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El depravado circo de la burguesía norteamericana tiene un nuevo cabecilla Como es tradición, cada cuatro años la burguesía impone otra payasada de debates y mítines publicitarios a la clase obrera estadounidense. En los medios de comunicación, se bombardea a las masas con anuncios alarmistas y se insta a todo el mundo a participar en el narcisismo colectivo del intercambio de opiniones y el debate, uniéndose al coro de expertos y opinadores políticos tan idiotas como seguros de sí mismos. El pueblo debería haber elegido entre demócratas y republicanos, entre CNN y Fox, entre Big Macs y Whoppers, entre Pepsi y Coca-Cola... En cambio, los comunistas rechazamos la invitación burguesa a ejercer nuestro derecho a la “libertad de elección” y, como siempre hemos hecho, invitamos a los trabajadores a tirar sus papeletas a la cesta de basura más cercana. La burguesía gasta una enorme cantidad de dinero en el circo electoral, cientos de millones de dólares en propaganda demencial, para intimidar a la gente, de que es urgente salvar a la nación, salvarnos a nosotros mismos, y que ahora se trata de “votar o morir”. A medida que la depravación de los representantes de la burguesía estadounidense, no mejor que la de Calígula, sale cada vez más a la luz y el edificio de la hegemonía imperial estadounidense continúa su declive, cada nuevo circo electoral no hace sino confirmar la total degeneración, incoherencia y senilidad de todo el orden burgués en putrefacción. Mientras la burguesía, sus escuelas y sus medios de comunicación nos quieren hacer creer que el ritual demencial de las elecciones pone de manifiesto la voluntad del “pueblo estadounidense”, indicada por el número de votos, la verdad es que el sistema democrático hace tiempo que eliminó cualquier expresión política independiente de la clase obrera, estableciendo, tras las convulsiones sociales al término de la Guerra Civil estadounidense, una plena dictadura de clase de dos partidos. En la civilización capitalista en descomposición, sólo hay democracia para la burguesía. Un grotesco sistema de “votos contra dólares” sólo esconde una guerra propagandística contra el proletariado. Entre enero de 2023 y abril de 2024, los dos partidos estadounidenses recaudaron 8.600 millones de dólares para las elecciones a la Cámara de Representantes, al Senado y a las presidenciales de 2024. Los dos partidos reciben un apoyo financiero más o menos igual. Los republicanos recaudan más de las industrias manufactureras y mineras tradicionales, los demócratas de las empresas de informática, Hollywood, los sindicatos de abogados, los funcionarios públicos y la aristocracia obrera. Sólo los intereses económicos contrapuestos de la burguesía están en la base de las diferencias entre la política de los Demócratas y los Republicanos. Sin embargo, ambos partidos siempre han desempeñado el papel crucial del policía malo y el bueno en el disciplinamiento del proletariado. Los Demócratas demuestran que representan los intereses de la pequeña burguesía. Hoy hacen alarde de una retórica liberal burguesa, progresista, pero en un pasado no muy lejano fueron el partido del Destino Manifiesto y de la esclavitud negra, luego de los segregacionistas de las leyes de Jim Crow y de la aristocracia obrera blanca. ¿Hoy debemos creer que son los paladines de los oprimidos, opuestos a una “derecha” conservadora y regresiva que está a punto de instaurar una dictadura al estilo mussoliniano? Olvidan por completo el envío de portaaviones para garantizar la libre masacre de decenas de miles de proletarios en Palestina. Los Republicanos, por su parte, son el partido que en la historia ha representado principalmente los intereses del capital industrial. En estas elecciones han demostrado que coquetean con la aristocracia obrera intentando poner a los sindicatos de su lado. La primera invitación a un presidente de un sindicato, Sean O’Brien de los Teamsters, para hablar en la Convención Nacional republicana y las visitas de Trump a los piquetes de la UAW a principios de este año no tienen precedentes. Pero Trump, en una reciente entrevista con su colega capitalista Elon Musk, expresó su apoyo a la violación de las leyes laborales y al despido de trabajadores en huelga. El llamamiento de los Republicanos a los trabajadores se basa en la vieja receta de enfrentar a los trabajadores com empleos estables con los inmigrantes, que roban los puestos de trabajo. Hasta ahora este intento ha fracasado, ya que los Teamsters en estas elecciones no han apoyado a ninguno de los dos partidos burgueses. Independientemente de las motivaciones de los dirigentes, esta ruptura con los dos partidos burgueses de uno de los mayores sindicatos del país es significativa para una clase obrera que está encontrando ahora una nueva combatividad en una oleada de huelgas que está creciendo en todo el país. Aunque no damos ningún valor a las “opiniones populares”, la confianza en los sindicatos ha crecido mucho en los últimos años, mientras que la confianza en los partidos burgueses y en el gobierno no ha dejado de disminuir. Los sindicatos y las huelgas se ven cada vez más como la vía para obtener las conquistas materiales para los trabajadores, mientras que las falsas promesas de los partidos burgueses caen en saco roto. Por eso ambos partidos hacen críticas “culturales” del capitalismo, reduciendo la explicación de la precipitación de la crisis económica a razones morales o particulares, para apelar a los sentimientos reaccionarios típicos de la pequeña burguesía. Desde la inmigración masiva en la frontera sur (resultado de la dominación imperialista del Sur global), hasta la crisis de los opioides, el crimen, la falta de vivienda, descriviendo a los trabajadores desesperados, que buscan empleo, como criminales, todo esto absolviendo a la burguesía global de toda responsabilidad. Ningún partido burgués cerrará jamás la inmigración, que mantiene a un grupo de trabajadores altamente explotados y constantemente en peligro de deportación, mientras que el capital nacional se limita a utilizar su aparato estatal para mantenerlos en la subyugación total. La propaganda del partido Republicano martillea contra los más explotados, los inmigrantes, los pueblos indígenas, los proletarios negros, las mujeres y los no heterosexuales; la propaganda de los Demócratas, complementaria, utiliza el guante de terciopelo, dirigiéndose a los trabajadores que tienen empleo pero esperan su turno para ser despedidos, ofreciendo a unos pocos elegidos, de la aristocracia obrera, falsas promesas de movilidad social ascendente. Debido a la creciente acumulación, y crisis, de la economía capitalista, los intereses de la industria están cada vez más en desacuerdo con los supuestos de la democracia liberal y las ilusiones de las clases medias, que creen en ella. Los dos partidos de la burguesía norteamericana, representantes de la clase capitalista, a pesar del velo democrático, siempre han estado unidos en el sometimiento de la clase obrera norteamericana e internacional. Juntos emplean sus marines y sus portaaviones, su policía y sus prisiones, sus muros fronterizos, y nada cambiará jamás la naturaleza de estos dos aparatos impregnados de sangre, hipocresía y guerra, que sacrifican todo el potencial de vida sana y bella del mundo en el monstruoso altar del imperialismo capitalista. En cuanto a las cuestiones particulares que enfrenta la burguesía en estas elecciones, la más importante es la propuesta de Trump de un arancel del 10-20% sobre casi todos los productos importados, con aranceles mucho más altos propuestos para China. El arancel beneficiaría a las industrias manufactureras y extractivas estadounidenses, manteniendo fuera las importaciones de productos terminados y materias primas. Eliminada la competencia, el mercado interno quedaría reservado al capital industrial nacional. Pero la administración Biden ya se había movido en esta dirección con la Ley sobre los microprocesadores. La clase capitalista estadounidense tendría interés en restablecer su base industrial, incluso como preparación para la próxima guerra interimperialista. Sin embargo, la capacidad del proteccionismo para producir un crecimiento significativo de la industria en este momento histórico es cuestionable, al igual que las otras políticas aprobadas recientemente por la burguesía. Ciertamente, al obstaculizar la competencia extranjera, darán lugar a un nuevo ataque contra el nivel de vida de los trabajadores estadounidenses al permitir que las empresas estadounidenses aumenten los precios de los bienes de consumo. El proteccionismo representa un cambio significativo respecto a la política comercial de libre mercado de la posguerra. Es una vuelta a las políticas que dominaron el mundo en la preguerra, necesarias para que los nuevos capitalismos desarrollaran sus industrialismos nacionales. Los aranceles y las “guerras comerciales” anticipadas por Trump, a pesar de su política exterior supuestamente “aislacionista” destinada a evitar una “tercera guerra mundial”, sientan las bases de un futuro conflicto imperialista al exacerbar la competencia entre capitales nacionales, por mercados y recursos, agudizando las tensiones con China, principal enemigo del imperialismo estadounidense. Los Demócratas han insinuado controles de precios y han hecho promesas vacías de subir los impuestos a las grandes empresas y a los estadounidenses ricos, mientras que los republicanos hablan de recortes fiscales por valor de billones. La “economía de la oportunidad” de Harris apela a la pequeña burguesía, ofreciéndole, en la lucha contra los grandes capitalistas, diversas exenciones fiscales e incentivos para abrir nuevos negocios. Pero en el capitalismo, la competencia engendra el monopolio y viceversa; no existe un “pequeño capitalismo” ideal que no acabe desembocando en el monopolio o disolviéndose en él. Además, el plan de los Demócratas no ofrece nada a la clase obrera, que lucha contra la pequeña y la gran burguesía al mismo tiempo. Es fácil para los Demócratas adoptar la retórica vacía de “Cuando los sindicatos son fuertes, Norteamérica es fuerte”: cuando la fuerza real y seria de una huelga, como la huelga ferroviaria de 2022, se materializó, la destruyeron, colaborando con la burocracia sindical para privar a la clase obrera de su arma sindical más fuerte. Desde sus premisas lógicas, estos partidos sólo pueden consolidarse en formas fascistas o socialdemócratas, logrando así de facto una temporal unidad política nacional burguesa y subordinando abiertamente a la clase obrera a los intereses del capital nacional. Esta fue la estrategia de las clases dominantes en el período de crisis que condujo a la Segunda Guerra Mundial, con la aparición del fascismo en Europa, el estalinismo en Rusia y la socialdemocracia de Franklin D. Roosevelt. El apoyo predominante a los Republicanos por parte de los intereses industriales tradicionales frente al de las clases medias liberales, que constituyen una gran parte de la base de los demócratas, explica la polarización entre los dos partidos burgueses, surgida en un capitalismo cada vez más enfermo, enfrentado a una crisis de acumulación de beneficios que obliga a la gran burguesía a devorar a las clases medias y a la aristocracia obrera para sostener la acumulación y la tasa de beneficios. Como resultado, los dos partidos burgueses se ven cada vez más incapaces de ponerse de acuerdo en muchas cuestiones clave, incluyendo, recurrentemente, el presupuesto federal. Incluso en estas elecciones, Trump continuó diferenciándose de las “buenas maneras” de la política burguesa estadounidense, amenazando incluso con el uso del ejército para vengarse de los rivales políticos y aludiendo a la posibilidad de nombrarse a sí mismo jefe de Estado si no era elegido. En respuesta, los Demócratas retomaron su retórica antifascista para “salvar la democracia”. Algunos Republicanos retrocedieron, amenazando con que la elección de Trump podría ser la última en EEUU, con alusiones a una guerra civil si no era elegido. A la luz de la “insurrección” del 6 de enero, en la que una turba desorganizada de unos pocos miles de partidarios de Trump irrumpió en el Capitolio, y el posterior fracaso de la demanda presentada por los demócratas, Trump se ha convertido en un mártir para su base de pequeñoburgueses y clases bajas que ven el fracaso del orden liberal para ser sustituido por un líder autoritario con poderes especiales. La posibilidad de despojar al régimen burgués de su barniz democrático ciertamente está siendo considerada por muchos dentro de la clase dominante. El estilo caótico de Trump, su impopularidad entre muchos militares y la división entre los burgueses, en ausencia de una amenaza existencial real a su orden de clase en el futuro inmediato, hacen que sea poco probable en este momento que la burguesía se una en torno a Trump. Además, debido a la presencia de un Partido Demócrata bien enraizado, sería difícil para los Republicanos crear un Estado unipartidista efectivo. Pero independientemente del hecho de que el propio Donald Trump se esfuerce o no por convertirse en un dictador, esto no aparta a los Estados burgueses de la larga marcha del mundo hacia métodos cada vez más autoritarios y fascistas. Como Marx observó poéticamente, «la estructura de los elementos económicos de la sociedad no se ve afectada por las nubes de tormenta del cielo político». El grado de desarrollo de la producción económica es siempre, en última instancia, el factor decisivo en las acciones de una nación y de los individuos que representan a sus clases. Mientras prevalezca el modo de producción capitalista, éste sólo podrá dar formas capitalistas de expresión política. Detrás del efímero clamor de las elecciones, aparecen en el horizonte las verdaderas crisis inevitables: la catástrofe en ciernes causada por la superproducción capitalista y la incapacidad de las masas para satisfacer sus necesidades, la próxima gran guerra de las naciones burguesas más desarrolladas. Las tensiones imperialistas en Europa y Oriente Próximo están llegando de nuevo a su punto álgido, las guerras imperialistas asolan a innumerables masas, disfrazadas bajo demandas de autodeterminación nacional. En Estados Unidos, muchos están horrorizados por la crudeza de estas guerras y convencidos del papel del propio Estado en la devastación; una vez más protestan en las calles con demandas de paz y libertades democráticas. Esto mientras el gobierno del Partido Demócrata, mientras hipócritamente afirma ser la alternativa a la “violencia” de Trump, promete mantener al ejército estadounidense como la “fuerza más letal del mundo”. Recordemos, como estableció la III Internacional Comunista, que no existe una “democracia en general”, por encima de las clases; siempre es un instrumento de la clase dominante y amoldada a su protección. Una vez más, sea quien sea el elegido, poco o nada cambiará en la vida cotidiana de la clase obrera estadounidense. Al final, los trabajadores estadounidenses se enfrentarán a una de las caras del capital y tendrán que adecuarse para la defensa de sus intereses. El único camino de emancipación para el proletariado es organizarse sobre la base de la realidad económica de los trabajadores y luchar contra el capitalismo y todas sus expresiones, incluido el parlamentarismo burgués, sin apoyarse en la forma democrática de la tiranía burguesa. Si hay “nubes de tempestad” en el horizonte, no son las que amenazan al electoralismo burgués, sino las del inminente choque final de las dos clases en una larga batalla por el destino de la historia humana.
Sólo a través de la victoria del proletariado, dirigido por el órgano político de la clase obrera, el Partido Comunista Internacional, se podrá acabar definitivamente con las contradicciones irreconciliables entre el trabajo y el capital, destruyendo el aparato estatal de la burguesía e instaurando la dictadura del proletariado, eliminando así, de una vez por todas, la sociedad de clases.
Trump: Se impone una nueva visión para el Estado imperialista norteamericano Desde hace más de medio siglo, “Occidente” – un concepto que abarca en el imaginario colectivo de los medios de comunicación a Europa Occidental, América del Norte, Japón, Corea del Sur, Australia y otros – ha mantenido una política imperial que ha tendido a ser unificada, aún con sus crisis y altibajos, tanto en lo económico como en lo político, configurándose como un cartel imperial global. En este sistema, existe una competencia libre y hasta ahora pacífica entre los carteles nacionales de distintos países. Por ejemplo, el cartel automotriz alemán compite con el estadounidense y el surcoreano, lo mismo ocurre en sectores como el tecnológico y farmacéutico, entre otros. Estos carteles se reparten el mercado internacional, que incluye América Latina, África y otras regiones sin carteles propios con los cuales competir. Este orden ha consolidado una unidad política en los Estados occidentales, especialmente en su política de expansión imperial, en la que los gobiernos “autocráticos” tendieron a ser reemplazados por “democracias”, fortaleciendo la entrada de los gigantes corporativos occidentales. Estos nuevos mercados facilitan la expansión de las economías de Occidente, lo que genera un crecimiento compartido de los capitales nacionales, que hasta ahora no competían entre sí. Los países absorbidos por Occidente han sido, en su mayoría, naciones que estuvieron bajo el control de la URSS o aquellas que no formaban parte del mercado globalizado. En el marco de esta estrategia, se crea un “muro comercial” alrededor de los países de Occidente, mediante aranceles, embargos y restricciones a las importaciones, con el objetivo de limitar las ganancias de las industrias extranjeras y reducir su competitividad. Esto, a su vez, permite aumentar los precios internos, beneficiando a las industrias locales y fomentando su capacidad de hacer dumping, una táctica que consiste en vender productos por debajo de su valor real para destruir a los competidores. Eventualmente, esta estrategia culmina con un cambio de gobierno, que puede ocurrir a través de una invasión en circunstancias específicas, una “revolución de color” movilizando a la población, apoyándose en muchos casos en descontentos genuinos presentes en la población, con movimientos interclasistas típicamente liderados por la pequeña burguesía, que trata de resistirse a la desmejora de su nivel de vida y a su proletarización. En países donde esta estrategia resulta inviable, como China, Vietnam o Laos, la crisis capitalista empuja a Occidente a forjar alianzas de conveniencia, permitiendo a estos conservar sus gobiernos bajo ciertas concesiones. Tal es el caso de China y Occidente, que encontraron cada uno en el otro una salida a sus problemas coyunturales. A principios de los años 80 Estados Unidos buscaba escapar de la estanflación, debilitar los movimientos laborales internos y enfrentar una crisis inminente, logrando esto al exportar su excedente de capital a China y subordinando el capital chino al estadounidense. A finales de los años 70, China era un Estado pobre y fácilmente controlable, lo que aumentaba la fuerza laboral disponible para el capital estadounidense y facilitaba su valorización. Por su parte, China vio en EE.UU. una oportunidad para desarrollar su capacidad industrial y posicionarse como potencia mundial. Hoy, en este panorama, China se ha consolidado como una potencia con intereses imperiales que chocan con los de Occidente. En EE.UU., las recientes elecciones reflejaron dos estrategias frente al gigante asiático. La primera, representada por Harris, es la ortodoxa: continuar la expansión de mercados internacionales dominados por Occidente mediante cambios de régimen en países como Ucrania, Bielorrusia y Siria. Estos mercados permiten mantener las relaciones comerciales entre EE.UU. y Europa, basadas en libre comercio relativo y tarifas para áreas fuera de su influencia, con el objetivo de fortalecer los cárteles occidentales. Aunque esta estrategia ha sido útil para EE.UU. y Occidente en el pasado, actualmente comienza a fallar. No existe un mercado comparable al chino para absorber masivamente el excedente de capital, y los cambios de régimen en países fuera del dominio imperial, como Ucrania y Siria, han sido más lentos y complejos de lo esperado. Además, los mercados resultantes son demasiado pequeños para aliviar la crisis actual. La superposición de cárteles entre EE.UU. y Europa, junto con el libre comercio entre ambos, limita la capacidad de incrementar precios localmente, afectando la competitividad de ambos bloques. Esto pone a ambos lados en el dilema del prisionero, donde un rompimiento de relaciones aumentaría la capacidad de competencia en el mercado internacional de cada uno, así este disminuya los ingresos. Mientras tanto, el agresivo capitalismo chino avanza imperialmente. Con la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China exporta su excedente de capital al tercer mundo, ganando mercados para sus productos y consolidándose con acuerdos de libre comercio, lo que erosiona los mercados tradicionales de Europa y EE.UU. Sin beneficios compartidos equitativamente en el bloque imperial occidental y con una competencia interna creciente, emergen tensiones en ambos bandos. La primera es la redistribución de los mercados, tanto de capital como de recursos naturales. La insuficiencia de grandes mercados genera disputas por las porciones actuales, consideradas injustas por todas las partes. Además, surgen divergencias económicas, por ejemplo en torno al petróleo ruso: EE.UU. favorece aislar a Rusia para proteger su industria petrolera y aumentar su rentabilidad, mientras que Europa prefiere seguir utilizando gas ruso hasta encontrar una alternativa viable. Ante la amenaza china, el bloque imperial de Occidente tiende a fragmentarse, con cada capitalismo nacional buscando maximizar sus propios intereses. La aparente unidad entre estos imperialismos es, en realidad, una coexistencia de competidores que explotan cualquier oportunidad para imponerse unos sobre otros. Ante este panorama, surge la solución de Trump, cuyo objetivo es romper con la estrategia tradicional de EE.UU. Su plan incluye reducir impuestos a los cárteles para maximizar sus ganancias y aumentar su capacidad de dumping. Además, introduce tarifas de importación para encarecer productos domésticos y beneficiar la producción nacional. Este enfoque, lejos de ser una debilidad, tiene como eje central el empobrecimiento del proletariado estadounidense. Las tarifas también buscan abrir mercados en países aliados, redistribuyendo a favor de EE.UU. incluso a costa de las industrias de sus socios. La cuestión es hasta qué punto Europa tolerará esta reconfiguración imperial antes de reaccionar, ya sea mediante el apaciguamiento, como Gran Bretaña con la Alemania nazi, o preparando una respuesta. Este programa no es más que la intensificación del imperialismo estadounidense en contra de sus antiguos vasallos, los cuales han crecido lo suficiente para desarrollar sus propios intereses en su contra. Este es el caso porque a pesar de todos los acuerdos políticos, económicos y militares, el capital de ambos continentes no ha logrado, ni logrará, superar su naturaleza nacional. En esencia, la barrera del comercio internacional sigue siendo lo suficientemente grande para evitar la consolidación de monopolios y carteles que abarque ambos continentes, y como consecuencia, los intereses imperiales de Europa y EEUU siguen en una alianza de conveniencia, dependiente de la conquista de nuevos mercados. Cuando esto falle, y se intensifique la competencia entre los sectores desarrollados en ambos, la consecuencia solo puede ser un rompimiento de relaciones. De estas visiones surgieron las estrategias electorales de los candidatos a la presidencia de EE.UU. Harris centró su discurso en apelar a la pequeña burguesía, consciente de que su programa imponía impuestos tanto a ésta como a la gran burguesía. Sin tarifas de importación, y con la promesa de continuar la guerra en Ucrania y otras incursiones imperiales, su retórica enfatizó “Reducción de impuestos para familias de clase media” y “Apoyo a pequeñas empresas”, buscando aliviar temores y contrarrestar el atractivo material del plan de Trump. Este último, con sus tarifas, favorecía indirectamente a los pequeños productores al permitirles competir en mercados antes inaccesibles. La estrategia de Harris dejó de lado a la clase trabajadora, confiando en su histórico apoyo al Partido Demócrata. Prometía reducir costos en salud, vivienda y cuidado infantil, beneficios que parecían superar las propuestas de Trump, que amenazaban con empeorar estos problemas. Sin embargo, lo que no previeron sus asesores fue que la clase trabajadora, cansada de promesas incumplidas por varias administraciones demócratas, terminaría perdiendo la fe en el partido. Por otro lado, estaba Trump, cuya retórica busca vender un programa de empobrecimiento a la clase trabajadora. Las tarifas masivas de importación inevitablemente empobrecerían al proletariado, pero ¿cómo convencer a la mayoría de apoyarlo? La respuesta es simple: desviar la atención. Su campaña se enfocó en temas alejados de la lucha de clases, como ser el candidato anti-“Woke” (término republicano para referirse a corrientes progresistas que promueven igualdad de derechos para mujeres, la comunidad LGTBI+ y otras minorías) y el candidato anti-criminalidad, lo cual ratificó en sus anunciós al tomar posesión del cargo de presidente el 20 de enero. Además, Trump ofreció a los trabajadores promesas de protección y beneficios. Así como Harris hizo guiños a la pequeña burguesía, Trump apeló al proletariado con propuestas de educación superior accesible, vivienda económica, lucha contra la inflación y protección frente a la competencia de inmigrantes. Aunque estas promesas eran tan poco creíbles como las de Harris, lograron resonar. Trump también prometió ganancias imperiales, hablando de proteger la industria automotriz, equilibrar el comercio exterior y eliminar tratados “injustos”. El mensaje central de su programa a los trabajadores fue claro: “Aunque se enriquezca a la burguesía a costa del proletariado, las ganancias imperiales se repartirán entre ambos”. Este mensaje, aunque atractivo, solo beneficia realmente a la gran burguesía, que usaría estas protecciones para intensificar la acumulación de capital, apoyándose en el trabajo de los empleados. Incluso la pequeña burguesía, inicialmente beneficiada por el aumento de precios, sería arruinada a largo plazo por este modelo. Y ya en el cargo de presidente Trump anunció “Vamos a construir autos en territorio nacional como nunca antes”, dirigiéndose a los trabajadores de las principales automotrices como General Motors, Stellantis y Ford y en un gesto directo a la United Auto Workers (UAW). La reciente victoria de Trump deja muchas preguntas: ¿podrá implementar su ambicioso programa? Con una súper mayoría en las tres ramas del gobierno, parece factible que logre aprobarlo en su totalidad. Sin embargo, las instituciones imperiales de EE.UU. tienen una inercia difícil de superar, y el programa de Trump está impregnado de retórica politiquera. Por ello, es probable que los cambios sean lentos pero profundos. Mientras tanto, la burguesía estadounidense busca mantener lazos con Europa, y ambos bloques todavía ven utilidad en su alianza contra Rusia. Lo que observamos ahora es solo el inicio de un distanciamiento temporal y una leve redistribución de mercados, aunque futuras crisis podrían agravar esta situación. Una pregunta más interesante es: ¿cómo enfrentará Trump a los trabajadores que, ante el deterioro de sus salarios y condiciones laborales, inevitablemente lucharán contra esta situación? Para fortalecer su posición en los mercados internacionales, incluso contra sus aliados, el imperialismo norteamericano deberá manejar la resistencia del movimiento obrero interno. La respuesta parece ser doble: un incremento masivo de propaganda hacia los trabajadores y una militarización del Estado en su contra. La presencia de Elon Musk en el gobierno y el reciente anuncio de Facebook, que eliminará filtros contra la desinformación y ajustará su algoritmo para ser más “equitativo,” indican que esta administración buscará desregular los límites de la propaganda, reforzando su control sobre la narrativa pública. Adicionalmente, no contento con conseguir la mayoría de la corte suprema en su primer término, Trump sin duda alguna buscará el reemplazo de jueces federales por marionetas que permitan una rápida persecución a quienes califiquen como “terroristas” y atenten contra las corporaciones y el Estado. Un ejemplo de esto es el reciente procesamiento de Luigi Mangione, un aventurero pequeño burgués, acusado de asesinar al CEO de una aseguradora médica en EEUU, y que el aparato judicial norteamericano se ha enfocado en volverlo un ejemplo de cómo el Estado trata a quienes promueven la “animadversión hacia la América corporativa”. Alguien podría preguntar ¿Cuál debería ser la política del proletariado ante el inevitable ataque de la burguesía y sus gobiernos? La respuesta a esta interrogante está codificada por los comunistas hace más de un siglo. El proletariado deberá responder con la huelga general y el derrotismo revolucionario, fortaleciendo un frente interno de lucha de clase, con enfoque internacionalista, desde el territorio norteamericano. En este caso este derrotismo toma la forma de lucha por el aumento significativo de los salarios, por la reducción de la jornada de trabajo (sin reducción de salarios) y por la “vuelta a casa” de los proletarios que son enviados como carne de cañón en las operaciones militares de control de territorios y confrontación con otros Estados burgueses. Es así como el proletariado norteamericano se abrirá camino hacia la toma del poder. Las organizaciones económicas del proletariado deberán prepararse para defenderse y enfrentar los inevitables ataques, tanto judiciales como económicos y policial-militares, que emprenderán los gobiernos burgueses para proteger las ganancias de los consorcios empresariales con sede en Norteamérica. Cualquier concesión social será circunstancial y en ningún momento deberá ser asumida como fuente de ilusiones de que el nivel de vida de los trabajadores mejorará. Pero no habrá mejoras para los trabajadores, porque estas mejoras atentarían contra la competencia del capitalismo norteamericamos con sus enemigos comerciales. El Estado imperialista, como gestor del capital social, incorpora a los trabajadores en su lógica, ya que representan el capital vivo que valoriza al capital muerto. Si las organizaciones de trabajadores no pueden ser destruidas, el Estado, y gobernantes como Trump y otros que lo sucedan, podrían intentará someterlas, aún más, a su control legal, haciéndolas equivalentes a una rama “independiente” del aparato estatal, para socavar la autonomía del movimiento obrero y encausar sus energías hacia las conveniencia de las estrategias de dominación capitalista y de competencia con otros imperialismo. El movimiento obrero debe reanudar sus luchas con una clara comprensión de su enemigo de clase y con el resulgimiento de verdaderos sindicatos de clase. Por ello, es esencial luchar no solo contra Trump y su gobierno, o contra demócratas y republicanos, o contra cualquiera que llame a los trabajadores al voto democrático para llegar al gobierno y al parlamento, o a enviar soldados a los frentes de batalla imperialista, sino plantear la lucha de clase contra los sectores burgueses, que intentan atraer a los trabajadores con promesas vacías, como un cebo para que caigan en la trampa del “American Dream”. El “viraje” impulsado por Trump será asumido por sus sucesores, como táctica para enfrentar a China en la lucha interimperialista por el control de los mercados. Tan enemigo de los trabajadores es Trump, quien los ataca abiertamente, y el burgués que persigue las ganancias imperiales estadounidenses, como el burgués “humanitario,” que busca distribuir esas ganancias entre los trabajadores, mientras finge ser su aliado, con una sonrisa y retórica “pro-trabajador”. Este último, en realidad, prepara el terreno para que la burguesía acumule fuerzas y lance un ataque definitivo contra los trabajadores, después de todo solo un Friedrich Ebert podría facilitar la existencia de un Adolf Hitler. Ambos representan momentos conectados dialécticamente en la misma ofensiva capitalista.Obedientes marionetas del capital para ocultar su necesidad de guerra y su crisis mortal Es un viejo cuento de hadas burgués que el militarismo expansionista de los Estados sería exaltado por los gobiernos de ideología fascista, mientras que los de forma democrática abogarían por el uso de la diplomacia, rechazando la guerra para la resolución de disputas entre naciones. Esta ilusión óptica se ha renovado recientemente con el disparate sobre el supuesto papel de las “personalidades” en la historia difundido por los medios de comunicación durante el espectáculo electoral estadounidense. A bombo y platillo, la nueva marioneta histriónica de los capitalistas estadounidenses proclamó cuál es la política exterior del imperialismo decadente número uno: iba desde una hipotética conquista por la fuerza militar del Canal de Panamá y Groenlandia hasta la anexión “por vía económica” de Canadá, que se convertiría en el 51º estado de EEUU. Sin duda, el juego de espejos de los medios de comunicación, a los que dan la vuelta y distorsionan, es confundir a los trabajadores y enviar mensajes cifrados y amenazas a sus rivales: capitalistas, corporaciones, Estados. El capitalismo exacerba cada vez más un antagonismo demencial y una lucha permanente entre naciones, grupos industriales y financieros, bancos y corporaciones, cada uno defendiendo sus propios intereses egoístas, miopes y ciegos. El capitalismo es siempre militarista, no puede no serlo, en todos los Estados, grandes y pequeños, del viejo y del nuevo industrialismo. El año 2024 terminó con el mayor número de conflictos desde el final de la Segunda Matanza Mundial, desencadenados tanto por gobiernos democráticos como autoritarios. A menudo indistinguibles: en la propaganda de guerra burguesa, el enemigo es siempre “fascista”. La guerra en Ucrania, la carnicería en Gaza, los recientes acontecimientos en Siria y Sudán revelan la verdadera naturaleza del capitalismo, que hoy domina todo el planeta, con sus leyes y su insaciable hambre de ganancias. Todos estos conflictos no tienen otra finalidad histórica y general que la supervivencia del capital, y están dictados por las propias leyes que rigen el capitalismo, y no por la mala voluntad de unos pocos hombres, partidos o gobiernos. Pero no sólo hacia la guerra, incluso en las entreguerras sólo hay una política burguesa. Las proclamas de los gobiernos de todos los colores, de derechas y de izquierdas, democráticos o autoritarios, que se engañan pensando que pueden superar la crisis modificando la política económica, imponiendo reglas y controles a los mercados, o dejando a los capitalistas libertad para jugar, no son más que propaganda para convencer a los trabajadores de que acepten siempre nuevos sacrificios: recortes en los gastos sociales, en los salarios, en las prestaciones por desempleo, en las pensiones. En todos los países, la patronal llama a todos a colaborar para hacer más competitiva la economía nacional. Obligados a soportar esta imposición, los trabajadores atan sus propios destinos a los de la clase que les explota, lo que les llevará inevitablemente a la guerra, a enfrentarse contra otros trabajadores. El avance de la crisis hará que las condiciones de la clase obrera sean cada vez más insoportables en todas partes. La creciente competencia económica, comercial y militar entre los Estados (que cada año gastan más en armarse) dejará claro que la única alternativa histórica real es: o la guerra imperialista mundial o la revolución comunista internacional. Hoy los trabajadores deben organizarse primero para defender sus salarios, uniéndose entre ellos, superando las divisiones artificiales de nacionalidad, religión, categoría, raza, etc. alimentadas y deseadas por la clase dominante. Los sindicatos de clase dispuestos a defender intransigentemente las condiciones de la vida obrera, decididos a rechazar toda responsabilidad en la economía nacional, tendrán que renacer en todos los países bajo el impulso de la lucha reivindicativa. La reducción de la jornada de trabajo por el mismo salario es un objetivo por el que la clase obrera debe luchar. En la lucha, llevada a cabo con verdaderas huelgas generales, los trabajadores afirmarán su verdad: que si el infame régimen del capital se hunde, la clase obrera no se hundirá con él, sino que aprovechará la crisis del capital mundial para derribarlo.
Contra toda metamorfosis de la clase enemiga, contra este monstruo de cien
cabezas, desde las que lloriquean y babean hasta las que susurran lisonjas,
repetimos nuestro lema de siglos: en la fase histórica del resurgimiento
internacional de la lucha de clases, nuestro Partido, heredero del programa
histórico del comunismo revolucionario de Marx y Engels, de Lenin y de la
Izquierda Comunista Italiana, reuniendo a la vanguardia de los trabajadores,
dirigirá la batalla para impedir una nueva guerra mundial y enterrar con la
revolución al capitalismo, su explotación sin sentido del trabajo humano, sus
guerras permanentes y la miseria que impone a millones y millones de hombres.
El complaciente “terrorismo” La burguesía no se cansa de propagandizar la necesidad de la guerra contra el terrorismo, interno y externo, una lucha que presupone la alianza entre todas las clases y luego, posiblemente, entre todas las naciones. La falsedad de tal guerra es ahora evidente. Recordemos solamente que el famoso Bin Laden fue armado, entrenado y financiado por Estados Unidos cuando combatía contra los rusos en Afganistán, y era definido como un combatiente por la libertad contra el comunismo. Luego, cuando el perro mordió la mano del amo, el amo obviamente se enfadó, y luego Bin Laden, con su organización Al Qaeda, se convirtió para todo Occidente en un terrorista sanguinario. En realidad nada ha cambiado y el carnicero sigue siendo carnicero. En Siria, en 2011, Al Qaeda y organizaciones similares volvieron a ponerse del lado de Occidente y de la libertad contra el tirano Assad, carnicero como todos los jefes de Estado burgueses, pero culpable de ser un peón del imperialismo ruso y no del norteamericano. Como resultado de esta guerra, el ISIS se encontró controlando grandes zonas del territorio sirio e iraquí, convirtiéndose en un problema para los intereses occidentales. Después de contar con el apoyo de Turquía, Arabia Saudita y Qatar, que perseguían sus propios intereses de hegemonía regional, con la aprobación del imperialismo norteamericano, el ISIS fue atacado por Estados Unidos y sus vasallos, que sólo entonces se dieron cuenta de que estaban tratando con terroristas sedientos de sangre y cortadores de cabezas. Si nos fijamos en Italia, ahora es admitido incluso por la burguesía que el terrorismo fascista, desde Piazza Fontana en adelante, recibió órdenes de los servicios secretos italianos, que a su vez recibieron órdenes de los servicios secretos estadounidenses. Años más tarde, se ha demostrado, salvo para los que no quieren ver, que incluso las Brigadas Rojas, con ocasión del secuestro de Moro, no eran más que marionetas de un designio concebido al otro lado del Atlántico. Volviendo a Siria hoy, a finales de 2024, los remanentes de el ISIS y Al Qaeda vuelven a ser armados y ayudados, por Turquía, y directa o indirectamente por el imperialismo norteamericano y sus vasallos; también son ayudados por Israel, interesado en debilitar al régimen de Assad y sus aliados iraníes, por lo que Siria es bombardeada diariamente. Recordemos que en los años de mayor fuerza del ISIS, éste nunca atacó a Israel, mientras bombardeaba al ejército sirio y a los contingentes iraní y libanés de Hezbolá. En Siria, como en Ucrania, hay un choque entre el imperialismo estadounidense y el ruso, y ambos hacen uso de milicias, partidos y grupos locales. Todos son asesinos y representantes de los intereses burgueses, pero a los que luchan del otro lado se les llama terroristas, y a los aliados se les llama luchadores por la libertad contra el terrorismo.
El proletariado de Medio Oriente es carne de cañón de todos ellos. Sólo tiene un
camino para impedirlo y salvarse: abandonar todos los partidos burgueses que lo
mantienen encadenado a la propaganda patriótica y religiosa, y abrazar a sus
hermanos de clase, de todas las etnias y de todas las religiones, militando en
el Partido Comunista Internacional con el fin de derrocar al capitalismo y
llegar a la revolución comunista, la única que puede proporcionar pan y paz,
algo imposible bajo la dictadura del capital.
Derrotismo - Aún no revolucionario - en Ucrania La guerra en Ucrania ya supera los mil días. Después de dos años de situación incierta en la que los ejércitos enemigos se masacraron mutuamente, la situación ha confirmado recientemente la capacidad de las fuerzas rusas para imponerse en todos los frentes, como era previsible desde el inicio del conflicto, considerando las diferentes potencialidades de los dos Estados. Desde hace meses, los rusos avanzan en todos los sectores del largo frente de guerra, aunque lentamente, sobre todo debido a la mayor disponibilidad de soldados. Pero últimamente la guerra también ha visto cambios significativos a nivel político. El 17 de noviembre, el gobierno estadounidense dio su visto bueno al uso de misiles de largo alcance contra territorio ruso. La justificación de este cambio de rumbo fue la presencia de 10.000 hombres norcoreanos, acompañados de piezas de artillería, lo que habría cambiado la naturaleza de la guerra. El día 19 se lanzaron misiles balísticos ATACMS de fabricación estadounidense contra un depósito de municiones en Kerchov, en la provincia rusa de Bryansk, y el día siguiente unos misiles de crucero Storm Shadow, suministrados por Gran Bretaña, fueron lanzados contra un centro de mando en un búnker subterráneo en la región de Kursk. Al igual que los ATACMS, los Storm Shadows también son operados en Ucrania por personal británico y guiados hacia objetivos por satélites militares estadounidenses. El uso de estas armas contra su territorio permite a Moscú acusar a Washington y a Londres de implicación directa en el conflicto. La respuesta no se hizo esperar. El 21 de noviembre, Rusia atacó la zona industrial de Dnipro, en Ucrania, con siete misiles de crucero, uno hipersónico y otro balístico. El Kremlin dijo que Estados Unidos había sido informado 30 minutos antes del lanzamiento y afirmó que había mantenido una “comunicación constante” con Washington sobre la cuestión de las armas nucleares. Unas horas más tarde, en un discurso televisado dirigido a las Fuerzas Armadas, Putin afirmó que el permiso dado por Estados Unidos y Gran Bretaña a Kiev para atacar profundamente el territorio ruso con los misiles que ellos le habían suministrado había hecho que el conflicto adquiriera “un carácter global” y Moscú se reserva el derecho de atacar también las infraestructuras militares de Washington y Londres. «Nos consideramos autorizados a utilizar nuestras armas contra las estructuras militares de aquellos países que permitan el uso de sus armas contra nuestras estructuras». La gravedad de la situación también queda demostrada por las reacciones de varios gobiernos. China llamó a todas las partes a ejercer “calma y moderación” y a “reducir la situación mediante el diálogo y la consulta”. El primer ministro polaco, Donald Tusk, afirmó por su parte que “las últimas horas han demostrado que la amenaza es grave y real”. En Alemania, el Canciller alemán Olaf Scholz reiteró que “no queremos suministrar a Ucrania misiles de crucero capaces de penetrar profundamente en territorio ruso”. Por su parte, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, poniendo de relieve con estas intervenciones las divisiones dentro del campo occidental y de la OTAN, han vuelto a confirmar su apoyo, al menos de palabra, a Ucrania. El Primer Ministro laborista Starmer habló de la necesidad de que todos los países de la OTAN “incrementen el apoyo a nuestra defensa colectiva”, reiterando el objetivo del Reino Unido de un gasto de defensa del 2,5% para la primavera. El débil Macron, durante una reciente visita a Varsovia, reiteró su apoyo a Ucrania para poder tratar con Rusia “desde una posición de fuerza”. La portavoz del Pentágono, Sabrina Singh, en una rueda de prensa, declaró, quizás deseando que así fuera: “Los riesgos de un próximo nuevo uso por parte de Moscú del súper misil Orechnik, lanzado ya hace diez días en Dnipro, contra Ucrania”. Desde hace semanas, la administración estadounidense pide al gobierno ucraniano que incluya a otros proletarios en la lucha, reclutando también a jóvenes de entre 18 y 25 años. El gobierno burgués ucraniano hasta ahora se ha negado, por temor a un levantamiento social, dado que la mayoría de los ucranianos desearía un rápido fin de la guerra, a cualquier precio, mientras que los soldados en el frente desertan en gran número. No sabemos cómo una reacción desproporcionada de Moscú, con bombardeos sobre instalaciones civiles, podría cambiar la situación social. Lo que es seguro es que el proletariado en Ucrania sólo evitaría nuevos sufrimientos y nuevas muertes a causa de una rápida derrota militar de su burguesía y su nación. Una derrota del igualmente burgués Estado de Moscovia tendría un efecto similar sobre los trabajadores rusos. En las últimas semanas, el mantra del presidente Zelensky contra cualquier daño a la integridad territorial de Ucrania ha permanecido en silencio. Ahora estaría dispuesto a un “alto el fuego” posponiendo la recuperación de las provincias ocupadas por Moscú. El presidente belicista toma nota de que el ejército ucraniano se está desmoronando desde dentro y que, ante las continuas matanzas, cada vez más soldados abandonan el frente. Aunque sigue siendo un fenómeno individual, las cifras son impresionantes, más de cien mil desertores sobre un millón doscientos mil movilizados. Incluso desde el frente ruso hay noticias de deserciones, de negativas a luchar y de soldados que disparan contra sus propios oficiales. Quizás esta sea la razón por la que las tropas rusas avanzaban tan lentamente, a pesar de la debilidad de los ucranianos. En esta situación, los principales gobiernos de la Unión Europea, Estados Unidos y Gran Bretaña siguen avivando las llamas de la guerra, temiendo el peligro ruso y la necesidad de defenderse del enemigo a las puertas. Pero el enemigo del proletariado está en casa. Son los gobiernos, los parlamentos al servicio de los amos, los que ganan con los contratos de guerra, los que pretenden aumentar el gasto militar, los que empujan a los enfrentamientos entre Estados. Los comunistas sabemos que se acerca una guerra general. Sabemos que el régimen del Capital no saldrá de la crisis endémica de su sistema de producción excepto con una guerra masivamente destructiva de bienes y hombres, que permita, como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, el reinicio de un nuevo ciclo de acumulación. Sabemos que las fuerzas bien organizadas del capital empujan hacia la guerra, que el complejo militar-industrial dirige los diversos gobiernos y diplomacias estatales. Pero también sabemos que una clase puede oponerse decididamente a la guerra; es el proletariado internacional, que no tiene nada que ganar con un choque general entre sus respectivos amos y sí mucho que perder. Contra las amenazas de guerra, contra el militarismo creciente, contra el aumento generalizado del gasto militar, reiteramos, por tanto, nuestro grito; ninguna colaboración del proletariado con su propia burguesía, ninguna solidaridad entre clases en nombre de la defensa de la patria.
No a la guerra imperialista entre Estados. ¡Sí a la guerra de clases
internacional para derrocar al régimen del Capital!
Guerra entre imperios en Siria El reciente resurgimiento de la guerra civil en Siria, al menos en la forma de lucha sectaria entre gobierno y oposición, en todos los sentidos, ha conmocionado no sólo a la opinión internacional sino también a muchos de los actores implicados. Con nuestro método materialista histórico, es decir, marxista, intentamos dar sentido al desarrollo de la guerra civil imperialista en Siria, un país que nuestro Partido ha seguido con especial atención desde el comienzo de la guerra civil e incluso recientemente.
Es oportuno esbozar brevemente el contexto y la historia de la guerra civil siria, remitiéndonos a nuestros textos: “Siria entre el choque de clases y las ansias imperialistas” (Il Partito Comunista, 351-2, 2012), “La guerra imperialista que se libra en Siria” (Il Partito Comunista, 383, 2017) y “La invasión turca de Siria con el consentimiento de los imperialismos ruso y estadounidense” (“Il Partito Comunista”, 398, 2019). Como escribimos en 2012: «En 1918, las tropas británicas ocuparon Siria, poniendo fin al dominio turco y apoyando el accenso al trono de su aliado el emir Feisal. Pero los franceses pronto dispersaron las débiles fuerzas de Feisal y tomaron el control del país, establecido en 1922 en forma de mandato de la Sociedad de Naciones. El mandato duró hasta la independencia, reconocida en 1941 pero no aplicada hasta 1946, al final de la Segunda Guerra Mundial. Durante este periodo, Francia explotó las diferencias étnicas y religiosas, en particular las minorías cristiana, alauita y drusa, para asegurarse un control fácil y manejable sobre la mayoría sunita del país, confiando los rangos inferiores del ejército a estas minorías, como habían hecho los ingleses en la India con los sikh (...) En la posguerra se produjeron varios golpes de Estado. En 1963, el partido Baath, de hecho el clan de la familia Assad, que sigue en el poder, se hizo con el poder y proclamó un estado de emergencia que imponía severos límites a las libertades civiles y políticas de la población y otorgaba amplios poderes discrecionales al ejército y a la policía». Durante la Guerra Fría, la Siria baasista fue un estrecho aliado del bloque del Este. Después, «la clase dominante siria se vio obligada a desarrollar tácticas diferenciadas: por un lado, la burguesía alauita buscó nuevas y mejores relaciones con Estados Unidos, como demuestra su importante apoyo a la coalición liderada por Washington en la guerra contra Irak [en 1991]; por el otro, trabajó para reforzar su alianza estratégica con Irán con una función anti-israelí. A pesar de estas maniobras, el régimen sirio, debido a su debilidad interna, se vio obligado en 2005 a renunciar a su ocupación militar del vecino Líbano, donde durante años actuó como vigilante contra el proletariado palestino y libanés. A pesar de estas maniobras, Damasco ha perdido gran parte de su influencia en la región, y ahora estas debilidades en el frente exterior se suman a las internas, agudizadas por la incesante precipitación de la crisis mundial» (“Il Partito Comunista”, 352). En este contexto, Siria se encuentra entre los países sacudidos por la serie de protestas y levantamientos masivos conocidos como las “Primaveras árabes”, que comenzaron en diciembre de 2010 en Túnez tras la autoinmolación de un vendedor ambulante. Aunque en algunos ejemplos, como en Túnez y Egipto, estos movimientos interclasistas expresaron un claro contenido de clase y los acontecimientos condujeron a la rápida destitución de los antiguos gobernantes y al restablecimiento del orden, Siria, al igual que Libia, demostró ser un caso diferente. Como escribimos en 2012, poco después de la llegada de la Primavera árabe a Siria a finales de 2011: «Las divisiones entre los grupos sociales nunca se recompusieron, al contrario, se exacerbaron, y la ola de la crisis imperialista, con el rápido deterioro de las condiciones de vida de las clases bajas, fue el detonante de la mecha que también hizo arder Siria (...) Durante los primeros meses, las manifestaciones de protesta en las distintas ciudades y gobernaciones fueron sustancialmente similares y tendieron a ser pacíficas; especialmente en los suburbios proletarios más pobres, miles de personas salieron a la calle (...) Las marchas coreando consignas antigubernamentales, pidiendo la caída del régimen, reformas sociales y económicas, hipnotizadas por el mito de la reivindicación de más libertad y más democracia, se dirigieron hacia las oficinas y sedes del gobierno, chocando a menudo con las fuerzas de seguridad que no dudaron en disparar (...) Es probable que muchos proletarios, sobre todo obreros, desempleados, pero también trabajadores de la industria y los servicios, han participado y siguen participando en las manifestaciones, pero sin resaltar ninguna de sus especificas reivindicaciones de clase (...) «En noviembre y diciembre, en el frente internacional se intensificó el aislamiento de Damasco; en el frente interno se produjo una militarización gradual del levantamiento. Desde septiembre ha habido menos episodios de enfrentamiento desigual entre el gobierno y los manifestantes en general, pero diversos grupos armados, financiados por el imperialismo occidental y las monarquías del Golfo, se enfrentan cada vez más al ejército. Periódicamente se producen asaltos contra centros de mando, emboscadas a convoyes, asesinatos selectivos, pero también batallas abiertas que parecen haber llevado incluso a los insurgentes a hacerse con el control de algunas ciudades. Sin embargo, el levantamiento carece de una dirección política autorizada (...) En octubre se formó también un ejército, el Ejército Sirio Libre, responsable de ataques cada vez más frecuentes contra objetivos militares y civiles; este ESL, dirigido por una parte de la oposición siria, está financiado en gran parte por capital extranjero (...) Fuerzas especiales británicas, francesas, jordanas y, sobre todo, qataríes operan en la base turca de İskenderun, donde entrenan a mercenarios del FSA junto con militares de Ankara» (Il Partito Comunista, 352). «Durante la guerra civil de 2011, las protestas también se habían extendido a las zonas kurdas, pero Bashar Al Assad había concedido cierta autonomía a la región y mostrado tolerancia hacia el grupo político minoritario kurdo PYD (Partido de la Unión Democrática) -la rama siria del PKK, en guerra con el Estado turco- liberando a muchos militantes encarcelados y retirando sus fuerzas del Kurdistán sirio en 2012, reforzando así otros frentes de la guerra civil. Esto dejó el campo libre al PYD y a su brazo armado, las YPG (Unidades de Protección del Pueblo). Cabe recordar que las milicias de las YPG, en las ciudades y pueblos bajo su control, han reprimido las manifestaciones y concentraciones de los kurdos y de las organizaciones de oposición al régimen de Damasco, en perfecto acuerdo con Assad y sus aliados rusos e iraníes» (Ídem, 398). Mientras tanto, el Estado Islámico, una emanación del Frente Al Nusra, filial siria de Al Qaeda, comenzó a actuar en la región. En el invierno de 2013-2014, la organización Estado Islámico controlaba un tercio de Irak y un tercio de Siria. Su dominio era bajo el signo del terror: Kurdos, alauitas, cristianos, drusos y todos los demás miembros de grupos minoritarios que tuvieron la desgracia de vivir bajo sus órdenes fueron brutalmente reprimidos, asesinados, torturados, violados y vendidos en los mercados de esclavos. El Estado Islámico, que prometía a sus adeptos un hedonismo sin límites y perseguía un pragmatismo particularmente carente de principios en sus relaciones comerciales y diplomáticas secretas, también se ganó la desaprobación de otras organizaciones yihadistas, como el Frente Al Nusra. Como escribimos en 2017: «En 2014, el Estado Islámico se convirtió en un inconveniente para Washington y Moscú, cuyos intereses en Siria son divergentes pero pueden unirse momentáneamente para luchar contra enemigos comunes. Pero, ¿cuáles son sus enemigos comunes? El Estado Islámico, al igual que Al Qaeda y otros grupos islamistas suníes, se formó y desarrolló con la ayuda de Estados Unidos y sus colíderes europeos y de Medio Oriente, como Turquía, Arabia Saudí y Qatar, con el objetivo de desestabilizar primero a Rusia en Afganistán y sus territorios habitados por musulmanes, y después a Siria y al Irán chií vinculado a Moscú. Los grupos yihadistas recibieron importantes flujos de combatientes extranjeros procedentes del Magreb, Europa y también Rusia y China; este flujo finalizó después de 2015. La monstruosa criatura había logrado ya el propósito para el que fue generada, y ahora era necesario contenerla (...) A partir de 2015, el enemigo común oficialmente declarado era el Estado Islámico. «Los medios de comunicación occidentales presentan a las fuerzas kurdo-sirias como la mejor herramienta militar contra el Estado Islámico, eclipsando a los grupos guerrilleros islámicos, incluidos los apoyados por países occidentales a través de Turquía, Arabia Saudí o Qatar. Sobre todo, omiten el hecho de que estas fuerzas kurdo-sirias no luchan contra el régimen sirio, sino que pretenden negociar con él para obtener una Siria federal, dentro de la cual la región de Rojava tendría una amplia autonomía política y administrativa, como probablemente han alardeado las diplomacias de Rusia y Estados Unidos para obtener su apoyo en el campo de batalla. «Turquía por su parte (...) si bien ha apoyado al Estado Islámico en el pasado, cambió su estrategia en 2015-2016: tras los ataques en territorio turco atribuidos al PKK, Ankara rompió en julio de 2015 las negociaciones de paz con él y bombardeó sus bases en el Kurdistán iraquí. Tras el intento de golpe de Estado en Turquía del 15 de julio de 2016, se acercó una vez más a su enemigo-amigo ruso proclamando abiertamente su hostilidad hacia el Estado Islámico.» «En septiembre de 2015, Rusia intervino abiertamente en Siria, llamada por el Gobierno sirio para luchar, según afirmaba, contra el Estado Islámico y al-Nusra. Las reacciones occidentales fueron modestas, de no ser por las incesantes informaciones sobre masacres de civiles sirios por parte del Ejército sirio y de bombardeos de los rusos (...) La pacificación de Siria fue confiada al Ejército sirio regular, apoyado por fuerzas rusas e iraníes (algunas unidades de élite y el Hezbolá libanés) con el apoyo de Turquía, a pesar de las desconfianzas de Damasco, que temía las ambiciones turcas en los territorios fronterizos sirios. La reconquista de los territorios iraquíes desde Mosul hasta el norte de Siria se confió en cambio a la coalición dirigida por Estados Unidos (...) De hecho, el acuerdo con Rusia, mantenido en secreto, preveía la liquidación, además del Estado Islámico, de los grupos yihadistas anti-Assad, entre ellos al-Nusra, y también la neutralización del Ejército Sirio Libre. Así, tras su entrada oficial en la guerra, los bombarderos rusos se centraron en los grupos rebeldes hostiles al régimen de Damasco, aunque éstos seguían contando con el apoyo oficial de Estados Unidos, Europa y la propia Turquía» (Il Partito Comunista, 383). «En octubre de 2015, Estados Unidos presionó para la creación de las Fuerzas Democráticas Sirias, una alianza de tropas kurdas del PYD, brigadas árabes sirias y asirias, algunas formaciones tribales y milicias cristianas. El objetivo era implicar a las poblaciones no kurdas de la zona controlada por el PYD en la lucha contra el Estado Islámico; las YPG siguen siendo el contingente más importante de las SDF, pero también se incluyeron algunas tribus árabes que anteriormente se habían asociado con el Isis, lo que demostró una vez más que las alianzas y sus derrocamientos se hacen en función de las necesidades de la guerra y no por motivos «ideológicos», étnicos, raciales o religiosos. En 2015-16, solo las fuerzas de las SDF se enfrentaron en solitario a los yihadistas del Estado Islámico en Siria con el apoyo de la aviación de la coalición internacional, junto con pequeños contingentes de 2.000 soldados estadounidenses, 200 franceses y 200 británicos. En 2016, las YPG lucharon, con cobertura aérea rusa, junto con el ejército sirio contra los rebeldes contrarios al régimen en las zonas de Menagh, Tall Rifat y Zalep. A finales de 2017, casi un tercio del territorio sirio, incluidas regiones productoras de hidrocarburos como Deir Ez Zor, estaba bajo el control de las milicias de las SDF, que ponían en práctica sus principios de «municipalismo democrático». «Al reconquistar al Estado Islámico los territorios al este del río Éufrates, las tropas de las YPG se encontraron dueñas de un territorio rico en hidrocarburos (alrededor de la ciudad de Deir Ez Zor, al este de Qamishli y Al Hasakah, se reúnen dos tercios de los recursos petrolíferos de Siria), en productos agrícolas (vastas tierras agrícolas en el noreste, a lo largo del Éufrates, donde se cosecha el 52% del trigo y el 79% del algodón de Siria, pero gravemente dañadas por la guerra), y en infraestructuras, 3 de las 4 presas hidroeléctricas de Siria, aunque mal mantenidas, mientras Turquía controla el caudal aguas arriba del río hacia Siria». «El 20 de enero de 2018, el ejército turco y los rebeldes del Ejército Sirio Libre lanzaron una ofensiva, bautizada «Rama de Olivo», esta vez directamente contra las fuerzas kurdas del YPG en el cantón kurdo sirio de Afrin, que el YPG controlaba desde 2012, en solitario, sin el apoyo de las fuerzas occidentales, aparte de un pequeño contingente ruso. Antes de lanzar la ofensiva sobre Afrin, Erdoğan negoció con Putin la retirada de sus hombres y la no intervención de sus potentes baterías de misiles antiaéreos. De esta forma, los Gobiernos “amigos” de las YPG, estadounidense y ruso, dejaron vía libre a Turquía en la operación contra los kurdos». «Mientras las tropas de Bashar Al Assad, respaldadas por el ejército ruso y las milicias iraníes y libanesas de Hezbolá, seguían bombardeando intensamente la provincia de Idlib, el último enclave en territorio sirio controlado por la oposición y protegido por el ejército de Ankara, el 9 de octubre de 2019, las tropas turcas, respaldadas por mercenarios de las brigadas islamistas sirias con el apoyo de la aviación de Ankara, penetraron en el norte de Siria para “acabar” con la “entidad política” del Rojava (es decir, el Kurdistán occidental), o “autogobierno del noreste de Siria”, acusado de apoyar a la guerrilla kurda del PKK en el sur de Turquía. La operación militar fue llamada con cínico realismo “Fuente de Paz” (“Il Partito Comunista”, 398). La operación “Primavera de la Paz” añadió ciudades como Ras al Ayn y Tell Abyad a la parte de Siria bajo ocupación turca, formalmente bajo el control del Ejército sirio Libre respaldado por Turquía, o bajo su nuevo nombre, Ejército nacional sirio, organizado como un ejército mercenario cuyos salarios paga Ankara. Dado que Estados Unidos se ha retirado desde entonces de la mayor parte de Siria, las SDF se vieron obligadas a establecer un acuerdo con el régimen, que llevó al ejército sirio a controlar la frontera con Turquía. Tras algunas acciones militares centradas en Idlib, la única ciudad importante que seguía bajo control de los yihadistas, en 2019-2020, la situación en Siria evolucionó hacia lo que parecía un punto muerto.
La repentina caída del régimen del Baaz a manos de los restos yihadistas, sólo unos años después de la aparente pacificación de la mayor parte del país bajo su dominio o el de los nacionalistas kurdos, fue una sorpresa para muchos, incluso admitida por funcionarios de diversos gobiernos. La explicación puede encontrarse en dos factores: el económico, el diplomático y el militar. El factor económico, el más fácil de explicar, fue quizá también el más importante. La tasa de inflación anual de Siria ya era una de las más altas del mundo; desde mediados de la década de 1920, esta situación ha empeorado. Cuando Bashar al-Assad declaró que Siria seguía el modelo chino de socialismo, los precios de los bienes básicos se dispararon y algunos productos desaparecieron del mercado mientras la población luchaba por mantenerse al día con el aumento del costo de la vida. Al parecer, la paz, o al menos el alto al fuego, en un país dividido y sometido al embargo occidental no fue mejor para la economía siria que la guerra. En cuanto a los factores diplomáticos y militares, valdría la pena echar un vistazo, en primer lugar, a la evolución de la política yihadista en Siria desde la caída del Estado Islámico, que describimos brevemente en 2017 de la siguiente manera: «Soldados y oficiales “desertores” del ejército sirio fundaron en Turquía el nacionalista y democrático Ejército Sirio Libre (ESL), que agrupaba a unas 50 facciones de las más diversas ideologías. En realidad, de este heterogéneo ESL en 2013 algunos grupos se escindieron para unirse a los yihadistas del Frente al-Nusra, la rama oficial de Al-Qaeda en Siria. Creado en 2011 al comienzo de la insurgencia, se convirtió en Jabhat Fatah al-Sham en 2016 y, desde finales de enero de 2017, tras violentos enfrentamientos con el grupo yihadista competidor Ahrar al-Sham y tras una fusión con otros grupos más pequeños, volvió a cambiar su nombre por el de Tahrir al-Sham» (ídem, 383). Más conocida en la actualidad con el nombre completo de Hayat Tahrir al-Sham, esta organización se ha desvinculado de Al Qaeda y, a pesar de figurar en la lista de organizaciones terroristas de varios países, entre ellos Estados Unidos y Turquía, ha empezado a moderar sus posturas. En particular, el HTS ha renunciado a la pretensión de sus predecesores de instaurar un califato, contentándose con reivindicar únicamente el dominio islámico sobre Siria. Sin duda, esta moderación ha atraído la atención de las potencias imperialistas occidentales. Con sólo 10.000-15.000 combatientes de un total de alrededor de 70.000 que componen diversas milicias antigubernamentales, en su mayoría yihadistas, y rodeado de enemigos por todos lados en Idlib, el rescate para el HTS vino de Ucrania. La inteligencia militar ucraniana, incluso según su propia confesión, lleva tiempo siendo señalada en diversos países por atentar contra intereses rusos, desde Sudán a Mali y Georgia. Los agentes ucranianos no sólo organizaron ataques contra las fuerzas rusas en Siria, sino que, según las fuerzas kurdas, turcas, sirias y rusas, suministraron drones militares al HTS y enviaron 250 instructores para entrenar a los milicianos del HTS. A ello se sumó el hecho de que los años de guerra habían desgastado especialmente al Ejército Árabe Sirio, ya de por sí estrecho de miras, apoyado esencialmente por las minorías alauita, cristiana y drusa de la población, y los ataques israelí-estadounidenses contra Irán y Hezbolá en Líbano, de cuyo apoyo dependía el régimen Baaz. Ambos factores hicieron que el gobierno del Baaz fuera especialmente vulnerable desde el punto de vista militar. El 27 de noviembre, el HTS, junto con sus aliados menores y el Ejército nacional sirio, respaldado por Turquía, lanzaron una ofensiva desde Idlib, con Alepo como principal objetivo. El éxito de los rebeldes superó con creces sus propias expectativas, conquistando una ciudad tras otra en cuestión de días. Los rebeldes, equipados en su mayoría con armas ligeras y portátiles (incluidos drones FPV, ahora imprescindibles en todos los escenarios de guerra), no habrían podido imponerse tan rápidamente en Alepo, Hama, Homs, Damasco y luego también en Latakya y Tartus (en la zona costera habitada por alauitas) si las fuerzas sirias hubieran opuesto una verdadera resistencia. A las fuerzas armadas sirias se les atribuyen 170.000 soldados y 100.000 gendarmes y paramilitares, además de al menos 4.000 soldados rusos, 1.000 Pasdarán iraníes y 2.000 libaneses de Hezbolá con cientos de vehículos blindados, artillería y más de 200 aviones y helicópteros. Si en los primeros días de la ofensiva del HTS, algunas unidades sirias combatieron con decisión, gracias también al apoyo aéreo de las fuerzas aéreas sirias y rusas (de hecho, las estimaciones registraron un número mucho mayor de bajas entre los rebeldes que entre las tropas gubernamentales), ya unos días después, fuentes rusas constataron la falta de voluntad de lucha entre las tropas gubernamentales. El 8 de diciembre, Al Assad huyó a Moscú y el gobierno del Baaz capituló. En la actualidad, los principales combates en Siria siguen librándose entre el SNO, al que el HTS no permitió avanzar más hacia el sur tras la caída de Alepo, y los nacionalistas kurdos. Hasta ahora, la principal victoria de la SNO ha sido Tall Rifat, de donde se han retirado las Fuerzas de Autodefensa dirigidas por nacionalistas kurdos. Los mercenarios apoyados por Turquía se trasladaron entonces a Manbij, donde se enfrentaron a una feroz resistencia y donde los combates continúan hasta hoy, a pesar de la cobertura aérea turca y de los rumores anteriores de que las SDF también se habían retirado de Manbij. Mientras tanto, los nacionalistas kurdos han logrado capturar todas las partes de Deir ez-zor con apoyo estadounidense, junto con Qamişhlo y Heseke al este del Éufrates, lugares estratégicos anteriormente controlados por el gobierno sirio, ampliando enormemente el territorio que controlan. Sin embargo, el dominio nacionalista kurdo en Deir ez-Zor duró poco, ya que el Consejo Militar alineado con las SDF desertó y se unió a las fuerzas dirigidas por HTS. Mientras tanto, Israel aprovechó rápidamente la oportunidad y ocupó los disputados Altos del Golán, en el sur, y comenzó a bombardear numerosos objetivos militares, oficialmente para impedir que los yihadistas heredaran toda la capacidad militar del antiguo Ejército Árabe Sirio. En resumen, si el conflicto sectario central de la guerra civil siria, entre el gobierno alauita y la oposición suní, se ha resuelto con la caída del gobierno, esto no es en absoluto un indicio de que la guerra en Siria haya terminado.
“El botín es para el vencedor”. En este caso, el vencedor fue el HTS y el botín fue principalmente de carácter diplomático. El HTS, que gobierna con mano de hierro la región de Idlib desde hace algunos años, no ha dejado de hacer su parte: emitió un comunicado condenando el trato que sufren kurdos, alauitas, cristianos y drusos bajo el Estado Islámico como no musulmanes; ordenó a sus milicias que no intervinieran contra la vestimenta de las mujeres; su líder al-Jolani dijo a la prensa israelí que quería avanzar hacia una democracia inclusiva. A su vez, todas las potencias imperialistas activas en la región han apoyado al HTS. Erdoğan, que conocía de antemano la operación del HTS y no había hecho nada para ayudarla o detenerla más que invitar a al-Assad a negociar por última vez antes de los acontecimientos, rápidamente declaró su apoyo a los yihadistas que marchaban hacia Damasco. Tras la caída del gobierno, Qatar fue el primero en establecer una relación política formal y pública con HTS, mientras que Estados Unidos y Reino Unido comenzaron a considerar eliminar a HTS de su lista de organizaciones terroristas y los líderes europeos han comenzado a declarar que HTS será parte del futuro de Siria, sea cual sea. Por supuesto, todas estas potencias ya habían apoyado indirectamente a HTS a través de Ucrania. Del lado kurdo, el político Salih Muslim se declaró optimista hacia el HTS y valoró su posición inclusiva, mientras que el general Mazlum Abdi subrayó que nunca había combatido con el HTS y que estaba dispuesto al diálogo. De hecho, durante el asalto a Alepo, HTS y SDF negociaron la retirada de los combatientes a los barrios kurdos de la ciudad, que fueron seguidos por gran parte de la población fuera de Alepo. El HTS incluso tranquilizó a Rusia al declarar que no interferirá con las bases rusas en Latakya y Tartus. Si bien queda por ver si esto será suficiente para que Rusia y China no veten la eliminación de HTS de la lista de organizaciones terroristas de la ONU, está razonablemente claro que habrá un nuevo proceso de paz en Siria, independientemente del formato de Astaná que involucra a Rusia, Irán y Turquía. De los tres países, sólo Turquía seguirá desempeñando como antes un papel importante en el futuro de Siria. Una dimensión particularmente relevante del futuro del conflicto en Siria tiene que ver con el proceso de negociación entre Turquía y los nacionalistas kurdos. En “Turquía - Kurdistán: Nuevas negociaciones allanan el camino para guerras peores”, escribimos recientemente: «El énfasis de Erdoğan en fortalecer el frente interno en el contexto de la guerra que se extiende en el Medio Oriente es igualmente importante. Se trata sin duda de un énfasis militarista. A menos que este problema se resuelva de alguna manera, en futuras guerras regionales y globales, la amenaza del PKK seguirá siendo una debilidad importante, ya que siempre puede atacar al Estado turco desde dentro y podría causar un daño enorme a cualquier movilización bélica del Estado turco. Por lo tanto, esta medida podría, aunque poco probable, darle al Estado turco la oportunidad de llegar a un acuerdo con la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria, solucionando así en gran medida sus problemas con Estados Unidos, y avanzar hacia el derrocamiento del régimen de Assad en Siria». (Enternasyonal Komünist Partisi, 2024). Con la caída del gobierno sirio, la alianza Turquía-PKK, que no carece de partidarios en Turquía, no pudo materializarse; además de unirse para apoyar al HTS, todavía luchan activamente entre sí. Sin embargo, un aliado menor en el gobierno y líder del principal partido fascista del país, Devlet Bahçeli, recientemente continuó sus avances democráticos y aplaudió un discurso de parlamentarios nacionalistas kurdos que pedían la paz en Siria. Los nacionalistas kurdos, sin embargo, no están unidos en su enfoque ante este progreso. Si bien Öcalan y algunos parlamentarios simpatizan con la idea de una reconciliación con Turquía, parece haber una resistencia significativa por parte de algunos líderes del PKK en Qandil. Además, si bien los líderes de las SDF son amigables con HTS, Sabri Ok, uno de los líderes del PKK en Qandil, ha declarado audazmente que HTS no es diferente del Estado Islámico, prediciendo que compartirá el mismo destino. La confianza de los dirigentes de Qandil se debe probablemente al hecho de que Israel ha declarado que la protección de los kurdos en Siria es una prioridad y que realmente es capaz de hacer algo al respecto. Entre las potencias imperialistas regionales, Turquía e Israel desempeñan el papel más importante en los asuntos futuros de Siria. En cualquier caso, independientemente de si el proceso de paz sirio detiene por un tiempo una guerra más amplia o no logra evitar que la situación actual evolucione hacia un conflicto mucho más sangriento que el que hemos presenciado en las últimas semanas, el futuro burgués de Siria parece mucho más sombrío que aquellos que celebran el derrocamiento de una dictadura brutal por parte de yihadistas democráticos. En “Las causas históricas del separatismo árabe”, de 1958, escribíamos: «Siguiendo el camino ya emprendido, la “balcanización” de los árabes alcanzará sus consecuencias extremas. Los árabes se encerrarán cada vez más en Estados prefabricados, es decir, en Estados fabricados por el imperialismo y sus agentes, Estados envenenados por una miseria deprimente, degradados por una impotencia insuperable, y que consumirán su inútil existencia en luchas internas (...) Fragmentados, divididos por innobles cuestiones dinásticas, devorados vivos por sanguinarios monopolios capitalistas extranjeros a los que ceden voluntariamente grandes porciones de las ganancias petroleras, enredados en mortíferas alianzas militares del imperialismo, los Estados árabes no sólo no inspiran ningún temor en los distintos imperialismos, sino que sirven como peones en su juego diabólico» (Programma Comunista, 1958). Lo que escribimos hace casi setenta años sigue confirmándose hoy. Siria no es una nación en el sentido marxista; es solo el nombre de una región histórica que se ha transformado en un país. Las diversas nacionalidades, grupos étnicos y confesiones que componen la población siria nunca se unieron como nación en una revolución burguesa, sino que se agruparon siguiendo fronteras trazadas arbitrariamente por el imperialismo. Esta es la razón por la que fue particularmente fácil para la guerra civil siria transformarse tan rápidamente en un complejo conflicto imperialista, ya que numerosas potencias imperialistas globales y regionales tenían intereses en el país que podían perseguir a través de la amplia gama de organizaciones políticas y milicias afiliadas que surgieron. Todos los bandos de la guerra actuaron como botas, de tal o cual imperialismo, sobre el terreno.
Las luchas nacionales de carácter revolucionario y anti-imperialista se agotaron
hace mucho tiempo en el Medio Oriente. No hubo anti-imperialistas en esta
guerra: fue, y sigue siendo, un conflicto interimperialista desarrollado dentro
de un solo país, que es una de las muchas guerras locales que nos acercan a una
nueva guerra mundial imperialista. No hay solución a los candentes problemas
nacionales de la región dentro del marco del imperialismo. El único camino hacia
la liberación de los proletarios de Siria y Medio Oriente es unirse contra todas
las facciones de esta guerra, todas las potencias imperialistas regionales y
globales involucradas, en un frente sindical de base, liderado por el Partido
Comunista Internacional. Sólo la revolución proletaria, que resultará en una
Federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas del Medio Oriente, podrá curar
las heridas de la región.
Liberal, neoliberal, estatista: capitalismo es capitalismo El año 2024 terminó con reseñas en la prensa venezolana en las que se resaltó los anuncios del gobierno de los chavistas en reuniones con empresarios de Conindustria y de la Cámara Petrolera en relación a la apertura de un proceso de privatizaciones, comenzando con unas primeras 350 empresas. El ministro de Industria y Comercio declaró, antes de finalizar el 2024, que existen alrededor de 600 empresas del Estado venezolano que buscan ser privatizadas o establecer lo que llaman “alianzas mixtas”, donde todo el control lo tendría el sector privado. “Todas las empresas que componen esta cámara son bienvenidas para sumar al desarrollo económico y productivo del país”, manifestó la Vice-presidenta del gobierno venezolano ante la cámara petrolera. Para el empresariado venezolano y trasnacional se trató de anuncios no solo favorables, sino que se presentan en el contexto de un gran diálogo e integración con el gobierno, como corresponde a todo gobierno burgués. Fedecámaras, organización que agrupa al empresariado venezolano, ha planteado recuperar los servicios básicos en el país, entre ellos el eléctrico, a través del trabajo entre el Estado y el sector privado, una sinergia que – aseguró- ha funcionado recientemente en la industria petrolera. El presidente de Fedecámaras, Adán Celis Michelena, aseguró que se debe implementar un plan de recuperación en todas las áreas, que tenga como referencia lo que ha denominado el «Modelo Chevron», en alusión a las operaciones entre esta empresa estadounidense y la estatal venezolana Pdvsa en el sector petrolero. «El Modelo Chevron se pudiera llevar a los servicios públicos del país. Por ejemplo, el tema eléctrico es fundamental, allí hay oportunidades para que entre el Estado y la empresa privada podamos buscar una fórmula de aporte», dijo Celis. Ya sea que se trate de privatizaciones a través de la venta de empresas estatales, o de “alianzas estratégicas”, que para efectos prácticos representan lo mismo, los directivos de Conindustria han declarado que están evaluando implementar contratos parecidos a los que tiene la empresa Chevron. El “modelo Chevron” le permite a las empresas privadas tomar el control de las empresas que entregue el gobierno, no solo en su administración y gerencia, sino que se apropiarán de gran parte de los activos, de la producción y comercialización y, por tanto, de las ganancias. La mesa está servida por el gobierno burgués de los chavistas para acelerar el proceso de privatización, en el que también han incluido a la empresa Monómeros Colombo Venezolanos, instalada en Barranquilla, Colombia, de la que Petroquímica de Venezuela (Pequiven) es dueña del 100% de las acciones. Incluso la propia industria petroquímica nacional y las empresas básicas de Guayana (asociadas a la explotación y procesamiento del hierro, acero y aluminio) se han puesto a disposición de inversionistas privados. Para poner énfasis en el curso que se está dando a la economía el presidente Maduro declaró: “Todo aquel que quiera petróleo y gas de Venezuela que lo pague, que lo compre. Nuestro petróleo no tiene una marca ideológica”, dejando claro su disposición a hacer negocios sin mirar con quien en el mercado internacional. Aunque es evidente que la decisión de a quien vender petróleo y gas quedará cada vez más en manos de las trasnacionales que se vienen posicionando en Venezuela. Claro que el gobierno de los chavistas en Venezuela, que se autoproclama “socialista” y “obrerista” plantea que todas estas estrategias buscan favorecer a las masas y mejorar su nivel de vida, que según ellos se ha deteriorado por efecto de las sanciones norteamericanas. Por eso se ufanan de los indicadores de crecimiento económico mientras los salarios, reales y nominales, tienden a cero y cerca de la mitad de la población se encuentra desempleada y empujada a la migración. «¡Libre cambio, en interés de la clase obrera! ¡Aranceles protectores, en interés de la clase obrera! ¡Prisiones celulares, en interés de la clase obrera! He ahí la última palabra del socialismo burgués, la única que ha dicho seriamente». «El socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son burgueses en interés de la clase obrera». Marx y Engels. Manifiesto del Partido Comunista (1848). ás de 1.000 días con un salario mínimo mensual de 3 dólares se cumplieron en enero 2025, como base para la acumulación de capital por el empresariado nacional y trasnacional. No menos de 10 años en un proceso de caída sostenida del salario real, pensiones y jubilaciones, de eliminación práctica de las prestaciones sociales y diferentes beneficios socio-económicos de los trabajadores, de anulación de los contratos colectivos, del deterioro de los servicios de salud y las condiciones de higiene y seguridad en el trabajo, del tratamiento de la protesta y la lucha obrera como delito. ¿También en interés de la clase obrera? Esas son las paradojas del “Socialismo del Siglo XXI” pregonado por los chavistas, un socialismo burgués, puro y simple capitalismo. Los grupos, movimientos y partidos que se dicen de “izquierda”, oportunistas de todos los colores, han reaccionado alzando la voz acusando al gobierno de los chavistas de lanzarse en brazos del neoliberalismo y de la traición a la soberanía nacional y al socialismo. Estos oportunistas, que reivindican el sin sentido de la “patria socialista” y de la anti-obrera “democracia socialista”, cuestionan al neoliberalismo pero no al capitalismo y pretenden que las masas asalariadas cifren las esperanzas de que un Estado que controle diferentes empresas, sin cambiar las relaciones de producción ni la producción de mercancías, sea una fuente de bienestar para la humanidad y llegan a identificar esto con el socialismo (¡¿?!). Para estos movimientos, con todo y la variedad de sus discursos, la lucha es contra el neoliberalismo, en defensa de la patria, la soberanía y la democracia, es decir, luchan por más capitalismo. Contracción de la emisión de moneda, recorte de gastos fiscales, privatizaciones masivas y fuerte legislación antisindical: dicen que estos son parte de los rasgos característicos del llamado “neoliberalismo”, que se dice que busca un mercado puro y perfecto logrado con reducción del costo de mano de obra, recortes en el gasto público y un mercado laboral flexible. En resumen el neoliberalismo tendría como principales características el libre mercado, la reducción del gasto público, la privatización y la desregulación económica. Algunos de sus exponentes latinoamericanos, como Milei, el presidente de Argentina, también propician la reducción de impuestos a las empresas (como también lo ha venido planteando Trump en EEUU); pero también en esto coinciden los oportunistas del chavismo en Venezuela, que tienen previsto un tratamiento especial a las empresas que se asienten en las llamadas Zonas Económicas Especiales (ZEE) con las que, copiando la experiencia china, pretenden atraer capitales de todo el mundo. Los chavistas en Venezuela, que se proyectaron ante el mundo como supuestos “socialistas” y anti-neoliberales, vienen adelantando un conjunto de medidas económicas que encajan en el esquema más publicitado de los neoliberales. Milei ha rebajado el salario mínimo en Argentina y se plantea eliminarlo y dejar que el precio de la fuerza de trabajo se establezca en el mercado como resultado de la puja entre trabajadores y patrones (favorecidos por la existencia de un ejército industrial de reserva). Pero en Venezuela, aunque se mantiene la categoría jurídica del “salario mínimo”, este es eliminado en la práctica al mantenerlo inamovible y cercano a cero en relación con el precio de las mercancías. Ambos coinciden en facilitar a los capitalistas y al Estado burgués la reducción de costos laborales. El capitalismo de Estado venezolano, con base en los inmensos recursos provenientes de la renta petrolera, ha concentrado y desconcentrado cíclicamente la propiedad de empresas de servicios, de suministro eléctrico, de agua potable, etc., y con la era del chavismo esto se extendió hasta empresas con diferentes procesos productivos en la economía, empresas que en muchos casos se encontraban quebradas o en crisis y su estatización funcionó como un auxilio a sus dueños capitalistas, que así pudieron mover sus inversiones paralizadas, hacia otros negocios más rentables. Hoy, con la crisis económica y la merma significativa de los ingresos petroleros, el gobierno burgués venezolano se ve en la necesidad de aligerar las cargas del Estado y al empresariado capitalista se le presenta la oportunidad de asumir instalaciones productivas a bajo costo y controlar estos negocios ahora que el gobierno avanza en la eliminación de subsidios y de los controles de precios de productos y servicios. Parte de este proceso es un efecto de las sanciones norteamericanas, que afectan a las empresas estatales, más no a las empresas privadas venezolanas. El mismo negocio petrolero apunta a desarrollarse en base a la incorporación de las empresas trasnacionales y el retiro de Pdvsa de muchas de sus operaciones actuales. Pero, aun así, nada indica la ruptura con el capitalismo de Estado, característico en Venezuela. Se trata una vez más de una variante táctica de la burguesía, que engrandece o empequeñece el tamaño del Estado según su sostenibilidad económica. Si el gobierno venezolano privatiza empresas no pasa a ser más capitalista que en el pasado. Tampoco tenía nada que ver con el socialismo la expropiación, nacionalización o estatización de empresas que ejecutó el chavismo en su primera etapa, entre el 2000 y el 2014. En ningún momento Venezuela se ha apartado del capitalismo, ni antes ni después de Chávez. La izquierda oportunista pretende presentar los planes de privatizaciones como un abandono a unas posiciones socialistas que nunca existieron y desarrolla el llamamiento a la clase obrera a que asuma las banderas reaccionarias de la defensa de la patria y de la soberanía nacional, así como la oposición a las privatizaciones. Florecen los planes de lucha en los que se mezclan las reivindicaciones obreras con estas reivindicaciones anti-obreras, causando un gran daño y confusión con esta política llevada al movimiento sindical. Esta agenda oportunista la observamos en toda Latinoamérica y explica en buena medida la posición traidora del movimiento sindical, incluso aquel que se proclama como “clasista” y alternativo al sindicalismo del régimen. Aunque la burguesía en determinadas situaciones opte por reducir el tamaño del Estado, algo que no reduce es su aparato legal, policial y militar. En Venezuela, por ejemplo, se ha perfeccionado y ampliado el cuerpo de leyes dirigidas a limitar y criminalizar la protesta; ya no se limitan a las conocidas restricciones al ejercicio de la huelga, sino el fortalecimiento del Código Civil y la creación de leyes que permiten juzgar las protestas más elementales como crímenes de “odio” y “terrorismo”. Así mismo durante los últimos 15 años han impulsado organismos como los Consejos Productivos de Trabajadores (CPT) y también “cuerpos de combatientes de la clase obrera” (que el presidente Maduro ordenó reactivar en diciembre 2024), que cumplen el papel de esquiroles y agentes del patrón (junto a la mayoría de los directivos sindicales) dentro de las empresas. También en Venezuela se han fortalecido y ampliado los cuerpos represivos y de inteligencia y policía política (que en empresas como Pdvsa, Pequiven y la Corporación Venezolana de Guayana (CVG) tienen presencia dentro de los centros de trabajo). Adicionalmente en diciembre del 2024 se eligieron “jueces de paz”, que le facilitarán al Estado burgués la ampliación de su radio de acción para dar sustento legal a la represión. En estas áreas y en el control mediático, el Estado burgués no se hace más pequeño; por el contrario, crece y se fortalece. En Argentina Milei, que pregona “Estado más chico, más efectivo, y más barato”, habilitó por decreto a la fuerza armada para intervenir en asuntos de seguridad interior, lo que había sido vedado al Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada tras los crímenes de la última dictadura militar (1976-1983), por resolución del Congreso, que resolvió por Ley que las Fuerzas Armadas solo pueden actuar ante una “agresión de orden externo”. Maduro, Milei, Lula, Petro, Días Canel, Putin, Trump, Kamala, Xi Jinping, Macron, Mattarella y todas las marionetas de la historia burguesa, preservarán y fortalecerán las funciones esenciales del Estado: la represión, la coerción, el control social, para la pervivencia de la dictadura de clase de la burguesía y la lucha inter-imperialista por el control del mercado, las materias primas y las zonas de importancia geoestratégica. Una vez más los comunistas reafirmamos, igual que lo hemos repetido durante más de 100 años, que: Los procesos de estatizaciones, expropiaciones y nacionalizaciones, ejecutados por los gobiernos no representan una posición socialista o de “camino al socialismo”, sino que responden a situaciones por las que atraviesa la economía y a la manera en que la burguesía las afronta en cada caso. La condición indispensable para que las expropiaciones, estatizaciones o nacionalizaciones de empresas tengan un signo socialista, es el derrocamiento de la burguesía y la instauración del Estado de Dictadura del Proletariado. Quien obvia estas condiciones imprescindibles, toma el camino del reformismo y el oportunismo, el camino burgués. Los trabajadores no luchan ni a favor ni en contra de las privatizaciones, sino por aumento de salarios, pensiones y jubilaciones, pago de salario a desempleados, por mejora de condiciones y medio ambiente de trabajo, por reducción de la jornada de trabajo y de la edad de jubilación, etc. Estas reivindicaciones las levantan los trabajadores ante los patrones públicos o privados, nacionales o trasnacionales. Los trabajadores no luchan ni en defensa de la patria ni de la soberanía nacional, que son reivindicaciones de la burguesía en su lucha contra sus competidores (otros Estados burgueses) por el control de los mercados, de fuentes de materias primas y de territorios de valor geo-estratégico.
Los resultados de la elevación del Producto Interno Bruto (PIB) en la sociedad
actual representan el avance de la acumulación de capitales en sectores de la
economía, pero no se reflejan en mejoras socio-económicas para los trabajadores.
La base del progreso económico de un país en la sociedad actual, con empresas
estatales o privadas, con estatismo o neoliberalismo, es la explotación del
trabajo asalariado, la extensión y/o intensificación de la jornada de trabajo,
los bajos salarios y las malas condiciones de higiene y seguridad en el trabajo.
Los trabajadores no deben cruzarse de brazos a la espera de que la recuperación
de la economía de un país (o de la producción de una empresa) les traiga
beneficios socio-económicos.
No hay solución para el Medio Oriente La guerra imperialista sólo es muerte y destrucción Quince meses de masacre en Gaza, con el uso despiadado de armas de todo tipo suministradas a voluntad por la más alta potencia imperial, y grandes sufrimientos y luto, no han dado ningún resultado, ni político ni estrictamente militar. En esos pocos kilómetros cuadrados, volvemos al punto de partida. A los pueblos masacrados se les ofrece ahora no la paz, aunque sea la paz impuesta por el vencedor, sino, si todo va bien, una breve, increíble, tregua. Porque para el capitalismo, ahora en su ciclo histórico de extrema podredumbre, la guerra ya no tiene una finalidad general o progresiva ni responde a una estrategia. La burguesía ya no tiene ninguna perspectiva que ofrecer al género humano, pues ahora carece de cualquier tipo de idealidad y plan.
El capitalismo siempre ha sido la reproducción infinita del capital: la finalidad de la producción capitalista es el propio capital. El aumento hiperbólico de la producción de mercancías más allá de todos los límites naturales no genera prosperidad para la humanidad, al contrario, la sume en una serie de crisis catastróficas de sobreproducción, que devastan la vida en todo el planeta. De estas crisis -consideradas inevitables por el marxismo auténtico y negadas durante décadas por los teóricos burgueses- la clase obrera es la primera víctima, soportando el peso del desempleo, la reducción de los salarios, la intensificación de la carga de trabajo y la guerra. La guerra es ahora sólo la consecuencia de la sobreproducción periódica de mercancías. La guerra capitalista es, por tanto, inevitable. Sólo la enorme destrucción causada por las guerras mundiales modernas permite al capitalismo reiniciar su infernal ciclo de reconstrucción-acumulación. Las guerras imperialistas de nuestra época -aunque siempre se oculten tras pantallas «humanitarias», «democráticas», «pacifistas», «defensivas», «antiterroristas»- son necesarias para que los distintos capitalismos se repartan los mercados agotados, se repartan los continentes. Son, por tanto, guerras para la preservación del capitalismo: tanto económicamente como porque lo liberan de aquella parte de la fuerza de trabajo que excede la reducida capacidad del capital para emplearla. Son, de hecho, inmensas matanzas de esclavos, que el capital es incapaz de sostener.
El comunismo revolucionario frente a la guerra moderna denuncia como una trágica ilusión la idea de que la paz es compatible con el capitalismo y afirma que sólo el derrocamiento del poder burgués y la destrucción de las relaciones de producción basadas en el capital liberarán a la humanidad de esta tragedia recurrente. En la línea de Marx y Lenin, el Partido proclama la táctica del antimilitarismo de clase, de la confraternización entre soldados de ejércitos opuestos, del derrotismo revolucionario en el frente y en la retaguardia, culminando en la transformación de la guerra entre Estados en una guerra entre clases.
El responsable de la muerte y la destrucción extendidas por Gaza, Cisjordania e
Israel no es, pues, un pueblo, una raza, una nación, sino la internacional de
los capitalistas, unidos en esto, y por ella todos sus gobiernos pendencieros,
sean democráticos o fascistas, laicos o religiosos.
Lucha entre Estados y entre clases en Palestina 14 meses después del inicio del conflicto en Gaza, los acontecimientos que siguieron rápidamente confirman que se trata de un choque entre imperialismos regionales y globales. Las potencias burguesas especulan sobre la sangre y el sufrimiento indescriptible de la población palestina para sus fines de simple ganancia capitalista. En Gaza no se trata de una lucha nacional palestina, sino de una resistencia para sobrevivir, de una población rehén de una guerra entre Estados burgueses y milicias a sueldo, mantenidas encarceladas en la Franja de Gaza por muchos carceleros, incluidos los burgueses israelíes, egipcios y las milicias de Hamás. Desde principios de septiembre, las operaciones de las fuerzas armadas israelíes se han extendido hacia el norte, hacia el Líbano, contra las milicias chiitas proiraníes de Hezbolá. Estos, en apoyo a las milicias de Hamás, habían comenzado a atacar diariamente a Israel con misiles y drones desde el 8 de octubre de 2023, obligando a la evacuación de unos 70.000 israelíes de la zona norte, en la frontera con el Líbano. El 27 de julio, un misil de Hezbolá alcanzó Majdal Shams, en los Altos del Golán ocupados por Israel desde 1967, una localidad de mayoría drusa, matando a 12 niños. Majdal Shams está situado en las laderas del monte Hermón, cuyo pico, de más de 2.800 metros, es el más alto de toda Siria hasta el Sinaí, se encuentra en territorio sirio. Las operaciones israelíes contra Hezbolá, comenzaron con ataques aéreos diarios que afectaron zonas del país y la capital, Beirut, controladas por el partido chiíta. A esto se suman las explosiones de buscapersonas y de radios portátiles suministrados a milicianos y hombres al servicio del partido chiita los días 17 y 18 de septiembre, que mataron a decenas de personas e hirieron a miles, incluso de gravedad, incluido el embajador iraní en Beirut. El 27 de septiembre, un bombardeo muy violento alcanzó el búnker en la capital libanesa donde se alojaba el jefe de Hezbollah, Hassan Nasrallah, matándolo. Una parte sustancial de la estructura gobernante del partido chiita ha sido eliminada. Mientras tanto, el Estado de Israel ha concentrado tropas en la frontera y comenzó una operación terrestre el 1 de octubre. Esto, sin embargo, fue limitado, con penetraciones en territorio libanés de no más de unos diez kilómetros, destinadas a atacar la infraestructura militar construida por Hezbollah, después del anterior conflicto con Israel en 2006. Las operaciones en el sur del Líbano han sido mucho más limitadas, que las llevadas a cabo en Gaza desde finales de octubre de 2023, debido a la superior fuerza bélica de las milicias de Hezbolá en comparación con las de Hamás, tanto en términos de equipamiento como de entrenamiento. Este hecho se hizo evidente inmediatamente, tras las víctimas entre los soldados israelíes. Sin embargo, entre las acciones aéreas de espionaje y terrestres, la operación israelí contra Hezbollah fue un éxito indudable, debilitándolo significativamente. Los lanzamientos de misiles de Hezbollah contra el norte de Israel -desde el día después de la masacre del 7 de octubre llevada a cabo por las milicias de Hamas en los kibutzim del sur- establecieron un vínculo entre las dos fuerzas y los dos conflictos. Esto se enmarca en el marco general de la estrategia iraní, encaminada a fortalecer sus intereses imperialistas, que entran en conflicto con los que están en la región, utilizando milicias proiraníes en Siria, Irak, en el Líbano con Hezbolá y en Yemen con los hutíes. Todas estas fuerzas combatientes constituían el llamado “anillo de fuego” del régimen burgués de Teherán, así como el llamado “corredor chiita”, que desde Irán llegaba a la costa mediterránea del Líbano, pasando por el noreste de Irak y Siria. La operación de Israel contra Hezbollah condujo a una frágil tregua que comenzó el 27 de noviembre. Independientemente de su duración, el primer resultado de este acuerdo fue romper el vínculo entre la acción de Hezbolá y la de Hamás, que se encuentra así más aislado en Gaza. Más allá de los resultados de los conflictos entre las potencias capitalistas y sus milicias, lo que es importante señalar es que si el proletariado tomara parte en estos conflictos no obtendría ningún resultado útil para sí mismo. No hay nada revolucionario ni siquiera progresista en el terreno del conflicto interimperialista. Los partidos nacionalistas, es decir, los partidos burgueses, palestinos y kurdos que forman parte de estos frentes de guerra, no representan ningún resultado histórico positivo. El debilitamiento de Hezbollah en el Líbano tuvo rápidamente repercusiones en Siria, con un colapso similar de las fuerzas proiraníes que habían contribuido a salvar al régimen de Assad en los años de la guerra civil desde 2011 hasta su interrupción temporal en 2018. Turquía se benefició de ello apoyando la rápida acción militar que condujo a la caída del régimen sirio en una docena de días. Tras la caída del régimen de Assad, Israel ocupó la zona desmilitarizada del Golán, la cima del monte Hermón y su lado sirio, ampliando el cerco de las fuerzas de Hezbollah en el sur del Líbano, una desventaja estratégica que se suma a la interrupción de las rutas de suministro terrestre desde Irán a través de Siria. El presidente turco Erdoğan, que en el mundo islámico y del Medio Oriente siempre se ha mostrado de palabra como un partidario radical de la “causa palestina”, y que persigue los objetivos imperialistas turcos, ataca a los iraníes, contribuyendo al aislamiento de Hamás en Gaza y al fortalecimiento del Estado de Israel. Cuando Israel inició operaciones contra Hezbolá en septiembre, los partidos oportunistas de los países occidentales comenzaron a enarbolar la bandera libanesa junto a la bandera palestina. Pero los partidos burgueses libaneses que se oponen a Hezbolá son los primeros en beneficiarse y acoger con agrado la ofensiva israelí. La idea de una población libanesa unida contra Israel es una de las fantasías que excitan las mentes débiles de quienes han sustituido la lucha de clases por la guerra entre Estados burgueses. El único movimiento en el Líbano que avanzó en la dirección de superar las divisiones religiosas y étnicas, fue el que surgió en 2019 a raíz de la crisis económica, que puso en marcha alternativas que finalmente unieron a la clase trabajadora en la lucha por sus necesidades vitales, ciertamente no por apoyar a uno de los frentes de las muchas guerras que destrozan Oriente Medio. Incluso el régimen burgués iraní demuestra que apoya la causa palestina sólo para los fines de su diplomacia imperialista. Las acciones de Hezbollah, de las milicias en Siria e Irak, de los hutíes, dirigidas contra Israel después del 7 de octubre de 2023, han permanecido desconectadas entre sí, y siempre a baja intensidad. Incluso el régimen de Moscú, partidario de un “nuevo mundo multipolar”, ha mantenido la fe en el acuerdo tácito según el cual nunca ha obstaculizado las acciones de la fuerza aérea israelí, que en 14 meses de conflicto ha atacado repetidamente a las fuerzas proiraníes en Siria, contribuyendo al resultado de la caída del régimen de Assad, el debilitamiento de Hezbolá y un mayor aislamiento de Hamás.
Desde mediados de octubre, el ejército israelí ha iniciado una nueva operación en la zona norte de la Franja, concentrada en las localidades de Jabalya, Beit Lahia y Beit Hanun, al norte de la ciudad de Gaza. La población, que había sido empujada en masa hacia el sur de la Franja, había regresado en parte, unos pocos cientos de miles de personas, pero esta nueva operación los alejó en gran medida. Las condiciones de vida han empeorado aún más, en términos de salud y alimentación con el avance del invierno y la desnutrición. El 28 de noviembre, tres mujeres fueron muertas aplastadas en una multitud reunida para pedir pan. Los suministros de decenas de camiones luchan por llegar bien, debido a que han sido saqueados por bandas, o porque el ejército israelí impide su entrada. El mismo ex jefe de Estado Mayor del ejército israelí, Moshe Yaalon, declaró que en Gaza se está llevando a cabo una “limpieza étnica”, mediante la destrucción de viviendas, hospitales, escuelas, el cierre de los suministros de alimentos, electricidad y agua y los bombardeos. La fuerza militar de Hamas parece haber sido destruida, en gran medida por los meses de lucha que se han dado, sin embargo, su control sobre la población sigue siendo difícil de apreciar, como por ejemplo a través de las fuerzas policiales y otro personal remunerado. El objetivo proclamado por el gobierno israelí de “destrucción total” de Hamás, parece estar medido con precisión para permitir su control sobre la población y una continuación indefinida de las operaciones militares en la Franja. Porque el problema de fondo, no sólo de la burguesía israelí, sino de todos los Estados de la zona, es el control social. En el 2000, los habitantes de la Franja eran 1,5 millones. Al inicio del conflicto en 2023 habían aumentado a 2,3 millones. Un artículo en “Haaretz” (Prensa israeli) del 5 de diciembre pasado, muestra las actas del Archivo Estatal de Israel, donde se ve «la aspiración actual de la extrema derecha de “fomentar la emigración” de palestinos de la Franja de Gaza, sólo se hace eco de ideas y propuestas discutidas en el pasado por Primeros Ministros, Ministros y líderes de gobiernos de izquierda, que estuvieron entre los padres fundadores del país». Estas propuestas se hicieron en el momento de la ocupación de la Franja, cuando la “guerra de los seis días” en 1967, en ese entonces allí vivían unos 400.000 árabes palestinos. La continuidad durante más de medio siglo de los objetivos de los partidos burgueses de izquierda y derecha de Israel y entre sus gobiernos, no demuestra -como sostienen los partidarios de la “resistencia palestina”- el carácter peculiar del Estado israelí, debido a su matriz ideológica sionista, sino el rumbo marcado de todo Estado burgués en determinadas condiciones materiales. La opresión de las minorías, la limpieza étnica y el genocidio no son rasgos específicos de determinadas culturas o ideologías, sino el resultado determinado del capitalismo y su control social sobre sus máquinas estatales nacionales. Para reconstruir la situación jurídica de su Estado, debe necesariamente recurrir a estos métodos. Al controlar al proletariado de Gaza, Hamás y el Estado de Israel actúan en armonía objetiva. Sin embargo, esta es una tarea insoluble tanto para el Estado de Israel como para todos los Estados burgueses de la zona, hasta el punto de que nadie quiere a sus habitantes. Es todo el concierto de las potencias regionales y mundiales, es el capitalismo en su conjunto, el que mantiene encarcelados a más de dos millones de habitantes en Gaza, afectados por las bombas, el hambre, el frío y las enfermedades. 14 meses después del inicio del conflicto, el Ministerio de Salud de Hamás declara casi 45.000 víctimas, la mitad de las cuales murieron en los tres primeros meses del conflicto. Hamás está interesado en no distinguir entre milicianos y civiles y en inflar las cifras para alimentar el tema propagandístico del “pueblo mártir”, pero la masacre es admitida por el propio gobierno israelí, que de hecho proporciona cifras similares. El conflicto que surgió allí y se extendió mucho más allá de la Franja es, sin embargo, una de las “piezas” del marco del capitalismo que se inclina hacia un nuevo conflicto mundial. Desde esta perspectiva, los primeros y peores sufrimientos están hoy reservados a los proletarios y a los desposeídos de Gaza. La salida, para ellos y para los proletarios de todos los países, es luchar y liberarse de los partidos y regímenes burgueses que los han conducido hacia el matadero actual, y quisieran que participaran y tomaran partido en esta guerra entre imperialismos. En Gaza esto significa luchar contra Hamás y otros partidos nacionalistas palestinos. Las acciones contra la población civil israelí van en dirección opuesta a la búsqueda de solidaridad internacional de la clase trabajadora, lo que aliena el apoyo de aquellos trabajadores que luchan contra la política imperialista de su régimen burgués en nombre del internacionalismo proletario y la lucha anticapitalista. Ésta es la dirección política -la única que puede llamarse comunista- que se establecerá a nivel internacional y también entre las masas proletarias palestinas.
Del lado israelí, las víctimas de esta guerra son unas 1.650, de las cuales 1.200 en el ataque del 7 de octubre y unas 450 entre los soldados, al menos según datos oficiales, tras el inicio de la guerra, a finales de octubre de 2023. Invasión terrestre de la Franja de Gaza y luego, un año después, del sur del Líbano, un soldado al día. A ello hay que añadir alrededor de 100 de los 200 rehenes secuestrados el 7 de octubre, que aún se encuentran en manos de Hamás. Estos números no son seguros. Por ejemplo, el ex mayor general del ejército israelí Yitzhak Brik, entrevistado el 3 de septiembre por “Haaretz”, declaró que la guerra en Gaza estaba «llevando al ejército al colapso... dentro de poco ya no podremos llevar a cabo esas repetidas incursiones, porque cada día que pasa las Fuerzas de Defensa de Israel se debilitan y aumenta el número de muertos y heridos en acción entre nuestros soldados. El 17 de septiembre, también por “Haaretz”, reiteró: «Hamas todavía controla toda la Franja, incluida la ciudad de los túneles y todos los habitantes de Gaza, en todos los sectores de la vida. Las FDI no tienen forma de poner fin a su gobierno, incluso si la organización es más débil que en el pasado. Los constantes combates han perdido todo propósito y la guerra de desgaste está destruyendo todo lo bueno de Israel: su economía, sus relaciones internacionales, su estabilidad social y la motivación de sus combatientes. Muchos reservistas se niegan una y otra vez a ser llamados a filas». Un líder del grupo “Padres de soldados que dispararon suficiente” declaró el 22 de septiembre: «Somos familias sionistas patrióticas. Nuestros hijos están sacrificando sus vidas, sus cuerpos y sus almas en una guerra que no tiene fin... Empezamos en un intento de impedir la invasión de Rafah en mayo y seguimos clamando hasta el día de hoy... Mi hijo está ubicado en la ciudad de Rafah en el sur de la Franja de Gaza... su servicio militar obligatorio fue extendido cuatro meses después de pasar 10 meses seguidos luchando en la Franja de Gaza. Ni siquiera durante la guerra de Vietnam se dejó a los soldados en el campo de batalla durante tanto tiempo sin descanso». Nuevamente el 9 de diciembre, tres soldados israelíes fueron asesinados en Jabalia. Por lo tanto, Hamás todavía es capaz de realizar incursiones. Es necesario que Israel – como lo sería para cualquier Estado burgués – confíe el control social y político de las masas de Gaza a los partidos burgueses locales. A menos que se recurra a una política genocida y de limpieza étnica. Hamás es un partido que tiene un corazón pequeñoburgués, -con una capa de líderes políticos provenientes de clases bien presentes en la sociedad palestina, en particular estudiantes de universidades islámicas; tiene un cuerpo formado por los desposeídos y las clases bajas- alistados como trabajadores a través del sistema de bienestar de la caridad islámica, según un modelo similar al de Hezbolá en el Líbano y que tiene orígenes históricos en los Hermanos Musulmanes, además de una gestión de ayuda con la ONU; y tiene un jefe burgués, en la cima de la organización, controlado por los hilos del financiamiento internacional de las potencias burguesas regionales y globales, de las cuales las conocidas son Irán, Qatar y Turquía. Además, no podemos ignorar el hecho de que fueron los propios servicios secretos israelíes, quienes apoyaron al movimiento islamista Hamás para reducir la influencia de la OLP laica. Ésta es la realidad de la naturaleza y la supervivencia de Hamás. Las dificultades encontradas por el ejército israelí en las operaciones terrestres en Gaza, se reflejan en el control de la clase trabajadora dentro de Israel. Las manifestaciones del 1 de septiembre de 2024, llevaron a cientos de miles de manifestantes a las calles de Tel Aviv y otras ciudades. Llevan meses pidiendo una tregua con Hamás y la liberación de los rehenes. Lo que les mueve es el creciente malestar por la interminable continuación de la guerra, por los rehenes, por el goteo de soldados muertos y por las dificultades económicas generadas por el conflicto, cuyos efectos las empresas naturalmente transmiten a sus empleados. Aunque la clase obrera todavía está firmemente encadenada a la política de su Estado burgués, expresada por sucesivos gobiernos, estas manifestaciones fueron contra la guerra y, por lo tanto, contra la política imperialista del Estado burgués israelí y su sumisión al amo estadounidense. El sindicato Histadrut del régimen, la confederación sindical más grande del país, ha convocado una huelga general para el 3 de septiembre en apoyo de una solución negociada para traer a los rehenes a casa. La Histadrut tiene una arraigada tradición de colaboración de clases. Durante años gestionó cooperativas, empresas, bancos y escuelas con una facturación del 20% del PIB nacional. A medida que avanzaba la crisis de sobreproducción del capitalismo, que la burguesía internacional remedió temporalmente con las llamadas políticas económicas neoliberales, el “socialismo sionista” también cayó en declive. La Histadrut ha perdido su imperio económico y su número de miembros ha caído de 1.800.000 a 200.000, antes de volver a aumentar en los últimos años hasta 800.000, de una población activa de 4,5 millones de trabajadores en 2023. La huelga del 3 de septiembre contó con el apoyo de los industriales del país. El presidente de la asociación de empresarios afirmó: «La asociación apoya la huelga y acusa al gobierno de no haber cumplido su “deber moral” de llevar a los prisioneros a casa sanos y salvos. Sin el regreso de los rehenes, no podremos poner fin a la guerra ni rehabilitarnos como sociedad y comenzar a rehabilitar la economía israelí». En las intenciones de la dirección pro-patronal del Histadrut, la huelga ciertamente no tenía como objetivo socavar la solidaridad nacional entre la clase trabajadora y la burguesía, sino más bien apoyar un alineamiento político de la clase dominante, dar rienda suelta a la lucha y neutralizar el malestar de los trabajadores por el empeoramiento de sus condiciones, impidiendo acciones ajenas a su control. Pero para los trabajadores el motivo de la huelga son sus condiciones de vida, y la huelga en un país en guerra es una lección que en el futuro será útil al proletariado de Israel, cuando la burguesía israelí, habiendo redescubierto la unidad en cuanto a la línea de conducta de su clase política, querrá involucrar cada vez más a los trabajadores, en su política belicista e imperialista. Además, la huelga acercó a los trabajadores árabe-israelíes a los hebreos, rompiendo el muro erigido por las burguesías israelí, iraní y árabe para dividirlos. Después de la huelga del 3 de septiembre, las manifestaciones volvieron a su tamaño anterior, con unos pocos miles de participantes. Es evidente que los “éxitos” militares traen consigo el fruto envenenado de la pacificación del frente interno. Pero las dificultades se hicieron evidentes incluso para los países imperialistas más prósperos de la zona. La clase trabajadora no puede salir de la guerra imperialista, ni impedir su maduración y crecimiento, alineándose en uno de sus frentes, sino trabajando en todos los países en la lucha de los trabajadores contra el militarismo y el imperialismo de su propio régimen burgués -sea democrático o autoritario- y sobre esta base tejer un vínculo de unión, solidaridad y hermandad a través de las divisiones nacionales, religiosas y étnicas entre los trabajadores de todo el mundo. La clave del progreso histórico ya no está, como indican los partidos oportunistas, en las luchas por acuerdos nacionales que tienen como objetivo un “arreglo justo” entre Estados dentro del marco del capitalismo. En el Medio Oriente no será en la lucha de los palestinos por su Estado nacional -explotado durante décadas por todas las potencias de la zona para sus propios fines- sino en la revuelta proletaria, la que derrocará los regímenes burgueses de todos los países de la zona, en Irán, Egipto, Turquía e Israel. La cuestión palestina se utiliza en varios países, tanto en Irán como en Turquía, para distraer a los proletarios de la lucha por sus intereses inmediatos y políticos y vincularlos a su régimen nacional burgués.
Sólo después de la revolución proletaria, encontrarán una solución las
cuestiones nacionales que quedaron sin resolverse durante el desarrollo
histórico del capitalismo, desde su fase ascendente hasta la actual fase de
descomposición del imperialismo.
La quimera de la unificación árabe mediante acuerdos entre Estados (Il Programma Comunista, Nº 10 de 1957) Las últimas noticias desde Jordania anuncian la apertura de la fase de purga tras la represión llevada a cabo por las fuerzas conservadoras unidas en torno al rey Hussein. Comenzaron a funcionar tribunales especiales con amplios poderes, incluido el de imponer penas de muerte; en el campo de concentración de Abdali, unas trescientas personalidades del àmbito pro-nasserista y panarabista esperan la sentencia de los jueces; el ejército, la policía y la burocracia están siendo sometidos a una importante limpieza, supuestamente bajo la dirección personal de Hussein. Así, mientras la Sexta Flota mantiene bajo vigilancia los países limítrofes del pequeño reino hachemita y los marines desembarcan, aunque bajo la apariencia de turistas, en las costas libanesas, la comitiva de la corte, apoyada por las hordas beduinas y los mercenarios circasianos de la guardia personal del rey, da rienda suelta a impulsos de venganza largamente contenidos. En la antigua època colonial, era responsabilidad del ocupante imperialista tomar personalmente la soga. Hoy en día, el imperialismo es capaz de eludir esta tarea al ser capaz, sin ocupar el territorio en disputa, de aterrorizar a los rebeldes y consolidar el poder de los verdugos locales. Esto es una confirmación más de lo que venimos repitiendo sobre el proceso de sustitución del colonialismo termonuclear por el colonialismo histórico anglo-francés, que fue sensacionalmente derrotado, frente al Canal de Suez, por la amplia maniobra de Washington. Sin embargo, al mirar en retrospectiva los acontecimientos en Jordania, nos damos cuenta de que otros factores, además de la intervención financiera y militar de los Estados Unidos, jugaron un papel a favor de Hussein y del partido de la Corte. En realidad, la crisis jordana, que en un principio parecía destinada a multiplicar el número de Repúblicas en Medio Oriente, ha resumido en sí todas las contradicciones que atormentan al llamado mundo árabe, en primer lugar aquella en la que se desarrolla el panarabismo. se debate entre la elección de los medios para lograr la unidad de la nación árabe desde el Golfo Pérsico hasta el Atlántico, como le gusta decir al coronel Nasser. En el estado actual de las cosas en Medio Oriente, la unificación árabe sigue siendo una utopía inalcanzable mientras esté confiada – como ocurre ahora – a la política de los Estados. La contradicción insoluble de la demagogia panárabe consiste en abogar por la unidad nacional de los árabes de Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Irak, Siria, los diversos principados del Golfo Pérsico y del Mar Rojo, pero en pretender lograrla mediante acuerdos interestatales, mientras está claro que una nación árabe, constituida como Estado unitario, sólo es concebible mediante la demolición del andamiaje estatal existente y la fundación de una nueva estructura política de tipo moderno. Una característica fundamental de la revolución burguesa es de hecho la superación del particularismo estatal típico del feudalismo. Hoy en día, en la parte central y oriental de Asia – como en India y China – a diferencia de lo que ocurre en lo que los europeos conocen con el nombre impropio de Medio Oriente, el proceso de centralización del poder político se encuentra en una fase muy avanzada. Sin embargo, en el mundo árabe, a pesar de la unidad étnica y lingüística, la centralización del poder político aún está lejos de ser una realidad. Las nuevas y profundas fracturas interárabes provocadas por el cambio de postura de Jordania son prueba de ello. La unificación árabe, de la que hablan los agitadores obsequiosos del gobierno de El Cairo, si y en la medida en que siga confiada a los gobiernos constituidos, sería alcanzable con una sola condición, y es que surgiese un... Gengis Khan moderno o un Tamerlán de raza árabe capaz de aplastar con la fuerza de las armas la resistencia particularista al panarabismo. Pero esto supondría la existencia de un potencial económico y, por tanto, militar que – como lo demuestra la apresurada retirada del ejército egipcio en la campiña del Sinaí – no existe ni puede surgir objetivamente. Consciente de su debilidad económica y militar, el gobierno de Nasser ha intentado en los últimos meses crear una federación de Egipto con Siria y Jordania, que se implementaría en el marco de la alianza que ya une a estos tres Estados y en la que participa también Arabia Saudita. Se sabe que esta especie de OTAN árabe ha llegado incluso a unificar el mando de las fuerzas armadas de los estados miembros. Pero los acontecimientos en Jordania han demostrado suficientemente cómo Egipto y Siria, que siguen siendo los principales centros del movimiento panárabe, sólo pueden contar con sus propias fuerzas, mientras que las dinastías saudí y hachemita, aferrándose a la preservación feudal por un lado y por el otro, la amistad con los Estados Unidos, se ha sumado a la iniciativa de El Cairo con el único objetivo de neutralizar la acción de las corrientes proegipcias alimentadas por los refugiados palestinos, como es el caso de Jordania, o de conseguir regalías más altas de las compañías petroleras estadounidenses, como es el caso de Arabia Saudita. * * * Hasta la derrota de las fuerzas extremistas del panarabismo en Jordania, el imperialismo occidental sólo podía centrarse en Irak en sus maniobras para dividir a los árabes y neutralizar la alianza de El Cairo. Hoy, sin embargo, no sólo el despliegue militar opositor que toma su nombre del Pacto de Bagdad, que reúne a Irak, Turquía, Pakistán e Irán, y al que se ha adherido Gran Bretaña, se ha visto reforzado por la entrada de Estados Unidos tras la conferencia anglo-americana en Bermudas el pasado mes de marzo; pero su fortalecimiento ha correspondido al grave debilitamiento de la alianza árabe tras el conflicto político que ahora ha estallado entre el eje El Cairo-Damasco y Jordania. Al adoptar una postura abierta a favor del rey Hussein, justo cuando perseguía a los exponentes panárabes locales, el rey Saud de Arabia estaba aislando a sus aliados en Egipto y Siria. En definitiva, la gran disputa que estalló en el invierno de 1955 entre el bando opuesto al panarabismo antioccidental liderado por Irak (en línea con los intereses del imperialismo) y el bando que abogaba por la unificación árabe bajo la bandera del nacionalismo y el anticolonialismo, que aceptó la dirección política de Egipto, termina, al menos por el momento, en una dolorosa derrota de este último. El gobierno de Nasser se encuentra nuevamente en el punto de partida: el aislamiento. Peor aún: utiliza armas de propaganda contundentes, ya que las acusaciones dirigidas contra el imperialismo occidental y contra Israel presuponen, para tener un impacto efectivo, la existencia de una verdadera cooperación interárabe; y esto resultó ser sólo una frase. La interferencia de Estados Unidos, como la de otras potencias imperialistas, en Medio Oriente juega precisamente con las profundas divisiones que fragmentan al mundo árabe. Los árabes están divididos: esta verdad no escapa a nadie. Pero ¿la causa de estas divisiones políticas persistentes y, en verdad, agudas, sólo se puede identificar en las intrigas diplomáticas de las potencias imperialistas, como lo declara unánimemente la prensa panarabista, con eco en la del nacionalcomunismo internacional, o es todo lo contrario, que al imperialismo le resulta fácil enfrentar a árabes contra árabes precisamente porque las divisiones que los desgarran son inherentes a la situación en Medio Oriente? La organización de la nación árabe en un Estado unitario que se extienda desde Irak hasta Marruecos es ciertamente – dentro del marco burgués – una aspiración revolucionaria. Pero el progreso industrial y la descomposición de los grupos sociales preburgueses en las clases que caracterizan a la sociedad burguesa (la unificación árabe no podía ir más allá de este objetivo, en ausencia de la revolución comunista del proletariado en los países del capitalismo pleno), son hechos revolucionarios cuando se mueven en el marco de antiguas estructuras semifeudales; mientras que la ideología y la política del panarabismo de estilo nasserista, independientemente de lo que puedan decir los partidos afiliados al Kremlin, lejos de ser revolucionarias, caen dentro del ámbito de las utopías conservadoras. Lo digamos o no, el panarabismo de Nasser sueña con proporcionar a los árabes de África y Asia lo que la Confederación Norteamericana proporcionó a los estadounidenses, la Unión Soviética a los rusos y la Unión India a los indios; pero no comprende, por razones de clase, que en el origen de estos organismos estatales hubo grandes revoluciones que introdujeron o están introduciendo nuevos modos de producción y nuevas formas de organización social. Ahora bien, los furiosos panarabistas de El Cairo y Damasco, que sueñan con una edición moderna del Califato, son revolucionarios mientras los objetivos de su odio se encuentren fuera de sus respectivas fronteras; no lo son tanto cuando se ocupan de sus tareas domésticas. La unificación política del mundo árabe sólo es posible si va acompañada de un movimiento de unificación económica y social, que sólo puede ser un movimiento revolucionario. Sólo una revolución que sacuda las arcaicas estructuras feudales, o incluso prefeudales: – ¿de qué otra manera se podría definir a las tribus nómadas beduinas, salvadoras del tambaleante trono de Hussein? – podría marcar el comienzo de la eliminación de las divisiones que hacen impotente a la nación árabe. Pensemos en la formidable fuerza de inercia a la que se oponen sociedades como las de Arabia Saudita o Yemen o las de los principados árabes del Golfo Pérsico, petrificadas en antiguas estructuras sociales. Consideremos, en cambio, la extraordinaria evolución política y social de un Estado no árabe en Medio Oriente, el Estado de Israel, donde está teniendo lugar una auténtica forma de trasplante del industrialismo moderno. Pero los panarabistas como Nasser pretenden cosechar los frutos de la revolución, mientras intentan destruir incluso su semilla revolucionaria. Nadie ignora que el Napoleón de Egipto utiliza puño de hierro y duras penas de prisión para cualquiera que amenace, o parezca amenazar, la estabilidad social interna de Egipto. * * * En conclusión: en teoría son concebibles dos formas de unificar el mundo árabe: la conquista militar por un Estado hegemónico que borre las particiones estatales que prevalecen en los territorios habitados por personas de raza y lengua árabes, y una revolución de las clases bajas que, destruyendo el orden establecido, pueda sentar las bases para la fundación de un Estado unitario. La primera alternativa se ve socavada por la ausencia de un Estado árabe militarmente fuerte y políticamente influyente, capaz de llevar a cabo las mismas funciones que, en otras condiciones históricas, Prusia desempeñó para Alemania y el Piamonte para Italia. Por otra parte, la existencia de los grandes bloques imperialistas encabezados por Estados Unidos y Rusia hace fácil prever que cualquier guerra interárabe se transformaría, mediante la adhesión directa o indirecta, abierta o encubierta, de ciertos países a un bloque o al bloque rival, en una guerra que involucra a Estados no árabes. Desde que la Sexta Flota de Estados Unidos llegó a aguas libanesas, ¿quién podría dudarlo todavía? La cuestión de la unificación árabe está, de hecho, indisolublemente ligada a la lucha global por la adquisición de fuentes de petróleo y bases militares. El imperialismo estadounidense no puede poner en peligro las posiciones de fuerza de que disfruta, ya que es capaz de enfrentarse a los Estados árabes individualmente, si no en competencia con los demás. La proclamación de la Doctrina Eisenhower no ocurrió por casualidad; y su objetivo principal es mantener el status quo en el Medio Oriente. Al declararse contrario a cualquier medida que pudiera amenazar la independencia y la integridad de los Estados árabes -bajo esta apariencia de principio, el Departamento de Estado envió la Sexta Flota a las aguas del Mediterráneo oriental- el imperialismo estadounidense, heredero de la supremacía en el Medio Oriente, cuyo objetivo principal es bloquear el camino del movimiento panarabista. Y mientras el abrumador poder militar de los Estados Unidos siga velando por la preservación de un sistema político caracterizado por la división de los árabes en varios Estados soberanos, cada uno celoso de su propia independencia y de los privilegios económicos disfrutados a través de sus relaciones con el imperialismo extranjero; mientras todo intento de unificación política, como la planeada federación entre Egipto, Jordania y Siria, se enfrente a la indomable resistencia del imperialismo estadounidense, el movimiento panarabista permanecerá en las condiciones de ilusoria impotencia que observamos hoy. Por otra parte, hasta ahora falta la segunda perspectiva: la de una revolución social. El movimiento nasserista, a pesar de la acalorada demagogia de sus líderes, no puede de ninguna manera definirse como un movimiento revolucionario de masas. No se acompañó de ninguna conmoción social, limitándose a injertar en la misma estructura social en la que se basaba la monarquía un régimen político diferente del que sustituyó solamente (y aún en esto habría que hacer muchas reservas), en sus orientaciones en política exterior, a su vez posibles sólo por la urgencia de nuevos equilibrios de poder entre las grandes potencias mundiales. En otras palabras, no fue un impulso revolucionario de las masas egipcias lo que impuso la nueva política exterior que Nasser siguió a partir del día en que nacionalizó el Canal de Suez. El coronel Nasser y sus seguidores, de los cuales se hace eco la prensa ruso-comunista, promueven la expropiación de los accionistas del Canal como un aspecto de su llamada revolución social. En realidad, esto ni siquiera ha tocado las capas más profundas de la sociedad egipcia, que siguen viviendo bajo el control férreo de unas relaciones de producción extremadamente atrasadas, y ni siquiera ha expresado el deseo imperioso de que surja una burguesía digna de ese nombre.
Sólo la revolución social – cuando las condiciones para ella hayan madurado –
podrá, demoliendo las viejas estructuras, suprimir el cúmulo de Estados, grandes
y pequeños, que se nutren de ellas. Es en este camino que los panarabistas de El
Cairo y Damasco dan la espalda, confiando su fortuna política a las intrigas
entre Estado y Estado, pero es legítimo prever que las condiciones históricas
futuras, determinadas por la reanudación de la lucha revolucionaria del
proletariado de los países capitalistas, al poner al imperialismo a la
defensiva, también permitirá a los árabes liberarse de la sujeción al
imperialismo por una parte y de las supervivencias del particularismo feudal por
otra.
Por el sindicato de clase America Latina Sigue a la expectativa de la reanudación de la lucha de clase de los asalariados y su rebelión contra la explotación capitalista Entre el 2015 y el 2024 la tasa de crecimiento promedio anual de los países de América Latina y el Caribe fue de 1%, lo que refleja un estancamiento del PIB, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Aunque para el 2025 la CEPAL proyecta un crecimiento promedio superior al 2% en la región y una tendencia a la baja de la inflación, el panorama para los trabajadores siguen siendo de sobre-explotación, caída sostenida del salario real (así como de pensiones y jubilaciones), con una mano de obra ocupada en un 46,7% en empleos informales (léase desempleo encubierto). Los gobiernos se enfrentan al reto de reducir el gasto fiscal y, por lo tanto, se plantean el recorte de nóminas de trabajadores y la privatización de empresas y servicios centralizados por el Estado. Cada gobierno burgués pretende convencer al electorado de que vendrán tiempos mejores con la “recuperación” de la economía nacional y, junto a partidos, parlamentarios y payasos sindicales, impulsan en la clase obrera la ilusión de que la recuperación de las empresas y los negocios les traerá bienestar. Pero la prosperidad de las economías nacionales no se traducirá necesariamente en mejora de los salarios reales y de las condiciones y medio ambiente de trabajo. Cualquiera de los planes económicos de los gobiernos burgueses en la región se fundamentará en el aumento de la tasa de explotación de la clase obrera. Es de esperar de los diferentes gobiernos la implementación de estrategias de crecimiento, de acumulación de capitales y de captación de inversiones extranjeras, acompañadas de desempleo y caída sostenida del salario real y también es de esperar que a las directivas sindicales traidoras y a los partidos oportunistas se les haga más difícil contener las luchas de los trabajadores y encausar los descontentos hacia el circo electoral. La mesa está servida para el fortalecimiento y ampliación del terror del Estado burgués y la represión. En este contexto es de esperar que las condiciones materiales de vida de las mayorías asalariadas en la región sigan propiciando el incremento cuantitativo de las luchas de los trabajadores. Las luchas de los trabajadores han sido desvirtuadas por la influencia de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera. Las centrales sindicales operan en general como sindicatos del régimen y los partidos oportunistas, que inciden en el movimiento obrero y controlan sus organizaciones económicas, han cumplido un papel clave en la desmovilización, desorganización y división del movimiento obrero y sindical. Es por eso que en términos generales se han observado reclamos reivindicativos en los que se mezclan reivindicaciones obreras con reivindicaciones burguesas o pequeñoburguesas, como la exigencia de soberanía nacional, contra la privatización de empresas estatales, por créditos para la pequeña y mediana empresa, por el mantenimiento de subsidios a determinados productos y servicios, etc. Sin embargo, se han comenzado a observar algunos conflictos en los que los trabajadores se han lanzado a la lucha rompiendo con el control de las directivas sindicales traidoras u obligándolas a ponerse al frente de huelgas y movilizaciones. En estos casos los trabajadores se han enfocado en la exigencia de aumento salarial, de pago de deudas por parte de los patronos y otros temas que impactan directamente sus condiciones de vida y de medio ambiente de trabajo. En estos casos estas luchas han sido derrotadas o sus logros reivindicativos han sido pobres. Pero representan un salto cualitativo que todavía es apenas un esbozo del curso que podría tomar una reanudación de la lucha de clase. Y es evidente que en estos episodios de lucha no ha surgido de la base una nueva dirigencia sindical clasista y mucho menos se ha producido el contacto de estos movimientos con el partido revolucionario. La valoración de estas situaciones en el movimiento obrero de la región no puede ser asumida ni con idealismo ni con voluntarismo, pero es una confirmación de como la contradicción capital - trabajo puede brotar e imponerse pese al control del oportunismo y la traición en el movimiento sindical. Estos episodios de lucha obrera nos han permitido observar comportamientos deseables como: unidad de los trabajadores por la base, decisión y disposición de los trabajadores de ir a la huelga de manera indefinida y sin servicios mínimos, asambleas y organización de base, enfoque en las exigencias de aumento salarial y otras directamente conectadas con la situación socio-económica de los trabajadores, rechazo a las posiciones traidoras de las directivas sindicales. Por supuesto que han sido movimientos que han mostrado muchas insuficiencias políticas, que no van a superar sin el contacto del movimiento sindical con las posiciones de los comunistas. Y de allí la importancia de perseverar en la propaganda revolucionaria. Algunas situaciones que se pueden destacar a principios del 2025 son las siguientes: En Uruguay, desde el 22 de noviembre de 2024, los trabajadores de la industria cárnica asumieron un conflicto laboral, con diferentes acciones orientadas a romper con el estancamiento de las negociaciones colectivas sobre salarios y condiciones laborales. Este movimiento ha trascendido fronteras, recibiendo el respaldo de la Confederación Nacional de Trabajadores de la Alimentación de Brasil (CONTAC) y otras entidades sindicales de la región. La industria cárnica, uno de los sectores económicos más relevantes de Uruguay, emplea a miles de personas y genera un impacto significativo en las exportaciones del país. Sin embargo, las condiciones laborales y salariales en el sector han sido objeto de tensiones recurrentes. Los trabajadores aspiran avances concretos en dos puntos clave: una mejora salarial acorde con el incremento del costo de vida y la implementación de medidas que garanticen condiciones laborales dignas, como la seguridad en los procesos de producción. El gobierno, a través del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, ha convocado a ambas partes a reanudar las negociaciones. Sin embargo, el estancamiento persiste, y los trabajadores consideran que las propuestas presentadas hasta ahora no son suficientes para responder a sus necesidades. La paralización parcial de las actividades en el sector cárnico generó repercusiones en la economía uruguaya. Las exportaciones de carne, uno de los principales rubros de ingresos del país, podrían verse afectadas si las medidas de lucha se prolongan. Según datos de FOICA (Federación Obrera de la Industria de la Carne y Afines), un porcentaje significativo de empleados de la industria percibe salarios que apenas superan el mínimo legal, mientras enfrentan jornadas laborales extensas y condiciones de trabajo que a menudo implican riesgos para la salud. Está por verse hasta qué punto prosperan expresiones prácticas de la solidaridad internacional, comenzando con la integración de esta lucha con los trabajadores brasileños de este mismo ramo. En Argentina la representación parlamentaria del llamado “Frente de Izquierda”, coalición electoral que agrupa a varios partidos oportunistas, presentó el “Proyecto de ley por la Estatización de todo el Sistema Ferroviario bajo control, gestión y administración de sus trabajadoras y trabajadores y organizaciones de usuarios”, que plantea que “Hace falta un plan de salvataje. La única forma de tener un ferrocarril moderno, eficiente y rentable es que se estatice el 100% del sistema ferroviario en una única empresa monopólica del Estado que integre el servicio de carga y de pasajeros. Una empresa estatal dirigida por sus trabajadoras y trabajadores que tenga como objetivo la conexión de todo el territorio nacional, el desarrollo de las economías regionales, contribuir a la soberanía alimentaria y que brinde un servicio seguro, eficiente, con tarifas populares y accesibles para el pueblo trabajador”. Esta iniciativa política nos muestra la nefasta influencia del oportunismo en el movimiento sindical, al que pretenden conducirlo hacia proyectos como este, que distraen las energías de lucha de los trabajadores y los apartan de sus verdaderas luchas y de la confrontación con la explotación capitalista. El sindicato de clase no puede luchar por el salvataje de empresas y mucho menos bajo argumentos nacionalistas. El Frente de Izquierda pretende que los sindicatos asuman la lucha por la estatización y salvataje del sistema ferroviario y con esto queda claro que no califica como una alternativa en la dirección clasista de los sindicatos y en la conducción de una reanudación de la lucha de clase. El camino “de lucha” que presenta el Frente de Izquierda (y todos los oportunistas de la región) es el camino de la traición, del policlasismo, del parlamentarismo, del electoralismo, que ha mantenido al movimiento obrero y sindical impotente ante la ofensiva de los patronos capitalistas y sus gobiernos. En un 2024 en el que se produjeron 35.000 despidos en el sector público y en el que continuó devaluándose la moneda, el gobierno cerró en diciembre con un anuncio de un salario mínimo de 279.718 pesos mensuales. El gobierno no consultó a las centrales sindicales, pero estos organismos siguen siendo socios de la burguesía en la explotación de los trabajadores y cualquier reacción crítica es solo una pantomima que no llegará al punto de la confrontación con la lucha de los trabajadores. En octubre de 2024 el poder de compra del salario mínimo fue casi cuarenta por ciento menor que en noviembre de 2019 y 54 por ciento menor que el del mismo mes de 2015. Se trata de una caída del salario real que va más allá de la gestión de Milei y que responde a como la burguesía saca adelante sus negocios aumentando el grado de explotación de la clase obrera. Los gobiernos de turno administran los intereses de la burguesía y las centrales sindicales les dan respaldo con sus directivas traidoras. La situación actual no podrá ser revertida por los trabajadores ni con los sindicatos actuales ni con la participación en las elecciones de la democracia y el parlamentarismo. En El Salvador, desde marzo de 2022 se aprobaron 33 prorrogas del régimen de excepción que se ha mantenido hasta el presente bajo la justificación de ser una medida para encarcelar a grupos pandilleriles, pero que también se ha utilizado para atemorizar a la clase trabajadora, que ha sufrido la persecución, detención y asesinato de dirigentes sindicales. Bajo este régimen de excepción el gobierno burgués ha implementado la anulación de contratos colectivos, ha paralizado huelgas o protestas laborales y ha desalojado de trabajadores por cuenta propia (vendedores ambulantes) en el centro histórico de San Salvador con la amenaza de encarcelamiento si protegen lo que tienen a la venta. En el 2024 se inició un Ajuste Fiscal, como parte de los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional. Este ajuste fiscal ha implicado la eliminación de al menos 19 instituciones públicas, el recorte del gasto público, despidos y recorte de la nómina de trabajadores del sector público, destacando Salud y Educación. Por otro lado la implementación de nuevos impuestos y el recorte a los subsidios a la población salvadoreña, indican que el salario real seguirá cayendo. Como impacto de la gigantesca poda de las instituciones del Estado, muchos sindicatos quedaron eliminados en la práctica. Todo indica el Ajuste Fiscal apenas inicia (y se profundizará en el 2025) y lo llevarán los trabajadores sobre sus hombros. En Brasil una petición dirigida al Congreso Nacional en septiembre del año pasado exigiendo el fin del llamado horario de trabajo 6x1 (seis días de trabajo por uno solo de descanso) recibió casi 3 millones de firmas de apoyo. Titulada “Por un Brasil que va más allá del trabajo”, la petición afirma que “las horas de trabajo en Brasil a menudo exceden los límites razonables, siendo el horario de trabajo 6x1 una de las principales causas del agotamiento físico y mental de los trabajadores”. El turno 6x1 está muy extendido en el comercio minorista y los servicios, los dos sectores con mayor número de empleos formales en Brasil y que necesitan trabajadores todos los días de la semana. De los casi 55 millones de empleos formales en Brasil, alrededor de dos tercios tienen un horario de trabajo de más de 40 horas a la semana y probablemente estén en el horario 6x1. Los que trabajan más de 40 horas a la semana son los que reciben salarios más bajos: el 82 por ciento de los trabajadores del comercio minorista y los servicios ganan menos de dos salarios mínimos (2.824 reales o 455 dólares) y el 42 por ciento gana hasta 1,5 salarios mínimos (2.100 reales). Según el proyecto de ley, la jornada laboral será, por ley, de “no más de 8 horas diarias y 36 horas semanales, con un horario de trabajo de cuatro días a la semana”, sin reducción salarial. Actualmente, en Brasil existe una semana laboral de 44 horas. El Congreso Nacional ya ha archivado o paralizado al menos 9 PEC (Propuestas de Enmienda a la Constitución) sobre la reducción de la jornada laboral en Brasil. Esto indica que no se trata de una propuesta nueva. Aunque la Constitución brasileña de 1988, posterior a la dictadura, redujo la semana laboral de 48 a 44 horas, en general la mayor parte de los cambios en la legislación de horarios de trabajo favorecieron a los empresarios en detrimento de los trabajadores, como sucedió en 2017, durante el gobierno de Temer. En el 2017 se implementó una reforma laboral que estipula que las horas extras deben ser compensadas con un número igual de horas de descanso en un plazo de seis meses, pero muchas veces esto no es cumplido por las empresas. Los cambios de 2017 reemplazaron las normas vigentes desde 1943, en las que los trabajadores recibían un 50 por ciento adicional por horas extras, llegando al 100 por ciento los fines de semana. Según una encuesta realizada por la compañía de seguros Maxis GBN en 2019, los trabajadores en Brasil trabajan un promedio de 18 horas extras cada mes, agregando 4,5 horas a su horario de trabajo semanal. En Venezuela, desde la promulgación de la Ley del Trabajo del 2012, la jornada de trabajo quedó establecida en 40 horas semanales, contemplando 2 días continuos de descanso para el trabajador. Todo esto contemplando el conjunto de excepciones propias de la legislación burguesa para justificar otras jornadas de trabajo en determinadas áreas de la economía, además de la organización de las horas extras y prolongación de la jornada de trabajo por causas “justificadas”. En México funciona un “Frente por las 40 horas”. Allí la jornada laboral es de 48 horas. La propuesta de reducir la jornada a 40 horas semanales forma parte de los “100 compromisos de gobierno” contemplados en la oferta electoral de la actual presidenta de México. La jornada máxima legal en Colombia quedó establecida en 46 horas semanales a partir del 15 de julio de 2024 y hasta el 14 de julio de 2025. Esta modificación hace parte del proceso gradual de reducción de la jornada laboral sustentada en la Ley 2101 de 2021. El cambio será de manera gradual así: en el día 16 de julio del año 2025, pasará a 44 horas y finalmente, a partir del 16 de julio de 2026, será de 42 horas semanales máximas. Las horas semanales de trabajo se podrán distribuir en máximo seis días a la semana con un día de descanso. Sin embargo se sabe de casos en los que empresarios colombianos han asumido la estrategia de incorporar una parte de la plantilla de trabajadores con jornada de trabajo de 42 horas semanales a los que se les paga un menor salario y aprovechan la coyuntura para reducir sus costos laborales. En Chile se avanza en un plan similar al de Colombia, solo que contempla llegar a 40 horas semanales a partir del 26 de abril de 2028: Se llegará al nuevo límite, quedando en 40 horas semanales. En la mayor parte de los países de la región dominan las jornadas de 48 horas semanales. No hemos observado en Brasil (tampoco en el resto de los países) a las centrales sindicales exigiendo la reducción de la jornada de trabajo dentro de sus reivindicaciones. El gobierno de Lula ha tenido que evitar manifestarse en contra de este proyecto para conservar apoyos electorales entre los trabajadores. Sin embargo el planteamiento contra el régimen laboral de 6x1 no ha prosperado sobre la base de la movilización y la huelga de los trabajadores sino que ha sido hasta ahora un movimiento mediático en la opinión pública y en las redes sociales, impulsado por intereses electoreros. Sin embargo no se debe menospreciar el hecho de que en los últimos cinco años la conflictividad social se incrementó y alcanzó situaciones de mucha agitación (destacando las amplias protestas en Chile, Colombia, Ecuador y Perú), repercutiendo esto tanto en la dinámica electoral que llevó a varios cambios en los grupos que controlan los gobiernos y también a la inclusión de temas, como la jornada de trabajo, dentro de la agenda de políticas laborales de varios gobiernos burgueses. Tanto la propuesta de reducción de la jornada de trabajo en Brasil como las que se plantean en otros países de Centro y Suramérica, están dentro de los cálculos de la burguesía, que prefiere resolver los casos de extensión de la jornada de trabajo a través de horas extras. Aunque las 36 horas semanales propuestas en Brasil están levemente por debajo de las 40 horas que propone la OIT, sigue siendo una propuesta conservadora. Todos estos planteamientos de reducción de la jornada de trabajo se acompañan de la flexibilización de la aplicación de horas extras. Además la cuestión de la jornada laboral sigue abordándose dando prioridad a la situación de los trabajadores formales; pero a una gran parte de la clase obrera y del proletariado se les somete a empleos informales, subempleo y servicios irregulares, donde estas regulaciones a la jornada de trabajo no se aplican. En Brasil, por ejemplo, los conductores de Uber y los repartidores de comidas y encomiendas, afiliados a aplicaciones como iFood, no están clasificados como trabajadores regulares, sino como “microempresarios independientes”, por lo que no tienen derecho a la Tarjeta de Trabajo y Seguridad Social (CTPS) ni mucho menos están sujetos a las regulaciones sobre la jornada de trabajo. Las centrales sindicales actuales no están comprometidas con una lucha consecuente por una reducción significativa de la jornada de trabajo. El movimiento sindical de clase tendrá que asumir la exigencia de reducción significativa de la jornada de trabajo, sin reducción de salarios y sin extensión de la jornada a través de las horas extras. Así mismo esta es una reivindicación que deberá combinarse con la exigencia de reducción de la intensidad de trabajo, por ejemplo en educación, reduciendo el número de alumnos por aula y por profesor, o en salud, con la reducción del número de pacientes a atender por enfermeras. Esta reivindicación deberá ser asumida por los trabajadores organizados por la base y unidos en la acción. Para el año 2025, el salario mínimo en Colombia se estableció en 1.423.500 pesos, lo que representa un incremento del 9,54% respecto al año anterior. Si se compara con los indicadores de costo de la vida al cierre del 2024, resalta que con este salario solo se cubre el 52% de las necesidades básicas de un trabajador soltero y el 35,6% de lo que requiere una familia de cuatro personas como mínimo para cubrir los costos del alquiler, servicios públicos, alimentación y gastos de transporte. Las centrales sindicales participan en la Comisión de Concertación de Políticas Laborales, junto al gobierno y los empresarios y su servilismo las hace incapaces de plantear un aumento significativo de los salarios y mucho menos de hacer llamamientos a la huelga y la movilización de los trabajadores. Para los trabajadores la situación es más compleja si se considera que el salario mínimo que se establece oficialmente rige solo para el 9,9% de la Población Económicamente Activa (unos 2.200.000 trabajadores), según estadísticas que maneja el DANE y el Ministerio del Trabajo. Pero estas mismas instituciones estiman que 10 millones de trabajadores no devengan ni el salario mínimo legal vigente en Colombia. En Venezuela el 10 de enero se cumplió con la juramentación de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela para un nuevo período (2025-2031). El nuevo gobierno fue asumido con un fuerte despliegue mediático y militar-policial por parte del chavismo (la fachada de la facción burguesa en el poder) y con la detención selectiva tanto de dirigentes de partidos de derecha como de dirigentes de la izquierda oportunista, muchos de los cuales han sido sometidos a persecución y hostigamiento (lo que no hicieron con la dirigente más promocionada de la oposición de derecha, María Corina Machado, ni anteriormente con el autoproclamado Juan Guaidó). Abundan los anuncios de detención de terroristas y de funcionarios del FBI y la CIA. Incluso el gobierno solicitó orden de captura en Interpol de varios ex-presidentes de la región que se han pronunciado contra de lo que consideran un fraude en las elecciones del 28 de julio del 2024. Toda la tensión política y mediática en torno al resultado electoral del 28 de julio de 2024 y la reelección de Nicolás Maduro, corresponde con una pugna interburguesa por el control del gobierno, que a su vez es una expresión de pugnas interimperialistas por el control de las materias primas presentes en Venezuela, dentro de las que destacan el petróleo y el gas. Tanto las facciones políticas que controlan el gobierno como aquellas que le hacen oposición, representan los intereses de la burguesía y el imperialismo. El presidente electo será el que asumirá las negociaciones con las trasnacionales del negocio petrolero y que tomará el control del pedazo de pastel que se derive de todo esto. Paradójicamente el gobierno norteamericano (Biden) anunció (simultáneamente al acto de juramentación de Maduro) un aumento de la recompensa por información que conduzca a la captura de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello a 25 millones de dólares cada uno (la misma cantidad que se dispuso en su momento para buscar información y la captura de Osama Bin Laden), además de 15 millones de dólares por el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y anunció restricciones de visa para cerca de 2.000 ciudadanos venezolanos. Pero esto no ha sido impedimento para que en el pasado, desde la Casa Blanca, se coordinaran conversaciones y negociaciones con el gobierno venezolano para atender las necesidades del negocio del petróleo y el gas; y nada indica que esto cambiará. De hecho mientras anunciaba sanciones contra la camarilla oportunista gobernante en Venezuela, el gobierno de Biden optó por no cancelar las licencias a las empresas petroleras que operan en ese país. Desde luego que en el plano internacional veremos la extrapolación del circo burgués con la confrontación entre los gobiernos que reconocen el gobierno de Maduro y los países que no lo reconocen. Y no perderemos tiempo haciendo esas listas. Solo es relevante mencionar que se trata de una confirmación de la confrontación interimperialista que está detrás de la pugna de facciones políticas por el control del gobierno venezolano. Ambas facciones políticas en Venezuela irán contra los trabajadores para proteger las ganancias de la burguesía y el imperialismo. Ambas facciones políticas utilizarán el aparato policial-militar-judicial para reprimir y aplastar las luchas reivindicativas de los trabajadores. Ambas facciones políticas pretenden que los trabajadores se pongan de su lado, en el marco de una polarización entre grupos burgueses para los cuales los trabajadores y los oprimidos y marginados son solo “carne de cañón”. Pero la izquierda oportunista no se queda atrás y se pretende presentar como una alternativa a estos dos grandes polos políticos, reivindicando la ley burguesa, la democracia y los derechos humanos. La izquierda oportunista, parlamentarista y electorera, nacionalista, patriótica y democrática, es igualmente enemiga de los trabajadores y contribuye con la burguesía a dar continuidad al sometimiento de los trabajadores a la explotación capitalista, apelando solo a algunas reformas que no cambian la esencia del régimen de explotación dominante. La reanudación de la lucha de clase de los trabajadores deberá romper no solo con la polarización artificial impuesta por la burguesía, sino con las corrientes traidoras de la izquierda oportunista. El curso a seguir por los trabajadores es retomar la huelga, indefinida y sin preaviso, impulsar la exigencia de aumentos significativos de salarios, pensiones y jubilaciones, el pago a los desempleados, la reducción de la jornada de trabajo y otras reivindicaciones, retomando la organización de base, las asambleas y avanzando hacia el resurgimiento de verdaderos sindicatos de clase, agrupándose en un Frente Único Sindical de Clase para la confrontación contra el patrón, sus gobiernos y su represión.
El 4 de noviembre del 2024 finalizó la huelga de 33.000 trabajadores contra Boeing tras casi dos meses de piquetes. La huelga que comenzó el 13 de septiembre entre Boeing y la Asociación Internacional de Maquinistas y Trabajadores Aeroespaciales (IAM) contó inicialmente con el apoyo abrumador de los trabajadores. El mismo entusiasmo no fue compartido por la dirección del sindicato en lo que respecta al sí en la votación de la huelga. El presidente del distrito 751 del IAM fue citado diciendo: «Recomendamos la aceptación porque no podemos garantizar que podamos conseguir más en una huelga». Teniendo en cuenta que la oferta inicial de Boeing era de un aumento del 25% a lo largo de los cuatro años de vigencia del contrato, y que en el acuerdo final el aumento del GWI es del 38%, sí podemos confirmar que los trabajadores consiguieron un mejor trato con la huelga. El lamentable estado en el que se encuentra la mayor parte del trabajo organizado en Estados Unidos tiene a la mayoría de sus actuales dirigentes sindicales de acuerdo con la perspectiva anterior. La mayoría de los líderes sindicales o bien están totalmente ganados a la causa capitalista rechazando cualquier noción de que la oposición abierta, o la lucha es un requisito en el camino a seguir. O, en otros casos, los dirigentes han sido tan vapuleados a lo largo del tiempo que prefieren aceptar un mísero contrato garantizado antes que luchar por un objetivo «más elevado» que conlleve el riesgo de fracasar. Ambas actitudes son un cáncer dentro del movimiento obrero y habrá que luchar contra ellas en el futuro. Años de aumentos inexistentes, la eliminación del plan de pensiones de los trabajadores en 2014 y la mala gestión de la empresa de arriba a abajo llevaron a esos trabajadores a la autoayuda. En el acuerdo más reciente votó el 80% de los trabajadores con derecho a voto, pero solo el 59% aceptó el contrato. No hubo la misma unanimidad para votar a favor de la huelga que para votar a favor de este acuerdo. Aunque se cumplieron algunas de las reivindicaciones iniciales, como el aumento de los salarios y la reducción de las horas extraordinarias obligatorias, una parte considerable de los trabajadores quería seguir en huelga. De las entrevistas realizadas a los trabajadores en Internet y de las conversaciones mantenidas con ellos en los piquetes, se desprende que el deseo de luchar por recuperar la pensión era un punto de fricción clave para muchos trabajadores de Boeing. Los planes de prestación definida, también conocidos como pensiones, son una prestación de jubilación que la mayoría de los trabajadores del sector privado no tienen el «lujo» de adquirir. El porcentaje actual de trabajadores del sector privado en Estados Unidos que tienen un plan de pensiones es del 8% de la fuerza de trabajo, frente al 39% en 1980. El beneficio obvio de un plan de pensiones para el trabajador es el hecho de que si tiene que aportar algo para su jubilación, es una parte increíblemente pequeña de su salario. El empresario es el que invierte y paga la mayor parte de esta jubilación. En la sed de acumulación del capital, cualquier coste que no esté directamente relacionado con la capacidad del capital para crecer y reproducirse se considera superfluo. El deseo de Boeing de no ceder en el tema de las pensiones se entiende fácilmente desde el punto de vista del capital. Además de la posibilidad de que la jubilación actúe como un par de esposas de oro -un beneficio tan bueno que los trabajadores o se alinean o se quedan en la empresa con una disminución cada vez mayor de los salarios o de las condiciones de trabajo-, no hay ningún otro beneficio para la empresa por tener que pagar por ello. Los contables se ven obligados a recortar costes en todo, desde el papel higiénico, las herramientas, las piezas de recambio e incluso las jubilaciones, debido a esta anarquía de la producción. En un mundo en el que nada escapa al balance contable, la reducción de costes puede ser lo que determine quién vive y quién muere en el mercado. Economistas, contables y políticos de todas partes discuten sobre el impacto económico de la huelga. Un impacto que para la burguesía y sus aduladores es siempre negativo y que la mayoría de las veces se yuxtapone a los «intereses nacionales». Para nosotros, sin embargo, el impacto negativo que se deriva de la huelga es en realidad positivo y permite a los trabajadores influir en sus condiciones de trabajo cotidianas. Luchar contra la clase enemiga -la burguesía- y debilitarla debe tener un impacto real en la situación económica en la que se encuentran estos grupos, y la perturbación de la economía a través de la huelga es una herramienta increíblemente valiosa en esta batalla entre clases. El Anderson Economic Group cifra el coste total para Boeing en unos 6.500 millones de dólares, y el coste para el conjunto de la economía estadounidense en 11.500 millones de dólares. La pérdida de dinero para el gigante aeroespacial no es una cantidad pequeña, y sobre todo porque viene después de casi 40.000 millones de dólares en costes tras los 2 accidentes mortales de Boeing, tendrá efectos persistentes hasta finales de 2025 por lo menos. Las contradicciones plagan la sociedad de clases y esta huelga, entre otras, ha sacado a la luz muchos de estos problemas de los trabajadores de Boeing. En octubre, Boeing anunció que despediría a 17.000 de sus trabajadores en todo el mundo. No hay suficiente información en este momento para ver el desglose de quién va a ser realmente despedido. En realidad, en este momento Boeing dice que la huelga no es el principal motivo de estos esfuerzos de reducción de costes. Uno sospecha que en este momento esto puede ser una manera de mantenerse en gracia con los trabajadores en estas instalaciones, pero de cualquier manera pone un foco en la contradicción misma entre el capital y el trabajo. Se espera que los trabajadores acepten una disminución de sus salarios, beneficios y un aumento del tiempo de trabajo, y si llevan a cabo con éxito una lucha contra estos problemas, ellos o sus compañeros serán castigados con el despido de estos mismos trabajadores. En general, al estudiar la lucha en curso en Boeing no podemos sino ver una confirmación de nuestras tesis. Las leyes de hierro de la acumulación obligan a las empresas a intentar desangrar a los trabajadores, y la acción de la clase unida es el único baluarte eficaz contra este ataque de la clase capitalista. Una cosa en la que la dirección del IAM tiene razón es en el hecho de que cuando los trabajadores de un sector o industria luchan y ganan un nivel de vida más alto dentro de la sociedad de clases, otros trabajadores pueden utilizarlo como palanca moral o real en su lucha contra los asaltos burgueses. Este aumento de los salarios y la defensa ante las horas extras de producción puede ser visto como una «victoria» por algunos dentro del movimiento obrero. Si bien en cierto nivel esto es cierto, esta victoria dentro de la sociedad de clases es temporal y Boeing, junto con cualquier otra empresa en el mercado capitalista, se ve obligada a deshacer una y otra vez por diferentes métodos las «victorias» que se les extraen. Nunca podemos olvidar que con la propiedad privada la sociedad de clases segmenta una cantidad cada vez mayor de productores contra un grupo cada vez menor de acumuladores. Un camarada tuvo una conversación con un dirigente obrero local del IAM en el salón sindical durante la huelga. El líder local decía continuamente que esta lucha era sólo de los trabajadores del IAM, y que «no quería problemas con los de fuera». El verdadero y grave problema es el que llama desde dentro de la casa. Una contradicción de intereses entre el proletariado y la burguesía. Sólo mediante la reconstrucción del movimiento obrero y un frente unido de clase, dirigido por el Partido Comunista Internacional, este teléfono dejará de sonar.
Nueve fábricas de Volkswagen, con unos cien mil trabajadores, se declararon en huelga en toda Alemania, negociación liderada por IG Metall, el principal sindicato metalúrgico, contra las medidas de recorte de costes y una reducción salarial del diez por ciento. En respuesta, Volkswagen amenazó con cerrar tres fábricas y despedir a mil trabajadores, rechazando la propuesta del sindicato de un aumento salarial del siete por ciento, argumentando que las medidas de recorte de costes son necesarias para mantener la competitividad frente a otras empresas a medida que aumentan los costes de fabricación, por la tendencia general a la consolidación y la monopolización. Oliver Blume, Consejero Delegado de Volkswagen, se reunió con los trabajadores en Wolfsburg, la mayor fábrica de VW, y declaró: «Como directivos, no estamos operando en un mundo de fantasía. Tomamos decisiones en un mundo que cambia rápidamente». Los trabajadores le abuchearon durante toda la reunión cuando desestimó sus reivindicaciones. Después apeló a los trabajadores diciendo que había crecido en Wolfsburgo y que la ciudad le era muy querida, pero los trabajadores no quedaron convencidos. El 2 de diciembre, treinta y cinco mil trabajadores de la planta de Wolfsburg protagonizaron una huelga de dos horas durante sus turnos de mañana, lo que supuso que varios cientos de coches no pudieran fabricarse, mermando la capacidad de entrega y los beneficios de VW. Blume declaró: «Por lo tanto, tenemos que tomar medidas urgentes para asegurar el futuro de Volkswagen. Nuestros planes están sobre la mesa», presionando a los trabajadores para que acepten una mayor precariedad. Los planes fracasaron en la cuarta ronda de negociaciones, el día 9, y han programado otra ronda de reuniones para el 16 de diciembre. Si no se llega a un acuerdo antes de Navidad, el sindicato afirma que las huelgas continuarán hasta 2025. Las huelgas de la semana pasada costaron a Volkswagen unos 40.000 euros por minuto, según una fuente de Reuters. El director de distrito y principal negociador del IG Metall, Thorsten Gröger, dijo que «cualquiera que ignore a la fuerza de trabajo está jugando con fuego y nosotros sabemos cómo convertir las chispas en llamas», sin embargo esas llamas menguarán bajo la dirección y el programa del IG Metall a medida que se desesperen más por la validación y las concesiones burguesas. La dirección socialdemócrata del IG Metall se inclina hacia la reforma y el colaboracionismo, lo que en última instancia perjudica a largo plazo a la clase obrera. El IG Metall incluso propuso una medida que ahorraría a Volkswagen 1.500 millones de euros en salarios y renunciaría a las primas de los trabajadores durante los próximos dos años si la empresa acepta no cerrar sus fábricas, demostrando su disposición a hacer demandas conciliadoras a favor de los intereses burgueses. Aunque tales luchas contra los despidos, las reducciones salariales y el empobrecimiento general entre los trabajadores sindicalizados de base son meritorias y admirables, hay que tener en cuenta que todos los beneficios obtenidos por tales luchas serán puestos en entredicho por la burguesía cuando se pierda toda solidaridad y militancia, ya que tales logros pueden llevar a la complacencia y al desarme si no se amplían las reivindicaciones y se continúa la lucha. El sindicato IG metall ha priorizado en gran medida el interés de la economía nacional y de la industria manufacturera sobre el interés de clase del proletariado, salvaguardando la estabilidad económica de la nación y, en consecuencia, los intereses de la burguesía. El sindicato también apoya las políticas dirigistas para facilitar la cooperación entre la industria automovilística y el Estado a través de un plan presentado al Ministro Federal de Economía alemán, para subvencionar la industria nacional como la fabricación de acero y la energía verde, además de abogar por las medidas asistencialistas según el plan de once puntos de Metall. Los principales llamamientos de la revista del sindicato Metallzeitung pueden mostrarse como pseudo clase obrera es complaciente en sus posturas contra la guerra diciendo «La paz no incluye el suministro de armas a Ucrania e Israel. Sólo contribuyen a nuevas escaladas y a muchas muertes. Aquí se necesita diplomacia». Aunque es cierto, lo impulsan sobre la base de la preocupación por la economía nacional en lugar del interés de la clase obrera de las naciones imperialistas en guerra o exigiendo el derrotismo revolucionario. La revista también hizo un llamamiento al electoralismo y a las coaliciones antifascistas afirmando que «los demócratas deben permanecer unidos y tratar entre sí en una dura campaña electoral de tal manera que sigan siendo capaces de formar una coalición», en referencia a las ganancias electorales de la AfD y el BSW, llamando a la AfD «como el brazo parlamentario del fascismo alemán» y a ambos partidos «... esbirros del Kremlin». Aunque tiene razón al señalar el carácter fascista de AfD y BSW, la solución no es la coalición frentepopulista democrática contra las tendencias fascistas y el retorno a la democracia liberal, sino la unidad proletaria contra la burguesía tanto fascista como liberal, así como contra el capitalismo, que inevitablemente crea el fascismo a través de la crisis económica.
La única forma de combatir la autocomplacencia es empujar a la clase obrera a
constituirse como clase indisolublemente unida, independientemente del oficio,
la industria, el sector o la nacionalidad, luchando por el sindicalismo de clase
contra la burguesía y sus partidos, contra el apaciguamiento, el oportunismo y
el colaboracionismo de los pillos sindicales. Un sindicato de clase que se
organice en oposición a la legalidad y el derecho burgueses, elevando la lucha
proletaria a la vanguardia de la movilización de clase, utilizando el potencial
de la huelga en la agitación por el sindicalismo de clase y la militancia
obrera, haciendo que las victorias inmediatas sean efímeras sin que arraigue la
solidaridad entre la clase obrera.
VIDA DE PARTIDO Convergencia de aportes de trabajo en la reunión general del partido (Del 24 al 26 de mayo de 2024) [RG149 parte primera] La cuestión militar La guerra civil en el Donbass El 15 de enero de 1919, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg fueron arrestados y asesinados en Alemania. El temor a la aparición del "enemigo interno", siguiendo el ejemplo del proletariado ruso victorioso, impulsó a todas las burguesías a oponerse a las reivindicaciones económicas de los trabajadores, así como a una feroz represión de los movimientos revolucionarios que tendían a tomar el poder. Pero las luchas obreras durante el Bienio Rojo en Europa, tuvieron desarrollos diferentes en los distintos países sin poder alcanzar los éxitos esperados para la revolución proletaria. El apoyo brindado por los partidos socialdemócratas a los parlamentos nacionales, que en 1914 habían aprobado créditos de guerra para financiar gastos militares, tuvo una influencia desastrosa y determinó efectivamente el fin de la Segunda Internacional Socialista. Para dar dirección a las iniciativas de las luchas proletarias, fomentando la formación de partidos comunistas en todo el mundo para la revolución comunista internacional, el Primer Congreso de la Internacional Comunista, se celebró en Moscú el 2 de marzo de 1919. Pudieron participar 51 delegados de 30 países, después de superar considerables dificultades de viaje e impedimentos policiales. Desde 1918 se habían producido huelgas y manifestaciones en casi todos los países europeos, especialmente en los directamente implicados en el conflicto mundial, contra la guerra y la profunda crisis económica que había generado y que, al agravarse, afectaba al proletariado, tanto en los países victoriosos como en los vencidos. Incluso lejos de los frentes, en Estados Unidos hubo una extensa huelga general en Seattle y en Canadá violentos disturbios, que obligaron al gobernador a insistir en que Londres renunciara al uso de tropas canadienses en la guerra civil en Rusia. Anton Denikin, comandante en jefe de las fuerzas contrarrevolucionarias, después de tres fracasos en la conquista de Tsaritcyn (Volgogrado), dejó de lado por el momento las ofensivas contra la estratégica ciudad del Volga y favoreció la campaña en el frente sur para el control de la rica cuenca minera e industrial del Donbass. Por lo tanto, estableció una nueva estructura que tenía en cuenta el cambio de compromiso de las fuerzas de la Entente, principalmente franco-británicas, en la guerra civil rusa, tras la salida de Alemania de la guerra y la consiguiente retirada de las tropas alemanas de Ucrania, hecho que facilito la ocupación de Kiev por parte del Ejército Rojo el 6 de febrero de 1919. Las fuerzas revolucionarias estaban posicionadas de la siguiente manera: el flanco occidental en el Mar de Azov, estaba en manos del 2do. Ejército Ucraniano, al que se sumaban las formaciones del Ejército Revolucionario Insurgente de Ucrania, que en conjunto constituían el 14 Ejército Rojo. Informamos brevemente sobre la expansión de estas bandas insurrectas en Ucrania. Habían surgido como respuesta armada a la atribución de una parte de Ucrania a las Potencias Centrales, acordada en el Tratado de Brest-Litovsk del 3 de marzo de 1918. El Ejército Negro, o más bien la formación anarquista dirigida por Makhno, que al principio de 1919 contaba con 15.000 hombres, todos voluntarios, organizados en caballería, infantería y artillería, llegó a 83.000 infantes en diciembre del mismo año, 20.135 jinetes, 1.435 ametralladoras, 118 cañones, 7 trenes blindados y algunos tanques blindados. Fueron reorganizados para operar en conjunto con el Ejército Rojo. Pero la relación con estos anarquistas fue compleja y tumultuosa, ya que lucharon formando alianzas temporales cambiantes. Según su concepción, tendían a la autoadministración económica y política de las diversas comunidades productivas, autónomas y federadas, según el principio igualitario y antiautoritario, que de ninguna manera era compatible con la centralización total de la dictadura proletaria. Finalmente, después de amargos conflictos y enfrentamientos, fueron derrotados en 1921 por una expedición bolchevique dirigida por M. Frunze. Era necesario aprovechar de inmediato el fracaso de los tres intentos de los cosacos blancos de tomar el control del cruce de Tsaritcyn (Volgogrado) y la desintegración de sus formaciones, que en su mayor parte se habían rendido, incluso sin luchar, debido a su debilidad y falta de todo tipo de suministros. Vācietis, jefe del Consejo Militar Revolucionario (RVSR), vislumbraba ahora la victoria final en el frente sur y la conquista de Donbass, de toda la región del Don y del Cáucaso Norte, hasta entonces excluidos de los planes. El enfoque anterior pretendía flanquear a los blancos más al norte en el cruce de Millerovo, sin entrar en Donbass, privándose así de la ayuda de un gran número de trabajadores de esa región industrializada, a través de su insurrección a espaldas de los blancos. La nueva estructura defensiva de los blancos destinada a defender el Donbass, ahora considerado el epicentro de todo el frente sur, obligó sin embargo a Vācietis a rectificar los planes concentrando rápidamente las fuerzas disponibles hacia el oeste, hacia el Donbass, para una ofensiva a gran escala. Pero el cambio de dirección no fue nada fácil para las exhaustas divisiones soviéticas, ante la falta de líneas ferroviarias, que los cosacos en retirada habían destruido. Para la maniobra soviética se requirió una mayor participación de las tropas de Antonov-Ovseenko y del Grupo Anarquista. Gittis, comandante del frente rojo en ese sector, preparó el nuevo despliegue general, que se llevó a cabo apoyando varios enfrentamientos, con un éxito desigual debido también a un temprano derretimiento del hielo en el Donets y sus principales afluentes, que interpuso efectivamente una barrera de barro entre las líneas opuestas. Después de los distintos posicionamientos, a mediados de marzo la línea de partida de la ofensiva en Donbass siguió aproximadamente el curso del Donets, donde habían convergido entre 130.000 y 150.000 soldados soviéticos contra unos 45.000-55.000 contrarrevolucionarios. Para el 17 de marzo se decidió un ataque de unidades que pudieran operar sin el impedimento del río. Esto les permitió ocupar importantes centros alrededor de Donetsk. Las fuerzas de Antonov-Ovseenko avanzaron desde Ucrania hasta el mar de Azov, obligando al Cuerpo de Crimea a retirarse a la península, dejando desprotegido el flanco izquierdo de las fuerzas blancas de Mai-Majewski a lo largo de la costa cercana a Mariupol, zona que fue ocupada por los anarquistas de Makhno. Gittis, tratando de aprovechar mejor la situación, con la circunstancial superioridad numérica del momento, concibió un nuevo plan, no exento de riesgos, para llevar a cabo, tras un rápido movimiento de tropas, entre las que se encontraba también la brigada anarquista de Makhno, un poderoso ataque al flanco de las tropas de Mai-Majewski, mientras que una pequeña formación roja debería haber atacado a los blancos estacionados en Lugansk. Inicialmente el plan funcionó y las formaciones de Mai-Majewski se vieron obligadas a retirarse de sus posiciones, pero cuando el mando blanco comprendió que los rojos eran claramente inferiores numéricamente frente a Lugansk, Denikin ordenó una contraofensiva inmediata con fuerza en ese sector, produciendo entre el 27 y 28 de marzo un retroceso en las líneas rojas. El vigoroso y exitoso ataque blanco contra la débil y secundaria posición roja desarticulaba el plan de Gittis, quien se vio obligado a reposicionar rápidamente las tropas para detener la extensa brecha que se había creado cerca de Lugansk. A partir de ahí, la Caballería del Cáucaso de Škuro había penetrado, atacando la retaguardia del grupo de ataque soviético, lo que obligó a Gittis a incluso desproteger la primera línea de ataque para contrarrestarlos. En sus incursiones, los cosacos de Škuro sembraron terror y destrucción en las aldeas y obtuvieron una buena cantidad de botín militar y 5.000 prisioneros. A raíz de estos acontecimientos negativos, las fuerzas rojas se vieron obligadas a abandonar parte del terreno ganado. Nuevos ataques de los "lobos" de Škuro obligaron al anarquista Ejército Negro a abandonar Mariupol. Se restableció la situación inicial. El fracaso del plan de Gittis también estuvo determinado por las fuertes rebeliones en la retaguardia, donde numerosas comunidades de las aldeas cosacas alrededor de Vëšenskaja y Kazanskaja, que ya se habían rebelado contra las tropas de Krasnov, ahora se rebelaron contra los bolcheviques, especialmente debido a las requisas de alimentos. El intento bolchevique de tomar el control total de la situación provocó miles de asesinatos en tan sólo unas pocas semanas. Trotsky en “Rebelión en la retaguardia”, del 12 de mayo de 1919, escribió: “La rebelión de una parte de los cosacos dura ya algunas semanas. Fue provocada por los oficiales contrarrevolucionarios, agentes de Denikin, y cuenta con el apoyo de los kulaks cosacos. Los kulaks trajeron consigo un grupo considerable de campesinos cosacos medios. Es muy probable que en algunos casos los cosacos tuvieran que soportar injusticias por parte de determinadas unidades militares de paso o de determinados representantes de las autoridades soviéticas. Los agentes de Denikin supieron utilizarlo para avivar la llama de la revuelta (...) Una rebelión en la retaguardia es para el soldado como un absceso en el brazo para el trabajador (...) Por eso nuestra tarea más urgente es limpiar el Don de alborotadores y reprimir los disturbios" (Escritos militares I - La revolución armada). En abril, Gittis organizó un nuevo ataque contra Donbass, principalmente desplazando al 9no. Ejército desde el este. La compleja maniobra, aprovechando la retirada de las aguas del Donets, preveía que algunas divisiones, recién reposicionadas cerca de Millerovo, atacarían el flanco derecho de los blancos, ya comprometidos en contrarrestar al 8 ejército, permitiendo así el avance del 9no. en profundidad más allá de Donetsk. Desafortunadamente, el 9no. Ejército avanzó lenta y confusamente; en lugar de cooperar con el 8 según lo previsto, avanzó desordenadamente, cruzó el Donets, contentándose con pequeños resultados tácticos, que ni siquiera fueron bien aprovechados. Las otras divisiones rojas de la compleja maniobra, que se encontraron más allá del río, con los flancos expuestos y bajo los contraataques de los blancos, se vieron obligadas a regresar a las posiciones iniciales. Los blancos aprovecharon esto para hacer retroceder a los rojos a través del Donets, ocupar Lugansk y desde allí intentar controlar el paso al norte del río. Sin embargo, fueron detenidos por la cabeza de puente del 8 ejército que los atacó en los flancos desde Kamenskaja.
Esta fue la primera gran derrota, no sólo a nivel militar, después de meses de
costosas ofensivas rojas en Donbass. Trotsky ordenó a Gittis que organizara otro
gran ataque lo antes posible para retomar Lugansk y penetrar profundamente en
Donbass.
En la reunión retomamos un tema que nuestro partido ha indagando desde los años cincuenta. Basándonos en nuestros antiguos estudios y en estadísticas recientes, restauramos las tablas numéricas de la producción anual de acero, desde 1860 hasta la actualidad, de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos, Japón, Rusia, Italia, China y el total mundial. Hoy, cuando la ebullición del capitalismo global sacude a todo el mundo, tras la desintegración de la Unión Soviética y el rápido aumento de la producción en Asia, sobre todo en China, asistimos a una exacerbación de la crisis, que sólo podrá resolverse a través de la guerra global. Mientras las economías occidentales declinan, prosigue su lucha por el control de las riquezas naturales de todo el planeta. El Estado chino busca el dominio de los mares vecinos. En África, naciones como China y Rusia compiten con las occidentales para influir en las economías locales. Las oligarquías del Medio Oriente defienden los ingresos de sus recursos petrolíferos y también buscan asegurar su procesamiento. En América Latina, aumenta la extracción de recursos de crudo. Así continúan los preparativos para la guerra y la continuación de los conflictos por poderes, que mutilan y destruyen a la clase obrera. Mientras que en el pasado era un orgullo nacional alardear de los éxitos de la industria siderúrgica del propio país, ahora la burguesía de los viejos capitalismos se ve obligada a admitir que tiene que comprar los productos de la metalurgia donde cuestan menos. Las economías nacionales en declive industrial ceden el paso en el mercado internacional a las nuevas economías nacionales emergentes. Pero en todas partes este aumento constante de la capacidad productiva se caracteriza por una desaceleración constante del ritmo relativo de este aumento, lo que demuestra que ni siquiera las nuevas economías emergentes son inmunes al mismo declive que han experimentado los países occidentales. En la industria siderúrgica se han producido dos cambios drásticos en el periodo de posguerra, que hemos medido con datos sobre la producción y su variación porcentual anual. Ambas series numéricas marcaron profundas crisis económicas, con efectos duraderos en el ritmo de expansión de la producción en general y en la tasa de ganancias de la industria. De los gráficos sobre la producción se desprende que las principales economías occidentales han experimentado una disminución de la producción siderúrgica o, como mucho, un parón en su crecimiento. En cambio, China, Japón y Rusia no se vieron afectados inicialmente de forma tan dramática como los demás capitalismos. Esto se debe a que la producción de acero se ha desplazado de las antiguas economías hacia las emergentes, de China a México. Estos datos se expondrán y analizarán mejor más adelante. Hemos comparado las producciones y los incrementos de los últimos 50 años con la línea temporal de los 150 anteriores. De 1860 a 1910, las principales economías occidentales se desarrollaban y el crecimiento seguía una tendencia más o menos exponencial. Hasta la Primera Guerra Mundial, la producción de acero siguió creciendo. En el periodo entre las dos guerras la producción siguió esta curva exponencial en Estados Unidos, mientras que europeos como Inglaterra, Francia, Alemania e Italia se estancaron. En cambio, China, Japón y la Unión Soviética registraron un aumento constante de la producción, al igual que las economías occidentales entre 1860 y 1910. La preparación de la Segunda Guerra Mundial requirió un aumento de la producción de las industrias siderúrgicas de todo el mundo. Si las principales naciones europeas se habían estancado tras la Primera Guerra Mundial, tras el infierno de la Segunda Guerra Mundial se produjo un descenso de la producción. Esta vez el estancamiento también se produjo en Estados Unidos. No ocurrió lo mismo en la Unión Soviética, China y Japón. La producción de China y Japón no superó inmediatamente a la de Occidente durante este periodo. Pero en 1949, con la fundación de la República Popular China, se produjo una explosión de la producción de acero, que siguió creciendo exponencialmente, como toda la producción. Pero ya en los años 70, los viejos capitalismos sufrieron la crisis provocada por la sobreproducción. Mientras la producción de acero de China seguía creciendo exponencialmente, la de Japón ya no crecía. Si se compara el crecimiento de China con el de Estados Unidos, se observa la repentina caída de la producción estadounidense a mediados de los años 70, mientras que la producción de acero china seguía una curva exponencial. También en Japón se aprecia el parón en el crecimiento de la producción de acero. En la reunión se mostraron gráficos relacionados. Los fabricantes de acero occidentales seguirían experimentando una ralentización de la tasa de crecimiento de la producción. También Japón vería pronto un drástico descenso de la producción nacional después de los años 80 y todos los logros conseguidos tras la Segunda Guerra Mundial se desvanecerían. Desde principios de la década del 2000, todas las economías occidentales han visto cómo su producción se mantenía constante o incluso se contraía. Mientras tanto, China ha seguido creciendo. Pero incluso a un ritmo cada vez más lento. La tasa de incremento de la producción está directamente relacionada con la tasa de ganancia. No es que la producción siderúrgica capitalista en un momento dado deje de crecer, ya que la acumulación de capital dentro de la economía mundial siempre crece, pero la cantidad de esta acumulación, que aumenta de año en año, es relativamente siempre menor que la masa de producción. Y esto para cada economía nacional. En la reunión se mostraron gráficos que lo demuestran. Ante la caída de la tasa de ganancia, las burguesías europea, japonesa y norteamericana reaccionaron reestructurando y subcontratando (en el proceso, los subcontratistas se ven obligados a renunciar a parte de sus ganancias para conseguir el pedido) y deslocalizando parte de la producción hacia países donde los costes son menores. México, por ejemplo, se ha convertido en un centro clave para la producción de coches destinados al mercado norteamericano. Desde la década del 2000, Estados Unidos, Japón y Alemania han invertido sumas colosales en China, convirtiéndola en el nuevo «taller del mundo». Entre otras cosas, China se ha convertido en el primer productor mundial de acero. Suministra parte de las necesidades de acero a Europa y Estados Unidos. El marxismo no prevé un crecimiento del capitalismo seguido de un declive, sino el fortalecimiento dialéctico simultáneo de la masa de fuerzas productivas que controla el capitalismo y su acumulación y concentración ilimitadas, que se produce simultáneamente con la reacción antagónica de las fuerzas dominadas, es decir, la clase obrera. El potencial productivo y económico general aumenta hasta que se rompe el equilibrio y se produce una fase explosiva, revolucionaria: en el curso de un período extremadamente corto e intenso las viejas formas de producción se derrumban y las fuerzas productivas disminuyen, allanando el camino para un nuevo y más poderoso ascenso. Pero aunque la producción siempre se expande, la tasa relativa de esta producción siempre disminuye. Así, si en 1943 Estados Unidos produjo casi 80 millones de toneladas de acero, para mantener el aumento del 3,9% de 1943 el país habría tenido que producir 83,74 millones de toneladas en 1944. Por supuesto, no fue así: en 1943, la producción sólo aumentó un 3,3%, aunque fue 1,3 millones de toneladas, superior a la de 1942. Además, dentro de una economía nacional y una rama de producción determinadas, se puede observar no sólo que la tasa de aumento de la producción de acero disminuye, sino también una desaceleración absoluta y constante de la producción. Como tendencia histórica de la producción de acero, por ejemplo en Estados Unidos, la tasa de aumento no sólo disminuye, sino que pasa a ser negativa. Esto significa que, independientemente de la cantidad de producción anual, la economía no podrá producir al mismo volumen que en el pasado. Este tipo de efecto se da en todos los países analizados: Para Estados Unidos este punto de inflexión se produjo en 1980, para Japón en 2009. Asistimos, por tanto, por un lado, a una explosión de la producción y, por otro, a una ralentización del ritmo de dicha producción. Podemos decir que la tendencia de la producción aumenta exponencialmente, ya que el capitalismo siempre busca producir más. Sin embargo, existe una tendencia a la ralentización del ritmo de aumento de la producción, que se corresponde con la tasa de ganancia. Esta tendencia es difícil de discernir a través del ruido creado por las fluctuaciones contingentes de la producción, pero como tendencia inexorable esta tasa de incremento disminuye. Y en un momento dado, la producción se estanca y se produce una crisis. Sin embargo, a largo plazo, este crecimiento conduce a una disminución de la tasa. Esto da lugar a crisis económicas periódicas.
La pérdida de producción de un determinado producto puede compensarse, por
supuesto, importándolo del extranjero. Eso, por supuesto, en el caso de que esa
mercancía concreta siga siendo socialmente necesaria y el producto no se haya
quedado obsoleto. Este es obviamente el caso del acero, cada vez más necesario
para producir máquinas, edificios, infraestructuras. Y siempre y en todas partes
armas de guerra.
Todavía estamos en la prehistoria de la ideología burguesa. El partido no es una
academia de estudios históricos o filosóficos, ni de estudios marxistas. Lo que
nos interesa es saber qué parte de las concepciones de los siglos XIII y XIV
fueron consideradas útiles y hechas suyas por la naciente burguesía. Todo ello
con independencia de la fidelidad fáctica a las doctrinas en cuestión, que casi
siempre fueron distorsionadas en función de las necesidades de las distintas
sociedades en las diversas épocas. La tarea de la Escolástica era comprender la Verdad Revelada a través de la actividad racional. Al no basarse únicamente en la razón, recurría también a la tradición religiosa, a las auctoritates, que eran la decisión de un Concilio, la sentencia de un padre de la Iglesia, un dicho bíblico. Si esto era una limitación, era al mismo tiempo un mérito, a saber, la manifestación del carácter común y no individual de la investigación, probado también por el hecho de que los escritos a menudo no estaban firmados. En esto estamos completamente de acuerdo: la propiedad intelectual es la forma más despreciable de propiedad privada, que priva a la especie humana del uso de sus mejores resultados. También en esto no hemos inventado nada: hemos recuperado, dialécticamente, una parte de nuestra historia, de la historia de la especie, historia que, como ya hemos escrito, reivindicamos íntegramente desde el garrote hasta el misil.
Con Agustín de Tagaste, el neoplatonismo se sitúa como base filosófica del
cristianismo. El neoplatonismo, con el estoicismo, siguió siendo la base del
cristianismo durante unos ocho siglos, hasta el redescubrimiento de Aristóteles
en el siglo XIII. En 1210, el Consejo Provincial de París prohibió los escritos físicos de Aristóteles. Sólo con Alberto Magno de Colonia y Tomás de Aquino se incorporó el aristotelismo a la visión cristiana. Tomás purgó a Aristóteles de todo lo que chocaba con la religión cristiana, de la que se convirtió en la columna vertebral filosófica, la doctrina oficial de la Iglesia católica. La Iglesia se adaptó a un mundo que veía el ascenso de una nueva clase, la burguesía, y el lento declive del feudalismo y, en consecuencia, de sus fundamentos ideológicos. El «tomismo» era la ideología de un mundo que seguía siendo feudal, pero en menor medida que antes. Lo que es obvio, pero sólo para nosotros los marxistas, es que tales concepciones no transformaron su mundo, sino que fueron un reflejo de esas transformaciones. El interés por la investigación de la naturaleza, estimulado por los textos aristotélicos, fue un paso en el camino hacia la reivindicación de una mayor autonomía por parte de la burguesía naciente. Autonomía y confianza en sí misma frente a una tradición agustiniana para la que el conocimiento del mundo tenía una importancia mínima, ya que Dios estaba dentro del hombre y, por tanto, se consideraba que el verdadero conocimiento era el que estaba dentro. Además, el razonamiento en términos de causa y efecto llevaba a ver un cosmos regido por leyes necesarias, que en algunos autores podía identificarse con Dios mismo. Un Dios distinto del de la tradición bíblica, al que la necesidad negaba de hecho las características de omnipotencia y libertad absoluta, hasta el punto de convertirlo en una «hipótesis inútil», como en la respuesta de Laplace a Napoleón. Importante fue el conocimiento de la «Política» de Aristóteles en la segunda mitad del siglo XIII. En ella encontramos que las comunidades humanas se rigen por sus propias leyes, las leyes de la naturaleza, sin necesidad de introducir la ley divina. Mientras que en los siglos anteriores la ley de la naturaleza formaba parte de la ley divina, de la que no se diferenciaba, ahora adquiere una autonomía propia más o menos amplia. El propio Tomás de Aquino, para quien lo importante es la relación del hombre con Dios, considerando de poca importancia la relación de los hombres entre sí, acepta a Aristóteles tal como es en lo que se refiere a la política. Hay, pues, un ámbito, el de la política, regido enteramente por la ley de la naturaleza, en el que no hay necesidad de introducir la ley divina.
El hecho de que unos siglos más tarde la burguesía se apoderara de un «derecho
de la naturaleza» muy limitado y sin importancia, ampliándolo enormemente y
convirtiéndolo en su propia ideología revolucionaria, puede atribuirse a una
realidad de clase que trastoca y trastorna, junto con el viejo mundo, las viejas
ideologías. En la ética y la política de Aristóteles, la burguesía de los siglos
XIV y XV, sin dejar ciertamente de ser cristiana, encontró una forma de afirmar
una autonomía parcial respecto a la Iglesia y al mundo feudal que representaba. Ibn Rushd, llamado Averroes por los latinos, nació en Córdoba en 1126; fue médico, filósofo y jurista. El mito de un Averroes racionalista, cuando no ateo, ha sobrevivido hasta nuestros días. Defendió una estricta distinción entre el ámbito de la fe y el de la razón. La teoría de la «doble verdad», que erróneamente se le atribuye, en realidad convenía a la burguesía: mientras que como cristianos condenaban el préstamo a interés, siempre considerado usura, como banqueros o comerciantes burgueses lo practicaban. Los marxistas estamos de acuerdo con Averroes: también para nosotros «la recta razón ilumina la recta fe y viceversa». Nuestra ciencia, sin nuestra fe comunista, no sería nada. Ni siquiera es posible separarlas, salvo por abstracción. Si la fe comunista y el sentimiento comunista sin la ciencia son ciegos y desbocados, una ciencia marxista, separada de la fe comunista y del sentimiento comunista, se parecería a un Golem. Como el Golem de la tradición judía centroeuropea, carecería de dirección: una especie de ciencia pura fantasma, o técnica pura, destinada a volverse contra su creador.
El averroísmo en el mundo cristiano era la concepción de ciertos filósofos, útil
para la burguesía naciente, según la cual la separación estricta entre el reino
de la razón y el reino de la fe, entre la investigación de la naturaleza y la
verdad revelada, era el medio de afirmar una autonomía entre la «ciudad
terrenal» y la «ciudad de Dios». Esto significaba una mayor autonomía de la
burguesía frente al poder de la Iglesia y las relaciones feudales que encarnaba.
Mientras que en Aristóteles, Al Farabi y Averroes la felicidad consistía en
alcanzar el conocimiento y, por tanto, la contemplación, ésta pasaba a ser
propia de la «ciudad de Dios», mientras que el conocimiento tenía cada vez más
como meta la «ciudad terrenal», la política y la producción de riqueza. En su polémica contra la metafísica aristotélica y neoplatónica, Occam llega a negar el principio mismo de causalidad. Si esto no va en la dirección de la ciencia, el experimentalismo, que toma el lugar del apriorismo de las ideas platónicas y de las categorías aristotélicas, va en esa dirección. Lo que es asumido por la burguesía no es la negación del principio de causalidad, y sólo en parte el experimentalismo, sino el nominalismo que lo subyace. Los «nominalistas» niegan realidad a los conceptos universales, considerándolos conceptos, formas verbales, signos. La ciencia ya no tiene por objeto lo universal, sino lo individual, cuyo conocimiento sólo puede basarse en la experiencia. El nominalismo es un paso en la dirección del materialismo. El averroísmo y el occamismo atacaron, desde dos flancos opuestos, a la Escolástica, contribuyendo a su disolución. El occamismo, con su nominalismo y su énfasis en la experiencia, fue el más perturbador de los dos.
El individualismo, que Occam tomó también de Duns Escoto, fue sin duda el
principal aspecto retomado por una burguesía que desatendió otros aspectos de su
pensamiento. Vinculadas al nominalismo de Occam están también sus concepciones
políticas, hechas suyas por la burguesía, según las cuales la Iglesia no debe
tener pretensiones de dominio temporal: la estricta separación del plano de la
fe del de la razón se traduce en una posición proimperial, y en una posición
según la cual la verdad ya no reside en la Iglesia, entendida como jerarquía o
pontífice, sino en la Iglesia entendida como totalidad de los creyentes;
totalidad formada por la realidad de los cristianos individuales. Tales
concepciones eran funcionales a todas las clases resentidas con la estructura
feudal de la sociedad: tanto a la burguesía como a los campesinos pobres. Y a
veces también a reyes y nobles en conflicto con el poder eclesiástico.
Después de la recesión de 2019-20, la producción industrial registró una fuerte recuperación en el 2021. Esto se produjo a costa del caos general, que provocó una elevada inflación de los precios de las materias primas, la energía y los productos agrícolas. La respuesta de los bancos centrales -la Fed, el BCE y el Banco de Inglaterra- fue subir gradualmente los tipos de interés hasta alcanzar el 5% y el 5,5% para la Fed y el 4,5% y el 4,75% para el BCE en el 2023. El resultado combinado de la inflación y de la subida de las tasas de interés fue no sólo una fuerte desaceleración del consumo de los hogares y de la actividad económica, sino un retorno a la recesión. Esto se reflejó en los países que actuaban como subcontratistas de los grandes países imperialistas, que transfirieron allí parte de su industria. China, por ejemplo, el nuevo gigante imperialista, está en recesión desde 2019; también lo están Polonia y Bélgica, que junto con los Países Bajos producen toda una serie de bienes que los viejos países imperialistas como Gran Bretaña, Francia e Italia ya no producen. Lo mismo ocurre con México, Norteamérica, etc. Sólo Turquía, con su moneda devaluada, parece evitar la recesión por el momento. La subida de los tipos de interés ha provocado la devaluación en un 20-30% de billones de dólares en bonos, con tipos de interés cercanos a cero, si no negativos, provocando el colapso de los principales bancos regionales de Estados Unidos y del Credit Suisse, el segundo banco más grande de Suiza. Este mismo aumento de las tasas de interés, que dificulta el acceso al crédito, está provocando un número récord de quiebras empresariales en todo el mundo. En Francia el número de quiebras empresariales aumentó un 35% en 2023, hasta 55.000, y se espera que supere las 60.000 en 2024. En EE.UU., el aumento de las quiebras fue del 40% en 2023 y se espera que aumente un 28% en 2024. En Alemania y los Países Bajos, las quiebras aumentaron un 23% y un 52%, respectivamente. El año 2024 comenzó con un nivel de insolvencias en todo el mundo más alto que antes de la pandemia. Según las estadísticas de la aseguradora Allianz Trade, el número de empresas en dificultades, es decir, con dificultades para pagar sus deudas, es del 15% en el Reino Unido, el 14% en Francia, el 9% en Italia y el 7% en Alemania. Desde la gran crisis internacional de 1974-75, el capitalismo mundial ha funcionado a base de deudas, un nivel de endeudamiento que se aceleró tras la gran recesión internacional de 2008-2009. En 2022, parte de las deudas contraídas durante la epidemia ya se habían reembolsado. Un cuadro muestra que, aparte de EEUU y China, que siguieron aumentando su deuda (+6% para EE.UU. y +14% para China), todos los demás países, excepto Rusia, redujeron su deuda. Rusia, en cambio, ha aumentado su deuda un 25% debido a la guerra imperialista en la que está inmersa. Esto le costará caro porque sus reservas de divisas están al mínimo y se verá obligada a endeudarse de nuevo con su «amiga» China, a tasas que ciertamente no son «amistosas». Sin embargo, esta reducción del compromiso financiero es sólo temporal: la marcha hacia adelante de la deuda se reanudará inexorablemente. En este contexto, el gobierno estadounidense debe refinanciar su colosal deuda de 8,9 billones de dólares. Aunque el dólar es una divisa refugio y atrae capitales de todo el mundo por sus elevados tipos de interés, no es en absoluto seguro que la operación se desarrolle sin contratiempos, ya que cada vez son menos las instituciones extranjeras que participan en estas compras. Estas representan ahora solo el 10% del mercado. Antes de 2015, los inversores extranjeros compraban el 40% de los bonos del Tesoro estadounidense. China, por ejemplo, sólo posee el 3% de la deuda estadounidense. Y Japón ya no tiene recursos para absorber gran parte de la deuda estadounidense. ¡Así que un colapso no es imposible! Otro plazo de vencimiento: 4,2 billones de dólares de préstamos inmobiliarios con tasas de interés muy bajas, depositados en bancos regionales, están a punto de vencer y deben renegociarse en 2024. Pero las tasas ya no son las mismas, por lo que el riesgo de impago es alto. Por tanto, podemos esperar una cascada de quiebras bancarias en Estados Unidos. En cuanto a Europa, tendrá que pedir prestado 1.240.000 millones de euros de aquí a 2024 para cubrir las necesidades de sus Estados miembros. En algún momento, el dinero escaseará y será muy caro, y todo el esquema Ponzi se derrumbará. Pero antes de que eso ocurra, los bancos centrales se verán obligados a recurrir de nuevo a la «flexibilización cuantitativa», durante todo el tiempo que puedan. Un vistazo a la curva de inflación muestra que la inflación ha caído al 3,4% en Estados Unidos y al 2,4% de media en la eurozona. En China, tras incrementos negativos, se sitúa en el 0,3%. En Europa, la inflación cayó al 3,8% en el Reino Unido, mientras que en Francia y Alemania se sitúa en el 2,2% y en Italia en el 0,8%. Italia está al borde de la deflación. Con la inminente guerra comercial con China, que tiene un superávit gigantesco en todos los sectores, es probable que vuelva el proceso deflacionista. En consecuencia, es probable que la Fed, el BCE y el Banco de Inglaterra empiecen a recortar los tipos de interés de aquí a finales de año. Esto reactivará la acumulación de capital en los sectores más afectados, como la construcción. A continuación, se echó un rápido vistazo a la producción industrial, el corazón de la acumulación de capital, en los principales países imperialistas. Tras una fuerte desaceleración, la producción industrial en EEUU se encuentra ahora prácticamente en una leve recesión, con valores entre el -0,1% y el -0,8%. En comparación con el pico alcanzado en 2007, el índice de producción industrial sigue mostrando un ligero aumento, del +1,4%. Sin embargo, si consideramos únicamente la producción manufacturera, observamos una caída del 7,5%. De hecho, como la mayoría de los antiguos países imperialistas, la producción manufacturera nunca ha recuperado el nivel de 2007. Lo que ya no se produce en Estados Unidos se produce en otra parte, en China o en México. Se nota la caída de los incrementos en la transición del trentenio del «boom» al siguiente ciclo: en EEUU, el aumento se redujo a la mitad, del 4,7% al 2,4%, como consecuencia de la tendencia a la baja de la tasa de ganancias. Este descenso es aún más pronunciado si se consideran los ciclos cortos, aunque hubo una recuperación temporal en el ciclo 1990-2000. Otro aspecto digno de mención es el número de recesiones que caracterizaron la acumulación de posguerra en EEUU: cuatro, frente a una para Francia, Alemania e Italia, y ninguna recesión para Japón durante este periodo. Estos cuatro países experimentaron una gran destrucción durante la guerra, lo que condujo a una acumulación de capital más vigorosa y prácticamente sin crisis de sobreproducción. Desde principios de la década de 1990, el capitalismo japonés se ha apoyado en la «flexibilización cuantitativa» y, por supuesto, en la deslocalización de parte de la producción industrial al sudeste asiático y China. Sus tipos de interés se mantienen cercanos a cero, si no negativos, porque con una deuda del sector no financiero del 413% del PIB y una deuda pública del 263%, no puede salir de la «flexibilización cuantitativa» sin hundirse. El yen es sólo una sombra de lo que fue, ¡cotiza a 160 por dólar! A pesar de todo, la inflación, que hasta hace poco era deflacionista, sigue siendo moderada y se situó en el 2,7% en febrero. Esto se explica por el hecho de que, como los salarios son muy bajos, los trabajadores no se apresuran a comprarse un automóvil o un apartamento, sino que ahorran y consumen muy poco. En términos salariales, por ejemplo, un ingeniero informático cuesta ahora un 35% menos en Tokio que en Ho Chi Minh (Vietnam) y un 70% menos que en Silicon Valley (California). El resultado es una recesión, con una contracción en el 2023 del 1,4% respecto al 2022, pero del 19% respecto a 2007. En los ciclos largos, el retroceso es impresionante: ¡de un crecimiento medio anual del 13% durante los treinta años posteriores a la guerra al 1,9%! El declive es aún más pronunciado en los ciclos cortos, del 4% en el ciclo 1985-1991 al 0,8% en el último ciclo 1997-2007. Y la producción industrial está en declive desde entonces. Alemania, que en 2018 logró superar en un 7,5% el máximo alcanzado en 2008, se encuentra, como todos, en recesión, con un -1,2% en el 2023 respecto al 2022, pero un -9% respecto al 2018. E incluso en este caso la caída de un ciclo a otro es muy clara: de un crecimiento medio anual del 7,3% en los 30 años de posguerra, al 1,6% en el ciclo de 1973 a 2008, para caer finalmente al 0,7% en el último ciclo. Si analizáramos uno a uno los distintos países imperialistas nos encontraríamos con el mismo panorama: por ejemplo, Bélgica, que en el 2021 había superado su pico del 2008 en un 38%, se encuentra con una caída de la producción del -7,5% en 2023, lo que no es poco. Polonia, que seguía disparada en el 2022 con un crecimiento del 10%, se encuentra en recesión en 2023 con un -1,2%. Corea retrocede un 2,6% en el 2023 e Italia un 2,5%. Esta recesión general se refleja en el comercio internacional de los grandes capitalismos, con una fuerte caída de las exportaciones y una caída aún más acusada de las importaciones. Por lo tanto, podemos esperar una intensificación de la guerra comercial, especialmente con China obligada a volcar sus enormes excedentes en el mercado internacional.
Este sistema se mantendrá hasta que se produzca un colapso financiero general e
irreversible que lo derrumbe. Sólo entonces se abrirá el camino para el
renacimiento del movimiento comunista internacional.
Después de que los compañeros proporcionaran a Engels el texto «Historia y lengua de los alemanes», se amplió la primera parte de la obra. Federico Engels recuerda la presencia del hombre en Europa a partir del período comprendido entre las dos últimas glaciaciones: «Después de la segunda glaciación, con un clima cada vez más suave, el hombre aparece en toda Europa, en el norte de África y en Asia Menor, hasta la India. Las herramientas de esa época indican un grado de civilización muy bajo: cuchillos de piedra muy toscos, hachas o hachas de piedra en forma de pera, que se utilizaban sin mango, raspadores para limpiar pieles de animales, taladros, todo ello de balenita: aproximadamente el grado de desarrollo de los actuales nativos de Australia. En ninguna de las regiones donde aparecieron, ni siquiera en la India, se conservan razas humanas que puedan considerarse sucesoras de la humanidad actual». En las cuevas de Inglaterra, Francia, Suiza, Bélgica y el sur de Alemania aún se pueden encontrar los utensilios de estos hombres desaparecidos, pero de una época más reciente, más hábilmente elaborados y de materiales diferentes: «Estos hombres llegaron probablemente del noreste: sus últimos vestigios parecen ser hoy los esquimales (...) También éstos, hasta ahora sólo documentados al norte de los Pirineos y los Alpes, han desaparecido de Europa. Del mismo modo que los Pellirosse americanos fueron repelidos, ya en el siglo pasado, hacia el extremo norte por una despiadada guerra de aniquilación, así también parece que en Europa la nueva raza que ahora aparece ha repelido gradualmente a los esquimales y finalmente los ha exterminado, sin haberse fusionado con ellos». «Esta nueva raza, comparada con sus predecesoras, se encontraba en un nivel de civilización considerablemente superior. Conocía la agricultura; había domesticado animales (perro, caballo, oveja, cabra, cerdo, ganado). Conocía la alfarería; sabía hilar y tejer. Sus herramientas seguían siendo de piedra, pero trabajadas con gran esmero y pulidas en su mayoría (se distinguen como neolíticas de las de épocas anteriores). Las hachas son inmanentes y por primera vez, por tanto, útiles para fabricar madera; con ella fue posible ahuecar troncos de árboles para hacer barcos, en los que fue posible llegar a las Islas Británicas». Las poblaciones primitivas asentadas utilizaban sobre todo la caza y la pesca para su sustento, mientras que la agricultura era prácticamente desconocida, salvo lo que la naturaleza proporcionaba espontáneamente: diversas hierbas, frutos y semillas raras. Posteriormente, los pueblos nómadas, que dominaron varias poblaciones asentadas, introdujeron el pastoreo y la ganadería en estas poblaciones dominadas. En “La producción agraria y las formas de propiedad de la tierra”, Federico Chiesa describe esta primera fase de la introducción del pastoralismo: «En las primeras etapas del desarrollo del pastoralismo, se deja que los animales pasten libremente en las vastas llanuras y laderas, salvo para apoderarse de ellos y de sus productos cuando surge la necesidad. Los cuidados necesarios para la reproducción y la cría exigen un grado de desarrollo relativamente elevado, que no siempre se alcanza antes del cultivo de cereales».
El seguimiento de estos rebaños en sus deambulaciones en busca de pastos, por las llanuras en invierno y por las montañas en verano, indujo a las poblaciones al nomadismo. «La agricultura tiene un carácter complementario entre los pueblos pastores (...) se libran luchas por la adquisición de pastos, tanto entre pastores como con cazadores. Las frecuentes migraciones no permiten una utilización extensiva de las tierras agrícolas. El verdadero cultivo de la tierra no se produce salvo por excepción». La necesidad de trashumar los rebaños en busca de pastos obligó a preferir especies animales más pequeñas, más productivas y más fáciles de trasladar. «El pastoralismo fue en su origen necesariamente nómada. Las causas que provocan la diferenciación de las sociedades de ocupación de las sociedades de pastoreo están a la vista. En las primeras prevalece la horda y en las segundas la gens. La primera es una economía en la que lo que se compra se consume inmediatamente; mientras que las poblaciones de cría transmiten la propiedad de los rebaños a los herederos». El predominio de la gens sobre la horda contribuye a la constitución de la familia y facilita su desarrollo con la sustitución del patriarcado por el matriarcado, y con la formación de aristocracias, determinadas en función de la propiedad acumulada por cada familia. Además, las sociedades ganaderas se diferenciaban de las de ocupación por una división inicial en clases, utilizando prisioneros de guerra reducidos a la condición de esclavos. La cría de ganado es más rentable y requiere menos tiempo que la caza. En tiempos ociosos, los pastores transforman los productos de los animales para satisfacer las necesidades de la familia. Así pues, se observa que en los pueblos que mantienen una vida nómada no se producen transformaciones económico-sociales significativas, para las que se requiere densidad de población, una vivienda estable y una división del trabajo. «Los nómadas no progresan, pero tampoco envejecen, y sólo con la introducción de la agricultura se imponen las leyes comunes del desarrollo humano». En estos pueblos no existe el comercio interior, sino el exterior, provocado por la necesidad de las diversas organizaciones gentilicias de trocar lo que les sobra. Los nómadas no sólo son iniciadores del comercio exterior, sino que se convierten en intermediarios del comercio debido a la abundancia de animales de carga de que disponen y a sus migraciones. «En el estado agrícola, los lazos familiares se refuerzan y, mientras que los pueblos nómadas son generalmente polígamos, los pueblos agrícolas son monógamos. Esto se debe a la necesidad en la primera fase del desarrollo de una agricultura estable, a saber, que las familias no sean muy numerosas y no crezcan demasiado rápido en relación con lo que se producía de la tierra. «El desarrollo de la agricultura requiere la organización de la propiedad y el uso de la tierra y la protección y defensa de ambos. Esto provoca la aparición de una autoridad capaz de dicha protección y que pueda, al mismo tiempo, dictar normas que garanticen la propiedad y el uso de la tierra y permitan su sucesión entre herederos o su enajenación a terceros. Así, de la horda de cazadores y de la tribu de nómadas, la agricultura conduce a la vida política, al Estado». Engels explica cómo los alemanes penetraron en Europa central a través de las llanuras de la vertiente norte de los Cárpatos y la región montañosa de las fronteras de Bohemia. «El modo de vida de los germanos demuestra que aún no eran sedentarios. Vivían principalmente de la ganadería, del queso, la leche y la carne, menos del grano; la principal ocupación de los hombres es la caza y el uso de armas. Practicaban un poco la agricultura, pero sólo marginalmente y de la forma más primitiva». «Pero los germanos encontrados por César están lejos de ser nómadas en el sentido en que lo son actualmente los jinetes de Asia. Para ello es necesaria la estepa, y los germanos vivían en la selva virgen. Pero estaban igualmente lejos de ser campesinos sedentarios».
Sesenta años más tarde, Estrabón dice de ellos: «De Asia habían traído el conocimiento de la agricultura, como demuestra la lingüística. Pero se trataba de una agricultura de tribus guerreras seminómadas, que se desplazaban por las llanuras boscosas de Europa central, y que les servía como medio de fortuna y fuente secundaria de vida». «Un buen siglo y medio después de César, Tácito nos ofrece su famosa descripción de los germanos. Aquí las cosas ya parecen muy diferentes. Las tribus se han estabilizado. Aún no se puede hablar de ciudades. Los edificios carecen aún de piedras cuadradas y tejas, están toscamente hechos de troncos toscos». En cuanto a la agricultura en el Imperio Romano, hemos añadido al informe una consideración sobre la concentración de la propiedad de la tierra: «La falta de versatilidad de los esclavos y el cultivo continuo del mismo producto agotan pronto las tierras fértiles. La mano de obra esclava se vuelve incluso pasiva; de ahí la necesidad de tierras fértiles siempre nuevas. De ahí la concentración de la propiedad de la tierra: todo el vasto Imperio Romano era propiedad de no más de 2.000 ciudadanos. El latifundio se convirtió en el régimen principesco de la propiedad agrícola; explotado con cultivos extensivos, tenía una producción que no era proporcional al aumento de la población, provocando así continuas hambrunas, lo que indujo a los terratenientes a preferir el pastoreo a la agricultura». “Expropiación de la población rural y su desplazamiento de la tierra”, así se titula un párrafo de “El Capital” en el capítulo “Proceso de acumulación del capital”, del cual en la reunión expusimos amplios pasajes. «En Italia, donde la producción capitalista se desarrolló antes que en otros países, la disolución de las relaciones de servidumbre también tuvo lugar antes que en otros lugares. La emancipación del siervo lo convierte en un proletario que ya encuentra nuevos amos en las ciudades. «Cuando la revolución del mercado mundial, después de finales del siglo XV, rompió el dominio comercial del norte de Italia, comenzó un movimiento en la dirección opuesta. Los trabajadores de las ciudades fueron arrojados en masa de nuevo al campo, y la agricultura a pequeña escala, llevada a cabo siguiendo el ejemplo de la horticultura, aumentó de manera extraordinaria. «En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido hacia finales del siglo XIV. La abrumadora mayoría de la población estaba formada entonces, y aún más en el siglo XV, por campesinos libres y autónomos». Marx continúa: «Tal estado de cosas, combinado con el desarrollo de las ciudades, característico del siglo XV, dio lugar a una riqueza popular, pero que excluía la riqueza capitalista. «La revolución que sentó las bases del modo de producción capitalista tuvo su preludio en el último tercio del siglo XV y las primeras décadas del XVI. Una masa de proletarios desterrados fue lanzada al mercado de trabajo por la disolución de los vínculos feudales. «La nueva nobleza consideraba el dinero como el poder de los poderes. En consecuencia, su consigna era convertir la tierra cultivable en pasto». |