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IV
El artículo anterior concluía con las citas de las declaraciones más descaradas, realizadas por Thorez, sobre una táctica destinada a reabsorber la instintiva pulsión de clase del proletariado en el gran mar de la legalidad, de la democracia, de la patria y por tanto de la defensa del régimen capitalista en Francia.
Esta es la prueba abrumadora, la prueba irrefutable de la capitulación del comunismo degenerado frente al capitalismo. En su plataforma inicial, la Internacional Comunista preconiza el apoyo a las reivindicaciones obreras para que, a un cierto grado de su desarrollo, la agitación saliese del marco económico y provocase el desorden, es decir, la crisis social que permitiría al proletariado organizado tomar el poder, ejercer su dictadura y destruir el infame orden burgués. Esto en 1920. En 1936, para los “comunistas” del señor Stalin, el “desorden” sólo puede ser la obra de reaccionarios y fascistas y se pide a los obreros sacrificar sus reivindicaciones inmediatas para defender el “orden” que los explota, que los tiene hambrientos y que mañana los mandará a la gran matanza patriótica. “No se trata de tomar el poder actualmente”, había dicho Thorez el 11 de junio. En efecto, no se trata de tomar el poder, ni “actualmente”, ni nunca más: cuando uno se limita a las competiciones electorales, cuando se afirma que existe un interés nacional por sobre las clases, es siempre a la burguesía a la que se abandona el poder. En 1936 el ciclo de la degeneración del comunismo moscovita está terminado. Le quedan todavía muchas infamias para realizar, antes y después de la disolución formal de la Tercera Internacional, pero desde este momento está ya probado que nuestra corriente tenía razón cuando, a partir de 1920, advertía a toda la Internacional del hecho que, en caso de reflujo internacional del proletariado la táctica del frente único le sería fatal.
En efecto, según Lenin el frente único debía desenmascarar la traición de los socialistas, arrancarles la masa obrera que ellos engañaban, llevar esta masa al terreno de la lucha armada por la dictadura del proletariado. Siniestra caricatura del frente único, el frente popular reconciliaba al contrario, el PCF con los socialistas, marcaba la renuncia al poder revolucionario de los Soviets, salvaba a la democracia capitalista, defendía el orden burgués.
A Blum, “gerente leal del capitalismo” sostenido por estos “comunistas” de nuevo tipo, correspondió algunos años después revelar toda la verdad sobre el frente popular y sobre las huelgas de junio de 1936. Citado por Pétain como acusado al proceso de Riom después del armisticio de 1940, Blum dirá, dando la definición más concisa y brutal de la tarea contrarrevolucionaria que incumbe a un gobierno “obrero” que actúa en el marco de un Estado burgués: «Dejé, es cierto, ocupar las fábricas, pero conservé siempre el dominio de la calle». La calle, es decir el lugar donde se libran las primeras escaramuzas contra las fuerzas del Estado burgués, el lugar donde se inicia la lucha por la destrucción de este Estado, donde se decide el destino de toda agitación social masiva (en la calle y no en el recuento de los votos ganados en las elecciones!). Cada vez que el proletariado abandona este terreno de lucha – aunque sea paralizando por un cierto tiempo la producción capitalista – es irremediablemente derrotado.
Las huelgas de 1936 terminaron con los acuerdos de Matignon. Los obreros ganaron algunos aumentos de salario, la semana de 40 horas, las vacaciones pagas. Estos aumentos fueron rápidamente absorbidos por la devaluación de Blum, que capitulaba frente al “muro de dinero”. Las 40 horas no duraron mucho más, rápidamente barridas por las horas suplementarias necesarias para la defensa nacional. En cuanto a las vacaciones pagas, se volvieron también “vacaciones”... gratuitas de movilización. En este balance el “activo” es valorado demasiado rápido, mientras que el “pasivo” no ha sido todavía valorado totalmente. Inmediatamente, se tuvo la desaparición de todo principio de clase en los partidos y en los sindicatos; los “comunistas” revisaban la crítica fundamental hecha por Lenin a la democracia parlamentaria, que la Internacional, aún después de haberse vuelto oportunista, había siempre considerado sólo como un medio de agitación del proletariado.
Para ellos la democracia se convertía en el objetivo supremo, no se distinguía ya más de los objetivos socialistas: es decir, la revolución era totalmente renegada.
El Frente Popular fue al mismo tiempo la preparación intensa de los obreros para la ideología de guerra, la resurrección del patriotismo y aún del chauvinismo, la destrucción de todos los esfuerzos hechos por Lenin para arrancar el proletariado de la influencia capitalista.
El Frente Popular debía morir, en Francia, de su hermosa muerte, en 1938, cuando el sucesor de Blum en el gobierno, el radical Daladier, lo denunció para reprimir a su gusto la huelga general proclamada por la C.G.T. contra sus “decretos-ley de miseria”. Si la euforia de junio de 1936 debía reservar a los obreros días dramáticos, su movimiento no salió jamás de los límites del clásico reformismo de todas las coaliciones electorales populares, que en todas partes han sufrido siempre los mismos fracasos.
De la derrota del proletariado español a la guerra imperialista
Hemos visto que la victoria del Frente Popular en Francia tuvo como principal resultado social la liquidación de las grandes huelgas de junio de 1936. La “lucha contra el fascismo”, que terminó con alguna efímera mejora en la condición de los trabajadores, fue sólo el pretexto que permitió desplegarlos en defensa de los valores nacionales, democráticos, burgueses.
Lo que se había reducido a una clásica farsa electoral en Francia debió tomar las dimensiones de una tragedia en España. Aquí la ofensiva totalitaria de la burguesía fue una realidad y la respuesta obrera una insurrección armada. En consecuencia, el significado social del antifascismo, el verdadero papel político de sus promotores, el carácter contrarrevolucionario de los partidos comunistas degenerados, debían aparecer en toda su plenitud. En España, el antifascismo fue esencialmente la anulación de las expropiaciones realizadas por la insurrección obrera; la restauración de la policía y la autoridad del Estado burgués en nombre de la disciplina militar, el asesinato de revolucionarios bajo el pretexto de la “lucha contra la quinta columna” y la “unidad contra Franco”.
Al proclamar, en 1917, la necesidad de transformar la guerra imperialista en una guerra civil revolucionaria, Lenin y los bolcheviques habían abierto una fase revolucionaria en la historia. Para cerrarla, la última explosión social de esta fase tuvo que reabsorberse en el antifascismo y la colaboración de clases; era necesario transformar una guerra civil en el prólogo de una nueva guerra imperialista.
En efecto, apenas unos meses después de la rendición de Barcelona y la derrota militar del “Frente Popular”, estalló la Segunda Guerra Mundial. Se pudo ver entonces en el frente francés la “extraña guerra” de los excombatientes republicanos españoles que habían cambiado su uniforme de milicianos antifascistas por el de la “gran democracia” tricolor: un símbolo que, a pesar de los giros de la política de guerra en Moscú, daba la razón a los estalinistas que reivindicaban la continuidad de su antifascismo. «La resistencia de nosotros los comunistas – habría declarado Billoux en un discurso electoral de la posguerra – comenzó en España». Es correcto, sin embargo, a condición de dar a los términos “antifascismo” y “resistencia patriótica” su significado común de renuncia a la lucha revolucionaria contra cualquier forma, fascista o no, de dominación del capital.
El verdadero significado de la guerra en España
En la formulación de Lenin, la guerra entre los Estados modernos significa la guerra imperialista de competencia directa contra todos los proletarios, mientras que la guerra civil es la guerra de clases del proletariado internacional contra todas las burguesías. La complejidad de la guerra de España deriva del hecho de que ésta participó de ambos aspectos. Guerra civil, porque el proletariado intervino violentamente, desbaratando las instituciones del Estado burgués. Pero también guerra capitalista, porque este asalto revolucionario se desvió hacia una lucha librada bajo la bandera ideológica de la futura guerra imperialista y según las reglas de la disciplina social destinadas a establecer y fortalecer la autoridad del Estado burgués. Precisamente porque en España la revolución fue inmediatamente derrotada por la contrarrevolución, precisamente porque dos gobiernos igualmente burgueses – el republicano y el franquista – aspiraban a la dirección de un mismo Estado de clase, precisamente por eso el proletariado español fue engañado en cuanto a la naturaleza de su lucha y, sobre la base de este precedente, pudieron convencer a todos los proletarios del mundo de que, dentro del mismo modo de producción, los Estados explotadores y opresores podían luchar por la “Libertad” contra otros que se la negaban.
En la base de toda lucha armada hay un conflicto de intereses materiales. Los de la reacción fascista de Franco eran demasiado evidentes; los de los obreros que le respondieron con la insurrección ciertamente ya no eran más misteriosos. El conflicto inicial fue un conflicto entre el capitalismo y el proletariado. Sólo desviando la insurrección obrera de sus objetivos primitivos podría transformarse en un conflicto entre “el ideal democrático” y la “barbarie fascista”...
La respuesta obrera a la ofensiva franquista estalla en un momento en que la guerra internacional, única solución capitalista a la crisis capitalista, está a la vuelta de la esquina. Las principales condiciones para su estallido ya se han dado, ya que la única clase que podría impedirlo, el proletariado, está derrotada y su partido internacional, convertido en un mero apéndice de los intereses nacionales rusos, acepta la eventualidad. La insurrección que estalla en Barcelona con la noticia del desembarco de Franco parece invertir la situación: la burguesía tiene razón en temer que, siguiendo el ejemplo de los trabajadores españoles, los proletarios de Europa se recuperarán y reconstituirán su frente de clase. Por eso es para ella una necesidad vital que, a toda costa, la lucha armada contra Franco deje de ser una revolución. En el “fraude” español se contradicen los intereses inmediatos de las grandes potencias, pero el interés del capitalismo en general es muy claro: encuadrar a los insurgentes de Barcelona en un ejército regular a las órdenes de un gobierno burgués.
Para lograr este resultado es necesaria una ideología que no sea una ideología revolucionaria; se necesita de los partidos obreros que no combaten, o que ya no combaten, contra el capitalismo. Esta ideología es el antifascismo, estos partidos son los partidos de las dos Internacionales degeneradas; el frente popular será su razón social. Y, como el peligro para el capitalismo es grande, porque la clase obrera española es resuelta y heroica, la maniobra es despiadada, la lucha es terrible en todos los frentes: en el frente militar, donde los mercenarios de Franco, dotados de armamento ultramoderno, exterminan sin cuartel a los milicianos armados con viejos fusiles, llegando incluso a masacrar a los prisioneros; en el plano político, en el que las “fuerzas del orden” del campo republicano no retroceden frente al asesinato para eliminar a los líderes revolucionarios.
La guerra en España alcanzó los nivelas más elevados de violencia y horror, que han permanecido en la memoria. Esto se debe a que la forma revolucionaria en que el proletariado español respondió al fascismo, era intolerable para los demócratas burgueses y sus aliados oportunistas en las filas obreras. Ya hemos dicho que los antifascistas nunca han luchado contra su supuesta oposición: en una situación muy concreta, en la que su consigna dejó de ser una consigna electoral para convertirse en una lucha armada dirigida por la fracción más combativa de la clase obrera con sus los medios de clase, los estalinistas antifascistas a la cabeza, sólo podían sabotear esta acción y estos medios. Lo hicieron devolviendo a los terratenientes y capitalistas lo que la insurrección les había confiscado, restaurando el Estado republicano, proclamando la voluntad del gobierno de restaurar el “respeto al orden y a la propiedad”. Si Franco triunfó, se debe en gran parte a la eficacia de esta labor de socavamiento de la obra revolucionaria: privó a los trabajadores en lucha de la única fuerza contra la cual son impotentes los tanques, aviones y mercenarios más sanguinarios: la convicción revolutionária, la voluntad dictatorial de los proletarios armados.
La crisis permanente del capitalismo español
A principios del siglo XX, dos países de Europa iban a convertirse infaliblemente, según Lenin, en teatro de revoluciones sociales: Rusia y España, ambos con una economía mercantil en el marco retrógrado de un Estado pre-capitalista; ambos fueron sacudidos por incesantes agitaciones populares. Pero, mientras el proletariado ruso fuertemente concentrado, había asumido el socialismo científico, el proletariado español estaba disperso en pocas ciudades y se organizaba según los principios utópicos del anarquismo federalista y pequeñoburgués. Además, la Rusia zarista, arrastrada al torbellino de la Primera Guerra Mundial, tuvo que derrumbarse bajo los embates de la revolución que esta guerra había madurado. España, en cambio, quedó al margen de la gran tempestad; sólo se ve afectada por las contradicciones capitalistas en el momento de la gran crisis mundial de 1929, es decir, en el momento mismo en que la revolución comunista internacional estaba en pleno reflujo.
Por su parte la burguesía española, enriquecida y corrompida a lo largo de su historia, se alió con las clases feudales en lugar de derrocarlas con una revolución democrática. En consecuencia, la economía española conoció la gran industria sólo en unas pocas regiones y, por otro lado, una industria controlada por capital inglés. De ahí la importancia del ejército en la vida política, el predominio de las clases agrarias, la complicidad de los radicales burgueses con ellas en todos los aspectos, de la situación de atraso en la que una burguesía «incapaz de emprender la más mínima reforma, sin que el proletariado le saltase a la garganta».
Tras una existencia atrofiada hasta la guerra de 1914-18, esta burguesía encontró una relativa prosperidad a la sombra de la dictadura paternalista de Primo de Rivera, a la que algunos socialistas – especialmente Caballero, futuro líder del antifascismo español – dieron su apoyo. La crisis económica general de 1929 puso fin a esta estabilidad y abrió, a partir de 1930, con la caída de De Rivera, el tormentoso período que habría de desembocar en los hechos de 1936. La República, sustituida entretanto y sosegadamente por la monarquía, se mostró igualmente impotente para superar las dificultades económicas y sociales. Después de cada elección, la “izquierda” ascendía al poder y se ahogaba en la sangre de movimientos reivindicativos cada vez más poderosos. En 1931, el republicano Azaña y el socialista Caballero declararon “La república en peligro” e instituyeron el arbitraje obligatorio de los conflictos sociales: en enero de 1932 los socialistas les felicitaron por su acción represiva contra las huelgas.
En septiembre de 1932, una bastarda reforma agraria levantó a los campesinos.
En enero de 1933 hubo huelgas en Málaga, Bilbao, Zaragoza. La izquierda burguesa y los socialistas, después de haber asumido el papel de perros guardianes del capital, pasaron la mano a la derecha: así fue el gobierno agrario de Gil Robles y Lerroux. En octubre de 1934 la huelga de Astuzie fue violentamente reprimida y desde esa fecha hasta febrero de 1936, 80.000 personas fueron encarceladas. En todas estas represiones participaron los que en el Frente Popular pretendían oponerse al avance del fascismo. Su mayoría, victoriosa en las elecciones de junio de 1935, incluía a la izquierda republicana (Azana), a los socialistas, a los comunistas e incluso al “partido sindicalista”. Fue apoyado por los anarquistas (CNT y FAI) y por el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) de inspiración trotskista.
Así, en vísperas de la tragedia española, el simple examen de la gama de
partidos políticos y sus alianzas revelaba dos hechos clave: la mayoría del
Frente Popular estaba formada por los partidos que habían apoyado todas las
represiones anteriores; los dos únicos movimientos que se referían a la
tradición proletaria y revolucionaria estaban vinculados a una coalición
encabezada por quienes habían demostrado ser los mejores defensores del orden
burgués.
La clase trabajadora de México ha carecido durante mucho tiempo de los beneficios de un movimiento obrero independiente, similar al de Estados Unidos y Canadá. Los bajos salarios, la escasez de derechos laborales y la impunidad en los casos de violaciones de los derechos laborales han hecho de México un destino atractivo para la inversión. La burguesía mexicana ha permitido en gran medida la llegada de nuevos capitales, impulsada por la perspectiva de mercados de exportación más abiertos y la esperanza de aliviar las diversas crisis a las que se ha enfrentado el país. Esta sobreproducción ha llevado a países como Estados Unidos a exportar sus excedentes de capital a México, donde la explotación laboral puede crecer sin trabas, aliviando así la crisis y socavando los movimientos obreros en toda Norteamérica. Las respuestas de la clase obrera a este problema internacional han estado marcadas por la confusión teórica. Ahora nos enfrentamos de nuevo a una crisis inminente y a un aumento de las exportaciones de capital a México, influidas en gran medida por la guerra comercial con China. Esto subraya la necesidad de unidad de intereses entre la clase obrera de todos los países y la importancia de una política obrera clara, guiada por un partido comunista independiente. Dicho partido debe hacer frente a los retos del comercio internacional, los flujos de capital y los conflictos imperiales que surgen en el continente de una manera integral, sin repetir las deficiencias de los movimientos anteriores que se centraron principalmente en los enfoques nacionales.
El movimiento internacional de capitales está fuertemente influenciado por la sobreproducción, lo que lleva a los países ricos en capital, como Estados Unidos, a buscar nuevas formas y lugares donde invertir su capital. Anteriormente, este capital se dirigía hacia China debido a su apertura económica, pero en la actualidad se observa un aumento de su movimiento hacia países como México. Este cambio se hizo evidente durante la guerra comercial entre EE.UU. y China, que provocó un estancamiento de las importaciones de bienes chinos a EE.UU., lo que indica que el flujo de exportaciones de capital de EE.UU. a China ha cesado en parte. De hecho, China tiene ahora su propio excedente de capital que busca exportar, lo que se refleja en la disminución de la cuota de las exportaciones de mercancías en su PIB. Por otro lado, las exportaciones de mercancías de México y los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) a Estados Unidos han experimentado un crecimiento significativo, lo que indica que el capital estadounidense ha empezado a trasladarse a estos lugares. Entre ellos India, donde se observa un fenómeno equivalente al de México. A pesar de pertenecer a los BRICS (una formación de grandes economías regionales, como Brasil, Rusia, India y China), México no ha sido objeto de sanciones explícitas por parte del gobierno estadounidense. Esto indica que los factores económicos, combinados con la guerra comercial, han reorientado las exportaciones de capital hacia países como México. Este cambio ha beneficiado a México en varias industrias, como los sectores automovilístico y de piezas informáticas.
El crecimiento del capital en México ha dado poder a la burguesía mexicana para revertir las imposiciones comerciales del pasado. Este cambio en la balanza comercial a favor de México comenzó tras la firma del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) en 1994. El libre comercio tuvo un impacto positivo en las exportaciones de México a Estados Unidos, lo que se tradujo en una afluencia de capital a México. Sin embargo, esta tendencia se vio obstaculizada por el aumento de la inversión estadounidense en China a principios de siglo, pero se ha intensificado de nuevo tras la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Con su nuevo poder, el Estado mexicano ha aplicado medidas proteccionistas para salvaguardar sus mercados nacionales. Entre ellas, la “nacionalización” de 13 centrales eléctricas de la empresa española Iberdrola, la prohibición del maíz transgénico para consumo humano y del glifosato. Además, se ha reducido la exportación de crudo por parte de PEMEX (Petróleos Mexicanos), con planes futuros de cesar por completo estas exportaciones. También se ha llevado a cabo la nacionalización de las minas de litio. Estas medidas han permitido al capital mexicano tener un mayor control sobre numerosas industrias que antes estaban dominadas por inversores extranjeros.
El Consejo Mexicano de Negocios (CMN) confirmó que las empresas mexicanas invertirán 30 mil millones de dólares para 2023. Rolando Vega, presidente del CMN, que agrupa a las 62 empresas mexicanas más grandes del país, dijo a los medios que se debe aprovechar la oportunidad histórica que representa la deslocalización de empresas, también conocida como “nearshoring”. El gobierno mexicano también estima que para finales de año habrá un crecimiento de 3 por ciento, impulsado principalmente por la inversión extranjera directa, producto del nearshoring. En 2022, la cifra de inversión extranjera alcanzó los 35 mil millones de dólares, la más alta desde 2015. La perspectiva es que esta cantidad siga aumentando en los próximos años. Los tipos de interés han ido subiendo casi en paralelo a los de EE.UU. En mayo los tipos de interés eran del 11,25%, lo que ha evitado una salida masiva de capitales y esto ha jugado a favor de que el peso se aprecie frente al dólar. En mayo, un dólar equivalía a 18 pesos en promedio, mientras que durante el gobierno anterior un dólar equivalía a 20 pesos en promedio. El capital bancario es uno de los más beneficiados. Las 15 familias más ricas del país han incrementado sus fortunas en 645 mil millones de pesos. Todo esto en contraste con el aumento de la pobreza de 51,9 millones a 55,7 millones. El gobierno se maneja con una política neoliberal al estilo clásico, a pesar de su discurso crítico hacia los gobiernos anteriores.
Por otro lado, Estados Unidos trata de proteger su acceso a los mercados mexicanos de diversas maneras, a pesar del creciente flujo de capital hacia México y del poder que esto otorga al país. Una de estas estrategias es la amenaza de una guerra comercial. La Oficina del Representante de Comercio de EE.UU. ha lanzado un ultimátum a México, exigiendo la apertura de sus mercados al maíz transgénico, a las compañías petroleras extranjeras y a los generadores de energía, así como aumentos en la supervisión. Si no se llega a un acuerdo, el caso se someterá a un panel de arbitraje en el marco del T-MEC (Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá), que sustituyó al TLCAN y se impondrán sanciones a México. Además de esta amenaza, algunos políticos republicanos, como el senador Lindsey Graham y el expresidente Donald Trump, han mencionado la posibilidad de una intervención militar en México, argumentando el control de la producción de fentanilo por parte de los cárteles de la droga. Esta postura refleja el consenso ideológico dentro del Partido Republicano de Estados Unidos. Aunque esta intervención militar es una posibilidad remota, sin duda se utilizaría para abordar las preocupaciones comerciales de Estados Unidos en México. Los medios de comunicación estadounidenses reflejan estas nuevas actitudes, haciendo hincapié en la supuesta pérdida de democracia bajo el gobierno de AMLO, el “control” de México por parte de los cárteles de la droga y otras cuestiones relacionadas.
El TLCAN y su sucesor han tenido efectos significativos no sólo en los conflictos comerciales, sino también en el movimiento sindical mexicano. Tras la Revolución Mexicana, muchos sectores de México estaban dominados por sindicatos estatales que a menudo estaban bajo el control directo del régimen. Estos sindicatos “negociaron” aumentos salariales que, en realidad, se tradujeron en una disminución del poder adquisitivo de los trabajadores. Tras las crisis de 1976 y 1983, la búsqueda de mayor plusvalía y la necesidad de mercados de exportación llevaron a la burguesía mexicana a abrir el país al comercio, lo que desestabilizó el modelo de sustitución de importaciones utilizado anteriormente. Estos cambios, junto con la eficacia de los sindicatos controlados, que se utilizaron para reducir los salarios, condujeron a un descenso histórico de los salarios en México y al empobrecimiento de la clase trabajadora. En respuesta al gran flujo de capital hacia México, los programas de las clases trabajadoras mexicana, estadounidense y canadiense convergieron en la creación de sindicatos mexicanos independientes. En los tres países se llevaron a cabo huelgas que presionaron a los respectivos gobiernos. En respuesta, Estados Unidos propuso el ACLAN (Acuerdo Laboral de América del Norte), un tratado que burocratizaba la investigación de las violaciones laborales y buscaba apaciguar a la clase obrera sin resolver el problema de fondo. Finalmente, debido a la presión antes mencionada y a la percepción de que el sistema laboral mexicano representaba una “competencia desleal”, especialmente de sectores conservadores en Estados Unidos, se acordaron mayores protecciones laborales en el T-MEC (USMCA) en 2018. Estas protecciones, sin embargo, existían solo en teoría hasta la firma de la reforma laboral en 2019, que mejoró el proceso para denunciar violaciones laborales y condiciones de trabajo. Esto fue en gran parte gracias a la presión de los sindicatos mexicanos.
Otro fenómeno que caracteriza las relaciones laborales entre Estados Unidos y México es la migración. Se observa que el movimiento de migrantes responde a las necesidades del capital en la región. De 2005 a 2014, la tendencia migratoria estuvo dominada principalmente por la inmigración de Estados Unidos a México. Esta tendencia ha cobrado importancia después de la pandemia, cuando muchos trabajadores estadounidenses se han trasladado a ciudades mexicanas para escapar del aumento del coste de la vida en su país de origen y aprovechar las ventajas del trabajo a distancia. Este fenómeno empobrece cada vez más a la clase trabajadora mexicana. Por el contrario, Estados Unidos ha experimentado altas tasas de migración desde otros países, lo que contribuye a valorizar el capital excedente estadounidense y a reducir los costes de producción, aliviando así el problema de sobreproducción que prevalece en el país y empobreciendo a la clase trabajadora. Sin embargo, este efecto no ha sido suficiente para resolver el problema. Contrariamente a lo que podría pensarse, cada vez son más los mexicanos que regresan a su país, motivados por las mismas razones que los estadounidenses. Los medios de comunicación burgueses presentan esto como un enfrentamiento entre ambas poblaciones, donde unos ganan y otros pierden. Sin embargo, este aparente conflicto entre las dos naciones muestra en realidad la unidad de la clase obrera, impulsada por los flujos y la concentración del capital. De hecho, la clase obrera estadounidense no puede ser completamente libre mientras la clase obrera mexicana esté encadenada, y viceversa.
Esto contrasta con la retórica tradicional de la burguesía, que promueve el pensamiento nacionalista. Una y otra vez, la burguesía mexicana pretende enaltecer los intereses nacionales, representados por el crecimiento económico, impulsado por el flujo de capitales hacia México, como intereses que unen al proletariado y a la burguesía. Sin embargo, estos intereses son directamente opuestos a los de los trabajadores, ya que en todos los casos la supuesta gloria nacional se construye a costa de la sangre de los trabajadores. En primer lugar, este flujo de capitales hacia México se basa en la plusvalía potencial del trabajador mexicano, que es considerablemente superior a la de países como China y Estados Unidos. El supuesto “interés nacional” en este caso es maximizar la explotación laboral para atraer más capital. Para lograrlo, tanto a la burguesía como a la nación les interesa aumentar la jornada laboral, reducir los salarios y disminuir la inversión en medidas de seguridad laboral. Históricamente, esto es lo que ha sucedido debido al fuerte corporativismo, los sindicatos controlados y el sistema laboral durante la década de 1980. La burguesía mexicana trabajó con éxito para convertir el crecimiento económico en precarización de la mano de obra mexicana. Mientras esto no sea así, y los salarios suban, sólo será por la acción coordinada de los trabajadores, y las circunstancias externas que no lo permitan. La presencia de una fuerte izquierda oportunista es esencial para desviar las luchas obreras y absorberlas de nuevo en la lógica capitalista, todo en aras de mantener el orden nacional y el crecimiento económico.
El gobierno populista mexicano pretende “integrar” los intereses de los trabajadores con los de la nación. Sin embargo, las mejoras para la clase obrera sólo se materializarán si ésta se mantiene independiente y combativa frente a la burguesía. La adhesión de las ramas más avanzadas del proletariado a los partidos burgueses de izquierda representaría el fin de la lucha y un desarme masivo de la clase obrera. Un frente popular resultante estaría sometido a las leyes inevitables del capital y, a pesar de las buenas intenciones de sus dirigentes, sólo lograría concesiones en la medida en que no perturbase las relaciones de producción. En tiempos de crecimiento, estas concesiones serían convenientes para desarmar a los trabajadores, y en tiempos de crisis, sólo se traducirían en una mayor precariedad laboral, que sería permitida por su desarme. Una visión ingenua de la situación actual podría llevarnos a concluir que lo mejor es el apoyo a Estados Unidos, que busca mejorar la libertad sindical en México. Sin embargo, la realidad demuestra que Estados Unidos se encuentra en la misma situación que México. Su apoyo a los sindicatos independientes se basa en que la explotación laboral mexicana es considerada “injusta” para sus intereses nacionales, sólo entonces son apropiadas pequeñas concesiones. Sin embargo, cuando los sindicatos independientes mexicanos no contribuyan al crecimiento de la industria estadounidense, especialmente durante una crisis en la que haya un excedente de capital, sus intereses nacionales cambiarían. En ese momento, México no sería visto como un país que atrae capital estadounidense de manera “injusta”, sino que estaría aliviando la crisis mundial al absorber el excedente de capital global. El mundo burgués se vería obligado a maximizar la explotación en México, y los competidores imperiales convergerían en este objetivo a pesar de sus diferencias.
Ante las consecuencias negativas de un frente popular, la única solución para los trabajadores pasa por fortalecer el movimiento obrero en detrimento del capital y de la nación. Dado que los intereses de los trabajadores son contrarios a los de la nación y que sólo pueden conseguir mejoras a través de un movimiento obrero independiente, es necesario llevar esto al extremo y abogar por el derrotismo revolucionario, convirtiendo los retrocesos en cualquier conflicto imperial en avances para la toma del poder. En el corto plazo, esto se materializa en un movimiento independiente, internacional, con un programa orientado a aumentos salariales, reducción de la jornada laboral y mejoras en las condiciones de trabajo, en contra de los intereses nacionales tanto en México como en EE.UU. Los programas de lucha proletaria en cada país no deben limitarse a demandas puramente nacionales, ya que históricamente se ha demostrado que el capital utilizará la posición más débil del proletariado en otras naciones para debilitar a los movimientos obreros más fuertes. Sólo así podrán resolverse los aparentes antagonismos nacionales, como el aburguesamiento y la inmigración, y revelarse el verdadero antagonismo entre la burguesía y los trabajadores.
Esta contradicción central yace en el corazón mismo del sistema capitalista, en la divergencia entre la naturaleza social del modo de producción y la apropiación individual característica del capital. Esta contradicción se manifiesta en el conflicto entre la burguesía y los trabajadores, pero también se refleja en el núcleo mismo del imperio estadounidense. Estados Unidos se erige como la principal potencia mundial debido a su poderío económico, que lo convierte en epicentro de las crisis de sobreproducción y generador de un masivo excedente de capital que necesita ser exportado a países como China, India o México, donde es rentable. La exportación de este capital fortalece a estas naciones, creando burguesías lo suficientemente poderosas como para desafiar la dominación estadounidense. Este fenómeno ha sido evidente en el caso actual de China, así como en la historia de Estados Unidos, antaño centro de inversiones europeas. Así pues, el poder de Estados Unidos se caracteriza por esta contradicción central: su poder económico le permite ejercer un dominio mundial, pero al mismo tiempo le impulsa a fortalecer a rivales potenciales capaces de hacerle frente. Esta contradicción encontrará inevitablemente su resolución en las guerras imperiales, pero también contiene en sí misma su propia negación, abriendo la posibilidad de que una sociedad más allá del capitalismo luche por emerger.
En resumen, México se encuentra en un momento histórico crucial. Ha experimentado un aumento significativo de las entradas de capital, lo que ha fortalecido su economía y le ha permitido hacerse con el control de mercados nacionales clave como el petróleo, el maíz y el litio, entre otros. Ante la incierta respuesta del gobierno estadounidense, los líderes mexicanos han recurrido a una retórica nacionalista y oportunista para movilizar a los trabajadores en defensa de la patria y contra Estados Unidos. Sin embargo, esta alianza política sólo sirve para mantener el orden burgués y, por necesidades económicas, impone los intereses de la burguesía sobre todos los demás. Esto se traduce en el empobrecimiento generalizado de la población, resultado que desafortunadamente se alinea con lo que históricamente ha ocurrido en situaciones similares en México. Esta situación no sólo representa una derrota para la clase obrera de un país, sino de todo un continente. Por lo tanto, es deber de las clases trabajadoras de toda América del Norte coordinar sus acciones en un programa unificado que aborde los problemas específicos que enfrentan los trabajadores en cada nación. De esta manera, podrán hacer frente al movimiento de capitales entre países como herramienta de la burguesía. Este movimiento es sólo un reflejo de la creciente necesidad de obtener plusvalía y sólo genera conflictos imperiales, como el que estamos presenciando actualmente. La solución pasa por la revolución proletaria y la destrucción del capital.
“Esta noche será la última de nuestras vidas”, estas fueron las palabras de uno de los pasajeros del pesquero sobrecargado que naufragó en una de las zonas más profundas del mar Jónico. Partiendo posiblemente de Egipto y embarcando a 750 seres humanos, se hundió el 14 de junio cuando intentaba llegar a Italia. Sólo se salvaron algo más de cien. Los demás se ahogaron. Ninguno llevaba chaleco salvavidas. Tras cinco días de viaje, el agua se había agotado, el conductor del barco los había abandonado en alta mar, con el motor averiado y seis cadáveres a bordo.
Nadie los rescató a pesar de que todo el mundo lo sabía. Los gobiernos de Europa derramaron lágrimas, que no costaron nada. El gobierno griego proclamó cínicamente tres días de luto nacional.
Se niegan a rescatar a los náufragos, los persiguen si llegan a tierra, levantan muros y alambradas para detenerlos. Miles de proletarios, que con sus hijos pequeños, en Europa y América, mueren de frío y hambre en los bosques, cruzando ríos, golpeados hasta la muerte y robados por policías, representan la condena histórica del capitalismo.
Irónicamente se gastaron millones en la misión de rescate de los restos de los cinco millonarios tripulantes del sumergible Titan, que pretendía llegar hasta los restos del Titanic, esa misma semana, aún sabiendo que estaban muertos. Utilizaron todos los recursos y de esta búsqueda salieron muchas noticias. Pero no se molestaron en buscar a cientos de paquistaníes y otras personas que estaban en el barco griego, pese a que antes de que se hundiera la embarcación ya las autoridades contaban con imágenes de la nave y sabían de la trajedia que estaba por acontecer.
Según estadísticas de la ONU, se estima que más de 27.000 personas desaparecieron o murieron al cruzar el Mediterráneo en los últimos nueve años, lo que lo convierte en el cruce de inmigrantes más peligroso del mundo. Pero la ruta sigue siendo esencial para aquellos que miran hacia el norte y el oeste de Europa con la esperanza de escapar de la pobreza y la guerra.
El objetivo de este éxodo moderno es abastecer abundantemente a las fábricas y las obras de construcciòn con nuevos esclavos asalariados, obligados a la clandestinidad, a realizar trabajos agotadores, inseguros y mal pagados, para luego retirarse a “descansar” en camas pagadas muy caras. Todo en nombre del beneficio, de la explotación, del privilegio de clase burgués.
Es decir, hasta que la solidaridad entre proletarios nativos e inmigrantes y la lucha común logren forzar la defensa de ambos. La plena redención de la humanidad trabajadora llegará con la revolución social, de toda la clase internacional de los apátridas, que derribará definitivamente este régimen moribundo.
¿Qué esperaban los aficionados del “Estado de derecho” y de Ucrania? ¿Pensaban que las tropas mercenarias dirigidas por Prigožin traerían la “verdadera democracia”? Para aquellos que odian la revolución, el colapso del frente interno enemigo durante una guerra solo es posible en términos de una inesperada explosión de anarquía militar.
Siguiendo la lógica del mal menor, muchos se convencieron, al menos por unas horas, de que tenían que elegir entre Putin y Prigožin, tal vez pensando que el segundo era solo un mal pasajero, para que Ucrania, Occidente y la democracia prevalecieran a expensas de Rusia, incluso a costa de convertirla en “confeti”, como prevén y desean algunos expertos en geopolítica y cuestiones militares.
En la guerra, el capitalismo llega a la fase imperialista y, más allá del maquillaje democrático y parlamentario, revela su auténtica naturaleza fascista detrás de cada frente en lucha.
Nosotros, los comunistas, no elegimos entre dos facciones en lucha por el poder en un Estado imperialista. Ciertamente lamentamos no ver al proletariado levantarse contra esta guerra, infame en ambos lados del frente: sin un partido, esta solución es imposible.
Mientras los burgueses atlánticos lamentan no haber visto a Prigožin vencer a Putin, los partidarios de Putin ven en este último al conductor hacia un mundo “multipolar”, donde esperan que no haya espacio para la hegemonía estadounidense.
Pero deben reconocer el último episodio de la serie al estilo televisivo en el que se ha revelado la progresiva negación de la revolución rusa de octubre de 1917, la “puñalada por la espalda”, justamente atribuida por Putin a los bolcheviques, contra la Primera Guerra Mundial imperialista, primero contra el zar y luego contra los burgueses después de febrero.
Cada vez se vuelve más imposible para el gobierno moscovita adoptar una ideología de Estado que armonice el presente de una federación de repúblicas con el pasado histórico de Rusia, la madre de los pueblos, reclamado en su totalidad desde Iván el Terrible, pasando por Pedro el Grande y llegando hasta el descolorido e ineficaz Nicolás II.
Putin no podrá dejar de ser republicano y zarista al mismo tiempo, de la misma manera en que su homólogo turco, Erdoğan, continuará siendo moderadamente kemalista en su forma, pero otomano en su corazón y en las proyecciones imperialistas de Turquía.
No es casualidad que ambos jefes de Estado hayan tenido que defenderse de intentos de golpe de Estado, y tampoco es casualidad que cada vez que esto sucedió, hayan tenido que apoyarse mutuamente, a pesar de la centenaria retórica de la historia patria, que por un lado quería liberar a los fieles cristianos del sultán y por otro defender a los buenos creyentes musulmanes de los odiados “Moskof”.
La adopción de tropas mercenarias siempre es un arma de doble filo. Si bien puede tranquilizar en parte a la población al protegerla de algunas de las penas de la guerra, los soldados de fortuna son siempre traicioneros y dispuestos a cambiar de bando: expertos en el oficio de las armas, se venden al mejor postor y abandonan antes de tiempo a quienes no tienen esperanzas de victoria.
Los equilibrios de poder dentro de Rusia siguen siendo inestables. La guerra deberá continuar con tropas diezmadas por las balas enemigas y las deserciones.
La razón de Estado es ese velo tras el cual se esconde el abominio de la violencia organizada de la clase dominante. Pero es posible que un día la aparente razón de Estado, entre guerras, revueltas y masacres, caiga en la anarquía militar. Las superestructuras estatales, institucionales y militares ya muestran grietas y debilidades.
Entonces, que caiga a tierra este inmundo gigante del capital y el proletariado asestará su golpe fatal y el futuro comunista estará nuevamente al alcance de la humanidad.
Entre las consecuencias de la guerra en Ucrania está el alineamiento con las decisiones de Washington de los principales imperialismos de Europa que debieron participar en el apoyo militar a Kiev y adoptar sanciones contra Moscú, en un intento, hasta ahora fallido, de hundir a Rusia en una profunda crisis económica. Esta orientación política internacional ha provocado que los Estados de la Unión Europea, y en particular Alemania, hayan perdido sus enormes suministros energéticos de bajo coste, de los cuales se beneficiaba su industria y, en consecuencia, al desarrollo de las economías europeas ligadas al gigante alemán.
Una vez rotos los lazos entre Europa y Rusia, los próximos serían los de Europa y China.
Las contradicciones de la sociedad burguesa están inevitablemente destinadas a estallar en un gigantesco conflicto de trascendencia mundial que verá a Estados Unidos y China a la cabeza de bloques enfrentados. En este escenario, se vuelve fundamental para el imperialismo estadounidense asegurar el sometimiento de Europa.
En el frente económico Estados Unidos tiene todo el interés en llevar a cabo un nuevo ataque a la industria competidora europea y sobre todo alemana, que depende en gran medida del mercado chino. Los economistas burgueses hablan de “desacoplamiento” para indicar el desacoplamiento de la economía europea y estadounidense del gigante asiático. Las empresas europeas, especialmente las consideradas estratégicas, deberían reubicarse fuera de China, principalmente en el propio continente asiático. El desacoplamiento es simplemente la presión de Estados Unidos para involucrar a Europa en una guerra comercial contra China.
Por ahora, Europa se resiste. Dentro de la UE, la línea imperante se resume en la fórmula del “de-risking”, es decir, una estrategia de reducción de riesgos de la UE en las relaciones con China, con el objetivo de proteger la seguridad política, militar, el intercambio de nuevas tecnologías sofisticadas y la seguridad económica, accediendo a nuevos mercados alternativos a los chinos, pero sin privarse de la afluencia de materias primas y productos necesarios para su industria y sin perder el acceso al vasto mercado interno chino.
A pesar de ser una versión más suave del enfoque hacia China que el defendido por los EEUU, esta estrategia de “eliminación de riesgos” encuentra obstáculos en los intereses nacionales de los países europeos individuales, cuyos intereses capitalistas los empujan a mantener y desarrollar relaciones comerciales e industriales con China.
Ambigüedad alemana
El acercamiento europeo hacia China está determinado, por un lado, por la presión política ejercida por el imperialismo estadounidense, por otro, por la necesidad de las economías nacionales de no perder el preciado mercado chino.
También en 2022 China fue, por séptimo año consecutivo, el primer socio comercial de Alemania con un intercambio de alrededor de 300.000 millones de euros. Además, algunas de las principales y cruciales empresas alemanas, como las empresas automovilísticas, tienen una fuerte dependencia del mercado chino. BMW, Daimler y Volkswagen obtienen el 30% de su volumen de negocios. Por lo tanto, son los industriales alemanes los que se oponen a relajar las relaciones con China, por temor al colapso de la economía nacional.
La presión de los industriales alemanes para mantener el comercio con China encontró apoyo en el SPD, el partido socialdemócrata, lo que provocó una ruptura dentro del gobierno, ya que los aliados verdes estaban más sujetos a las demandas estadounidenses. La lucha en curso en Berlín sacude el frente interno que carece de cohesión en el camino a seguir. Esta ambigüedad se refleja en el documento estratégico sobre seguridad nacional presentado por los mandatarios alemanes, en el que se define simultáneamente a China como “socio”, “rival sistémico” y “competidor”. Este equilibrio no durará mucho y, como sucedió en las relaciones con Rusia, interrumpidas tras la guerra de Ucrania, se verá cuestionado por la precipitación de las contradicciones interimperialistas.
Ante la ralentización de la economía, también por la guerra de Ucrania, es imposible que el capitalismo alemán renuncie al mercado chino. El pasado noviembre Scholz fue el primer político europeo en ir a China tras la pandemia y la reconfirmación del tercer mandato de Xi Jinping. Acudió allí acompañado de una nutrida representación del mundo industrial alemán.
Confirmación del interés del capitalismo alemán en mantener vínculos con China es la historia de la venta del puerto de Hamburgo a la empresa estatal china COSCO. El acuerdo había encontrado una serie de oposiciones y, a principios de 2023, las autoridades alemanas lo habían clasificado como una infraestructura crítica, debido a los peligros de una transferencia fuera del bloque UE-OTAN. Pese a ello, Scholz ha acordado la venta del 24,99% de las acciones de la terminal de Tollerort a los chinos, con el objetivo de convertir la escala alemana en la principal terminal de Asia en Europa.
Por lo tanto, parece que, en el enfrentamiento actual en Alemania, la línea del canciller Scholz de defender los intereses económicos del país, al continuar haciendo negocios con el poder chino, está resistiendo a la presión estadounidense, representada por la línea del canciller Baerbock. Pero la disputa ciertamente no está cerrada.
Las consecuencias de la derrota en la Segunda Guerra Mundial pesan sobre el imperialismo alemán que produjo una Europa en la que la supremacía estadounidense está garantizada por su enorme presencia militar que aún hoy, 78 años después del final de la guerra, cuenta con 36.000 soldados estadounidenses en territorio alemán. El resultado para Alemania, forzada a aliarse con los Estados Unidos y ser miembro de la OTAN, es la falta de verdadera libertad de movimiento en política exterior.
Sin embargo, esta débil proyección política y militar externa va acompañada del poder de un aparato industrial que lo convierte en un gigante económico entre los más grandes del mundo. De ahí la tendencia del imperialismo alemán a tomar caminos que lo colocan inevitablemente en contradicción con el estadounidense, como vincularse a los suministros energéticos rusos y mantener el lucrativo comercio con China.
La economía alemana necesita los mercados euroasiáticos. Habiendo sufrido la desvinculación de Moscú, por el momento Berlín resiste las presiones de Washington en cuanto a los vínculos con Pekín, pero, como sucedió con las relaciones con Rusia, los nudos llegarán a un punto crítico y Berlín se verá obligada a deshacer su ambigüedad.
Ambiciones francesas
Después de Scholz, Macron también fue a China, acompañado por la presidenta de la Comisión Europea, Von der Leyen. La iniciativa, en lugar de subrayar la unidad europea como se pretendía, sacó a relucir la diferencia entre la posición francesa y la de los líderes de la UE en su actitud hacia China. El enfoque más duro de Bruselas, por ejemplo en la cuestión de Taiwán, no es compartido por Estados como Francia, movidos por el interés nacional de mantener relaciones comerciales a través de acuerdos bilaterales. Como, además, lo aprecian los chinos, que tienen todo el interés en negociar con Estados individuales.
De esta forma, el camino de Macron ha logrado importantes resultados hacia el aumento de las relaciones comerciales. En los últimos cinco años ha habido un incremento en el comercio entre China y Francia de 60 a 80 mil millones de dólares. Como con motivo del viaje de Scholz, Macron también estuvo acompañado por representantes de los grandes grupos industriales franceses. 36 empresas chinas y francesas han firmado 18 acuerdos para ampliar la cooperación en sectores como la fabricación, el “desarrollo verde” y la innovación tecnológica. Estos acuerdos se suman a la cooperación ya en curso en otros sectores como la producción de energía, la industria aeroespacial y la automoción.
Las declaraciones del presidente francés tuvieron mucha resonancia y, sobre la cuestión de Taiwán, llegó a afirmar que Estados Unidos y China serían igualmente responsables del aumento de las tensiones y que esencialmente los europeos no deberían dejarse arrastrar a crisis que no les conciernen solo porque están empujados por Estados Unidos. De esta forma Macron dejó claro que quería mantener el teatro europeo separado del Indo-Pacífico y reivindicó la autonomía estratégica de Europa, un equilibrio entre Estados Unidos y China.
Estas declaraciones revelan la ambición de un viejo imperialismo intolerante al sometimiento hacia el estadounidense, pero que no puede materializarse porque dentro de la Unión Europea prevalecen los intereses nacionales de los Estados individuales y falta esa unidad de acción política que sólo la fuerza de un Estado unitario y centralizado puede garantizar. Basta con considerar la posición de los países de Europa del Este, Polonia a la cabeza, que no están absolutamente dispuestos a renunciar a la protección del imperialismo estadounidense.
La capacidad actual del imperialismo francés – aunque, a diferencia de Alemania, tiene uno de los ejércitos más fuertes del mundo, y es el único país de la UE que posee un arsenal atómico y conserva cierta influencia en África y posesiones en el extranjero, ambos legados de su pasado colonial – no está a la altura de potencias como Estados Unidos y China, a escala continental.
En palabras, la burguesía francesa hace alarde de grandeza y parece alejarse de Washington, pero será derribada por la obstinada realidad. Como con el acuerdo AUKUS, con el cual perdió un pedido de mil millones de dólares para su industria militar.
Impotencia italiana
Italia fue el único país del G7 que acordó con China la iniciativa Nueva Ruta de la Seda (BRI). Sin embargo, esta decisión está siendo cuestionada actualmente por el nuevo gobierno, que podría no renovar el acuerdo en los próximos meses. En primer lugar, fue orientado en esta dirección por el contexto internacional creado por el estallido de la guerra en Ucrania, que permitió al imperialismo estadounidense confirmar su dominio también sobre Italia, que siguió a los estadounidenses y aliados en el suministro de armas a Ucrania y en las sanciones contra Rusia.
Por otro lado, en cuanto a Alemania, también pesa sobre Italia el legado de la Segunda Guerra Mundial, con la presencia de bases militares y miles de soldados estadounidenses, obligándola a una lealtad atlántica, que en realidad nunca ha sido cuestionada.
Además, los opositores italianos al acuerdo sobre el BRI señalan con el dedo el comercio entre Italia y China, destacando que, mientras que las exportaciones italianas a China han crecido desde la conclusión del acuerdo hasta la fecha de 13 millardos en 2019 a 16,4 en 2022, las exportaciones chinas a Italia han aumentado mucho más, de 31,7 millardos en 2019 a 57,5 en 2022, lo que da como resultado una balanza comercial muy desequilibrada.
El gobierno italiano aún no ha tomado una decisión, que sin embargo ya ha respondido positivamente a la solicitud estadounidense de participar en la contención de China en el Indo-Pacífico y ha enviado al Lejano Oriente el “buque patrullero multipropósito” Morosini, al que seguirá hacia finales de año una misión del portaaviones Cavour en aguas del Indo-Pacífico.
Contra Oriente y Occidente
Es en el Extremo Oriente, donde los vientos de guerra soplan cada vez con más fuerza, donde la actual disputa por Taiwán y los mares de China se convertirá en un enfrentamiento directo entre las dos superpotencias, Estados Unidos y China. Esta es la dirección marcada por las contradicciones mundiales del imperialismo que hace inevitable una nueva división mundial correspondiente al cambio en el equilibrio de fuerzas.
El sueño burgués de una federación europea de Estados, cada uno con su propia independencia, con economías regidas por reglas rígidas pero compartidas, para evitar choques comerciales y financieros fratricidas, ha fracasado estrepitosamente. No porque un Estado se haya mostrado más fuerte y decidido a hacer triunfar sus propios intereses en detrimento de los demás, sino porque la dinámica de los choques de imperialismos ha demostrado la inconsistencia de una forma suprapolítica consensuada, a imagen de las podridas democracias burguesas, pero sin las características de control propias de un Estado centralizado.
La actual competencia interimperialista entre los dos bloques tarde o temprano no dejará lugar a las ambigüedades en las que los Estados de Europa están jugando hoy. El marco explosivo de la dinámica del capitalismo no dejará opción a ninguna de las burguesías opositoras.
Por ahora, todos los Estados europeos se han refugiado bajo el “paraguas” de la OTAN para su propia defensa, y los futuros frentes de guerra parecen tomar forma. Mientras la llamada Unión Europea se está desmoronando, los Estados individuales están llamados a elegir de qué lado tomar. Las burguesías europeas se alinean ahora con la voluntad hegemónica de Estados Unidos, incluso en contra de sus evidentes intereses inmediatos, pero no se pueden descartar cambios inesperados y repentinos en el frente, en la precipitación de la crisis que se avecina – económica, militar y social – y en las relaciones internacionales.
Ni siquiera al proletariado internacional – que no querrá convertirse en carne de cañón como les sucede hoy a sus hermanos de clase ucranianos y rusos – se le dará la posibilidad de una conducta ambigua: tendrá que tomar partido, contra la guerra imperialista, por la revolución comunista mundial.
Europa presionada por Estados Unidos contra el muro de Ucrania
En agosto de 2022, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una compleja ley, para la cual se destinó un fondo de más de 700 millardos de dólares, con el doble propósito de contener la presión inflacionaria mediante la reducción del déficit federal y al mismo tiempo incentivar todas las actividades que inviertan en la producción con y para las llamadas “energías limpias”.
La guerra en Europa del Este había comenzado hacía unos meses con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que intentaba recuperar un estatus político imperialista tras la disolución de un imperio socavado desde dentro.
Esta ley, que ha pasado bastante desapercibida en la prensa europea, no fue promulgada por casualidad ni por razones específicas, como podría sugerir su denominación: se denominó “Inflation Reduction Act”, IRA, lo que significa que la inflación debe ser controlada directamente por el Estado, actuando sobre muchos rubros que deberían causar inflación, por ejemplo sobre el precio de los medicamentos, y fortalecer – es decir, hacerlo seguro y sin competencia – las líneas de suministro y producción de materiales estratégicos, esenciales para los equipos electrónicos de los que Estados Unidos quiere volver a ser los primeros fabricantes; todo para generar un efecto multiplicador en el sistema económico sin crear déficits presupuestarios.
En este marco utópico se debería lograr entonces, a través de subsidios industriales, la reducción drástica de los gases de efecto invernadero, una reducción del consumo y así sucesivamente fantaseando. Burlándose de las presunciones de un futuro “verde”, precisamente del capitalismo que utiliza el sistema más contaminante y desestabilizador para el medio ambiente para producir gas y petróleo, con la extracción de los esquistos bituminosos. No nos interesa el fardo infame de las energías limpias, porque conocemos bien los sermones que salen desde el púlpito del capital y sabemos lo falsos y sin escrúpulos que son. Es palabrería engañar a los tontos que creen en ella, que piensan y esperan una legislación ilustrada que, en pleno capitalismo, salve al mundo de la ruina.
El concepto básico de esta ley está en otra parte y la exigencia que la produjo, negando una larga fase histórica de supuesto liberalismo comercial, radica en la aceleración que está experimentando el mundo del capital debido a su crisis interna. Estados Unidos, al tiempo que declara que lucha contra la inflación, se ha dotado de un formidable instrumento de incentivos para traer producciones críticas o innovadoras dentro de las fronteras nacionales. Los más afectados por esta política por ahora son Alemania y la burocracia de Bruselas, que ha erigido un complejo sistema legal contra las llamadas “ayudas de Estado”, en sintonía con los intereses alemanes.
Las contrapartes a favor de las economías más dañadas por esta brutal maniobra son pocas y poco claras; tal vez los bienes que no se producen en Estados Unidos pero que ingresan a la cadena de producción en los EEUU también podrán beneficiarse de la ayuda estatal. Poca, muy poca cosa. Y, sin embargo, los Estados europeos se han doblegado a este dictado sin decir una palabra.
La agresión que un imperialismo de bajo rango llevó a cabo contra un Estado ultra fallido y virtualmente en manos de un sistema imperial mucho más fuerte, en el corazón mismo de la vieja Europa, fue el resultado de una larga crisis sigilosa.
En la primera década del 2000, la economía agregada de Europa era mayor que la de Estados Unidos. Naturalmente hablamos de una sumatoria que política y productivamente tiene poco sentido, ya que los Estados que conformaron la nueva Unión Europea estaban todo menos unidos en una estructura política real, con los mismos intereses que una burguesía solidaria, por el contrario lidiaban con intereses divergentes y con una forma monetaria que en vez de unir dividía, amplificando las diferencias, economías y estructuras financieras. No sin razón, la UE también fue llamada “un gigante económico y un enano político”.
A principios de la década de 1920 la situación se invirtió, con las capacidades de producción de EEUU superando a las de Europa.
Las condiciones privilegiadas que constituye la moneda de referencia mundial, la posibilidad de emitir deuda sin que nadie pueda atreverse a una crítica seria, en efecto, la capacidad de atraer capitales y hacer comprar la deuda emitida, así como el poder del tejido productivo, han constituido un formidable sistema de predominio estadounidense sobre el resto de las finanzas mundiales.
Incluso el problema energético ha sido, con el sistema criminal de extracción de gas y petróleo de las arenas de esquisto, una herramienta que ha solucionado los problemas energéticos norteamericanos, colocando al país en la cima de la producción mundial. Con el resultado de que para las industrias europeas la energía cuesta más del doble que la de sus competidores estadounidenses. En esto, la guerra ruso-ucraniana le dio una buena mano a Estados Unidos en términos de competencia.
En todo caso, la situación de persistente crisis caótica que ha caracterizado todo el lapso de los últimos 15 años, desde la financiera pasando por el sector inmobiliario, pasando por la bursátil, pasando por la crisis de la deuda soberana de los países del sur de Europa, no ha impedido que el capitalismo, a escala global, prosiga su carrera, desarrollando sin embargo una serie de criticidades locales, culminando con un acontecimiento externo al capitalismo pero fuertemente condicionante: la pandemia de los últimos años, que ha desencadenado una situación inflacionaria, tan grave como ese largo período de deflación que hasta 2022 reguló las finanzas mundiales y, en consecuencia, redujo el crecimiento deseado de la producción y el consumo.
La inflación, invocada durante años para salir de la jaula deflacionaria y luego alcanzó niveles considerados insoportables, los Bancos Centrales han respondido con la principal medicina, la subida de tipos de interés.
La consiguiente reducción de liquidez impuso un aumento de la competencia y un apretón decisivo a la economía alemana que, más que todas las europeas, se había puesto en fuerte competencia con la estadounidense. Alemania se había colocado en Europa a la cabeza de la ofensiva productiva y comercial, y había invadido el mercado norteamericano, aprovechando la organización “abierta” de los mercados estructurada por la OMC, gracias también a la ventaja de los bajos costes energéticos que permitían los precios cobrados por Rusia, acumulando un importante excedente mercantil.
Esta situación había dado lugar, incluso en el pasado reciente, a una serie de amenazas estadounidenses directas, hasta pasar a la vía de hecho, ya bajo la presidencia de Obama, desde el “escándalo” del llamado “dieselgate”, que le costó a Volkswagen y a todo el sector automotriz alemán pérdidas colosales, hasta el caso Monsanto, una empresa química estadounidense adquirida por Bayer, que luego fue obligada inmediatamente por los tribunales estadounidenses a pagar indemnizaciones multimillonarias a los perjudicados por el uso de glifosato.
Una vez iniciada la guerra, el sigiloso enfrentamiento comercial se convirtió finalmente en un ataque de zapadores al gasoducto Nord Stream, incursión sin escrúpulos que liquidó el vertido energético del gran capitalismo europeo, alineando así a todos los demás, que en varias ocasiones se habían alineado con Alemania.
La guerra ruso-ucraniana fue el escenario perfecto en el que el sistema industrial militar estadounidense, en declive pero todavía muy poderoso, recuperó la ventaja sobre un gigante económico europeo todavía política y militarmente débil frente a Estados Unidos.
El resultado económico de este invierno, certificado por la Oficina Federal de Estadística, es que Alemania ha entrado en una fase de depresión, con una caída de la producción económica durante dos trimestres consecutivos. Tras el repunte del PIB y el lento retorno a la “normalidad económica”, vuelven los pronósticos de recesión para gran parte del mundo, en particular para Estados Unidos, la Unión Europea y China. Para los años venideros, los presagios, por lo que valen en una situación tan caótica, indican obviamente un crecimiento decreciente en Rusia, pero también en Alemania y Estados Unidos.
Además de la guerra librada en Europa y la suspendida en el Pacífico, la guerra comercial se desarrolla en el mundo. La “globalización”, basada en el libre mercado, en las fronteras abiertas, en los tratados internacionales que se suponía debían regular el comercio y las disputas, y poner fin a las ayudas estatales y proteger a las industrias nacionales de la competencia “desleal”, se ha desvanecido, si es que alguna vez tuvo alguna sustancia. El mercado y el libre comercio son medios y herramientas que deben subordinarse a las condiciones políticas de la dinámica entre los Estados ya las necesidades de sus estrategias, incluidas las militares. Finalmente, la mentira del libre mercado se revela como lo que es, bajo la presión de las contradicciones capitalistas. La guerra comercial, con dirigismo, subsidios y aranceles, vuelve a subir al escenario sin pretensiones de liberalización.
La aceleración de estos levantamientos es aclamada por los comunistas como un proceso progresivo, el derrumbe de coaliciones, complicidades y formas rígidas en las que las oligarquías del capital pretenden controlar el mundo.
La clase obrera se ve hoy obligada a someterse a lo que decidan sus propios gobiernos, impedida de oponerse a la guerra entre los Estados burgueses que enfrenta a los proletarios entre sí. Guerras por las fronteras territoriales, por el control de los suministros energéticos, por las materias primas, pero todo contra los proletarios que, aunque uniformados, no tienen patria que defender.
La Intersindical se debilitó, luego terminó la lucha
En marzo se celebró su 53º congreso, durante el cual se produjo un considerable fortalecimiento de la oposición interna, caracterizada por posiciones oportunistas en el campo político-sindical, que conviven con cierto carácter conflictivo respecto de la dirección colaboracionista. Aquí presentamos un informe actualizado sobre la evolución del movimiento de lucha y su conclusión.
El movimiento alcanzó su punto álgido en Marzo, acercándose la discusión parlamentaria a la reforma de las pensiones, para lo cual, tras su aprobación, el Gobierno recurrió al artículo 49-3 de la Constitución (institución similar al “voto de confianza” en Italia), que permite evitar la discusión parlamentaria.
El martes 4 de abril, los responsables de los ocho sindicatos que integran la Intersindical se habían reunido para preparar la reunión del día siguiente con la primera ministra Elisabeth Borne en el Hôtel Matignon (residencia de la primera ministra en París), acordando discutir únicamente la retirada de la reforma de las pensiones. Pero la ministra reiteró la determinación del gobierno de no retroceder en sus posiciones.
El jueves 6 de abril, tuvo lugar la undécima jornada de movilización-huelga nacional, con una participación todavía alta: 2 millones de manifestantes según los sindicatos (500.000 según el Ministerio del Interior), de los cuales 400.000 en París. Las huelgas también fueron menos numerosas, especialmente en el transporte parisino (RATP) y los trenes (SNCF).
Los trabajadores de la electricidad y el gas, mientras seguían en huelga por unas horas y bloqueando la producción, en las asambleas de trabajo renovaban cada vez menos sus huelgas día a día. Lo mismo sucedió con la petroquímica en refinerías y yacimientos. Los trabajadores de algunas de estas plantas habían sido condenados y sentenciados por la justicia unos días antes.
La táctica de la Intersindical, con singulares perìodos de movilización nacional espaciados con una o más semanas de diferencia, ha sido la misma desde el comienzo de la movilización, el 19 de enero. Dada la fuerza expresada, fue considerada por su componente más combativo como una forma no de crecer sino de amortiguar y finalmente extinguir el movimiento.
Al día siguiente de la reunión con el gobierno, la Intersindical reunida fijó el jueves 13 de abril como el duodécimo día de paro y manifestaciones intercategoriales a nivel nacional. La fecha se eligió porque al día siguiente el Consejo Constitucional se pronunciaría sobre la legitimidad de la reforma. Pero, ¿qué esperaba la Intersindical de esta institución del Estado burgués? Independientemente del descontento expresado en las manifestaciones, el Consejo, integrado por 9 “sabios”, evidentemente validó la reforma de las pensiones en su totalidad y ni siquiera dio su visto bueno al referéndum popular solicitado, visto favorablemente por la Intersindical e invocado por “France Insoumise”.
El referéndum popular es siempre un instrumento a rechazar por el sindicalismo de clase ya que somete a votación los intereses de los trabajadores, incluso de las clases que garantizan sus privilegios sobre la explotación de los asalariados. La democracia interclasista, principio fundacional de la burguesía, es lo opuesto a la lucha obrera, que se basa en el principio opuesto: la conciencia de que sólo con la fuerza de la huelga se puede derribar a la clase patronal, que por lo demás está en una posición de fuerza con respecto a la clase obrera y está en su capacidad de dividirla. ¡Por eso los trabajadores deben negarse a subordinar sus condiciones de vida a la opinión de los miembros de las clases parasitarias y explotadoras!
Tras el veredicto del Consejo Constitucional, emitido el 14 de abril, la Intersindical estableció una nueva jornada de movilización unitaria para el Primero de Mayo. El Día Internacional de la Lucha de los Trabajadores se convirtió así en la 13a movilización. Aunque no alcanzó las cifras de los mejores días (3,5 millones de manifestantes según la Intersindicale los días 7, 23 y 28 de Marzo) reunió a 2,3 millones de manifestantes en toda Francia (782.000 según la prefectura). La última marcha conjunta por el Primero de Mayo data de 2009 en Francia. ¡En Italia todavía estamos esperando que los líderes de los sindicatos de base puedan llevar a cabo el primero!
La Intersindical se reunió nuevamente el 2 de Mayo y acordó un nuevo día de acción el 6 de junio. Esto se debe a que el 8 de junio un pequeño grupo parlamentario, el LIOT (Liberté Indépendants Outre mer et Territoires), integrado por diputados independientes y de ultramar, habría presentado un proyecto de ley a la Asamblea Nacional (Parlamento) para derogar la reforma y confirmar la edad de 62 años para las pensiones. La Intersindical ha subordinado así el movimiento a los plazos de los órganos de las instituciones burguesas, sea el Parlamento o el Tribunal Constitucional, engañando a los trabajadores sobre su naturaleza y la posibilidad de su utilización en defensa de los intereses proletarios, confundiendo y alejando a los trabajadores de la conciencia de que sólo con la fuerza de la huelga extendida y generalizada pueden defenderse.
Por lo tanto, ya después del veredicto de la Corte Constitucional, la Intersindical comenzó a reducir los días de movilización nacional, convocando el siguiente a los 17 días (Primero de Mayo) y el siguiente al 6 de junio, luego de otros 36 días.
Tras la decimocuarta jornada de movilización nacional, el 6 de junio, la Intersindical pitó el final del partido.
Pero no la clase obrera. De hecho, la jornada demostró la persistencia de la movilización, a pesar de la pérdida de impulso: 900.000 manifestantes en toda Francia, incluidos 300.000 en París, según la CGT.
Una vez iniciada la manifestación, el secretario general de la CFDT Berger dejó claro que pretendía que fuera el acto final de la disputa: “se acabó el juego”, e invitó a los sindicatos a “evaluar su peso en el futuro equilibrio de poder” sobre otros temas: poder adquisitivo de los salarios, vivienda, condiciones de trabajo, etc. Una forma enrevesada de decir que la CFDT y la mayoría de la Intersindical, pretendía abandonar la movilización por las pensiones y reabrir el “diálogo social”, que en Italia llaman concertación.
El 7 de junio, como era de esperar, el presidente del Parlamento invocó el artículo 40 de la Constitución contra la moción del grupo LIOT (rechazo de una propuesta de ley si genera costos adicionales para el Estado). Al día siguiente, el grupo LIOT retiró la propuesta. Este es otro miserable resultado de la táctica sindical que confía en las instituciones del régimen burgués.
El 16 de junio la Intersindical se reunió por última vez antes del verano. A raíz de lo anunciado por el titular de la CFDT, el comunicado conjunto “reconoció la derrota”: «La intersindical y los manifestantes no lograron convencer al gobierno de dar marcha atrás en el aumento de la edad de jubilación de 62 a 64 años”. Sophie Binet, de la CGT, agregó que “con otro Presidente de la República, en otro país, hubiéramos ganado».
En otras palabras, según los líderes de los dos principales sindicatos franceses del régimen, era imposible que la clase obrera ganara: la derrota habría sido el resultado de la “negación de la democracia” y de los “numerosos forzamientos” de Macron, no de la combinación de factores inherentes a la lucha de clases: la forma de actuar de la Intersindical y el grado de combatividad del proletariado. Para ellos no hay lucha de clases sino la oposición entre “democracia” y “autoritarismo”.
El proletariado francés, en un tejido social que había cambiado desde la década de 1980 con la deconstrucción de las grandes empresas y la precariedad, se encontró frente a un gobierno decidido a no ceder, con un aparato represor fortalecido que recientemente se había entrenado contra los chalecos amarillos. Y frente a los sindicatos del régimen, preocupados por evitar el conflicto de clases, desviándolo hacia el parlamentarismo, implorando al gobierno que negocie para finalmente imponer la derrota y volver cuanto antes a la mesa del “diálogo social”.
Habiendo ganado, hoy el gobierno francés anuncia que tiene la intención de continuar la ofensiva con la reforma de la Renta Solidaria Activa (Revenu de Solidarité Active - RSA), un beneficio social para los más desfavorecidos, y una nueva ley de inmigración para dividir aún más a los trabajadores. Mientras tanto, ha aumentado el gasto en armamento, destinado tanto a la guerra en Ucrania como a la represión interna.
Un primer balance
El movimiento ya había comenzado antes de que se presentara la reforma. 2022 había sido un año particularmente intenso para las luchas sindicales en varios sectores: los trabajadores de la escuela en enero, luego los de las guarderías, la huelga de los trabajadores temporales de correos, liderada por el sindicato de base SUD, las huelgas en la RATP con demandas sobre el tema del mantenimiento y la seguridad, las interrupciones de las centrales nucleares lideradas por la FNME-CGT (Fédération Nationale des Mines et de l’Energie) y sobre todo las huelgas en las refinerías y depósitos lideradas por la combativa FNIC-CGT en octubre para exigir aumentos salariales (“Luchas obreras en Francia”). Finalmente, la huelga de los conductores de trenes SNCF del 23 al 25 de diciembre, organizada por un grupo de trabajadores al margen de los sindicatos.
También destaca en Noviembre el movimiento de señaleros de la SNCF del patio de maniobras de Bourget 2022, en la región de París (80 trabajadores ferroviarios), a menudo de nueva contratación sin tradición de huelgas, organizado con la sección Sud Rail. Inicialmente optaron por huelgas de 59 minutos por día durante las horas pico, lo que correspondía a 3 horas de interrupción del tráfico debido a los procedimientos de apagado y reinicio. En enero de 2023, ante la falta de respuesta de la gerencia, se pasó a dos paros de 59 minutos por servicio, y así hasta abril. Luego, con el inicio de la reforma previsional, se decidieron jornadas enteras de huelga, en rotación, de 23 días a partir del 7 de marzo y con gran número de huelguistas.
En el movimiento contra la reforma de las pensiones, de enero a junio de 2023 – aparte de los 14 días que vieron un gran número de manifestantes, desde las ciudades más grandes hasta los pueblos más pequeños – la participación en las huelgas se mantuvo por debajo de las de 1995 y 2010, especialmente para los trabajadores de la SNCF y la RATP, durante años la parte más combativa de la clase trabajadora. Los sectores que más se declararon en huelga, especialmente bajo la dirección de los militantes de la CGT, fueron los de energía, petroquímica y saneamiento urbano, principalmente en París. Los transportistas no se comprometieron.
Si bien los delegados sindicales reconocieron la importancia de la unidad y organización sindical, especialmente entre los más jóvenes y sin tradición de lucha y entre los precarios, la actitud de la Intersindical fue criticada por la parte más combativa de la CGT y por el sindicato de base del sur. Durante cinco meses, la Intersindical no se comprometió a extender los paros renovables, aislando a los petroquímicos, recolectores de basura, energéticos y ferroviarios, quienes quedaron solos frente a preceptos y represiones. Esta conducta es consecuente con el rechazo explícito a una gran huelga indefinida y con una organización centralizada, lo que hubiera significado mancomunar reivindicaciones, apoyando la organización en la base, con el objetivo de bloquear la economía. La unidad sindical se basó en cambio en una estrategia de presión sobre las instituciones, que la mayoría de los trabajadores entendieron que no tenía nada que ver con ellos.
Algunos militantes sindicales se mostraron partidarios de bloquear la producción movilizando y coordinando fuerzas para atacar algunos puntos estratégicos y logísticos (transporte, energía, puertos, etc.). Pero la Intersindical no pretendía bloquear la economía del capital nacional. Como subrayó Alexis Antonioli, secretario de la CGT en la refinería Total Normandy: «Sabíamos que todos los días aislados de huelga no doblegarían al gobierno. Cuando tienes una fuerza así, no puedes decir que no eras lo suficientemente fuerte (...) Teníamos una base radical, pero una dirigencia cuya línea era que no habría un paro rotativo».
Ni siquiera después de que el gobierno forzara la aprobación de la reforma el 16 de marzo, despertando la indignación y el enfado de amplios sectores de la clase trabajadora y agudizando aún más la combatividad, la Intersindical cambió de rumbo. Tampoco ha reaccionado a las acciones represivas, tanto patronales como policiales, que han golpeado a los trabajadores y militantes sindicales con mayor fuerza y brutalidad que en el pasado.
Hoy los trabajadores se enfrentan a un régimen más decidido a no ceder, dispuesto a utilizar la represión más violenta para lograr sus objetivos, que en última instancia se reducen a intensificar la explotación de la clase trabajadora. Así se acerca para el proletariado el momento del enfrentamiento físico con la burguesía. Pero los trabajadores todavía tienen que reconstruir sus organizaciones sindicales de clase y reconectarse con el partido revolucionario.
Porque nada detendrá a Macron y su camarilla, aunque pierdan sus escaños. Es mejor para la burguesía tener un partido de derecha, o un partido de extrema derecha como Marine Lepen, que dejar que gane el movimiento obrero.
Será la combatividad del proletariado – que envía señales claras a nivel mundial de que ha retomado su marcha histórica – la que permitirá restablecer el vínculo con su partido, factor de una victoria decisiva dentro de las organizaciones sindicales contra los dirigentes oportunistas y contra el sindicalismo colaboracionista y de régimen.
¿Control Obrero con Estado burgues?
Todavía siguen haciendo mucho daño al movimiento de los trabajadores las corrientes políticas que, con presencia en algunos sindicatos, insisten en promover el llamado “control obrero” en Venezuela. Estas corrientes dicen que el control obrero durante el gobierno de Chávez fue una farsa y que lo sigue siendo con el gobierno de Maduro. Lo que nos dicen estos “defensores del control obrero”, es que éste es posible en el marco del capitalismo, con un Estado burgués, y que solo hace falta un gobierno diferente, el famoso “gobierno obrero” o peor, “gobierno obrero y popular”, es decir, nuevos gobiernos burgueses, como ya lo ha comprobado la historia. Pero ya desde las batallas de la III Internacional la vanguardia del proletariado estableció los consejos de fábrica, como organismos a impulsar durante la Dictadura del Proletariado o en una situación pre-revolucionaria. Pero los Consejos de Trabajadores y el llamado control obrero exigido por algunas corrientes del movimiento sindical en Venezuela, solo han funcionado como instrumentos para la subordinación del movimiento obrero a los patronos, para mantener la paz laboral, para proteger las ganancias capitalistas y la continuidad operativa de las empresas; y así va a ser con el control obrero bajo el gobierno actual o con cualquiera de los nuevos gobiernos que lleguen a administrar los intereses de la burguesía, aunque se pongan el nombre de “gobierno obrero”.
Estas mismas corrientes también pretenden que el movimiento sindical incorpore en sus reivindicaciones la exigencia de estatización de empresas o el control de precios. La estatización de empresas no cambia el carácter capitalista de la sociedad actual y para los trabajadores, a los que se explota con el trabajo asalariado, es indiferente si los explota un patrón público o un patrón privado. Un ejemplo de actualidad es la gran explotación que sufren los trabajadores de la educación, cuyo patrón es el Estado. El control de precios que promueven estos movimientos oportunistas que siguen desorientando a los trabajadores, parte del reconocimiento a que los capitalistas obtengan ganancias y solo pretenden regular esta ganancia.
Todo esto es lo que éstas corrientes políticas engloban en lo que llaman un “programa clasista”. Pero con este programa solo pondrán a la clase obrera a marchar detrás de la burguesía, mal vestida de “socialista”.
La reanudación de la lucha de clase pasa por enfocar la agitación en el llamado a los trabajadores a la lucha por reivindicaciones realmente obreras, a la conformación de un Frente Unico Sindical de Clase, que organice a los trabajadores, planteando el norte de una Huelga General que derrote al gobierno, los patronos y los traidores de las directivas sindicales y permita conquistar un aumento de salarios, pensiones y jubilaciones por un monto igual o mayor al valor del costo de la vida. Este Frente deberá unir a todos los trabajadores sin distingo de oficio, nacionalidad o afiliación sindical.
Represion del gobierno venezolano contra trabajadores siderurgicos
El descontento de los trabajadores de la empresa estatal venezolana SIDOR (Siderúrgica del Orinoco) los llevó de nuevo a concentrarse a protestar en los portones de la empresa y a retomar el planteamiento de la huelga. En la llamada Planta de Pellas los trabajadores pararon la producción entre el 6 y el 12 de junio y sobrepasaron la resistencia de los efectivos de la Guardia Nacional destacados en SIDOR. Entre la noche del sábado 9 y la madrugada del domingo 10 de junio, funcionarios de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), apresaron al secretario de reclamos de Sutiss (sindicato de trabajadores de SIDOR), al delegado departamental de acería de planchones y palanquillas y a un trabajador, que luego fue liberado, quedando detenidos los otros 2 dirigentes sindicales. A estos dirigentes se les imputaron los cargos de incitación al odio, asociación para delinquir y boicot. Fueron detenidos también 22 trabajadores que intentaron mantener la toma de Planta de Pellas y llamaban a la lucha, iniciándose allanamientos y persecuciones. La noche del martes 13 de junio, luego de la introducción de un amparo constitucional, el Tribunal de Primera Instancia de Juicio del Trabajo, admitió una medida cautelar contra 22 obreros de Sidor vinculados con la protesta por aumento salarial y reincorporación de 5.000 trabajadores desactivados. De esta manera de Directiva de SIDOR detuvo la huelga, aunque el tribunal autorizó la liberación de los trabajadores. El tribunal les prohibió a los trabajadores la obstaculización de operaciones, disponer de los bienes y servicios de SIDOR promover “discursos de odio” por cualquier medio de comunicación. El Estado acostumbra llamar «discurso de odio» y «terrorismo laboral» a las exigencias de reivindicaciones laborales. Además de la medida dictada por el tribunal, la directiva de SIDOR está emitiendo calificaciones de despido a los obreros vinculados con la protesta. La exigencia de aumento salarial es calificada como “terrorismo” y de “asociación para delinquir”. Las leyes burguesas que establecen el “derecho a huelga”, son solo tinta y papel que el gobierno y los patronos rompen porque cuentan con la fuerza y el poder del Estado, que es un ente que existe sólo para defender sus intereses. Los trabajadores tendrán que seguir perseverando en sus reclamos salariales y tendrán que aprender que la mayoría de los que se declaran sus amigos son realmente sus enemigos. Paradójicamente el principal aprendizaje planteado es que el derecho a huelga solo se hará valer con la huelga! No es una contradicción ni un trabalenguas. Solo con la fuerza de la huelga los trabajadores podrán conquistar sus reivindicaciones y derrotar la represión. Además la huelga es la mayor expresión de la unidad de acción, de combatividad y de fuerza de la clase obrera. Los trabajadores tendrán que transitar el camino de la ruptura con la dirigencia sindical traidora y de construcción de sindicatos de clase que le permitan llevar sus luchas hasta sus últimas consecuencias y que integren a todos los trabajadores de localidades, regiones, países y grupos de países en la mayor expresión de su fuerza y su unidad de acción: LA HUELGA GENERAL.
Huelga de maestros en Brasil
Luego de asamblea realizada el 21 de junio, los trabajadores del sector educativo decidieron mantenerse en huelga contra el gobierno de Río de Janeiro en Brasil. Los trabajadores aprobaron de manera mayoritaria continuar con la huelga en exigencia de aumento salarial, aun cuando la decisión del Tribunal de Justicia (TJRJ) concedió medida cautelar al gobierno estatal, determinando la suspensión de la huelga bajo pena de multa diaria de 500 mil reales para el sindicato. Según el Sindicato Estatal de Profesionales de la Educación de Río (Sepe-RJ), cerca del 80 por ciento de los aproximadamente 60.000 profesores y 6.000 empleados que trabajan en las 1.200 escuelas de Río de Janeiro se sumaron al movimiento. Más de la mitad de los educadores y trabajadores administrativos activos y jubilados reciben pagos inferiores al salario mínimo. El sindicato organizó varias actividades de agitación y protesta y se mantiene a la espera de una propuesta de mejora salarial por parte del gobierno. Después de 44 días de huelga los trabajadores se reincorporaron al trabajo el viernes 30 de junio, en 1.200 escuelas de la red del Estado de Río de Janeiro, que atiende 678.000 alumnos. La decisión fue tomada en una asamblea el jueves 29, donde también se acordó mantener la movilización hasta que se cumplan los reclamos. Esta huelga muestra, una vez más, como para el gobierno burgués de Brasil la reducción del gasto público es más importante y prioritario que aumentar el salario a los trabajadores en correspondencia con el costo de la vida de los productores y sus familias. No hay otro camino que la lucha de los trabajadores, destacando la huelga como su principal forma de lucha.
Venezuela: El electoralismo frena la lucha de clases
El 14 de julio se realizó en Venezuela (Caracas) una concentración exigiendo aumento salarial y exigiendo la conversión de los bonos en salarios. Los grupos asistentes eran principalmente del Frente Popular en Defensa del Salario (FRENPODES) integrado por una corriente del chavismo que viene criticando a la corriente que está en el gobierno de Maduro. También hubo presencia de algunos trotskistas y estalinistas del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Se realizó marcha hasta el Tribunal Supremo de Justicia para hacer entrega de un recurso de amparo, documento donde se exige un aumento del salario mínimo y una salarización de bonos a trabajadores de los sectores público y privado.
Esta jornada de agitación no está sin embargo conectada a un impulso de la organización y unidad de los trabajadores para su lucha reivindicativa, sino que se inscribe dentro de los preparativos para la contienda electoral y las venideras elecciones presidenciales, en las que un grupo de partidos y movimientos pretenden constituirse en una alternativa ante las candidaturas del gobierno chavista y de sus opositores de derecha.
Ya el ambiente electoralista viene creciendo en Venezuela y termina reflejándose en las luchas de los trabajadores. Todas las corrientes políticas y sindicales que intervienen en el movimiento obrero se inscriben dentro de esta pugna electoralista y la trasmiten a las organizaciones sindicales y de base de los trabajadores.
El gobierno y el empresariado coinciden en la búsqueda de un aumento de la tasa de explotación de los trabajadores y en la reducción de los costos laborales; por los momentos tienen diferencias en las políticas a implementar para lograrlo. Los representantes del empresariados plantean estar de acuerdo con un aumento de salarios que vaya acompañado de la eliminación de la retroactividad de las prestaciones sociales y otras medidas de flexibilización laboral y, por otro lado, la representación del gobierno está alineada con la política de mantener el monto de los salarios y “compensarlos” con el pago de bonos, para controlar los efectos del dinero circulante en la inflación. El sector del movimiento sindical que ha planteado exigencias que van en contra de ambas posiciones anti-obreras, no ha realizado intentos serios por la organización de un solo frente o coordinadora sindical que asuma la preparación de una Huelga General. Pero además, este sector del movimiento sindical ya ha mostrado su integración a la campaña electoral. Un ejemplo es la Intersindical que tomó fuerza a raíz de la lucha de los trabajadores de la educación, ya que muchos de sus integrantes se han integrado a varios comandos de campaña electorales.
Las luchas de los trabajadores solo podrán avanzar si el movimiento sindical se aparta del electoralismo, si se trabaja seriamente en la conformación de un Frente Único Sindical de Clase (que solo puede ser construido por la base de los sindicados y de los trabajadores contra las dirigencias actuales) y si se agita y se trabaja concretamente por la preparación de una Huelga General para la exigencia de un aumento significativo de salarios, pensiones y jubilaciones, reducción de la duración de la jornada de trabajo y mejora de las condiciones y medio ambiente en que se labora.
Siderurgicos en Argentina luchan por aumento salarial
En Argentina la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) anunció el viernes 14 de julio un plan de lucha con paros nacionales, tras fracasar las negociaciones salariales con las cámaras empresarias metalúrgicas. La organización definió convocar a tres paros nacionales: el primero el 18 de julio, de 10 a 21 horas, con movilización al edificio Catalinas. El segundo el 19 y 20 de julio paro nacional por 48 horas y el tercero, del 26 al 28 de julio, paro nacional por 72 horas. Las acciones cuentan con el respaldo de los 54 secretarios generales de las seccionales sindicales y los trabajadores las han asumido con entusiasmo.
La lucha tiene como exigencia central el aumento de los salarios. «Por primera vez, en los 80 años de historia de la Unión Obrera Metalúrgica, el trabajador percibe un salario por debajo de la canasta básica alimentaria y apenas encima del salario mínimo, vital y móvil, luego de aportar 189 horas mensuales de fuerza de trabajo a la producción industrial», declaró la UOM. En los cuatro encuentros con las cámaras empresarias, la UOM solicitó un 10% de aumento del salario respecto a la comisión paritaria del trimestre anterior (en la que acordaron un 18% de mejora) y un 30% de aumento salarial para el trimestre julio-septiembre, además de un bono de 60 mil pesos por el día del metalúrgico. Al momento de preparar esta nota, el sector patronal no había hecho una contraoferta y «desconocen que se repongan los salarios del trimestre pasado y en todo caso ver cómo se compensan en la nueva negociación», según dijeron fuentes metalúrgicas.
Mientras el gobierno se mantiene firme en su política de reducción de los costos laborales de las empresas, de frenar los aumentos salariales y de aumentar la tasa de explotación de los asalariados, la tendencia de la dirigencia sindical es concentrar sus esfuerzos en la negociación en la Paritaria, donde se sientan con los patronos y el gobierno, y en cambio vacilan y demoran en asumir la alternativa de la Huelga. Los trabajadores han demostrado su disposición de lucha, pero toda la trayectoria de la dirigencia sindical nos lleva a prever que no avanzarán hasta la ejecución de una Huelga indefinida y tampoco buscarán sumar a la Huelga a otros sectores de los trabajadores que también viven la dura situación a consecuencia de la caída generalizada del salario real de los trabajadores. De hecho en algunas empresas siderúrgicas los dirigentes sindicales no ejecutaron la acción de la huelga, pese al buen ánimo y disposición de los trabajadores. Que sea esta una oportunidad más para aprender de las experiencias y el movimiento obrero argentino tome el camino de la reanudación de la lucha de clases, del resurgimiento de sindicatos de clase, de la constitución de un frente único sindical de clase y del rescate de la Huelga como única forma de lucha capaz de derrotar a los patronos, a los gobiernos de turno y a su aparataje parlamentario, judicial y policial.
Según lo convenido con tiempo y previa convocatoria del centro internacional del partido, su reunión general se realizó del viernes 26 al domingo 28 de mayo. Individuos y grupos locales se conectaron bajo la modalidad de teleconferencia.
En la reunión preparatoria del viernes, reservada a los camaradas, estuvieron representados 11 países, en las sesiones del sábado y del domingo, abiertas también a candidatos de probada seriedad, 13.
También en esta reunión se resolvió felizmente la comunicación entre los diferentes idiomas facilitando a los presentes la traducción escrita al inglés, italiano y español, tanto de los informes de las secciones como de los grupos del viernes (estos también redactados y enviados al centro con antelación) así como informes ampliados del sábado y el domingo. Los complementos, informaciones, solicitudes de aclaración y propuestas de participantes se tradujeron inmediatamente. Tal predisposición para que todos los compañeros puedan conocer y apreciar plenamente nuestro trabajo en todas sus partes y en general.
Como es característico del partido, la marcha de todas sus actividades, incluidas las reuniones – si bien requiere siempre de un gran compromiso y en ocasiones debe enfrentarse a cuestiones de difícil e inmediata solución – se desarrolla en el más completo orden y disciplina. De manera natural y espontánea trabajamos juntos por el comunismo, sin tener que depender de estatutos, leyes, reglamentos. No porque nos atraiga el mito pequeñoburgués de la libertad y la anarquía, siempre individualista, sino porque podemos ir más allá de estas miserias, ya que el partido es una estructura no atravesada por intereses de clase contrapuestos.
Así será para la sociedad comunista y, antes de ella, también para el renacido partido fuerte y extendió a escala mundial.
Este fue el programa de trabajo.
Viernes |
La ideología burguesa, parte III, las herejías. |
Sábado |
El curso del capitalismo |
La intervención en los sindicatos en los Estados Unidos |
Luchas obreras en América Latina |
La teoría marxista de las crisis |
El desarrollo del capitalismo en México |
Orígenes del comunismo en Turquía |
La actual crisis social en Turquía |
Domingo |
Las huelgas en Francia contra la reforma de las pensiones |
La guerra civil en Italia en la primera posguerra |
Actividad sindical del partido en Italia |
La cuestión militar: la guerra civil en Rusia |
La cuestión agraria, aspectos históricos |
Los orígenes del Partido Comunista de China |
A continuación sigue el resumen de los informes.
El de las huelgas en Francia contra la reforma de las pensiones aparece íntegro en otra página de este mismo número.
La ideología burguesa - Las heregías
En los siglos XI y XII nacieron o renacieron ciudades, especialmente en el centro-norte de Italia y en Flandes, pero también en el norte de Francia, Borgoña, Provenza y la Alemania renana. Allí se asientan aquellas clases preburguesas, comerciantes y pequeña nobleza, que chocan y luego se fusionan y dan lugar hacia el siglo XIII, a la burguesía. En el centro-norte de Italia, también en esos siglos, las Comunas se afirmaron, tendientes a una autonomía real del imperio y al autogobierno, de manera más marcada que en las demás regiones del antiguo Imperio Carolingio.
Junto a las ciudades y la burguesía aparecen las “herejías”, de forma incomparablemente más evidente que en siglos anteriores. Estas concepciones religiosas, heréticas o no, se basaron siempre en el “milenialismo”, la expectativa del fin de los tiempos, el mesianismo y el modelo de las primeras comunidades cristianas, donde todos los bienes eran de común compartimiento.
Estas concepciones no constituyeron una ideología útil para la burguesía, pero fueron adoptadas y a menudo también por comerciantes. A esto podemos dar dos explicaciones. La primera y más evidente, consistía en la preponderancia de una ideología religiosa que veía en la vuelta a los orígenes, el único remedio posible contra un presente “degenerado” por la “corrupción” de la Iglesia y del Imperio, instituciones que más bien deberían andar sobre las huellas de la divina Providencia. Esta ideología fue compartida no solo por burgueses y nobles sino, también por campesinos y plebe urbana.
La segunda explicación, que nos interesa más, consiste en que la naciente burguesía, sintió, aunque confusamente, la necesidad de oponerse a todo el sistema feudal, al que criticaban todas las concepciones milenaristas y pauperistas. A falta de una ideología propia, la burguesía hizo uso de estas censuras, aceptando junto con ellas, las concepciones de las que formaban parte, fueran o no heréticas.
El sueño-necesidad del comunismo
Pathars, Cathars, Waldenses, Spirituals, Friars, Michaelites, Dolcinians: estas fueron las principales herejías entre los siglos XI y XIV.
En nuestra prensa hemos tratado el “sueño-necesidad del comunismo”. El comunismo se convierte en una posibilidad real sólo con la afirmación del capitalismo, cuando la razón comunista se une al sentimiento comunista, es decir, a nuestro programa histórico científico, a mediados del siglo XIX. Antes de eso, el sentimiento comunista, presente desde la antigüedad en oposición a las sucesivas sociedades de clases, sólo podía tomar las formas de milenarismo, mesianismo y utopismo.
Por lo general las herejías no surgían como tales, y mientras subsistían las diferencias doctrinales, a menudo se toleraban. Ya no lo fueron más cuando no obedecieron la autoridad del Papa y de los obispos, predicando nuevos principios y creando nuevas órdenes religiosas sin su permiso.
En los siglos XI y XII la actitud de la Iglesia aún no era unívoca: las medidas contra los herejes oscilaban entre la conversión, la confiscación de bienes (ciertamente la medida más difundida) y en los casos más “obstinados” la prisión y la pena de muerte.
Hubo un punto de inflexión con el Papa Inocencio III y su decreto “Vergentis in senium” de 1199, que hacía referencia al derecho romano, a los códigos de Teodosio y Justiniano y a las penas entonces reservadas a los maniqueos. La herejía se asimilaba al delito de lesa majestad, y el delito contra el Emperador se convertía en delito contra Dios, mientras que los delitos contra el Emperador podían ser castigados como herejías. A veces la gente común de las ciudades y los campesinos mataban y quemaban a los presuntos herejes antes de que la Iglesia se pronunciara, pero también es cierto que las instituciones de la ciudad participaban muchas veces, sin ningún deseo en las iniciativas episcopales e inquisitoriales contra los herejes. Esto fue a veces por simpatía hacia ellos, pero sobre todo por temor a ver limitada su autonomía en favor del obispo, la Inquisición y la Iglesia.
El apocalipsis
El término deriva del griego “apocalipsis”, que significa manifestación, revelación, aparición, develamiento. El Apocalipsis de Juan, escrito a fines del primer siglo, tenía este significado. En los siglos siguientes el término tomó el significado de muerte, miedo y terror.
Hoy la visión apocalíptica es mayor en la burguesía atea y racionalista que en los que tienen una creencia religiosa. La burguesía, sea atea o religiosa, huele la muerte de su clase que no tiene futuro, porque no puede ni quiere creer en un futuro sin capitalismo, sin burguesía. “El mundo no tiene futuro” – dicen. De ahí sus oscuras y lúgubres visiones angustiosas del futuro, pobladas de pesadillas de desastres ambientales, climáticos, alimentarios, nucleares, demográficos, etc. Naturalmente todo esto para ellos, no se debe al sistema de producción capitalista, sino a la imperfección, o a la maldad de la naturaleza humana.
Incluso la ciencia ficción crea mundos, más allá de las apariencias, muy similares al real. Ni siquiera en la fantasía la burguesía puede concebir un mundo que no esté moldeado por las relaciones de producción capitalistas.
La esperanza, la certeza en el “reino de los cielos”, el futuro de las clases bajas que han precedido el nacimiento del proletariado, fueron heredados por los comunistas.
Sentimiento y razón comunista
Todos los grupos de los siglos medievales en cuestión, heréticos y no, imbuidos de milenarismo, mesianismo y joaquinismo, pueden hacernos sonreír por sus visiones ideológicas, pero están de nuestro lado de la historia. El término “compagni” deriva del latín “cum panis”, e indica a los que comen en la misma mesa. Este término fue comúnmente utilizado por los franciscanos.
Es sólo con el nacimiento del capitalismo y la reflexión sobre el mismo, culminando en el Manifiesto Comunista de 1848, que el sentimiento se une a la razón y la ciencia, dando lugar a nuestro programa histórico. En nombre del común sentimiento comunista, con los diversos Valdo, Francesco y Dolcino, nos sentamos a la misma mesa y compartimos el mismo pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre.
El mismo pan que el capitalismo convierte en piedra. Esto último no es sólo una metáfora: el propio Marx describe cómo ya en su época se mezclaba polvo de mármol con la harina, para aumentar el peso del pan, y por tanto venderlo a mayor precio y ganancia.
La realidad del capitalismo es peor que cualquier fantasía, y es peor que cualquier “complot” que los burgueses inventan para dar una fácil explicación a lo que no saben, no pueden y no quieren entender.
El curso del capitalismo mundial
Los últimos dos años han sido particularmente caóticos.
La inflación está de vuelta, después de años de deflación tras la gran crisis de 2008-2009. Durante un breve período la producción no pudo satisfacer la demanda, los puertos estaban congestionados y no había suficientes porta-contenedores disponibles, los precios de los transportes, de las materias primas y de la energía se dispararon; de ahí los precios de los cereales, tras una sequía generalizada y la gran demanda de China para alimentar a la población y sus ganaderías. A partir de febrero de 2022, se agregó la guerra imperialista entre Rusia y Ucrania, lo que provocó que los precios de la energía y los cereales se dispararan temporalmente.
Además, a partir de marzo de 2022, la FED comenzó a subir las tasas de interés para combatir la inflación y volver a una situación “normal”, una movida seguida por todos los demás bancos centrales importantes, con la excepción de Japón. Pero después de años de tasas de interés cercanas a cero, o incluso negativas, tal aumento no puede estar exento de consecuencias y, a su vez, aumentar el caos.
Las causas ocasionales y de fondo del retorno de la inflación han sido explicadas en informes anteriores. Otro factor fue la práctica del “just in time” (justo a tiempo) de las empresas que, para abaratar los costos de producción, reducen al mínimo los inventarios. Así, cuando terminó el período de confinamiento por el Covid en la mayoría de los grandes centros imperialistas, las empresas para abastecerse simultáneamente emitieron pedidos a los proveedores. La demanda fue tan repentina y colosal que estos no lograron satisfacerla. Del mismo modo, las navieras monopólicas, que hasta entonces habían tenido un excedente de buques porta-contenedores, no pudieron satisfacer la demanda y los fletes comenzaron a aumentar. Esto ha resultado en cuellos de botella logísticos y un aumento de los precios.
Después de este aumento repentino de la demanda, los precios de las materias primas y de la energía comenzaron a subir.
Dado que los productores y las multinacionales del sector gozan de una posición de monopolio, la especulación, en determinadas circunstancias, condujo a fuertes oscilaciones de los precios, que arrojó rentas estratosféricas en 2021 y 2022.
La interrupción del suministro de gas y petróleo de Rusia, impuesta a Europa con el pretexto de la guerra en Ucrania, ha disparado los precios. Estos alcanzaron su punto máximo en julio-agosto de 2022; han disminuido desde entonces, el precio del barril de petróleo incluso ha bajado a $70 por un cierto período.
Temiendo una caída de los precios a causa de la inminente recesión, la OPEP+, tras recortar la producción en 2 millones de barriles en octubre, la redujo en otros 1,1 millones a partir de mayo y la reducirá otros 1,6 millones a partir de julio. El anuncio tuvo poco impacto en el precio del petróleo, que solo subió a 80 dólares antes de caer por debajo de 72 dólares a finales de mayo. El gas natural, tras alcanzar un pico de 350 euros el Mwh, volvió a caer por debajo de los 30, acercándose a los precios de los años anteriores al Covid: en torno a los 20 dólares el Mwh.
Además de estas causas inmediatas, hubo una inversión insuficiente durante la última década debido a los bajos precios. Hoy, tras el fuerte aumento de los precios, las inversiones se dirigen hacia los hidrocarburos y las de energías renovables están disminuyendo. El costo promedio de producir petróleo en alta mar es de 18 dólares, en tierra firme de 28. El resto es renta.
A pesar del dólar más fuerte, que baja el precio de las importaciones, la inflación en Estados Unidos fue superior a la de Europa en 2021, antes de la invasión de Ucrania y en la primera mitad de 2022; más tarde la diferencia se invirtió. Luego de tocar picos en junio de 2022 para Estados Unidos y octubre de 2022 para la Eurozona, la inflación ha caído de manera sostenida (como se pudo apreciar en el gráfico expuesto en la reunión). La inflación comenzó a caer antes en los EE. UU., a pesar de los planes de inversión muy altos, porque las tasas de interés subieron antes y más rápido en los EE. UU. Como resultado, la inflación, aunque está cayendo, ahora es más alta en Europa que en los Estados Unidos.
El descenso de la inflación media en la Eurozona esconde una disparidad entre países. Si Alemania ha sido tradicionalmente uno de los países europeos con la inflación más baja, no sorprende que el país que aprovechó los suministros baratos de Rusia terminó liderando el aumento inflacionario, seguido de Italia y el Reino Unido. En Francia, donde el gas ruso representó solo el 17% del gas importado, la inflación se mantuvo más baja; pero aquí todavía no tenemos una caída de la inflación, aunque la contracción del consumo esté ejerciendo presión deflacionaria, como en otros países.
De hecho, además de provocar repetidas crisis bancarias a causa de la devaluación de los bonos de baja tasa de interés, el aumento de las tasas también induce una disminución del consumo, lo que a su vez conduce a una contracción de la producción, o al menos a una fuerte desaceleración de su crecimiento.
Los países más afectados son los países asiáticos Japón y Corea, seguidos de Alemania. Incluso Estados Unidos está experimentando una fuerte desaceleración, a pesar de las grandes inversiones y el plan de apoyo al consumo de los hogares. Como se destaca en un gráfico, Japón ha estado en recesión constante desde septiembre de 2021. Alemania, además de cuatro meses con aumentos positivos respecto al año anterior, ha estado constantemente negativa desde septiembre de 2021, con aumentos anuales que oscilan entre -0,1% y -5,5%. Reino Unido, por su parte, se encuentra en plena recesión desde octubre de 2021, lo que explica las numerosas huelgas y manifestaciones que están sacudiendo al país.
Del mismo modo, desde septiembre de 2021, Francia ha fluctuado entre aumentos anuales ligeramente positivos y ligeramente negativos, con la mayor diferencia que va de +1,8% a -2,8%.
Italia ofrece un cuadro ligeramente mejor, pero desde junio de 2022, los aumentos negativos han superado a los positivos.
Polonia, que ha visto un fuerte aumento en la producción desde su ingreso en la Unión Europea, ha visto una ligera caída en la industria en los últimos tres meses, después de una fuerte desaceleración entre octubre y diciembre, y está sintiendo los efectos de la caída de la demanda internacional.
Como se ve en el gráfico, la caída de la producción en Corea del Sur es espectacular. Mientras que Alemania depende en gran medida de los mercados mundiales, chino, europeo y norteamericano.
India parece estar escapando de la deflación global por ahora, con incrementos aun relativamente elevados. Esto es indicativo de su escasa integración en el mercado mundial y de la relativa debilidad de su industria en relación con su peso demográfico.
Después de una marcada recesión de agosto de 2021 a marzo de 2022, Brasil experimentó una ligera recuperación de julio de 2022 a noviembre de 2022. La caída anual de -1,1% registrada en diciembre es indicativa de un regreso a la recesión.
En Turquía, tras una fuerte ralentización de la producción industrial a partir de julio de 2022, los aumentos son ahora negativos, cayendo hasta el -7,5% en febrero de 2023.
Canadá, un importante exportador de materias primas, especialmente de petróleo, ha visto cómo todos sus incrementos siguen siendo claramente positivos, pero se han ralentizado considerablemente desde junio de 2022, pasando del 5,8% anual en mayo de 2022 al 1,7% en febrero de 2023.
Concluyendo. Inexorablemente, el viejo topo continúa su magnífica labor de socavamiento. Las contradicciones en el subsuelo económico crecen cada vez más, generando colosales presiones que terminarán por reventar el caparazón capitalista como un gigantesco volcán que libera la presión acumulada.
Impulsado por la necesidad, el proletariado del mundo entero volverá a ponerse en movimiento para retomar, dirigido por su partido de clase, su lugar en la historia.
Nuevamente una Turquía neo-otomana
A medida que la crisis económica se agravaba y las recetas del gobierno para afrontarla fracasaban, al menos parcialmente, la burguesía turca encontró una distracción en la reivindicación de las libertades democráticas, la protesta contra el clientelismo y la corrupción generalizada. Un conjunto heterogéneo de agravios contra el partido gobernante llamó la atención de los votantes: la falta de respeto a los derechos civiles, a las mujeres, a las minorías, a los kurdos, a los homosexuales y a los transexuales; la falta de méritos en el acceso a los órganos y cargos estatales; la postura hostil hacia los principios democráticos laicos de tipo occidental; las detenciones arbitrarias de opositores y periodistas y las consiguientes condenas judiciales.
Se dio un cierto espacio a la opresión de la clase obrera, pero en las formas débiles en que la denuncian todas las fuerzas burguesas de la oposición, insistiendo en la falta de seguridad en el empleo, los salarios por debajo de la subsistencia y del mínimo legalmente establecido, la presencia legal de niños trabajadores en las fábricas, etc.
La oposición había declarado que las elecciones de este año eran cruciales, que “el pueblo” tomaría por fin la “decisión correcta” y que “Turquía” saldría así de esta difícil situación. Muchos partidos de izquierda se adhirieron a esta retórica.
Asi se presentaba una sociedad “polarizada” en la que, incluso en sectores importantes de la clase obrera, existía la expectativa de que “esta vez” la oposición lograría una verdadera “victoria” electoral. “Turquía” volvería a la senda de la democracia parlamentaria y resolvería sus problemas pacíficamente, según las normas democráticas de un Estado europeo, y se convertiría en un país “más capaz de competir con el mundo”.
La burguesía turca y las elecciones
En cambio, esta ronda electoral ha sido otro enfrentamiento entre bandas burguesas. Todo apunta al menos a un compromiso temporal entre las facciones enfrentadas, con el aquelarre del ganador Erdoğan intentando hacerse con la parte del león.
Uno de los contrastes internos de la burguesía turca se da entre las organizaciones de la patronal industrial. Los grandes industriales estaban organizados tradicionalmente en la TÜSİAD (Asociación Turca de Industria y Negocios), fundada en 1971, con más de 2.100 miembros que representan a 4.500 empresas, que alimentan el 80% del comercio exterior, emplean al 50% de la mano de obra y pagan el 80% de los impuestos de las empresas. Una nueva patronal, relativamente pequeña pero en rápido crecimiento, se organiza en la MÜSİAD (Asociación de Industriales y Empresarios Independientes), fundada en 1990, con 13.000 miembros que controlan 60.000 empresas. La TÜSİAD se declara laica y prooccidental, la MÜSİAD se asume islamista y progubernamental.
En el frente exterior la TÜSİAD favorece las relaciones estrechas con Occidente, y en particular con Estados Unidos, mientras que la MÜSİAD apoya la política del gobierno actual de convertirse en una potencia imperialista regional relativamente independiente.
En los primeros años, Erdoğan contaba con el apoyo de la TÜSİAD, y apoyaba abiertamente la adhesión a la UE. Pero tras la época del movimiento Gezi en 2013, Erdoğan y la TÜSİAD se distanciaron hasta que Erdoğan acusó a la TÜSİAD de ponerse del lado de la oposición. Erdoğan, además de político, es el jefe de una de las mayores “familias” de la Turquía de hoy, con cierto peso en la nueva burguesía organizada en la MÜSİAD.
Entre la “vieja” y la “nueva” burguesía, la principal acusación se reduce a la de “competencia desleal”, la burguesía rampante, favorecida por el gobierno, que a menudo emplea a trabajadores inmigrantes con salarios muy bajos y en pèsimas condiciones, mientras que las grandes industrias están obligadas en su mayoría a contratar en el marco de la ley. Otra cuestión es la política del gobierno en materia de tasas de intereses.
Un frágil compromiso
A pesar de lo que se decía en la propaganda electoral, el primer movimiento de Erdoğan tras las elecciones fue tender una rama de olivo a la gran burguesía. Mehmet Şimşek, conocido por su proximidad a las estrictas políticas económicas de estilo occidental, fue nombrado poderoso ministro de Hacienda y Finanzas: un claro intento de ablandar a los mercados financieros. Además, figuras controvertidas como el ministro del Interior, Süleyman Soylu, no encontraron sitio en el gabinete.
La TÜSİAD aceptó de inmediato la generosa oferta de Erdoğan, pidiendo estabilidad y reformas. Algunos periodistas y economistas de la oposición fueron más allá y, aprobando el nombramiento de Mehmet Şimşek, coincidieron en que “todos estamos en el mismo barco”.
Así, al igual que los resultados de las elecciones se determinaron en el tablero de dibujo y no en las urnas, el final de la crisis del país se deshizo no por la alardeada “voluntad del pueblo”, sino por movimientos calculados teniendo en cuenta las relaciones de poder entre las bandas burguesas internas y entre las potencias imperialistas. La victoria de Erdoğan fue al mismo tiempo una victoria para Rusia, de los Estados del Golfo y la mayoría de los Estados europeos, que temen a los inmigrantes, y una parcial derrota para los Estados Unidos y los Estados europeos cuyos intereses están más alineados con la OTAN.
Con la resolución de la crisis en Turquía, los EEUU en particular no dudarán en normalizar las relaciones con Erdoğan, a cambio de permitir la entrada de Suecia en la OTAN y tal vez con la entrega de F-16, que fue denegada tras la compra del sistema de armas antiaéreas ruso S-400.
Todos estos hechos sugieren que lo más probable es que se haya alcanzado a un compromiso sobre Turquía y su lugar en la jerarquía imperialista.
Pero la economía sigue sumida en una grave crisis, la inflación sigue siendo superior al 40% anual y, desde luego, no se vislumbra una recuperación significativa de la acumulación. En resumen, sería un error pensar que las partes enfrentadas han resuelto sus diferencias de forma permanente.
Las elecciones siempre van en contra de los intereses del proletariado
Ninguno de los partidos que participaron en las elecciones prometió condiciones y horarios de trabajo más ligeros, ni aumentos salariales para contrarrestar la inflación. Ningún partido exigió más derechos para las minorías oprimidas o los refugiados que huyen de la guerra.
Cuando se considera a quién han perjudicado y a quién han beneficiado las posiciones comunes de los partidos opositores, queda claro que todos están en realidad del lado de la burguesía y nunca de los trabajadores.
La democracia es un sistema en el que no hay lugar para los partidos que se oponen a la burguesía. La participación de los comunistas en las elecciones, además de no ser eficaz para la toma del poder por la clase obrera, debe descartarse ahora también como plataforma de propaganda, debido a los graves malentendidos que inevitablemente engendra en la clase acerca de los objetivos revolucionarios del partido.
Hoy en día, la democracia burguesa en todo el mundo ya no contiene ningún aspecto progresista. Tanto más para los trabajadores y los oprimidos.
Incluso estas elecciones en Turquía, aparte del clima aparentemente caldeado entre los dos bandos, se mantuvieron dentro del marco institucional democrático y no tuvieron los resultados perturbadores, quizás incluso sangrientos, que insinuaba la propaganda interesada en dramatizar ese rito. De hecho, el objetivo de la clase dominante es desviar la atención del proletariado hacia las cuestiones interclasistas e impedir cualquier referencia circunstancial y no genérica a la condición de la clase obrera, incluso enfatizando y exagerando arteramente las diferencias mínimas e insignificantes en los programas de los partidos en el terreno.
Las elecciones en Turquía demostraron una vez más que la burguesía, tras la máscara democrática, nunca renunciará a un ápice de represión estatal mientras pueda. Los grupos oprimidos en Turquía (mujeres, kurdos, homosexuales, personas trans, inmigrantes, etc.) lo saben: ¡los genocidios, torturas, masacres, migraciones forzadas, ejecuciones, sentencias injustas y hechos repugnantes y monstruosos similares no son cosa del pasado! Por cuanto que los Estados burgueses traten de ocultarlo, por mucho que lo nieguen, estas abominaciones siguen cometiéndose.
Los kurdos, las mujeres, los discriminados, que pagan el precio de estas crueldades, nunca podrán mitigar la opresión que sufren con el instrumento electoral. Antes de las elecciones, los partidos de la izquierda burguesa afirmaban “podéis resolver vuestros problemas votándonos cada cuatro años”. Esta actitud sólo refuerza la ilusión de que la solución está en el voto y no en subordinar todas las reivindicaciones sociales a la fuerza de la clase obrera, a su organización independiente, a la sindicalización y a las huelgas y no a la ilusión de que es más fácil alcanzar el socialismo mediante el reformismo, el “sentido común” y una victoria electoral.
De las urnas saldra siempre la voluntad del capital. No será la educación la que abra los ojos de los electores.Y tampoco lo hará su condición de asalariados explotados o de minorías oprimidas. La ideología dominante será siempre la ideología de la clase dominante. Sólo en el partido comunista se consagra conscientemente la condena de la sociedad burguesa.
La idea de que las jóvenes generaciones proletarias y oprimidas se inclinarán hacia el comunismo únicamente por efecto de la evolución social y el entorno cada vez más cosmopolita, el acceso a más información gracias a Internet y el rápido aumento del número de estudiantes en las universidades y la migración de las zonas rurales a las urbanas es completamente errónea.
De hecho, estas elecciones han demostrado que las tendencias de derechas también están en aumento en la generación más joven. Muchos, incluidos los jóvenes, se quejan de que el gobierno actual no es suficientemente racista, de que los inmigrantes son la causa de sus problemas.
Una vez más se ha demostrado que el camino hacia la liberación de los trabajadores no pasa por la democracia burguesa.
El verdadero partido comunista no renuncia a sus principios y no teme de expresarlos para no perder simpatizantes o, lo que es peor, ¡votos! El verdadero partido comunista no tiene nada que ver con la democracia burguesa, que apesta a cloaca, donde se alimenta de sucias mentiras de todo tipo.
La guerra civil en Italia en la primera posguerra
Se presentó el informe final de la investigación sobre el tema de la guerra civil en Italia en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. En los capítulos anteriores habíamos destacado la relación de fuerzas entre las clases sociales entonces existentes bajo sus diversos aspectos: una parte significativa del proletariado decididamente al ataque a nivel revolucionario; una burguesía nacional inicialmente resignada a la pérdida de su poder; un Estado burgués incapaz de apoyarse en sus órganos represivos, sobre todo el ejército y la policía.
De modo que ningún gobierno intentó enfrentar al creciente movimiento proletario en una confrontación abierta, sino que todos intentaron estancarse a la espera de que se debilitara el ímpetu proletario. El tiempo jugó a favor de la burguesía. Los diversos gobiernos burgueses de izquierda complacían al proletariado comprometiéndose con él, concediendo reformas o prometiendo su implementación.
Sin embargo, mientras cedía y prometía, todos los sucesivos gobiernos blindaron y fortalecieron los órganos represivos del Estado y contribuyeron a la creación de esas organizaciones armadas extralegales que luego serían absorbidas por el fascismo.
Pero el Estado burgués y sus gobiernos no podrían lograr sus objetivos sin la ayuda decisiva, del partido que se suponía representaba la guía de la clase obrera hacia la revolución: el Partido Socialista. Hemos destacado la traición del partido y de la central sindical por sus sistemáticos sabotajes a las luchas obreras. Ludovico D’Aragona, secretario general de la CGL y diputado socialista, aspirante al ministerio de Trabajo en el primer gobierno de Mussolini, se jactó de “haber impedido el estallido de esa revolución que meditaban los extremistas”. Incluso los diarios económicos y de la industria no dejaron de reconocer este mérito.
Mientras los gobiernos ralentizaban y la socialdemocracia desarmaba moral y materialmente al proletariado, la burguesía se organizaba formando escuadras extralegales, de carácter militar, para golpear a las clases trabajadoras en sus puntos más débiles, sembrando la muerte y el terror.
En el informe también mencionamos un documento fascista redactado cuando aún este estaba en proceso de formación, donde se daban directrices precisas de carácter militar en cuanto a la ocupación territorial y el terrorismo. En este documento vemos muy claramente cómo el fascismo basó la claridad de la victoria, en la incapacidad socialista y su federalismo.
Ante el ataque terrorista del fascismo, solo nuestro partido dio la consigna de responder a la violencia con violencia; y nuestros escuadrones militares, manteniendo su propia autonomía organizativa, siempre participaron en la primera fila de todas las acciones bélicas.
La última serie de nuestros informes estuvo precisamente dedicada, a la recreación de las gloriosas batallas sostenidas por el proletariado contra los ataques terroristas de los fascistas y las fuerzas represivas del Estado junto con la colaboración “externa”, pero no menos mortífera, del partido socialista y la central sindical, que con su falso pacifismo contribuyeron a la desorganización del proletariado y a su desarme moral y material.
También hemos mostrado cómo el rechazo de la socialdemocracia a la violencia, se refería sólo a la dirigida contra la democracia burguesa, cuando se hacía para quebrarla y reprimirla.
Los comunistas nunca han exaltado la violencia por su belleza, simplemente afirman que es necesaria y que es tarea del partido de clase, organizar al proletariado para su ejercicio coordinado y sistemático a fin de instaurar esa dictadura, que entonces también debe ser defendida con igual violencia.
Los episodios de guerra que hemos mencionado en nuestros informes, ciertamente no son los únicos apoyados por el proletariado, pero los mencionados son suficientes para dar una idea clara, de la voluntad de lucha de los proletarios italianos. Sería difícil encontrar un pueblo o aldea donde los trabajadores no hubieran tenido la ventaja sobre los fascistas locales, pero ciertamente no podrían enfrentarse a fuerzas muy superiores en número y armamento, transportadas desde los lugares más distantes por camiones y trenes, también favorecida por la colaboración y participación abierta de los organismos y fuerzas encargadas del orden.
Hemos atribuido la victoria del fascismo a tres factores relacionados.
El primero, el más obvio, fue la organización fascista con sus escuadrones y toda su fuerza armamentista.
El segundo y verdaderamente decisivo, fue toda la fuerza represiva del Estado burgués, compuesta por la policía, el poder judicial y el ejército.
El tercero fue el infame y derrotista juego político del oportunismo socialdemócrata y legalista.
Ante semejante despliegue, la derrota del proletariado era segura. Para enfrentar la violencia reaccionaria burguesa, el proletariado habría necesitado una organización de defensa y ataque, igualmente general y centralizada que involucrara no solo a los escuadrones del partido, sino también a las grandes masas trabajadoras y campesinas.
La táctica de la resistencia local sólo podía tener como resultado la derrota, aun cuando el proletariado, luchando heroicamente, hubiera podido vencer a los atacantes. Sólo con un cuerpo de tipo militar, rígidamente centralizado, podría romperse el aislamiento de trabajadores individuales en aldeas o ciudades.
La “Alianza Laboral”, aún con todas sus limitaciones, representó una realización parcial de esta unidad de acción. Con la huelga general de agosto de 1922, aunque sólo sea por un momento, se abandonó la desastrosa táctica de uno a la vez, en favor de la acción general. En esos pocos días de huelga general, cuando los fascistas no tenían la posibilidad de concentrar sus fuerzas para atacar diferentes puntos individuales, el proletariado demostró que sabía hacer buen uso de las armas y las víctimas fascistas finalmente superaron en número a las del proletariado. Fue la traicionera acción de la Confederación General del Trabajo, que soñando con la participación en el gobierno burgués, suspendió la huelga apuñalando al proletariado por la espalda, lo que allanó el camino para que el fascismo accediera al poder.
Los fascistas ganaron no porque representaran una organización externa al Estado, sino porque, por el contrario, a través de ellos ganó el Estado burgués, que habiendo abandonado la forma parlamentaria tradicional, pasó a ser unipartidista.
La transición a un partido único fue y es una necesidad hacia la que tiende todo capitalismo, a escala global. Que sea antidemocrático, al capitalismo y a nosotros no nos importa y consideramos un grave error el cometido por el movimiento proletario internacional que frente al fascismo invocó la democracia, la legalidad y los principios constitucionales burgueses.
La democracia no protestó por la violencia sufrida y Mussolini llegó al poder en pleno cumplimiento de las normas constitucionales. Los votos del miserable grupo de diputados fascistas hubieran sido insignificantes, si los nombres más bellos de la democracia no hubieran expresado su “Sí” favorable.
Pero la confianza depositada por la gran mayoría de los representantes democráticos en el gobierno de Mussolini no fue, por supuesto, un error incauto. Podemos demostrar que incluso el régimen de partido único, fue una criatura del juego demo-parlamentario. Todo comenzó con la presentación del nuevo proyecto de ley electoral, la “Ley Acerbo” (que inspiró todas las reformas electorales de los últimos 30 años). La nueva reglamentación establecía que la lista de mayoría relativa con al menos el 25% de los votos, tenía derecho a las dos terceras partes de los escaños parlamentarios. Habría bastado una cuarta parte de los votos emitidos para obtener una sólida mayoría absoluta. Bueno, este proyecto de ley pasó con facilidad, fue aprobado por el Consejo de Ministros (en el que los fascistas declarados sólo eran 4), por la Comisión Parlamentaria, por la Cámara de Diputados y por el Senado con una mayoría muy amplia, a pesar que los fascistas eran solo una pequeña minoría
Por lo tanto, incluso sin el fraude y la violencia denunciados por Matteotti en las elecciones de 1924, era seguro que el “Listone Nazionale” (coalición burguesa), hubieran ganado fácilmente dos tercios de los escaños parlamentarios.
Nunca dejaremos de recordar que nosotros, La Izquierda Comunista, no estábamos nada escandalizados por la violencia fascista, al contrario, esperábamos poder alejar a los votantes, de cualquier color, de las urnas. Y ciertamente no para obtener un mejor resultado electoral y dos tercios de los escaños parlamentarios. Fue el cretinismo parlamentario del que estaba imbuido el partido socialista, lo que desembocó en aquel durísimo ataque de Matteotti contra el fraude electoral y la violencia, lo que le costaría su trágico final.
Escribimos: «El nuevo sistema, cuya clave evidente era la sustitución del partido único burgués al complejo charlatanismo de los partidos burgueses tradicionales […] llevó a la liquidación de las viejas jerarquías políticas, y estos cómplices del primer período fueron liquidados y expulsados a puntapiés de la escena política» (“Prometeo”, 1946).
Veinte años después, con el retorno del multipartidismo, todos los viejos esbirros del fascismo se vistieron puntualmente con ropajes democráticos, para continuar la obra del fascismo bajo otras apariencias engañosas, derrotados con las armas pero victoriosos en la escala histórica.
Para concluir, diremos que nuestro Partido había aclarado inmediatamente la relación entre el Estado y las formas de gobierno; definimos el Estado como una máquina, compuesta por ciertos órganos (ejército, burocracia, poder judicial, etc.) que está en manos de la clase dominante. La diferencia entre democracia y fascismo, está solo en la forma como esta clase dirige su máquina contra el proletariado.