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El precio de la “victoria” de 1936
Hemos mostrado cómo la Tercera Internacional fundada por Lenin y los bolcheviques para destruir el Estado burgués llegó, después de la derrota de la revolución europea y el triunfo en Rusia de la política estalinista del “socialismo en un solo país”, a defender el Estado y el parlamentarismo burgués, y a concluir con este objeto acuerdos políticos con la Internacional Socialista, la Internacional de los traidores, de los celosos servidores del capital.
Esta orientación, que se abría paso desde hacía años a través de los zig-zags y de los virajes políticos del “movimiento comunista mundial” oficial, se impone definitivamente en el período que ahora abordamos, el del Frente Popular. En las consignas de Moscú, la dictadura del proletariado es substituida de aquí en adelante por la defensa de las instituciones republicanas, y el advenimiento del socialismo es subordinado a la salvaguardia y al “perfeccionamiento” de la democracia. En otro tiempo internacionalistas y antimilitaristas convencidos, los “comunistas” se transformarán en bravos patriotas y en partidarios encarnizados de la guerra llamada “antifascista”.
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La posición comunista en el seno del Frente Popular no era más que la conclusión lógica de la evolución cuyas grandes etapas hemos recorrido y, sin embargo, apareció en su momento como un viraje brutal y desconcertante. La razón de este cambio que a primera vista no parece clara, era en el fondo simple. Después del aniquilamiento del proletariado alemán, la reaparición de la crisis capitalista había vuelto inevitable la segunda guerra mundial. Habiendo abandonado toda perspectiva revolucionaria, la U.R.S.S. se preparaba buscando las mejores alianzas posibles. Transformada en el servil instrumento de su diplomacia, la Internacional Comunista no podía más que adoptar una línea de acuerdo con esta política: en los países susceptibles de convertirse en aliados de Rusia, ordenó a los comunistas poner fin a toda propaganda subversiva y sostener la política burguesa de “defensa nacional”, es decir el esfuerzo militar del imperialismo nacional. En Francia, el PCF adoptó esta política al día siguiente del pacto de alianza franco-ruso de mayo de 1935. Quedaba aún hacérsela aceptar al proletariado francés, que estaba mal preparado para ello a causa de las tradiciones antimilitaristas que el mismo PCF había alentado hasta poco tiempo antes. Esta fue la obra del Frente Popular, que logró canalizar una vasta batalla obrera hacia una adhesión total a la política antifascista, creando así las condiciones de una alianza franco-rusa en la guerra futura. Si la ironía de la historia ha querido que esta alianza no funcionase en los primeros años del conflicto, esto no quita que el PCF haya trabajado eficazmente para la preparación política e ideológica de la segunda guerra imperialista.
En efecto, la adhesión oficial del PCF a los valores patrióticos y nacionales que había combatido hasta entonces, se efectuó en el curso del gran movimiento reivindicativo de junio de 1936, bajo la égida de una coalición electoral con la SFIO (Partido Socialista). De su adhesión entusiasta a la defensa del parlamento burgués nace la impostura ideológica según la cual el socialismo pasaría a través de la expansión de la democracia y no a través de su destrucción revolucionaria. Después de las huelgas con ocupación de las fábricas y de la victoria electoral del Frente Popular, fue descubierto, difundido e impuesto el pretexto que debía arrastrar a la clase obrera a la segunda carnicería mundial: el antifascismo.
Sólo el PCF podía obtener este acondicionamiento del proletariado francés; sólo el PCF podía hacer de sus últimas reacciones de clase una moneda de cambio para obtener la admisión de la U.R.S.S. en el bloque imperialista occidental. Sólo él podía ofrecer a una coalición electoral el apoyo de las masas obreras de cuya confianza gozaba. Sólo él podía resolver la crisis de gobierno que reinaba en Francia y preparar una nueva unión nacional, condición indispensable al desencadenamiento y a la prosecución de toda guerra imperialista. El PCF procuró desempeñar todas estas tareas con un celo que hoy se complace en recordar para justificar sus pretensiones al título de “partido de gobierno”: insulto libre de peligros para las tradiciones revolucionarias, desde el momento en que las generaciones obreras de ayer están casi extinguidas y las de hoy ignoran que el partido del difunto Thorez solo ha ganado los galones de los que se jacta traicionando la última batalla proletaria de la preguerra.
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El advenimiento del Frente Popular fue el resultado de la conjunción de la crisis política de 1934 y de la crisis económica de 1936. Atestiguada por la inestabilidad de las mayorías parlamentarias y por la caída de los gobiernos cada cuarenta y ocho horas, la crisis política testimoniaba la confusión de la burguesía francesa al salir de la gran crisis económica mundial de 1929. El estancamiento de la producción, y la desocupación que aparejaba, habían provocado la impopularidad del parlamento, la inquietud de las clases medias, el descontento de los obreros y las presiones patronales. Para resolver esta crisis se necesitaba alcanzar tres objetivos: reactivar la economía (dentro del marco del régimen burgués esto no podía realizarse más que adoptando la panacea universal de la producción de guerra, y después la de la guerra misma); rehabilitar al parlamento tras utilizar a las clases medias (es por eso que el PCF se había acercado a estas últimas pactando con la SFIO, expresión clásica, desde 1914, de las posiciones de la pequeña burguesía en el seno del proletariado, y terminó por despojar su programa de toda referencia al comunismo y a la revolución, con el fin de conquistarla totalmente); satisfacer las reivindicaciones obreras (era la tarea más difícil, pero algunas migajas de “bienestar” podían ser arrancadas a los patrones y, para convencer a los obreros a limitarse a ellas, se tenía todo el peso y la autoridad de la C.G.T., la confederación general del trabajo francesa, en cuyo seno los comunistas se habían “reunificado” con los bonzos reformistas de Jouhaux).
A esta basta empresa le faltaba solamente una bandera. Ahora bien, la de la lucha contra el fascismo convenía al mismo tiempo para crear la psicología de la guerra, para restituir al parlamento sus atractivos y para ilusionar a los obreros, que en el fascismo, real o no, veían siempre la terrible represión anti-proletaria de los Hitler y de los Mussolini. Solo faltaba que un suceso político diese una apariencia de realidad a la amenaza fascista en Francia: fue la dramática jornada del 6 de febrero de 1934.
Para comprender las consecuencias políticas de esta fatídica fecha, no hay que perder de vista las características tradicionales del movimiento obrero francés, la profunda influencia ejercida sobre é1 por toda la historia y la estructura del capitalismo en Francia. Un país donde el campesinado parcelario ha sido siempre la masa de maniobra del capital contra el proletariado; un capitalismo usurero y especulador; una dinastía de politicastros pequeño-burgueses periódicamente comprometida por los escándalos financieros; en fin, algunos nacionalistas fosilizados puestos allí, a la extrema derecha, para recitar la parte de la vestal patriótica ofendida por las orgías de la corrupción parlamentaria: he allí el marco clásico en el que estalla la crisis política de febrero 1934, cuando altas personalidades radicales se encuentran comprometidas en el asunto de los cheques falsos del estafador Stavisky; cuando una manifestación antiparlamentaria de ex-combatientes nacionalistas en la plaza de la Concordia recibe una ráfaga de los guardias móviles y deja varios muertos sobre el pavimento.
La vida política francesa ha conocido siempre minorías de “ultras” como la que se manifestaba en la plaza de la Concordia. De Déroulede a Maurras, de las “Cruces de Fuego” a la O.A.S., siempre ha habido exaltados imbuidos de las tradiciones y de los “valores nacionales”, de los que pretendían disputar el monopolio a los partidos “regularmente designados” para hacerle el juego al capital.
Tan miopes como impotentes, estos embrolladores no han sido nunca otra cosa que espanta pájaros reaccionarios hábilmente utilizados por la burguesía “de izquierda” para atraer de nuevo bajo su férula a la pequeña burguesía y, tras ella, a los obreros. Es lo que se ha llamado el famoso “reflejo republicano”, cuyo desencadenamiento siempre ha sido pagado muy caro por el proletariado. Ya después del caso Dreyfus, al comienzo del siglo, cuando un puñado de realistas y clericales se lanzó en manifestaciones intempestivas contra el presidente de la república, los obreros se reagruparon espontáneamente bajo la bandera de las “libertades amenazadas” y, bajo esta presión, en el movimiento socialista, la fracción auténticamente marxista debió fusionarse de nuevo con toda la canalla oportunista y carrerista de la que se había anteriormente liberado. De esta fusión salió la SFIO parlamentaria y jauresista, que debía naufragar en la infame Unión sagrada de 1914.
La “amenaza fascista” en 1934 no era más real que el “peligro monárquico” en 1902, pero la reacción de “defensa republicana” de los obreros tuvo consecuencias mucho más terribles: fue la desaparición del PCF en cuanto partido distinto de todos los de las otras clases sociales, fue la disolución de la energía proletaria en el caos de la “voluntad de la Nación”.
He aquí la deuda que paga todavía hoy el proletariado francés por haber sido movilizado contra un fantasma. Porque, en 1934, el fascismo, en tanto reacción armada del gran capital, ya había terminado su obra, la de exterminar a los cuadros proletarios en los países en los que la revolución comunista era más o menos una amenaza: lo que no fue, y no había sido jamás, el caso de Francia. En 1934 el fascismo tout court sólo podía ser el pretexto de la guerra imperialista, y el “fascismo francés” una farsa grotesca: porque no existía en Francia un partido fascista digno de ese nombre; porque un tal partido, sin el apoyo masivo de las clases medias está destinado a siniestras pero inútiles payasadas; porque las clases medias de este país no habían estado nunca al borde de la ruina como sus homólogas de Alemania y de Italia, y el marasmo económico francés no tenía comparación con la bancarrota de la otra orilla del Rhine; porque el proletariado en Francia no había nunca amenazado el poder del capital y porque su partido comunista se había muy pronto transformado de nuevo en la agencia reformista y electoralista de la que había salido; en fin, porque las clases medias, no teniendo nada que temer de este partido y de este proletariado, temían mucho más la amenaza militar representada por Hitler de lo que podían admirar sus “méritos” contrarrevolucionarios.
El movimiento social del Frente Popular, que socialistas y comunistas coaligados pretendían limitar a una clásica coalición electoral, favoreció en 1936 el desencadenamiento de una serie de huelgas como el patronato francés jamás había conocido.
En efecto, la coalición SFIO-PCF hacía posible la reunificación sindical y ésta daba un carácter explosivo al descontento acumulado en 15 años de vejaciones patronales y de impotencia obrera. Pero este despertar cuyo catalizador había sido la coyuntura política, expresaba al mismo tiempo el asomarse a la vida política de la nueva generación proletaria entrada en la industria después de la guerra. Si la importancia numérica de este aflujo rompía los límites demasiado estrechos de las luchas anteriores a 1914, presentaba sin embargo un aspecto negativo – el de una inmadurez política que explica en parte la facilidad con que los oportunistas de las dos Internacionales pudieron encerrar esta llamarada reivindicativa en un programa marcado por el más sucio reformismo.
El mito de la “victoria” de junio de 1936 está fundado sobre una serie de equívocos. Ante todo, las ventajas totalmente relativas obtenidas como consecuencia de las huelgas no fueron de ningún modo el fruto de la generosidad del gobierno del Frente Popular: ellas fueron literalmente arrancadas, no sin que éste se esforzase en limitarlas al mínimo. Además, las “conquistas” sociales así realizadas fueron rápidamente anuladas tanto por el fracaso (previsible por otro lado) del programa de reformas pequeño-burguesas del gobierno, como por los sacrificios pedidos inmediatamente a los obreros en nombre de la “defensa nacional”, es decir, de la preparación de la guerra imperialista. Por último, la intervención del Estado, si bien fue presentada entonces como una “gran victoria democrática”, destruía los últimos baluartes de la resistencia obrera a la explotación y constituía un método característico del fascismo que socialistas y comunistas pretendían combatir.
La gran oleada de huelgas de 1936 duró todo el mes de mayo. Iniciada el 11 en Le Havre y en Tolosa, se extiende el 14 a la región parisina (donde se cuentan, el 28 de mayo, 100.000 huelguistas en el sector automovilístico), luego a casi todas las otras provincias alcanzando las más diversas categorías. Cuando, el 4 de junio, el patronato rompe las tratativas después de haber fingido aceptar las reivindicaciones planteadas, se produce una oleada gigante que abraza un total de cerca de dos millones de asalariados. Pero el gobierno del Frente Popular, dirigido por el socialista Blum y entrado en funciones el 2 de junio, lanza inmediatamente un llamado a la calma y al orden. Haciendo eco, la CGT, el PCF y la SFIO se declaran “decididos a mantener el orden y la disciplina” y ponen en guardia a los obreros contra las provocaciones de las “Cruces de Fuego”. L’Humanité escribe: «Los que salen de la legalidad son los patrones, agentes de Hitler, que no quieren a ningún precio la reconciliación de los franceses y empujan los obreros a la huelga». Ya se delinea aquí la fórmula vil (que los “comunistas” convertidos en patriotas usarán más cínicamente todavía después de la liberación) que hace de la huelga, arma tradicional de los obreros, “un arma dé los trusts”. Ya se ve madurar, mientras la huelga está en plena efervescencia, la tesis insensata según la cual son los capitalistas los que sabotean su propia producción y al mismo tiempo “el interés nacional” (como si éste pudiese ser otra cosa que los intereses generales del Capital!) y son los obreros los que deben defenderlos!
Así, desde junio de 1936, el PCF enuncia claramente qué significa para él el Frente Popular: la reconciliación de los franceses, la unidad nacional, “pasar la esponja sobre las disputas internas”, la disciplina patriótica; en resumidas cuentas, una política que permitirá al capitalismo conducir a término, sin muchas dificultades sociales, su segunda carnicería histórica. «Nosotros te tendemos la mano, católico, obrero, empleado, campesino – había ya dicho Thorez en la víspera de las elecciones – voluntario nacional, ex-combatiente convertido en Cruz de Fuego, porque eres hijo del pueblo, porque sufres como nosotros del desorden y de la corrupción...».
Este lenguaje tenía un significado que iba más allá de la liquidación de la
lucha de clase: era el pretexto ideológico que había permitido el abandono de la lucha de clase. No existen ya más ni “reaccionarios” ni “fascistas”, sólo hay buenos franceses. Inútil preguntarse qué puede hacer un partido obrero llegado a tal grado de bajeza! Su preocupación principal es que los obreros retomen el trabajo. No es todavía al pie de la letra el cínico “arremangaos” que formulará Thorez después de la liberación, pero ya es su espíritu. «Es necesario saber terminar una huelga – dice Thorez el 14 de junio – desde el momento en que las
reivindicaciones están satisfechas... y llegar al compromiso para ahorrar
nuestras fuerzas, pero sobre todo para no facilitar la campaña de pánico
organizada por la reacción».
Los bloques imperialistas se rearman en preparación para la guerra mundial
La clase obrera internacional responde empuñando su poderosa arma, ¡la lucha de clases!
El gasto militar anual en todo el mundo ha superado los 2,2 billones de dólares, los tratados sobre armas nucleares entre Rusia y Estados Unidos se están desmoronando y potencias como Alemania y Japón se están rearmando por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la guerra en Ucrania amenaza con engullir a toda Europa y el Mar de China Meridional se está convirtiendo en una enorme zona militarizada, anticipo de la guerra entre Estados Unidos y China que muy probablemente involucrará a toda la humanidad.
La burguesía internacional enarbola sus gastadas banderas nacionalistas y llama a los trabajadores a masacrarse agitando los engañosos espectros del totalitarismo, del fascismo, de un falso “comunismo”, como los de las diferencias entre razas y religiones.
A la vil propaganda burguesa los comunistas replican que la nueva masacre entre proletarios que se prepara tiene una sola causa: ¡la defensa de los intereses de la clase dominante y las ganancias del capital! ¡La guerra general será imperialista en todos los frentes!
A pesar de la creciente crisis económica y del creciente endeudamiento de Estados y empresas, mientras los gobiernos de todo el mundo aumentan el gasto militar, en los últimos tres años la economía capitalista se ha visto golpeada por perturbaciones de todo tipo, por un lado la sobreproducción de bienes, por otra parte, su escasez en los mercados por la imposibilidad de continuar la producción capitalista provocada por la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, por la disminución de la rentabilidad de las inversiones y por la creciente brecha entre la producción, que es social y el consumo, que es de unos pocos.
El capitalismo global, azotado por la crisis económica, está al borde del colapso. Se está hundiendo en una crisis histórica como para transformar la vieja antítesis entre socialismo y capitalismo en aquella entre socialismo y aniquilamiento de la humanidad.
La última gran crisis económica del capital, la que se originó en Estados Unidos en 1929, a pesar del New Deal, sólo pudo resolverse con la destrucción y masacres de la Segunda Guerra Mundial. Esa masacre imperialista global llevó a la aniquilación de más de 70 millones de personas, en su mayoría proletarios, y a la destrucción casi total de la capacidad productiva en todo el planeta.
Las tres décadas que siguieron a la guerra fueron una “edad de oro” para el capitalismo. Mientras los dos bloques imperialistas de la Unión Soviética y los Estados Unidos se repartían el botín de guerra y mantenían en jaque al proletariado en sus respectivas zonas de influencia, el proceso de acumulación aprovechó el ímpetu de la reconstrucción de la infraestructura devastada por la guerra y ciudades
Incluso, en ese entonces hubo una serie de revoluciones burguesas contra los viejos regímenes coloniales y feudales podridos, con el surgimiento del capitalismo en todos los rincones de la tierra, especialmente en el este y sur de Asia, India y China. Pero esta expansión planetaria del sistema capitalista de producción, si bien ha permitido la acumulación de enormes ganancias, no ha traído prosperidad a la clase obrera, sólo ha esparcido miseria y explotación a todo el mundo. De hecho, la mayoría de los 3.300 millones de asalariados en el mundo todavía trabajan hoy por salarios de hambre, sin ninguna seguridad económica, en condiciones de vida indignas.
Sin embargo, el continuo desarrollo técnico de los medios de producción reduce la rentabilidad del capital en la producción, empujándolo hacia inversiones efímeras y estériles en la especulación financiera.
Pero todas medidas de los Estados para contener la crisis a través de la deuda pública finalmente no tiene efecto y la burguesía, para no fracasar, empuja al mundo a la acción militar, que cancela todas sus deudas. La producción de armas para la guerra y la guerra misma son el único camino que le queda a la burguesía para salir de la crisis de sobreproducción que asfixia su sistema económico.
Por ello, los diversos estados y sus partidos de régimen difunden el nacionalismo, para intentar atar a los trabajadores a la suerte suicida de la clase burguesa, obligada, en defensa de su propio modo de producción, a hundir al mundo en el abismo de la guerra, del terror y del hambre.
Pero es el proletariado internacional, los miles de millones de trabajadores del mundo quienes poseen el instrumento para liberar a la humanidad del destino marcado por los capitalistas: ¡LA LUCHA DE CLASES!
En las últimas semanas ha habido movimientos huelguísticos generalizados en algunos países europeos, en Francia, en Gran Bretaña, en Alemania, en Grecia. Incluso en los Estados Unidos estamos presenciando grandes huelgas que involucran varias categorías. Estas luchas son el ejemplo a seguir.
Siendo el capitalismo un sistema económico basado en la explotación del trabajo asalariado, es con las luchas de la clase obrera en defensa de sus condiciones de vida y de trabajo que se puede oponer al régimen capitalista y empezar a prepararse para evitar la Tercera Guerra Mundial. Toda lucha contra la explotación del trabajo, todo rechazo a los llamamientos al sacrificio en nombre de la economía nacional, es una lucha contra el capitalismo y contra su guerra. La lucha en defensa de la clase obrera daña al capital y es la premisa para debilitar su infame régimen político.
Es necesario unir las luchas reivindicativas de la clase obrera. Para ello es indispensable reconstituir los sindicatos de clase en todos los países, fortalecerlos donde ya existen, oponerse al sindicalismo del régimen que colabora con el Estado y con la patronal. Sólo los verdaderos sindicatos podrán luchar por la unidad de acción del proletariado, a nivel nacional e internacional.
Solo así será posible poner en la agenda de luchas las demandas que unen a toda
la clase obrera:
- la defensa y el aumento de salarios, con incrementos mayores para los peor
pagados;
- la reducción de ritmos, horas y la vida laboral;
- salarios completos para los desempleados.
Sólo sobre estos objetivos pueden converger las huelgas y las manifestaciones obreras, en el tiempo y en el espacio.
¡Esta es la premisa indispensable para que el proletariado pueda luchar nuevamente, bajo la dirección de su partido, el Partido Comunista Internacional, por el derrocamiento del régimen de trabajo asalariado, por la revolución comunista!
Un partido depositario de la necesidad del comunismo de toda la humanidad, de los sentimientos de solidaridad de clase, de la ciencia del marxismo revolucionario y de la experiencia acumilada dos siglos de gloriosas luchas obreras.
¡Abajo la guerra! ¡Abajo el régimen del Capital, viva el Comunismo!
Las sanciones tienen una larga y conflictiva historia, son un acto de fuerza que debería resolver o conducir a una solución de las disputas entre Estados. O utilizadas como amenazas de que luego habrán otras más graves. Por su naturaleza están intrínsecamente ligadas a las relaciones entre Estados en el mundo capitalista. Se afectan los intercambios comerciales, importaciones y exportaciones de manufacturas y materias primas, para estrangular las ganancias de los Estados, de las burguesías sancionadas.
En el siglo pasado fueron aplicadas a Italia por las empresas coloniales, luego a Alemania, sin éxito. Después de la Segunda Guerra Mundial, las sanciones tuvieron un uso amplio y variado, en América Latina, Medio Oriente, Asia y casi siempre fueron impuestas por EE. UU. a Estados vasallos rebeldes o “no alineados”.
Más o menos severos, siempre golpean primero a las clases más bajas con privaciones y miseria. Naturalmente, quien las impone siempre tiene de su parte la fuerza política, militar y económica para hacerlo. Que luego logran hacerlo con rigor, o permiten concesiones a los Estados sancionados, es otra cuestión. A veces son solo advertencias formales, otras crueles restricciones para destruir el tejido social de los sancionados.
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Ya en vigor tras la anexión de febrero de 2014, en marzo la Unión Europea prohibió las importaciones desde Crimea y se empezaron a plantear sanciones internacionales contra Rusia. Luego se aplicaron con criterios cada vez más estrictos tras la “Operación Especial” en Ucrania. Pero no tuvieron consecuencias relevantes. Para Rusia, los ingresos por exportaciones de petróleo a lo largo de 2022 no han sufrido repercusiones graves, por el bloqueo a las exportaciones de petróleo, que han sido compensadas parcialmente por la importación de China e India, pero también por Estados desprevenidos, como ’Arabia Saudita que a pesar de ser productor, ha incrementado sus exportaciones al sacar provecho del menor precio pagado a los rusos. Incluso los fertilizantes producidos en Rusia, productos que no estarán sujetos al embargo hasta al menos finales de 2022, han permitido ganancias notables.
La incautación de activos financieros rusos en el extranjero, que disminuyó un 40% de sus reservas, no ha resultado ser un golpe fatal para las finanzas rusas.
La idea convencional de que Rusia era una economía poco sofisticada, basada esencialmente en la exportación de materias primas, dependiente de países extranjeros para las tecnologías esenciales en la economía super desarrollada del capitalismo y las sofisticaciones militares, constituyó un criterio en el que estaban puestas muchas esperanzas del lado occidental. Pero un sistema de triangulación, tanto en importaciones como exportaciones, ha permitido a Rusia sortear el bloqueo. El resultado fue que entre enero y septiembre de 2022, la balanza comercial de Rusia registró un superávit de $200 mil millones. ¡No está mal para una economía sujeta a duras sanciones!
Junto con las sanciones comerciales para llevar al invasor a la bancarrota, Estados Unidos ha impuesto un bloqueo financiero cada vez más estricto a sus aliados europeos y de habla inglesa. Los EEUU son los dueños, gracias a su fuerza militar y financiera, de los mecanismos fundamentales de la circulación de capitales. La prohibición de acceso al sistema de pago internacional SWIFT, domiciliado en Suiza pero totalmente controlado por EE. UU, contra un determinado número de bancos rusos, extendida progresivamente al resto, ha llevado a estos a recurrir a otros instrumentos financieros, como los “swaps de divisas”, es decir, operaciones entre bancos centrales sin utilizar el dólar. Muchos otros Estados han adoptado un sistema de pago alternativo a SWIFT, al que se unió por primera vez China, quién ha regulado más de la mitad de su comercio con Rusia hacia renminbi y rublos.
Además, la moneda digital emitida por China y mantenida en billeteras electrónicas, una forma “inmaterial” que ha tomado el lugar de la moneda soberana en muchas transacciones financieras y comerciales, es una ayuda importante para romper el bloqueo financiero.
Luego bloquearon las reservas rusas en poder de los bancos occidentales, tanto estatales como privados, una iniciativa nunca antes aplicada, excepto en caso de guerra entre las partes. Algo que no resulta formalmente del conflicto en curso entre Rusia y Ucrania, hecho que desenmascara la verdadera naturaleza de esta guerra.
La decisión, como es habitual, fue impuesta por EE. UU. y todos los demás Estados europeos siguieron su ejemplo. Pero ahora esto se está convirtiendo en un arma de doble filo, pues ha provocado una “hemorragia” de retiros por parte de otros depositantes no occidentales, árabes, asiáticos y latinoamericanos de bancos suizos, europeos, británicos y estadounidenses. Una fuga que están tratando de amortiguar con el aumento de las tasas de retorno, la otra cara del aumento de las tasas de interés para reducir la inflación. La propia China, que en el pasado fue un gran comprador de las obligaciones estatales estadounidenses, ahora está huyendo de los Bonos del Tesoro de EE.UU. Rusia, por supuesto, ya no puede invertir y está fuera del juego.
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Hoy, tras un año de guerra en el corazón de Europa, las medidas puestas en marcha para aislar a Rusia del comercio mundial y de los mecanismos financieros occidentales, no han tenido consecuencias evidentes sobre el conflicto en términos de eficacia militar, sino que más bien han producido un enorme efecto sobre toda la estructura económica europea, poniendo a los capitalistas de los Estados Unidos en condiciones de extraordinarias ventajas económicas y productivas, a la que los aliados se han adherido voluntaria o involuntariamente, aprovechando el contrato leonino de la OTAN.
El vínculo entre Alemania, la principal economía europea y Rusia se rompió, y Europa se encontró dependiendo casi por completo de los productos energéticos de Estados Unidos, quien se había convertido en el principal productor y proveedor del mundo. El gas y el petróleo llegan en grandes cantidades, pero ciertamente no a costos más bajos que los que llegan de Rusia.
En EE.UU. se extrajeron 12 millones de barriles diarios en 2022, frente a 10,6 en Arabia Saudí y 10,7 en Rusia.
Además, el hecho de que la extracción de los esquistos bituminosos sea una práctica nociva para el medio ambiente, no importa al capitalismo, quien tiene como único imperativo la ganancia.
Esta enorme producción también tuvo un efecto tranquilizador sobre los precios. De gas natural licuado, EE.UU. ha producido más que Qatar y Australia, siendo Europa el primer comprador. La burguesía de Estados Unidos ha logrado así cosechar importantes ventajas a nivel político, productivo y financiero. Reanudó una rama productiva, la de los esquistos, que se encontraba en dificultades debido a los crecientes costos de extracción y distribución al exterior. Siendo el GLP absolutamente necesario para Europa, ahora controlan los grifos y los precios. Mientras tanto, los capitales europeos ya no van a engordar las finanzas rusas y toman el camino a los Estados Unidos, que políticamente ha vuelto a someter a la Europa continental a su imperio, que estaba tomando un peligroso (para ellos) curso hacia el Este.
Por lo tanto, sería inocente preguntar quién es el autor del sabotaje a los oleoductos ruso-alemanes bajo el Mar Báltico.
En este sentido, las sanciones han sido la obra maestra geoestratégica de Estados Unidos.
De los nuevos Planes Marshall y del Programa Europeo de Recuperación de la posguerra, pero con sentido y temporalidad invertidos. En 1947 del siglo pasado, la fase histórica fue de vigorosa recuperación global cuando, después de la Gran Depresión de 1929 y una gran guerra, el ciclo de acumulación capitalista había reiniciado su poderoso y penetrante movimiento y Europa estaba reconstruyendo sus ruinas. Con poco más de 14 mil millones de dólares (en ese momento) Estados Unidos compró Europa en cuatro años.
En cambio, esta fase actual es la fase histórica de la crisis general del capitalismo, y no serán los incentivos estatales, ni las temerarias maniobras financieras, las que reviertan su signo e impidan, que eventualmente converja en la tercera guerra imperialista.
La guerra en Ucrania sigue su curso, mientras, tanto en el terreno económico como en el financiero, a las sanciones se suman a las sanciones.
El mecanismo no se abandonará, al contrario, se extenderá al gran enemigo de Oriente, China.
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Aunque todavía no estamos presenciando ningún cambio en el orden imperial, es evidente que el poder abrumador de la moneda y el poder estadounidenses, está siendo desafiado por una gran cantidad de Estados. Un ejemplo de ello es el reciente acuerdo entre Irán y Arabia Saudita – enemigos acérrimos – donde medió China, que para los EE.UU., es el verdadero adversario en la disputa próxima por controlar el mundo.
Por nuestra parte, encontramos una poderosa verificación de nuestro supuesto básico, de que el capitalismo en su fase más alta, está necesariamente destinado a la confrontación militar entre sus imperios financieros, si la revolución social no lo detiene antes de su precipicio mortal.
El signo imperialista de este conflicto, en ambos lados, nos resulta perfectamente claro. En los frentes ensangrentados, sufren y mueren los proletarios engañados por los mitos burgueses de la patria y la nación. Naturalmente la propaganda del régimen de ambos lados habla de resistencia, donde casi nada se sabe de lo que realmente ocurre en el maltrecho cuerpo social ucraniano y ruso. Lo poco que se filtra habla de sorda resistencia al matadero, repulsión pero que no se materializa en un movimiento organizado. Después de todo, el Movimiento Obrero Internacional está ausente de esta tragedia, la única fuerza que podría condenar y rebelarse contra este conflicto en nombre del internacionalismo de clase.
No hay otras posibilidades de paz fuera de este indispensable movimiento
revolucionario de la clase obrera.
Recientemente escuchamos al patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, Kirill, decir que la guerra en nombre de la patria es justa y obediente, y que quien muere por la patria tiene un lugar reservado junto a Dios. Presumamos que a los comunistas nos gustaría tal honor y la alegría debe reservarse para él, y no para los proletarios rusos y de los otros países.
La Iglesia católica, más allá de las apariencias, no piensa diferente. Es propaganda bélica que representa a los traicioneros y belicistas rusos, con su Iglesia Ortodoxa, contra un Occidente, incluida la Iglesia católica, amante de la paz y siempre dispuesto a poner flores en los cañones. Cañones, en cambio, siempre engrasados y listos para usar, así como usados abundantemente en todo el mundo, así como en Ucrania, pero siempre en nombre de la paz.
La única paz que persiguen los diversos capitalismos consiste en la ausencia de guerra de clases conducida por el proletariado: en nombre de esta “paz” no retrocede ante ninguna guerra ni ante ninguna masacre.
Que la Iglesia, y en particular la Iglesia católica, este a favor de la paz y en contra del uso de la violencia es un disparate negado por 2.000 años de historia, y también por los documentos oficiales de la misma Iglesia. Ya con Agostino de Tagaste, con Tommaso de Aquino y con la segunda Escolástica se habla de una “guerra justa”.
Viniendo a tiempos más recientes, esta concepción también persiste en el siglo XX. El Papa Benedicto XV no es una excepción: con su famosa “Nota” del 1 de agosto de 1917, en la que define la guerra como una “inútil masacre”, se dirige a los distintos gobernantes intentando una labor diplomática, sin cuestionar el principio de “guerra justa”, según el cual es legítimo que los gobernantes declaren la guerra. De lo contrario, podría haber revocado la obediencia de los católicos hacia sus gobernantes, dado que la guerra, ahora una “inútil masacre”, perdió las características de una “guerra justa”. Naturalmente se cuidó de no hacerlo, a pesar de que los diversos gobiernos, incluidos los católicos, ignoraron totalmente su Nota y en Alemania fue definido como “el papa francés”, en Francia “el papa crucco” (alemán), en Italia “Maledetto XV”.
Después de todo, las Iglesias católicas de las diversas naciones se mantuvieron en defensa de la patria, ignorando el intento diplomático papal. Ni siquiera en Italia los católicos burgueses siguieron a su guía, el papa, como los liberales burgueses no siguieron a su guía, Giolitti. La burguesía italiana, como las demás, siguió su “llamada del bosque”, es decir, la guerra.
El papa, en perfecta continuidad con sus predecesores, consideraba la guerra como un castigo divino por alejarse de la verdadera fe. Para la Iglesia, el Mal se ha presentado en tres formas diferentes a lo largo de la historia: la primera el protestantismo, la segunda la Ilustración con la Revolución Francesa, la tercera, la más horrible de todas, el socialismo. Pío XI, sucesor de Benedicto XV, consideró justa la guerra civil española, así como una cruzada contra el comunismo, en la que impartió su bendición “a quienes han asumido la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la Religión”.
En 1928 la posición de la Iglesia quedó expresada en un importante manual de teología moral, donde leemos: “En nuestro tiempo y en nuestras regiones no corresponde en modo alguno a simples soldados o subalternos juzgar la legitimidad o ilicitud de la guerra; de hecho, es completamente imposible para el particular conocer todas las razones que indujeron a la llamada diplomacia nacional a emprender una guerra [...] Por lo tanto, prácticamente todo soldado u oficial subalterno puede suspender su juicio sobre la justicia o injusticia de la guerra y, si es forzado a la guerra, puede entrar en combate sin ningún escrúpulo de conciencia”.
Pero ya en el catecismo de Pío X de 1905, que sustituyó al tridentino de Pío V de 1556, leemos: “Es lícito matar al prójimo cuando se combate en guerra justa, cuando la pena de muerte se ejecuta por orden de la autoridad suprema en condena de algún delito; y finalmente cuando se trata de la necesaria y legítima defensa de la vida frente a un injusto agresor”
En el catecismo de 1930, escrito en gran parte por el cardenal Pietro Gasparri, no se menciona la guerra justa, ni el deber de obedecer a la autoridad suprema: “Dios prohíbe causar la muerte u otros daños en el cuerpo o en el alma al prójimo, así como de cooperar”. Pero a la guerra se insinúa modestamente en una nota: “Pero todas las leyes y todos los códigos nos permiten repeler con la fuerza contra un injusto agresor, salvo esa moderación que debe acompañar a toda justa defensa”.
Incluso Pío XII, al considerar la guerra un castigo divino, reiteró el concepto de guerra justa. La doctrina antigua y tradicional dice que para que una guerra sea “justa” son necesarias tres condiciones: legitima auctoritas, que la guerra sea declarada por la legítima autoridad, iusta causa, que se emprenda por una justa causa, y debitus modus, que se libra con formas proporcionadas al fin. Evidentemente la autoridad legítima, que en el pasado era la romana imperial, es ahora la del Estado burgués.
Pío XII, en un discurso del 4 de septiembre de 1940 a los dirigentes de la Acción Católica italiana, dice: “Ya que no es autoridad, sino más que la de Dios y los que existen, son ordenados por Dios, rendid a los miembros de la Acción Católica el debido respeto y prestar leal y concienzuda obediencia a las Autoridades civiles y a sus legítimas prescripciones [...] De este modo los miembros de Acción Católica, la cual no es y ni quiere ser una asociación de partido, sino un elegido de ejemplo y fervor religioso, demostrarán que no sólo sean fervientes cristianos, sino también perfectos ciudadanos, no ajenos a las altas tareas de la convivencia nacional y social, amantes de su patria y dispuestos a dar la vida por ella, siempre que el legítimo bien de la patria resuene en este supremo sacrificio”.
De hecho, en la segunda guerra mundial, los cristianos de diversas denominaciones continuaron obedeciendo a las “legítimas autoridades”. Ha habido algunas excepciones, muy limitadas, como La Rosa Blanca entre los católicos alemanes o Dietrich Bonhoeffer entre los luteranos; excepciones dignas de respeto, pero insignificantes desde el punto de vista histórico y de clase. Bonhoeffer, que participó en un atentado contra Hitler, y Camilo Torres, el cura guerrillero, habían acordado por lo menos oponer a la violencia de los terratenientes y del poder político otra violencia.
El papa polaco, de visita en América Latina, trató con mucha dureza a los exponentes de la “teología de la liberación”. Tenía razón al sostener que el cristianismo y el marxismo son irreconciliables. Sin embargo, lo que asustó al papa y a la Iglesia oficial fue esto último, no lo primero.
La segunda guerra mundial, con el estallido de las armas atómicas, cambió poco el tono de las jerarquías eclesiásticas. El cardenal Alfredo Ottaviani, prosecretario del Santo Oficio, escribía en 1958: “No será nunca lícito declarar la guerra para reclamar derechos; por el contrario, ninguna guerra defensiva debe emprenderse, a menos que la autoridad legítima, a la que corresponde decidirla, junto con la certeza de la victoria, no tiene razones seguras sobre la superioridad del bien que procura para el pueblo a través de la guerra defensiva, por encima de esos inmensos males que la guerra traerá al pueblo y al mundo entero”.
Algunos teólogos católicos se dieron cuenta de que la “guerra justa”, que entre otras cosas no hacía distinción entre guerra defensiva y ofensiva, podía ser invocada por todos y por todas las causas. Con el Concilio Vaticano II se abandona, por el momento, el concepto de guerra justa, pero sin llegar a las consecuencias lógicas, ya que no se cuestiona la obediencia a la “legítima autoridad”. En la encíclica “Pacem in terris” de Juan XXIII, de 1963, en el punto 67 titulado “Signos de los tiempos” leemos: “Se difunde cada vez más entre los seres humanos la convicción de que las eventuales controversias entre los pueblos no deben resolverse con el recurrir a las armas; sino a través de la negociación. Es cierto que en el terreno histórico esa persuasión está más bien relacionada con la fuerza terriblemente destructiva de las armas modernas; y está alimentada por el horror que despierta en el alma incluso el pensamiento de la inmensa destrucción y el inmenso dolor que el uso de esas armas traería a la familia humana. Así que es casi imposible pensar que en la era atómica la guerra pueda ser utilizada como instrumento de justicia”.
Pero ya con la encíclica “Gaudium et spes” de Pablo VI, en 1965, si no hay un retorno explícito a la “guerra justa”, existe sin embargo la justificación de las guerras defensivas y de la obediencia a los jefes de Estado. En el capítulo V, apartado 1 “Necesidad de evitar la guerra”, punto 79, “El deber de mitigar la inhumanidad de la guerra”, leemos: “La guerra lamentablemente no está extirpada de la condición humana. Y mientras exista el peligro de guerra y no haya una autoridad internacional competente, dotada de fuerzas eficaces, una vez agotadas todas las posibilidades de un arreglo pacífico, no se puede negar a los gobiernos el derecho de una legítima defensa. Los jefes de Estado y quienes comparten la responsabilidad de los asuntos públicos tienen, por tanto, el deber de proteger la seguridad de los pueblos a ellos confiados, tratando con serio sentido de responsabilidad asuntos de gran importancia. Pero una cosa es usar las armas para defender los justos derechos de los pueblos, y otra cosa es querer imponer su dominio sobre otras naciones. El poder de las armas no legitima ningún uso militar o político. Tampoco, debido al hecho de que ahora lamentablemente ha estallado una guerra, todo entre las partes en conflicto se vuelve lícito por esta razón. Aquellos, entonces que al servicio de la patria ejercen su profesión en las filas del ejército, deben considerarse también servidores de la seguridad y libertad de sus pueblos; si cumplen correctamente con su deber, también contribuyen verdaderamente a la estabilidad de la paz”.
Incluso la “objeción de conciencia”, de la que también se habló en los años del Concilio, no significa un rechazo a la guerra, sino la posibilidad de “servir a la patria” por otros medios y no por las armas, obviamente sin molestar a los no objetores. En 1991 los jesuitas de “Civilidad Católica” escribieron un artículo, encargado por Juan Pablo II, argumentando que la guerra no está permitida de ninguna manera. Pero este papa, otro “médico sutil”, se declaró en contra de la “guerra”, pero no de los “conflictos armados”, justificados en casos de legítima defensa e injerencia humanitaria. Juan Pablo II estaba en contra de la guerra del golfo, pero también fue el papa que se asomó a la ventana del Vaticano con un soldado croata en uniforme detrás de él, demostrando así un apoyo total y claro a una de las partes involucradas en la despreciable guerra imperialista que estaba hundiendo a la antigua Yugoslavia. El Vaticano también fue el primer Estado en reconocer la independencia de Croacia. A pesar de las “novedades” del Concilio, la posición de la Iglesia católica sobre la guerra mostró una continuidad sustancial desde su catecismo de 1905 hasta el de 1992.
Una continuidad que encontramos también en el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, obra del entonces cardenal Ratzinger, de 2005: “El uso de la fuerza militar es moralmente justifica por la presencia simultánea de las siguientes condiciones: certeza de daños sufridos; ineficacia de cualquier alternativa pacífica; fundadas posibilidades de éxito; ausencia de males peores, considerando el actual poder de los medios de destrucción. (La evaluación de las condiciones necesarias para que una guerra pueda ser definida como “moral”) corresponde al juicio de los gobernantes, quienes también tienen derecho a imponer a los ciudadanos la obligación de la defensa nacional, sin perjuicio del derecho personal a la objeción de conciencia, de implementarse con otra forma de servicio a la comunidad humana”.
Finalmente, llegamos al actual papa Francisco y su encíclica “Hermanos todos” del 3 de octubre de 2020, en el punto 258: “Es así como se opta fácilmente por la guerra aduciendo todo tipo de excusas aparentemente humanitarias, defensivas o preventivas”, recurriendo también a la manipulación de la información. De hecho, en las últimas décadas todas las guerras han pretendido tener una “justificación”. El Catecismo de la Iglesia Católica habla de la posibilidad de la legítima defensa mediante la fuerza militar, con el supuesto de demostrar que existen algunas “estrictas condiciones de legitimidad moral”. Sin embargo, se cae fácilmente en una interpretación demasiado amplia de este posible derecho. Así también quieren justificar indebidamente ataques “preventivos” o acciones de guerra que difícilmente no conducen a “males y desórdenes más graves que el mal a eliminar”. La cuestión es que, a partir del desarrollo de las armas nucleares, químicas y biológicas, y las enormes y crecientes posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, se ha dotado a la guerra de un poder destructivo incontrolable, que afecta a muchos civiles inocentes. En verdad, “la humanidad nunca ha tenido tanto poder sobre sí misma y no hay garantía de que lo use bien”. Entonces no podemos pensar en la guerra como una solución, dado que probablemente los riesgos siempre serán mayores que la hipotética utilidad que se le atribuye. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sustentar los criterios racionales desarrollados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. “¡Nunca más guerra!”
Incluso para el papa, por lo tanto, el concepto de “guerra justa” puede extenderse desde todas las partes, como el de “legítima defensa”, aunque reconoce que también puede invocarse para justificar todas las guerras.
Las Iglesias ortodoxas son autocéfalas, cada una tiene su propio jefe, por lo que casi siempre se identifican con su propio Estado y su chovinismo. La Iglesia Anglicana también se identifica con su propia nación; incluso las iglesias protestantes, con el tiempo, se organizaron a nivel nacional.
La Iglesia católica tiene una autoridad central, el papado, que no se identifica con los Estados individuales y, por lo tanto, puede actuar como un gran centro diplomático mundial. Pero las Iglesias católicas de naciones individuales, como lo demuestran dos guerras mundiales, en caso de guerra ignoran lo que dice el papa y siguen a su propia patria. A veces incluso lo conducen. La Iglesia católica ucraniana está a la vanguardia del apoyo a la “guerra patriótica” contra Rusia, al igual que la Iglesia ortodoxa rusa de la otro parte.
En la época del imperialismo todas las guerras son guerras imperialistas; no tiene sentido distinguir entre guerra defensiva y ofensiva. Todos se defienden: Ucrania se defiende del imperialismo ruso, Rusia se defiende del más fuerte imperialismo estadounidense que ha llevado a la OTAN a sus fronteras. Con Ucrania en la OTAN, Rusia tendría los soldados y armas estadounidenses a trescientos kilómetros de Moscú, frente a un territorio sin barreras naturales: para Rusia sería el fin.
No hay un imperialismo que sea mejor que otro, porque es más débil o más “progresista”. Es una guerra entre bandas mafiosas. Vienen a decirnos que cobardemente se atacó a una cosca (un miembro de la mafia), que hay que intervenir en favor de los agredidos, que la Justicia, el Derecho, y hasta Dios lo quiere. Eso dicen los curas, los mercachifles y los políticos burgueses, vendidos al imperialismo más fuerte, pero siempre dispuesto a cambiar de amo cuando el viento cambia.
Si las guerras son todas defensivas, al mismo tiempo todas son ofensivas contra el verdadero enemigo de todos los Estados y de todas las burguesías: el proletariado. Como la historia lo ha demostrado ampliamente, cuando el proletariado se mueve, y ya no está dispuesto a actuar como carne de cañón de sus respectivas patrias, los Estados detienen todas las guerras que se les oponen, y como un solo hombre se lanzan sobre su verdadero enemigo mortal: el proletariado revolucionario.
Queda confirmado que para las Iglesias 1) corresponde a la “legítima autoridad” juzgar si una guerra es “justa”; 2) los ciudadanos-soldados siempre le deben obediencia ciega. ¡Nadie puede esperar más de un papa!
Y nosotros también podríamos estar de acuerdo, en una visión general de guerras históricas entre Estados de clase, fuera de pacifismos vacíos. Incluso la “legítima autoridad” del Estado de la dictadura comunista decidirá sus guerras “justas”, y deberá armar militarmente a los proletarios en su defensa. Nosotros los comunistas nada tenemos que ver con las concepciones de esa parte, minoritaria del mundo cristiano que habla de la no violencia, del pacifismo y del abandono incluso de la “guerra justa”. Nuestra consideración de la justicia de una guerra no es moral sino histórica y de clase. El derecho no es un abstracto sino un derivado de la maduración de la lucha de clases.
Nosotros también estamos por la “guerra justa”. A diferencia de la Iglesia
católica, para la cual puede haber guerras “justas” o “injustas”, para nosotros
una guerra es siempre y sólo justa: la guerra de clases.
Trabajadores de la ciudad de Portland se declararon en huelga por primera vez en décadas, son empleados que se ocupan del tratamiento de aguas residuales y el mantenimiento de parques y calles.
Portland es una ciudad portuaria importante en Oregón, en el río Willamette, cerca de la costa del Pacífico norte de los Estados Unidos, a 300 kilómetros al sur de Seattle.
Seiscientos trabajadores se lanzaron a la lucha y antes de iniciar la huelga organizaron una manifestación, a la que asistieron 300 de ellos.
Los camaradas de la sección local de nuestro partido elaboraron tres volantes. El primero fue lanzado en la manifestación que precedió a la huelga, el segundo, repartido entre los piquetes de huelguistas y el tercero al final del conflicto. Estas octavillas se encuentran publicadas en nuestra prensa.
La huelga cerró la planta de tratamiento de aguas residuales de la ciudad. La administración municipal proclamó el estado de emergencia, para poder reclutar personal y sustituir a los huelguistas. Para esto se apoyó en una ley dotada de todos los resquicios legales para proteger los intereses del estado burgués, a expensas de los intereses de los trabajadores.
Pero los trabajadores sabían en que los esquiroles no servirían de mucho, esta planta construida en la década 1950 y sujeta a constantes averías, necesitaba de ciertos conocimientos para aprender a operarla, conocimientos que los rompe huelgas no adquirirían en corto tiempo.
Una vez que comenzó la huelga, se manifestó un fuerte espíritu de solidaridad entre los trabajadores organizados en varios sindicatos, incluida la Federación Estadounidense de Empleados Estatales, del Condado y Municipales, los Teamsters, el Sindicato Industrial de Empleados de Servicios y otros. Los trabajadores de la rama local del Steam Fitters Union, que organiza a los trabajadores que instalan y mantienen sistemas de calefacción, aire acondicionado y ventilación, se solidarizaron con la huelga, se negaron a trabajar. Un conductor detuvo el tren frente a la entrada principal durante bastante tiempo, luego se retiró lo más lentamente posible.
Al piquete asistieron trabajadores y activistas sindicales de otras empresas, incluidas las de UPS, quienes agradecieron las orientaciones contenidas en nuestro folleto para un frente único sindical de clase.
Finalmente la huelga terminó después de cinco días con la conquista de un aumento salarial, inferior al solicitado.
La huelga fue una pequeña demostración de unidad y fuerza en la lucha económica de clases.
TRABAJADORES MUNICIPALES DE PORTLAND LUCHAMOS POR LA LIBERTAD DE HUELGA
Con el gobierno burgués de la ciudad de Portland tratando de criminalizar una posible huelga, ha llegado el momento de que los trabajadores se unan en la lucha y se organicen en un frente sindical, para dejar en claro a nuestros enemigos de clase, que sus ataques a la libertad de huelga ya no serán tolerados.
El 14 de diciembre pasado, la Ciudad de Portland y el Sindicato de Trabajadores de la Ciudad firmaron un acuerdo, que ni siquiera duró un mes, pues la administración local lo retiró. El municipio se negó a aplicar los salarios pactados, ubicando a los trabajadores en incorrectas calificaciones y con un incremento en el escalafón diferente al pactado. Por lo tanto no se pagó el aumento del 5% acordado.
La inflación global continúa aumentando, reduciendo el poder adquisitivo y por ende el salario real de los trabajadores. Las ganancias de los capitalistas se disparan a medida que avanzan los preparativos para la guerra. La clase capitalista siempre se esfuerza por privar a los trabajadores de la mayor cantidad posible de salario para aumentar así sus ganancias. Entonces por la necesidad los trabajadores se ven impulsados a luchar.
La clase capitalista local está asustada por la fuerza mostrada en los trabajadores municipales, ya que la perspectiva del cierre de la planta de tratamiento de aguas residuales y las carreteras congeladas, amenazan la actividad lucrativa de la ciudad.
La reciente intervención del Gobierno Federal para prohibir la huelga de los trabajadores ferroviarios y hasta con la amenaza de una medida cautelar en la Ciudad de Portland, para criminalizar la huelga de los trabajadores municipales, confirma que es la clase capitalista la que decide qué es y qué no es legal, según lo que más convenga. De hecho vivimos en un estado perpetuo de lucha de clases, lo que hace aún más necesario que los trabajadores de todas las categorías, unifiquen sus fuerzas en un frente único sindical de clase.
PORTLAND: FIN A LA CAMPAÑA DE INTIMIDACIÓN DEL CAPITALISMO CONTRA LOS TRABAJADORES MUNICIPALES
A pocos días de iniciada la huelga de más de 600 trabajadores municipales, la burguesía de la ciudad está en pánico por el posible reflujo del alcantarillado. Con la llegada de las lluvias, y la planta de tratamiento de aguas residuales inactiva, el municipio podría verse obligado a hacer un convenio con los trabajadores para evitar peores consecuencias.
Gracias a la declaración del “Estado de emergencia” la administración municipal pudo contratar esquiroles que, independientemente de la huelga se pusieron a trabajar. Sin embargo esta acción fracasó debido a la tenacidad de los huelguistas, con sus piquetes y también gracias a la solidaridad de los trabajadores de toda la ciudad. Una condición que será cada vez más imprescindible para defender los intereses colectivos de la clase obrera.
En respuesta, la administración capitalista de la ciudad, a través de la alcaldía, emitió comunicados difundidos por los obedientes medios burgueses, para calumniar a los trabajadores y preparar la justificación para una represión estatal. Como en Willamette, donde entre los patronos y sus medios no hay más que un fluido de excrementos.
No menos lo es la izquierda del capital, el Partido Demócrata, que con sus concejales en el municipio ha tomado partido contra los trabajadores. A nivel nacional, Biden y la “socialista democrática” Alexandria Ocasio-Cortez aplastaron efectivamente la huelga ferroviaria. El objetivo de los demócratas locales es el mismo.
Para evitar que Portland se convierta en el próximo Detroit, en los últimos años se ha alentado a las “empresas emergentes” al estilo de Silicón Valley y a los trabajadores calificados a mudarse a la ciudad. Pero por primera vez desde la década de los ochenta, la población está disminuyendo. A medida que el sistema capitalista global ha entrado en una crisis económica cada vez más profunda, exacerbada por la pandemia del Covid-19, la pobreza y la degradación han emergido en diferentes barrios de la ciudad, resultado de una economía del capital cada vez más decadente, que destruye las relaciones sociales, convirtiendo en un imposible la verdadera comunidad humana. La ilusión burguesa de poder “ganar dinero” en Portland definitivamente se ha desvanecido.
El empeoramiento de la crisis ha hecho que la burguesía de la ciudad esté cada vez menos dispuesta a otorgar aumentos salariales a los empleados municipales. Durante la pandemia, los “trabajadores esenciales” que mantenían en funcionamiento la infraestructura crítica y producían los bienes de primera necesidad, se vieron obligados a trabajar, sacrificados por el ilusorio “bien común” de la nación. Cientos de miles de trabajadores murieron, lo que creó una escasez de mano de obra de hecho. Ahora a medida que esta crisis pandémica ha disminuido, la propaganda de “estamos todos juntos en el mismo barco” se ha archivado temporalmente. Pero reiniciar la economía significó intensificar el ataque de los patronos a los salarios y negarse obstinadamente a nuevas negociaciones. En todas partes se está empujando al límite a sindicatos y obreros combativos, con el fin de desmantelar cualquier verdadero organismo de defensa colectivo, para así reducir los costos laborales.
Las acciones actuales de la ciudad de Portland son solo una de las pruebas de que todo el orden burgués es en esencia una “asociación organizada y criminal contra la clase trabajadora”. Su objetivo es extorsionar la plusvalía de la clase obrera que, si no se contenta con las migajas, será atacada con violencia.
Los trabajadores han sido educados para creer la mentira de que el gobierno del capital es “democrático”, “para y del pueblo”, en esta “tierra de la libertad”. La verdad muestra a los trabajadores luchando con uñas y dientes por el pan de cada día y contra la violencia estatal. Este gobierno es sólo una de las expresiones del capitalismo y los “dos partidos” (demócrata y republicano) sirven a los mismos intereses de clase que el régimen del capital. ¿Por qué los sindicatos deberían apoyar al partido político que los apuñala por la espalda?
Hacemos un llamado a los trabajadores de todo el mundo a unirse en un frente único sindical de clase, libre de las maniobras políticas del capital y que puede librar luchas económicas en su defensa.
Sin embargo, las luchas defensivas de los trabajadores se convertirán un día en la contraofensiva proletaria revolucionaria, dirigida por un partido comunista centralizado, para abolir definitivamente la sociedad de clases.
TERMINÓ LA HUELGA DE LOS TRABAJADORES MUNICIPALES
Los maquinistas bloquearon las entradas a la planta de tratamiento de agua con trenes increíblemente largos y lentos. Un conductor de camión de lodo que honra el piquete y se va a casa para sindicalizarse haciendo que el lodo desborde la planta. Trabajadores de otras categorías acudían al piquete antes y después de su turno para poner sus cuerpos entre camiones y furgonetas de esquiroles, bajo constantes amenazas de detención por parte de la policía. Fueron los propios trabajadores municipales quienes se arriesgaron a declarar la huelga en defensa de sus condiciones de vida. La huelga de trabajadores municipales de Portland demostró la fuerza de una clase unida.
Algunos trabajadores se sorprendieron al ver cómo las instituciones de la ciudad los consideran y quieren explotarlos incluso más que las empresas privadas. Pero esta es la experiencia de todos los proletarios a nivel internacional, de cada categoría y en cada profesión.
Sólo a través de la unidad, más allá de las barreras de categorías y de fronteras, la clase obrera puede luchar verdaderamente para poner fin a su condición de explotada, bajo el régimen económico del capital y la dictadura política de la burguesía.
Tenemos que organizarnos como clase para coordinar las actividades de lucha. Un ataque a uno es un ataque a todos.
LOS 8 MESES DE HUELGA EN NEW HOLLAND
Caso New Holland Industrial (CNHi), que en Estados Unidos fabrica maquinaria agrícola y de movimiento de tierras en sus 18 fábricas, es una multinacional italoamericana cuyo principal propietario es un fondo financiero creado en 2012, a partir de la fusión de la estadounidense CNH con FIAT. Los propietarios son italianos pero la sede se encuentra en los Países Bajos, lo que confirma cómo el capital es una relación de clase internacional y el nacionalismo una herramienta ideológica contra el proletariado para mantenerlo dividido y sometido.
Los convenios laborales colectivos vencieron el 30 de abril en dos plantas en el Medio Oeste, Racine, Wisconsin, en el Gran Lago Michigan y Burlington, Iowa, a 280 millas de distancia. Las dos secciones locales de United Auto Workers – el sindicato de régimen en el sector automotriz, afiliado a la confederación AFL-CIO – el “UAW Local 180” de Racine y el “UAW Local 807” de Burlington, consideraron insatisfactorias las propuestas de renovación de los empleadores. El 2 de mayo, los mil trabajadores de las dos fábricas fueron llamados a la huelga.
La huelga duró 8 meses. El UAW, que tiene un fondo de huelga de unos 185 millones de dólares (envuelto en un reciente escándalo de malversación de fondos), ha estado pagando a los huelguistas 400 dólares a la semana.
Con un fondo tan grande, podría haber sostenido una huelga a largo plazo en todas las fábricas de CNHi en todo el país. En cambio, la dirección sindical limitó la disputa en dos plantas, sin intentar abrir un frente de lucha más amplio y fuerte, movilizando a todas las fábricas de la CNHi. Como resultado, las secciones sindicales locales en Racine y Burlington presionaron a los líderes de la UAW para expandir la lucha más allá de los límites de las dos fábricas.
En Racine, el 17 de diciembre, se organizó una manifestación en apoyo a la huelga por parte de la UAW y un conjunto heterogéneo de otras organizaciones, cuyo amplio espectro iba desde los obreros hasta sectores de la izquierda liberal burguesa.
La iniciativa de la demostración de apoyo es sin duda útil, más aún en Estados Unidos, donde todavía es un evento extremadamente raro. Pero tal acción debía tener el objetivo de aumentar la unidad de los trabajadores, extendiendo la lucha a otras fábricas del grupo, a otras empresas de la zona, o a otras categorías. Debería haber tenido un carácter de clase más que popular, como lo ha tenido, este último en consonancia con la mezcla de la política electoral de los partidos burgueses y la de los trabajadores oportunistas.
Sin embargo, la manifestación tuvo el buen resultado de recaudar fondos para la sección sindical local, favoreciendo así la posibilidad de continuar la huelga.
La CNHi reaccionó presentando una nueva, oferta que las secciones sindicales de la UAW rechazaron nuevamente, organizando una votación por voto secreto, en la que instruyeron a los trabajadores a votar en contra. El sábado 7 de enero se rechazó el contrato.
Pero los detalles de la negociación son dominio exclusivo de los dirigentes sindicales. En ocho meses, nunca se han convocado asambleas para informar a los trabajadores e involucrarlos en la organización de la lucha, imponiendo así una relación entre la masa de trabajadores y el sindicato, que se asemeja a la que existe entre los clientes y una agencia que presta un servicio, en la que desaparecen todas aquellas acciones intermedias, como asambleas, mítines, piquetes y propaganda, que mantienen vivo el sindicato gracias al compromiso voluntario de los trabajadores más combativos.
Luego de la votación, el Ministro de Trabajo intervino para mediar en las negociaciones y se propuso un segundo contrato, ominosamente presentado como “final”. Mientras tanto, la empresa se había encargado de informar a los trabajadores, a través de mensajes de voz y mensajes de texto, que serían reemplazados por otros trabajadores permanentes si no aceptaban la propuesta.
El 23 de enero, una segunda votación aprobó la propuesta de la patronal con el 70% de los votos a favor, a pesar de la indicación de voto negativo por parte de las secciones del sindicato.
Los dirigentes locales de la UAW durante los ocho meses de lucha, subrayaron el
valor positivo de la unidad en la acción entre los trabajadores de las dos
plantas y también denunciaron los convenios colectivos divididos por fábrica
aplicados por la CNHi. Pero nunca se reunieron con la dirigencia sindical para
desarrollar una acción general para combatir esta práctica evidente de los
empleadores.
Hay un fantasma en estos años 20 que perturba el sueño de los señores del capital: si hasta ahora era la deflación, causada por la sobreproducción, ahora la atención de gobiernos y bancos centrales se centra en el síndrome opuesto. Se ha abierto un ciclo inflacionario del cual los sacerdotes del capital aún no pueden ver el final. Varios factores completamente intrínsecos a la crisis del capital han contribuido a determinar esta nueva fase, incluyendo la inversión del ciclo expansivo producido por las medidas drásticas para evitar el colapso durante la pandemia.
En los Estados Unidos
En 2021, el aumento del gasto de los consumidores, causado por los 4 billones de dólares en estímulos del Covid-19, provocó una fuerte inflación que empeoró aún más en 2022, después de la invasión rusa de Ucrania, debido al aumento en los precios del petróleo y otras materias primas que habían subido enormemente en el ínterin.
En la economía en expansión de 2021, después de años de aumento en la demanda de empleo, cuando las empresas reabrieron después del bloqueo del Covid-19, los capitalistas no encontraron suficiente reserva de mano de obra para satisfacer la demanda. Por otro lado, años de intensas expulsiones de trabajadores inmigrantes y cientos de miles de proletarios muertos debido al coronavirus han provocado una grave escasez de fuerza laboral: en todas partes, en las ventanas de las empresas, tanto en los Estados Unidos como en Europa, se leía “se busca trabajadores” mientras que los burgueses se quejaban de que “ya nadie quiere trabajar”.
Durante todo 2022, aumentó la ansiedad de los capitalistas por el mayor poder de negociación de los trabajadores: los proletarios ya no estaban dispuestos a trabajar por salarios miserables cuando la demanda de fuerza laboral superaba las manos disponibles. La prensa burguesa se preocupó por las “renuncias en masa”, cuando los trabajadores comenzaron a abandonar en gran número los empleos con salarios o condiciones de trabajo indecentes.
Al mismo tiempo, las nuevas campañas de sindicalización en Amazon y Starbucks generaron el temor de un resurgimiento del movimiento sindical.
Para volver a poner en orden al trabajo y prevenir una hiperinflación, que podría tener graves consecuencias para la economía en su conjunto, la Reserva Federal ha implementado una estrategia similar a la utilizada en la crisis de la OPEP de 1970 para atacar el poder de negociación de los trabajadores y al mismo tiempo contener la inflación. Al aumentar las tasas de interés, lo que hace más difícil para las empresas obtener préstamos, la FED esperaba frenar el crecimiento económico. A medida que las empresas reducían su tamaño o cerraban, con los consiguientes despidos masivos, el ejército de reserva aumentaría, lo que haría que los salarios disminuyeran debido a la competencia entre un mayor número de trabajadores por un menor número de puestos de trabajo, reduciendo así su poder en la venta de su fuerza de trabajo. El plan tiene como objetivo preservar las ganancias, al mismo tiempo que se desinfla la economía lo suficiente como para evitar una espiral inflacionaria.
En la guerra de clases, la solución para los capitalistas fue el aumento de las tasas de interés, pero incluso esta solución no podía ser indolora.
Tasas de interés y crisis bancarias
En un intento por contener la presión inflacionaria, los bancos centrales aumentan la tasa de interés, interviniendo en el costo del dinero para reducir su circulación. Se reduce el “dinero barato” inyectado en el ciclo económico, tanto en el ciclo productivo como en el circuito especulativo. Las tasas del banco central tienen un efecto directo en todas las demás tasas con las que se presta el dinero y condicionan su circulación.
Con el aumento de las tasas de interés, aumentan al mismo tiempo los costos de endeudamiento de los bancos, tanto los contraídos con el banco central como los contraídos con otros bancos. El aumento de las tasas se traduce en un aumento de los rendimientos solo en los nuevos préstamos hipotecarios emitidos, pero los efectos negativos en los balances de los bancos se producen rápidamente. Basta pensar en lo que ocurre cuando el banco se ve obligado a liquidar sus propios títulos en cartera a precios inferiores a los de compra, o cuando recirre a préstamos interbancarios a tasas mucho más altas.
En esta crisis el Silicon Valley Bank fue la víctima prevista y aceptada para la conservación de la relación trabajo-capital, un precio necesario que pagar para alimentar su insaciable sed de acumular cada vez más ganancias.
Las premisas de la crisis en Estados Unidos
En 2021, la industria tecnológica estadounidense había alcanzado máximos históricos en los ingresos de Amazon, Apple, Google, Microsoft y Facebook, que habían llegado a los 1.200 millardos de dólares, mientras el auge de las “start-ups” tecnológicas establecía nuevos récords. Pero en la primavera de 2022, el anuncio del aumento de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal (FED) tuvo como efecto una brusca caída de las actividades y las acciones industriales perdieron miles de millones de dólares en la bolsa en pocos días.
Se manifestó entonces lo que la prensa burguesa llama “crisis de los cuellos blancos”, todavía en pleno desarrollo. El sector tecnológico fue el más afectado, con más de 120.000 despidos el año pasado y 148.000 en los primeros meses del nuevo año. De la misma manera, en todo el sector se ha observado un retorno a estilos de gestión más opresivos, dirigidos a obtener el máximo beneficio de cada trabajador, forzando la “ganancia por empleado”, que llamamos tasa de plusvalía, es decir, tasa de explotación.
La aportación de capital en las empresas innovadoras en los últimos tres meses de este año se ha reducido a alrededor de un tercio de la del mismo período del año pasado, pasando de 151 milllardos de dólares a solo 56,3. Por lo tanto, también para los capitalistas de las “start-ups”, elogiados por la prensa como héroes salvadores, cada vez es más difícil encontrar financiamiento.
El colapso del Silicon Valley Bank
En 2021, SVB se había beneficiado del crecimiento del sector tecnológico, teniendo depósitos por un total de 189,2 milñardos de dólares, 89 millardos más que el año anterior, y triplicando el precio de sus acciones desde 2018.
Cuando la Reserva Federal anunció su intención de aumentar las tasas de interés, comenzaron los problemas para el Silicon Valley Bank. Con el aumento de los intereses, las “startups” comenzaron a retirar más dinero de sus cuentas para hacer frente al aumento de los gastos mientras que las inversiones en capital de riesgo se estancaron. El banco, aprovechando los bajos tipos de interés, había invertido el 75% de su patrimonio en bonos estatales a largo plazo, más rentables en tiempos de bajos tipos de interés, mientras que normalmente los bancos de esa dimensión invierten solo el 6%.
Como los retiros continuaron durante todo el año, el banco se vio obligado a buscar liquidez para cubrirlos. Cuando admitió la necesidad de encontrar nuevos capitales para cubrir los retiros, lo que habría requerido la venta de gran parte de sus bonos con una pérdida de 1,8 millardos de dólares, se desató la crisis de confianza que llevó a una masiva corrida a los cajeros automáticos, con retiros por más de 42 millardos en un solo día, lo que provocó el colapso del banco.
Las consecuencias del colapso
Esta segunda peor bancarrota de un banco en la historia de Estados Unidos repercutió en todas las finanzas, tanto en el mercado nacional como en el internacional. Incluso el Signature Bank, que tenía los fondos de muchas de las empresas que emiten criptomonedas, también quebró, mientras que el First Republic, a pesar de la infusión de 30 millardos de dólares en liquidez por parte de otros bancos, sigue tambaleándose. Incluso el Banco de Inglaterra tuvo que adoptar medidas para apoyar sus “startups” tecnológicas, financiadas por la filial británica del SVB.
Los capitalistas desplazan sus fondos entrando en pánico por el aumento de las tasas de interés y la caída simultánea de la tasa de ganancia, un fenómeno fundamental de la economía capitalista. La burguesía de todos los países está preocupada por algo que debería haber sabido desde siempre: que la tasa de ganancia en la economía caería tanto como para provocar una crisis. Y, como sabemos, esta crisis va a suceder. La economía actual obliga a los bancos centrales y a las agencias reguladoras financieras a aumentar las tasas debido a la creciente inseguridad de las inversiones y para combatir la inflación de precios. Este aumento provoca una reducción en la diferencia entre el interés pagado por tomar prestados los fondos financieros y el obtenido al invertir en bonos y acciones. Todo esto se debe a que los capitalistas no pueden generar plusvalía para sí mismos y para sus inversores debido a la crisis de sobreproducción.
Esta crisis se enfrenta a una contradicción fundamental de la economía capitalista: la necesidad de los capitalistas de generar una plusvalía que supere la mera repetición del circuito de intercambio mercantil. El capital solo puede apropiarse de plusvalía en la producción de mercancías, tanto materiales como inmateriales, como en el caso de las “start-ups”, en el circuito Dinero-Mercancía-Dinero.
En este proceso, el trabajo es en si mismo una mercancía, buscada durante la crisis pandémica de hace apenas tres años y brutalmente suprimida hoy por los gobiernos de los Estados Unidos y de todos los Estados del mundo.
A escala mundial
Se esperaba una tendencia hacia una desaceleración del crecimiento económico o incluso hacia una recesión como resultado del aumento de las tasas de interés. En cuanto a la producción industrial en los últimos meses, hemos visto no solo una fuerte desaceleración en Estados Unidos, Polonia y en otros lugares, sino sobre todo una recesión en el Reino Unido, Corea, Japón, Alemania, Italia, Bélgica y Francia. Sin hablar de China, fuertemente afectada en el sector inmobiliario y en la producción de automóviles. La recesión golpea más a los países asiáticos y al Reino Unido que a Europa continental.
Esta recesión corresponde a una desaceleración generalizada del consumo relacionada con la alta inflación de los precios de las materias primas, la energía y los productos agrícolas. Sin embargo, los grandes grupos internacionales están marchando muy bien. Los productores y distribuidores de energía han obtenido beneficios sin precedentes en los últimos dos años. Pero también algunas grandes empresas industriales, especialmente en el sector automotriz, han obtenido enormes beneficios en exceso aumentando los precios, especialmente re-enfocándose en productos de lujo o de alta gama. Y con ellos algunas grandes bancos, como por ejemplo BNP Paribas.
Para los grandes grupos industriales, el aumento de las tasas de interés no es tan perjudicial por el momento, ya que la alta inflación hace que las tasas de interés reales sean negativas o muy bajas. La situación es diferente para las pequeñas empresas, y en particular para las start-ups; para ellas está volviéndose más difícil obtener préstamos y un cierto número de ellas está en dificultades o incluso en quiebra. El riesgo que se corre con el aumento de las tasas de interés es por lo tanto la multiplicación de deudas no pagadas, que a su vez, si su masa aumenta demasiado, solo puede llevar a quiebras bancarias.
Al principio, el aumento de las tasas de interés es beneficioso para los bancos: no solo pueden otorgar préstamos a tasas más altas, sino que también aumenta la remuneración de sus depósitos en los bancos centrales. Sin embargo, como hemos visto, esto lleva a una devaluación de los bonos previamente adquiridos, ahora con un rendimiento mucho más bajo, de tal manera que hoy una masa gigantesca de bonos con un valor de varios miles de billones, que forman parte de las reservas monetarias de bancos y organizaciones financieras, como compañías de seguros, fondos de pensiones, etc., se devalúan entre un 20% y un 30%.
Mientras la institución financiera no necesite vender estos bonos para obtener liquidez, la pérdida de valor sigue siendo puramente virtual, porque a su vencimiento, estos bonos serán reembolsados a su valor de compra. Sin embargo, la situación es muy diferente si la institución financiera, necesitando liquidez, se ve obligada a vender una parte de ellos; una venta que se realiza al valor de mercado, con fuertes pérdidas.
Alquimia financiera
El sistema bancario busca contener los riesgos derivados del aumento de las tasas comprando un seguro contra el evento adverso con un contrato específico, llamado “credit default swap”, CDS, mediante el cual una “contraparte” acepta, a cambio de una compensación, asumir el riesgo “derivado” de una pérdida financiera.
Esto fue lo que arruinó a Deutsche Bank, el banco alemán de referencia europea para el mercado de derivados: fue el propio DB el que emitió como garantía los CDS y que debía reembolsar al tenedor de esos derivados el precio completo de los bonos en default.
Natuealmente, como con cualquier contrato de seguro, su precio aumenta si el riesgo es mayor. El beneficio del asegurador se basa en esta apuesta. Pero los CDS tienen una característica siniestra que los diferencia de las pólizas normales: se pueden canjear, o circular en el mercado financiero.
Esto puede dar lugar a especulaciones sobre ventas “en corto”, operaciones conocidas como bajistas, con las cuales incluso aquellos que no poseen físicamente el título pueden venderlo, causando una caída en el precio e induciendo una grave debilidad financiera en el banco que lo emitió.
Esto sucedió cuando fondos especulativos estadounidenses, siguiendo los acontecimientos en Credit Suisse, vendieron los CDS que estaban a punto de vencer de dos pequeños bancos alemanes, sin poseerlos, obteniendo ganancias a partir de la diferencia entre las acciones vendidas a un precio más alto que el que luego pagaron para recomprarlas.
Esto produjo una pérdida significativa para Deutsche Bank, que se vio obligado a vender esos CDS. Esto también causó una brusca caída en el precio de sus acciones. Esto se reflejó en todos los valores bancarios, causando pérdidas significativas adicionales.
El BCE se comprometió a intervenir con una línea de crédito, si es necesario, en defensa del sector bancario y todo el aparato de control financiero europeo se ha movido para establecer una red de protección con el fin de reducir y luego absorber las pérdidas.
El colapso del Credit Suisse
Sin embargo, cuando se produjo la enésima sacudida a la banca de los derivados alemana, que periódicamente sufría el ataque de la especulación internacional, se desarrolló y concluyó otra violenta crisis de un banco de interés nacional, el suizo Credit Suisse.
El Credit Suisse era, de hecho, un banco con muchos problemas desde hace tiempo. Involucrado en una serie de escándalos, corrupción, espionaje, lavado de dinero negro, fraude fiscal (por el cual tuvo que pagar indemnizaciones millonarias en Estados Unidos). Pero siempre fue salvado por su tamaño, que lo hacía “demasiado grande para fallar”.
En 2008, su rescate había costado 60 millardos de francos proporcionados directamente por el Estado suizo. La historia posterior fue de pérdidas continuas. Se convirtió en activo principalmente en el sector de banca de inversión, es decir, en la especulación financiera, y se lanzó a operaciones de alto riesgo.
Las quiebras en 2021 de dos fondos de inversión especulativos (que provocaron pérdidas de millardos de dólares a numerosos y famosos bancos y hundieron el valor en bolsa de algunas empresas de tecnología y medios de comunicación) habían provocado una pérdida de 1,6 millardos de francos. En 2022, la pérdida neta fue de 7,3 millardos de francos.
La situación patrimonial del Credit Suisse se había estabilizado con el ingreso en su capital accionario del Banco Nacional de Arabia Saudita, que se convirtió en el accionista mayoritario del banco y, a continuación, del Estado de Qatar. Para estabilizar la situación y evitar la salida de dinero de las cuentas corrientes, se había aumentado su rendimiento. A finales de marzo, el Estado suizo concedió otra línea de crédito de 50 millardos de euros, que no fue suficiente.
El golpe final a la precaria situación fue el rechazo por parte de los dos socios árabes de financiar una nueva ampliación de capital. La situación se precipitó tan rápidamente que, para evitar una ruinosa corrida bancaria, como la que ocurrió en el Silicon Valley Bank, y por lo tanto una quiebra, cuyo impacto en el sistema bancario nacional e internacional sería impredecible, UBS aceptó, con la promesa de una línea de crédito de 109 millardos de francos por parte del banco central, adquirir al rival bancario por el módico precio de 3 millardos de francos.
De ello surgió una estructura que nominalmente podría tener un balance combinado de 600 millardos de francos, mientras que el PIB suizo es de 800 millardos. La adquisición resultó en la cancelación de 16 millardos de francos (al tipo de cambio actual, unos 17 millardos de dólares) en una particular tipología de obligaciones subordinadas emitidas por el Credit Suisse, antes incluso de anular el valor de las acciones.
Una crisis general del sistema bancario
De estos tres episodios, ocurridos en poco tiempo, las causas parecen diferentes: para el Silicon Valley Bank y los otros dos bancos estadounidenses, un problema de disponibilidad, para el Credit Suisse, pérdidas debidas a inversiones mal hechas, para la Deutsche Bank, el ataque de la especulación a las debilidades intrínsecas de una banca centrada en la especulación con derivados.
Idealmente, el sistema bancario debería conceder créditos y recibir depósitos. La doble operación debería estar en equilibrio, pero en realidad no es así. La banca genera mucho más crédito de lo que recibe en depósitos. Cuando, debido a la crisis de la producción, a los mercados, a los fallos, a las operaciones financieras mal hechas u otros accidentes, este desequilibrio se vuelve demasiado grande, el crédito interbancario lo suple o, finalmente, el gobierno, a través del banco central, en apoyo por las pérdidas.
Puede que no sea suficiente si el “hueco” es demasiado grande. Los titulares de cuentas, asustados por los riesgos que corren sus depósitos, corren a las ventanillas. Antes del fallo, entonces, para el banco sólo existe la venta de los títulos que posee y aún son vendibles, que de todas formas se deprecian rápidamente.
En la situación actual, este aumento generalizado de las insolvencias está obligando a los bancos a recolectar liquidez.
En respuesta a este peligro, la FED, junto con los bancos centrales de Gran Bretaña, Japón, Canadá y BCE, ha decidido suministrar dólares a los bancos comerciales, que a su vez podrán prestarlos a las grandes empresas.
En tiempos de crisis, el dólar sigue siendo la moneda refugio y su demanda explota. En el mercado de divisas, la demanda de dólares ronda los 450 millardos, pero en el pico de la crisis en 2020, la demanda aumentó repentinamente a 5.000 millardos.
En términos financieros, estamos tratando con un castillo de naipes, o más precisamente con una gigantesca “pirámide de Ponzi”. Todo se sostiene mientras el capital sigue acumulándose en la producción. Pero si llega la recesión, si se bloquea la venta de productos, si se inicia la espiral de deudas impagadas, toda la pirámide termina por derrumbarse y la crisis explota.
Hoy mucho dependerá de la fuerza de la recesión en China, Estados Unidos y Europa en los próximos años.
Los comunistas y la crisis del capital
La intervención del Estado y del Banco Central ha detenido temporalmente las crisis bancarias de este comienzo de 2023 y evitado la propagación de las pérdidas bursátiles en el sector bancario. Pero la debilidad general del sistema permanece exactamente en las mismas condiciones en las que lo trae la crisis progresiva del capitalismo.
Por supuesto, desde nuestro punto de vista, no nos interesa que el capitalismo resuelva sus problemas, que la lucha contra la inflación no provoque la quiebra de los bancos, que la inflación y la recesión en el horizonte no amenacen al mundo del capital, en el cual las finanzas hacen ahora uso de la producción.
Nuestro objetivo es destruir este mundo centrado en esa relación de fuerza entre seres humanos que llamamos capital. Ciertamente no es nuestra tarea proponer las terapias para resolver los problemas que surgen dentro del dominio burgués sobre la sociedad. Nos interesa entender el cómo y el cuándo de la crisis y trabajar por la salida revolucionaria, solo eso nos compete.
La maduración de la revolución también pasa por la catástrofe de las finanzas,
síntoma nefasto de la crisis general del modo de producción capitalista.
Desde México hasta la Patagonia pudimos observar el primero de mayo las tradicionales comparsas de trabajadores plegados a las políticas demagógicas de los gobiernos o expectantes e ilusionados ante posibles anuncios de aumentos salariales o “mejoras” en las condiciones de trabajo, como las mascotas atentas a que se caigan migajas de la mesa del amo o que éste les arroje un hueso. En cada país el demagogo de turno en el gobierno realizó sus anuncios con el respaldo del empresariado y de las diferentes centrales sindicales, serviles al capital.
Si obviamos a países como Venezuela y Cuba, donde los salarios nominales se acercan a cero, destacan Colombia, Brasil y Perú por presentar los salarios mínimos más bajos. Sin embargo sabemos que en países como Uruguay, Ecuador, Chile, Argentina y Paraguay, que son reconocidos por contar con los salarios mínimos más altos de la región, los trabajadores sobreviven a costa de muchas penurias, para alimentarse, atender su salud e higiene y sin lograr cubrir todas sus necesidades vitales. Por otro lado, los esquemas salariales que imperan en los diferentes países tienden a minimizar aún más lo que se le paga a jubilados y pensionados y dejan sin ninguna atención a las amplias masas del ejército industrial de reserva, sometidas al desempleo o al desempleo encubierto (trabajadores de la economía informal, “por cuenta propia”, jornaleros, etc.). Adicionalmente los salarios nominales se encuentran cada vez más distantes de los salarios reales, debido al efecto de la inflación y de la búsqueda de maximizar la tasa de explotación de los trabajadores. Todo esto configura un cuadro de deterioro de las condiciones de vida, alimentación y salud de los trabajadores y sus familias.
En Colombia no hubo anuncios gubernamentales de ningún tipo para los trabajadores. Las centrales sindicales dirigieron su marcha-comparsa hacia el acto organizado por el Presidente Petro, que necesitaba muestras de “apoyo popular”. Petro invitó “a los ciudadanos colombianos” a que salgan a movilizarse para respaldar las reformas sociales que su gobierno propuso al Congreso de la República, planteamiento con el cual ha venido canalizando el descontento de los trabajadores hacia los mecanismos de las instituciones de la democracia burguesa y poner a los sindicatos a la cola de sus proyectos de reforma laboral.
En Brasil igualmente las centrales sindicales movilizaron a los trabajadores hacia un acto en el que el presidente Lula anunció el reajuste del salario mínimo de 1.302 reales a 1.320 reales (1,38%) y la exención del impuesto a la renta para quien gane hasta 2.640 reales. Dejando al descubierto las verdaderas intenciones de esta medida, el presidente brasileño manifestó que “Cuando aumenta el salario mínimo, no solo gana el trabajador que cobra el mínimo. Porque el trabajador, teniendo más dinero, compra más… y la rueda gigante de la economía empieza a girar. Hasta los más ricos ganan con el aumento del salario mínimo”.
En México el presidente se reunió con los payasos de las centrales sindicales para almorzar y compartir discursos demagógicos y sin anuncios de aumento salarial. Aun así, sindicatos independientes se movilizaron exigiendo reivindicaciones.
En Argentina se cumplieron importantes concentraciones de calle donde las organizaciones sindicales rechazaron los acuerdos del gobierno con el FMI y exigieron medidas para controlar la inflación. Argentina está entre los países con mayor aumento del costo de vida del mundo. En marzo, la subida de precios fue del 7,7% y en la comparación interanual el incremento alcanzó el 104,3%.
En Bolivia el presidente Luís Arce encabezó la marcha de trabajadores junto a la Central Obrera Boliviana. Luís Arce anunció un aumento de salarios. El aumento del 5% elevó el salario mínimo a 2.362 bolivianos, equivalente a 340 dólares. La ministra de Trabajo, Verónica Navia, dijo que el incremento busca compensar la inflación del año pasado que fue de 3,2%. Pero la realidad es que ese salario es insuficiente para atender las necesidades de los trabajadores. En una frase que deja claro como las principales centrales sindicales están integradas al Estado burgués, el demagogo Arce dijo que su gobierno “es fuerte porque los sindicatos son fuertes”; y ciertamente los diferentes gobiernos han logrado impulsar y mantener sus políticas anti-obreras gracias al trabajo traidor de las centrales sindicales patronales. En paralelo, los maestros estatales, enfrentados con el gobierno desde mediados de marzo, marcharon por otras calles. Los maestros estatales demandan mejores salarios y la contratación de más profesores y el diálogo con el Ministerio de Educación ha sido infructuoso hasta ahora. A pesar de estar afiliados a la Central Obrera, los maestros denunciaron que esa organización no los representa. Por su parte los empresarios señalaron que el aumento salarial subirá el desempleo.
En Venezuela, luego de meses de desgaste del movimiento de los trabajadores de la educación, que han estado exigiendo aumento salarial, el gobierno logró capitalizar la marcha-comparsa del primero de mayo, movilizando principalmente a trabajadores de empresas e instituciones del Estado y con la respectiva logística de transporte aportada por el gobierno. Las movilizaciones alternativas a la del gobierno se realizaron en diferentes estados del país, pero con baja participación de los trabajadores, exigiendo aumento salarial. En la capital (Caracas) se cumplió un importante intento de marcha alternativa, con una participación numerosa de trabajadores que se fue diluyendo a lo largo de su recorrido, en parte por el fuerte cerco policial que la fue frenando y en parte por la ausencia de un liderazgo sindical clasista que le brindara la orientación requerida en el momento. El gobierno anunció aumento de bonos, pero mantuvo el salario mínimo en 130 bolívares (aproximadamente 5 dólares mensuales). Con la política de pago de bonos el gobierno disminuye los costos laborales (vacaciones y beneficios se calculan en base al salario mínimo) y adicionalmente esto permite abaratar el costo de los despidos de los trabajadores; pero fundamentalmente esta política favorece el aumento de la tasa de explotación sobre los trabajadores.
En general el movimiento de los trabajadores se encuentra sin referencias sindicales de clase, aunque se observan iniciativas combativas a nivel sindical, que todavía no logran crecer en influencia y entre las cuales también existe mucha confusión, por la presencia de posiciones nacionalistas, de defensa de la soberanía nacional y de inclinaciones hacia la participación electoral y el parlamentarismo. Las grandes centrales sindicales en Latinoamérica, antiguas y nuevas, mantienen una política de conciliación de clases, de desorganización, división y desmovilización de los trabajadores, apartadas de todo llamado a la huelga y a la lucha de clase.
Situacion de trabajadores postales en Venezuela
En el Instituto Postal Telegráfico (IPOSTEL), la situación laboral continua siendo precaria para los trabajadores, tanto a nivel socioeconómico como a nivel sindical. Esta institución, como muchas de la administración pública, mantiene sueldos paupérrimos y a pesar de disponer de contratación colectiva, esta deja mucho que desear a la hora de su cumplimiento, existen cláusulas que la patronal no cumple y otras donde lo hace discrecionalmente. La agudización de esta situación llevó a los trabajadores a realizar acciones de protesta en el mes de noviembre pasado (2022). Entre otros, el detonante fue la eliminación sumariamente de cuatro cláusulas, llamadas de “nivelación salarial”. Una semana estuvieron los trabajadores a nivel nacional en estas acciones contra la Patronal-Gobierno. Pero la protesta fue parcial, tuvo más fuerza en la sede principal de Caracas y algunas otras ciudades del país. El servicio postal no se detuvo y la participación de los trabajadores activos fue baja. La acción estuvo sostenida más que todo por jubilados que estaban afectados directamente por la situación laboral.
El clímax de la lucha adoleció de posiciones clasistas entre los trabajadores, situación que no sorprendió. Las posiciones oportunistas y legalistas en el conflicto, siempre llevaron la acción por canales del dialogo legalista, con otras instancias de la misma Patronal-Gobierno.
Mientras tanto, a nivel de la organización sindical de esta institución, los sindicatos patronales mantuvieron una posición distanciada e indiferente de quienes protestaban físicamente. Estos sindicatos cuentan con un gran desprestigio gracias a que ellos fueron colocados en sus instancias, mediante componendas entre la Patronal-Gobierno y estos sindicaleros.
Finalmente el conflicto culminó con acuerdos que no estaban muy claros. Las protestas se levantaron y la comprobación de los acuerdos se vería en la próxima fecha de pago. Donde el patrono restituyó las “primas” eliminadas, pero sin su incidencia en el salario.
Vemos pues en esta lucha, el nivel de inconsciencia de clase de estos
trabajadores postales, que no es muy diferente a otros sectores del medio
laboral. Aquí como en otros ambientes se nos plantea un trabajo sindical,
orientado bajo las posiciones revolucionarias, que nos permita incidir en la
dirección de las acciones de la clase obrera, a retomar los métodos de
organización y lucha de su bagaje histórico.
Orígenes del Partido Comunista de China - La cuestión de la adhesión de los comunistas al Kuomintang
A principios de septiembre de 1922, los primeros comunistas, incluido Chen Duxiu, fueron admitidos en el Kuomintang y desde ese momento comenzaron a participar en la reorganización del Partido Nacionalista. Mientras tanto, entre septiembre y diciembre, los enviados de Sun Yat-sen llevaron a cabo una serie de conversaciones con Joffe sobre una posible ayuda militar soviética. En este contexto, que vio el comienzo de la implementación de la táctica propugnada por Maring para la entrada de los comunistas en el Kuomintang, tuvo lugar el IV Congreso de la Internacional en noviembre de 1922....
Particularmente interesante fue el informe del delegado chino Lin-Yen-Chin quien expuso la situación política en China y la situación de la lucha de clases, considerado particularmente positivo dado que durante 1922 se había desarrollado un vasto movimiento de huelgas, previendo el desarrollo de la Unión Comunista. Fiesta. Luego enfocó sus tareas identificándolos en el frente único con el Kuomintang, logrado con el ingreso individual de los comunistas al partido nacionalista: «Nuestro partido, teniendo en cuenta que se debe establecer el frente único antiimperialista para expulsar al imperialismo de China ha decidido establecer un frente único entre nosotros y el partido nacionalista revolucionario, el Kuomintang. La forma de este frente único es que ingresamos a este partido con nuestros nombres y capacidades individuales».
Así se anunciaba el comienzo de la desafortunada táctica de infiltración en el Kuomintang, justificada con la ilusión de poder arrebatar a los nacionalistas influencia sobre las masas. Eran los primeros pasos que llevarían al PCCh y al proletariado en China a someterse a la dirección y disciplina del partido de la burguesía china, todo ello bajo la dirección de la Internacional que comenzaba a mostrar las primeras peligrosas desviaciones de la correcta vía revolucionaria.
La intervención de Radek sobre la cuestión oriental describió una situación mucho menos favorable que la prevista en el momento del Segundo Congreso, en 1920. Radek no compartió el tono optimista del delegado chino sobre las perspectivas de desarrollo del partido en China, poniendo en evidencia el atraso del movimiento revolucionario en los países del este. Por tanto, al igual que en Occidente, habría que haber lanzado la consigna de “ir a las masas” y deducir de ello la oportunidad de vincularse con cualquier fuerza capaz de desempeñar un papel anti-imperialista, lo que implicaba vincularse indisolublemente a las facciones burguesas, que inevitablemente pasarían a la ataque contra el movimiento revolucionario.
Se comprometieron los jóvenes partidos comunistas con las fuerzas burguesas, que en ese momento cumplían una función anti-imperialista. No pasarán unos meses antes de que la ilusión de poder utilizar tales partidos choque con la realidad de la violenta represión armada del movimiento y la organización de los trabajadores ferroviarios en febrero de 1923.
Pero las directivas que los líderes de la Internacional dirigieron al PCdC fueron el resultado de una devaluación de la fuerza del partido, lejos de haber establecido lazos con las masas. Así, Radek esbozó las tareas de los comunistas chinos: «La primera tarea de los camaradas chinos es concentrarse en lo que el movimiento chino es capaz de hacer. Camaradas, deben comprender que en China no están en el orden del día ni la victoria del socialismo ni la instauración de una república soviética. Desafortunadamente, incluso el tema de la unidad nacional históricamente no se ha incluido todavía en la agenda de China. Lo que estamos viviendo en China recuerda el siglo XVIII en Europa, en Alemania, donde el desarrollo del capitalismo era todavía tan débil que aún no había dado a luz a un solo centro nacional unificador [...] El capitalismo comienza a desarrollarse en una serie de diferentes centros. Con una población de más de 300 millones, sin ferrocarriles, ¿cómo podría ser diferente? Tenemos amplias perspectivas, que ustedes deben defender con todo el fuego de sus jóvenes convicciones comunistas. Sin embargo, nuestra tarea es unificar las fuerzas reales que se están formando en la clase obrera con dos objetivos: primero, organizar a la joven clase obrera y, segundo, establecer una relación justa entre ella y las fuerzas burguesas objetivamente revolucionarias, a fin de organizar la lucha contra el imperialismo europeo y asiático».
Radek no comentó lo dicho por el delegado chino sobre la táctica de hacer entrar individualmente a los comunistas en el Kuomintang, pero ese era precisamente el aspecto central de la cuestión de las relaciones entre las fuerzas revolucionarias en China. Esta táctica ciertamente no iba en la dirección de esa “justa relación” entre el proletariado y la burguesía revolucionaria, porque, desde el mismo momento en que los comunistas fueran a trabajar para el partido nacionalista burgués, se impondría en los hechos el sometimiento del partido comunista y del proletariado chino a la burguesía del Kuomintang.
La Internacional aprobó las “Tesis sobre la Cuestión Oriental”, en las que se lanzaba la consigna del “frente único anti-imperialista” haciendo un claro paralelismo con la situación en los países de capitalismo maduro: «Así como en Occidente la consigna del frente único proletario ha servido y sigue sirviendo para desenmascarar la traición socialdemócrata a los intereses proletarios, así la consigna del frente único anti-imperialista ayudará a desenmascarar las vacilaciones de los diversos grupos nacionalistas-burgueses».
En el IV Congreso de la Internacional, 1922, nuestra Corriente expresó claramente su posición sobre el frente único. En la intervención sobre el informe Zinoviev observamos. «La conquista de las masas no debe reducirse a las oscilaciones de un índice estadístico. Es un proceso dialéctico, determinado sobre todo por condiciones sociales objetivas, y nuestra iniciativa táctica sólo puede acelerarlo dentro de ciertos límites, o mejor dicho, bajo ciertas condiciones que consideramos perjudiciales. Nuestra iniciativa táctica, es decir, la capacidad de maniobra, se basa en los efectos que produce sobre la psicología del proletariado, empleando la palabra psicología en el sentido más amplio para referirse a la conciencia, al estado de ánimo, a la voluntad de lucha de la masa obrera. En este campo hay que recordar que hay dos factores de primer orden, según nuestra experiencia revolucionaria: una completa claridad ideológica del partido y una severa e inteligente continuidad en su estructura organizativa».
En el “Proyecto de Tesis” presentado por el P.C. de Italia se definió claramente la cuestión de la organización. «Los estatutos organizativos, al igual que la ideología y las normas tácticas, deben dar una impresión de unidad y continuidad […] Es necesaria la eliminación de las normas organizativas absolutamente anormales […] la penetración sistemática y el “noyautage” en otros órganos que tienen carácter político y disciplina». Esto es exactamente lo que se empezó a poner en práctica en China con la entrada de los comunistas en el Kuomintang.
Nuestra Corriente tenía muy claro que elevar tales “anomalías” a un sistema conduciría a una recaída en el oportunismo. El trágico epílogo de la lucha revolucionaria en China, con la sangrienta derrota proletaria de 1927, tiene sus raíces en las tácticas peligrosas y los errores de organización que comenzaron a surgir en el IV Congreso y constituye una confirmación más de la corrección de todas las tesis defendidas por la izquierda sobre los errores históricos y tácticos de evaluación de la Internacional en una fase de degeneración.
La acumulación de la deuda japonesa
En Japón, los últimos 40 años terminaron con el aumento del déficit comercial a 3 trillones de yenes (26.100 millones de dólares) y la drástica contracción de las exportaciones: a China -17,1%, a EE.UU. -10,2%, a la UE -9,5%.
El banco central del país ha representado durante mucho tiempo un punto de referencia para las políticas de estabilidad monetaria, tanto para los capitalistas japoneses como internacionales. Pero, por primera vez en décadas, el avance del capitalismo mundial ha puesto en tela de juicio las dos principales características de este papel, a saber, su capacidad refinada para controlar la inflación actuando sobre la curva de rendimiento anual y el mantenimiento de una restricción a largo plazo sobre subidas de tipos.
El banco central del país ha sido durante mucho tiempo un referente en políticas de estabilidad monetaria, tanto para los capitalistas japoneses como para los internacionales. Pero, por primera vez en décadas, el avance del capitalismo mundial ha puesto en entredicho las dos principales características de su papel, a saber, su refinada capacidad para controlar la inflación actuando sobre la curva de rendimiento anual y el mantenimiento de una política restrictiva a largo plazo en materia de subida de tipos.
El banco central del país ha sido durante mucho tiempo un referente en políticas de estabilidad monetaria, tanto para los capitalistas japoneses como para los internacionales. Pero, por primera vez en décadas, el avance del capitalismo mundial ha puesto en entredicho las dos principales características de su papel, a saber, su refinada capacidad para controlar la inflación actuando sobre la curva de rendimiento anual y el mantenimiento de una política restrictiva a largo plazo en materia de subida de tipos.
El fracaso de la primera actitud se debe al abandono de la prudencia tradicional en el manejo de la curva de rendimiento, a través de un plan masivo de “buyback” (es decir, de recompra) de bonos del Tesoro; este último, frente a un enorme endeudamiento preexistente, agravó la deuda estatal de manera irremediable e ineludible, contribuyendo a hacer caer a la economía japonesa en la grave crisis del primer trimestre de 2023.
El origen de este proceso se remonta al convencimiento de la burguesía japonesa en cuanto a la tendencia al crecimiento inflacionario global y que el cumplimiento de las reglas de conducta a seguir por cada Estado habría sido la mejor respuesta para proteger el sistema económico nacional del ataque de eventuales especuladores.
Desde la perspectiva del mercado laboral, esta economía, cuya inflación ahora ha superado el pico de más de 40 años del 4%, no ha visto un crecimiento salarial general desde hace unos 30 años. En las tres décadas de 1991-2021, según datos de la OCDE, los trabajadores japoneses han visto aumentar los salarios en solo un 5%, en comparación con el 34% del trabajador promedio en los otros países del G7. Además, en el período 1990-2021, el porcentaje de trabajadores obligados a trabajar horas extras o en horarios irregulares pasó de alrededor del 20 % a más del 40 %.
El gobierno encabezado por Kishida Fumio pretendía alinearse con los consejos de principales economistas estadounidenses, es decir, imponer un empobrecimiento aún más grave del proletariado a cambio de un mercado laboral más “dinámico”, considerado un beneficio por la mayor parte de los políticos burgueses. Pero, presionado por la opinión pública en un momento crítico, por la persistencia de la emergencia del Covid-19 y por la posición cada vez más involucrada de Japón en el tablero de los conflictos inter-imperialistas entre EE.UU.-UK, China y Rusia, presentó la propuesta de fijar un aumento de los salarios nominales del 3%.
Ante esta perspectiva, los interlocutores sociales, representados del lado de los trabajadores por la Confederación de Sindicatos (Rengo), se dividieron, sin embargo permanecieron unidos en el rechazo a la propuesta del Gobierno, considerada irrisoria frente a la magnitud que sería necesaria para relanzar la economía japonesa, especialmente en el plano del consumo.
Moviéndose en orden disperso, varias empresas japonesas (FRCOF, Suntory, etc.) intentan anticiparse al avance autónomo de las reivindicaciones obreras y sindicales, con anuncios de aumentos salariales muy superiores, pero que hasta el momento se mantienen en el plano de las buenas intenciones.
Lejos de conceder ningún beneficio a los trabajadores, estas empresas están realmente preocupadas por un resurgimiento de la combatividad del proletariado, después de una pausa de casi cuarenta años.