más de 12 millones de habitantes. Limita con las provincias de Khyber Pakhtunkhwa y Punjab al noroeste, Sindh al sureste, Baluchistán iraní al oeste, Afganistán al norte y el mar Arábigo al sur.

La composición étnica es variada. Baloch, Brahui y Pashto son los idiomas principales. La región alberga más de 2.800 minas de carbón, donde trabajan más de 70.000 proletarios en malas condiciones de vida y de trabajo, muchos de los cuales provienen de Afganistán o de los distritos de Swat y Shangla de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa. Estos trabajadores son a menudo víctimas de ataques cobardes por parte de grupos islamistas, presentes principalmente en el norte de la región.

El gas y la electricidad faltan en muchas áreas. Baluchistán se encuentra entre las provincias más pobres y menos desarrolladas de Pakistán.

La primera forma de estado de esa sociedad tribal, el Khanate, surgió en 1666, con Mir Ahmad, en una área muy pequeña. Persia, habiendo invadido Baluchistán, incluyó varias partes de la región en su imperio, rindiendo homenaje a Kalat, una ciudad histórica en el distrito del mismo nombre. Las fronteras de la provincia se extendían al este hasta el Punjab paquistaní, incluida Dera Ghazi Khan; al norte hasta el río Helmand en Afganistán, al oeste incluía varias ciudades actualmente iraníes y al sur incluía la costa del Mar Arábigo desde Karachi hasta Bandar Abbas.

Una mayor expansión del imperio persa se produjo con la guerra afgano-baloch, que estalló en 1758. Las fuerzas afganas invadieron Kalat: sin embargo, el kanato, liberado del tributo, habría brindado apoyo militar a Afganistán.

En el período colonial, los británicos buscaron la ayuda del kanato durante la Primera Guerra Afgana (1839-1842), sin embargo, debido a disputas, los británicos mataron al Khan. Gran parte de la tierra fue cedida a Punjab, Sindh y Afganistán. Lo que quedó del kanato fue el área de Kalat, el resto se convirtió en la provincia británica de Baluchistán. Esto era de fundamental interés para los británicos, que aspiraban a controlar el paso de Bolan, en las montañas de Toba Kakar, en el oeste de Pakistán, a 120 kilómetros de la frontera con Afganistán, que siempre ha sido una vía de comunicación estratégica.

Durante el período colonial, se inició un proceso de fortalecimiento de los sardars, comandantes tribales, sucediendo luego que las diferentes tribus se enfrentaran entre sí, como consecuencias de las políticas coloniales. El kanato fue reducido a un estado títere.

El aumento de los impuestos llevó a que muchos pequeños agricultores se convirtiesen en trabajadores sin tierra.

En los primeros años del siglo XX se formaron esas medias clases que contribuyeron a dar vida, junto a algunos terratenientes, a diversos movimientos políticos, expresiones de la revolución nacional-burguesa.

En 1937 nació el Partido Nacional del Estado de Kalat (KSNP), que abogaba por una ruptura más radical con la aristocracia agraria y la formación de un estado independiente. El KSNP pronto fue expulsado del kanato.

El kanato también se puso en contacto con la Liga Musulmana e irónicamente, instruyó a Jinnah, el “padre fundador” de Pakistán, para que apoyara el llamado a un estado independiente de Kalat. De hecho, los británicos y la Liga Musulmana habían acordado, sobre el papel, la autonomía de una parte de Baluchistán. El kanato de Kalat permaneció independiente durante ocho meses después del baño de sangre cuando la partición. Pero poco después de la independencia, las tropas paquistaníes entraron en Baluchistán y anexaron varias ciudades. La aristocracia baluchi abandonó la respuesta armada cuando los británicos se negaron a suministrarles armas. En 1954 el gobierno paquistaní incorporó a Baluchistán como “Pakistán Occidental”.

Los objetivos del movimiento nacionalista baluchi se redujeron a conseguir el estatus de provincia autónoma. Pero una revuelta posterior fue sofocada rápidamente.

En el 1957 ocurrió una segunda revuelta armada, promovida por algunos sardars, con el fin de la separación del kanato del estado central. Incluso esta campaña guerrillera fue pronto reprimida, las aldeas baluchis fueron bombardeadas e incendiadas, muchos miembros de las tribus fueron fusilados y aumentaron los asentamientos militares. En un intento por someter a los líderes tribales, muchos fueron reemplazados por hombres leales a Ayub Khan, el presidente de Pakistán.

Individuos que fueron asesinados cuando estalló el levantamiento armado de 1962. Este fue encabezado por Sher Mohammad Marri, de la tribu del mismo nombre, líder del movimiento Parari, quien, al igual que otros líderes de los movimientos de liberación nacional en el Medio Oriente, tenía estrechos vínculos con Moscú. La revuelta, encabezada por el Ejército de Liberación del Baloch, mucho más consistente que las anteriores, duró desde 1962 hasta 1969. El Parari tenía como objetivo el reconocimiento como provincia autónoma y la retirada de las tropas paquistaníes de la región. El régimen pakistaní intensificó su represión y no dudó en bombardear pueblos enteros. Sin embargo, el régimen militar paquistaní de Yahya Khan negoció un alto el fuego.

La culminación del movimiento nacionalista baluche fue en la década de 1970, cuando el partido National Awami (Partido Nacional del Pueblo) un partido de izquierda parlamentario pakistaní, con varios miembros baluchis, ganó las elecciones provinciales de 1970. En esos años estallaron disturbios y protestas en Pakistán Oriental, que pronto se convirtió en el independiente Bangladesh. El primer ministro pakistaní, Bhutto, temiendo una situación similar en Baluchistán, permitió que el partido nacionalista baluchi formara un gobierno en la región, en coalición con Jamiat-ulema-Islam, un partido fundamentalista sunita inspirado en Deobandi.

En febrero de 1973 este gobierno regional fue acusado por el primer ministro pakistaní del momento, de una supuesta alianza con la URSS e Irak. Una redada en la embajada iraquí en Islamabad, en presencia de la prensa, descubrió un depósito de armas. El gobierno baluchi fue acusado de traición y liquidado. El movimiento de protesta cobró impulso.

Temiendo que la revuelta llegara a Irán, en un momento de debilidad del ejército pakistaní, quien había sufrido fuertes pérdidas en la guerra de Bangladesh de 1971, el Sha iraní acudió a su rescate con 200 millones de dólares y 30 helicópteros “cobra” con pilotos iraníes. Las tropas rebeldes, que en parte tenían la sartén por el mango, fueron así atacadas y repelidas. 500 pilotos de la fuerza aérea pakistaní también participaron en el bombardeo, mientras que 80.000 militares mataron animales, la principal fuente de sustento de los baluchi, destruyeron acueductos y quemaron aldeas enteras.

Muchos miembros de la tribu Marri huyeron a Afganistán. En 1976, los Parari se rebautizaron como Frente de Liberación del Pueblo Baloch y encontraron el apoyo de los izquierdistas en Karachi y otras regiones. Comenzaron una publicación en urdu e inglés llamada “Jabal (montaña): Voz de Baluchistán”.

En 1977, el golpe militar de Zia-ul-haq derrocó al gobierno. Bhutto, un fiel sirviente, fue ejecutado. Zia-ul-haq anunció una amnistía para los baluchis encarcelados, apagando temporalmente la revuelta.

Las demandas del movimiento baluchi eran típicas de los movimientos de liberación nacional, la autonomía y una ilusoria y burguesa “democracia socialista” en Pakistán. Una nueva demanda de independencia solo resurgió después de 1978, con la formación del Ejército de Liberación de Baloch.

Sin embargo, el movimiento había comenzado a fragmentarse. Varios líderes buscaron la cooperación con el estado central y surgieron diferencias ideológicas entre los grupos estudiantiles que alimentaron las protestas.

Hoy existen varios grupos separatistas armados, a menudo rivalizando entre sí, aunque los principales partidos políticos baluchi tienden a una colaboración genérica. Esos grupos pertenecen a las diversas tribus, los Marri, los Mengal, los Bugti, etc. Apoyados principalmente por las clases medias y los terratenientes del sur de Baluchistán (principalmente en los distritos de Bolan, Kech, Gwadar, Panjgur, Khuzdar, Sibi y Lasbela), mientras que el norte de Baluchistán suele estar presidido por grupos islamistas deobandi. Estos últimos, sin embargo, cuentan con el apoyo de Islamabad, útil para suprimir cualquier sentimiento de independencia regional.

Mientras que las clases medias suelen seguir exigiendo la independencia, los líderes tribales, reacios al pleno desarrollo capitalista, quisieran volver al Baluchistán anterior a la anexión. Otros sueñan con un “Gran Baluchistán”, que incluiría las áreas de mayoría baluchi de Irán, Afganistán, Sindh, Punjab, etc.

No sólo las clases dominantes de Pakistán e Irán están interesadas en Baluchistán, sino también la burguesía china. La reanudación de la actividad armada parece haberse producido especialmente a partir del año 2000, con el anuncio del proyecto del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), un tramo importante de la nueva “Ruta de la Seda”. En la terminal de CPEC en Baluchistán se encuentra el puerto de Gwadar, que Pakistán compró a Omán en 1958.

Los independentistas han atacado puestos militares, redes e infraestructura, pero también ha habido ataques contra trabajadores chinos y paquistaníes. Esto demuestra el carácter anti histórico, así como anti obrero, de un movimiento de independencia nacional ahora inútil y perjudicial para el fin de la revolución comunista. Sobre este y otros aspectos el compañero informará al partido después de más estudios.


Siguiendo el hilo del tiempo
GUERRA Y REVOLUCIÓN

(Battaglia Comunista, n.10, 1950)


AYER

Todos los renegados que han dejado la guerra de clases y social para pasar a la guerra entre ejércitos de Estados y naciones, parten como orientación histórica de las tradiciones francesas de 1792-93, contra las cuales Marx advertía al proletariado parisino, en un pasaje tan importante que Lenin en 1915 lo repite. “la simpatía de los trabajadores parisinos por las ideologías nacionales (tradición de 1792), era una debilidad pequeñoburguesa, que Marx notó en su momento y fue una de las causas de la caída de la Comuna”.

Y, con él, repetimos. Repetita iuvant.

Cuando Mussolini finalmente abandonó el partido de clase y el marxismo, puso en el encabezado del “Popolo d’Italia” dos manchetas: “La revolución es una idea que ha encontrado bayonetas – Napoleón”. - “El que tiene hierro tiene pan – Blanqui”. ¡Y abajo! sobre la literatura de guerra democrática, liberadora, nacional, socialista y revolucionaria juntas; al son de aquella pacotilla, finalmente sus dignos alumnos lo colgaron boca abajo.

El esquema del burgués es éste: idea - fuerza armada - interés de clase. El esquema del revolucionario proletario ingenuo es: idea proletaria - fuerza armada proletaria - interés de clase proletario.

El esquema dialéctico marxista es en cambio: interés real de clase proletario - lucha de clase proletaria - y dos derivaciones paralelas: organización en partido de clase y teoría revolucionaria; conquista y ejercicio armado del poder proletario.

En el balbuseo literario los procesos tradicionales de la revolución burguesa quedan como modelos para la revolución obrera. En la posición científica del marxismo, la dependencia se expresa de otra manera: la victoria de la burguesía en sus revoluciones era necesaria para liberar las fuerzas productivas y dar pleno inicio al capitalismo, condición para la generalización de la lucha de clases entre burguesía y proletariado y para la revolución socialista. De ésta, la revolución burguesa fue la premisa, no la maestra.

El desarrollo de las situaciones históricas toma el lugar de las referencias poéticas y las confusiones payasescas entre ardor patriótico y fuerza revolucionaria, de las que hemos visto las saturnales durante la Segunda Guerra Mundial en la resistencia partisana y podremos verlas aún peor en una tercera guerra, por parte de siempre nuevos grupos de seguidores del “mussolinismo”, como correctamente lo llamamos.

Las guerras entre Francia y las sucesivas coaliciones europeas, que finalmente desembocaron en la restauración de la monarquía absoluta, fueron un estadio fundamental en la expansión del capitalismo en Europa, no impedida en absoluto por la victoria de los ejércitos feudales, aliados con la ultracapitalista Inglaterra. En todo este período histórico, no sólo los revolucionarios burgueses siguieron una política de patriotismo y fuerte nacionalismo, sino que arrastraron consigo al naciente proletariado, ambos empeñados en esta política y en las ideologías derivadas de la necesidad social de dispersar a los últimos lazos feudales. Esto no quiere decir, sin embargo, que la guerra civil entre las clases que luchan por el poder sea reemplazada por el choque militar de los Estados y de los ejércitos. El hecho determinante del desarrollo social sigue siendo la lucha entre clases, encendida en todas partes en tiempos sucesivos y sin ella no podremos explicar el desarrollo mismo de las guerras, con el nuevo carácter general y de masas del militarismo moderno.

Los propios jacobinos nunca apartaron el centro de su atención de la lucha interna, para llevarlo a las “nuevas Termópilas de Francia” a las que Leónidas, Dumouriez, no tardó en traicionar y acabar como traidor.

Las coaliciones comenzaron cuando la monarquía, en forma constitucional, todavía tenía el poder y los revolucionarios extremistas acusaron de haber provocado las guerras a los monárquicos y luego a los republicanos moderados: “antes de declarar la guerra a los extranjeros, destruyamos a los enemigos de adentro… hagamos triunfar la libertad en el interior y ningún enemigo se atreverá a atacarnos: es con el progreso filosófico y con el espectáculo del bienestar de Francia que extenderemos el imperio de nuestra revolución, no con la fuerza de las armas y la calamidad de guerra”. La dialéctica realidad es bastante diferente de los clichés románticos y la romantización desenfrenada de la historia. Para el 10 de agosto de 1792, los moderados dominan en la Asamblea Legislativa Nacional, mientras que los jacobinos ocupan el Consejo General de la Comuna. La guerra parece haber terminado, pero la traición del general monárquico Lafayette produce la caída de Longwy, la de Verdun (la “vil ciudad de pasteleros” Carducciana) y llega a París la noticia de que los prusianos de Brunswick marchan hacia la capital. La Comuna hace sonar las campanas a agruparse para combatir, el pueblo se reúne y exige armas, Danton entra en la asamblea e impone las medidas de defensa militar. Pero los sans-culottes tienen algo más urgente que hacer que llegar al frente: antes de marchar con las “columnas épicas” hacia Chalons, corren a las cárceles y hacen justicia a los acusados ​​contrarrevolucionarios que el gobierno tarda en juzgar.

No fue “nuestra” revolución y no pedimos modelos, pero podemos obtener una enseñanza. Salió de la máquina antes que de la guillotina y el marxismo la descubrió, pero para sus propios protagonistas y los ideólogos más resueltos salió primero de la guillotina que del cañón; ganó la batalla decisiva en el Templo, no en Valmy o Jemappes.

Sabemos que el marxismo consideró las del período 1792-1871 como guerras de desarrollo, las cuales pueden llamarse, con un término simplificado, guerras de progreso, pero sin caer en la trampa de la “guerra de defensa”. De hecho, Lenin advierte que también pueden ser de “ofensiva” y que hipotéticas guerras entre Estados feudales y Estados burgueses podrían ver “justificada” por los marxistas la acción del Estado más avanzado “independientemente de quién comenzó la guerra”. El argumento era estrictamente polémico, estaba en relación con el absurdo de que los socialistas franceses y alemanes estuvieran ambos a favor de la guerra con el vil pretexto de la “defensa”: es decir: si en un momento histórico dado una guerra dada era “revolucionaria”, sería apoyada aunque no fuera defensiva. En el fondo, si existe, la guerra revolucionaria es exquisitamente de ataque, de agresión. El argumento dialéctico derrotó abiertamente la baja hipocresía de todas las campañas que movilizan a las masas al apasionamiento guerrero, con la simulación de no preparar y querer la guerra, sino de verse obligados a rechazarla en cuanto estaba preparada y querida por el enemigo.

Por tanto, no con el criterio moralista de la defensa, que es antitético al suyo, el marxismo ha evaluado las guerras del período clásico entre 1792 y 1871, sino con el de los efectos sobre el desarrollo general y muchas veces en su crítica las ha considerado útiles y aceleradoras iniciativas de ofensiva militar, como por ejemplo la bonapartista de 1859 y la prusiana de 1866. No se trata entonces de decir que hasta 1871 el partido marxista estuvo por la “defensa de la patria” o por la “defensa de la libertad”, sino de algo muy diferente.

Después de la victoria contrarrevolucionaria de 1848, Marx y Engels no sólo lamentaron, como tantas veces hemos dicho, que el proletariado no hubiera vencido, sino que existía una rémora histórica a la plena implantación del poder burgués en toda Europa. Desafortunadamente, estaba claro que los obreros y socialistas aún tendrían que echar una mano y derramar sangre por fines que no eran directamente suyos. Pero de ahí a aceptar, aunque sea en la propaganda, los principios y conceptos de nación, patria y democracia propios de la burguesía (como hacen descaradamente los ex marxistas de hoy) hay un trecho de mil kilómetros. Si tal conclusión se hubiera sacado a partir de esa constatación histórica, toda la política de lucha de clases y de la función propia del proletariado se habría derrumbado. Otra cosa es decir: para el pleno establecimiento del sistema capitalista de producción seguirán existiendo luchas bajo las banderas de las ideologías patrióticas y nacionales y el proletariado está interesado en la victoria de estas luchas; otra muy distinta es hacer propia la reivindicación patriótica y nacional. En el período comprendido entre 1848 y 1871 Marx y Engels mantuvieron el camino correcto sin la menor duda; hoy, cuando esa posición histórica no se repite y pertenece a un pasado lejano, vemos una doble traición: la mentira que falsea la situación sosteniendo que faltan las condiciones básicas de la lucha de clases y que aún es necesario resolver exigencias prioritarias de la liberación nacional; y la infamia de realizar estas campañas no como reivindicaciones históricas pasajeras, sino con la abierta adhesión a los conceptos generales y anticlasistas del interés nacional, del deber patriótico en cualquier época y fase histórica.

De 1848 en adelante Engels está muy molesto, por ejemplo, de que la burguesía alemana sea tan cobarde y tardía que no sepa liquidar los restos feudales y seguirá con un análisis paciente y amplio de los golpes que la historia les dará en los episodios del 59, del 66, del 70... Pero ya en 1850 fue despiadado cuando criticó la ideología y la política de los prófugos democráticos Mazzini, Ledru Rollin y similares y desnudó un texto del “Comité Central Democrático Europeo”. Eran movimientos que se acoplaron a los recientes bloques de emigrantes antifranquistas o antifascistas y con la propaganda de toda la guerra 1939-’45, que nos ha contaminado. Oímos: “Entonces: progreso - asociación - ley moral - libertad, igualdad, hermandad - familia, comunidad, Estado - santidad de la propiedad, crédito, educación - Dios y pueblo... El resumen de tal evangelio es un Estado social en que Dios constituye la cumbre y el pueblo o, como se dice, la humanidad, la base. O sea, estos señores creen en la sociedad actual, en la que Dios es notoriamente la cumbre y la plebe la base…”. La ironía es feroz y la cita no necesita continuar. Ha pasado exactamente un siglo. Pero, ¿de qué otra basofia se nutre la propaganda cominformista?

En el prefacio de 1874 a su Las Guerra Campesinas, Engels reivindica todos sus reproches y apóstrofes a los sordos burgueses alemanes y su complacencia dialéctica por Solferino, Sadowa, Sedan. Un incauto lo tomaría por un precursor del Anschluss. “Lo que es notable para la clase obrera alemana... es que los austro-alemanes ahora deben preguntarse, de una vez por todas, ¿qué quieren ser: alemanes o austriacos? ¿De qué lado quieren estar? ¿Del lado de Alemania o del lado de sus apéndices transleitanos, específicamente no alemanes?”. ¡Qué racista ese Engels! ¡Qué material para la leyenda de la pareja pangermana Marx-Engels, similar a la paneslavista Lenin-Trotski!

La forma semiburguesa y espuria del régimen del Estado de Berlín después de la fundación del Imperio no desvía en lo más mínimo el análisis crítico marxista. Por el mismo hecho de que no han desaparecido todas las instituciones feudales, este tipo de Estado puede parecer una dictadura de clase imperfecta, como lo son las propias repúblicas parlamentarias burguesas. Sobre esto la especulación reaccionaria de acercarse a estos gobiernos bastardos, bajo el pretexto de que no son directamente comités de negocios de la clase industrial, movimientos equívocos del corporativismo obrero. Con su admirable visión histórica, Engels define como bonapartista al régimen del imperio Hohenzollern después de la victoria de 1870. En el citado prefacio de 1874 reivindica haber dado ya esta definición en La cuestión de la vivienda de 1872. Tal régimen parece, como la primera y la segunda dinastías napoleónicas, tener una red burocrática y militar más poderosa de clase. Pero éste, explica Engels, tiene como fundamento el impresionante desarrollo del capitalismo: en la Alemania de 1874 pone en evidencia la estructura social: decisivo desarrollo industrial, surgimiento de un numeroso y consciente proletariado, trasplante de la Francia del Segundo Imperio, junto con miles de millones de indemnizaciones de guerra, “el síntoma más seguro del florecimiento de la industria, truffa (la estafa), encadenando condes y duques a su carro de triunfo”. Las cursivas de la palabra truffa indican... que es usada en italiano. Este análisis podría enseñar mucho a tantos que buscan la clave de actualísimas formas burguesas. ¡Pero cuidado, Engels no propone una campaña por la forma democrática plena contra el bonapartismo alemán sobre la base de que ésta sea una forma burguesa atrasada! Era la forma de sacar a Prusia de la época feudal, de seguir siendo un Estado “semifeudal”. Las fórmulas de Engels son siempre cristalinas: “El bonapartismo es, en todo caso, una forma moderna de Estado que tiene como premisa la supresión del feudalismo”.

Bromeando, Engels sitúa el final de este atrofiado aburguesamiento del poder alemán en 1900, pero a cada paso augura que la fuerza proletaria pueda acabar pronto, en bloque, con nobles, junkers, terratenientes e industriales burgueses.

Llegados al 1914, el desarrollo económico alemán se ha convertido en uno de los hechos preminentes en el escenario mundial: sus datos llevan a Lenin a señalarlo como uno de los imperialismos-tipo.

Llega el bufonesco “mussolinismo” internacional y, si no en Italia, en todos los grandes países logra convencer a la gente de que la guerra contra el Kaiser es la guerra revolucionaria por excelencia, porque el imperio alemán quiere, no disputar los mercados imperiales por un modernísimo aparato industrial, sino restaurar la época feudal!

¡Guerra entonces por la revolución democrática y burguesa, siempre amenazada, siempre por rehacer!


HOY

La poderosa demolición del oportunismo debida a Lenin y a la Tercera Internacional se basa, por tanto, sobre posiciones políticas y sobre directivas marxistas que declaran cerrada la fase de luchas por la antitesis feudalismo-capitalismo. Esta se aplica integralmente a la evaluación de la segunda guerra imperialista que estalló en 1939.

Como se puede deducir del texto de Engels que la guerra que siguió a la situación de finales del siglo pasado ya no podía ser una guerra de liquidación del feudalismo, del mismo modo puede deducirse del texto de Lenin de 1915 que la segunda guerra imperialista, o todas las otras, ni mucho menos que la que estalló en 1914, no podrían haber sido definidas como guerras de defensa y liberación nacional en ninguna parte.

Lenin lo dice explícitamente: nuestra tarea se cumplirá correctamente sólo mediante: “la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil. Es imposible saber si un fuerte movimiento revolucionario estallará durante la primera o la segunda guerra imperialista entre las grandes potencias, durante o después de ella; pero en cualquier caso es nuestro preciso deber trabajar sistemáticamente y con perseverancia precisamente en esta dirección” (de la guerra civil, de la lucha de clases victoriosa).

Así como, por tanto, todos aquellos que, en cualquier lado del frente, apoyaron para la guerra de 1914 la política de la guerra de defensa, de la guerra nacional, de la guerra democrática, silenciando la lucha de clases para estos fines burgueses, traicionaron la línea de Marx y Engels, así todos los que en la guerra de 1939 en todos los países burgueses, Alemania, Francia, Inglaterra, EEUU, Italia, apoyaron la guerra de los gobiernos, colaborando con ellos militar y políticamente, traicionaron del mismo modo la línea de Lenin, es decir, como esos otros, la única línea revolucionaria proletaria.

Y de hecho, así como se quería ver renacer el feudalismo en el kaiserismo alemán, devenido en uno de los primeros Estados industriales, lo mismo se decía en 1939 de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Igualmente se sostuvo que una disolución de la guerra favorable a los alemanes y una derrota de las democráticas Francia, Inglaterra y Norteamérica, habría retrocedido la historia un siglo y volvería necesaria la revolución liberal, o sea la revolución burguesa. Igualmente, como entonces, se invocaba y practicaba el bloque y la sagrada unión con los gobiernos capitalistas occidentales y con los partidos burgueses opuestos a los gobiernos de Berlín y de Roma; dando de hecho oxígeno a estas oposiciones que estaban prácticamente muertas y que no merecían más que sepultura, se renunció a la lucha de clases y a la guerra civil.

La guerra fue interpretada por los nuevos socialtraidores como una guerra “revolucionaria” en el sentido de revolución burguesa. La cuestión tiene otro aspecto, que por ahora este Hilo del Tiempo no trata: el de la “guerra revolucionaria proletaria” o de la llamada “defensa nacional revolucionaria” que surgiría tras la conquista del poder por los obreros. Incluso contra los engaños y las falsas posiciones de esta tesis, Lenin trabajó duro y tuvo que reprender a los Kamenev y Zinoviev, y después a los Bujarin y los Stalin sobre todo. Pero aquí hemos indicado las motivaciones de una supuesta “revolución” antifeudal y burguesa. No se puede negar que hubo una verdadera orgía en la propaganda contra el Eje, en los dictámenes de las radios británica y estadounidense. Si la propaganda contra el eje se hubiera basado en motivos clasistas, en primer lugar no debería haberse tenido que pasar por la fase de la alianza Berlín-Moscú para la partición polaca, pero no habría existido la supina aquiescencia, que aún persiste, a la apología de la “liberación nacional” y en Italia por ejemplo, del “segundo resurgimiento” y de la “revolución liberal”, en la que fueron identificados los retornos al poder de unos cuantos tontos, cobardes opositores al fascismo, antiguos instrumentos antiproletarios, viejos, típicos, repugnantes mussolinistas de la época de la primera orgía de apología de la guerra con motivos de democracia burguesa, nostálgicos de la lejana victoria veneciana, que como siempre se debió a las armas extranjeras, ya que su más alta empresa nacional se llama Caporetto.

La revolución burguesa fue en la historia una cosa seria y dio su impronta a guerras grandiosas. Las dos últimas guerras en Europa y en Italia no fueron guerras revolucionarias, sino mataderos de esclavos del capital.